viernes, 25 de febrero de 2011
Santa Ana Matlavat: un posible punto de la peregrinación azteca
A escasos siete kilómetros al norte de la cabecera de Aculco y dentro de su territorio municipal, se encuentra el antiguo pueblo de Santa Ana Matlavat. Sitio al que en documentos del siglo XVIII se le llama también Santa Ana de la Cañada, debido al gran tajo que nace cerca del cerro de Jurica, en Arroyozarco, y que extendiéndose de oriente a poniente se interpone a medio camino entre aquellas dos poblaciones.
El pueblo de Santa Ana, no obstante su reducido tamaño (hacia 1712 su población no llegaba quizá a los ocho indios tributarios según la Composición de Tierras que se conserva en el Archivo Histórico Municipal), es uno de los más antiguos de la región. De ello da fe en primer lugar el ábside ochavado y almenado de su capilla, indudablemente del siglo XVI, que quizá fue en su origen una capilla abierta aislada. Pero es sobre todo su posible relación con la ruta de la peregrinación de los aztecas hacia el Valle de México lo que podría remontar su origen a unos novecientos años en el pasado.
El glifo de Matlahuacallan como punto de estancia de los aztecas durante su peregrinación hacia el centro de México, Códice Azcatitlán, l. 6 (detalle).
En efecto, Paul Kirchhoff identificó a Santa Ana Matlavat con el Matlahuacallan ("lugar de los matlahuacales", es decir, redes con armazón rígida) o Tematlahualco ("lugar de los poseeores de redes con [las que se lanzan] piedras", esto es hondas) que mencionan las crónicas del éxodo mexica, tales como los Anales de Cuautitlán. El notable etnólogo alemán fue incluso más allá, al pensar que este pueblo podría ser el mismo de Acahualcingo o Acahualtzinco que otras relaciones históricas mencionan en lugar de aquellos parajes. Tras estudiar diversos documentos, en particular mercedes de tierras otorgadas en las últimas dos décadas del siglo XVI en esa zona, es seguro afirmar que se trató de sitios distintos, y que San Jerónimo Acahualcingo se situó escasos kilómetros más hacia el noroeste, muy cerca de San Antonio Polotitlán. Esta discusión no es intrascendente, pues en Acahualcingo, los aztecas “ataron por primera vez la cuenta de sus años”, es decir, comenzaron a medir sus ciclos de 52 años a la manera mesoamericana. Un hecho que simboliza el abandono de las costumbres de los grupos del norte de donde procedían y la adopción de las costumbres más refinadas del centro de México. En su Memorial breve de la fundación de Culhuacan, el cronista indio Domingo Francisco de San Antón Muñón Chimalpahin registra este hecho en el ome acatl xihuitl, año 2.caña, el 1091 de la cuenta occidental, "Nican ypan in yn icceppa yancuican oncan quilpillico yn inxiuhtlapohual huehuetque mexica azteca teochichimeca oncan yn Acahualtzinco ynahuac S[an] Juan del Río.”. Es decir, "aquí en este [año] cuando [por] primera vez primeramente lo atan el su amarre de años los ancianos mexis aztecas teochichimecas allá en el Acahualtzingo cerca de San Juan del Río".
Cruz pasionaria en el remate de la fachada.
Mencionamos líneas arriba que la raíz etimológica principal del nombre Matlavat parece ser matlatl, "red". Sin embargo, creemos que otra posibilidad es la palabra matlactli, que en náhuatl significa "diez". Eso explicaría el numeral 10 representado con círculos en la base de piedra de la cruz pasionaria que corona la fachada de la capilla de este pueblo. Pero si observamos el peculiar labrado de esta base, notaremos que también podría referirse por sus formas al glifo calli, "casa", que agregado al numeral nos daría una fecha calendárica mesoamericana: matlactli calli xihuitl, esto es, "año 10.casa". ¿Es éste el nombre original del pueblo de Matlavat, Matlactli-calli? ¿O la piedra en cuestión es una simple fecha, como las que al modo prehispánico fueron labradas en varios conventos del siglo XVI. En este último caso, y tomando en cuenta los ciclos de 52 años del calendario indígena, podría referirse a los años de 1541 ó 1593 y señalaría quizá la fecha de edificación de la primitiva capilla.
Glifos calendáricos con la cifra 10.casa del Codex mexicanus. Compárense con el pedestal de la cruz pasionaria.
Como ya dijimos, sospechamos que el templo de Santa Ana Matlavat debió ser en su origen una capilla abierta aislada -tipología arquitectónica descubierta y estudiada por el arquitecto Juan Benito Artigas- que se refiere a los templos de las primeras etapas de la evangelización que contaban con un presbiterio techado que se abría hacia el atrio, el cual funcionaba como nave descubierta, y que no eran anexos de una casa conventual o una iglesia techada. Lo creemos así pues el presbiterio -con su ábside ochavado, almenas en el remate, ventana triangular en el testero y cubierta plana sostenida por vigas sobre grandes zapatas- parece ser obra del siglo XVI y anterior a la edificación de la nave, fachada principal y torre.
