En dos ocasiones en este blog me he aprovecahdo de los textos que escribió la española María José de Chopitea en su novela Sola, acerca de la vida de un personaje suyo durante algunos meses en la década de 1940 en Arroyozarco. No entraré esta vez en explicaciones acerca de quién fue esta escritora exiliada, ni de las razones por las que llegó a ese sitio de nuestro municipio, ni de por qué sus narraciones tienen mucha verosimilitud y en cierta medida se pueden tomar como autobiografía. Si quieren enterarse y conocer incluso algunas fotografías de Chopitea, pueden leer en este mismo blog los textos El ejido de Arroyozarco en la década de 1940 (versión novelada) y Las fiestas patrias de septiembre de 1944.
En esta ocasión, simplemente, y para acompañar estas fiestas decembrinas, quiero presentarles la sentida estampa navideña en Arroyozarco que ella traza en sus páginas:
Llevaba yo un mes de convivencia con Raquel cuando recibí, antes de lo que imaginaba, la noticia del nacimiento de un hijo de Cecilia. Le envié un nuevo giro y junté ropita nueva y usada para el recién nacido. También procuré animar a la joven madre y a las gentes que la rodeaban escribiéndoles cartas cariñosas, con el corazón abierto a los sentimientos más nobles y puros de que yo era capaz.
El día 24 de diciembre; me puse en camino hacia Arroyozarco, cargando conmigo un montón de obsequios humildes y sencillos para festejar allí la Navidad.
Encontré a Cecilia en casa de don Sebastián, atendida por la esposa de éste. Su estado físico era lamentable: me dijeron que tenía la fiebre puerperal. El niño tenía veinte días de vida y parecia un gatito recién nacido; lloraba en forma exasperante.
Al poco rato de mi llegada, varias mujeres me llamaron aparte:
-Se nos vió muy mala; no la dábamos por viva. Es un milagro que la madre y el niño no hayan muerto.
-Fíjese, señorita, que cúando le acercamos al niño para que le dé el pecho, ella lo tira.
-Sí; como lo oye; esta chamaca no le hace caso, lo tiene aborrecido.
No pude creer eso último. Después de hablar con ella y examinarle los senos les demostré que otra causa era la de aquella actitud. ¡Pobre madre primeriza!, tenía los pezones llagados; había en ellos focos infecciosos. Además, cuando la fiebre era excesiva, perdía la razón. El niño tenía las nalguitas escoriadas y el ombligo mal ligado y purulento. Necesitaba mayores cuidados y, sobre todo, nutrirse de otra leche que la materna, pues la que a duras penas lograba darle su madre -mordiéndose los labios y soltando quejidos desgarradores- le hacía más daño que bien. Sugerí que le dieran leche de burra y se lanzaron en su búqueda.
-Ni una desgraciada burra ha parido por estos contornos -me dijo uno de tantos emisarios fracasados.
-Probaremos de darle leche condensada -comenté, como dando una solución, y añadí: -Es necesario reanimar a la madre y al hijo para que puedan ir a México.
-Nomás que le bajen las calenturas, señorita. Es muy larga la caminata; no vaya a perder la razón y se tire del tren la pobrecita.
-Con la inyección que le puse y la que le pondré mañana, y con estas medicinas que va a tomar durante unos días, ya verán cómo se pone en condiciones para el viaje.
- Y aluego se va y se lleva al niño... Ni ellos ni asté ya se acordarán de este rincón del mundo, y nosotros que los queremos tanto...
-Pero, doña Casimira, no llore usted, en México nos tendrán a sus órdenes para cuando vayan. Además, nosotros vendremos por aquí: ¡A poco es cuestión de decirnos adiós? Nada de esto; quedamos para siempre amigos; yo los quiero a ustedes mucho. Conque, ¡a secar estas lágrimas!
Con la ayuda de varios chiquillos, procedí a instalar un gracioso "nacimiento". Las figuritas que traje de México eran muy sencillas -todas de barro-; pero guardaban cierta proporción unas con otras. En pocas horas, la estancia se llenó de olor a heno y pino y, no obstante la sencillez con que fue montado; todos alabaron la destreza. Mayores y niños desfilaron por allí, contentos de verme de nuevo e ilusioandos por aquel pesebre tan novedoso para ellos.
A medianoche la campana de la capillita Se soltó a los aires y me dejé llevar hasta allí para tomar parte en los rezos. Era Nochebuena.
Desde que tengo uso de razón no recuerdo haber vivido una Navidad igual a otra. Mi memoria alcanza a recordar cuando mis abuelos fueron el centro de toda fiesta familiar. Era aquella época de la opulencia y la alegría. Al siguiente año mi abuela faltó. Después, el rostro -surcado de arrugas- de mi venerable abuelo ya no estaba con nosotros. Al otro año yo preguntaba: "¿y papá? ¿Por qué no está con nosotros mi papayet..." Una Navidad vivida en Suiza ha surgido siempre sobre todas las demás. No obstante hallarme, entonces, lejos de los míos y de mi patria, ese dolor fué un incentivo sentimental para gozarme en él. Maman suisse me prodigó tantos cariños y atenciones y, entre todos, le dieron a la fiesta un sabor tan nuevo para mí, tan lleno de paz y belleza, que puedo decir fue la Navidad más bonita de todas. De las vividas en México, la única que recuerdo es la de ese año en Arroyozarco, por la sencillez del ambiente, por ser todo parecido al espíritun humilde de la verdadera natividad de Jesús. Un nuevo niño venido al mundo se hallaba allí: el niño de Cecilia, envuelto en pobres pañales, al lado de su madre pálida y ojerosa. Ambos eran atendidos por la caridad de aquellas gentes que generosamente le dieron posada. En aquel verdadero "pesebre" convivían perros y agtos; había una gallina con sus polluelos corriendo por el suelo; cerca de la destartalada cama se oía el rebuzno de un jumento y el relincho de los caballos. El canto de los gallos y la luna desnuda de nubes daban al ambiente el verdadero encanto de una Nochebuena.
Al día siguiente, yo debía partir para México. No podía permanecer en Arroyozarco, pues el deber me llamaba a cumplir con mi trabajo.
Naturalmente Sola es una novela y la verosimilitud de muchos de sus pasajes no significan plena veracidad. Por ejemplo, ese indicio de que los "nacimientos" no entraban dentro del cuadro de costumbres tradicionales para la Navidad en estas tierras puede ser cierto, aunque por lo tardío de la fecha -mediados del siglo XX- lo más probable es que la tradición fuera muy conocida, aunque quizá no se pusiera en práctica con mucha amplitud.
Y aunque rastrear personajes de novela puede parecer ocioso, me puse a buscar en los registros de bautizos de Polotitlán (a donde, según esta historia, fue llevado a bautizar el hijo de Cecilia) un caso que encajara con el que relata Chopitea. Hay en efecto, un bautizo el 24 (no el 25) de diciembre de 1944 de una niña (no niño), nacido el 4 de diciembre como informa Chopitea, hijo de una mujer llamada Cecilia Becerril. ¿Sería esta niña, por lo menos en parte, el personaje de esta historia, el bebé desprotegido que duerme casi en un pesebre en una Nochebuena arroyozarqueña? Quizá nadie pueda decirlo.