jueves, 23 de junio de 2022

La visita del arzobispo Aguiar y Seijas a Aculco en 1685

El doctor Francisco de Aguiar y Seijas y Ulloa, natural de Betanzos, en Galicia, fue uno de los más afamados arzobispos de México, cargo que ocupó desde 1682 hasta su muerte en 1698. Fue el fundador del Seminario Conciliar y de diversas obras de beneficencia, como varias escuelas gratuitas para niños pobres, un hospital para enfermas mentales, el colegio de San Miguel de Belén, la Casa de Misericordia y el Hospital de la Magdalena para mujeres de vida licenciosa, y una casa de recogimiento para doncellas pobres. A él se debe también el inicio de la construcción de la antigua Colegiata de Guadalupe. Reconocido por su caridad (que llegó al extremo de entregar su ropa a los mendigos que hallaba desnudos por la calle y a regalar directamente a los menesterosos la cuarta parte de los diezmos episcopales), fue un hombre en extremo ascético, moralista y austero. Buscando transmitir estas virtudes a su feligresía, prohibió las corridas de toros, las peleas de gallos y algunas bebidas alcohólicas como el tepache y el pulque. Con todo, estas prohibiciones fueron poco efectivas, en parte porque el arzobispo era persona "de palabras duras y actos suaves". Por ejemplo, para evitar que se celebrara cierta pelea de gallos no usó su autoridad, sino que compró todas las entradas. Por otra parte, se le ha responsabilizado de que sor Juana Inés de la Cruz abandonara las letras al final de su vida, pero las pruebas de ello son pocas, sino es que inexistentes. Como escribe la historiadora Marie-Cécile Bénassy Berling en su texto "Más sobre la conversión de sor Juana":

De sus relaciones con sor Juana sabemos muy poco a ciencia cierta: primero, el hecho de haber inspirado la venta de sus libros y preseas en favor de los pobres; segundo, otro hecho anterior y menos conocido, que es el permiso de comprar su celda en febrero de 1692. Esto no iba bien con el voto monástico de pobreza. Se necesitaba una dispensa del prelado. El hecho era muy corriente, pero en caso de tener inquina contra sor Juana, D. Francisco hubiera podido aprovechar su posición para dar largas al asunto.

Don Francisco de Aguiar y Seijas era muy activo. De ello es prueba que fue el único arzobispo del siglo XVII que realizó una visita pastoral prácticamente a todas las parroquias de su inmenso territorio, como cuenta Antonio Rubial:

Preocupado por la salud espiritual de todos los fieles que habitaban en el arzobispado, Aguiar fue uno de los pocos prelados que realizó la visita pastoral de la mayor parte del extenso territorio que éste ocupaba. En las épocas de secas y durante tres años, recorrió desde el Atlántico hasta el Pacífico administrando la confirmación, predicando la virtud y fustigando el vicio. En esas visitas se negó a recibir las oblaciones y dádivas que acostumbraban dar los pueblos a los prelados en tales ocasiones [...] En sus visitas, al igual que en las ciudades cabeceras de los obispados que ocupó, Aguiar se mostró como un reformador de la moral pública. Denunció continuamente, pues con ello se rompía con las tradicionales reglas del ordenamiento social, «el notable desorden en los trajes, así por su poca honestidad como por la indistinción con que vestían sedas y telas preciosas y usaban joyas de oro, perlas y plata nobles y plebeyos por igual».

En uno de aquellos viajes, el 10 de mayo de 1685, Aguiar y Seijas llegó hasta Aculco. De su visita quedó constancia en un documento agregado al libro sacramental de bautizos del templo, escrito por don Felipe Deza y Ulloa, notario arzobispal. Aquí transcribo el documento con algunas correcciones de redacción y ortografía que facilitan su lectura, para después comentarles algunas cosas sobre su contenido:

[Libros sacramentales de la parroquia de san Jerónimo, Aculco de Espinosa, Estado de México. Bautismos de hijos legítimos 1679-1787, f. 60 vuelta.]

Auto de visita.

En el pueblo de San Gerónimo Aculco, jurisdicción de Huichapan, sujeto de la doctrina de Xilotepec, a diez días del mes de mayo de mil seiscientos ochenta y cinco años. El ilustrísimo señor doctor don Francisco de Aguiar y Seijas, arzobispo de México, del Consejo de Su Majestad, etc., mi señor, estando entendiendo en la visita de este su arzobispado, habiendo sido recibido en la iglesia de dicho pueblo con repique de campanas y asistencia de la feligresía y cofradías, con cruz alta debajo de palio y vestido con capa el reverendo padre fray Cristóbal de Yncháustegui, presidente de este convento, y de diácono y subdiácono los padres fray Manuel de Chávez, coadjutor, y fray José del Río, religiosos de la orden de san Francisco. Y con asistencia del padre fray Francisco de Trejo, cura ministro de doctrina de Xilotepec, y hechas todas las ceremonias de recibimiento que se acostumbran y disponen por el pontifical y ceremonial, y dado Su Señoría Ilustrísima la bendición episcopal, y leídose el edicto general de visita, y reconiciéndose los libros de bautismos, casamientos, entierros y padrón de esta feligresía sujeta de dicha iglesia, y procedido a hacer algunas diligencias que han parecido convenientes para reconocer si se administran los santos sacramentos con el cuidado y vigilancia conveniente. Y si se enseña predica y explica la doctrina cristiana a los feligreses naturales, y procedido asimismo a la visita del sagrario, pila bautismal, crismeras, aras y altares; y de los ornamentos, custodia, cálices, misales, vasos y demás bienes de sacristía, se manifestaron a Su Señoría Ilustrísima en dicha visita, y visto todo lo demás que se convino. = Dijo: que hacía y hubo por hecha dicha visita y mandaba y mandó se siga la forma de las partidas de los bautismos, casamientos y entierros; y en las partidas de los entierros se añada si testan, en qué día, ante quién, qué persona queda por albacea y quién por herederos, y qué misas dejan, de que se cobre la cuarta arzobispal que toca a Su Señoría Ilustrísima y la entregue al vicario juez eclesiástico a quien está repartido este pueblo y partido, para que el susodicho las remita a la secretaría de cámara gobierno de este arzobispado, de lo cual se le dé noticia; y así mismo se le manifieste el libro de entierros cada que convenga para que tome razón de los albaceazgos para que conforme se vaya cumpliendo el año y día de los albaceas los vaya compeliendo a que den cuenta de los dichos albaceazgos ante el juez de testamentos, capellanías, obras pías de este arzobispado en la Ciudad de México; de que así mismo se dé noticia al juez eclesiástico de este partido. Y si quedase alma heredera, luego se le le dé noticia sin aguardar al año y día de albaceazgo, para que haga luego se proceda a los inventarios y asista a ellos por que no se defrauden los bienes y en el ínterin se dé cuenta al dicho juez de testamentos y capellanías o a Su Señoría Ilustrísima para que se provea lo que convenga. Y que los padres que asisten a los coadjutores en esta dicha feligresía procuren por todos medios se obren pecados públicos, y el que se hagan, vendan y beban tepache, vino pulque y otros vinos que están prohibidos; y el que asistan los feligreses y naturales a la doctrina cristiana, nombrando para ello fiscales en este pueblo como en los demás sujetos a éste para que cuiden dicha doctrina, y especialmente en los pueblos que se hallan retirados de éste, por haberse reconocido la grande distancia que hay de ellos a este; en los cuales se junten y congreguen y se les enseñe y explique la doctrina cristiana y así mismo en éste; y que en yendo el religioso a la misa de visita los reconozca y los cuente para que oigan la dicha misa; y en atención a que en dichos pueblos y en especial en los de Santiago y San Ildefonso hay más de mil feligreses chicos y grandes, Su Señoría Ilustrísima rogaba y encargaba al reverendo padre provincial que fuese de la Provincia del Santo Evangelio del seráfico padre san Francisco de esta Nueva España, asigne religioso lengua que viva y asista en uno de dichos pueblos y que haya en él sagrario. Luego se ponga religioso, lo cual se puede poner en el pueblo de Santiago donde hay iglesia y desde luego en caso necesario, Su Señoría Ilustrísima pide e invoca el auxilio de Su Majestad, a cualesquier justicia de este reino para que lo referido tenga debido efecto por haberse reconocido que los naturales de los dichos pueblos de Santiago no han ocurrido a confirmarse y haberse escusado e informado de no querer oír la misa de su visita ni juntarse a doctrina. Y para que cumplan con su obligación de cristianos, siendo necesario se dé cuenta por el ministro de esta doctrina o por cualquiera de los coadjutores, a la Real Audiencia para que provea del remedio y convenga; y así con dichos naturales como con los demás de esta feligresía, se observe la costumbre en cuanto a la paga de los derechos parroquiales y no ajustándose a ella, observen el arancel de derechos parroquiales de este arzobispado que está mandado guardar y cumplir por la Real Audiencia de la Ciudad de México. Y encargaría Su Señoría Ilustrísima, encargo a los dichos padres coadjutores traten a los dichos naturales con todo amor y caridad, y no permitan que los susodichos den en sus confesiones y comuniones medio real, huevos, pollos, ni otros géneros quitandoles de tan pernicioso abuso que se halla prohibido por edictos de este arzobispado; Y prohibía y prohibió el que en los temascales y baños se bañen juntos hombres y mujeres para que se excusen ofensas a Dios. Y con los españoles, negros, mulatos y mestizos se observe el arancel de este dicho arzobispado sin que se exceda en manera alguna. Y mandaba y Su Señoría Ilustrísima mandó a todos los feligreses y naturales asistan a la doctrina cristiana y su explicación para lo cual se deje un libro. Y desde luego Su Señoría Ilustrísima suspendía y suspendió todas cualesquier cofradías, hermandades y licencias de decir misa en capillas, ermitas y oratorios que no se hayan presentado en la presente visita, para que de ellas no se use hasta que obtengan despacho de Su Señoría Ilustrísima, todo lo cual se cumpla y ejecute precisa y puntualmente por el padre ministro de doctrina y cualquiera de sus coadjutores y los que en adelante fuesen, y por los feligreses y demás personas a quien lo referido toca o tocar puede, en virtud de santa obediencia y pena de excomunión, y con apercibimiento de que no lo haciendo se procederá contra los inobedientes como haya lugar por derecho y así lo proveo mando y firmo.