Ábside ochavado y almenado de la capilla.
Sobre éstas últimas, hay que señalar que se cuentan entre las más sencillas de todos los templos virreinales del municipio. La nave, con una sola ventana en el muro de la derecha, se apoya en tres contrafuertes en cada costado y está cubierta de teja. La fachada principal adopta una curiosa forma piramidal a causa de los contrafuertes inclinados a cada lado y el piñón escalonado del remate, coronado por la cruz pasionaria ya mencionada. A la altura del coro, se abre una sencillísima y pequeña ventan con cerramiento curvo, protegida en la parte superior por una tosca moldura. El acceso se abre bajo un arco apenas moldurado apoyado en impostas soportadas por las poco adornadas jambas. Encima, un cornizuelo descentrado recalca la ingenuidad del conjunto. Es notable la puerta, casetonada y con cruces en sus dos hojas. La torre se desplanta sobre un basamento de la misma altura de la portada, sobre el que se escalonan tres cuerpos de mayor a menor, separados por cornisas, abiertos en sus lados por arcos, con remates quizá de intención ya neoclásica en el segundo cuerpo y un orbe con cruz en la cúspide.
Vista general de la fachada principal. Obsérvese su silueta "piramidal".
Ventana del coro y acceso a la capilla.
Torre de la capilla.
En el atrio, limitado apenas por un murete de poca altura, se encuentra la cruz atrial, sobre un basamento escalonado, resaltado al frente, que, como ocurre con la fachada, le asemeja a una pirámide. En la cara que mira hacia la capilla se abre la hornacina característica de este tipo de monumentos en los pueblos mazahuas y otomíes de los estados de México y Querétaro.
Vista frontal de la cruz atrial.
Aunque no aparece en estas fotografías, al interior de la capilla existe uno de los dos retablos barrocos que sobreviven en el municipio. Se trata de un altar lateral, incompleto, con una hornacina y un par de columnas salomónicas, todo dorado y policromado. Según la tradición, procede de la parroquia de San Jerónimo y fue traído aquí a mediados del siglo XIX, cuando la moda neoclásica reemplazo su decoración original y los despojos que se hallaban en mejor estado de conservación fueron repartidos entre las capillas de la jurisdicción parroquial.
Muro lateral de la nave, apoyado en contrafuertes. Nótese la ausencia de vanos de iluminación.
Frontera a la antigua capilla de Santa Ana Matlavat se comenzó a edificar hace ya varias décadas un nuevo templo de mayo capacidad. Tratando de imitar las formas coloniales sin cuidar las proporciones, técnicas y materiales constructivos, el resultado no podía ser demasiado bueno. Así, su torre de cantera rosa con machones esquineros de mal colado concreto aparente indican descuido en su concepción y construcción; la cúpula acristalada, con su esmirriada e inútil linternilla, es un engendro a medio camino entre la arquitectura tradicional y la contemporánea; la fachada inconclusa con tres accesos es todavía una incógnita y el muro atrial, de arcos invertidos de tabicón con el resalte de los castillos de concreto aparente es ejemplo de un neobarroquismo pobre, ramplón y triste. No podían faltar para complementar el lamentable conjunto el abigarrado grupo de postes de luz y de teléfono, cables, transformadores, botes de basura y tinacos.
Dos vistas de la capilla nueva de SAnta Ana Matlavat.
NOTA: La mayor parte de las fotografías de Santa Ana Matlavat son de Víctor Manuel Lara Bayón.
FUENTES: Kirchhof, Paul. “¿Se puede localizar Aztlán?” en Monjaras-Ruiz, Jesús et al. (recopiladores). Mesoamérica y centro de México. México, 1985. INAH. Pág. 331.
martes, 8 de febrero de 2011
El Hospital Concepción Martínez
Desde 1954, por decreto de la legislatura estatal, el antiguo pueblo de San Jerónimo Aculco lleva el nombre de Aculco de Espinosa (así, con "s"), en honor a don Ignacio Espinosa Martínez, oriundo de este lugar, quien a su muerte donó parte de su gran fortuna para diversas obras de beneficencia. Don Ignacio, hay que recordarlo, formaba parte del grupo de inversionistas que encabezados por Roberto García Loera adquirieron en 1917 el Ingenio de San Cristóbal, en Veracruz, y gracias a ello vio crecer su ya importante patrimonio. Ello le convirtió también en el personaje más destacado de Aculco en las décadas de 1940 y 1950, si bien mucho de su actuar en el pueblo lo hacía indirectamente, a través de su hermano Mateo que a diferencia de él sí residía en el pueblo.
