miércoles, 7 de julio de 2021

Un raro cuadro de tema trinitario

Muchas veces me he referido aquí al patrimonio perdido de Aculco, tanto arquitectónico como inmaterial, lo mismo mueble que inmueble. Pocas veces, en cambio, he escrito sobre el patrimonio agregado o incorporado, es decir, aquellos bienes culturales que se añaden a los que el poblado posee de origen y que enriquecen ese patrimonio. Hoy quiero platicarles precisamente sobre un objeto de este tipo: una pintura al óleo del siglo XVIII que llegó hace poco a una colección particular de Aculco.

La pintura mide aproximadamente 130 por 90 centímetros. Su procedencia original es desconocida aunque quizá proviene de la Ciudad de México o de sus cercanías. A pesar de la pérdida de algunas áreas de capa pictórica se halla en buen estado gracias a una restauración efectuada hace cerca de una década. No tiene marco ni firma. Si bien es obra del periodo barroco, su adscripción a este estilo se sostiene más en la profusión de símbolos y la abundancia de personajes que en una exuberancia ornamental.

A su pie se encuentra una cartela con una inscripción incompleta, que a pesar de todo provee alguna información interesante: "A devoción de don Francisco de Santiago [...] Alejandro Sexto concedió doce mil años de perdón [...] pecados mortales y siete mil de los veniales a los que delante de la estampa de Jesús, María y señor san Joaquín y señora Santa Ana hicieren la siguiente deprecación: [Dios te salve,] Virgen María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, tu gracia sea conmigo. Bendita eres entre todas las mujeres. Bendito sea mi señor san Joaquín, tu dichoso padre y bendita sea mi señora santa Ana tu madre [de la que naciste] sin mancha Virgen María y de ti nació Jesucristo, hijo de Dios vivo. Amén. [...] Tres padresnuestros y tres avesmarías [...] 27 de 1754 [...] Imagen de Nuestra Señora de Gracia que se venera en el Real Convento de Granada."

Si sólo tomamos en cuenta ese texto, nuestra primera impresión será que se trata de un cuadro que promueve una devoción a través de la indulgencia concedida por el papa (la cual, por cierto, tiene fecha de 1494 y se refiere únicamente a la imagen de santa Ana, no a las de san Joaquín, María y Jesús en conjunto como dice la cartela). A la par de esta devoción está la de la Virgen de Gracia, advocación muy extendida por Andalucía, España. Pero al mirar la pintura resultará evidente que nos estamos perdiendo de algo y que la explicación del texto no alcanza a aclarar toda su particular iconografía.

Veamos, pues, los detalles del cuadro para descifrar su sentido.

En la parte más alta hay un rompimiento de gloria en el que aparecen a la izquierda Cristo -cubierto con una túnica roja y portando una cruz- y a la derecha el Padre Eterno -con túnica blanca, capa roja, cetro en la mano, el orbe que representa al mundo en la mano izquierda y su característica aureola en forma triangular-. Las dos figuras están sedentes sobre nubes. Entre ellos se encuentra la paloma que simboliza al Espítu Santo. Tenemos, pues, representada aquí a la Santísima Trinidad: las tres personas que conforman al Dios único.

También entre Dios Padre y Dios Hijo está, un poco más abajo, la imagen de Nuestra Señora de Gracia. Se puede advertir que no representa directamente a la persona, sino a la figura escultórica que materialmente se veneraba en Granada. Esta escultura aún existe en aquella ciudad andaluza, si bien se expone sin sus amplios ropajes barrocos. A pesar de ello, los grabados antiguos nos la muestran como la representó en el cuadro el desconocido pintor, con su manto y saya ricamente bordados en oro y el característico resplandor ondulante -en forma de ocho- de esta advocación.

Esta imagen se venera -como bien indica el cuadro- en el Real Convento de Nuestra Señora de Gracia de la ciudad de Granada. El convento estaba a cargo de la orden reformada de la Santísima Trinidad o "trinitarios descalzos", religiosos que tenían como labor el rescate e intercambio de cautivos, especialmente en los países islámicos, y que se habían asentado en la ciudad a principios del siglo XVII. De hecho, esa advocación mariana es particular de esta orden, por lo que resulta así un segundo elemento de este cuadro relacionado con la Trinidad.