Francisco, arzobispo de México

Ante mi, Felipe Desa y Ulloa

Notario arzobispal y de visita

 

La iglesia de Aculco era entonces ayuda de parroquia de Jilotepec y tardaría todavía 74 años en ser erigida parroquia por derecho propio. Pertenecía naturalmente al arzobispado de México, pero no lo atendían clérigos seculares, sino frailes franciscanos de la Provincia del Santo Evangelio. En lo civil, el pueblo dependía de la alcaldía mayor de Huichapan, que se había convertido en la cabecera de la antigua Provincia de Jilotepec. Bajo la jurisdicción de la doctrina de Aculco estaban comprendidos no sólo los pueblos que continuan perteneciendo hoy al municipio de Aculco, sino también los que conforman Polotitlán y muchos al sur del municipio de Amealco, entre ellos los de San Ildefonso y Santiago Mezquititlán (que son los mencionados en el documento por hallarse muy alejados del pueblo de Aculco).

Una visita del arzobispo a las poblaciones de sus diócesis tenía en aquella época una serie de objetivos establecidos por el Concilio de Trento: administrar el sacramento de la confirmación, mantener la doctrina cristiana, fomentar las buenas costumbres, exhortar a los fieles a la observancia de luna vida cristiana, y a corregir las faltas de los eclesiásticos. Era, por así decirlo, una “visita de inspección” (obispo significa en griego supervisor) que debía hacerse en teoría cada dos años y por ello se revisaba el templo, su pila bautismal y sagrario, y muy especialmente los libros en que se llevaba registro puntual de nacimientos, matrimonios y entierros. También se revisaba que las cofradías o hermandades estuvieran legalmente fundadas y que los lugares en que se celebraran la misa estuvieran decentemente dispuestos. Todo ello lo vemos expresado en el auto de visita.

Fuera de los asuntos que seguramente eran los mismos en todas las parroquias (como la revisión de los libros sacramentales), el documento permite atisbar algunas particularidades de la visita de Aguiar y Seijas a Aculco. El primero es el número, nombre y cargo de los tres franciscanos que entonces habitaban el convento de Aculco: el sacerdote fray Cristóbal de Yncháustegui, guardián, el diácono fray Manuel de Chávez, coadjutor, y el subdiácono fray José del Río. También destaca el interés del arzobispo para que los pueblos alejados de la cabecera (los ya mencionados de Santiago y San Ildefonso) fueran atendidos por un "fraile lengua" (es decir, hablante de lengua indígena, en este caso otomí) que viviera en ellos. De la descripción de Aculco hecha pocos años después por fray Agustín de Vetancurt en su Crónica de la Provincia del Santo Evangelio se deduce que la orden fue atendida: "En el [pueblo] de Santiago que está más lejos asiste religioso". Con todo, esta lejanía determinaría que años después se incorporara a aquellos pueblos a la parroquia queretana de Amealco.

Curiosas resultan tambien las prohibiciones que señaló Aguiar y Seijas, pues nos hablan de las costumbres de los aculquenses de aquellos años tan lejanos, como la de beber tepache y pulque, o la de bañarse con mezcla de sexos en los temascales.

Pero es interesante asimismo lo que el documento calla de aquella visita. Porque el templo de san Jerónimo se hallaba en plena construcción en esos años y llama la atención que no se hiciera un solo comentario al respecto. A pesar de ello, quizá quedó un recuerdo de la visita de Aguiar en el propio edificio: el arzobispo fue un gran impulsor del culto a Santa Rosa de Lima, canonizada apenas en 1671, y quizá fue eso lo que determinó que se eligiera a esta santa peruana para ocupar un sitio tan destacado como el que tiene en el remate de la fachada de la iglesia.

miércoles, 22 de junio de 2022

Y por fin apareció la medalla de Aculco

Dos veces he escrito en este blog acerca de la medalla que mandó acuñar el virrey Venegas para premiar a los soldados que derrotaron a los insurgentes en Aculco, Guanajuato y Puente de Calderón, y ahora lo hago por tercera ocasión. Tanta insistencia obedece a una razón muy simple: hasta ahora no había logrado conocer una de aquellas medallas, sino solamente una especie de versiones suyas (una bordada y otra elaborada en porcelana esmaltada). La metálica, acuñada, que fue descrita por los historiadores Carlos Maria de Bustamante y Lucas Alamán simplemente no aparecía y los pocos libros de numismática que consulté llegaban incluso al extremo de poner en duda que hubiera existido alguna vez.

Pero, finalmente, la famosa medalla apareció.

Es poco preciso e injusto decirlo de esta manera, que simplemente "apareció". No fue así: Joshue Ramírez, bibliófilo y coleccionista queretano, feliz poseedor de una de esas medallas, me escribió para compartir generosamente fotografías de su ejemplar, así como los datos que había hallado en sus investigaciones. Gracias a ello hoy puedo platicarles un poco más del tema, aunque todavía quedan por resolver algunos enigmas, como verán al final de este texto.

Para empezar, recordemos lo que escribrieron Bustamante y Alamán sobre la medalla y las circunstancias en que se concedió. Escribe Bustamante en su Cuadro histórico de la revolución mexicana (1843):

[Venegas] mandó grabar en la casa del valenciano D. Vicente Felpeyto más de seis mil escudos para soldados y trescientos para oficiales, que se remitieron luego al ejército. Eran una cascarilla de cobre plateado en que se veían dos leones sosteniendo una lápida o tarjeta, y en la que estaba escrito en abreviatura el odioso nombre de Fernando VII, y arriba por orla se leía esta inscripción: Venció en Aculco, Guanajuato y Calderón. He aquí con lo que se engalanaban aquellos menguados parricidas, como pudiera un gran maestre de la orden de San Juan o algún general con el cordón de la Legión de Honor de Napoleón. He aquí por lo que se batían como leones y derramaban sin tasa la sangre de sus hermanos ... ¡Miserables!

