jueves, 24 de diciembre de 2009

Vestigios del siglo XVI

Más allá de la distribución de los espacios del antiguo convento de San Jerónimo Aculco (iglesia de una nave con fachada hacia el poniente, amplio atrio, capillas posas, claustro al sur del templo y huerta), son muy pocos los vestigios materiales del siglo XVI que han llegado a nuestros días. Ello se debe muy probablemente a que la obra primitiva de este recinto debió ser muy sencilla -ya que se trataba entonces de un asentamiento de importancia menor- y fue desapareciendo en las sucesivas construcciones y reconstrucciones que a partir de fines del siglo XVII le fueron dando el aspecto que tiene hoy en día.

A pesar de esto, aún existen algunas pocas piedras que por sus formas o por la calidad de sus labrados se pueden identificar como pertenecientes a la centuria de la fundación del establecimiento franciscano de Aculco. Esta vez llamaremos la atención sobre dos de ellas que se encuentran fuera de todo contexto, tiradas en lo que fuera la capilla de la Tercera Orden.

Almena o remate en forma de flor de lis, en Aculco.

La primera de estas piedras es una especie de remate o almena en forma de flor de lis, de unos 50 centímetros de altura, elaborada en una piedra rosa muy suave, que actualmente se encuentra rota y recargada en uno de los contrafuertes del templo parroquial. Más allá de que evidentemente tuvo una posición vertical y que debió haber estado encajada en una base de piedra o mampostería (a lo cual se debe el estrechamiento de su parte inferior), las posibilidades de su uso concreto son múltiples. Puede tratarse, por ejemplo, de parte de una crestería de aspecto gótico o renacentista como la que todavía conserva la capilla abierta del convento de Epazoyucan, Hidalgo. O quizá sirvió de remate a los contrafuertes del antiguo templo, como las flores de lis que se observan en la fachada del templo de san Juan Bautista de Coyoacán.

Capilla abierta de Epazoyucan. Nótese la crestería formada por flores de lis semejantes a la de Aculco.

Crestería con flores de lis, muy elaborada, del claustro de San Juan de los Reyes, Toledo.

Contrafuerte de la parroquia de San Juan Bautista de Coyoacán, rematado también con una flor de lis.

La segunda piedra es un dintel monolítico de piedra rosada, con una escotadura que le da la apariencia de arco conopial, como aquellos que abundaron en los estilos gótico flamígero y el gótico isabelino, y que en sus versiones novohispanas todavía podemos ver en algunos claustros del siglo XVI de la zona, como los de Huichapan y Tecozautla. A uno y otro lado de la escotadura pueden verse los monogramas de Jesucristo y de la Vírgen María. Seguramente, como los ejemplos coetáneos que subsisten en su lugar original, formaba parte de la portada de piedra de alguna habitación importante en el claustro de aquel viejo convento desaparecido.

Dintel conopial en Aculco.

Portada conopial en la planta baja del convento de San Mateo Huichapan, Hgo.

Portada conopial en una habitación de la planta alta del claustro del convento de Santiago Tecozautla, Hgo.

Aunque estos vestigios aculquenses del siglo XVI son menores, su importancia para la historia del poblado y el estudio de su desarrollo arquitectónico es primordial. Ojalá algún día se les tenga mayor aprecio y se les conserve en un lugar adecuado en el interior del convento, como testimonio que son del origen de San Jerónimo Aculco.

martes, 22 de diciembre de 2009

San Francisco Javier, peregrino



La hacienda de Arroyozarco, en el municipio de Aculco, perteneció entre 1715 y 1810 al Fondo Piadoso de las Californias, una fundación privada administrada por la orden jesuita creada con el fin de llevar el Evangelio a aquellas lejanas tierras. A partir de 1767, con la expulsión de los jesuitas, las misiones fundadas por ellos comenzaron a decaer y el Fondo terminó por liquidarse a principios del siglo XIX.

Aunque los jesuitas abandonaron Arroyozarco hace ya 242 años, aún quedan ahí muchas huellas de su presencia. Entre ellas, el pequeño cuadro que se encuentra a un lado del altar mayor, y que representa a uno de los más importantes personajes de la Compañía de Jesús: San Francisco Javier.

San Francisco Javier nació en Navarra, España, en 1506, en el seno de una importante familia noble. En 1525 viajo a París a estudiar en la Sorbona, donde conoció al que sería su mejor amigo, Íñigo de Loyola, el futuro San Ignacio de Loyola, fundador de la orden jesuita. Con ellos dos y cinco compañeros más de la universidad se formó el embrión de este instituto religioso. En 1537, Francisco fue ordenado sacerdote y en 1540 emprendió su vida misionera, que lo llevó a la India, Japón y otros puntos del sureste de Asia. Murió a los 46 años edad el 3 de diciembre de 1552 y fue enterrado en el enclave portugués de Goa. Fue canonizado en 1622.

A san Francisco Javier se le representa siempre como un hombre maduro, con barba y bigote cortos. Su principal atributo suele ser el ademán de abrir sus vestiduras a la altura del pecho "para dejar paso al ardiente fuego de su corazón apostólico". Aparte de esto, dos son las formas más comunes de retratarlo: la primera, con un sobrepelliz sobre la sotana negra de la orden a la que perteneció, acompañado a veces por el bonete en la cabeza y una cruz en la mano izquierda, atendiendo a su carácter de predicador del Evangelio; la segunda, como peregrino, con una esclavina sobre la sotana, adornada con conchas (vieiras) naturales o bordadas -que son atributo del peregrino de Santiago de Compostela-, bordón de caminante y calabaza para el agua, todo esto en relación a sus largos viajes para llevar el cristianismo a Oriente.

Es bajo esta última versión que fue representado San Francisco Javier en el óleo que existe en la capilla de la hacienda de Arroyozarco, templo que desde hace pocos años adquirió ya el rango de parroquia. En esta obra, realizada según parece en el siglo XVIII, el santo, retratado de medio cuerpo, dirige la vista hacia lo alto al tiempo que lleva las manos al pecho, de donde surge una gran llamarada. Sobre la esclavina porta, a la altura de los hombros, un par de vieiras y bajo el brazo izquierdo recarga su bordón. Sobre la cabeza del santo se esboza apenas una aureola. El fondo es un paisaje poco elaborado, con algunas lomas bajas y un cielo nublado. El marco no es, al parecer, contemporáneo de la pintura; parece ser del siglo XIX o XX y de poco mérito.

A pesar de su pequeño formato (que nos hace pensar que, más que tratarse de una obra hecha para el interior del templo, debió encontrarse en alguna habitación de la hacienda), esta es un pintura importante no sólo como documento histórico del paso de los jesuitas por estos parajes, sino por su apreciable calidad artística.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Fraileros

Sillón frailero, modificado, que existe en la notaría de la parroquia de Aculco.


Aunque de antecedentes italianos, el "sillón frailero" es un mueble típicamente español originado durante el Renacimiento, que naturalmente pasó a sus posesiones de América y, por supuesto a la Nueva España. Aunque su uso no fue exclusivo de los conventos, parece ser que sí abundó en ellos y por ello recibe esa denominación. Los primeros ejemplares españoles del siglo XVI eran relativamente pequeños, pues no pasaban de un metro de altura, y su respaldo era más bajo que los modelos italianos.

Con mucha frecuencia, los asientos y respaldos de lo sillones fraileros eran de cuero e iban sujetos con clavos de hierro, latón o bronce, pero esto no es una regla: existen ejemplares lujosísimos con asientos y respaldos acojinados y bordados en seda. Lo que realmente define al sillón frailero es su estructura: son muebles de aspecto ancho, chaparro y sólido, formados por maderos rectos (excepto, a veces, en las prolongaciones de las patas traseras que sostienen en respaldo, ligeramente inclinadas hacia atrás), con chambranas que unen sus patas al nivel del piso o ligeramente más arriba, respaldo estrecho que corre a la mitad de la espalda, brazos rectos apoyados en la prolongación de las patas delanteras, a veces lo suficientemente anchos como para colocar un plato o una taza. "Otra de las características de los fraileros -escribe Luis M. Feduchi- son las chambranas delanteras, con motivos renacentistas de cartelas, tableros tallados o cintas entrelazadas" (Luis M. Feduchi: Antología de la silla española, Madrid, A. Aguado, 1957, pág. 22)


Hace muchos años alguien me comentó que en la parroquia de Aculco existían dos de estos sillones fraileros. Al recorrer el templo, la sacristía y los aposentos del antiguo convento yo sólo había llegado a observar un par de sillones, bastante elegantes, de brazos curvos y muy probablemente del siglo XIX, sin duda interesantes pero de ningún modo clasificables como fraileros. Por ello, di por hecho que la persona que me había informado de su existencia simplemente se había equivocado.


El par de sillones fraileros en la notaría de la parroquia de Aculco.