Un tercer componente trinitario, como veremos enseguida, es el ángel que aparece en el centro inferior de la composición. Nótese que sostiene en las manos las cadenas de un par de cautivos postrados a sus pies. Este es un elemento frecuente en las representaciones de la orden trinitaria, en el que uno de los cautivos representa a un cristiano (a la izquierda, con una cruz en el pecho) y el otro a un musulmán. La posición de los brazos del ángel, uno sobre otro, indica que al descruzarse se producirá un intercambio que libera a los dos presos, siguiendo el carisma de aquella orden religiosa. Para mayor certeza de esta afiliación, el ángel porta un escapulario blanco sobre el que destaca la insignia de los trinitarios: una cruz formada por una franja vertical roja que se superpone a una franja azul horizontal.

Los tres elementos trinitarios -la Santísima Trinidad, la Virgen de Gracia y el ángel con los cautivos- lucían en el retablo mayor de la iglesia del convento de Nuestra Señora de Gracia que existió hasta principios del siglo XIX y que reprodujo el grabador Juan Ruiz Luengo en 1711.

Hasta aquí se puede decir que el cuadro muestra una composición absolutamente trinitaria. Ahora bien, esta orden religiosa, muy importante en Europa, no tuvo presencia en la Nueva España. ¿Cómo explicar entonces la existencia en México de esta obra que recoge sus símbolos, incluida la cruz tan particular que llevaban al pecho sus religiosos? La explicación está en las cofradías de laicos que se fundaron durante el Virreinato bajo la protección de la Santísima Trinidad, algunas de las cuales existieron en la capital del país, Santa Fe, Guadalajara y Querétaro. A estas hermandades se les autorizó utilizar los símbolos de la orden trinitaria, como se puede ver, por ejemplo, en el templo de la Santísima de la Ciudad de México. Así, creo posible que este cuadro se encontrara colgado en algún templo en que existía una cofradía de la Santísima Trinidad y el donante, don Francisco de Santiago, habría sido uno de los cofrades.

Pero nos falta analizar todavía las figuras que enmarcan la parte inferior de la pintura: san José, con su bastón florecido, san Joaquín, de rodillas y santa Ana, en la misma posición. Vemos además que en el pecho de los dos últimos santos -padres de la Virgen María- arraiga el tallo doble de una azucena, cuya flor sirve como peana a la imagen de Nuestra Señora de Gracia. Este motivo, relativamente frecuente en el arte novohispano, simboliza la concepción de la Virgen por sus padres, pero corresponde normalmente a la advocación de la Inmaculada Concepción, por lo que su ubicación aquí con una Virgen acompañada del Niño resulta excepcional.

Todos estos personajes carecen de vinculación directa con la tradición trinitaria. Al estudiar otras representaciones semejantes vemos que el lugar que ellos ocupan está con frecuencia destinado a asuntos más cercanos a esa tradición, en especial los santos fundadores de la orden: san Juan de Mata y san Félix de Valois. Asumo, pues, que las figuras de san José, San Joaquín y Santa Ana son una suerte de devociones particulares del donante, sobrepuestas sin mayor sentido iconográfico a un tema general trinitario.

Interesante por la simbología que guarda, este cuadro es en realidad más curioso que bello. Es obra evidentemente de un pintor popular bastante menor y su valor se encuentra más en su componente histórico que en el artístico. Con todo, su integración al patrimonio aculquense es una excelente noticia. Ojalá permanezca allí por largo tiempo.

 

UN APÉNDICE

Hace pocos días encontré en el sitio de la casa de subastas Louis Morton este interesante cuadro, de dimensiones algo mayores al que hemos venido reseñando aquí. Aunque a primera vista resultan muy parecidos, con afinar un poco la vista encontramos notables diferencias. Nótese para empezar, cómo varias de las figuras se encuentran pintadas como en espejo respecto del cuadro original, en sitios opuestos del cuadro y con la cabeza inclinada hacia el lado contrario. Esto provoca errores, como que la Virgen lleve el cetro en la mano izquierda en lugar de la derecha. No aparece además el Espíritu Santo, lo que se aparta de la iconografía tradicional y lo aleja del sentido trinitario del primer cuadro. Para subrayar este hecho, el ángel con los cautivos no lleva ya la cruz trinitaria, sino una cruz patada roja semejante a la de los templarios. Al apartarse del sentido trinitario, no se puede justificar ya la presencia del ángel con los cautivos. Aparecen además las imágenes de los arcángeles Miguel y Rafael, inexistentes en el otro cuadro. San José, extrañamente, porta una vara florida pero no con flores del habitual color blanco, sino rojas.

