lunes, 24 de enero de 2022

Una casa construida en 1721

La casa donde se encuentra la Tortillería Aculco, primera y durante muchos años única tortilladora mecánica del pueblo, se levanta en el centro de Aculco en la esquina que forman las calles de Manuel del Mazo y Allende. En el siglo XIX se encontraba ahí mismo la tienda Las Tres Naciones, que perteneció a don Ignacio Zaballa. La construcción original sufrió de mutilaciones en su sección sur y algunos agregados lamentables. Pero la parte principal de la casa, que es justamente la que forma la esquina, se ha mantenido con suficiente dignidad a lo largo de los años, con sus tres portadas de cantera hacia Manuel del Mazo y su gran acceso principal con portón de madera sobre Allende.

El pasado fin de semana pude constatar la reparación que el dueño de esta propiedad hizo recientemente a las fachadas del inmueble. Por el oriente la intervención es muy sencilla, pues simplemente se limpiaron las portadas de cantera que enmarcan la entrada a las accesorias. El agregado mayor es un tejadillo sobre ménsulas de hierro que alivia un poco la austeridad de esta fachada. Hay que señalar que un tejado parecido existió ahí hace muchos años, aunque era bastante más amplio, por lo que no puede calificarse como un invento, sino la atinada recuperación de un elemento original desaparecido.

Por el lado de la calle Allende, que era la más deteriorada, los cambios son más importantes: la cantera de la ventana rectangular baja y de la gran portada en arco de su acceso principal fueron limpiadas y hoy lucen en excelente estado. La ventanita cuadrangular en alto, que fue mutilada hace varias décadas por la colocación de un castillo de concreto en una intervención de emergencia, fue reparada cosméticamente en su dintel y convenientemente tapiada. En lo alto, en un agregado que lamentablemente sobresale del paramento y todavía conserva su fealdad de obra negra, se colocaron algunos bonitos canales de cantera. Pero lo más interesante de todo es la aparición y puesta en valor de un par de entradas tapiadas de gran antigüedad.

Las portadas que enmarcan estos accesos tapiados están sencillamente labradas en piedra blanca, al modo aculquense más elemental y tradicional. De distintas dimensiones y sin intenciones ornamentales, sino puramente utilitarias, formaban parte muy posiblemente de la primera etapa constructiva de esa casa, que por la información que enseguida les presentaré corresponde a principios del siglo XVIII. Posiblemente se les tapió a fines del siglo XIX y principios del XX, cuando ocurrió la remodelación que hoy vemos reflejada en los marcos de cantera rosa de otros de los vanos.

Y aquí es donde viene la mayor sorpresa. La portada situada más al oriente resulta un verdadero documento de la historia arquitectónica de Aculco pues, a pesar de que no se trataba de un acceso lujoso ni significativo, su constructor decidió tallar en su dintel una inscripción que ahora podemos volver a leer, aunque sea fragmentariamente: "... esta casa el 26 de ... del año de 1721".

Es necesario por supuesto tomar mejores fotografías para comprender mejor esta inscripción (que quizá incluso se prolongaba más allá de los límites del dintel), pero ya espero tener la oportunidad de hacerlo más adelante. Por ahora, lo importante es darles a conocer este feliz hallazgo que es sin duda una aportación al patrimonio histórico y arquitectónico de nuestro pueblo. Quiero felicitar desde aquí al dueño de la casa, que inteligentemente decidió que ese par de portadas se conservaran a la vista contándonos algo más de la historia del inmueble.

miércoles, 19 de enero de 2022

José María Cristalinas: el insurgente de Aculco indultado y fusilado

No se sabe nada de la infancia del insurgente José María Cristalinas. Un documento de noviembre de 1810 lo ubica entre los 24 aculquenses que acompañaban al caudillo rebelde Julián Villagrán, quien a finales de octubre se había levantado en armas en Huichapan.(1) Los libros de bautismos de la parroquia de la Santa Veracruz de la Ciudad de México, sin embargo, incluyen el registro de un tal Juan José María Cristalinas -hijo del cabo del primer batallón del Regimiento de milicias Dionisio Cristalinas y de María Gertrudis Castro, nacido en junio de 1795- que bien podría ser el mismo personaje.(2) Eso supondría que contaba apenas 15 años al unirse a la insurgencia.

Aculquense o no, pero bien arraigado en la zona, hacia 1812 Cristalinas era ya uno de los capitanes que bajo el mando del coronel José Rafael Polo tenían como centro de operaciones el Fuerte de Ñadó, construido en las alturas del cerro del mismo nombre en la jurisdicción de Aculco. Después de la destrucción del fuerte por el realista Vicente Filisola el 18 de mayo de 1813 se pierde por un tiempo su rastro, aunque es seguro que persistiera en la insurgencia.(3) Nuestro personaje vuelve a aparecer en la historia hasta 1816, cuando en la situación de decadencia que vivía el movimiento independentista se acercó con otros ocho hombres al destacamento de soldados del rey instalado en la hacienda de Arroyozarco para acogerse al indulto, es decir, al perdón sujeto al compromiso de dejar las armas. El comandante del lugar, capitán José de Bulnes y Mier, informó así aquel hecho a su superior el coronel Cristóbal Ordóñez:

Participo a Vuestra Señoría que el 5 del presente [mes de marzo de 1816] se me presentaron a indulto los individuos siguientes: D. José María Cristalinas que se decía capitán, teniente Ignacio Perez, alférez Francisco Montalvo, soldados Francisco Gómez, Cayetano Cisneros, José Luna, José Torales, José Lugo y José Sánchez. Me han entregado armas de fuego y 5 blancas que pongo á la disposición de V. S. Ellos mismos han elegido el lugar que apetecen para residencia y se repartirán a establecerse en ellos.(4)