Pero no es así: Hace algunas semanas observé que la notaría parroquial había sido trasladada al sitio aledaño a la portería del covento en el que antiguamente estuvo situado el bautisterio y que después se convirtió en habitación de los párrocos. Con curiosidad me asomé al interior para ver la nueva distribución y mi sorpresa fue grande al descubrir ahí el par de fraileros de los que me habían hablado antes.

Como se puede ver en la fotografía, estos muebles han sido muy restaurados, rectocados, repintados y, al parecer, hasta reconstruidos en algunas de sus partes. Esto es particularmente notable en los respaldos, cuyas tablillas verticales, de madera de menor calidad, se hallan fijadas con clavos de manera muy poco habilidosa. Incluso el calado mixtilíneo que sobre el respaldo muestra una sola de las sillas no parece ser original. Lo mismo puede decirse del asiento en vinil azul.

En cambio, la estructura de las patas y brazos sí es auténtica. Así lo demuestra el hermoso relieve en la chambrana delantera que tienen las dos sillas, y los brazos: curvados "ergonómicamente", diríamos ahora, y no rectos como en un frailero tradicional, pero anchos como en éstos y bellamente moldurados.


Detalle de la chambrana delantera de uno de los sillones, labrada con motivos barrocos.


Hay noticia de la presencia de otros sillones fraileros en casas particulares en Aculco, pero el único del que puedo asegurar que existió desapareció hace muchos años, después de estar expuesto a la intemperie. En cambio, subsiste un sillón frailero en muy buen estado de conservación y con su estructura íntegramente conservada en la sacristía de la capilla del pueblo de San Pedro Denxi, en la jurisdicción de Aculco.


Sillón frailero en la sacristía de la capilla de San Pedro Denxi.


Como se observa en la fotografía, este sillón cumple mejor con las características formales de los fraileros. La chambrana delantera está también decorada, aunque de una manera muy austera, lo mismo que los remates tras el respaldo. Aún así, es un bello ejemplo de un tipo de mueble que debió ser común en la zona de Aculco en los tiempos coloniales y que, junto con el par de la parroquia, es uno de los pocos entre los que que subsisten en el municipio que podemos clasificar sin gran duda como auténticamente coloniales.

jueves, 17 de diciembre de 2009

El Privilegio Sabatino

Cuadro de Ánimas, de la Virgen del Carmen o del "Privilegio Sabatino", de autor anónimo, que se localiza en la parroquia de Aculco

Uno de los temas que dio a la pintura novohispana algunas de sus obras más interesantes -sobre todo por su abundancia, por las grandes dimensiones que alcanzan, así como por la gran cantidad de personajes retratados en ellos- es el de las Ánimas del Purgatorio. De ahí que en muchos lugares de la geografía mexicana sea posible encontrar todavía ejemplos notables de estos "cuadros de ánimas". Aculco no es la excepción.

El Purgatorio, según enseña el catecismo de la Iglesia católica, es el lugar o estado en que "los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo." Según el propio catecismo, se trata de un "fuego purificador", de ahí que en las pinturas que representan al Purgatorio éste aparezca en la parte inferior como un lugar cavernoso, humeante y pleno de llamas, de manera muy similar a como podría ser representado el Infierno, con excepción de los demonios.

Resulta común también en estas obras la presencia de ánimas en el Purgatorio que, a través de sus vestimentas u otros objetos, representan a personajes de todos las clases sociales, poniéndose muchas veces especial énfasis en aquellos de mayor categoría: papas, cardenales, obispos, sacerdotes y reyes, como expresión de la igualdad natural de los hombres ante Dios. El resto de la pintura varía mucho de una obra a otra, aunque en general muestra la intercesión de los santos, la Vírgen María o los ángeles en favor de las almas.

En esta vieja fotografía se puede observar la ubicación original del cuadro de ánimas de la parroquia de Aculco, en su presbiterio.

El cuadro de Aculco sigue bien esos lineamientos. La obra, de muy grandes dimensiones (4.75 x 2.70 metros: se trata de la obra pictórica más grande de la parroquia), se localiza en el primer tramo de la nave del templo, en el lado de la epístola, si bien las fotografías más antiguas muestran su ubicación original en el muro norte del presbiterio. Rodea el cuadro un bello marco de calamina cincelada con uvas y vides, que es quizá artísticamente superior a la obra pictórica. En su extremo inferior derecho se encuentra una inscrpción que nos brinda muy interesantes pistas sobre su origen:

Inscripción en la parte inferior del cuadro. Obsérvese también el hermoso marco de calamina con sus decorados, algunos ya abollados.

Siendo Cura y Juez Eclesiástico
Dn. Luis José Carrillo Comisario del
Sto. OFicio de la Ynquisición Deste
Reyno y Mayordomo Dn. Antonio de
Garfias se hizo este Retablo Aculco
y febrero 16 de 1799.


Don Luis José Carrillo fue uno de los párrocos más notables de Aculco y lo fue por largos años en el último cuarto del siglo XVIII. Como ya lo hemos mencionado antes en este blog, de él se decía en 1793 que era "tan aplicado al culto divino que hace algunos años que sólo toma de sus derechos para su precisa manutención, y todo lo sobrante lo ha aplicado para la reedificación de su iglesia, construyendo colaterales a sus expensas y solicitud" (William B. Taylor: Magistrates of the sacred: priests and parishioners in eighteenth-century Mexico, Stanford University Press, 1996, pág. 145). Este gran cuadro, junto con el reloj de sol del claustro (de 1789) y la campana mayor (de 1788) se cuentan entre lo que le debemos todavía en nuestros tiempos al buen don Luis.

El otro personaje que aparece en la inscripción, don Antonio de Garfias, era precisamente el mayordomo de la Cofradía de las Ánimas Benditas y ya había ocupado ese cargo un cuarto de siglo antes, en 1775 (AGN, Grupo Documental Tierras, Vol. 2704, Exp. 18, Foja 9v). Esta cofradía había sido fundada por los vecinos españoles de Aculco en el siglo XVIII, ya que las dos cofradías originales de esta jurisdicción, la del Santísimo y de la Purísima, eran exclusivas para indios. Hacia 1794, la Cofradía de las Ánimas Benditas contaba entre sus bienes "un pedazo de tierra en que se siembran 5 fanegas de maíz, mil pesos impuestos al 5% y como trescientas cabezas de ganado bueyar y caballar” (Relación de Cofradías, en el Informe que presenta el Arzobispo de México sobre las cofradías y hermandades de las iglesias y capillas de la Nueva España, 1794. AGN. Grupo Documental Cofradías y Archicofradías. Vol. 18. Exp. 7. F. 270v-271).

Ánimas en el Purgatorio.

En la parte inferior del cuadro, donde se ve el Purgatorio con llamas ciertamente no muy vivas, aparece una decena de personajes -un niño, dos mujeres, y siete hombres- representando almas en purificación. Cuatro de ellos destacan por los tocados que cubren su cabeza y por los que se les puede identificar como un cardenal con gorro rojo, un obispo con su mitra (y con las manos atadas), un papa con su tiara y un monarca con su corona. Todos ellos portan escapularios de la Virgen del Carmen, pues precisamente la parte central del cuadro está dedicado a ella como intercesora de las ánimas a través del "Privilegio Sabatino" (como se puede leer en el papel sellado con el escudo del Carmen que porta un angelillo destinado, al parecer, a sacar al papa del Purgatorio).

¿Qué es este "Privilegio Sabatino"? Según la tradición, la Virgen María se apareció al Cardenal Jaime Duesa, muy devoto de ella, y le anunció que sería papa con el nombre de Juan XXII, y añadió: "Quiero que anuncies a los Carmelitas y a sus cofrades: los que lleven puesto el escapulario, guarden castidad conforme con su estado, y recen el oficio divino, -o los que no sepan leer se abstengan de comer carne los miércoles y sábados-, si van al Purgatorio yo haré que cuanto antes, especialmente el sábado siguiente a su muerte, sean trasladadas sus almas al cielo".

Así pues, en la parte central y principal del cuadro de ánimas aculquense se observa a la Virgen del Carmen, con el niño de pie sobre su regazo (ambos coronados) y con un escapulario pendiente en su diestra, en su trono de nubes y ángeles. Al lado izquierdo se observa a San José, identificable por su vara florida, y a la derecha la doctora de la Iglesia, Santa Teresa. Sobre ellos, multitud de ángeles forman un círculo de gloria y, por encima de todo, desciende el Espíritu Santo en forma de paloma.

