domingo, 10 de mayo de 2015

Un reloj de sol "escondido" en San Lucas Totolmaloya

Probablemente muchos de los lectores conocen el interesante reloj de sol que existe en la parroquia de Aculco, del que ya he escrito antes en este blog. Esta pieza, muy importante y antigua (acaba de cumplir 226 años), no es por fortuna el único instrumento de este tipo que existe en nuestro municipio, pues también existe un reloj de sol del siglo XIX en el viejo Hotel de Diligencias de Arroyozarco (también me he referido antes a él) y existe -o existió, pues ya no está en su sitio original- uno pequeño sobre la entrada al atrio de la capilla de Santiago Oxthoc Toxhié.

Sin embargo, es posible que otros relojes de sol menos conocidos existan todavía por ahí, poco visibles incluso para quienes frecuentas esos sitios. Es el caso del reloj que quiero mostrarles hoy, que se encuentra en la parroquia del pueblo de San Lucas Totolmaloya, al oeste de la cabecera municipal de Aculco.

En su ubicación actual, el reloj de sol de San Lucas se halla colocado a espaldas de la peana sobre la que se sostiene la cruz del remate de la fachada del templo, casi como si se le hubiera escondido, o por lo menos descartado y colocado ahí. Esto debido a que no se puede justificar este sitio por razones de visibilidad, evidentemente, y menos de operación, pues al tratarse de un reloj de sol de tipo vertical, su cara debería mirar al sur (no hacia el oriente como ahora) y su desaparecido estilete o gnomon (la varilla que proyecta las horas) debería orientarse de norte a sur. Esto lleva a pensar que se le desplazó de su sitio original para colocarlo ahí, donde ya no tenía utilidad, en alguna de las remodelaciones al templo en cierta época en la que los relojes de maquinaria eran ya de uso más común.

El reloj de sol, muy pequeño pues ni siquiera alcanza la altura de la peana tras la que se esconde, está labrado rústicamente en cantera y lo forman tres secciones: una base o pedestal curvo, un cuerpo intermedio cuadrangular, y el reloj propiamente dicho, que parece un eco de la base curva, pero con el trazo tronco-cónico desbastado para proporcionar una mayor proyección a la sombra del gnomon (que, como dije arriba, ya no existe). En el arco invertido del frente están incisas las marcas de las horas, pero a simple vista no se distinguen los números. Es muy difícil precisar la época en que fue construido, pero me atrevo a suponer que es posterior a 1789, cuando se construyó el reloj de sol de la parroquia de Aculco, ya que es probable que sus constructores lo tomaran como modelo.

El reloj de sol de San Lucas Totolmaloya, aunque ya sin uso, medio escondido y carente de la monumentalidad de otros relojes aculquenses, es sin embargo una pieza estimable, un importante vestigio de su historia que afortunadamente se conserva.

domingo, 3 de mayo de 2015

El relieve mutilado de san Jerónimo y su eco en una imagen procesional

Durante los trabajos de restauración de la fachada de la parroquia de Aculco, que concluyeron hace apenas unos meses, se decidió retirar la lápida conmemorativa de la reparación del templo en 1914, realizada con motivo del sismo del 19 de noviembre de 1912. Esta lápida había sido colocada en una época en que todos los nichos de la fachada del edificio se encontraban tapiados (seguramente debido a algún cambio en las modas artísticas o bien para ocultar su deterioro), y lamentablemente destruyó en parte un relieve del siglo XVII en el que aparecía el santo titular de la iglesia, san Jerónimo, en la etapa que vivió como penitente en una cueva cercana a Belén.

La mutilación sólo quedó a la vista en la década de 1950, cuando se liberaron los nichos y muchas de las figuras que albergan aparecieron sin sus atributos y algunas sin manos, brazos y cabezas. En el caso de san Jerónimo, faltaban evidentemente los hombros, la cabeza y el cuello; la mano derecha estaba rota y de la extremidad izquierda había desaparecido el antebrazo. Por las dimensiones del nicho se podía suponer incluso que había otras figuras por encima de la del santo arrodillado, quizá el ángel del Apocalipsis que suele acompañar sus representaciones.