Sin embargo, Cristalinas se mantuvo apenas un mes en paz y tornó nuevamente a unirse a los rebeldes que operaban en esta región, según refiere el historiador Lucas Alamán:

Algunos de los indultados no eran fieles al partido que de nuevo habian abrazado, no obstante el juramento de fidelidad que se les hacia prestar, y fuese por inconstancia, o porque acostumbrados al desorden y al pillaje, estaban fuera de sn elemento entrando en sujeción, y consumido en sus vicios, de que no se separaban por el indulto, el fruto de las anteriores rapiñas, tenían necesidad de cometer otras nuevas, volvían a poco tiempo a tomar las armas [...]. De estos fué el capitán José María Cristalinas.(5)

Las acciones de estas guerrillas insurgentes motivaron al nuevo comandante de Arroyozarco, don Manuel Lavanes y Linares, a emprender una expedición para capturarlo en diciembre de 1816:

Los repetidos asesinatos que infería diariamente a los indefensos el malvado cabecilla de rebeldes José Maria Cristalinas, me hacia desear con vehemencia su ejemplar castigo; y con este objeto me trasladé el 20 del corriente al pueblo de Acambay, donde puse en movimiento a aquellos realistas y los de S. Andres Timilpa en combinacion con la tropa de este punto; y en la noche del mismo dia emprendí una marcha retrógrada de veinte horas, y logré aprehenderlo el 21 con otros 2 de sus secuaces; y previas las disposiciones cristianas pagarán con él sus horribles maldades, habiéndole tomado 2 carabinas , 3 espadas cortas, 2 caballos malos y 2 yeguas, 5 mulas y 7 burros, que habia robado el día antes, los que se entregarán a sus dueños luego que ocurran por ellos, y 1 barril de aguardiente, cuyo valor he dispuesto prorratear entre los realistas.(6)

El teniente coronel Rafael Ramiro, comandante de Tula, celebró aquella captura, más cuando se trataba de un hobre al que ya se le había perdonado su participación inicial en la insurgencia:

Este cabecilla, acostumbrado al robo, al asesinato y a los abominables delitos que son consiguientes al infame partido revolucionario, volvió a abrazarlo con el interés que tiene acreditado en la continuación de sus crímenes, que cada día fue eslabonando después de haber obtenido por el paternal amor de esa superioridad la real gracia del indulto a que antes se acogió, y que directamente ha despreciado; más la Divina Providencia que siempre vela por la felicidad de los fieles habitantes de este reyno, ha protegido con evidencia las disposiciones de Linares, para que como instrumento de la justicia castigue ejemplarmente los atroces crímenes de tres enemigos de Dios, del Rey y de la patria, libertando a los infelices viandantes y rancherias que transitan y existen en parajes solos, de los continuos perjuicios que sufrian de estos hombres sin religión.(7)

El castigo impuesto al capitán José María Cristalinas fue ciertamente terrible. Relata Alamán que fue fusilado el 24 de diciembre en Arroyozarco y más tarde desmembrado, "poniendo su cabeza y cuartos en los caminos que conducen a aquel punto, que habian sido el teatro de sus atrocidades". (8)

Apenas diez días antes de la destrucción del fuerte de Ñadó, el 8 de mayo de 1813, nació en Aculco una hija de José María Cristalinas y de María Antonia Sánchez, que fue bautizada el día 12 con los nombres de María Antonia Dominga de Jesús. Apenas cumplidos los 15 años (aunque ella decía tener 16) se casó con José Paulino Molina, vecino de Ruano (9).

 

NOTAS:

1. Archivo General de la Nación (AGN), Operaciones de guerra, vol. 141, exp. 1.

2. Parroquia de la Santa Veracruz, Bautismos de Castas, vol. 34 (1795-1804), registro del 26 de junio de 1795.

3. Prontuario de los insurgentes. Introd. y notas de Virginia Guedea. México: Centro de Estudios sobre la Universidad/Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1995, p. 287-289.

4. Gazeta del Gobierno de México del martes 2 de abril de 1816, tomo VII, no. 883, pp. 330-331.

5. Lucas Alamán. Historia de México, tomo IV, Imprenta de Victoriano Agüeros, 1884, p. 328.

6. Gaceta del Gobierno de México del martes 7 de enero de 1817, tomo VIII, no. 1007, p. 21.

7. Ibíd., pp. 20-21.

8. Lucas Alamán, op. cit., p. 328.

9. "México, México, registros parroquiales, 1567-1970," database with images, FamilySearch (https://familysearch.org/ark:/61903/3:1:939X-DBC4-B?cc=1837908&wc=MGVW-N38%3A164300601%2C164305102%2C164669202 : 23 September 2022), Aculco de Espinosa > San Jerónimo > Bautismos de hijos legítimos 1806-1820 > image 327 of 475; parroquias Católicas, Estado de Mexico (Catholic Church parishes, Estado de Mexico). y "México, México, registros parroquiales, 1567-1970", database with images, FamilySearch (https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:6J3B-21DN : Thu Oct 05 09:51:00 UTC 2023), Entry for Jose Paulino Molina and Franco Molina, 12 Nov 1828.

jueves, 2 de diciembre de 2021

Algo sobre la arquitectura de la Unidad Jorge Jiménez Cantú

Al viajar por los municipios del Estado de México nos topamos en casi cada cabecera municipal con un conjunto de edificios construidos en lo que hacia finales de la década de 1970 eran sus orillas, bautizados unánimemente como "Unidad Jorge Jiménez Cantú". Se trata de obras levantadas por el gobierno mexiquense durante la administración de este gobernador, las cuales aportaron equipamiento de tipo muy diverso a esas poblaciones: auditorios, teatros, edificios escolares, espacios culturales, mercados...