Desde el punto de vista iconográfico, se explica con facilidad la presencia de Santa Teresa, una monja de la orden carmelita, en este óleo. No así la de San José. Creemos que hubo una sustitución de la iconografía que debió tener el cuadro o grabado original en el que se inspiró esta obra, en el quizá aparecía en lugar de San José el santo inglés Simón Stock. Según la tradición, Stock, superior de la orden carmelita, recibió de manos de la propia Virgen, el 16 de julio de 1251, el escapulario del Carmen que es símbolo de la protección a sus devotos y signo de consagración a ella. A San Simón Stock se le suele representar con una azucena de tallo largo en la mano (símbolo de la Virgen María), de ahí que quizá el autor de la obra que existe en Aculco lo confundiera con .San José y su vara florecida y decidiera plasmar a éste de manera, para él, menos equívoca.

Aunque esta gran pintura es una obra de interés artístico e histórico, lo cierto es que su calidad es sólo mediana. Las figuras de los santos están elaboradas con rigidez y son casi inexpresivas; en las ánimas se ve mayor movimiento, pero los defectos en el dibujo de su anatomía son más evidentes al encontrarse desnudas; y, por último, esa abundancia de querubines y ángelotes regordetes rescatando almas le da un aire (para mí molesto) amanerado, más cercano ya quizá al romanticismo que al portentoso barroco que moría junto con el siglo.

Una fotografía de esta obra fue incluida en el notable libro Pinturas coloniales de ánimas del purgatorio: iconografía de una creecia, de Jaime Ángel Morera y González, publicado por el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM en el 2001.

Cuadro dé ánimas de San Pedro Denxi.

Por cierto, no es éste el único cuadro de las ánimas del Purgatorio que existe en Aculco. Por ejemplo, en la capilla del pueblo de San Pedro Denxi, dentro de su jurisdicción parroquial y municipal, existe otro óleo con el mismo tema, aunque de dimensiones mucho menores y de factura popular, quizá del siglo XIX. Desafortunadamente no lo hemos podido observar completo, ya que en nuestra visita a aquel templo se encontraba cubierto con un lienzo como se acostumbra en la Semana Santa y no quisimos retirarlo por respeto. Pero, por lo que se puede advertir en la fotografía que aquí incluimos, en ese Purgatorio aparecen también varios eclesiásticos: un obispo, un cardenal y una monja. La parte superior, la de los santos intercesores, parece estar dividida en seis partes no integradas, sino prácticamente independientes, incluso con fondos individuales. Dos de esas partes contienen a San Lucas con su toro (arriba) y San Pedro con las llaves (abajo) y es posible que, por simetría, en las secciones del lado derecho estén representados otros apóstoles o evangelistas. La sección central superior parece contener a Cristo en la cruz, ya que es visible parte del travesaño, pero ignoramos completamente qué imagen está representada en la sección que queda bajo él.

Cuadro de Ánimas en la capilla de San Lucas Totolmaloya.

La capilla de San Lucas Totolmaloya tiene también su propio cuadro de Ánimas, y lo curioso es que, más allá del Purgatorio mismo, difiere en su composición tanto del cuadro de Aculco como del de San Pedro Denxi. Incluso parece aún más reciente que este último y de factura más deficiente. Doce ánimas aparecen aquí en el Purgatorio, formadas prácticamente sin ninguna perspectiva. Se distinguen, también, un papa, un clérigo con bonete, un rey y un obispo. Seis de los purgantes son hombres y seis son mujeres. Al centro de este Purgatorio, en un espacio delimitado por un círculo, se observa una escena del Paraíso: Adán y Eva, ya cubiertas sus desnudeces con hojas, se encuentran a los lados del árbol de la ciencia del bien y del mal. Eva lleva aún el fruto prohibido en la mano, mientras que Adán se lleva la mano a la frente.

Por encima de esta escena se observa el cráneo y las canillas de Adán, que según la tradición estaba enterrado en el Gólgota, en el mismo sitio en el que se crucificó a Jesucristo. En efecto, sobre este cráneo se yergue la cruz en la que está clavado el Mesías, que tiene por fondo un paisaje desolado. A los lados de la cruz se ven las figuras de una Virgen de los Dolores (izquierda) y del arcángel San Miguel, con la espada flamígera y la balanza que son sus atributos. Aún más arriba se observan el Sol y la Luna con rostros afligidos, y un rompimiento de Gloria en el remate deja ver a Dios Padre entre nubes, con el orbe en la mano.

jueves, 10 de diciembre de 2009

El apostolado o la última cena

La Última Cena, de Miguel Cabrera, en la sacristía de la parroquia de San Jerónimo Aculco.

En la sacristía de la parroquia de San Jerónimo Aculco -hermoso recinto cubierto con una doble bóveda de arista desplantada sobre una arquitrabe que sigue la molduración de los capiteles toscanos que soportan su arco central- se ubica la que es quizá la obra artística más relevante de todo el municipio. Se trata de un óleo de gran formato (2.30 x 4.50 metros aproximadamente), del siglo XVIII, pintado por devoción del bachiller don Nicolás Marín de Arroyo (como reza una inscripción), que reproduce la última cena de Cristo y sus doce apóstoles (de ahí que, en los viejos inventarios parroquiales más que nombrarse como la "Última cena" lo haya sido como "Apostolado"). Tradicionalmente se ha escrito que se atribuye al famosísimo pintor oaxaqueño Miguel Cabrera (1695-1768); lo cierto es que su autoría está comprobada ya que se encuentra firmada por el propio artista en un punto cercano al centro de la escena, ligeramente hacia la derecha y abajo. Dado que la pintura utilizada para realizar esta firma es oscura, resulta un poco difícil hallarla.

Vista general de la sacristía, en la que se observa la ubicación del cuadro de "La última cena", arriba de la antigua cajonera para las ropas litúrgicas.

El historiador de arte Francisco de la Maza, al que frecuentemente nos referimos en este blog por haber sido uno de los pocos investigadores de lo novohispano que se ocuparon de Aculco, calificó tajantemente a esta obra como "una de las mejores telas de Miguel Cabrera" (Francisco de la Maza, La Ruta del Padre de la Patria, SHCP, México, 1960, pág. 286). Sin duda se trata de una pintura importante, como veremos con clairidad más adelante al compararla con un par de óleos con el mismo tema realizados por Cabrera para la sacristía del antiguo colegio jesuita de Tepotzotlán.

Miguel Cabrera fue uno de los pintores más prolíficos de la Nueva España, tanto, que se cree que muchas de sus obras eran elaboradas por los oficiales y aprendices de su taller, cada uno de los cuales se especializaba en algún objeto (manos, rostros, telas, etc.). El maestro Cabrera se encargaría sólo de acabar los cuadros antes de entregarlos al cliente. De ahí que, junto con obras magníficas que sin duda son plenamente obra suya, se encuentren otras que más bien deberían atribuirse a su taller ya que se observa en ellas la participación de pinceles menos diestros.

¿Es la pintura de Aculco una obra de Cabrera o una obra de su taller? Aunque la presencia de su firma puede dar un buen indicio ya que el pintor no dudó en validarla como suya, esto no es definitivo. Lo que realmente nos puede dar más información es la comparación de esta composición con otras del mismo Cabrera, especialmente las dedicadas al tema de la última cena de Jesucristo. Afortunadamente, en el Museo Nacional del Virreinato de Tepotzotlán existe un par de óleos de Cabrera que nos servirán para este propósito. De dimensiones algo menores, muestran los episodios de "La institución de la Eucaristía" y la "Institución del Vino Sacramentado", ambos ocuridos en la última cena y que en el cuadro aculquense quedan sintetizados.

En la pintura de Aculco, de traza rectangular, los apóstoles se despliegan sentados alrededor de una mesa oblonga cubierta por un mantel blanco, en una disposición semejante a la de la muy conocida Última Cena de Leonardo da Vinci. Al centro, Jesús bendice el pan que toma con su mano izquierda, mientras a su derecha se encuentra la copa de vino. A lo largo de la mesa, se pueden ver un salero, otras piezas de pan delante de algunos de los apóstoles y cuchillos. Casi sobre Jesús aparece una lámpara de cuatro luces que se sobrepone a un fondo arquitectónico formado por las bases de unas columnas sobre pedestales y unas ventanas. Al centro de la obra, la sucesión de lámpara, rostro de Cristo y mantel blanco le dan una luminosidad que se extingue rápidamente hacia los extremos, que quedan en penumbra. La composición resulta equilibrada y muy bella. La anatomía de los personajes, especialmente apreciable en sus rostros y manos, se encuentra trazada con realismo y minuciosidad

La Institución de la Eucaristía, óleo en la sacristía del colegio jesuita de Tepotzotlán (Museo Nacional del Virreinato)

Las obras de Cabrera en Tepotzotlán tienen un perfil rectangular en su parte inferior y curvo (aunque recortado) en su parte superior. Aquí los apóstoles fueron dispuestos por el pintor, seguramente para aprovechar mejor el espacio disponible, alrededor de una mesa circular. Aunque tienen también un fondo arquitectónico, resulta poco notable y en cambio cobra importancia un gran cortinaje rojo. En uno de los cuadros aparece sobre Cristo una lámpara de más de cinco luces, que inexplicablemente ya no está en el otro, del que se supone continuación. De la misma manera, el sitial con respaldo en el que se halla sentado el Mesías en la "Institución de la Eucaristía" ha desaparecido en la "Institución del vino sacramentado".

