sábado, 15 de noviembre de 2025

Los insurgentes de Aculco

Pese a que en Aculco tuvo lugar uno de los episodios más significativos de la Guerra de Independencia —la batalla del 7 de noviembre de 1810—, y de que, tiempo después, en el cerro de Ñadó se levantó una importante fortificación que sirvió como resguardo, fundición y fortín para los rebeldes de la Junta de Zitácuaro, muy poco se ha escrito sobre los aculquenses que participaron en el bando insurgente en aquella contienda. nacidos dentro de lo que entonces era la jurisdicción de Aculco, aunque en parajes que hoy forman parte del vecino municipio de Polotitlán. A pesar de esta omisión, es claro que numerosos habitantes de Aculco se unieron a Hidalgo y a otras partidas insurgentes desde los primeros momentos de la lucha. Algunos, ciertamente, fueron incorporados por la fuerza, como aquellos para quienes el juez Manuel Perfecto Chávez obtuvo el indulto una vez que regresaron a sus hogares tras escapar de los rebeldes a finales de noviembre de 1810. Otros, en cambio, lo hicieron de manera voluntaria, y prueba de ello es la constancia que mantuvieron en la contienda.

Para conocer los nombres de los primeros patriotas aculquenses, es de gran importancia un documento de noviembre de 1810 que señala a dos docenas de hombres de este origen que acompañaban en sus correrías a los rebeldes Julián y Chito Villagrán, de Huichapan: Antonio Legorreta, Antonio Serrano, Pedro Monroy, Eufrasio Pérez, José Narciso Ximénez, Bernardino Zamudio, José Ruiz, Antonio Martínez, Francisco Correa, Vicente Sánchez, Antonio Sánchez, José María Guñó, Hermenegildo Martínez, Lázaro Pérez, Benito Rivera, José Pérez, José Clemente Sánchez, Ignacio Chávez, Luis Ronquillo, Antonio de los Ángeles, Vicente González, José María Cristalinas, Quirino Briceño e Hilario Nieto. (AGN, Operaciones de Guerra, vol. 141, exp. 1, 1810, F. 10r.)

De varios de ellos conocemos su historia posterior. Por ejemplo, Antonio Legorreta fue indultado muchos años después, en 1818. Hermenegildo Martínez aparentemente regresó a su vida pacífica, pero fue acusado de insurgente en 1812 junto con los aculquenses Francisco e Ignacio Basurto y José Francisco Martínez, aclarándose al final que ninguno de ellos lo era. José María Cristalinas persistió en la insurgencia, sirvió en el fuerte de Ñadó como ayudante y llegó a alcanzar años más tarde el grado de capitán, pero fue capturado y fusilado en 1816. Sobre él escribí un texto que puedes leer aquí. Benito Rivera también continuó sirviendo a la insurgencia, y desempeñó después el cargo de sargento ayudante. Ignacio Chávez llegó a ocupar después la plaza de teniente coronel. Benito Rivera fue también ayudante en el Fuerte de Ñadó. Por su parte, Luis Ronquillo se convirtió en 1825 en secretario del Ayuntamiento de Aculco y su narración del arribo de Hidalgo al pueblo, inserto en las Actas de Cabildo, es uno de los más interesantes testimonios locales de este acontecimiento. Lo puedes leer aquí. Sobre el Antonio Sánchez que aparece en la lista, podemos preguntarnos si se trataba del mismo José Antonio hijo del entonces propietario de la hacienda de Ñadó, Eusebio Sánchez de la Mejorada; no es inverosímil, pues muchos criollos acomodados como él abrazaron la insurgencia. La construcción del Fuerte de Ñadó dentro de las tierras de esa hacienda en los años siguientes hacen aún más razonable esta posibilidad.

Antes de hablar de esa fortificación insurgente y de sus defensores, vale la pena mencionar un dato de otro posible rebelde -o por lo menos informante- de origen casi indudablemente aculquense: Matías Navarrete, caporal de Arroyozarco, quien daba cuenta a los sublevados de las fuerzas y disposiciones de la tropa del rey en esa hacienda, hasta que en 1812 fue aprehendido por el coronel Carminatti, debido a la delación que le hizo el correo José Trujillo (AGN, Infidencias, vol. 175, exp. 118, 1812).