Muchas de estas unidades siguieron un plan arquitectónico muy parecido: edificios con cubierta de teja a dos aguas, con una sola planta, comunicados por un patio al que rodean arquerías abiertas, y con fachadas que evocan las construcciones tradicionales de la provincia mexicana. La diferencia de un lugar a otro radicaba principalmente en dos cosas: el destino al que se orientaban de los edificios y el uso de ciertos materiales locales (como la piedra, la cantera y el ladrillo) para ajustar su apariencia a la de las poblaciones donde se edificaron. Así son, por ejemplo, la Unidades Jorge Jiménez Cantú, de Polotitlán, Jilotepec, Villa del Carbón, Soyaniquilpan, por mencionar algunas de las más cercanas a nuestro municipio.

Curiosamente, en Aculco los arquitectos del gobierno decidieron apartarse bastante de ese modelo cuando construyeron nuestra Unidad Pública Jorge Jiménez Cantú en 1977-1978 y le dieron un estilo propio que podemos identificar como auténticamente aculquense, pues no se repitió en ningún otro sitio del estado.

Esta arquitectura, de intención neocolonial, se caracteriza por ser casi invariablemente de una sola altura y marcado aspecto horizontal, por el uso de la piedra blanca local en los muros y marcos moldurados de puertas y ventanas, por las almenas que coronan los pretiles, por los rítmicos contrafuertes que se convierten a veces en pilares de sus portales, por las cubiertas de bóveda de ladrillo desaguadas con canales de cantera rosa, por los vanos de dintel ligeramente curvo, por las puertas de madera claveteada, por las guarniciones de piedra de recinto y por los pavimentos de adoquín, algunos de cantera rosa y otros de adocreto.

En cuanto a su urbanismo, el centro del conjunto no es como en otros lugares un simple patio, sino una verdadera plaza totalmente peatonal: la Plaza del Oso Bueno. Plaza que además de haberse adornado con la escultura de un oso, obra del reconocido artista Íker Larrauri que forma parte de una fuente, remata visualmente la calle de Abasolo. Más aún, entre la plaza y la avenida de los Insurgentes se construyó una larga explanada -útil para eventos culturales, cívicos o políticos- que aleja aquel espacio del tránsito y le añade tranquilidad. Los otros tres costados de esta plaza son cerrados y se levantan ahí el viejo mercado (hoy Mercado del Queso), el Auditorio Municipal y el Jardín de Niños Guillermo Servín Menes. Estos fueron sus primeros tres edificios, a los que se sumaban los espacios abiertos ocupados por un gran estacionamiento empedrado y el área del tianguis, dispuesta entonces en desniveles.

Pero las autoridades tuvieron suficiente visión como para darse cuenta de que esta sería un área de desarrollo de más equipamiento que el inicial, los que además permitiría en el futuro evitar congestiones en el centro de Aculco. De tal manera, en los años y décadas siguientes la mayor parte de la gran manzana entre las calles de Insurgentes, Prolongación Hidalgo, Ignacio Espinoza y José Sánchez Lara se fue llenando de nuevos inmuebles de uso público: la Escuela Secundaria Alfredo del Mazo (de 1983), la ampliación del Auditorio Municipal, los locales de las taquerías, la terminal de autobuses y el nuevo mercado (que ocupó en 2009 la superficie anteriormente destinada al tianguis). La secundaria y la ampliación del auditorio se edificaron en el mismo estilo arquitectónico del conjunto inicial. Todavía en 2019 se inauguró un nuevo auditorio para la secundaria en igual estilo. El resto de las construcciones, por lo menos en la mayor parte de los casos, consigue evocar la arquitectura histórica de Aculco.

En años todavía no muy lejanos se remodeló ligeramente la Plaza del Oso Bueno, dotándola de bancas, más jardineras, farolas de fierro colado de diseño muy agradable y bolardos del mismo material en la explanada junto a la avenida de los Insurgentes, que reemplazaron a los anteriores de piedra de recinto en forma de bala, unidos por gruesas cadenas.

Lo que no se pudo evitar fue que las calles aledañas al sitio se desarrollaran con mucha anarquía arquitectónica debido a la presión comercial. Esto sucedió especialmente en la calle de Abasolo, que une al centro de Aculco directamente con la explanada: de ser un sitio solitario, con largos muros de piedra blanca, se ha transformado en la principal avenida comercial del pueblo.

Por cierto, ese estilo de la Unidad Jorge Jiménez Cantú de Aculco tuvo algún éxito usada también por particulares e incluso en contextos religiosos, aunque siempre con ciertos cambios al original. Por ejemplo, en la fachada que se levantó en la esquina de Hidalgo y Nicolás Bravo, donde se encontraba anteriormente el antiguo Portal de la Pechera, y en la capilla del Panteón (levantada también en tiempos de Jiménez Cantú). De hecho, fue gracias a la Unidad Jorge Jiménez Cantú que que se popularizaron en este lugar las bóvedas de ladrillo, que antes no formaban parte de la arquitectura tradicional aculquense. Fuera de Aculco, en el vecino Acambay, el arquitecto Sergio Molina construyó asímismo en 1977 un mercado (convertido en 1999 en Museo Regional) que evoca estas construcciones aculquenes por su estilo y materiales, si bien utilizados de manera menos ornamentada.

jueves, 25 de noviembre de 2021

Cuando algo destaca por lo malo

La verdad nunca pensé que esta casita llegara a aparecer en mi blog por otra razón que no fuera su evidente fealdad y la manera tan desafortunada en que interrumpe la agradable uniformidad de muros de piedra blanca de la calle Corregidora. Pero en días pasados fue allanada por agentes federales para detener a una persona presuntamente dedicada a la venta de droga y para decomisar mariguana y cristal.