La institución del Vino Sacramentado, óleo en la sacristía del colegio jesuita de Tepotzotlán (Museo Nacional del Virreinato).

Estos y otros aparentes "descuidos" (el orden de los apóstoles, los objetos sobre la mesa, el color de las vestiduras, la forma de los asientos) en dos cuadros que debieron presentar una secuencia nos ponen en alerta sobre el verdadero autor de la obra: sin duda, no fueron realizados en su traza general por la misma mano, aunque ambos procedieran del taller de Miguel Cabrera. ¿Pero, el maestro sería el autor directo de alguno de los dos? Podría serlo del de la "Institución de la Eucaristía", ya que muestra una mejor calidad. Pero aún al comparar éste con el cuadro existente en Aculco, resulta evidente que el aulquense es muy superior, no sólo por el equilibrio y composición de la obra, sino en sus detalles, colorido, anatomías, expresiones de los rostros de los apóstoles, difrerencias en sus fisonomías y tratamiento del claroscuro. Si alguno de estos tres cuadros es producto del pincel del propio Miguel Cabrera y no de los pintores secundarios de su taller, es sin duda el de la sacristía de la parroquia de Aculco.

Por cierto, hace algún tiempo una persona muy cercana, interesada en la preservación de nuestro legado aculquense, me comentó que le parecía riesgoso que se publicaran textos como éste, que podrían ser utilizados por ladrones para saquear los objetos artísticos e históricos más valiosos de la localidad. Aunque el riesgo siempre existe, lo cierto es que la difusión del patrimonio mexicano ha probado ser una de las mejores herramientas para combatir su tráfico, ya que al tratarse de obras perfectamente identificables disminuye su valor en el mercado negro y, lo que es mejor, resulta más frecuente su recuperación en caso de robo.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

A la venta: Ñadó, un monte una hacienda, una historia.


Hace unos días dimos cuenta de la aparición de la obra Ñadó, un monte, una hacienda, una historia, de Javier y Víctor Manuel Lara Bayón, libro publicado en la Colección Mayor de la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, creada por el Gobierno del Estado de México.

Ahora, les informamos que a partir del próximo miércoles 2 de diciembre de 2009 este título estará ya a la venta en Aculco, en la farmacia veterinaria "La Parcela de San Jerónimo", propiedad del Sr. Octavio Lara Mondragón, que se ubica en la calle de Abasolo, como se indica en el mapa:



Para cualquier duda o informacíón sobre el libro, pueden dejar un mensaje en este blog.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Ñadó, un monte, una hacienda, una historia



Después de varios -demasiados- meses de espera, por fin ha salido a la luz el libro Ñadó, un monte, una hacienda, una historia, obra ganadora de la Convocatoria de Publicación de Obra 2008, escrito por Javier y Víctor Manuel Lara Bayón y publicado en la Colección Mayor de la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario. Este trabajo es un recorrido histórico de cuatro siglos por la hacienda de Ñadó, la segunda en importancia del municipio de Aculco, que incluye mapas, fotografías y otras ilustraciones, así como un interesante apéndice documental.

Pero no puedo ser yo quien hagamos la reseña de esta obra; por ello, aparte de darles la buena nueva de su publicación, copiamos, para abrir apetito entre los interesados en la historia de esta región, el texto introductorio -sin los errores que le introdujo una desafortunada "corrección de estilo" que no hizo sino trastocar o volver confusos algunos párrafos de esta obra-:

Ñadó en perspectiva

La realidad se ofrece en perspectivas individuales. Lo que para uno está en último plano, se halla para otro en primer término. El paisaje ordena sus tamaños y sus distancias de acuerdo con nuestra retina, y nuestro corazón reparte los acentos.

José Ortega y Gasset, El Espectador.

El paisaje no sólo es entorno, sino memoria. Para quien sabe observarlo, el horizonte guarda las huellas del tiempo con enigmática fidelidad, cambiante y permanente. Bajo el acontecer humano, el paisaje ensancha su condición de escenario y se torna causa, circunstancia y efecto, depósito de razones (o de sinrazones) y de consecuencias, fuente, en fin, inestimable para el estudio de la Historia. Con este sentido, lo mismo al otear el paisaje que al estudiar un viejo documento, la exploración de un trozo de la realidad pasada significa, como observaba Ortega y Gasset, percibir prudentemente las escalas y dispensar con cordial sinceridad los acentos.

En Ñadó, un monte, una hacienda, una historia, dimensión y énfasis se revelan desde el nombre mismo del libro: es el cerro de Ñadó quien brinda al panorama la proporción y el límite, mientras que la profundidad le corresponde a la hacienda y su historia. Como todo atisbo a la realidad, esta obra se funda en una perspectiva personal, conciente además de que sólo puede expresar la parte de verdad que nos corresponde observar a nosotros mismos. Haciendo una analogía, Ñadó es bajo esta perspectiva el cerro tal como se le mira desde Aculco: con la peña y el picacho, con sus grandes cañadas que bajan desde la cumbre, con sus oscuros encinares y el sol poniéndose a sus espaldas. Una imagen sin duda discutible para quien, del otro lado del monte, ni siquiera alcanza a avizorar la peña y ve las luces del amanecer clarear a diario detrás de la silueta de Ñadó.



La perspectiva esencialmente aculquense con la que abordamos esta obra se explica por razones de origen, afectos y una clara intención: es una suerte de hija de Aculco histórico, artístico, tradicional y legendario (H. Ayuntamiento Constitucional de Aculco, 1996) y hermana por tanto de Arroyozarco, puerta de Tierra Adentro (Instituto Mexiquense de Cultura, 2003). Se trata, pues, del tercer tomo de una breve serie que ha centrado su estudio en una pequeña región al noroeste del Estado de México, vinculada estrechamente a las zonas vecinas de los estados de Hidalgo y Querétaro, que en esta ocasión se ocupa de relatar la vida varias veces centenaria de una hacienda ligada al monte que le dio nombre.




Porque Ñadó, en efecto, tiene historia, tragedia y leyenda. Situado el monte sobre la línea mal definida que separaba al Imperio Mexica de los nómadas chichimecas, la hacienda constituida a sus pies y extendida hacia las cumbres se desarrolló desde el siglo XVI y hasta bien entrado el XVIII como un latifundio de propiedad indígena. A principios del siglo XIX, la conmoción de la Guerra de Independencia le alcanzó cuando por sus encinares huyeron los hombres de Hidalgo, derrotados por vez primera en Aculco ante el general Calleja. Pocos años más tarde, en sus cimas se peleó nuevamente por la independencia cuando la natural atalaya se transformó por obra del coronel José Rafael Polo en baluarte de la lucha insurgente. Por aquel fuerte de Ñadó pasó el gobierno y la prensa itinerante de la Junta Nacional Americana de Ignacio López Rayón, y en esos mismos bosques Andrés Quintana Roo escribió la proclama de la primera conmemoración del Grito de Dolores, en 1812. Convertidos en vasta explotación forestal al menguar la centuria, de sus bosques salieron en ferrocarril los miles de pilotes sobre los que se erigieron algunos de los edificios más emblemáticos del Porfiriato en la ciudad de México y los durmientes sobre los que se tendieron cientos de kilómetros de vías férreas. Finalmente, más que la violencia de la Revolución de 1910, Ñadó vivió la rabia del agrarismo: hacia 1937, el 80% de sus tierras habían sido ya adjudicadas a los ejidatarios y el último propietario que poseyó la propiedad entera murió, cuenta la conseja, del dolor que le causó su expropiación.

De manera casi espontánea, esta historia es también una evocación de la vieja toponimia de raíz otomí, nahua y española de la zona, que en muchos casos está ya prácticamente perdida y que mucho esfuerzo nos ha costado reconstruir, aunque sea sólo en fragmentos. Intencionalmente, la crónica no se prolonga más allá de los años cuarenta del siglo XX más que para aportar algunos datos que complementan la descripción del fin de Ñadó como gran propiedad rural y para añadir algún suceso anecdótico que aligera la narración. Señalado este límite, han caído fuera de la demarcación temporal y temática varios aspectos de los que en otra ocasión habremos de ocuparnos. Uno de ellos, quizá de los más sensibles, es la supervivencia entre algunos pobladores de Ñadó de prácticas atávicas y supersticiosas que incluso han llegado al crimen: allá todavía se habla de brujas y alguna pobre mujer ha tenido que pagar con su sangre el miedo y la ignorancia de quienes se creyeron afectados por sus supuestas hechicerías. Punto menos que cuatro siglos atrás, Tláloc parecía demandar nuevamente sacrificios hace no más de treinta años, cuando se murmuraba que las obras de la cortina de la presa de Ñadó se habían atrasado porque aún no se arrojaba ningún niño al agua.

