La parroquia de Aculco desde el Puente Colorado.
Una de las características más destacadas de Aculco como conjunto, es la variedad tipológica de elementos urbanos y edificaciones originales que han llegado hasta nuestros días. No se trata, por cierto, de elementos de primer nivel en el panorama histórico-artístico de México, pero sin lugar a dudas es muy difícil encontrar una población del tamaño de la nuestra que reúna en tan corta extensión construcciones como una iglesia y su convento del siglo XVII, con atrio y capillas posas, casonas virreinales, un par de acueductos, una plaza de toros de principios del siglo XX, viejos mesones, tres importantes haciendas (una de ellas con pinturas murales de Ernesto de Icaza), unos lavaderos públicos del siglo XIX -aunque reconstruidos-, una serie de baños y lavaderos particulares, un sistema de riego de mediados del siglo XIX, un par de antiguos molinos de harina, una pequeña estación de tren de fines del siglo XIX (y abundantes vestigios de la vía del tren), varias cortinas de presa de los siglos XVIII y XIX, y por supuesto, puentes.
La calzada sobre el puente.
En efecto, cuatro son los puentes históricos de Aculco (sin contar el imponente Puente Piedad, de 1896, por el que circulaba el ferrocarril): el Puente Colorado Y el Puente Blanco, situados al norte, y los puentes Santa Anita y La Magdalena, que se encuentran hacia el poniente de la población. Esta vez hablaremos solamente del primero de ellos, que es además el más importante desde el punto de vista arquitectónico.
Otra vista de Aculco desde el Puente Colorado.
El Puente Colorado se encuentra sobre lo que antiguamente fue la calzada de acceso a Aculco, es decir, la prolongación de la calle Matamoros hacia el norte, que servía de enlace a este pueblo con la hacienda de Arroyozarco y con el Camino Real de Tierra Adentro. Este puente salva el más importante de los arroyos que corren por el valle que se encuentra entre Aculco y las lomas de Gunyó. Desde tiempos antiguos debió existir un puente en este punto por ser la entrada principal al lugar y así parece demostrarlo un trazo intencionado en el mapa de la Batalla de Aculco del 7 de noviembre de 1810, que Carlos María de Bustamante incluyó en su obra Campañas del General Calleja (México, Imprenta del Águila, 1828). Sin embargo, es probable que bajo su forma actual se remonte sólo hasta el año de 1852 (Memoria de la Secretaria de Relaciones y Guerra del Gobierno del Estado de Mexico leída por el Secretario del Ramo, Toluca, Tipografía J. Quijano, 29-31 de marzo, 1852. Citado por De Gortari Rabiela, Rebeca. “Jilotepec en el siglo XIX. ¿Una región a demostrar?” en: Dimensión Antropológica. vol. 10, enero-agosto, 1997). Fue reparado a principios del siglo XX: las fotografías más antiguas que se conservan de él nos lo muestran precisamente después de los arreglos que se efectuaron entonces, pintado en el color rojo que le dio nombre.
El plano de la Batalla de Aculco que parece indicar la presencia del Puente Colorado (o su predecesor) en 1810.
El Puente Colorado a principios del siglo XX, recién pintado de rojo.
El Puente Colorado, elaborado completamente en mampostería de piedra blanca característica de Aculco, se desplanta sobre cuatro arcos ligeramente rebajados. En el lienzo que da aguas arriba (es decir, hacia el oriente) las pilas en que se asientan los arcos poseen tajamares angulares que, al estilo romano, no alcanzan el pretil. Hacia este mismo viento, los estribos se ensanchan como para fortalecer el puente y al mismo tiempo conducir el agua hacia los ojos con sus muros oblicuos. Estos muros oblicuos, por cierto, sirvieron para destacar por encima de la línea del pretil un par de remates triangulares que guardan sendas tarjas para inscripciones, inexplicablemente vacías. La fachada de aguas abajo resulta mucho más sencilla: ningún adorno perturba la mampostería.
Fachada de aguas arriba del Puente Colorado.
Fachada de aguas abajo del mismo puente.
Sólo en los remates que albergan las lápidas y en el lomo de toro del pretil se percibe aún algo de la pintura roja original de este puente. El resto de la mampostería, salvo algún vestigio menor del repellado, tiene la mampostería a la vista. Por supuesto, esta construcción ha sufrido a lo largo del tiempo otros daños que han dejado en él sus cicatrices, pese que tiene un buen estado general y es utilizado continuamente por peatones y automóviles. El principal de estos daños se observa en la primera pila de norte a sur, que hacia la fachada de aguas arriba muestra una falla en la cimentación que la hundió ligeramente, desplazándose también hacia abajo las dovelas de los dos arcos que se apoyan en ella. En la fractura causada por esta falla crece un tepozán que las administraciones municipales han dejado ahí, pese a haber realizado otros arreglos en el puente. Quizá creen que gracias al árbol el puente se sostiene.
Lápida del lado norte.
Lápida del lado sur.
El tepozán en la grieta.
El año pasado, el Puente Colorado sufrió otras afectaciones: en la temporada de lluvias y debido al azolve del río provocado por la falta de mantenimiento, las aguas subieron de nivel y derribaron aproximadamente la mitad del pretil de aguas abajo. Por fortuna, el daño fue reperado rápidamente con los mismos materiales y sólo al observar con detalle el lomo de toro que lo remata se percibe la reconstrucción.
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