Si ya antes el inmueble destacaba por su pésima integración al paisaje urbano aculquense, ahora sobresale también por su vínculo con la delincuencia. Y ya que se presenta la oportunidad de referirnos a ella, digamos unas cuantas palabras sobre su historia.

Como muchos de ustedes saben, a lo largo del lienzo norte de la calle Corregidora, en el espacio que va desde la alberca municipal hasta la troje de la huerta, existe una serie de pequeños predios que se reconocen individualmente por los portillos (algunos tapiados) que se abrían en un muro continuo de piedra blanca. Se trata de los antiguos baños, en los que algunas de las familias más prósperas de Aculco disfrutaban de agua que corría continuamente desde los manantiales de la alberca por un canalillo que atravesaba estos terrenos, permitiendo así lavar ropa, bañarse, reposar y usar el líquido sin necesidad de sacarlo de un pozo. Todos estos baños están tristemente en el abandono, cuando forman parte de un sistema hidráulico que debería considerarse en su conjunto como patrimonio.

Los baños de algunas casas del pueblo son muy originales, son unos cuartos provistos de un tanquecito por el que pasa agua corrediza de un canal" (Dr. Enrique Rojas López, "Informe general sobre la exploración sanitaria del municipio de Aculco, Méx.", 1943)

Donde hoy se levanta la casa en cuestión -Corregidora número 12- se encontraba antes el baño de don Hesiquio Morales. Aunque mutilado, todavía es posible reconocer su antiguo acceso a la derecha de la nueva entrada para automóviles. Todo lo demás que existió en su interior desapareció en la década del 2000, cuando pasó a otras manos y el nuevo poseedor decidió fincarlo como casa. Entonces la vieja entrada fue tapiada, se derribó casi toda su barda exterior para abrir un portón, con tabicón se levantó una segunda planta en la que sólo se aplanó la fachada y se coronó con una marquesina que prolonga la losa de concreto. Una ventana descentrada y alargada horizontalmente deja ver con claridad que no se tuvo ninguna intención de integrar la construcción con su entorno. Y vamos, ¡habría sido tan sencillo realizar la fachada de esa segunda planta en piedra, para que no desentonara así! Pero en fin, pudo ser también mucho peor, como ocurre con las casas que se levantan metros más adelante en el lienzo sur de la calle, cerca de la esquina con la de Matamoros.

Desconozco quién es el actual propietario de la casa. Tampoco si la propiedad caerá en los supuestos de la ley de extinción de dominio al haber sido utilizada para la comisión de delitos y pasará al control del Gobierno Federal, o si sus dueños podrán demostrar que nada tienen que ver con ello y lograrán conservarla. Pero ojalá en algún futuro no muy lejano alguien decida integrarla mejor a su entorno para que deje de ser una especie de "negrito en el arroz" en el aspecto tradicional de la vieja calle de la Corregidora.

martes, 23 de noviembre de 2021

La espuela que don Miguel Hidalgo abandonó en Aculco

Quien haya visitado el Museo Nacional de Historia hace más de treinta años, quizá recordará que en una de sus vitrinas se encontraba un antigua espuela cuya cédula más o menos decía así: "espuela perteneciente a Hidalgo hallada en el campo de Aculco". De niño, volver a ver esa espuela era para mí una de las mejores razones para visitar el Castillo de Chapultepec, pero en algún momento dejó de estar a la vista y desde entonces no he sabido más de ella. Tal vez se halle en exhibición en algún otro lugar o quizá solamente reposa en las bodegas del edificio hasta que alguna renovación de la museografía la saque nuevamente a la luz.

¿Pero cómo es y cuál es la historia de esa supuesta espuela que el cura de Dolores habría abandonado en tierras aculquenses?

De lo primero no hay mucho que decir, pues no he podido hallar imágenes recientes y las fotografías viejas no permiten ver muchos detalles. De lo poco que se intuye de ellas y lo que puedo rescatar de mis recuerdos es que no es grande, está hecha de hierro forjado con alguna labor ornamental (no de plata como dicen algunas descripciones), la espiga forma un ligero ángulo al estilo de tiempos coloniales y la rodaja es más bien pequeña. No tiene correa ni pialera.

Acerca de su historia, hace tiempo me contaron que estuvo originalmente en posesión de los dueños de la hacienda de Arroyozarco. De sus manos habría pasado a las del general Vicente Riva Palacio, quien en 1894 la donó junto con otros muchos objetos históricos al Museo Nacional, instalado entonces en el edificio de la antigua Casa de Moneda. A las piezas que forman parte de esa donación se les conoce en conjunto como "Lote Riva Palacio" e incluye cosas de gran valor histórico, como son los objetos personales del general Vicente Guerrero (abuelo de Riva Palacio), pero también algunas otras de cuya pertenencia a personajes históricos se tiene menos certeza. Parece ser el caso de esta espuela, pues quienes la mencionaron en los catálogos del museo casi invariablemente expresan esa duda:

"Espuela que parece haber pertenecido al señor cura don Miguel Hidalgo" (Jesús Galindo y Villa, Guía para visitar los salones de historia de México del Museo Nacional, 1899).

"Espuela que, según la tradición, perteneció al señor cura don Miguel Hidalgo y Costilla. Objeto donado en 1894 por el Gral. D. Vicente Riva Palacio" (Museo Nacional de México, 1906).