Dado que la hacienda de Ñadó no conservó sus archivos (a excepción de un par de libros de contabilidad que guarda cuidadosamente el actual propietario del casco, Arq. Emilio Alemán), las fuentes de las que se nutre esta monografía son por necesidad muy variadas. Por la importancia de la información que aportan, resultaron particularmente valiosos los documentos provenientes del Archivo General de la Nación, del Archivo General de Notarías del Estado de México y del Archivo Histórico del Municipio de Aculco. Algunos documentos existentes en acervos particulares cobraron singular relevancia, como fue el caso de los Libros Diarios de Contabilidad de 1912 a 1919 amablemente facilitados por el Dr. Humberto Mondragón Barragán, que nos permitieron esbozar un análisis de la economía de la hacienda durante la Revolución, y la Reducción del plano de la hacienda de Ñadó (1920), propiedad de la señora Carmen Mondragón Barragán. Especialmente trascendentes resultaron los papeles del archivo particular del Dr. Juan Lara Mondragón, médico a cuya admirable vocación por la historia local debe mucho este libro, así como los que hemos escrito antes y los que esperamos escribir en el futuro. El componente bibliográfico, si bien estimable, no tuvo en el caso de Ñadó la preeminencia que adquirió en nuestro anterior trabajo sobre la hacienda de Arroyozarco. La tradición oral encontró cabida principalmente como una guía para buscar, organizar y dar sentido a las distintas piezas que conforman este gran mosaico.

Finalmente, para concluir con esta pequeña introducción, sólo nos resta comunicarle al lector que hallará mucha información adicional al texto en las notas al pie, por lo que le convendría no evitar su lectura. Para nosotros es esa, de alguna forma, la manera de acompañarle en los pasos difíciles a lo largo del recorrido histórico por Ñado, monte y hacienda.



La distribución de este libro, como ocurre con todas las obras de la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, es deficiente y se limita a ciertas librerías de la ciudad de Toluca. Sin embargo, próximamente informaremos aquí mismo del sitio en que podrá ser adquirido en Aculco. Mientras tanto, se puede obtener la versión electrónica de Ñadó, un monte, una hacienda, una historia en el sitio de internet del Consejo Editorial de la Administración Pública del Estado de México.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Los nombres de Aculco

Yo pedía alguna cosa especial y perfecta para mi ciudad,
Cuando he aquí que surgió su nombre aborigen.
Ahora veo lo que hay en un nombre, en una palabra diáfana,
vigorosa, indócil, musical, arrogante,
Veo que la palabra de mi ciudad es la palabra antigua...

Walt Whitman





El nombre náhuatl de Aculco y su escudo municipal actual

El nombre de Aculco, según los especialistas en etimologías mexicanas, proviene del náhuatl Acolco o Acocolco, cuyas raíces serían las palabras Atl-agua, coltic-torcido y co-lugar, lo que significaría en conjunto "en el agua torcida", "en donde tuerce el agua" o quizá, con un significado menos literal, "donde el agua corre formando meandros". La primera interpretación es la más conocida localmente, y los lugareños la explican por la presencia de agua dulce y salada en mantos freáticos del subsuelo de la cabecera municipal, con lo que la "torcedura" de agua tendría un sentido metafórico. Existe una versión más, poco difundida, según la cual el significado etimológico sería "lugar del cuculin del agua"; el cuculin es el nido esponjoso comestible compuesto de celdillas de la larva del insecto axayácatl (ahuautlea mexicana), especie común de los lagos del centro de México.

Desde la época colonial y hasta 1954, el pueblo de Aculco llevó además el nombre del padre y doctor de la Iglesia San Jerónimo. A partir de ese año, por decreto no. 1 de la XXXIX Legislatura del Estado, el nombre fue cambiado por Aculco de Espinosa en honor a don Ignacio de ese apellido, filántropo originario del lugar. Años después comenzó a escribirse, incorrectamente, Aculco de Espinoza (con "z"), sin tomar en cuenta la ortografía original usada por don Ignacio al escribir su nombre, aunque de cierto tiempo para acá se ha venido recuperando el uso correcto. Cabe recalcar que solamente la cabecera lleva el apellido de este benefactor, por lo que resulta equivocado hablar, como llegan a hacerlo aún las autoridades, del "Municipio de Aculco de Espinosa".







Fig. 1 Escudo del muncipio de Aculco basado (según Mario Colín) en un glifo de del Códice Moctezuma. Tomado de Robelo, Cecilio et. alt. (1966) pág. 233.


Hace poco más de cuarenta años, las autoridades culturales del Estado de México estimularon la adopción de símbolos que habrían de constituirse en importantes factores de identidad local. Acorde con esta idea, fue publicado en 1966 el libro Nombres Geográficos Indígenas del Estado de México, como parte de la Biblioteca Enciclopédica del Estado de México dirigida por Mario Colín. Además de proporcionar información sobre la etimología de diversos pueblos, villas, ciudades y comunidades de nuestro Estado, en el libro se incluyó un interesante anexo en el que mostraba los glifos topográficos prehispánicos que le corresponderían a cada entidad municipal de acuerdo con su nombre indígena, e iba incluso más allá al proponer glifos nuevos para aquellas cabeceras que carecían de un pictograma conocido proveniente de los códices. Los municipios mexiquenses se apresuraron a aceptar estos glifos como escudos municipales, sin mucha reflexión.





Fig. 1 bis. Diseño actual del escudo municipal de Aculco. Obsérvese la estilización del escudo original propuesto por Mario Colín y con ello la pérdida de claridad en algunos elementos, como los caracoles que rematan las corrientes de agua.







Pronto, y casi sin excepción, estos glifos-escudos se convirtieron en símbolos conocidos y aceptados localmente. Ciertamente hubo -y aún las hay- discusiones sobre los escudos de municipios como Acambay y Polotitlán, pero en la mayoría de los casos los glifos antiguos y los de nueva factura propuestos por Mario Colín fueron adoptados oficialmente sin problema alguno e incluso su uso fue restringido en los respectivos Bandos Municipales a los órganos del gobierno local. Sin embargo, la selección de glifos no fue en ciertos casos particulares la más acertada. Tal sucedió con el escudo del Municipio de Aculco.

En primera instancia, el encontrar un escudo municipal para Aculco a partir de los dibujos de los códices no fue tarea ardua para el equipo de Mario Colín, pues los glifos para Acolco y Acocolco aparecen en bastantes ocasiones en dichos documentos y las glosas en letras latinas invariablemente certifican que se hace referencia a lugares con esos nombres. En la mayor parte de los casos (como en el Códice Mendoza [foja 28r] y la Tira de la Peregrinación o Códice Boturini [foja 19r], por citar algunos ejemplos) el diseño es casi el mismo: el glifo atl-agua, con sus usuales gotas y caracolillos, que se curva fuertemente una o dos veces (figs. 1 y 2), dando una impresión de sinuosidad. En otras ocasiones se presentan pequeñas variantes, como es el caso del glifo del Códice Osuna, cuyo diseño es similar pero más sencillo y aún hay casos excepcionales en los que el glifo es totalmente diferente al descrito, como sucede con el Acolco casi borrado del Mapa de Tepechpan, en donde aparece una cabeza humana acompañada de tules, y restos del signo atl, lo cual podría relacionarlo quizá con el significado de "lugar del cuculin de agua" del que hemos hablado líneas arriba.



Fig. 2 Glifo de Acocolco del Códice Boturini. Foja 19r. Nótese la doble curvatura del glifo.




De entre las diferentes versiones existentes del glifo, se adoptó como escudo de Aculco, quizá debido a su elegante dibujo, uno procedente del Códice Moctezuma, según anotó Mario Colín (Fig. 1). Sin embargo, la asignación fue de carácter ciertamente hipotético, pues es casi seguro que este glifo, lo mismo que los demás Acolcos y Acocolcos de los otros códices, no se refiera al Aculco del norte del Estado de México, sino a un pueblo que tributaba en la cabecera de Atotonilco (hoy de Pedraza), que los especialistas dan por desaparecido, o a otros pueblos del Valle de México. De haberse hallado un Aculco perteneciente explícitamente a la cabecera tributaria de Jilotepec no existiría esta duda y podría afirmarse con razonable certeza que el glifo utilizado como escudo de Aculco es el correcto, pero no es así.