Por su parte, Alamán apuntó en su Historia de Méjico (1850):

Por premio de tan espléndida victoria [la de Puente de Calderón] y de las anteriores ganadas por el ejército del centro, el Virrey Venegas concedió a todos los individuos de él, que hubiesen merecido la aprobacion del general y de sus jefes particulares, un escudo de distincion que llevasen al lado izquierdo del pecho, en el que estaba esculpida la cifra de Fernando VII, en una tarjeta que sostenian un leon y un perro, símbolos del valor y de la fidelidad, y en el contorno el lema, Venció en Aculco, Guanajuato y Calderón.

Ahora que podemos ver en fotografía lo que hasta aquí hemos llamado medalla, hay que señalar que es más correcto llamar a este objeto escudo, tal como hicieron los historiadores citados. Esto, debido a que su reverso no está labrado ni fue pensado para portarlo como colgante, sino que cuenta con asas para coserlo a la ropa. Por otra parte, eue Bustamante lo haya calificado de "cascarilla" obedece sin duda a su escaso grosor, también impropio de una medalla de su tamaño. En lo que se refiere a su iconografía, Alamán fue más preciso al señalar que las figuras que sostienen la tarja central en este escudo son las de un león y un perro, y no dos leones como escribió Bustamante. Y lo que el segundo llama "abreviatura del odioso nombre de Fernando VII" y el primero "cifra" del mismo monarca, es como puede observarse, una letra "F" acompañada de un número siete.

La forma del escudo es ovalada y un texto numismático que Joshue me compartió apunta que sus medidas son 70 x 56 milímetros. Con respecto al material, aunque Bustamante afirmó en su Cuadro histórico que era de "cobre plateado", aquel mismo texto indica que existe en tres versiones: oro, plata y bronce. La que podemos ver en las fotografías parece ser esta última. Clasificada como "muy rara" por los pocos ejemplares que se han conservado, una de esas piezas en plata tuvo un precio de salida de $25,000 en una subasta realizada en 2002.

Sobre el autor del escudo, Bustamante afirmó únicamente que se mandó grabar "en la casa del valenciano D. Vicente Felpeyto". Poco es lo que he podido averiguar sobre este personaje, pero los escasos datos permiten construirle una pequeña biografía: Contrario a lo que afirmó Bustamante, no era de Valencia, sino natural de Madrid, donde nació hacia 1774. Poseía en la Ciudad de México una vinatería en la calle de Necatitlán ("vuelta al callejón de la Retama") que en julio de 1819 traspasó por 300 pesos a don Antonio Barreda (1). Se decía "de ejercicio maquinista", expresión que hoy podríamos interpretar como mecánico, constructor de máquinas, aunque podría ser también operador de ellas. Enviudó en mayo de 1823 de su primera esposa, doña Manuela del Río, y poco más de un año después, el 4 de agoto de 1824, contrajo nuevo matrimonio con doña María Guadalupe Mendizábal Subeaux, jovencita de 21 años nacida en la Ciudad de México que no sabía escribir. Vivía por entonces en el número tres de la segunda calle del Relox en la capital (2). Poco disfrutó Felpeyto de este nuevo enlace, pues falleció el 17 de julio de 1828 en la casa número 5 de la misma calle del Relox y recibió sepultura en la iglesia de Santo Domingo (3). Como el escudo no lleva el nombre del autor, no podemos saber si el madrileño únicamente dispuso u operó la maquinaria para fabricarlo, o también participó de alguna manera en su diseño y grabado, cosa que creo bastante improbable.

Al misterio del autor artístico de la medalla se suma otro quizá mayor: las fotografías de los catálogos numismáticos indican que hay otra versión más del escudo, con distinto diseño, que contiene la misma leyenda "venció en Aculco, Guanajuato y Calderón". Contiene también las figuras de un león y perro que sostienen una cartela, pero en ésta se lee "FERD VII" y se observa un pequeño busto del rey que mira a la derecha. A esto se añaden otros elementos como un cetro y una estrella. Elaborada en plata, tiene también el reverso en blanco y sus medidas son ligeramente medores que el otro escudo: 60 x 48 mm. ¿Pertenece acaso este otro escudo a una emisión distinta?, ¿corresponde más bien a la versión para oficiales que mencionó Bustamante? Es difícil saberlo, pero quizá en algún momento podremos resolver también estos nuevos enigmas.

 

NOTAS

 

(1) Archivo General de la Nación, Indiferente Virreinal, caja 2599, exp. 25.

(2) Información matrimonial de don Vicente Felpeito y doña María Guadalupe Mendizábal, julio de 1824. Parroquia del Sagrario Metropolitano, Ciudad de México.

(3) Registro de fallecimiento de don Vicente Felpeito, 17 de julio de 1828. Parroquia del Sagrario Metropolitano, Ciudad de México.

viernes, 17 de junio de 2022

El cura que donó a Aculco su mayor tesoro artístico

El bachiller don Nicolás María de Arroyo (cuyo nombre algunos han escrito equivocadamente como Nicolás Marín de Arroyo) fue un sacerdote del clero secular que ejerció su ministerio en el Arzobispado de México en la segunda mitad del siglo XVIII. En 1759, cuando era juez eclesiástico y teniente de cura en la parroquia de Chapa de Mota, el arzobispo Manuel Rubio y Salinas le encomendó "reconocer el estado de la iglesia de Aculco, pueblos, ranchos y haciendas de su distrito, número de personas, ventas y demás bienes, que han estado a cargo y administraron, con separación de la cabezera Jilotepec, los religiosos observantes de san Francisco, para proceder a la erección de Parroquia" (1). Dos años antes, Rubio y Salinas había confirmado la presencia de una abundante feligresía en Aculco, lo que favorecía su plan de secularizar esa jurisdicción y elevarla a rango parroquia (2). Arroyo cumplió eficazmente con su cometido y la parroquia de Aculco quedó formalmente erigida el 14 de mayo de 1759.

Fue después de ello que don Nicolás recibió una nueva comisión de parte del arzobispo: debía ser él quien se ocupara de recibir el templo de manos de los franciscanos y se encargaría provisionalmente de la nueva parroquia. Así, el 4 de julio de 1759 tomó posesión del cargo de cura interino.

Aunque los habitantes de Aculco estaban acostumbrados a los franciscanos -no en vano habían permanecido en el pueblo por más de 200 años- parece ser que recibieron con agrado al padre Arroyo. Es más, pasados unos meses elevaron una petición al arzobispo para que este sacerdote permaneciera en la parroquia pero ya no solamente como interino, sino elevado a la posición de cura párroco (3). Pero Rubio y Salinas desestimó la petición y decidió que el bachiller don Lorenzo Díaz del Costero se convirtiera en cura propietario, el primero de la parroquia de san Jerónimo Aculco. Arroyo, por su parte, se retiró de Aculco el 9 de marzo de 1761. Moriría muchos años después, hacia 1796 (4).

La presencia de menos de dos años del bachiller Nicolás María de Arroyo en nuestro pueblo habría quizá quedado en el olvido de no ser por un hecho afortunado y muy especial: fue él quien donó a la parroquia el hermosísimo cuadro de la Última Cena (o "el apostolado", como se le llamaba antes) pintado por Miguel Cabrera, que adorna desde entonces su sacristía. Una leyenda inscrita en la parte media baja de esta obra da fe precisamente que fue pintada a devoción del sacerdote. Así fue que el padre Arroyo logró escapar del olvido de los siglos y hoy, más de 260 después, recordamos todavía su generosidad, gracias a la cual Aculco obtuvo el mayor de sus tesoros artísticos.

 

FUENTES:

1. Decreto de erección de la parroquia de Aculco, periódico Aculco, septiembre de 1959, p. 2

2. María Teresa Álvarez Icaza Longoria, “La geografía eclesiástica del arzobispado de México, 1749-1765”, en María del Pilar Martínez López-Cano y Francisco Javier Cervantes Bello (coordinación), La iglesia y sus territorios, siglos XVI-XVIII, México, UNAm, 2020, p. 279-314.

3. María Teresa Álvarez Icaza Longoria, “Los curas en el Arzobispado de México, 1749-1765”, en Felipe Castro Gutiérrez e Isabel M. Povea Moreno (coordinación), Los oficios en las sociedades indianas, México, UNAM, 2020, p. 348.