Pero en esos viejos catálogos del museo falta además una información esencial: aquella que relaciona la espuela con Aculco. La verdad es que sólo he podido hallar textos muy tardíos que mencionan esa relación, como la nota "Reducto de la insurgencia", del reportero Ramón Morones, aparecida en el periódico Excélsior del 23 de enero de 1960, que habla sobre las pertenencias que los jefes rebeldes que se exhibían entonces en Chapultepec:

Entre las diversas reliquias del jefe de la insurgencia, existen ahí su relicario más preciado, una hermosa espuela de plata que le perteneció y que quedó abandonada en la batalla de Aculco.

¿Será verdadera su historia? ¡Quién puede saberlo! La espuela de Hidalgo o espuela de Aculco quizá no sea ni lo uno ni lo otro. Es muy difícil imaginar que alguien pueda haberse percatado de su pérdida en medio de la batalla o hasta en plena huída, que la haya logrado rescatar y resguardar, que pudiera transmitir a otros esa historia junto con el objeto.

Difícil, pero claro, no imposible.

viernes, 19 de noviembre de 2021

Dos breves cuentos otomíes

En la década de 1980, la antropóloga Lydia van der Fliert realizó un amplio estudio etnográfico de las comunidades otomíes del sur del estado de Querétaro. Esta obra abarcó aspectos históricos, estadísticos, culturales, sociológicos y religiosos de esa etnia, y al abordarlos dio un lugar muy importante a sus narraciones tradicionales: fábulas, cuentos, leyendas, memorias. Si bien Van der Fliert limitó su estudio a los pueblos de San Ildefonso Tultepec y Santiago Mexquititlán, y no a otros poblados otomíes del mismo municipio de Amealco ni a los del vecino Aculco, sus investigaciones tienen grandísimo interés para nosotros: no debemos olvidar que aquellos pueblos pertenecieron hasta mediados del siglo XVIII a la jurisdicción de Aculco y buena parte de su herencia cultural es compartida con nuestro municipio. Además, las relaciones de vecindad propician hasta nuestros días una comunicación constante, de la que resulta, por ejemplo, que en las historias aculquenses aparezcan con frecuencia los pueblos del sur de Amealco y viceversa.

Precisamente es el caso de estos dos cuentos otomíes que hoy les quiero compartir. Se trata de relatos tradicionales que Lydia van der Fliert recogió de boca de sus informantes en el libro que es fruto de sus investigaciones en Amealco: Otomí en busca de la vida (UAQ, 1988), al que subtituló con su equivalente en lengua hñäñho: ar ñäñho hongar nzaqui. El primero de ellos se origina en Santiago Mexquititlán, mientras que el segundo procede de San Ildefonso Tultepec. Aunque son cortos y sencillos, seguramente les pareceran interesantes.

 

UNO

A principios de siglo [XX], hubo un lugareño que se dedicaba a la deshonrosa profesión de robar a los comerciantes hospedados en una posada de Aculco o que pasaban por San Juan del Río con sus animales y productos. Una noche en que consiguió alojamiento en el mismo lugar de Aculco, poco después de las doce, atravesó el umbral a hurtadillas para robar dos burros. Los dueños de éstos se despertaron, descubriendo que había desaparecido su compañero de habitación e instantáneamente sospecharon el motivo. Abrieron la puerta de la casa y a lo lejos distinguieron la sombra de un hombre con dos burros sin orejas (dogú), ya que éste se las había amarrado. Sabiendo que a sus animales no les faltaba nada, regresaron a sus lechos y durmieron tranquilos hasta que el sol se dibujó en el horizonte. Se levantaron, esta vez para continuar su camino, y ¡cuál no sería su sorpresa cuando descubrieron que sus dos burros habían desaparecido sin dejar rastro! Era imposible proseguir el viaje. Se vieron obligados a vender la mercancía a bajo precio y regresar decepcionados a sus hogares. Pasaron algunos meses. Mientras tanto, nuestro ladrón no se había quedado con los brazos cruzados. Robó seis reses más y hasta logró conseguir "comprobantes" (así le llaman a las facturas o títulos de propiedad). Los dueños, sin embargo, tampoco se quedaron sentados y siguiendo sus huellas localizaron la morada. Nuestro hombre protestó con furia, apoyándose en los "comprobantes" trató de justificarse, pero fué finalmente llevado a la cárcel. Al día siguiente, su señora le quiso visitar, pero en lugar suyo los carceleros le dieron un sombrero, porque él se había desvanecido misteriosamente. Ella jamás volvió a ver a su marido.

 

DOS

Sucedió que una señora de Tultepec, que tenía cinco meses de embarazo, decidió tomar el tren en Aculco para dar a luz en el Distrito Federal. Durante el viaje la venció el sueño y al despertar ya no sentía al niño en el vientre; también su espíritu había desaparecido. regresó a su pueblo y comentó a todos que no había tenido dolores ni entendía cómo era posible haber despertado con el vientre vacío, como si nunca hubiese estado embarazada.

 

El primero de los cuentos claramente se sitúa a principios del siglo XX y Van der Fliert lo ubicó en la sección que dedica al porfiriato. La existencia de posadas para arrieros en Aculco indica justamente que se trata de una historia bastante antigua. Del segundo cuento, por el contrario, no se establece una cronología clara. Sin embargo, sabemos que el ferrocarril de Aculco únicamente funcionó entre los años que van de 1896 a 1928, por lo que debe situarse necesariamente en esa época. Como sea, es hasta cierto punto ocioso buscar correspondencia de las narraciones tradicionales y legendarias con la realidad histórica, cuando su terreno es más bien el de la imaginación

 

FUENTE:

Lydia van der Fliert. Otomí en busca de la vida, Querétaro, Universidad Autónoma de Querétaro, 1988, págs. 57 y 197.

miércoles, 17 de noviembre de 2021

Desventuras de dos curas de Aculco en la Guerra de Independencia

Hace varias semanas, mi prima Socoro Osornio me compartió un documento escrito por el cura de Aculco, don Pablo García, en el que da cuenta de un enfrentamiento entre realistas e insurgentes ocurrido el 3 de agosto de 1811 en las inmediaciones de Aculco. La relectura de ese importante documento (que incluí parcialmente en mi libro Ñadó, un monte, una hacienda, una historia), me trajo la idea de hablarles acerca de las desventuras de ese sacerdote durante la Guerra de Independencia, así como de las de un colega suyo, el también cura de Aculco don Manuel Toral.