En 1812, el coronel José Rafael Polo, a quien mendionamos arriba, estableció junto con sus hermanos mayores y lugartenientes José Manuel y Trinidad, el Fuerte de Ñadó. Además de ellos se han conservado los nombres de algunos otros oficiales que formaban parte de sus tropas en ese lugar entre 1812 y 1813: el sargento mayor Luis Quintanar, los ayudantes Benito Rivera y Simón Pérez, los capitanes Basilio Fajardo, Antonio Monroy, Rafael García, José María Cristalinas, Manuel Quintanar, Miguel Mondragón, José de Jesús Torrijos, José María Casares, Felipe Alvarado, Baltasar Polo, Miguel Mejía y Bernardo Sánchez. Otro documento semejante al anterior, con fecha del 17 de enero de 1813, añade dos nombres a la lista de los insurgentes de Ñadó: Eustaquio Jiménez, capitán, y José González, tambor mayor. Un oficio muy posterior, enviado el 6 de agosto de 1864 por el hijo del coronel Polo, Felipe Polo, al subprefecto Político de Huichapan, aporta algunos otros nombres de oficiales que actuaban en el lugar: Julio Díaz, Joaquín, José María y Antonio Mejía (padre y hermanos de Miguel, respectivamente) y Antonio Dorantes. El Diccionario de los insurgentes nos proporciona un nombre más: José Arciniega, asistente del capitán Miguel Mondragón. Durante apenas tres meses, probablemente en la segunda mitad del año de 1812, fue capellán de los insurgentes de Ñadó el franciscano Fray José de Lugo y Luna, prófugo del convento de Toluca. En su expediente procesal levantado “por proposiciones heréticas y revolucionario”, tras entregarse el 10 de septiembre de 1815 al coronel Armijo, aparece el nombre de otro insurrecto emplazado en el monte en aquel entonces: el capitán Bernardo Chávez, a quien casó con la mujer con la que convivía después de obtener dispensa por su consanguinidad en segundo grado. (las fuentes de etas listas se pueden encontrar en mi libro Ñadó, un monte, una hacienda, una historia).

Sabemos que varios de estos hombres (los cuatro Polo, Luis y Manuel Quintanar, Cristalinas, Benito Rivera, Rafael García, los Mejía, Dorantes, Miguel Mondragón, José Arciniega, posiblemente Bernardo Sánchez y Bernardo Chávez, por lo menos) eran originarios de la región inmediata a Ñadó, y algunos de ellos oriundos de los ranchos y rancherías que años después se separaron de Aculco para formar el municipio de Polotitlán. Valdría la pena hacer una búsqueda detallada en los libros sacramentales de la parroquia de Aculco para determinar su origen y poder incluirlos así, sin duda alguna, entre los insurgentes de Aculco

Tiempo después encontramos el nombre de otro posible insurgente de la región, por lo menos en intención: el soldado Ignacio Hernández, del destacamento realista de Arroyozarco, que en 1815 intentó fugarse y pasarse a los rebeldes. Terminó por ser indultado (AGN, Infidencias, vol. 92, exp. 6, 1815-1816). Unos años después, en 1819, acaeció otro suceso relacionado con la hacienda de Arroyozarco que nos proporciona información sobre un insurgente más: ese año se descubrió una conspiración en la región de los Llanos de Apan (hoy Estado de Hidalgo), que debía estallar el 13 de mayo de aquel año. Entre los aprehendidos como conspiradores estuvo el administrador de la hacienda de Arroyozarco, posiblemente aculquense, pero hasta ahora no he podido averiguar su nombre (AGN, Infidencias, Volumen 152, exp. 1. Hay una buena crónica también en la obra de Alamán).

Esta lista, aunque breve, imperfecta y naturalmente incompleta pues la mayoría de los nombres que conocemos pertenecen a oficiales y no a los muchos más numerosos soldados de menor rango, nos ofrece al menos algunos puntos de partida para reconocer la participación de nuestros coterráneos en el movimiento insurgente. Ojalá en el futuro pueda ampliarse y precisarse, de modo que podamos rendir homenaje, mediante el recuerdo de sus nombres, a los aculquenses que pelearon por nuestra independencia.

sábado, 8 de noviembre de 2025

La "iglesia vieja" de San Ildefonso Tultepec

La "iglesia vieja" de San Ildefonso Tultepec, ubicada a unos 1500 metros del actual templo del pueblo, se ha convertido en años recientes en uno de los sitios más frecuentemente visitados del circuito turístico compartido entre el vecino municipio de Amealco, Querétaro, y el nuestro de Aculco. Ciertamente es un lugar muy pintoresco: en medio de los campos de cultivo, alejado de las construcciones modernas, se yergue una iglesia de mayores dimensiones y mejor orientada que la que se conserva en culto, destechada, en ruinas, vandalizada con grafiti, pero con sus altos muros de piedra parda prácticamente intactos.