4. AGN, Indiferente Virreinal, caja 4842, exp. 60.

jueves, 2 de junio de 2022

Cuando la Revolución llegó a Aculco

Contra lo que muchos creen, la Revolución Mexicana parecía en sus primeros días un gran fracaso, debido a la poca respuesta popular que tuvo el llamado a la rebelión. El propio líder del movimiento, Francisco I. Madero, se vio obligado a regresar a territorio estadounidense al hallar sólo a 10 hombres de los 400 que le había ofrecido reclutar su tío Catarino Benavides. Poco a poco, sin embargo, comenzaron a surgir levantamientos en el norte -especialmente en Chihuahua- y en el sur -sobre todo en el estado de Morelos- hasta convertirse en una verdadera revolución capaz de poner en jaque al régimen porfirista. La toma de Ciudad Juárez en mayo de 1911 decidió finalmente el triunfo de la sublevación y orilló al presidente Porfirio Díaz a renunciar. Con todo, aquella primera etapa revolucionaria encabezada por Madero fue muy limitada en su geografía: los habitantes de la mayor parte del país -ya estuvieran a favor de la Revolución o no- atravesaron todo esto como simples espectadores, apartados de los campos de batalla.

Así sucedió precisamente en Aculco, donde a pesar de cierta inclinación maderista no se presentaron actos violentos. La paz continuó bajo el gobierno de Madero -de noviembre de 1911 a febrero de 1913- pese a que otras regiones del país sufrían las rebeliones de Pascual Orozco, Félix Díaz y Emiliano Zapata. Pero cada día era más evidente que el país enfilaba hacia una etapa de violencia generalizada de la que nuestro municipio no podría escapar. Así, en noviembre de 1912 el diario El País publicaba una nota titulada "Por qué Aculco no teme un asalto", que explicaba las razones de sus habitantes para sentirse seguros, pero que dejaba en claro también que se estaban preparando para enfrentar las incursiones revolucionarias:

Por qué Aculco no teme un asalto

Nos encontramos ayer con un vecino de Aculco, Estado de Méjico (sic), y le preguntamos noticias sobre la situación de su distrito. Nos manifestó que por aquellos rumbos los zapatistas no se atreven a merodear por estar cerca de Aculco la hacienda de Arroyo Zarco, propiedad de la familia del señor Madero, que se encuentra convertida en una verdadera fortaleza que cuenta con cañones, ametralladoras y numerosa guarnición bien armada y municionada. Nos aseguró nuestro entrevistado que el distrito de Aculco es un verdadero oasis de paz y seguridad en el Estado, que ha sido tan probado y sigue siendo por las hordas zapatistas que lo han invadido.

Los zapatistas en efecto no osaban adentrarse entonces por Aculco, llegando en sus avances únicamente hasta los alrededores de Toluca. Pero la situación cambió radicalmente cuatro meses después: el presidente Francisco I. Madero sufrió un golpe de Estado y fue asesinado por los traidores. En consecuencia, una nueva y poderosa rebelión se originó en Coahuila y comenzó su inexorable avance hacia el centro del país con el fin de derrocar al usurpador Victoriano Huerta y reestablecer la vigencia de la Constitución.

En la Ciudad de México, el Congreso mostraba también alguna oposición al presidente espurio. Se descubrió, por ejemplo, que cuatro legisladores conspiraban activamente contra su gobierno. La historia conservó el nombre de dos de ellos, Silvestre Raya e Isidro Saavedra, pero también el de quien, ajeno a la cámara, aparecía como animador del grupo: el aculquense José Riverón Mondragón (de quien ya he hablado antes en este blog). Al parecer, el depósito de carbón que poseía Riverón en la calle de Vidal Alcocer en el barrio de la Merced de la capital del país era el centro de la conspiración, en la que participaban también Rafael Cerón, dos gendarmes desertores y un agente de la policía reservada.

Riverón, en efecto, se levantó en armas en Acambay el 16 de junio de 1913 al frente de unos 16 a 20 hombres. Entre ellos estaban, según diversas informaciones, su pariente Ezequiel Riverón, los acambayenses Camerino Arcos y Alfonso Navarrete, así como el español Agustín del Río, su segundo al mando. Llevaban además como rehén a Jesús Carrero, a cuyo padre pretendían exigir rescate. El grupo rebelde se dirigió enseguida a Aculco, pueblo que tomó sin resistencia, apropiándose de las armas de que disponía la autoridad así como de caballos, arreos y armas de particulares (la tradición oral asegura que uno de los afectados fue el administrador de Arroyozarco, don Juan Lara Alva, a quien robaron su caballo ensillado). A las pocas horas, esa partida de revolucionarios -la primera que veían pasar los aculquenses- abandonó el lugar para retornar a su cuartel de Acambay, cuando se les informó que el subteniente Emeterio López y sus hombres iban en persecución suya.

El destacamento militar de Jilotepec llegó más tarde a Aculco. No hallaron por supuesto a los revolucionarios, pero sí a quienes habían colaborado con ellos: Magdaleno Mondragón Buenavista (primo de José Riverón), Ignacio E. Vizcarra y Leonardo Ocampo. Magdaleno fue acusado de señalar a Riverón las casas donde vivían personas de cierta posibilidad económica, a quienes podía exigirles dinero y caballos. Enviado prisionero al territorio de Quintana Roo, sólo sería liberado con el triunfo del constitucionalismo en 1914.

Así fue como la violencia revolucionaria llegó a Aculco. En los años siguientes, el municipio sufriría muchos más episodios como este, entre ellos el asalto a las haciendas de Arroyozarco y Ñadó, el fusilamiento y ahorcamiento de peones de esta última finca en la Plaza Juárez, la destrucción de algunos ornamentos de la iglesia por una partida rebelde, etcétera. La paz sólo regresaría con la consolidación del Estado revolucionario a partir de la creación del Partido Nacionalista Revolucionario (antecesor del PRI) en 1929.

 

FUENTES

"Por qué Aculco no teme un asalto", El País, martes 12 de noviembre de 1912, p. 8.

El independiente, jueves 19 de junio de 1913, p. 5

"Salen fuerzas competentes para Zamora", El País, sábado 21 de junio de 1913, p.2

José Ángel Aguilar, La Revolución en el Estado de México, México, INEHRM, vol. II, p. 120.

 

jueves, 19 de mayo de 2022

De cómo Arroyozarco fue durante dos años parte de Polotitlán

Aculco y Polotitlan son municipios vecinos del noroeste del Estado de Mexico. De hecho, hasta 1852 fueron una sola entidad municipal, pero en aquel año comenzó un proceso de separación en el que los vecinos se disputaron los territorios limítrofes. Uno de ellos, el más importante por su peso económico, fue la hacienda de Arroyozarco.

Comencemos por hablar del territorio de la vicaría franciscana de Aculco, tal coma lo describio fray Agustin de Vetancurt en 1697, territorio que duplicaba quizá el tamaño que tiene hoy en dia el municipio de Aculco. Sobreponiéndolo a un mapa actual, haría frontera con los estados de Hidalgo, Querétaro y Michoacán pues abarcaba, ademas de los actuales municipios de Aculco y Polotitlan, la mitad sur de Amealco. Si delineramos sobre ese mapa las fronteras modernas entre lPolotitlán y Aculco, encontrariamos ya desde esos tiempos un importante "hecho diferencial" entre las dos zonas: en Aculco se encuentran practicamente todos los antiguos pueblos indigenas de su territorio original mencionados por Vetancurt, mientras que en Polotitlán sólo queda uno: San Francisco Acazuchitlantongo. Esta caracteristica, que nosotros consideramos fundamental para el estudio del origen del municipio de Polotitlán, indica algo que puede comprobarse tambien documentalmente: esta region estuvo compuesta mayormente por ranchos y habitada en consecuencia por rancheros mestizos y criollos, desde aquel Juan Ruano del siglo XVI (que le dio su nombre a la rancheria cercana a Encinillas) hasta el asturiano Juan Luis Polo, de quien vinieron los héroes insurgentes que le dieron nombre a Polotitlán. Hay que señalar también que muchos de estos ranchos fueron más propiedades familiares que personales, en las que solía observarse una organizacion patriarcal.