Patio del Hospital Concepción Martínez en 1959.
El principal legado de don Ignacio a su pueblo natal fue el hospital bautizado con el nombre de su madre, Concepción Marínez, dotado con más de tres millones de pesos de aquella época el 7 de julio de 1953, que inició operaciones en 1956 en un edificio de nueva planta situado en la calle de Matamoros no. 4. Aunque de pequeño tamaño, su equipamiento era de primer nivel, por lo que rivalizaba con los establecimientos hospitalarios incluso de la capital del estado. Sin embargo, largos años de administración deficiente lo llevaron a cerrar sus puertas en la década de 1980.
Exterior del hospital en la actualidad. Frente a su fachada, la antigua casa del padre José Canal.
Por fortuna, un grupo de aculquenses encabezado por los señores Carlos de la Vega Parks y Jorge Lara Morales iniciaron entonces un gran esfuerzo por mantener sus puertas abiertas que se sostiene hasta la fecha. Con recursos más modestos que en su origen -ya que su patrimonio había sido dilapidado, sus activos físicos saqueados e incluso parte de su solar vendido para cubrir deudas- contaron en su tarea con el invaluable auxilio de la congregación de religiosas Hijas de María Madre de la Iglesia.
Pasillo del hospital en la actualidad. Nótese que los corredores han quedado cerrados hacia el patio.
Así, en la actualidad, junto con la atención hospitalaria que se da al público con un costo de recuperación que resulta realmente simbólico, la Fundación de Asistencia Privada Concepción Martínez, I.A.P. promueve cotidianamente la presencia brigadas de salud que han permitido la realización de cirugías a personas de bajos recursos. Esto, además del funcionamiento de una Casa Hogar a cargo de las religiosas.
El frondoso y bien cuidado jardín invita a pasear.
Hace pocos meses tuve la oportunidad de recorrer el establecimiento y la impresión fue inmejorable: aunque en mucho parece todavía anclado en la década de 1950 en que se construyó, el inmueble luce inmaculadamenet limpio, cuidado con mimo y esmero. En su última renovación se dio una reubicación general de las áreas tanto operativas como administrativas, lo que sin duda constribuye a su eficiencia. Los corredores fueron cerrados y acristalados, algo que resultaba indispensable por el clima de Aculco y los requerimientos de higiene de una institución de su naturaleza. El jardín es una delicia y la capilla, que guarda un fragmento del antiguo altar mayor de la parroquia, luce con mucha dignidad.
Capilla con el fragmento del antiguo altar mayor neoclásico de la parroquia.
Si bien el Hospital Concepción Martínez no es un edificio histórico en sentido estricto, guarda como ningún otro la memoria de uno de los más generosos hijos de este pueblo. Su arquitectura, aunque con inequívocos rasgos de modernidad, es un buen ejemplo de la adecuada incorporación, sutil, amable y sin estridencias, respetuosa del entorno, las tradiciones constructivas y los materiales locales, de un edificio contemporáneo en el tejido urbano histórico del pueblo.
Por cierto, el hospital aparece en el anuncio de la Secretaría de Salud federal sobre la vacunación contra la influenza, que puedes ver aquí
Dos vistas más de los jardines
ACTUALIZACIÓN, 1 DE MARZO DE 2012
Dos interesantes fotografías del Hospital Concepción Martínez.
Vista general del hospital, desde su parte posterior. Foto tomada de Estampas de Aculco.
Una capilla interior construida no hace muchos años en los anexos del hospital habitados por las religiosas. Foto tomada del sitio Colecta Aculco 2009.
Otra vista de la capilla interior. Fotografía tomada del blog A Maryland Chicana.
martes, 1 de febrero de 2011
Letrinas
El tema no resulta atractivo en absoluto, pero seguramente muchos nos lo hemos preguntado: antes de la existencia de inodoros e instalaciones sanitarias modernas, ¿dónde realizaba sus evacuaciones fisiológicas la gente de Aculco? Y no me refiero a los habitantes del campo, donde cualquier árbol y unas cuantas hojas de tepozán serían más que suficientes para el efecto, sino a los sitios que existían al interior de las viviendas del poblado.
Acceso a la letrina de la derecha, de la misma casa.
Pues bien, en todas las casas existían letrinas, generalmente ubicadas en los sitios más apartados y cercanas a los corrales. Normalmente eran cuartos pequeños, mal iluminados y ventilados, en los que existía un pozo con pretil a altura conveniente y encima una tabla que tenía practicado un agujero circular. En algunas casas este pozo tenía salida a algún drenaje a cielo abierto, a una fosa séptica o simplemente a un cercado donde los puercos se alimentaban con los excrementos humanos. En ocasiones eran varios los asientos alineados en una sola letrina (con agujeros de diferente tamaño), lo que no sabemos si implicaba también su uso simultáneo por varias personas.