Su planta es de una sola nave con cabecera recta y una torre a los pies del templo, del lado izquierdo de la fachada. Su entrada principal, que mira hacia el poniente, es un arco de cantera de medio punto con jambas que se prolongan hasta la cornisa; su derrame interior está labrado en forma de concha. La ventana del coro, rectangular y con enmarcamiento de cantería, tiene un alféizar soportado por un par de ménsulas con mascarones y encima una cornisa apoyada en ménsulas simples. Su dintel, monolítico, posee un resalte circular con una flor inscrita. Más arriba de esta ventana se observa un relieve con una custodia al centro.

En el interior, es notable el esbelto arco que separa la nave del presibterio, apoyado en pilastras molduradas, y un pequeño altar adosado al muro posterior, formado al parecer con piedras tomadas de otras partes del templo. El inmueble no tiene actualmente anexos, aunque una entrada lateral en el presbiterio parece construida con el propósito de acceder a una sacristía, destruida o nunca edificada. A su frente está un atrio delimitado por con un muro de piedra de poca altura. Fuera de este espacio, hacia el poniente, se levanta una cruz del clásico tipo otomí, sobre un pedestal de dos cuerpos, el más alto de los cuales tiene horadado un nicho que mira a la fachada de la iglesia.

En los muros del viejo templo sólo se abren tres ventanas, todas en su fachada sur, pequeñas, muy elevadas y de trazo mixtilíneo. A la altura del arco del presbiterio se colocaron al exterior dos contrafuertes, quizá tardíamente, para evitar que dicho arco se abriera más, pues sus dovelas se observan un poco fuera de su lugar.

El dintel del acceso a la sacristía muestra la única inscripción que encontramos en el edificio: "Jesús María + de 1616 años". Al observar un poco, sin embargo, se advierte que esa fecha sólo nos permite situar parte de su construcción, pues el edificio es obra de varias etapas constructivas con cambios estilísticos y materiales, que posiblemente abarcan desde el siglo XVI hasta el XIX. Pero, ¿por qué está este templo aquí?, ¿se abandonó o nunca se concluyó?, ¿perteneció a San Ildefonso o se trata de otro pueblo ya desaparecido?.

La propia tradición del lugar explica su origen básicamente como lo hace una mujer habitante de San Ildefonso en una entrevista informal que se puede ver completa aquí:

Es de mil seiscientos y algo... por ahí hay una piedra que tiene el año.

Sí vienen [a esta iglesia] especialmente los que tienen las mayordomías. Para las fiestas importantes hacen lo que llamamos "el Alba". Es un encuentro de los cargueros en la iglesia, donde hacen oración, danzas, y de ahí antes se acostumbraba mucho a venir a esta iglesia a rezar un rato y regresarse. Todavía hay eventos que se realizan aquí, en torno a la fiesta de la Navidad: se vienen y comparten comida, tamales. Vienen y hacen oración, danza y comparten la comida. [Se hace] en la fiesta de la Navidad, el 23 de enero, de la Virgen de Guadalupe, se celebra el 12 de diciembre. Pero días antes a eso, se vienen para acá también a hacer oración. No hay una fecha específica porque se van moviendo [...]. Hace todavía varios años, me tocó todavía ver, que todos los niños recién nacidos que fallecían sin el bautismo los traían para enterrarlos aquí. Les buscaban como el sentido de que se guarden en un lugar sagrado. Entonces hay varios chiquitos por aquí enterrados. Pero ya últimamente los llevan a todos en el panteón de la comunidad.

No, no se terminó de construir, porque al momento de estar construyéndose, se vio que se humedecía mucho la parte de abajo, y de hecho por aquí cerquita pasa el río, y cuando trae mucha, mucha agua, se desborda y llena esto. Aunque no la tire, pero se moja todo. Se inunda. Y pues la gente dijo "aquí no va a servir". Dice la leyenda que san Ildefonso al ver eso no quiso estar aquí. La imagen del patrón de San Ildefonso. Entonces por eso ya no siguieron construyendo, porque pues la imagen no quería estar aquí. Se movía. Lo traían y lo dejaban aquí, al otro día ya estaba hasta por allá arriba.

Y también hay otra leyenda más atrás, pues más antigua, que decía que aquí la voluntad del Creador no era éste, y entonces por medio de una águila se iba y se posaba hasta allá arriba.

Esto es lo que nos cuenta la tradición local, junto con algunos detalles como que la capilla llegó a estar techada con paja (lo que no es en absoluto descabellado en el contexto de la arquitectura de los pueblos otomíes de la región en el Virreinato). Pero veamos ahora lo que nos dice la historia.