Muchas de estas diferencias pueden calificarse, bajo mi punto de vista, de errores iconográficos, pero además la técnica de la obra me parece sospechosa. El conjunto de estas "fallas" me hace dudar de su autenticidad.

jueves, 24 de junio de 2021

El viejo camino de Santa María Nativitas

¿Cuál es la entrada más importante al pueblo de Aculco? ¿La de la calle Hidalgo, hacia el poniente?, ¿la de la calle Manuel del Mazo, hacia el sur?, ¿o la de calle Morelos, hacia el oriente? Para mí, siempre lo ha sido esta última, y no por otra razón sino porque es la que siempre uso para llegar y salir hacia la Ciudad de México. Como tantas otras cosas en el pueblo, esto depende del punto de vista de cada uno.

Lo que no queda a discusión es que la importancia de esa entrada por la calle de Morelos es relativamente reciente. Históricamente, los viajeros que llegaban del este tomaban el viejo camino que desde la hacienda de Arroyozarco pasaba por el rancho de Las Ánimas, bajaba a un lado de la loma de San José, atravesaba junto a los planes por el Puente Blanco y el Puente Colorado, y entraba a Aculco por la vieja Calle de la Arena, hoy Matamoros. La importancia de esta entrada es evidente precisamente por la existencia de aquellos dos puentes de piedra. En cambio, la entrada por la calle de Morelos era simplemente el camino a Santa María Nativitas: una vía estrecha -polvosa en tiempo de secas y lodosa en tiempo de aguas- que sólo servía para llegar a ese lugar y a ningún otro.

La fotografía retrata aquel viejo camino poco antes de llegar a Aculco, en la década de 1940. El terreno a la izquierda, sembrado de maíz, con una cerca de piedra blanca y algunos magueyes, es la llamada milpa de Vidó. Frente a ella, a la derecha de la fotografía, asoma la milpa de San Isidro. Al fondo destaca el cerro de Ñadó y la mole de la parroquia y exconvento vistos desde su parte trasera. Algunas casas, tejados y bardas asoman a su sombra.

La siguiente vista muestra aproximadamente el mismo lugar hoy en día. El viejo camino ya no es aquél, sino una carretera pavimentada de dos carriles. Aunque en esta dirección Aculco no ha crecido mucho, el aspecto campestre se ha perdido entre banquetas, bardas y algunas casas. No en vano han pasado ya unos setenta u ochenta años de aquella primera fotografía.

jueves, 29 de abril de 2021

Ya es tiempo de preparar el festejo de los 500 años de Aculco

Según el único documento conocido que proporciona una fecha precisa de fundación de Aculco, este pueblo cumplirá 500 años de existir el 30 de septiembre de 2022. A exactamente un año y cinco meses de distancia de ese día, quizá es momento ya de que pensar cómo celebrar esa fecha tan significativa, que puede servir además como pretexto para reactivar con fuerza la actividad turística tras la pandemia (si es que para entonces ya ha pasado).