Fig. 3 El nombre otomí-español de Aculco, San Jerónimo Atamêhe, escrito en la foja 1r del libro de bautizos 1606-1651 del Archivo Parroquial. Este documento se halla signado por el venerable padre fray Francisco del Saz, de la orden franciscana.Atamêhe (Antämehe según las convenciones actuales del otomí) significa "Gran Manantial"




A pesar de esto, podemos decir en gracia a Mario Colín y a su equipo que, de acuerdo con la información con la que contaban en aquel momento, su elección fue la más conveniente, aunque a la postre resultó no ser acertada como veremos más adelante. Es importante hacer notar que quien busque actualmente el buen dibujo del glifo original propuesto por Colín en el escudo de Aculco no lo hallará, pues fue rediseñado hace pocos años estilizándolo, con lo que perdió en gracia y estética (fig. 1 bis).


¿Y el nombre otomí de Aculco?

Los primitivos habitantes del territorio comprendido hoy en día por el municipio de Aculco pertenecieron a la nación otomí. Es natural, por lo tanto, que los pobladores dieran un nombre en su propia lengua a este asentamiento, y el náhuatl Aculco sería más bien una versión "extranjera" de dicho nombre, que sin embargo se habría convertido en el más común al correr del tiempo. Caso parecido es el de Querétaro, que tiene un nombre tarasco distinto del que le daban sus primeros habitantes otomíes: Andämaxëi.

El uso del nombre otomí de Aculco se perdió con el transcurrir de los siglos, por lo menos entre los habitantes de la cabecera municipal, aunque no es imposible que se conserve entre los otomíes de los pueblos de su jurisdicción. Al respecto, en 1987 el entonces Cronista de Aculco, Domingo Gaspar Sampayo, escribió en su Monografía Municipal que, gracias a ciertas investigaciones, se sabía que el nombre que daban los indígenas otomíes al pueblo era Dogme, palabra a la que atribuía el significado de "Dos Aguas" con la ya conocida explicación del agua dulce y salada del subsuelo. Esta equivalencia me pareció entonces poco sustentada (especialmente porque "Lugar de Dos Aguas" se diría Yondehe o algo parecido en otomí), pero por carecer de otra la incluí en el libro Aculco histórico, artístico, tradicional y legendario (1996).

Aunque la duda sobre el nombre otomí de Aculco subsistía y quien esto escribe frecuentemente indagaba al respecto, tuvieron que pasar cuatro años más para poder encontrar nuevas pistas importantes sobre ese nombre desconocido. Afortunadamente, a mediados del año 2000 di por casualidad con el libro La conquista del Bajío y los orígenes de San Miguel de Allende, en el cual aparece la transcripción de dos interesantes documentos: la "Relación de Méritos de Pedro Martín de Toro" (o "Manuscrito García"), que ya conocíamos gracias a la edición del doctor Ayala Echávarri y, sobre todo, el documento original en otomí del que deriva aquél ("Manuscrito Martín"). En el primer documento se menciona explícitamente el pueblo de "San Gerónimo Aculco" y en el original otomí se lee "San Gerónimo Andanmemahini", por lo que pensé se podría tratar de los nombres del mismo lugar en sus versiones náhuatl-española y otomí-española y quizá entonces habría hallado finalmente el dato que buscaba. Con gran interés por dilucidar el asunto, me comuniqué con el autor del libro, el especialista en cultura otomí y arte virreinal David Charles Wright Carr, entonces investigador y docente de la Universidad del Valle de México, campus San Miguel de Allende.




Fig. 4. Glifo de Antämehe del Códice de Huichapan. Foja 5r. De acuerdo con su nombre otomí, este debería ser el escudo municipal de Aculco.




En comunicación personal del 6 de mayo de 2000, David Wright me expuso que "Andanmemahini podría ser un nombre otomí de Aculco; también podría ser un pueblo distinto de ‘San Gerónimo’, viendo el uso errático de los signos de puntuación en el manuscrito". Asimismo, me indicó que no le había sido posible todavía traducir esta palabra, a excepción del prefijo Anda-, que significa lugar grande. Con manifiesto interés por el asunto, David Wright me informó haber encontrado para Aculco en un texto de Henrietta Andrews el topónimo otomí Ndamjë, con la traducción "Tepalcates Quebrados". También me comentó que López Yepes, en el vocabulario anexo a su Catecismo de 1826, apunta como traducción de Aculco la voz otomí, muy similar, Dämfe. Con esto, aunque el asunto del nombre otomí de Aculco permanecía sin aclarar plenamente, había logrado reunir tres candidatos con sustento documental: Andanmemahini, Ndamjë y Dämfe, y uno sin él: Dogme.






Fig. 5. Glifo de Acocolco del Códice Mendoza. Foja 28r. Hace referencia a un pueblo desaparecido que tributaba en Atotonilco de Pedraza. Es de hecho el mismo símbolo usado actualmente como escudo municipal.



El misterio de un nombre y un símbolo

Meses después de mi primera comunicación con David Wright obtuve unas copias fotostáticas de las fojas iniciales del Libro de Bautizos 1606-1651 de la parroquia (entonces asistencia, doctrina o vicaría franciscana) de San Jerónimo Aculco, tomadas a partir de microfilmes resguardados en el Archivo General de la Nación. En este documento, el primer registro legible, escrito en otomí, dice:

Queya mapa a martes na 18 juliius 1606 años nugua pithai [roto] a s. jheronimo atamêhe copita tapi o ma magatahu o fray [roto] nihmi o fiscal antogar xin. miguel de s. luis Anlonso [roto] gabriel de los angls. totaopho lucas gara. (versión paleográfica de D.W.)

Cuando lo leí, no lo podía creer: finalmente tenía en las manos una evidencia clara del nombre otomí de Aculco, en un documento que reunía todas las características posibles de autenticidad: casi 400 años de antigüedad, redactado en lengua otomí, escrito quizá por un fraile franciscano o más probablemente por un escribano indígena local, dados los errores en palabras que quizá un español no habría cometido como "Anlonso" por "Alonso" y "juliius" por "julius". Era muy probable que el Atamêhe que claramente se ve en el documento (fig. 3) fuera en definitiva el nombre otomí de Aculco. Para confirmar mis suposiciones, basadas solamente en el sentido común y no en un conocimiento de la lengua y toponimia otomí, del que ciertamente carezco, envié copia del documento a David Wright, quien pudo traducir el párrafo de la siguiente manera:

Año y día martes 18 de julio de 1606, aquí [...] en San Jerónimo Atamêhe [Antämehe - "Gran Manantial", Antä-grande, mehe-manantial, pozo] [...] fray [...] el fiscal Antonio García y Miguel de San Luis, Alonso [...] Gabriel de los Ángeles, el escribano Lucas García.

Como lo suponía, David Wright opinó que habíamos hallado el nombre otomí de Aculco. Y no solamente quedó determinado así que dicho nombre era Antämehe (escrito de acuerdo con las convenciones ortográficas actuales del otomí), sino que el maestro Wright agregó un dato sorprendente: el topónimo Antämehe, con su glifo correspondiente, aparecía en la foja 5 recto del único códice con glosas en otomí conocido hasta el momento: el Códice de Huichapan, documento colonial de mediados del siglo XVII, es decir, contemporáneo del Libro de Bautizos 1606-1651 de la parroquia de Aculco. El glifo de Antämehe de este códice (fig. 4) consiste en el símbolo del agua, pero no en la forma sinuosa del glifo de Acolco, sino en una espiral erizada de corrientes que nacen de ella y terminan en gotas o caracolillos. Curiosamente, el glifo no corresponde al de su más cercana traducción al náhuatl: Ameyalco (Lugar del Manantial) o Huey Ameyalco (Lugar del Gran Manantial)(fig. 8) y resulta evidente que guarda mayor proximidad con el de Acolco, lo cual parece no ser ciertamente una casualidad.




Fig. 6. Remate fitoforme de la fachada de la iglesia parroquial de Aculco (lado izquierdo). El relieve central, en forma de espiral, podría estar relacionado con el glifo de Antämehe.





Ahora bien, Huichapan fue sede, después de Jilotepec, de la Alcaldía Mayor a la que perteneció Aculco en el virreinato. El convento mismo de Aculco mantenía una estrecha relación con el convento de San Mateo Huichapan. Por ello considero muy probable que el glifo y su glosa se refieran a San Jeronimo Aculco o quizá, aunque la posibilidad es más remota, a San Juan Aculco, pueblo desaparecido que se localizó a poca distancia de San Jerónimo hacia el oriente y que fue congregado con él antes de 1610 (que por lo tanto no existía ya cuando se dibujó el Códice de Huichapan, terminado ca. 1632). Estaríamos entonces ante el verdadero glifo particular de este pueblo del Estado de México, que por razones naturales de autenticidad, antigüedad y orígenes étnicos debería ser su escudo municipal, con preferencia sobre el glifo náhuatl de Aculco (fig. 5), del que no sabemos a ciencia cierta si alguna vez fue utilizado para señalar a nuestro municipio antes del siglo XX.