San Ildefonso Tultepec, como otros antiguos poblados pertenecientes a la Provincia de Jilotepec, contó seguramente con un templo construido tras la conquista española en el siglo XVI. Es posible que este templo no haya sido una iglesia completa, sino sólo su ábside: una capilla abierta como las que dieron origen a otros edificios religiosos de la región a los que se añadió una nave tiempo después, por ejemplo la iglesia de Santa Ana Matlavat. Pero a finales del siglo XVI, después de las grandes epidemias que diezmaron a la población indígena de la Nueva España, San Ildefonso como muchos otros pueblos se halló casi despoblado. Los virreyes de la época ordenaron que los sobrevivientes de los llamados "pueblos de indios" de juntaran -es decir, se congregaran- para que la dispersión no obstaculizara la vida cotidiana y la evangelización. Se señalaron para estas congregaciones los sitios mejor provistos en cada zona, que en este caso fue el pueblo de San Gerónimo Aculco. Allí se trasladaron, en otros pueblos con escasos vecinos, los pueblos de San Juan Aculco, Santa María Xiponeca, San Lucas Totolmaloya, Santa Ana Matlavat y San Ildefonso Tultepec. Los habitantes de estos lugares dejaron abandonados casas y templos, aunque siguieron reivindicando la propiedad de las tierras que les pertenecían alrededor de ellos. Esta congregación ocurrió entre 1593 y 1605.

En algunos casos, los pueblos congregados desaparecieron por completo y su memoria se perdió, como fue el caso de San Juan Aculco (que estaba cerca de Arroyozarco) y Santa María Xiponeca (al lado del cerro de Ñadó). Pero otros tuvieron mejor suerte y se repoblaron cierto tiempo después, continuando así su existencia. Así sucedió con los pueblos de Santa Ana, San Lucas y precisamente San Ildefonso. Es en este proceso de éxodo y retorno en el que una serie de documentos redactados un siglo después de los hechos, a partir de 1707, sitúan el abandono del viejo templo de San Ildefonso y la construcción del nuevo. Los papeles se refieren a un pleito de tierras entre don Lucas Magos Bárcena y Cornejo, "cacique de la provincia de Jilotepec, teniente gobernador y alcalde del pueblo de San Gerónimo Aculco" y los naturales de San Ildefonso, que sucedió más o menos así:

Don Lucas Magos compró un sitio de ganado mayor y dos caballerías de tierra por 400 pesos a Marcos Lorenzo y Juana de Ávalos y Granada, su madre (propiedad que estaba amparada con títulos de una merced concedida a Baltasar García en 1596) en el año de 1706. Las tierras se ubicaban "a un cuarto de legua del dicho pueblo [de San Ildefonso]", en una cañada donde existían unos paredones, junto al río, sitio que sin gran dificultad se puede reconocer como el mismo donde se levanta la "iglesia antigua", pero cuyos vestigios don Lucas identificaba sólo como "las casas que se demuestra hubo en aquel tiempo de dicho don Baltasar, aunque con el transcurso del tiempo apenas se reconocen sus cimientos". Al año siguiente, sin embargo, cuando don Lucas intentó tomar posesión de esas tierras, los vecinos de San Ildefonso "lo impidieron y se sublevaron". Argumentaban que esas tierras eran suyas y presentaron para probarlo el amparo que el virrey marqués de Montesclaros le había concedido en 1605 a San Ildefonso, "sin embargo de estar despoblado por entonces" y la posesión que les había dado en 1662, una vez repoblado San Ildefonso, el teniente de alcalde mayor, don Manuel de Texeira y Zúñiga, a quien los indios habían "demostrado por su iglesia antigua", la anterior a la congregación, aquellos paredones junto al río.

Y que por ser nosotros, congregantes en este dicho para pueblo de San Ildefonso, y tener títulos y mercedes de tierras en su contra no podemos ser damnificados, por cuya razón hablando con el debido respeto, contradecimos, una y dos y tres veses, y todas las que el derecho nos concede, las dichas medidas y demás diligencias que se pretenden por el mucho daño y perjuicio que se le sigue a nuestro pueblo y congregación.