La fecha de fundación de Aculco -debemos dejarlo bien claro aquí- es tema todavía debatible. En el texto "Diez mitos e imprecisiones de la historia de Aculco", expliqué por qué los años que más se han mencionado para este hecho, los de 1110 y 1540, son descartables pues corresponden a sucesos distintos a su fundación. El documento más antiguo conocido en el que se habla de nuestro pueblo es el acta de fundación de Acámbaro, Guanajuato, del 19 de septiembre de 1526, en la que aparece mencionado don Pablo Fabián de León, cacique de San Jerónimo Aculco. Eso nos indica solamente que para ese año ya existía el pueblo. Ahora bien, el documento conocido como Relación de méritos de un capitán de guerra otomí, datado en el siglo XVIII pero conocido sólo por una transcripción del XIX, es el que afirma que el 30 de septiembre de 1522 se fundó Aculco, tras una batalla de los otomíes aliados de los conquistadores españoles contra los chichimecas. El texto habla sobre don Juan de la Cruz Zamora, fundador del pueblo de San Juan Bautista Scidoo (cerca de Salamanca, Guanajuato), y explica que él

ayudó a conquistar la frontera sur […] la ganamos habiendo quinientos sesenta y dos mil chichimecas y murieron ciento veintidos mil los demás se dieron de paz y este pueblo se llama San Gerónimo Aculco y fue en el año de mil quinientos veintidos años, día de San Gerónimo. (1)

Evidentemente la cifra de combatientes es exagerada, pero el texto puede contener algunos fundamentos de verdad conservados por tradición oral –por ejemplo, su calidad de pueblo fronterizo en aquellos años, o la colaboración de los otomíes en el proceso de conquista del Bajío–, tal como sucede con otros documentos similares que describen las hazañas de los caciques otomíes en los primeros tiempos de la colonización española. Y con esos fundamentos, quizá, la auténtica fecha de fundación de Aculco.

Sin dar por concluida esta cuestión -pues en el estudio de la historia es habitual que vayan surgiendo nuevos documentos que esclarecen el conocimiento que se tiene de los asuntos- opino que podemos aceptar de manera simbólica esa fecha y celebrarla. Muchas otras poblaciones en México y en el mundo tienen fechas de fundación todavía más inciertas que la de Aculco y a pesar de ello festejan la que consideran más probable. Es, ni más ni menos, el caso de la Ciudad de México, que este año 2021 ha decidido conmemorar los 700 años de su fundación.

¿Y cómo festejar estos 500 años de Aculco? La verdad es que se puede celebrar desde muchas vertientes: desde lo turístico hasta lo religioso, pasando por lo artístico y cultural. Creo yo que sería un magnífico momento para buscar el apoyo de otros niveles de gobierno, más allá del municipal, para abordar el mejoramiento de la imagen urbana que, siendo el principal atractivo de Aculco, se ha ido deteriorando seriamente con los años y ya merece atención. También, para obtener apoyo para solucionar otros problemas que el crecimiento y el turismo han traído consigo, como el tránsito y el estacionamiento de automóviles por el centro, para conseguir una plaza más despejada y atractiva para los visitantes. Sería un buen momento también para publicar una historia de Aculco actualizada. O para promover otras mejoras que considero necesarias, detalladas en el texto "Consejos que nadie pidió" que escribí hace dos años y que continúa vigente.

En fin, es precisamente ahora el momento de pensar qué hacer. Ojalá no dejemos pasar de largo esta fecha tan importante.

 

NOTAS

(1) Crespo, Ana María y Beatriz Cervantes, “Jilotepec en los mitos de Bajío”, en Dimensión Antropológica, vols. 9-10, enero-agosto, 1997, pp. 115-127. Disponible en: http://www.dimensionantropologica.inah.gob.mx/?p=1410

domingo, 25 de abril de 2021

San Marcos

Entre las pinturas que alberga la capilla de la antigua hacienda de Cofradía se encuentra la que aquí les muestro, con la imagen de san Marcos evangelista. Se trata de una pintura del siglo XVIII, de pequeñas dimensiones (no más de 70 centímetros de altura) y de carácter popular (es decir, realizado por un pintor sin preparación académica). Su estado de conservación es regular tirando a malo, con algunas roturas del lienzo, una notoria pérdida de capa pictórica y muchas capas de suciedad acumuladas que opacan sus colores. Todo esto, sin embargo, no le resta interés al cuadrito, que amí me parece hermosa e interesante.

El cuadro muestra a san Marcos como un hombre maduro, barbado, con facciones regulares y serenas y el cabello ondulado. Una aureola dorada circular de la que parten rayos rectos y flamígeros alternados rodea su cabeza. Se le muestra sentado, con un manto rojo que cuelga del hombro y se extiende en su regazo, vistiendo una túnica verde adornada con dorados en forma de hojas de acanto que evocan el estofado* de las imágenes escultóricas barrocas. Sostiene un libro y una pluma de ave, atributos de su labor como autor del segundo Evangelio.