Hasta mediados del siglo XVIII, la presencia de los españoles, criollos y mestizos se restringe en ese viejo territorio aculquense casi exclusivamente a los ranchos y haciendas. Los pueblos, en cambio, son gobernados por las élites indigenas, los famosos "principales" y "caciques", algunos de los cuales hasta dicen descender de los reyes otomíes de Jilotepec. Sin embargo, a mediados del siglo XVIII la cabecera, Aculco, comienza a sufrir un cambio demográfico importante: las indígenas comienzan a abandonar el pueblo, a vender las casas más importantes y tambien a amestizarse con matrimonios como los dos del rico cacique don Antonio Magos Bárcena y Cornejo, con mujeres españolas. Los beneficiarios de este cambio son sobre todo los criollos y mestizos, muchos de ellos propietarios de ranchos de la zona de Polotitlán. De tal manera, el pueblo de Aculco llega al siglo XIX con una élite gobemante y propietaria que le acerca más a las villas de españoles que a los pueblos de indios y así lo sorprende la independencia. Los primeros ayuntamientos independientes se encuentran formados en gran medida, lo sabemos por sus apellidos, por gente del norte de su jurisdicción, entre los que destacan ya los Polo.

Aculco, fue como se ha dicho muchas veces, un "pueblo de arrieros". Ochenta hatajos de mulas constituían su riqueza y varios de los hombres más ricos de la zona, los Sánchez de la Mejorada, los Del Castillo, poseían su buena cantidad de mulas. Sin embargo, las conmociones de la Guerra de Independencia arruinaron este negocio y alteraron el tránsito por el Camino Real de Tierra Adentro, una de las principales vías de comunicación del país que justamente atravesaba su jurisdicción. Con ello, la economía de Aculco comenzó a morir:

... que este pueblo es carente en todas sus partes de tránsito, comercio, artes y agricultura, pues lo que se obtenía en tiempos anteriores eran ochenta hatajos de mulas al Camino Real, que servía a este país, de lo que ahora carece ...

En esta epoca difícil del inicio de la vida independiente de México, las relaciones entre la hacienda de Arroyozarco y Aculco fueron ríspidas, conmo anticipando los problemas que más tarde llevarían a su separación. En 1822, por ejemplo, las autoridades de Aculco enviaron un pliego para que se reenviara a las autoridades del Imperio y de Arroyozarco lo regresaron con el mensaje de no ser "criados del Ayuntamiento de ese pueblo". De igual manera, las autoridades tenían dificultades para nombrar autoridad auxiliar (lo que ahora seria un delegado municipal) en Arroyozarco, por la misma epoca. Claro que cuando en 1828 se propuso permitir juegos de cartas en Arroyozarco, las autoridades de Aculco se negaron. En 1830, el administrador de la finca pretendia sdemás mantener cierto proteccionismo sobre los productos de la hacienda, al pedir que las autoridades de Aculco no permitieran su venta en el tianguis. En 1832, provocó nuevos disgutos el cambio de día de tianguis en Arroyozarco, del domingo al martes.

Justo en estos tiempos, al norte de Aculco, en lo que se conocia como La Soledad, El Ventorrillo y San Antonio del Río, comienza a desarrollarse un nuevo poblado a la orilla del Camino de Tierra Adentro, el que a pesar de nacer de un régimen patriarcal parece mirar hacia el progreso y el futuro. Es el recién nacido Polotitlán. Los responsables son las familias mestizas y criollas oriundas de esa zona, quienes parecen no resignarse a la debacle de Aculco. Así, en poco tiempo logran constituir un pueblo que rivaliza y supera en muchos aspectos a la cabecera. Para Aculco, el crecimiento de Polotitlán parece ser -como se diría en términos taurinos- la puntilla, pues todo el esfuerzo económico de la zona parece concentrarse en el nuevo pueblo. Casi nada hay en Aculco que haya sido construido entre los años en los que se consolida y crece Polotitlán (con la excepcion de la reconstrucción neoclásica del interior de la parroquia, realizada entre 1843 y 1848). En Aculco quedan, claro, algunas de las viejas familias criollas y mestizas, incluso ramas enteras de apellidos caracteristicos ya entonces de Polotitlán, como Basurto y Garfias, pero los emprendedores migran al nuevo y pujante poblado. Aculco es la capital histórica, pero Polotitlán ocupa pronto el sitio de capital económica.

Un territorio difícilmente puede sobrevivir con dos capitales, sobre todo si son rivales. Polotitlán se separa formalmente de Aculco el 10 de mayo de 1852 y con ello le arrebata una cuarta parte de su territorio. Aculco queda con eso más amargado y mas pobre, pues le han sido quitados los ingresos fiscales del norte de su antigua jurisdicción. A pesar de ello, Aculco conserva todavía las dos haciendas mas grandes de la zona: Arroyozarco y Ñadó.

¿Por qué era tan importante Arroyozarco para Aculco? Porque se trataba de una enorme propiedad que abarcaba quiza una tercera parte de lo que hoy es territorio de ese municipio, pero que tambien se extendía por los de Jilotepec, Timilpan y Acambay hasta abarcar más de 47,000 hectáreas (que en términos comparativos significa tres veces el territorio actual de Polotitlán). Era ciertamente una de las haciendas más importantes del país, sobre todo a partir de que el marqués de Villapuente la compró en 1715 para los jesuitas, como parte del Fondo con el que se evangelizaban las Californias. Tras la expulsión de los miembros de esta orden, Arroyozarco había pasado por manos de los mineros Revilla, del español Francisco Marañón y del empresario de diligencias Anselmo Zurutuza, quien murio en 1852. Deespues de él, se hacen de la hacienda los hermanos Jose Joaquín y Manuel de Rozas, en cuya familia continuaría la propiedad hasta los tiempos de la Reforma Agraria. Hacia 1876, los hermanos Rozas establecieron además una gran fábrica textil en Arroyozarco, cuyas imponentes ruinas aún se pueden contemplar, lo que constituye un hito incomparable en la industrializacion de la zona, que no se repetiría hasta un siglo mas tarde.

Imagínense entonces el balde de agua fría que significó para Aculco el funesto decreto del 25 de septiembre de 1875 que, después de la fuerte pérdida territorial que le significó la separación de Polotitlán, le arrebataba entre 10,000 y 15,000 hectareas más de la parte aculquense de Arroyozarco, la hacienda de Cofradía Grande y las rancherias de Jurica, Fondó, San Francisquito, Encinillas, Thastó, la Cañada, el Tejocote, el Fresno, Loma Alta y la Soledad, para unirlos a aquel municipio, entonces municipalidad. La iniciativa había partido de algunas de las mismas comunidades comprendidas en el decreto, pues decian que

El naciente municipio de Polotitlán ha dado siempre pruebas inequívocas de que atiende con verdadero escrúpulo los ramos todos que constituyen la vida independiente de los pueblos. Se afana por difundir la educación a todas las clases de la sociedad y con particularidad a la más pobre; sus fondos se administran con pureza y emplean verdaderamente en el objeto de su institución y en general se empeña siempre en mejorar su porvenir.

Más allá de estas razones, no nos asombra saber que Arroyozarco se adhirió voluntariamente a este cambio de jurisdicción al recordar las dificiles relaciones con el Ayuntamiento de Aculco en la primera mitad del siglo y al pensar en la circunstancia de que el territorio de Polotitlan se habia formado principalmente por ranchos, lo que lo hacía más parecido y simpatico a Arroyozarco. En apoyo a esta suposición, está el hecho de que el unico pueblo antiguo agregado a Polotitlán, el de San Francisco Acazuchitlaltongo, pidió su reincorporación a Aculco desde 1865. Es parte del viejo tema de la disputa entre ranchos y pueblos del siglo XIX, del que han hablado extensamente muchos historiadores.

Los habitantes de las rancherias de Jurica y parte de la de Fondó protestaron inmediatamente ante el decreto de 1875, afirmando que no se había consultado su voluntad " ... en razón de que con dicho municipio a donde se nos ha anexado no nos ligan ningunas relaciones de familia ni de comercio ni tampoco contamos allá con los auxilios espirituales y civiles tan cerca como en nuestra antigua metrópoli; de ninguna manera estamos conformes con pertenecer a aquella localidad en virtud de que en ella vemos atacada nuestra libertad y los derechos de ciudadanía."