DON PABLO GARCÍA

El bachiller y presbítero don Pablo García nació hacia 1776, de modo que era relativamente joven cuando fue destinado a la parroquia de Aculco en 1808. Llegó como coadjutor del párroco don Luis Carrillo y no mucho después, el 1 de octubre de ese año, se convirtió en cura interino o encargado. Don Pablo estuvo presente a la llegada de las tropas de Miguel Hidalgo en noviembre de 1810 y durante la Batalla de Aculco del día 7 de ese mismo mes. Al día siguiente del enfrentamiento dirigió una relación de esos sucesos a la sede arzobispal, pero la carta desafortunadamente se ha perdido. Con todo, sabemos indirectamente que su narración refería la manera en que el sacerdote mantuvo a su feligresía rezando dentro de la iglesia durante la batalla así como sus esfuerzos por conservar "fiel" al vecindario, es decir, leal al monarca español.

Así pues, desde el principio García se mostró enemigo de la insurgencia. Esto no es extraño, pues aunque muchos sacerdotes y religiosos siguieron a Hidalgo (cuatro de ellos, por cierto, cayeron presos en la Batalla de Aculco), el movimiento independentista provocó sobre todo una fuerte división en el clero. Por ello encontramos lo mismo sacerdotes rebeldes que otros decididamente realistas: una división que hacía eco a la de la sociedad novohispana, fragmentada en dos bandos a partir de la sublevación del cura de Dolores. De tal manera la Guerra de Independencia, más que un conflicto entre españoles y mexicanos como a veces se nos trata de presentar, tuvo un carácter de guerra civil.

En los meses que siguieron a la Batalla de Aculco, un grupo insurgente se estableció no lejos del pueblo, en las montañas de Tixmadejé, Acambay. Pronto comenzaron a incursionar por los pueblos, haciendas y ranchos de la zona, de modo que, según el padre García "nos han llenado de conflictos por los repetidos tránsitos que han hecho por este pueblo, y en ellos muchos robos, llenando nuestro corazón de sobresaltos". Así sucedió, por ejemplo, la madrugada del 1 de marzo de 1811, cuando se presentó en el pueblo una gavilla rebelde que se apoderó del dinero recolectado para sostener una Compañía de Patriotas realistas, especie de milicia organizada localmente para combatir la insurgencia. Aunque nada pudo hacer para evitar el robo, el sacerdote se negó terminantemente a repicar las campanas y a celebrar misa como le pedían los rebeldes, pues se les consideraba excomulgados. Esta firmeza le ganó el elogio de las autoridades del arzobispado.

Pero Aculco estaba continuamente expuesto al acoso insurgente, por lo que el padre García se retiraba del pueblo "para verse libre de los insultos" cuando se anticipaba la llegada de los rebeldes. Así lo hizo el 25 de marzo, aunque a final de cuentas tuvo que encarar a los asaltantes un par de días después:

Creyendo yo ya que se habían ido, y habiéndome restituido al pueblo, me mandaron llamar el día veintisiete, y habiendo ido, lleno de temor, pero acompañado con uno de los ministros, nos hicieron entrar adonde estaban más de cuatrocientos hombres armados; y habiéndose quedado en una pieza los que ellos llaman sus jefes, y poniendo un par de pistolas en la mesa, me dijeron con arrogancia estas terminantes palabras: ¿está usted convencido de la justicia de la causa que defendemos, o no? a lo que respondí que no lo estaba, sino de todo lo contrario, que era hijo obediente de la Iglesia, y no oía yo más voz que la de Dios, comunicada por mis superiores.

Altercamos mucho, y habiéndome dicho que, a querer o no, había de presenciar un juramento que iba a hacer toda su tropa, y negándomeles enteramente, hicieron llamar a los demás sacerdotes, lo que aprecié, porque me acompañaran, y por ver si tenían otras razones con que poder convencer a unos hombres abandonados y faltos de toda religión.

Mirando mis compañeros y yo que el lance era inevitable, les supliqué que me atendieran para que mi ignorancia y rusticidad no se deslizaran en cosa alguna; y armado del valor que Dios Nuestro Señor se sirvió darme, hice ánimo de decirles, a cualquier riesgo, lo que debo decirles en la cátedra del Espíritu Santo: que todos tenemos jurado por Rey a nuestro amado el Señor don Fernando Séptimo, que era a quien debíamos obedecer y a los que en su nombre legítimamente nos gobernaran, y les repetí, por dos o tres ocasiones, que atendieran bien lo que les decía, porque yo no podía, ni debía decirles otra cosa.

De cuyo hecho, resentidos porque no se hizo como querían, y mucho más, sabedores de que todos los eclesiásticos y vecinos honrados de este pueblo repugnamos sus ideas; bien instruidos de que al señor Gral. don José de la Cruz, que pedía dineros prestados, le dimos entre todos los eclesiásticos trescientos pesos; que al señor Comandante don José Andrade le proporcioné setecientos pesos, en calidad de préstamo, cuando estuvo en Acambay, y cuando estuvo aquí le proporcioné ochocientos cincuenta pesos; bien informados del gusto con que han sido recibidas las tropas del Rey y de que en mi casa se ha hospedado toda la oficialidad, sin tener que erogar gasto alguno, sé que decían, llenos de cólera, que, puesto que para ellos no había nada, se trataría al pueblo con todo rigor, de cuyas resultas nos robaron a todos los eclesiásticos y a los vecinos honrados nuestras cabalgaduras y lo más que pudieron.