La figura de san Marcos se halla al aire libre. El paisaje se limita a una loma azulosa que asoma al fondo y un arbusto a sus espaldas. Frente al santo, un león echado que es su símbolo más característico vuelve el rostro, con facciones casi humanas. De las fauces del león cuelga por medio de una cuerda lo que parece ser una calabaza o cantimplora de peregrino, atributo que no suele aperecer en las imágenes de este santo. Quizá se refiere a sus viajes apostólicos por el Mediterráneo. En todo caso es uno de los misterios de esta obra.

Esta pintura no parece tener firma. Su marco es moderno y bastante burdo, la línea con medias lunas que lo adorna y el título "San Marcos", descentrado, no hacen sino subrayar su pobreza. Se halla colgada en un muro de la nave de la capilla, del lado del Evangelio y cerca de la entrada. Aunque no se puede descartar que perteneciera a la hacienda de Cofradía desde tiempos antiguos, lo más probable es que haya sido llevada ahí en la época en que se construyó el templo, es decir, a mediados del siglo XX.

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*Estofado: Se trata de una técnica ornamental en que cierta parte de una escultura era cubierta con oro de hoja, sobre la que se aplicaban otros colores. Luego, se raspaba ligeramente esa capa pictórica formando figuras para descubrir el dorado subyacente.

viernes, 26 de marzo de 2021

Esto también es destruir el patrimonio

Después de tres meses de no ir a Aculco -debido a la actual pandemia-, la semana pasada hice un viaje rápido al pueblo para ver a mi padre. Al pasar por la calle de Morelos vi con sorpresa una nueva fachada en el lienzo norte de la calle, apenas en construcción pues no había sido rematada todavía con el pretil y cornisilla de ladrillo que iguala todas las casas en ese tramo.

A primera vista, la nueva fachada encajaba bien con el entorno: predominio de la pared blanca en la composición, vanos enmarcados en cantera de color semejante a las entradas cercanas, fuertes puertas de madera y, en lo alto, una ventanilla con su marco y repisón. Las proporciones también me parecieron correctas en cuanto a la altura y ancho de los vanos y el grosor de los enmarcamientos. Las molduras del repisón y la parte baja de las jambas eran asimismo bastante adecuadas. Si algo podía criticarle era únicamente la manera en que quedaban dividas la puerta mayor y la menor, con una jamba común en un uso extraño a la arquitectura tradicional de Aculco. Sin embargo, en general podríamos hablar de una intervención respetuosa con su entorno arquitectónico.

Pero minutos después caí en la cuenta de que ese espacio no estaba antes vacío. No era un simple muro blanco lo que existía ahí. Justo en ese punto se encontraba una pequeña y viejísima entrada enmarcada en cantera, que cubría su vano con una de las últimas puertas de madera auténticamente coloniales que quedaban en Aculco. Una entrada humilde y sencilla -como es todo lo antiguo en Aculco- que nunca debió desaparecer como parte que era de la arquitectura y de la historia de este lugar.

Sé que mucha gente no entiende ese afán mío de defender los pequeños detalles de Aculco, pero son ellos los que hacen de nuestro pueblo un lugar hermoso y original. Para muchos, la nueva fechada puede resultar incluso más hermosa que aquella vieja puertita con 300 años encima. Quisiera que esa gente entendiera que lo que le permitió a Aculco alcanzar un sitio en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO fue precisamente la existencia y abundancia de esos detalles que a ellos les parecen poco importantes. Que un día, cuando se den cuenta, todos habrán desaparecido y Aculco será ya tan solo una imitación de lo que fue. Habremos perdido entonces lo que había de auténtico valor en nuestro pueblo.

Así, aunque esta fachada ha sido realizada con buenas intenciones, el resultado ha sido lamentable: la pérdida de algo auténtico, de un elemento patrimonial ireemplazable. Si los dueños de esta casa tienen alguna sensibilidad, quizá habrán rescatado el marco y la puerta para reubicarlos al interior de la casa. Si no, seguramente habrá terminado en el escombro, como terminarán muchas cosas hermosas de Aculco si todos -habitantes, propietarios, autoridades locales, estatales y federales- seguimos tratando con indiferencia ese patrimonio.