Esa anexión se da en un contexto de crisis económica tras la caída del Imperio de Maximiliano, que afectó muy marcadamente, según los testimonios disponibles, a los pueblos situados sabre el Camino Real. En 1868, el administrador del mesón de Arroyozarco decía, por ejemplo:

... los establecimientos de tienda, hotel y mesón de esta Hda. que son a mi cargo, en la suma de cinco pesos cuatro reales, y siendo en la actualidad el comercio en este punto sumamente pasivo, no puedo por lo mismo reportar tal impuesto sin sufrir un gravamen que daría por resultado la ruina completa de dichos establecimientos, que a más de lo escaso del comercio, es muy limitado el capital que en ellos se gira, llegando a tal estado de miseria, que hay días y no muy raros que no transita un solo pasajero en la diligencia.

Y el celador (o autoridad auxiliar) de Encinillas, explicaba en 1869 que:

... la escasez de recursos en que esta ranchería se encuentra a consecuencia de que, como siempre ha contado con el poco comercio que antes habia con el camino carretero antes establecido, y hoy éste está cortado en su totalidad, y los vecinos de ésta están careciendo de todos recursos.

En Aculco, la probreza llego hasta tal punto que hacia 1875 muchos vecinos de la cabecera demolían sus casas para vender la piedra con la que estaban hechas. En este contexto debemos buscar tambien algunas de las razones por la disputa de Arroyozarco.

En respuesta al decreto, el 31 de diciembre el Ayuntamiento y vecinos de Aculco solicitaron formalmente a la Cámara de Diputados la revocación de la orden, poniendo como argumentos su antigüedad y el lugar distinguido que ocupó el pueblo en las guerras de independencia, asi como la sensible disminución de territorio que le había significado ya la reciente separacion de Polotitlán.

Ante estas razones, la cámara aprobó la reincorporación a la municipalidad de Aculco de las haciendas de Arroyozarco y la Cofradía Grande, con sus rancherias de Thasto, la Cañada, Loma Alta y el Fresno, orden que fue publicada el 8 de octubre de 1877. Meses después, por decreto del 17 de abril de 1878, Aculco recuperaba también las rancherias de la Soledad y el Tejocote. Jurica y Fondó también regresaron a Aculco, aunque desconocemos la fecha de su recuperacion. Permanecieron anexados a Polotitlán la ranchería de Encinillas y el antiguo pueblo de San Francisco Acazuchitlaltongo. Curiosamente entonces, Arroyozarco, que había pedido su unión a Polotitlán, no lo consiguio, mientras que San Francisco Acazuchitlaltongo no pudo volver a ser parte de Aculco, como lo deseaba.

Durante el breve lapso que Arroyozarco formó parte de Polotitlán, el episodio histórico más importante ocurrido en ese lugar quizá haya sido la presencia del general Porfirio Díaz en el frío otoño de 1876, durante su combate contra los últimos opositores al Plan de Tuxtepec, que lo llevó a la presidencia de México. El año en que Arroyozarco regresó a Aculco, coincide por otra parte con el acceso de doña Dolores Rozas a la propiedad de la hacienda y de don Macario Perez a su administración.

¿Cuáles habrían sido las consecuencias de la anexión definitiva de Arroyozarco a Polotitlán para este municipio? En primer lugar, mayores ingresos municipales, pues los impuestos pagados por Arroyozarco le significaban al Ayuntamiento de Aculco la mayor parte de sus entradas fiscales. El cambio también le habría dado automaticamente mayor importancia por la cantidad de territorio y poblacion que habría obtenido. Quizá también se habría beneficiado del éxodo de arrendatarios de Arroyozarco que hacia 1885 se fueron a habitar a Aculco y desplazaron económica y socialmente a las viejas familias que permanecieron en ese pueblo, aunque es difícil saberlo pues tal vez no habrían alcanzado a construirse todavía los necesarios lazos sociales con la nueva cabecera.

El doctor Ignacio González-Polo, cronista de Polotitlán, ha mencionado que la permanencia de Arroyozarco como parte del término municipal de Polotitlén pudo haber sido beneficiosa en el sentido de anexar al sediento pueblo la hacienda junto con sus enormes reservas de agua en las presas de Huapango y El Molino. No estoy tan de acuerdo con este punto de vista, pues Huapango estaba en tierras no de Aculco, sino de Timilpan y no se hallaba comprendida en esta anexión. Además, ni siquiera las el resto de las propiedades de la jurisdicción de Aculco disfrutaban mayormente entonces del agua de Huapango, sino sólo las tierras que pertenecían a la hacienda y únicamente hacia 1868 obtuvieron algo los otros propietarios de esa zona. Y, en fin, Arroyozarco consideraba propia esa agua. A lo largo del siglo XIX le había disputado el agua a Polotitlán y a San Juan del Río y difícilmente dejaría de hacerlo asiía pesar de pertenecer a su jurisdicción.

Por ejemplo, en 1855 la hacienda de Arroyozarco protestó constantemente contra la asignación de aguas a Polotitlán, argumentando que en la solicitud del líquido para este pueblo hecha por don Jose María de Garfias se habia asumido la existencia de un río público, cuando era un arroyo particular de la hacienda. Se decía también que los derrames de la presa de Huapango no solamente no eran constantes ni suficientes, sino que la finca pretendía aprovecharlos, para lo cual llevaba ya construidas mas de 19,000 varas de nuevos canales.

El mismo San Juan del Rio, con derechos centenarios y varias veces probados sobre esa agua, comenzó a depender de la benevolencia de los propietarios de la hacienda de Arroyozarco para hacer uso de ella desde esos tiempos. En 1879 una comisión de su Ayuntamiento "... marchó a Arroyozarco a pedir al señor Macario Perez [padre] dejase venir de la presa, agua para las pequenas sementeras de la ciudad, no encontró en la hacienda al señor Pérez, pero habiéndole puesto un telegrama contestó desde Mexico accediendo como era de esperar de su filantropia, a la solicitud del vecindario y el precioso líquido llegó ya a los sedientos terrenos que tanto lo necesitaban.

Aunque Arroyozarco no podía utilizar todo el líquido de sus depósitos, se reservó siempre su derecho sobre él. Sus propietarios "... argumentaron consistentemente que el gobierno federal no podía intervenir y que no podía reevaluar su derecho sobre el agua. Las fuentes de agua que usaban venian de arroyos y pequeños rios en los valles altos de su propiedad, de modo que sostenían que el agua que usaban no pertenecía al sistema del río; era de su propiedad privada como lluvia que permanecia en sus tierras hasta que ellos permitían que siguiera fluyendo, desde sus presas."

En 1917 el municipio de Aculco protestó por la adjudicación de agua de Huapango a Polotitlán y San Juan del Río, que afectaría sus riegos. Las autoridades se encontraron con que el derecho al agua de Huapango por parte de aquellas dos poblaciones era anterior al de Aculco y de carácter oficial, mientras que el de éste era solamente un favor o una costumbre. Delos 80,767,862 metros cubicos de agua que se calculaba podían contener las presas de Huapango y Teupa, 24,200,000 metros cúbicos correspondían a San Juan del Río y a Polotitlán. Para entonces, la hacienda de Arroyozarco solamente tenía derecho ya a 4 millones y medio de metros cúbicos de agua de esa presa, aunque en otros de sus vasos (Piedras Negras, Lavandera, Palos, San Antonio y El Molino) podía almacenar unos 7 millones de metros cúbicos más. Por otra parte, se había observado que Arroyozarco negaba el agua a las poblaciones con las que tenía conflictos y recogía la quinta parte de la cosecha a quienes regaban con agua de sus presas. Ante esto, Agustin Millán, gobernador del Estado de México expresó que era

de todo punto indispensable quitar a Arroyozarco el manejo de las aguas almacenadas en las presas ya citadas; que el Gobierno se haga cargo directo del manejo y distribución de dichas aguas que le pertenecen.

Poco después, en 1919, cuando comenzaba la efervescencia agrarista, los vecinos de la ciudad queretana solicitaron la adjudicacion de 17,200,000 metros cúbicos de agua de los depósitos de Huapango y Teupan. A esto se opusieron una vez más los habitantes del municipio de Aculco, debido al uso que decian haber hecho siempre de esa agua, de los crecidos gastos que en obras para la conducción del líquido se habian hecho y la pobreza de las tierras del lugar.