Don Lucas Magos, naturalmente, rechazó tales afirmaciones. Aseguraba que las paredes no eran vestigios de un templo, pues San Ildefonso "donde hoy se haya poblado que es a donde siempre fue [su] fundación" y que en cambio todavía podían apreciarse los verdaderos vestigios de la iglesia antigua mucho más cerca del nuevo templo:

La antigua iglesia que tuvieron primitiva cuando fueron congregados al pueblo de San Gerónimo Aculco era la que de presente demuestra su ruina, que está de esta iglesia como cincuenta varas a la parte del poniente, que todavía se perciben los restos del cuerpo de la iglesia, cementerio y sacristías, de que se han aprovechado dichos naturales de toda la más fábrica que tenía para la reedificación de la actual iglesia, como están de presentes unas piedras de cantería las que están en las gradas de la puerta que sale para el sur.

Para concluir, don Lucas señalaba de las otras ruinas más alejadas situadas junto al río, "que está a un cuarto de legua de este pueblo, nunca fue iglesia como se demuestra [...] porque fue una fábrica que nunca se acabó, ni sé cómo más lo justifica su fábrica que hasta ahora están por adentro las piedras con los picos que para su trabazón eran necesarios". Presentó además como testigos a dos indios de la zona, uno de Aculco y otro de san Ildefonso, que informaron lo siguiente:

Juan Nicolás, vecino de Aculco: "Y siéndole preguntado que si sabe o ha oído decir cuál fue la primera iglesia de los naturales de este pueblo que tenían antes de que fueren congregados al pueblo de San Gerónimo Aculco, dijo que aunque no vió la más fábrica antigua en pie, conoce y ha visto dónde estaba la primera iglesia que antes de su congregación tenían y ha visto desde que tiene uso de razón que es más adelante de la que ahora esta actual que está como a un tiro de mosquete hacia la parte del poniente que esta su ruina de manifiesto con sus señales de cuerpo de iglesia y el cementerio que tuvo y su sacristía, cuya fábrica fue de cal y canto, de donde han sacado muchas piedras labradas dichos naturales para la reedificación de la otra".

Sebastián Pérez, indio de San Ildefonso: "Siéndole preguntado si sabe fijamente dónde estaba la iglesia antigua, que tenían antes que fuesen congregados sus del causantes al pueblo de San Gerónimo Aculco, dijo que lo que sabe desde que tiene uso de razón y le dijeron sus padres que la iglesia antigua que tuvieron antes de dicha congregación es dicha ruina que está como a un tiro de arcabuz para la parte del poniente junto a la casa de un Gerónimo Gaspar, cantor de la iglesia, donde está de manifiesto la señal de su fundación y todavía con la muestra de su cementerio, sacristía y lo demás, donde alcanzó este testigo algunos pedazos de pared y en la tapia de dicho cementerio que era alcanzó este testigo un ciprés grande copado; Y en dicha fábrica este testigo y los mas naturales de este pueblo han aprovechado la más piedra de dicha fábrica en la reedificación de la que hoy tienen, y de donde este testigo sacó con otros más piedras de cantería labradas que están por gradas en la puerta del cementerio que sale al sur".

La expresión "a un tiro de mosquete" o "a un tiro de arcabuz" es vaga para señalar una distancia, pero según la RAE podría oscilar entre los 50 y los 250 metros. De tal manera, esas ruinas seguramente se encontrarían donde hoy se levantan algunas de las casas del pueblo y al parecer no son ya visibles en la superficie.

Las autoridades de la Provincia de Jilotepec ordenaron una visita al lugar. El encargado de la diligencia, Juan Sánchez García, inspeccionó los restos del edificio en disputa y dejó constancia por escrito de esa diligencia:

Estando en el campo en cuarto de legua del pueblo de San Ildefonso a la parte del poniente en una cañada donde está un edificio de paredes junto a un río en medio de dichas sementeras de los naturales del pueblo de San Ildefonso en veinte y cuatro días del mes de mayo de mil setecientos y siete años. Yo, dicho teniente y los testigos de mi asistencia. Vi y reconocí si se demuestra haber sido iglesia, y no hallo señales que conduzcan haberlo sido en ningún tiempo, por que tan solo tiene los dos lienzos de su cuerpo en largo a la parte del poniente y su respaldo al oriente, por arriba de dicha pared algo más levantada y según se demuestra nunca tuvo efecto el que techasen como está de manifiesto; y por la parte de adentro en dichas paredes con piedras largas que dejaron para la trabazón que se le había de seguir que según parece se habría formado para jacal de trigo, ni consta que haya tenido muestras de cementerio, ni otra fábrica alguna que es la que dicen los naturales demostraron por su iglesia antigua.