 

ACTUALIZACIÓN: 19 DE JUNIO DE 2021

 

miércoles, 24 de febrero de 2021

Demonios en la parroquia

"Un demonio -escribe uno de los más conocidos exorcistas de nuestros tiempos, el sacerdote español José Antonio Fortea- es un ser espiritual de naturaleza angélica condenado eternamente. No tiene cuerpo, no existe en su ser ningún tipo de materia sutil, ni nada semejante a la materia, sino que se trata de una existencia de carácter íntegramente espiritual". Siendo su naturaleza espiritual, ¿por qué se les suele representar de formas monstruosas? El propio Fortea lo explica así: "El demonio aparece en las pinturas y esculturas deforme, es muy adecuado ese modo de representarlo, pues es un espíritu angélico deformado. Sigue siendo ángel, es solo su inteligencia y su voluntad lo que se ha deformado, nada más. En lo demás sigue siendo tan ángel como cuando fue creado". Más allá de estas representaciones artísticas, ¿los demonios serían capaces de mostrarse en el mundo material de acuerdo con la doctrina católica? Sin duda, añade Fortea: "Dios sólo les permite aparecerse como sombras que se mueven, como engendros monstruosos, como hombres pequeños de color muy negro". (1)

En la parroquia de San Jerónimo Aculco existieron varias representaciones de demonios, algunas que se perdieron por el paso del tiempo y otras que desaparecieron por la excesiva diligencia de párrocos que, en tiempos modernos, vieron con desagrado esas imágenes quizá no sólo por grotescas, sino por considerar -alejándose de la doctrina de la Iglesia- que los demonios no son seres reales, sino "personificaciones míticas y funcionales cuyo único significado es el de subrayar dramáticamente el influjo del mal y del pecado sobre la humanidad". (2) Hoy en día sólo queda a la vista de los visitantes una imagen demoniaca, pero en la sacristía del templo subsisten por lo menos otras seis representaciones pictóricas de ángeles caídos.

La primera de estas imágenes, la que está a la vista de todos, es la que aparece en el cuadro de Nuestra Señora de la Luz, del que ya he hablado antes en este blog. Esta advocación mariana de origen siciliano -que tuvo una gran difusión de mano de los jesuitas- muestra un ser monstruoso al que se suele referir como "dragón" o "boca del Infierno". La Virgen María, que toma con su mano a un joven que figura un alma, impide con su gesto que ésta se precipite al fuego eterno. Esta representación infernal provocó algunas molestias a las autoridades eclesiásticas, que vieron en ella una posible malinterpretación: que los fieles creyeran que la Virgen era capaz de sacar las almas del Infierno, cuando lo único posible para ella sería evitar que entraran a él. En la Nueva España, donde la advocación de Nuestra Señora de la Luz alcanzó una gran difusión, las discusiones en torno a la imagen llegaron hasta las sesiones el Cuarto Concilio Provincial Mexicano, celebrado en 1771, en donde se le llegó a calificar de "herética" y "negocio de jesuitas". Al final, la resolución del Concilio no llegó al extremo de prohibir esta devoción -como pedían los teólogos más radicales- sino que simplemente ordenó borrar “con prudencia y sin escandalo el dragón, y el cestillo o chiquihuite de corazones”. (3)

Con todo, La imagen aculquense conservó lo mismo el "chiquihuite de corazones" que el "dragón". Éste aparece con un rostro humano deformado por el odio, la tez oscurísima, los ojos inyectad0os de sangre muy abiertos y sus fauces mostrando los colmillos entre los que se ve el fuego del Infierno. Unos cuernos de pequeño tamaño adornan su cabeza.