A la luz del hallazgo del nombre Antämehe fue posible para David Wright comprender el significado del topónimo Andanmemahini (o Andämemahnini, usando los signos fonéticos modernos), pues se trata del mismo nombre al que se le han agregado la partícula locativa ma- y la palabra hnini, que significa pueblo, perdiéndose por síncopa la sílaba -he. Andanmemahini significa, por lo tanto, "El pueblo de Antämehe", es decir, "El pueblo del Gran Manantial".

Como dato adicional, debemos mencionar que existe un glifo de Antämehe tallado en piedra que se encontraba antiguamente en los muros del convento de Jilotepec, junto con otros glifos de poblados cuyos pictogramas aparecen igualmente en el Códice de Huichapan(Fig. 9). Estas piezas, de posible origen prehispánico, fueron llevadas a principios del siglo XX al Museo Nacional por don Andrés Molina Enríquez y allí continúan embodegadas. Otro relieve en piedra que podría estar relacionado con el glifo de Antämehe es la espiral que aparece al centro de los remates fitoformes que coronan los cuerpos de columnas apareadas de la fachada parroquial de Aculco (fig. 6), que data de entre 1685 y 1708. Sin embargo, Wright nos ha hecho notar que estas espirales carecen de los signos diagnósticos del glifo agua (caracolillos, conchas y cuentas o gotas que afectan la forma de una dona), por lo que su semejanza con el glifo Antämehe puede ser solamente accidental.


Fig. 7. El otro nombre otomí-español de Aculco, San Jerónimo Amonttadehe (Anmõnttãdehe), en dos versiones. La versión superior corresponde al registro del 6 de noviembre de 1625 y la inferior al del 6 de septiembre de 1626, ambas provenientes del Libro de Bautizos 1606-1651 del Archivo Parroquial de Aculco. Anmõnttãdehe fue traducido por Ecker como "Corvo Río."






Aculco - Antämehe ... ¿o Anmõnttãdehe?

Develado aparentemente el nombre de Aculco en otomí - casi prodríamos decir su nombre original - y su verdadero glifo, subsisten varias dudas sobre este tema. La primera de ellas proviene precisamente de la misma fuente que permitió conocer ese nombre: el Libro Parroquial 1606-1651; sucede que en ocasiones (muy contadas, por cierto) se muestra en estos registros otro topónimo muy distinto del inicial Atamêhe y sus variantes normales, que suelen intercalar la letra n quizá para señalar ciertas nasalizaciones. Este extraño topónimo es San Jerónimo Amonttadehe (fig. 7).

En opinión de David Wright (comunicación personal del 20 de diciembre de 2000) este topónimo podría estar relacionado con el Anmonttodehe del Trasunto de Diego García Mendosa de Motecsuma, del Códice de Pedro Martín del Toro, escrito por Francisco Martín de la Puente. En dicho documento se expresa que Anmonttodehe significa "Río con Abrevaderos". Creo más probable, sin embargo, que ese nombre sea el mismo Anmônttâdehe que aparece en el folio 53 del Códice de Huichapan. Para suponer esto me apoyo en la evidente semejanza que estos topónimos guardan entre sí, pero más significativamente me baso en la traducción que Lawrence Ecker hizo de este vocablo: "Corvo -Río", es decir, "Río con Curvas". Compárese esta interpretación con el sentido de "Río Torcido" que se puede dar a Acolco y se verá que no es más que una traducción literal de dicho nombre náhuatl.



Fig. 8. Glifo del equivalente náhuatl de Antämehe: Ameyalco, tomado de la lámina 23 del Códice Mendoza.



El hecho de que ambos nombres, Atamêhe y Amonttadehe aparezcan dentro de los mismos folios en registros inmediatos en el libro parroquial 1606-1651 no hace sino complicar la situación, pues nos indica que se usaban simultáneamente. Esto abre la posibilidad de que se trate de dos poblados distintos que llevaban el mismo nombre de San Jerónimo (tal vez dos pueblos congregados como ocurrió con San Juan Aculco, o quizá solamente dos barrios contiguos con habitantes del mismo o diverso origen étnico, pues de hecho aún existe en el pueblo de Aculco un barrio llamado de San Jerónimo). Nosotros nos inclinamos a creer que ambos son nombres válidos para el mismo lugar como podría ser el caso de Madenxi y Amadontäxi, nombres otomíes de Jilotepec que, aunque posiblemente relacionados, no tienen un significado idéntico. En todo caso, Atamêhe y Amonttadehe, aún como pueblos distintos, podrían considerarse como origen del poblado actual de Aculco de Espinosa.







Fig. 9 Glifo de Antamehe en piedra. Proviene de la barda del atrio de la parroquia de Jilotepec y fue enviada al Museo Nacional a principios del siglo XX por don Andrés Molina Enríquez.




Si bien es aventurado especular sin mayor profundización sobre las razones del uso de estos dos nombres otomíes de Aculco en la primera mitad el siglo XVII, existen ciertos puntos evidentes de especial importancia que debemos recalcar:

- Los nombres de San Jerónimo Atamêhe (Antämehe) y San Jerónimo Anmontadehe (Anmõnttãdehe) provienen de una misma fuente confiable, por lo que no podemos señalar a alguno de ellos como incorrecto.

- Ambos nombres otomíes se encuentran dentro del mismo campo semántico lugar-agua. Lo mismo sucede con el náhuatl Acolco, del que además es traducción literal el nombre Anmonttadehe (Anmõnttãdehe).

- Los glifos de Atamêhe y Acolco muestran el mismo concepto de "agua torcida", el primero afectando la forma de una espiral y el segundo como una corriente con meandros. Las teorías que intentan demostrar la existencia de un lenguaje semasiográfico que habría sido comprensible por los distintos grupos indígenas prehispánicos del centro de México, a pesar de su lengua distinta, y que sería el lenguaje propio de los códices, demostrarían que Aculco y Antämehe son simplemente las traducciones náhuatl y otomí de un mismo glifo de uso común entre éstas y otras naciones indias.

- Los topónimos Atamêhe (Antämehe) y Anmontadehe (Anmõnttãdehe) aparecen en otra fuente histórica confiable: el Códice de Huichapan. No sería extraño que, al igual que sucede en los libros parroquiales de Aculco, los dos nombres se refirieran a un mismo lugar, que muy probablemente sea el Aculco que hoy conocemos.

- El resto de los pretendidos nombres otomíes del pueblo de Aculco se puede desechar de momento, hasta no hallar evidencia histórica de su uso real en este lugar (con excepción de Andanmemahini, que como ya vimos es el mismo Antämehe).


A pesar de lo señalado en el último inciso, hay que aclarar que permanece el problema de la relación entre los nombres otomíes históricamente aplicados al lugar y los que aportan otras fuentes como traducciones de Aculco. En opinión de David Wright, Ndamjë y Dämfe podrían ser simplemente formas sincopadas de Antämehe, pues evidentemente tienen la misma cadencia y pronunciación cercana pero, entonces, ¿por qué el extraño significado de "Tepalcates Quebrados", tan ajeno a "Gran Manantial" y aún a "Río Torcido"? La palabra Dogme podría ser igualmente, según creemos, una forma sincopada transcrita incorrectamente por alguien que desconocía el otomí, pero que pudo haberlo escuchado directamente de hablantes de esa lengua. Lo que parece estar sin duda alejado de toda realidad es el significado de "Dos Aguas" que se quiso dar a Dogme.

Y bien, dadas las evidencias aquí presentadas, ¿sería conveniente reemplazar el escudo municipal de Aculco por el glifo de Antämehe? Por razones de autenticidad, quizá debiera hacerse, aún a costa de dañar la identificación que ya existe con el glifo actual y no sin antes consultar con especialistas en la materia para evitar que se cometa un nuevo error. Sin embargo, no es en absoluto algo necesario. Lo verdaderamente importante es que se tenga conocimiento de los antecedentes del actual escudo de Aculco, de las razones aquí expuestas que demuestran que se actuó con cierta ligereza al asignarlo a este municipio del Estado de México y que se logre recuperar en la memoria de sus habitantes su antiguo nombre otomí-español de San Jerónimo Antämehe / Anmõnttãdehe con su glifo característico en forma de espiral de agua.



Bibliografía Básica


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___________ EXPRESIÓN ANTROPOLÓGICA. Nueva Época. Nos. 4-5. Toluca, 1997. Instituto Mexiquense de Cultura.


___________ LIBRO DE BAUTIZOS 1606-1651 DE LA VICARIA FRANCISCANA DE SAN JERONIMO ACULCO. Archivo Parroquial de San Jerónimo Aculco, Estado de México.


___________ MERCED DE UN SITIO DE VENTA A LA COMUNIDAD DE INDIOS DE JILOTEPEC. Grupo Documental Tierras. Vol. 3673. Exp. 16. Fojas 1-15v. Archivo General de la Nación. En este documento se encuentra implícito el dato de congregación de San Juan y San Jerónimo Aculco.