Ante tal conclusión, escribió Sánchez García, "se amotinaron los dichos naturales en que cesó esta diligencia". Don Lucas naturalmente no pudo tomar posesión de las tierras, que siguieron en poder de la comunidad de San Ildefonso. Éstos, además, procedieron en 1710 a regularizar cualquier deficiencia que tuvieran en sus tierras por la vía de la "composición": un proceso en el que reconocían ante las autoridades un excedente de tierras para las que no tenían títulos y ofrecían una cantidad de dinero para subsanar esa falta de documentos. Consiguieron en ese proceso una nueva "vista de ojos" y recorrido por el terreno, en el que esta vez obtuvieron un resultado favorable: "habiendo ido hacia la parte del poniente por una loma abajo, se reconoció al pie de ella una vega y en ella unos paredones que según su fábrica parece iglesia vieja". Pidieron después a la autoridad se le notificase la posesión que habían tomado de esas tierras a don Lucas Magos, con quien se mantenía el litigio, "para que no les inquietase en la posesión... y que ocurriese a la Real Audiencia si tuviere que pedir".

Para 1714, don Lucas se había dado ya por vencido. Creía firmemente que el asunto era una "estafa" de los indios de San Ildefonso, pero como le había sido imposible tomar posesión decidió actuar contra quien le había vendido las tierras: Marcos Lorenzo, puesto que su madre ya había fallecido. Reclamaba que era responsabilidad del vendedor "sanear" la venta para evitar reclamaciones, y puesto que no lo había hecho debía compensarlo. Lorenzo accedió a devolverle el dinero o a darle otras de sus tierras a cambio, pero no hizo lo uno ni lo otro. De tal manera, don Lucas lo denunció y Marcos Lorenzo acabó preso en la cárcel de comunidad de Aculco, puesto que San Ildefonso pertenecía entonces a este pueblo. Luego se le embargó una de sus propiedades, el Rancho de Ávalos, para con su remate pagar lo que le adeudaba a Magos. Así, no continuó con su pelea por las tierras con los paredones junto al río, que quedaron desde entonces en posesión del pueblo de San Ildefonso.

Seguramente los lectores ya habrán notado algo muy interesante en esta historia: los vestigios de tal "iglesia vieja", si le creemos a los habitantes de San Ildefonso, o los restos de una casa o troje para almacenar trigo, si nos inclinamos por la opinión de don Lucas, eran tan poco notables como para generar precisamente esa duda. Nada que ver con los restos de la actual "iglesia antigua", mucho más importantes y que inequívocamente se reconocen como un templo completo, con su nave, presbiterio, torre y atrio. ¿Qué sucedió entonces?

Entramos aquí al terreno de la especulación. Sospecho que los propios vecinos de San Ildefonso procuraron reforzar la idea de que ahí había existido el templo anterior a su congregación en Aculco reedificándolo, construyendon quizá sobre los mismos paredones antiguos, y dotándolo de una imagen que nunca más hiciera sospechar que no había sido una iglesia. Eso explicaría los detalles ligados al estilo barroco que encontramos en las ventanas mixtilíneas, el derrame en forma de concha del acceso principal, la molduración de su portada y las pilastras del arco del presbiterio. Pero la construcción se habría prolongado por lo menos hasta mediados del siglo XIX, época a la que parece pertenecer la ventana del coro, la torre (con una calidad distinta en su mampostería) y el campanario de cantería. Los muros, llenos de mechinales abiertos (esos hoyos en los que se colocaban vigas para sostener los andamios durante la construcción), indican claramente que todo aquel esfuerzo quedó a pesar de todo inconcluso. Acaso sólo el presbiterio llegó a techarse, pues cuenta con canales para desaguar su ya inexistente azotea y en la parte posterior posee todavía una cornisa que indicaría la finalización de esa zona de la iglesia. La leyenda de que llegó a estar techada con paja sería así sólo un falso recuerdo.

Pero en esta conclusión se mantiene un misterio: la fecha de 1616 labrada en la entrada a lo que debió ser la sacristía. No es una fecha que corresponda a una iglesia anterior a la congregación, sino más bien a los tiempos de la repoblación de San Ildefonso. Y si estaba ahí, ¿por qué en ninguna de las dos visitas de las autoridades al sitio se consignó su existencia, que quizá les habría servido para el establecer el origen del edificio en el tiempo? ¿Quizá estaba ese dintel labrado ya caído en tierra entonces y sólo al reconstruir el templo se le descubrió y volvió a colocar? ¿O habrá venido de otro lugar, tal vez la otra iglesia vieja que don Lucas señalaba como la verdadera, para darle autenticidad a este otro edificio? ¿O del templo nuevo? Preguntas hasta ahora sin respuesta, pero que no hacen más que aumentar el interés que produce la "iglesia antigua" de San Ildefonso Tultepec.

