Contra lo que muchos creen, la Revolución Mexicana parecía en sus primeros días un gran fracaso, debido a la poca respuesta popular que tuvo el llamado a la rebelión. El propio líder del movimiento, Francisco I. Madero, se vio obligado a regresar a territorio estadounidense al hallar sólo a 10 hombres de los 400 que le había ofrecido reclutar su tío Catarino Benavides. Poco a poco, sin embargo, comenzaron a surgir levantamientos en el norte -especialmente en Chihuahua- y en el sur -sobre todo en el estado de Morelos- hasta convertirse en una verdadera revolución capaz de poner en jaque al régimen porfirista. La toma de Ciudad Juárez en mayo de 1911 decidió finalmente el triunfo de la sublevación y orilló al presidente Porfirio Díaz a renunciar. Con todo, aquella primera etapa revolucionaria encabezada por Madero fue muy limitada en su geografía: los habitantes de la mayor parte del país -ya estuvieran a favor de la Revolución o no- atravesaron todo esto como simples espectadores, apartados de los campos de batalla.
Así sucedió precisamente en Aculco, donde a pesar de cierta inclinación maderista no se presentaron actos violentos. La paz continuó bajo el gobierno de Madero -de noviembre de 1911 a febrero de 1913- pese a que otras regiones del país sufrían las rebeliones de Pascual Orozco, Félix Díaz y Emiliano Zapata. Pero cada día era más evidente que el país enfilaba hacia una etapa de violencia generalizada de la que nuestro municipio no podría escapar. Así, en noviembre de 1912 el diario El País publicaba una nota titulada "Por qué Aculco no teme un asalto", que explicaba las razones de sus habitantes para sentirse seguros, pero que dejaba en claro también que se estaban preparando para enfrentar las incursiones revolucionarias:
Por qué Aculco no teme un asalto
Nos encontramos ayer con un vecino de Aculco, Estado de Méjico (sic), y le preguntamos noticias sobre la situación de su distrito. Nos manifestó que por aquellos rumbos los zapatistas no se atreven a merodear por estar cerca de Aculco la hacienda de Arroyo Zarco, propiedad de la familia del señor Madero, que se encuentra convertida en una verdadera fortaleza que cuenta con cañones, ametralladoras y numerosa guarnición bien armada y municionada. Nos aseguró nuestro entrevistado que el distrito de Aculco es un verdadero oasis de paz y seguridad en el Estado, que ha sido tan probado y sigue siendo por las hordas zapatistas que lo han invadido.
Los zapatistas en efecto no osaban adentrarse entonces por Aculco, llegando en sus avances únicamente hasta los alrededores de Toluca. Pero la situación cambió radicalmente cuatro meses después: el presidente Francisco I. Madero sufrió un golpe de Estado y fue asesinado por los traidores. En consecuencia, una nueva y poderosa rebelión se originó en Coahuila y comenzó su inexorable avance hacia el centro del país con el fin de derrocar al usurpador Victoriano Huerta y reestablecer la vigencia de la Constitución.
En la Ciudad de México, el Congreso mostraba también alguna oposición al presidente espurio. Se descubrió, por ejemplo, que cuatro legisladores conspiraban activamente contra su gobierno. La historia conservó el nombre de dos de ellos, Silvestre Raya e Isidro Saavedra, pero también el de quien, ajeno a la cámara, aparecía como animador del grupo: el aculquense José Riverón Mondragón (de quien ya he hablado antes en este blog). Al parecer, el depósito de carbón que poseía Riverón en la calle de Vidal Alcocer en el barrio de la Merced de la capital del país era el centro de la conspiración, en la que participaban también Rafael Cerón, dos gendarmes desertores y un agente de la policía reservada.
Riverón, en efecto, se levantó en armas en Acambay el 16 de junio de 1913 al frente de unos 16 a 20 hombres. Entre ellos estaban, según diversas informaciones, su pariente Ezequiel Riverón, los acambayenses Camerino Arcos y Alfonso Navarrete, así como el español Agustín del Río, su segundo al mando. Llevaban además como rehén a Jesús Carrero, a cuyo padre pretendían exigir rescate. El grupo rebelde se dirigió enseguida a Aculco, pueblo que tomó sin resistencia, apropiándose de las armas de que disponía la autoridad así como de caballos, arreos y armas de particulares (la tradición oral asegura que uno de los afectados fue el administrador de Arroyozarco, don Juan Lara Alva, a quien robaron su caballo ensillado). A las pocas horas, esa partida de revolucionarios -la primera que veían pasar los aculquenses- abandonó el lugar para retornar a su cuartel de Acambay, cuando se les informó que el subteniente Emeterio López y sus hombres iban en persecución suya.
El destacamento militar de Jilotepec llegó más tarde a Aculco. No hallaron por supuesto a los revolucionarios, pero sí a quienes habían colaborado con ellos: Magdaleno Mondragón Buenavista (primo de José Riverón), Ignacio E. Vizcarra y Leonardo Ocampo. Magdaleno fue acusado de señalar a Riverón las casas donde vivían personas de cierta posibilidad económica, a quienes podía exigirles dinero y caballos. Enviado prisionero al territorio de Quintana Roo, sólo sería liberado con el triunfo del constitucionalismo en 1914.
Así fue como la violencia revolucionaria llegó a Aculco. En los años siguientes, el municipio sufriría muchos más episodios como este, entre ellos el asalto a las haciendas de Arroyozarco y Ñadó, el fusilamiento y ahorcamiento de peones de esta última finca en la Plaza Juárez, la destrucción de algunos ornamentos de la iglesia por una partida rebelde, etcétera. La paz sólo regresaría con la consolidación del Estado revolucionario a partir de la creación del Partido Nacionalista Revolucionario (antecesor del PRI) en 1929.
FUENTES
"Por qué Aculco no teme un asalto", El País, martes 12 de noviembre de 1912, p. 8.
El independiente, jueves 19 de junio de 1913, p. 5
"Salen fuerzas competentes para Zamora", El País, sábado 21 de junio de 1913, p.2
José Ángel Aguilar, La Revolución en el Estado de México, México, INEHRM, vol. II, p. 120.
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