Cuatro meses después, el 18 de julio, una numerosa partida de cerca de cuatrocientos insurgentes entró nuevamente a Aculco para saquear sillas de montar y caballos. Esta vez los rebeldes pretendían además, como lo narra el propio cura García, que se les bendijera un cañón:

Habiéndome quedado en otras ocasiones la satisfacción de que esta iglesia no ha recibido los ultrajes que ellos acostumbran, y de que es testigo todo el mundo, ahora se ha cubierto mi corazón del más amargo dolor, al ver que, después que llegaron, solicitaron a uno de los virtuosísimos ministros de este pueblo, precisándolo a que les bendijera su cañón; quien negándoselos por tres y cuatro ocasiones, sin embargo de que le amenazaban de que si no lo hacía por bien, lo haría por mal, se refugió en mi casa, de donde lo sacaron con el mayor atrevimiento cinco hombres que lo condujeron hasta adonde estaba, con el perverso fin de que se verificaran sus intentos, sin conseguir otra cosa más que el sacerdote bendijera al pueblo que fuera fiel, y de hacer ellos que se tocaran las campanas en ese mismo acto.

Seguramente entusiasmados por el éxito de sus incursiones, días después, el 3 de agosto, los insurgentes de Tixmadejé decidieron atacar una división del ejército realista que transitaba entre Arroyozarco y San Juan del Río. El encuentro ocurrió en el campo de Las Ánimas, cerca de Aculco, de las tres a las siete de la tarde. "Ochenta y siete cañonazos se oyeron en el pueblo, y de éstos los sesenta y cuatro fueron en menos de tres cuartos de hora", refiere el padre García. "Durante el tiempo de la batalla -añade el sacerdote- juntos los más de mis parroquianos en esta iglesia, comenzamos a rezar la letanía de los santos, el santísimo rosario y otras preces a fin de que Dios volviera por su causa". Por aquella noche los vecinos permanecieron en vela pues no sabían quién había resultado vencedor y fue hasta la mañana siguiente que supieron de la victoria realista. El cura envió víveres a los soldados del rey y el comandante de éstos -Francisco Javier Guelvenzu- le respondió con una carta en que elogiaba su "acrisolado patriotismo" y le daba las gracias "por sus desvelos y celo cristiano, con que no sólo desempeña su ministerio, sino que también se afana en conseguir que todos sus feligreses vivan en paz y decididos por la buena causa; y aseguro a U. que si todos los pastores de almas estuvieren animados de iguales sentimientos, ya no hubiera insurrección".

A decir del sacerdote, sin embargo, esos reconocimientos "apenas quitan a mi corazón los más amargos dolores que ha sufrido por las tropelías y malos tratamientos de los insurgentes, irritados contra mí porque no se les ha hecho ningún obsequio, ni han podido conseguir el que se toquen las campanas en las diversas ocasiones que han entrado y salido".

 

DON MANUEL TORAL

Es muy probable que don Pablo García haya sufrido aún muchas desventuras a causa de los insurgentes, pues permaneció en la parroquia de Aculco hasta los últimos días de enero de 1819, cuando fue reemplazado por don Antonio Martínez Infante. Pero decíamos al principio de este texto que don Pablo ejerció únicamente como cura interino de Aculco. Esto se debía a que el cura titular de Aculco, don Luis Carrillo, se había retirado del lugar por razones de salud desde 1808 y en julio de 1812 había intercambiado formalmente su parroquia con el cura bachiller don Manuel Germán Toral y Cabañas, párroco de Tequixquiac. De manera que el cura propietario de Aculco de 1812 a 1814 lo fue precisamente don Manuel Toral.

Al contrario que en las anteriores narraciones sobre la entrada de insurgentes a Aculco y el protagonismo de don Pablo García, don Manuel Toral brilla por su ausencia en el pueblo. Y lo que sucede es que era tal su enemistad con los insurgentes que parece que nunca llegó a pisar el suelo aculquense para asumir el cargo debido a las amenazas que había recibido de los rebeldes de Huichapan y Nopala. El odio de los insurgentes no era gratuito: en 1811, don Manuel había publicado el folleto Desengaño de falsas imposturas, con el objeto de desmentir las "falsedades" que propagaban los seguidores de Miguel Hidalgo, y en el que además criticaba duramente a los párrocos que se mostraban "indiferentes" con la guerra (es decir, que pretendían ser neutrales) pues los juzgaba más peligrosos que los que abiertamente habían tomado las armas.

Pero la postura de Toral resultaba extraña a la luz de un episodio de su vida sucedido en 1794, cuando este "pobre criollo hijo de la Tierradentro", como él mismo se llamaba, ocupaba el cargo de cura de Huichapan. En ese entonces había aparecido en aquel lugar una serie de pasquines anónimos que llamaban al asesinato del cura y que parecían defender el ateísmo jacobino de los revolucionaros franceses. El sacerdote denunció ante las autoridades civiles y eclesiásticas la aparición de aquellos papeles, pero en el curso de las investigaciones se hizo sospechoso de haberlos escrito él mismo. Es más, en las declaraciones de los involucrados en el proceso se le señaló como un hombre mediocre que había dejado los estudios para amancebarse, que en el fondo deseaba hacer vida marital y cuyo padre se había empeñado en que fuera ordenado sacerdote para obtener el curato de Huichapan. Su intención, se decía, era hacerse ver como "un apóstol perseguido por su extraordinaria predicación". Pero era claro según ellos que ese "clérigo criollo mediocre y resentido", como lo describían, pretendía culpar de los anónimos a los españoles peninsulares "pues a cada paso manifestaba su odio a los gachupines con argumentos ridículos".