 

FUENTES:

AGN/Instituciones Coloniales/tierras/vol.1794/expediente 5.

AGN/México independiente/ Gobierno y relaciones exteriores/ Archivo de buscas y traslado de tierras/ volumen 46286/92/expediente 1

* Buena parte de las fotografías con las que ilustro este texto son de Neftalí Sáenz Bárcenas, cronista de San Juan del Río, Querétaro.

** Después de terminar este texto hallé que Yesenia Martínez Maldonado había utilizado estos mismos documentos para su tesis "Justicia, autoridad y territorio en la historia de San Ildefonso Tultepec, una comunidad ñañhö del sur de Querétaro" con el que obtuvo el grado de Doctora en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad de la Universidad Autónoma de Querétaro. Sin embargo, no coincido en su interpretación de dichos documentos, pues ella identifica plenamente la "iglesia vieja" que describió Lucas Magos con la que hoy existe, sin percatarse de la disputa por ello con los naturales de San Ildefonso. La tesis se puede consultar aquí.

sábado, 1 de noviembre de 2025

El arca de comunidad de Aculco y lo que guardaba en 1782

A lo largo de casi todo el Virreinato, los cabildos de los pueblos de la Nueva España acostumbraban guardar sus fondos numerarios y los documentos que acreditaban la propiedad de sus bienes comunales en grandes arcones de madera con tres cerraduras. Cada una de ellas se abría con una llave propia, y las tres llaves quedaban en poder de tres distintas autoridades, asegurando así que sólo por consenso podía disponerse del dinero o extraerse los papeles. A esos arcones se les llamaba “arca de comunidad” o “caja de comunidad”. Esto seguía lo ordenado en las Leyes de Indias, que indicaban:

En las cajas de comunidad han de entrar todos los bienes, que el cuerpo y colección de indios de cada pueblo tuviere, para que de allí se gaste lo preciso en beneficio común de todos, y se atienda a su conservación, y aumento, y todo lo demás que convenga, distribuyéndolo por libranzas, buena cuenta y razón y asimismo las escrituras y recaudos por donde constare de su caudal y efectos. (Recopilación de Leyes de Indias, 5ª ed., Libro V, Tit. IV, Ley II, Madrid, Boix, 1841, p. 232.)

Los fondos de las arcas de la comunidad se destinaban al sostenimiento de los servicios básicos y la infraestructura del pueblo, como la construcción y mantenimiento de edificios, caminos y puentes. También para financiar festividades, socorrer a los miembros de la comunidad en situaciones como hambrunas, epidemias o desastres naturales, financiar los procesos legales y la defensa de las tierras comunales y a veces para completar el pago de tributos. Las cajas de comunidad estaban sujetas a la vigilancia de las autoridades superiores: alcaldes mayores, el virrey y la Audiencia de México. Sin embargo, en la práctica los oficiales de república, con el gobernador a la cabeza, administraban con gran libertad esos bienes y sólo a finales de la Colonia las autoridades españolas comenzaron a controlar más estrictamente los gastos. Aunque Aculco no contó con un gobernador indígena hasta 1803, pues hasta entonces dependía de Jilotepec, sí tenía autoridades propias, si bien subordinadas al gobernador de aquella cabecera, y poseyó su propia arca de comunidad desde tiempos remotos, la cual se guardaba en las Casas Reales, el equivalente a lo que hoy sería un palacio municipal.

Gracias a un proceso legal de finales del siglo XVIII, conocemos qué guardaba el arca de comunidad de Aculco hace casi 250 años. Esto es así porque en 1782 las autoridades del pueblo solicitaron al virrey que se les deslindaran sus tierras de acuerdo con los títulos que guardaban en su caja. De tal manera, el teniente de Justicia de la provincia, Juan de Verroja Albiz, se dirigió a Aculco a finales del mes de agosto para inventariar los papeles que poseía la república de naturales del pueblo. El documento que registra este inventario es en realidad breve, pero nos revela detalles muy valiosos para la historia de nuestro pueblo:

[En] el pueblo de Aculco, distante de la cabecera de Xilotepeque ocho leguas, en treinta y uno de agosto de mil setecientos ochenta y dos años. Yo, don Juan de Verroja Albiz, teniente general de esta provincia y su jurisdicción de Huichapan, confirmado por el excelentísimo señor virrey, gobernador y capitán general de la provincias de los reinos de esta Nueva España, en virtud de lo superiormente preceptuado por el excelentísimo señor, en el precedente despacho. Presentes el señor licenciado don José Moreno, cura y juez eclesiástico de este partido, Don Juan José Jaimes y Peñaranda, apoderado del común y naturales, el alcalde de primer voto Manuel de la Cruz, Francisco Nicolás, alcalde segundo, Francisco Pascual, tercero, Pascual Nicolás, regidor, Andrés González, escribano de República y Juan José del Castillo, que hizo oficio de intérprete, y a todos doy fe de conocer. Procedí estando el arca de comunidad en estas Casas Reales, a que se abriese, notificándole a ruego y encargo a dicho señor licenciado don José Moreno diese su venia y llave que para en su poder, de las tres de que se compone sus cerraduras, que manifestó y así mismo a el alcalde Manuel de la Cruz, para que exhibiere la otra llave que le corresponde. Y por cuanto no se encuentra la otra llave, que debía parar en poder de mi alcalde mayor, capitán don Francisco Antonio Cossío Velarde, y por su recibo no habérmela dejado, determiné por que no se demorase esta diligencia se abriese dicha arca y se formase o fabricase nueva llave, para que [...] este acta a las providencias que fueren necesarias se manifieste. Y constando que los papeles y documentos que en ella se encierran, son sobre tierras y a beneficio de este común, se sacaron los siguientes que van inventariados, y se le entregaron a el enunciado señor licenciado don José Moreno.

Primeramente, un cuaderno de la fondacion [sic] de este pueblo de Aculco, con Real Cédula inserta, en fojas seis.

Ítem, un quaderno de los títulos del pueblo de Aculco, en veinte y una fojas útiles.

Ítem, un cuaderno de los títulos del pueblo de Santa Ana, en fojas cinco, muy maltratado.

Ítem, una escritura de venta de una caballeria de tierra pertenecientes a los naturales del Pueblo de San Lucas, en fojas cuatro.

Ítem, un cuaderno de títulos de los naturales del pueblo de Santa María, en fojas doce maltratadas.

Quedando en dicha arca las diligencias de visita hechas por dicho mi alcalde mayor, que constan en fojas siete, en las que consta haber encerrado en dicha arca la cantidad de trescientos treinta y seis pesos, tres y medio reales, según la diligencia practicada a los diez y seis de agosto de mil setecientos setenta y nueve años, a la foja cinco vuelta, y a la siete, en la certificación puesta por don Juan José de Paz, escribano público de esta jurisdicción, a diez y siete del citado mes y año. Consta así mismo que se rebajado de la enunciada cantidad de los trescientos treinta y seis pesos, tres y medio reales, diez pesos y tres reales de los costos y derechos de las diligencias practicadas conque vino a quedar líquida la de trescientos veinte y seis pesos, medio real. Por bienes de esta comunidad los que se contaron y se hallan cabales, en moneda nueva corriente del cuño y selo mexicano, y volvieron a poner en dicha arca en la misma conformidad que se hallaron, lo que asiento por diligencia que firmaron conmigo el teniente general, el señor licenciado don José Moreno, el apoderado don Juan Jaimes y Peñaranda, don Manuel de la Cruz, alcalde, con el escribano de Republica, intérprete y los testigos de mi asistencia, actuando como juez receptor por ausencia del escríbano, y no haberle real ni público en el termino del derecho. Doy fe.

Sabemos así que las llaves del arca de comunidad Aculco estaban en poder del párroco, del alcalde de primer voto (una autoridad indígena aculquense) y el alcalde mayor de la Provincia de Jilotepec (autoridad española que residía en Huichapan). Vemos que además de las escrituras de las tierras propiamente de Aculco se guardaban las de los pueblos de su jurisdicción, como San Lucas, Santa Ana y Santa María (que entiendo sería Nativitas, no La Concepción ni el desaparecido pueblo de Santa María Xipopeca). Y que los fondos de la comunidad ascendían en aquel momento a 326 pesos, medio real (un real era la octava parte de un peso). ¿Era mucho o poco dinero? Bueno, si consideramos el valor de la plata de esos pesos, hoy equivaldría a unos $115 mil pesos. Pero en términos del ingreso de la época era una cantidad considerable, equivalente a más de tres años de trabajo de un jornalero, o al sueldo de un año de un funcionario menor.

Pero lo que a mí me llama más la atención es ese cuaderno (hoy naturalmente desaparecido) que hablaba de la "fondación de Aculco". En sus apenas seis hojas guardaba seguramente los datos importantísimos sobre el origen de nuestro pueblo, sobre los que hoy solamente podemos especular.

 

FUENTES:

AGN. Tierras, vol. 2751, exp. 5, f. 45 y ss.