Hace varios años, después de mucho insistir, se me permitió tomar algunas fotografías en la sacristía de la parroquia de Aculco. Después de fotografiar dicho espacio con sus dos bellísimas bóvedas de arista, los cuadros que se encuentran ahí y todos esos detalles que hacen de este lugar uno de los más evocadores de todo nuestro pueblo, el encargado me dijo que había algo más, una sorpresa oculta: en el muro poniente me abrió la puerta de madera -sin gracia alguna- de una alacena. Al fondo sólo había viejos estandartes y algunos trebejos amontonados que parecían no tener mayor importancia.
La verdad es que me aquello me decepcionó, y más por compromiso que por verdadero interés tomé una fotografía de la mínima covacha. Eran todavía los tiempos de los rollos de película y esa fue la última exposición de las 36 con las que entré a la sacristía. Apenas había sonado el click, cuando me advirtieron, No, no: mira arriba. Entonces entré como pude a ese lugar y con la escasa luz que penetraba pude advertir que por donde había entrado era en realidad un acceso semitapiado, y que por dentro de la alacena se encontraba una excelente portada de cantería cuyos rasgos apenas se podían adivinar.
Pedí una lámpara al encargado para poder ver mejor, pero me dijo que no la había. Más bien creo que no me quería dejar solo. El rollo de la cámara se me había terminado y no podía ni siquiera intentar tomar una foto con flash para más tarde verla, ya impresa. Lo único que pude hacer fue disparar varias veces en vacío el flash de la cámara, y así a intervalos, casi como si estuviera a la luz de los relámpagos, recuerdo que pude ver una cornisa, una cruz y algunas letras.
Apenas el pasado miércoles 27 de agosto accedí nuevamente a aquella alacena misteriosa. Ahora ya tiene luz eléctrica y admirar la vieja portada resulta por tanto mucho más sencillo. Pero el espacio es tan pequeño en verdad, que tomar una fotografía resultó algo complicado, ya que ni siquiera podía arrodillarme para que cupiera completa en mi toma. A pesar de ello tomé varias fotografías que son las que ahora les muestro aquí.
Lo que se observa de esta portada es solamente una parte de ella, ya que no se advierten las jambas por estar empotradas en el muro y la oración labrada en su dintel se encuentra cortada por los extremos. Este dintel es monolítico, circunstancia extraña para la época a la que, por su estilo neoclásico, parece pertenecer el conjunto. Ello, junto con una casi imperceptible diferencia de color en la piedra me lleva a pensar que quizá el marco es más antiguo y sólo el entablamento se le añadió a mediados del siglo XIX.
Al centro del dintel aparece labrada, incisa, una cruz, y a sus lados se despliegan las frases [ALAB]ADO SEA EL SANTISIMO SACRAM[ENTO Y] LA CONCEPSION [sic] SIN MANCHA DE LA [VIRGEN MARÍA], que componen el Alabado, una oración o jaculatoria muy común en otros tiempos, que servía de preparación para las labores cotidianas y se utilizaba con frecuencia, rezada de rodillas, para dar principio a las reuniones no sólo de carácter eclesiástico, sino también civil e incluso particular. Al grabarla en este sitio, seguramente se hacía con la intención de que el celebrante y su sacristán recitaran la jaculatoria antes de la celebración de los primeros oficios litúrgicos del día.
Sobre este dintel está un entablamento sostenido en los extremos por un par de ménsulas muy parecidas a las que se pueden ver los balcones de varias casas aculquenses, como la Casa de don Juan Lara Alva, similares a los triglifos del orden dórico. Entre ellas se despliega una serie de ocho relieves inspirados sin duda en las metopas circulares de la arquitectura griega y romana, pero dispuestas con muy poco clasicismo en dos niveles distintos y sin estar alternadas con triglifos. Bajo estas pseudometopas corre un relieve todavía menos clasicista de óvalos continuos en bajorrelieve muy probablemente basados en las ovas que suelen adornar las molduras en el orden jónico. Corona la composición una cornisa de poco vuelo y escasa anchura.
De tal manera, aunque inspirada sin duda alguna en el arte neoclásico, esta portada resulta en realidad muy poco clásica por el desorden de sus elementos. Podríamos hablar, quizá, de un estilo neoclásico popular. Ello no le resta ningún interés como testimonio histórico, tanto por su elaborada talla que nos habla del gusto de la época en que se construyó, como por su inscripción que nos remonta a los usos de mediados del siglo XIX, y especialmente por su anómala ubicación.
Sobre esto último cabe, naturalmente, preguntarse, ¿qué hace ahí esta portada, guardada en una alacena? Es evidente, en primer lugar, que se trata de un acceso perdido a la sacristía, ya que se encuentra a eje con el centro de la bóveda norte de este espacio y mirando hacia el convento. Es decir, no parece ser un vestigio de alguna otra construcción. Es, además, con toda probabilidad, el acceso principal hacia el edificio conventual, ya que ni la entrada actual, ni la que da hacia el templo, tuvieron ornamentación semejante a la suya.
Pero, entonces, ¿por qué se bloqueó y ocultó? Creo que existen dos posibilidades: la primera, que al labrarse esta portada se tenía la intención de hacerla visible rompiendo el muro del salón contiguo, que probablemente era la sala De Profundis del cenobio. Al decidirse finalmente no hacerlo así, la puerta quedó sin uso y, en un arranque de practicidad, se decidió convertir el espacio en simple alacena. La otra posibilidad es que la comunicación con dicho salón sí haya existido en el pasado, incluso que haya durado muchos años, hasta tiempos relativamente recientes. Pero algún cambio en su uso determinó que se cerrara la comunicación y se condenara esta portada a dormir oculta, casi sería mejor decir escondida, por los siglos de los siglos.