La segunda representación demoniaca que veremos aquí se encuentra en un óleo de la Purísima Concepción que se halla en la sacristía de la parroquia. Es una obra de carácter popular fines del siglo XVIII o principios del XIX. Como es habitual en esta advocación, la Virgen María aparece posada en un orbe que representa el mundo, pisando a la antigua serpiente: bestia que es imagen de Satanás en el Génesis y el Apocalipsis, primer y último libro de la Biblia, respectivamente. "El dragón grande, la antigua serpiente, conocida como el Demonio o Satanás, fue expulsado; el seductor del mundo entero fue arrojado a la tierra y sus ángeles con él". En la iconografía de esta advocación, María es identificada con la "mujer del Apocalipsis": "Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza".(4) Se le añaden también otros rasgos provenientes de otros textos, como el Génesis ("Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el talón") (5) y la Letanía Lauretana (el ciprés, la torre de David y el templo del Espítu Santo) (5)

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En al pintura, la serpiente se ve en una postura poco natural -corta, rígidamente curvada sobre el orbe y la cabeza vuelta arriba- seguramente por la impericia del pintor. No hay ningún realismo en ella: la cabeza parece más la de un monstruo o un dragón mítico que sin girar el rostro vuelve el ojo al espectador, las fauces muestran abundantes dientes que no corresponden a un ofidio y la lengua, en lugar de ser bífida, tiene forma de flecha, lo mismo que su cola.

Las otras cuatro representaciones de diablos que existen en la parroquia de Aculco proceden de un solo cuadro: la imagen del "Alma en gracia" que antiguamente se hallaba colocada sobre el cancel de ingreso al templo y hoy se guarda en su sacristía. Este es un óleo de 1.85 x 1.40 m., presuntamente ejecutado por el pintor José Jacob (personalmente nunca he visto su firma), que hace pareja con el de un alma condenada, obras a las que ya me he referido antes en este blog por lo curiosos de su iconografía y los interesantes versos escritos en ellos. El alma en gracia aparece como mujer vestida con una túnica blanca, con el Espíritu Santo responsando en su corazón. A la derecha, un ángel coloca su mano izquierda en el hombro de la mujer mientras señala a lo alto con la diestra. Cuatro figuras demoníacas se despliegan en el lado izquierdo del lienzo.

La primera de las figuras de demonios -mirándolas de arriba hacia abajo- es poco visible en la foto que poseo y por eso evitaré describirla, aunque no es difícil advertir que se le pintó en figura de bestia y con la cola en forma de flecha. El segundo demonio es una serpiente con alas parecidas a las del murciélago, con cola también en flecha y ganchudo pico de ave. Debajo de ella, el tercer demonio es una figura igualmente monstruosa pero más semejante a un mamífero que a un reptil. Su rostro es semejante al de un perro, las alas son las de un ave y sus garras semejan las de un felino. La cola termina también en flecha. El tercer demonio es el más singular de todos. Su color es oscuro, como todos, su figura humanoide, andrógina (tiene pechos de mujer). Tiene un par de alas de murciélago, una larga y sinuosa cola y unas patas de gallo, incluyendo los espolones. Parece apartarse derrotado de la escena, hacia la cual vuelve la vista: lleva en la mano izquierda un báculo y en la derecha un papel que quizá representa la lista de pecados del alma, que no han sido suficientes para condenarla. Los versos a su lado aclaran su postura: "Huye el Demonio en nube tenebrosa / desterrando a sus vicios con presteza".

Posiblemente hay por ahí otras imágenes de demonios en la parroquia que ahora no recuerdo. Con un poco de cuidado al observar, quizá alguno de los lectores de este blog pueda encontrarlos.

 

NOTAS

(1) José Antonio Fortea, Summa daemoniaca, Editorial Dos Latidos, Tomo I, pp. 16, 19, 53.

(2) Ecclesia II (1975) 1057 (13) – 1065 (21).

(3) Cristina Ratto, "Discusiones en torno a una imagen misionera. Nuestra Señora de la Luz y el Cuarto Concilio Provincial Mexicano", H-ART. No. 3. Julio-Diciembre de 2018, p.25.

(4) Apocalipsis, 12.