Como vemos, Aculco no pudo beneficiarse de esta agua hasta despues de la Reforma Agraria, aunque tampoco le eran tan necesaria como a Polotitlán. Hace poco localicé un documento para seguir profundizando en esta historia que aún no he tenido tiempo de analizar: es el Reglamento de Riego entregado por Arroyozarco a Polotitlán en 1922, del que paso una copia al doctor González-Polo.

Concluyamos dejando estas especulaciones de que habría sucedido si Arroyozarco hubiera pertenecido como deseaba a Polotitlán, pues finalmente su anexión fue muy breve y no parece haber dejado mucha huella. Sí debemos destacar que desde entonces Arroyozarco siempre se ha sentido muy independiente de Aculco, mantiene la rivalidad con su cabecera e incluso ha habido tentativas por constituirse en municipio independiente. También vale la pena comentar que esta historia de anexiones y segregaciones tiene todavia muchos sucesos mas allá de este periodo del que hemos hablado hoy, pues, por ejemplo, el pueblo aculquense de San Pedro Denxi, que se introduce en una peninsula en territorio queretano y es la localidad mas alejada de la cabecera municipal, pidió todavía en los años treinta del siglo XX su incorporación a Polotitlán.

(NOTA IMPORTANTE: Escribí este texto para una conferencia que pronuncié en Polotitlán el 12 de noviembre de 2004. Esta versión tiene ligeras correcciones. Posiblemente faltan algunas tildes ya que tuve que digitalizar el impreso)

viernes, 18 de marzo de 2022

El falso sacerdote que engañó a todo Aculco

El 23 de septiembre de 1816, en plena Guerra de Independencia, llegó al pueblo de Aculco un humilde fraile franciscano con la misión de colectar limosnas para su convento de la ciudad de Querétaro. Para apoyar su encargo, el párroco don Pablo García lo acogió y le dio asilo en la propia casa cural. Fue así como aquel religioso -llamado Juan Atondo y entonces con 32 años- se estableció por una semana en el pueblo, atrayendo de inmediato la atención y devoción de los vecinos. El historiador William B. Taylor, en su libro Fugitive Freedom (2021), se ocupa de contarnos esta breve estancia en Aculco, tal como Atondo la narraría más tarde:

[Atondo] dijo que buscó al párroco para mostrarle sus licencias para recolectar limosnas, pero el cura se desentendió de ellas y le dijo que podía hacer lo que quisiera. Cuando un subdiácono -un joven de las órdenes menores- se acercó a él en la iglesia parroquial para confesión, Atondo accedió porque "veía la gran necesidad que había de un sacerdote de fuera". Después de confesar al subdiácono, Atondo celebró misa en la iglesia y siguió confesando a las muchas mujeres y hombres que se acercaron a él. Los instó a todos a hacer una confesión completa y general, que no se avergonzaran ante sus sacerdotes, que era Dios, y no el sacerdote, quien escucharía su confesión y aplicaría la justicia divina en el Día del Juicio, que Dios era omnisciente y no podía ser engañado ni siquiera en los asuntos más secretos.

Aquello parecía algo normal y hasta edificante para los vecinos de Aculco. Sin embargo, días después Juan Atondo era detenido en la hacienda de San Antonio, en el actual Polotitlán, por solicitud del cura de Aculco, pues había descubierto que no era el fraile y sacerdote que pretendía ser, sino un redomado pícaro y mentiroso casi patológico.

En efecto, nacido hacia 1783 en la Ciudad de México en una familia respetable, la muerte de su padre impidió al supuesto sacerdote Juan Atondo que continuara sus estudios más allá de los 16 años. Tres veces había intentado hacerse fraile dieguino, pero en cada intento terminó por salir del convento debido a "enfermedades". Después de su tercera salida, una mujer le exigió matrimonio al descubrirse embarazada, pero en vez de ello Atondo se había unido al regimiento de Dragones de la Ciudad de México, con los que se desplazó a la villa de Orizaba hacia 1801 ó 1802. Poco hecho a la vida de las armas, ahí desertó para unirse a los frailes del convento franciscano. Aunque los religiosos lo devolvieron a su regimiento, poco después aceptaron que ingresara con ellos, tras obligarlo a pagar a dos reclutas para que ocuparan su lugar en el ejército.

Permaneció varios años en el convento de Orizaba, pero Atondo no llegó a profesar como fraile, pues se mantuvo como donado, es decir, como sirviente. Su conducta, además, no fue ahí digna de elogios: se le acusó de avaro y obstinado, de hacerse él mismo vestimentas poco modestas para lo que dispuso sin permiso fondos del propio convento, y de escribir cartas amorosas a una mujer, a la que había enviado también regalos, entre ellos un rosario que no era de su propiedad. Hacia 1808, un día se sintió enfermo y temiendo por su alma confesó sus culpas. Al mejorar y sabiendo que su confesión le podría acarrear grandes problemas, pidió prestado un caballo a un vecino asegurando que iría a Córdoba por un asunto urgente, pero en lugar de ello escapó a la Ciudad de México, donde se acogió a la protección de su familia.

En la capital, Atondo se casó, fue apresado por deudas con sus suegros y tuvo un hijo. Se ocupó un tiempo como sastre, pero como detestaba el trabajo manual y aborrecía a su esposa, simplemente abandonó ocupación y mujer. Esta vez su familia no lo respaldó y tuvo que mendigar por las calles para sustentarse. Aprehendido al ser acusado de robo de algunas posesiones de un pariente, fue liberado cuando solicitó unirse nuevamente al regimiento de Dragones, enviado a Puebla en 1811 para combatir a los insurgentes.

No es muy seguro lo que sucedió con Atondo durante los siguientes cinco años, pues su tendencia a mentir hace dudosas sus declaraciones. Según él, el obispo de Puebla lo habría autorizado a regresar con los franciscanos de Orizaba, pero habría sido capturado por los insurgentes. Conducido a Chilpancingo donde conoció a Morelos, luego sería obligado a unirse a las tropas rebeldes y finalmente terminaría liberado en Valladolid (Morelia) por el capitán realista Juan Miñón. De ahí se habría dirigido a Tlalpujahua para ingresar nuevamente con los franciscanos del convento local, de donde el guardián lo remitió a la sede de la orden en Querétaro. Ahí recibiría el encargo de limosnero es decir, recolector de limosnas, pero permaneciendo siempre en estado laico. En una salida del convento para cumplir con un encargo en San José Buenavista, habría sido interceptado por una partida insurgente. Para protegerse, mintió al cabecilla asegurándole que era sacerdote y, como el engaño funcionó, a partir de aquel momento asumió el aspecto y la conducta de ese estado mientras recorría el oriente de Michoacán celebrando misas, confesando y ofreciendo indulgencias. Sin embargo, los insurgentes habrían terminado por capturarlo acusándolo de espía realista. Conducido a la fortaleza del Cóporo por Ignacio López Rayón, sería liberado poco después al negarse a afiliarse a la insurgencia. Así, Atondo continuó con su engaño por San Felipe del Obraje y Chapa de Mota hasta llegar a Aculco en septiembre de 1823, como se dijo antes.

Tras su detención en la hacienda de San Antonio, Atondo fue entregado a la Inquisición por la suplantación de las órdenes sacerdotales. En octubre se llamó a declarar a Don Pablo García en la causa que se le levantó, y contó así cómo fue que había descubierto el engaño:

El cura le había dado la bienvenida a la parroquia y le ofreció alojamiento. A la mañana siguiente, un domingo, cuando el cura fue a la iglesia a celebrar misa, encontró a Atondo confesando al subdiácono en la sacristía. Todavía estaban allí cuando terminó la misa. El cura se fue a casa y descubrió un poco más tarde que Atondo se había quedado a decir misa y confesar a unas veintitrés personas. Aquella noche reprendió a Atondo por hacer esto sin su permiso y le pidió sus licencias. Atondo respondió que sus licencias para celebrar la misa y confesar habían sido destruidas por insurgentes mientras estaba detenido en El Cóporo, que sólo tenía la licencia de su de su prelado en Querétaro para recoger limosnas y su salvoconducto para viajar. Al inspeccionar la licencia para recolectar limosnas, el sacerdote notó que en el lugar donde el estado religioso del recolector, se leía "de oficio laico" y que alguien había intentado tachar la palabra "laico". La explicación de Atondo volvió a ser que "laico" se había escrito por error y que su prelado lo había tachado.

