El rancho de Chapala, situado a poco menos de seis kilómetros al sureste de la cabecera municipal de Aculco y en su territorio municipal, no tuvo vida independiente sino a principios del siglo XX, pues hasta entonces formó parte de la inmensa hacienda de Arroyozarco. Sin embargo, a partir de 1917 la dueña de esta finca decidió -se dice que por consejo del propio presidente Venustiano Carranza- fraccionar y vender a particulares los terrenos que conformaban la orilla de su finca, pretendiendo con ello crear una especie de "escudo" que la protegiera de reclamaciones agrarias y de su reparto en ejidos, como anunciaba ya la nueva Constitución promulgada en aquel año. La estrategia tuvo para los compradores resultados diversos: algunas de esas fracciones terminaron por ser expropiadas y entregadas a los agraristas -lo que, por lo menos en un caso, provocó el suicidio del propietario-, pero muchas otras se convirtieron en efecto en pequeñas propiedades y así subsisten, a veces completas y otras reducidas en extensión, hasta nuestros días. Fue el caso de la fracción 103, que dio origen, precisamente, al rancho de Chapala.
Esa fracción era una de las más extensas, pues superaba un poco las 250 hectáreas, y sus linderos eran los siguientes: "de la mojonera junto a la casa de J.M. Sánchez por la orilla de la barranca hasta un encino en línea recta, hasta un fresno en la orilla opuesta de la barranca llamada de Fondó. Se sigue al poniente teniendo por lindero hasta encontrar la cerca del lindero de Arroyozarco, se sigue por la cerca en setenta metros más o menos hasta encontrar una mojonera desde la que se miden, siguiendo la cerca, cuatrocientos noventa metros Norte dicienueve grados, cuarenta y dos minutos Oeste, en seguida una línea de dos mil quinientos treinta metros Sur, veintidós grados tres minutos Este, hasta ese punto se comienza una cerca que en una longitud de doscientos cincuenta metros en dirección sinuosa más o menos al Suroeste encuentra la cerca que limita el potrero de la Ciénega de la Hacienda de Arroyozarco; esa cerca sigue muy sinuosa de Noreste al Suroeste y se termina en el lindero de la Hacienda de la Loma; de ese punto al de partida hay una distancia de seiscientos diez metros, teniendo esa línea el rumbo Norte, dos grados veinticinco minutos Oeste".
El comprador de esta fracción fue el sobrino de la dueña de Arroyozarco, don Macario Pérez Romero (o Macario Pérez Jr., como acostumbraba firmarse para distinguirse de su padre), que como sabemos era hermano de doña Sara Pérez, ya para entonces viuda de don Francisco I. Madero. El precio de venta fue de $3,000 pesos, de los que doña Dolores recibió enseguida 600 y el resto sería pagadero en cuatro anualidades. La operación se formalizó ante el notario Agustín Montes de Oca el 4 de septiembre de 1918. Tiempo después, el 9 de septiembre de 1919, don Macario compró otra propiedad por el rumbo de Fondó que constaba de una casa "con una faja de terreno en forma triangular" en $1,500 pesos a los hermanos Patricio y Epifanio Sánchez y Ruiz, de la que desconocemos su ubicación pero probablemente era inmediata a su otro rancho.
No he podido encontrar indicios de que el nombre de Chapala haya sido anterior a la compra de Macario Pérez. Tampoco que la presa construida dentro de sus terrenos haya existido antes. Y, por cierto, tampoco que el rancho contara con construcciones más antiguas a 1918. Creo que lo más probable, a reserva de encontrar más datos sobre el tema, es que el mismo don Macario eligiera el nombre de Chapala y construyera la porción más antigua de la casa y sus anexos. Su siguiente propietario, don Miguel Valdés Acosta, seguramente mandó edificar también buena parte de las construcciones del rancho.