En 1943, el Dr. Enrique Rojas López describió así esos lugares en su tesis "Informe general sobre la exploración sanitaria del municipio de Aculco, Méx":
El nicho de la pared de la letrina, que conserva la huella del humo de las velas. La instalación hidráulica es muy reciente.Faltando por completo todo drenaje, es subsanada esta necesidad por medio de fosas permeables. Un 90% de las casas tienen esta clase de excusados, variando sólo la forma de la taza, la mayoría de ellas está formada por un cajón de madera, en cuya parte superior se encuentra un orificio circular de diferentes diámetros, la totalidad de ellos sin tapaderas, dentro de un cuarto alejado de la construcción de la casa. Algunas casas, de las mejores del pueblo tienen taza de porcelana provista de asiento y tapa de madera, no variando en lo absoluto la fosa, solo mejor presentación, mayor comodidad y algo de higiene. El resto de la población así como la gente humilde, peones y campesinos, que forman más del 50% de la población del municipio, satisfa- cen estas necesidades, en los corrales, a espaldas de su casa, o cuando mucho en la barranca más próxima a campo raso con todos los agravantes antihigiénicos e impúdicos. Como resultado tenemos que de una u otra forma los excusados, faltos absolutamente de ventilación, son lugares de malos olores y además criaderos de moscas. A pesar de la positiva importancia que es para un poblado el abastecimiento de un drenaje, es una vana ilusión pensarlo para este pueblo, si tenemos en cuenta las circunstancias económicas del lugar así como el pequeño número de las casas que forman el pueblo. Sin embargo dada la constitución del subsuelo (tepetatoso) se solucionaría este problema dentro de las normas higiénicas de la siguiente manera: instalación de retretes sanitarios de fosa fija impermeable con excusados aún de madera pero provistos con tapadera, perfectamente ventilados, con puertas y ventanas con alambrados que impidan la entrada de moscas a estos lugares.
Conocemos dos ejemplos sobrevivientes de cuartos que sirvieron como letrinas en Aculco, aunque ninguno de ellos se conserva (y casi diríamos a Dios gracias) en su disposición original. El primero de ellos es éste que se ubica en la casa de la Plaza de la Constitución número 12 y está formado por dos áreas separadas, abiertas al frente por vanos de baja altura con dintel de madera, construidas en piedra blanca y cubierta de teja. Se halla inmediato a la puerta que da acceso al corral de esta casa y antiguamente contaban con un corral para puercos en su parte posterior. Aunque su interior fue modificado en la década de 1940 para adaptarle sendos inodoros, sus volúmenes no fueron alterados e incluso sobrevive el nicho ahumado en la pared en la que se colocaba una vela o candil cuando se emprendía una excursión nocturna al lugar.
La cubierta de teja de estas letrinas, vista desde el interior.
La segunda de estas letrinas todavía identificables es la que existió en la casa vieja de la hacienda de Arroyozarco. Gracias a los planos de 1768, es posible todavía identificar claramente este espacio, si bien dos de sus paredes han desaparecido. Se encontraba en la planta alta del inmueble, sobre algunos cuartos oscuros y las habitaciones que servían como calabozos. Poco se puede especular de su disposición, ya que también se ha perdido el entrepiso, pero por su tamaño puede pensarse que se trató de una letrina "comunal" como la descrita líneas arriba. Es posible que su ubicación le permitiera gozar de cierta ventilación, si bien no es claro cómo se conducían los desechos al exterior, o si simplemente se llevaban al patio trasero.
Ubicación de las letrinas en la Casa Vieja de Arroyozarco, en este plano de la segunda planta del inmueble dibujado en 1768.
Vestigios de la Casa Vieja de Arroyozarco en la actualidad. El área de las letrinas corresponde a la zona en primer plano que ha perdido dos de sus cuatro paredes, su techumbre y el entrepiso.
Por cierto, uno de los primeros edificios aculquenses en gozar de cuartos de baño más modernos fue el viejo mesón de Arroyozarco, pues como escribe Guillermo Prieto en las Memorias de mis tiempos, en la década de 1840
"... los altos habían cobrado el carácter del Hotel de Diligencias, merced al genio emprendedor de D. Anselmo Zurutuza, quien no sólo había improvisado salones, arreglado cuartos y dispuesto excelente fonda, sino que había dado a conocer espejos y lavamanos, baños e inodoros, llevando su celo al extremo de dictar un reglamento para el aseo de los concurrentes; atenciones para las señoras, y decencia y compostura en la mesa del comedor."
En fin, este paseo por sitios sin duda indispensables, pero que resultaban desagradables e incomodísimos, nos permite asegurar que no siempre "todo tiempo pasado fue mejor".