El sacerdote reconoció que Atondo había recibido un encargo de responsabilidad por parte de su superior en el convento, pero supo entonces que Atondo era un laico, no un sacerdote. No creyó la historia de Atondo de que en realidad era un sacerdote misionero de del Colegio de Orizaba y se cuestionaba sobre sus historias de que dos de sus compañeros franciscanos habían sido asesinados por los insurgentes mientras cumplían su misión, y que él mismo era un ardiente enemigo de la insurgencia. El sacerdote, que ya sospechaba, le dijo que detuviera las misas y las confesiones hasta que pudiera demostrar que tenía licencia y escribió a un colega sacerdote, con el que Atondo afirmaba estar emparentado, para determinar si era sincero. Este sacerdote respondió al día siguiente, 25 de septiembre, que no conocía a Atondo y no podía decir si era sacerdote. El cura de Aculco escribió inmediatamente a un conocido franciscano de Querétaro, que el 28 de septiembre le contestó que Atondo se había presentado allí como fraile del Colegio Apostólico de Orizaba y que había sido encarcelado por los insurgentes en El Cóporo. Los frailes de Orizaba no habían aceptado entonces su pretensión de ser ordenado, pero sí que habían empleado a Atondo en varias tareas y se había comportado como un "hombre de bien", últimamente en la misión de recogida de limosnas. El franciscano de Querétaro añadió que la actuación de Atondo en Aculco era sin duda delictiva y contraria a su cargo y era falso que el prelado hubiera tachado la palabra "laico".

Atondo todavía celebró misa y confesó más gente en la hacienda de San Antonio antes de ser detenido. En el proceso que le sigió la Inquisición testificaron, además del cura de Aculco y otro sacerdote del pueblo, diez aculquenses entre los que estaban ocho españoles y un indígena noble. En marzo de 1816, Atondo confesó sus delitos oralmente y por escrito, mientras ermanecía en las cárceles de la Inquisición. Siguió preso hasta 1818, pero no es claro si fue condenado, si terminó de cumplir alguna condena o si murió en prisión, según afirma Taylor:

En octubre de 1817, los cargos formales contra Atondo fueron finalmente redactados por el inquisidor. Las respuestas de Atondo a estos cargos no tienen fecha, pero debieron ser hechas antes del 10 de marzo de 1818, ya que la audiencia de los inquisidores sobre su caso ocurrió ese día. Las respuestas de Atondo a los informes y testimonios de los testigos tampoco tienen fecha, pero se habrían hecho después del 10 de julio 1818, ya que la última acta fechada en el expediente se refiere a la audiencia de ese día en en la que Atondo respondió a las declaraciones de los testigos. El último documento del expediente, las instrucciones de Atondo a su abogado defensor, tampoco está fechado, pero menciona que había pasado tres años en los calabozos de la Inquisición, por lo que sería posterior al 10 de julio de 1818. No hay constancia de la finalización del juicio, ni de la sentencia, ni de ninguna otra anotación. Quizás Atondo murió mientras estaba detenido. En cualquier caso, el rastro de papel termina ahí.

FUENTE:

William B. Taylor. Fugitive Freedom: The Improbable Lives of Two Impostors in Late Colonial Mexico, Oakland, University of California Press, 2021.

sábado, 12 de marzo de 2022

¿La última capilla-oratorio otomí de Aculco?

Apartada del centro de Aculco, sobre la avenida de los Insurgentes y justo donde desemboca la calle de Santos Degollado, se levanta una de las construcciones más valiosas y desconocidas del pueblo. Siempre la he conocido como "la bóveda", aunque al preguntar aquí y allá me he percatado de que no es un nombre que sea reconocido por la población en general. De hecho, cosa muy extraña, casi nadie la toma en cuenta al hablar de las casas viejas de Aculco, a pesar de su evidente antigüedad y de su singularidad arquitectónica.

El nombre de "la bóveda" describe perfectamente a esta construcción, pues se trata de un espacio rectangular de unos siete metros de largo orientado de norte a sur y cubierto por una bóveda de cañón. Uno de sus lados largos forma la fachada hacia la calle, ligeramente remetida de la alineación de las casas vecinas y reforzada por un par de contrafuertes a cada extremo. Libre de vanos, lo más interesante de esta fachada es una antigua y hermosa cruz de cantera empotrada a la mitad del muro, colocada sobre un breve pedestal de piedra blanca.

El interior, que no conozco pero me ha sido descrito, evoca la nave de una capilla. Incluso posee una especie de tapanco en uno de sus extremos que recuerda el coro de un templo. El único vano es la puerta por la que se accede al interior, ubicada en el otro lado largo y en un extremo popuesto al del "coro". Debido a la poca iluminación del sitio, en algún momento le fueron abiertas varias lucernas circulares en la bóveda. Cubierta de petatillo, desaguan esta bóveda un par de típicas canales de cantera en su extremo sur.

El que esta construcción esté cubierta por una bóveda de medianas dimensiones nos habla de su importancia, pues las bóvedas resultaban costosas y fueron muy escasas en Aculco: la parroquia sólo fue abovedada hasta 1843 y antes tuvo un gran techo de vigas de madera; las capillas posas del atrio sí fueron abovedadas desde 1708, pero la superficie que cubrían es muy pequeña; la antigua capilla de Nenthé tuvo también techo de vigas y el actual santuario abovedado se levantó hata 1848; en las casas particulares, las únicas bóvedas solían ser las también muy pequeñas de los brocales de los pozos. En todo el pueblo, pues, no existe una construcción semejante a la bóveda de la avenida de los Insurgentes.

Sin embargo, en las comunidades del municipio y aún en otros puntos de municipios vecinos que comparten la raíz otomí, encontramos edificaciones muy parecidas que nos revelan cuál pudo ser el origen y uso de esta notable construccion: se trata de las capillas-oratorio familiares que en su agrupación del semidesierto queretano han sido reconocidas como Patrimonio de la Humanidad. Ya he hablado antes en mi blog de este tipo de capillas-oratorio. Como puedes ver en el texto que les dediqué (pincha aquí para leerlo), sus características generales son variadas, pero es evidente que las mejor construidas en territorio de nuestro municipio son muy semejantes a la bóveda de la que hemos venido hablando. Más allá de las dimensiones y cubierta, hasta la alineación paralela a la calle coincide con ellas.

Las capillas-oratorio se construían en las comunidades indígenas otomíes y mazahuas para realizar en ellas el culto familiar a los ancestros. Cada capilla estaba ligada así con una familia y su terreno, en el que también solía estar edificada la propia vivienda, pero independiente del oratorio y separada por el patio. Las capillas más elaboradas estaban adornadas en su interior con pintura mural y en sus altares se colocaban cruces que representaban a los miembros fallecidos de cada linaje.

En Aculco, como pueblo de origen otomí, debieron existir también en tiempos del virreinato varias capillas-oratorio de diversa categoría, desde las muy humildes y cubiertas con techos de hojas de maguey o teja hasta las abovedadas. Sin embargo, la transición étnica que ocurrió hacia la segunda mitad del siglo XVIII, cuando los indígenas vendieron en gran número sus propiedades del centro del pueblo a criollos y mestizos, seguramente propició que estos oratorios perdieran su uso y con el tiempo se adaptaran a otras funciones, perdiendo así su carácter, quedaran ocultas entre otras construcciones domésticas, o simplemente desaparecieran sin dejar rastro. La única excepción entre las capillas-oratorio abovedadas habría sido ésta de la avenida de los Insurgentes.

Aunque otras casas de su calle se han modificado lastimosamente, por fortuna "la bóveda" permanece en excelente estado de conservación. Sin duda es uno de los edificios de Aculco que merece más cuidadosa conservación pues incluso puede contener vestigios valiosos y desconocidos, como pinturas murales en su interior. Quizá es mucho desear, pero tal vez algún día pueda recuperar su antigua vocación, si no ya como espacio de culto familiar, sí como un sitio de visita para el turismo cultural, recreado el aspecto interior que debió tener bajo el cuidado de sus antiguos propietarios otomíes. Añadir un atractivo así a Aculco sin duda sería un acierto.