(5) Génesis 3:15.

viernes, 5 de febrero de 2021

La huella del arquitecto Francisco Artigas en Aculco

Francisco Artigas (1916-1999) fue un arquitecto extraño: su obra osciló entre el funcionalismo más característico de las décadas de 1950 a 1980 y un regionalismo que recuperaba las tradiciones constructivas del México rural pero adaptadas a la modernidad, sin llegar a la depuración de formas que dieron fama al arquitecto Luis Barragán. En aquel primer estilo, construyó una buena cantidad de modernas casas-habitación en el Pedregal de San Angel de la Ciudad de México, incluyendo la del presidente Luis Echeverría. En el segundo, muchas otras casas, en el interior del país o en áreas consideradas entonces suburbanas o tradicionales, como Cuajimalpa o Tlalpan. Entre las casas de aire mexicanista estuvo precisamente la suya: una especie de castillo algo estrafalario y fantasioso, levantado en parte con restos de edificios antiguos que habían sido demolidos, ubicado en la Calzada al Desierto de los Leones.

Artigas fue funcionario público federal durante los gobiernos de los presidentes Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez. Fue precisamente bajo el gobierno de este último que se le puso al frente del "Programa Echeverría de remodelación de pueblos", que entre 1973 y 1974 buscó recuperar el aspecto tradicional de las cabeceras municipales del Estado de México que habían venido sufriendo un gran deterioro en aras de una modernización mal entendida.

El plan tuvo grandes virtudes y defectos. Por una parte, no se trataba sólo de una intervención cosmética, pues atendía también las necesidades de infraestructura como luz eléctrica, iluminación, drenaje y agua potable. Por otra, no tomaba en cuenta la herencia constructiva local, las particularidades regionales, sino que imponía un mismo modelo de farolas, fuentes, jardineras, acabados encalados e incluso de plantas a pueblos muy distintos en su concepción urbana. En el caso de Aculco, se perdieron con ella detalles inestimables del pueblo, como innumerables canales de cantera que desaguaban azoteas, los pilarcillos de cantera y cintarillas de barro que delimitaban los jardines de la Plaza de la Constitución y de la Plazuela Hidalgo, el antiguo Palacio Municipal (la casa del Quisquémel), una parte del muro del atrio y su acceso poniente, y prácticamente todos sus empedrados históricos. Con todo, Aculco ganó en pulcritud y -más importante- sus habitantes desarrollaron cierta conciencia sobre la conservación de los valores arquitectónicos del lugar.

Aunque 47 años después la mayoría de esos poblados han perdido prácticamente todos los rasgos de aquella remodelación, Aculco los conserva casi intactos. Es más, se puede decir que la ha incorporado exitosamente a su imaginario, a la idea con la que sus habitantes conciben al Aculco tradicional.

Para empezar, el pueblo tiene una obra íntegra del taller de Artigas: el edificio de la Presidencia Municipal que reemplazó a la antigua Casa del Quisquémel. El aspecto totalmente blanco del pueblo se remonta también a aquella intervención, pues aunque siempre estuvo pintado con colores claros fue hasta 1974 que se uniformó de esa manera. Las farolas que iluminan y adornan la Plaza de la Cionstitución, la Plaza Juárez, la Plazuela del Ojo de Agua y la Plazuela Hidalgo son asimismo un diseño de Artigas, tanto así que lo utilizó en su propia vivienda. El aspecto general del kiosco, por encima de su pedestal de cantera del siglo XIX, es totalmente artiguesco; su cubierta es casi idéntica a la de las torrecillas de la casa del arquitecto. El diseño del jardín de esta misma plaza principal responde al gusto de Artigas por las formas poligonales. Las fuentes de la Plaza Juárez y del Ojo de Agua resultan también "hermanas" de la que orna el frente del "castillo" de Artigas.

¿Qué se ha perdido en casi cinco décadas de la remodelación de Artigas en Aculco? Tan sólo algunos detalles menores: el pretil, pilastras y remates en forma de bola del puente a la entrada del pueblo en dirección a Santa María Nativitas, la estela con una inscripción alusiva a la inauguración de las obras en noviembre de 1974 que se hallaba junto al kiosco, las cornisillas sobre los muros de la explanada de la plaza José María Sánchez y Sánchez, y poco más. Para bien y para mal, el centro de Aculco es desde hace casi medio siglo como lo imaginó el arquitecto Francisco Artigas.