Esta casa del rancho de Chapala fue levantada en un sitio muy pintoresco, a unos metros de la barranca de Fondó. Tal como estaba principios de la década de 1990, constaba de una casa habitación de dos plantas cubierta de teja a dos aguas que se extendía de norte a sur, con un pequeño anexo de una sola planta adosado en su fachada meridional. Inmediato asimismo a la casa por el lado norte, un cuerpo de construcción alargado también de norte a sur y con techo de teja de dos aguas, más extenso e igualmente de dos plantas pero de menor altura y con muros sin revocar, parecía ser un agregado posterior. A su frente se levantaba un portal sobre columnas de piedra blanca quizá más reciente aún y en la parte posterior existía un corral de no grandes dimensiones. No lejos de la casa se levantaban pequeñas construcciones que quizá habían sido habitación de los empleados, formando vagamente en conjunto el contorno de una plaza. Un pequeño acueducto conducía el agua hasta una fuente circular (o pila, que tanto monta) ubicada precisamente en este sitio. Algo más retirada, ya junto a las milpas, se encontraba una era para trillar el trigo. Las fotografías satelitales recientes parecen confirmar que todo se halla igual hoy en día.
Más que por otras razones, muchos aculquenses saben del rancho de Chapala porque en la década de 1940 el actor y cantante Pedro Infante estuvo muy cerca de comprarlo. Ya para entonces don Macario Pérez lo había vendido, como mencionamos arriba, a don Miguel Valdés y, tras la muerte de este señor, había quedado en manos de su mujer. Además, su extensión se había reducido de 250 a sólo 60 hectáreas, posiblemente por las afectaciones agrarias. Pero dejemos que sea un testigo de los hechos, don Miguel Lara Guerrero, gran amigo de Pedro Infante, quien nos relate esta anécdota:
Al año siguiente, en la primavera de 1947, regresamos a Aculco en varias ocasiones por el interés de Pedro de comprar un rancho cercano. Tenía unas sesenta hectáreas, algunos cultivos, tierras de pasteo, establo con un medio centenar de vacas de ordeña, una casa pequeña tipo hacienda, etc. La dueña, una señora viuda de "no muy malos bigotes" -con quien obviamente el comprador hizo muy buenas migas-, en cada visita para tratar el asunto, nos daba siempre muy buena acogida, invitaciones a comer, a almorzar, y en ocasiones era solamente Pedro, el "interesado" en asistir, y por supuesto lo hacía con plena libertad, poniendo así en práctica lo del "onceavo mandamiento", el de no estorbar. Se llegó en un principio al acuerdo sobre el precio al que Pedro un puso obstáculo alguno. Se fijó en el mismo que la señora había pedido desde un principio, la cantidad de $32,000.00 y aceptó otorgarle un anticipo equivalente a la mitad del precio, mismo que se cubrió a las primeras de cambio, pero la única condición que ponía el "nuevo dueño", era la de que ella permaneciera viviendo ahí, en fin, todo igual y nos recibiera ahí cada vez que llegáramos nosotros y nos atendiera como la primera vez. No se diga si él llegara solo, pues con toda seguridad se trataba ya de otra de sus innumerables conquistas. Hasta ahí aquel trato se seguía cumpliendo adecuadamente, pero la liquidación total de la "compra" del rancho, se alargaba cada vez más y más, aunque a nadie parecía importarle mucho el asunto, sin embargo los recibimientos que tuvimos ahí, al menos las veces que acompañé a Pedro, siempre fueron de lo mejor, pero supongo que no se comparaban con las otras donde únicamente llegaba él solo. [...] Nunca se llevó a cabo la compra total del rancho [...].
Miguel Lara Guerrero, Antes de que se me olvide, México, 2013, S.P.I., pág. 85.
En lo que fueron tierras del rancho no sabemos si lo siguen siendo) se construyeron dos presas: la mayor, conocida como presa de Chapala y una de menor capacidad llamada Juanita. La cortina de esta última habría sido comenzada por Valdés y concluida por su viuda. Una derivación de ella conducía el agua hasta la pila frente a la casa.