Francisco Artigas (1916-1999) fue un arquitecto extraño: su obra osciló entre el funcionalismo más característico de las décadas de 1950 a 1980 y un regionalismo que recuperaba las tradiciones constructivas del México rural pero adaptadas a la modernidad, sin llegar a la depuración de formas que dieron fama al arquitecto Luis Barragán. En aquel primer estilo, construyó una buena cantidad de modernas casas-habitación en el Pedregal de San Angel de la Ciudad de México, incluyendo la del presidente Luis Echeverría. En el segundo, muchas otras casas, en el interior del país o en áreas consideradas entonces suburbanas o tradicionales, como Cuajimalpa o Tlalpan. Entre las casas de aire mexicanista estuvo precisamente la suya: una especie de castillo algo estrafalario y fantasioso, levantado en parte con restos de edificios antiguos que habían sido demolidos, ubicado en la Calzada al Desierto de los Leones.
El "castillo" de Artigas, residencia particular del arquitecto, edificado en un estilo regionalista.
Artigas fue funcionario público federal durante los gobiernos de los presidentes Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez. Fue precisamente bajo el gobierno de este último que se le puso al frente del "Programa Echeverría de remodelación de pueblos", que entre 1973 y 1974 buscó recuperar el aspecto tradicional de las cabeceras municipales del Estado de México que habían venido sufriendo un gran deterioro en aras de una modernización mal entendida.
El plan tuvo grandes virtudes y defectos. Por una parte, no se trataba sólo de una intervención cosmética, pues atendía también las necesidades de infraestructura como luz eléctrica, iluminación, drenaje y agua potable. Por otra, no tomaba en cuenta la herencia constructiva local, las particularidades regionales, sino que imponía un mismo modelo de farolas, fuentes, jardineras, acabados encalados e incluso de plantas a pueblos muy distintos en su concepción urbana. En el caso de Aculco, se perdieron con ella detalles inestimables del pueblo, como innumerables canales de cantera que desaguaban azoteas, los pilarcillos de cantera y cintarillas de barro que delimitaban los jardines de la Plaza de la Constitución y de la Plazuela Hidalgo, el antiguo Palacio Municipal (la casa del Quisquémel), una parte del muro del atrio y su acceso poniente, y prácticamente todos sus empedrados históricos. Con todo, Aculco ganó en pulcritud y -más importante- sus habitantes desarrollaron cierta conciencia sobre la conservación de los valores arquitectónicos del lugar.
Aunque 47 años después la mayoría de esos poblados han perdido prácticamente todos los rasgos de aquella remodelación, Aculco los conserva casi intactos. Es más, se puede decir que la ha incorporado exitosamente a su imaginario, a la idea con la que sus habitantes conciben al Aculco tradicional.
Para empezar, el pueblo tiene una obra íntegra del taller de Artigas: el edificio de la Presidencia Municipal que reemplazó a la antigua Casa del Quisquémel. El aspecto totalmente blanco del pueblo se remonta también a aquella intervención, pues aunque siempre estuvo pintado con colores claros fue hasta 1974 que se uniformó de esa manera. Las farolas que iluminan y adornan la Plaza de la Cionstitución, la Plaza Juárez, la Plazuela del Ojo de Agua y la Plazuela Hidalgo son asimismo un diseño de Artigas, tanto así que lo utilizó en su propia vivienda. El aspecto general del kiosco, por encima de su pedestal de cantera del siglo XIX, es totalmente artiguesco; su cubierta es casi idéntica a la de las torrecillas de la casa del arquitecto. El diseño del jardín de esta misma plaza principal responde al gusto de Artigas por las formas poligonales. Las fuentes de la Plaza Juárez y del Ojo de Agua resultan también "hermanas" de la que orna el frente del "castillo" de Artigas.
¿Qué se ha perdido en casi cinco décadas de la remodelación de Artigas en Aculco? Tan sólo algunos detalles menores: el pretil, pilastras y remates en forma de bola del puente a la entrada del pueblo en dirección a Santa María Nativitas, la estela con una inscripción alusiva a la inauguración de las obras en noviembre de 1974 que se hallaba junto al kiosco, las cornisillas sobre los muros de la explanada de la plaza José María Sánchez y Sánchez, y poco más. Para bien y para mal, el centro de Aculco es desde hace casi medio siglo como lo imaginó el arquitecto Francisco Artigas.
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