___________ TIRA DE TEPECHPAN, CODICE COLONIAL PROCEDENTE DEL VALLE DE MEXICO (2 Volúmenes). Edición y comentarios por Xavier Noguez. México, 1978. Biblioteca Enciclopédica del Estado de México (Nos. 64 y 65).


___________ TIRA DE LA PEREGRINACIÓN. Mexico, 1944. Librería Anticuaria G.M. Echaniz.

viernes, 23 de octubre de 2009

Bestiario aculquense III

Continuación de Bestiario aculquense I y Bestiario aculquense II.

¿Leones guardianes, monos o demonios?

Hace algunos meses platicamos muy extensamente acerca de las mutilaciones que ha sufrido la interesante Casa de los Terreros hasta dejarla casi irreconocible. Al hablar de sus interiores, nos referimos al par de figuras zoomorfas que adornaban la base de un par de las columnas de su corredor.

Vist antigua del corerdor de la Casa de los Terreros. En primer plano, una de las bases adornadas con figuras zoomorfas.

Aunque no descartamos la posibilidad de que representen monos o de "demonios" -como decía el antiguo propietario de la casa-,como apuntamos entonces muy probablemente se trata de "leones guardianes" o leones Fu, de procedencia china, que se creía tenían poderes protectores y por ello eran colocados al frente de templos, tumbas, oficinas y casas en su región de orígen. En el arte de la Nueva España fueron relativamente abundantes y llegaron, como muchas otras influencias orientales, a través del Galeón de Manila.

Figura del lado izquierdo.

Figura del lado derecho.

Quizá conservaron ya en estas tierras su significación protectora; en este caso, parecen guardar la entrada a lo que fue el principal de los aposentos de la casa: la sala.

Par de columnas en cuyas bases se encontraban las figuras zoomorfas.

Por cierto, la portada de esta sala ostentaba otro par de figuras animales: dos águilas bicéfalas que se ubicaban en la prolongación de las jambas hacia su cornisa. Lamentablemente no llegué atomar una fotografía detallada de ellas y ahora, dado el grado de alteración de la casa, es posible que no existan más.

En esta mala fotografía apenas son distinguibles los relieves que representaban águilas de dos cabezas, en la portada de la sala de esta casa.


Pez de obsidiana

La naturaleza de esta pieza es esencialmente distinta al del resto de las que aparecen en este bestiario. No se trata de un elemento escultórico-arquitectónico como el resto, sino más bien un artefacto. Representa un extraño pez de obsidiana de más de 40 centímetros de longitud, cuya cabeza se prolonga como para representar un pez espada o quizá un tiburón, y que posiblemente fue utilizado como cuchillo.



Se presume que es de origen prehispánico, pues fue hallado entrerrado en tierras de cultivo muy cerca de los "mogotes" o restos de construcciones prehispánicas que se encuentran en las inmediaciones del pueblo aculquense de La Concepción. Desconozco quién es su propietario ya que, aunque la pieza estuvo expuesta en la Casa de la Cultura de Aculco en 1997 -ocasión en la que le tomé ésta y otras malas fotografías- no me quisieron informar en esa institución de quién se trataba, porque les había pedido que guardaran su anonimato.

Fotografía del pez tomada por el Profr. Gustavo Ángeles.

Sin duda es una pieza extraordinaria, uno de los pocos vestigios notables de los tiempos prehispánicos en nuestro municipio y merece un estudio profundo.


Gallos de la pasión

Fue muy frecuente en los siglos del Virreinato el adorno de las cruces -cuando su tamaño lo permitía- con las figuras alusivas a la Pasión de Cristo: los tres clavos, el INRI, las pinzas, la escalera, la columna, la lanza, la bolsa con las 30 monedas... y, por supuesto el "gallo de la Pasión", aquél del que habló Cristo cuando le aseguró a San Pedro que antes de que cantara tres veces, él lo habría negado dos.



Entre los gallos de la Pasión labrados en las cruces aculquenses, quizá el de mayor tamaño es éste, que pertenece a la cruz atrial de la capilla de Nenthé (a orillas de Aculco). Pese al desgaste de la piedra después de cuatro siglos a la intemperie, aún se puede apreciar la ingenuidad con que fueron tallados su cresta, pico, patas y las plumas de su cola.

Pero para ver gallos de la Pasión verdaderamente interesantes, tendremos que desplazarnos unos kilómetros hacia el poniente, al pueblo hoy queretano de San Ildefonso Tultepec. Este poblado dependió desde tiempos antiguos de Aculco (en su calidad de ayuda de parroquia de Jilotepec) hasta que, a mediados del siglo XVIII, al formarse la nueva parroquia de Amealco tomando territorio perteneciente a San Juan del Río y Aculco, quedó definitivamente separada.

El edificio de la actual capilla de San Ildefonso es algunos años posterior a esa separación, por lo que no forma parte -estrictamente hablando- de la historia y el arte aculquense. Pero no sucede lo mismo con los restos del antiguo templo: en efecto, empotrados en la barda atrial se encuentran abundantes piedras labradas que, según documentos hallados por Víctor Manuel Lara Bayón, corresponden a la vieja capilla y por lo tanto sí se les puede considerar como parte del ciclo aculquense.

Relieve procedente de la antigua capilla de San Ildefonso Tultepec, empotrado en la barda del atrio de la capilla actual. Se remonta a tiempos en que San Ildefonso dependía del convento de Aculco, lo que demuetra el cordón franciscano que lo rodea.

Entre estos vestigios se encuentran precisamente un par de representaciones del gallo en sendos bajorrelieves en los que aparece la cruz y algunos otros símbolos de la pasión.

Primer gallo de la Pasión de San Ildefonso Tultepec.

El primero de estos gallos de la Pasión es muy pequeño, labrado con sencillez y casi oculto por las muchas capas de pintura que cubren la escultura. Por la longitud de su cola y forma de la cresta, podría ser tomado más por un pájaro carpintero u otra ave que por un gallo.

El interesante relieve que contiene el segundo gallo.

El segundo gallo, por el contrario, es una pieza de verdadera importancia. Lo primero que llama la atención es su gran tamaño, ya que ocupa por lo menos una cuarta parte del relieve que lo contiene. Aparece con las alas desplegadas formando graciosas curvas, con una pata apoyada en el piso y sosteniendo algo, al parecer, con la otra. Su gran cola y su copete parecen los de un pavorreal.Su cuerpo está cubierto de incisiones que representan plumas. Es sin duda, un relieve que merece un estudio más detallado, aunque ahora tengamos que limitarnos sólo a señalar su existencia.

Detalle del segundo gallo de la Pasión de San Ildefonso Tultepec.


El jaguar de San Ildefonso



Y ahí mismo, en San Ildefonso Tultepec se encuentra una de las figuras zoomorfas más intrigantes de la región: un jaguar. Aunque es más difícil asegurar que esta pieza que se remonta a los tiempos en que este pueblo dependía de Aculco, no quisimos dejarlo fuera precisamente por su rareza. Y lo sorprendente es que, al parecer, no es la única representación de un felino en dicha capilla.

Lápida al lado izquierdo de la entrada al atrio de la capilla de San Ildefonso Tultepec.

Como se puede apreciar en esta lápida, colocada al lado izquierdo de la entrada al atrio y que al parecer también reproduce algunos símbolos de la pasión, a la derecha hay una figura muy desgastada que podría interpretarse como un león rampante, ya que son distinguibles sus fauces, el nacimiento de sus patas, su cola y, si la vista no nos engaña, su melena. Pero obsérvese también que el cuerpo está cubierto con marcas circulares que parecen representar manchas como las de un jaguar.

El segundo jaguar, o tal vez león.

Al lado opuesto de la cruz existió otra figura que en algún momento y por razones desconocidas, parece haber sido eliminada.


Los que faltan

Hasta aquí llega, por ahora, nuestro Bestiario aculquense. Por supuesto, hemos dejado fuera algunas representaciones zoológicas de nuestro municipio debido a que no forman parte del cuadro que hemos querido esbozar, ya sea por su material (como la chapa de hierro en forma de serpiente que alguna vez pertenció a la Casa del Volcán o las águilas bicéfalas de la chapa de la Casa de los Alcántara Terreros), por su poca antigüedad (como el Oso Bueno, o la ridícula cabecita de León que el Ayuntamiento colocó en la fuente del Ojo de Agua) o simplemente porque no contamos con una foto de ellos, ya sea que hayan desaparecido (es el caso de los pilares con lagartos que tuvo la prácticamente desaparecida Casa de los Mondragón, en la calle Manuel del Mazo) o que aún existan.

Agradezco a Víctor Manuel Lara Bayón el haberme proporcionado buena parte de las fotografías que aparecen en esta serie de posts.