Por eso sorprende verlo en 1810 en el bando realista cuando dos décadas atrás había quedado expuesto como enemigo de los españoles, contra los que se dirigía ahora la furia insurgente. Tal vez, como apunta el historiador Gabriel Torres Puga, "a prudente distancia de la guerra armada y acaso con un deseo subyacente de borrar la huella de sus culpas pasadas, el cura Toral se convirtió en uno de los más vehementes predicadores contra la insurgencia y en el más amoroso amigo de los gachupines".

En julio de 1812, don Manuel se quejaba ante las autoridades eclesiásticas de las dificultades para asumir su curato de Aculco, señalando que los sacerdotes en territorios asediados por los rebeldes se veían en la circunstancia de condescender o no con ellos, lo que en ambos casos acarreaba grandes males:

O [los párrocos] condescienden con las bárbaras, impías e inicuas solicitudes de los bandidos [para que les administraran los sacramentos] o no; si condescienden, obran contra [su] honor, gravan sus conciencias y se hacen reos del Superior Gobierno, y si no condescienden, se exponen a ser víctimas del furor de unos hombres que desnudos del temor de Dios se han visto atropellar lo más sagrado.

Por ello, el padre Toral sugería a sus superiores que los "buenos" sacerdotes fueran retirados de sus parroquias, pues de esta manera sus feligreses los seguirían y los insurgentes terminarían solos y así se extinguirían. UNa propuesta más bien extraña.

Imposibilitado de hacerse cargo de su parroquia de Aculco, Toral se estableció en la ciudad de Querétaro. Ahí organizó una serie de "misiones" con la ayuda de fray Manuel de Estrada y otros sacerdotes, que no tenían otro objetivo sino predicar en contra de los rebeldes y a favor de la obediencia a las autoridades españolas. La reacción del clero queretano fue adversa y pocos fueron los templos en que se les permitió predicar. Con gran irritación y sospechando que la negativa de muchos de aquellos sacerdotes se debía a su apoyo a los insurgentes, Toral denunció en mayo de 1813 a varios de ellos. Es más: advirtió al gobierno encabezado por Calleja -ya convertido para entonces en virrey de la Nueva España- que existía en Querétaro toda una camarilla de "malos sacerdotes" que sostenía la causa insurgente y estaban bajo la dirección del padre Dimas Díez de Lara, a quien sus feligreses tenían por santo. Finalmente y aunque las denuncias llegaron hasta el arzobispo, nada logró el cura de Aculco con estas acusaciones.

En junio de 1814, don Manuel Toral tomó posesión de una nueva parroquia, la de La Asunción de Amecameca. Al año siguiente publicó el folleto Plática moral, en el que denunciaba que la revolución insurgente no tenía otro objeto sino destruir la Iglesia y el trono. Un tercer folleto suyo apareció en 1818, su Pronóstico funesto, en el que vinculaba la insurgencia con la Revolución francesa. Todavía en 1821, cuando ya el realista Agustín de Iturbide se había aliado con los últimos rebeldes para consumar la Independencia, Toral ofrecía sus servicios de espionaje y predicación contra ese nuevo enemigo. Sin embargo era patente su desconsuelo ante el crecimiento del independentismo:

Yo, señor excelentísimo, he tenido hasta aquí la satisfacción en que el pueblo ha sido dócil a mi voz y que a costa de algunos sacrificios que he hecho, he conseguido tranquilizarlo y despreocuparlo; pero en el día no me parece fácil su logro, por lo alucinados que están y porque la verdad no me atrevo a hablar una palabra respecto a que no tengo fuerza que me sostenga, y temo que aunque el común del pueblo me ama, pero hay tres o cuatro díscolos y recién avecindados, que si por desgracia se presenta aquí alguna partida de enemigos me entregarán a ella para sacrificarme.

A partir de entonces nada más se sabe del padre Toral. Mientras tanto, en Aculco estaba ya entonces al frente de la parroquia don Antonio Martínez Infante, un sacerdote del que desconocemos su actitud ante la primera insurgencia, pero que con entusiasmo abrazó la Independencia y la proclamación de Agustín de Iturbide como emperador.

 

DOCUMENTOS Y LIBROS CONSULTADOS

"Informe del Cura de Aculco, Pablo García, sobre los acontecimientos notables ocurridos en su jurisdicción desde noviembre de 1810 hasta agosto de 1811", en Genaro García. Documentos Inéditos o muy raros para la historia de México. Biblioteca Porrúa No. 60. Editorial Porrúa. México, 2004. Páginas 483-488.

Gabriel Torres Puga, "Los pasquines de Huichapan, el cura Toral y el espacio público" (1794-1821), en Espacio, tiempo y forma, no. 26, UNED, 2013, página 77.

Manuel Toral, Plática moral que el Br. D. Manuel Toral, cura y juez eclesiástico de Amecameca dixo a sus feligreses... en 26 de mayo de 1815, México, Imprenta de doña María Fernández de Jáuregui, 1815.

Manuel Toral, Desengaño de falsas imposturas, imprenta de D. Mariano José Zúñiga y Ontiveros, México, 1811.

Manuel Toral, Pronóstico funesto de inmensos males, Oficina de A. Valdés, México, 1818.

Manuel Toral al Cabildo Eclesiástico, San Juan del Río, 22 de julio de 1812. INAH, Archivo Histórico, Colección Antigua, vol. 334, fols. 239r-247r Citado por Eric Van Young en La otra rebelión, p. 430-431