Aunque en términos generales podíamos imaginar cómo pudo ser aquel san Jerónimo antes de su mutilación, gracias a las numerosas representaciones del santo en el arte de todas las épocas, lamentablemente el detalle de aquella figura sólo podía suponerse pues no conocíamos testimonios directos del relieve aculquense, ni pinturas ni mucho menos fotografías. Algunas preguntas parecían condenadas a quedar sin respuesta: ¿miraba san Jerónimo hacia el frente, hacia la izquierda o la derecha? ¿Dirigía su vista hacia una cruz o una calavera, como a veces se le representa, o hacia el león que está a su lado o tal vez hacia el ángel que quizá desplegaba sus alas sobre él? ¿Llevaba en la mano izquierda una cruz, sostenía un cráneo o llevaba una pluma de escribir? Todo ello parecía imposible de precisar... hasta ahora.

Lo que sucede es que sí existe un testimonio directo del relieve: se trata de una pequeña imagen procesional de san Jerónimo que se conserva en el Barrio de La Soledad, aledaño a la cabecera municipal de Aculco. Ésta, según todos los indicios, parece ser una reproducción del san Jéronimo de la fachada de la parroquia. Dicha escultura, aunque en sus formas y proporciones hace evidente su antigüedad, ha sido malamente repintada, sin que esto haya alterado por fortuna su carácter general. Como advertirán los lectores de este blog en las fotografías que incluyo (tomadas en la fiesta del Señor de Nenthé, el pasado 3 de mayo), la postura del santo es idéntica al del relieve parroquial, con el cuerpo de frente y arrodillado. La mano derecha en similar actitud lleva una piedra con la que golpea el pecho sangrante. El brazo izquierdo es, hasta el codo, igual al de piedra, pero en la parte que éste perdió lleva unas disciplinas como atributo del penitente. El manto se despliega exactamente en la misma posición en ambas figuras, y sobre él la escultura de madera muestra la cabeza que aquél perdió, con un rostro barbado de grandes ojos tristes y extensas entradas en su cabellera.

Estamos, creo yo sin pizca de duda -y seguramente muchos de ustedes estarán de acuerdo-, ante una imagen que se basó directamente en el relieve mutilado de la parroquia y, por tanto, ante un modelo excepcional que podría servir en un futuro para reponer sus faltantes. Cosa que, nunca es excesivo señalarlo, debería hacerse en todo caso siguiendo las normas comúnmente aceptadas en la restauración.

Un detalle más, pequeño pero también importante: en el relieve de san Jerónimo, sobre la cueva donde se observa el león, es posible percibir todavía el contorno de una cruz perdida. La existencia de esta cruz se confirma en el dibujo de 1838 que en este blog tantas veces hemos mencionado, en el cual este es el único elemento distinguible de dicho relieve.

domingo, 19 de abril de 2015

Gracias, Lázaro

Como muchos de ustedes saben, hace unas semanas, antes de la última Semana Santa, concluyó la restauración de las fachadas del templo parroquial de Aculco. Una obra de la que en este blog he ido dando cuenta pues se trató de la intervención más importante a ese edificio desde hace más de 50 años. Fue una labor pensada para algunos meses que por diversas razones se fue alargando, como fue el hallazgo de grietas y daños que no se percibían a simple vista, la dificultad de encontrar un cantero que quisiera hacerse cargo de la sustitución de piezas dañadas, las pruebas en la cal pigmentada que necesariamente obligaban a que ésta se secara y hasta el propio calendario litúrgico y de fiestas del pueblo. Pero el tiempo que tomó valió la pena y hoy el magnífico resultado está a la vista.

En las próximas semanas quisiera formar en este blog o bien en la página de Facebook de Aculco, lo que fue y lo que es, un álbum fotográfico del desarrollo de estos trabajos de restauración. Pero ahora lo que quiero es agradecer al arquitecto responsable de su ejecución, maestro Lázaro Frutis, quien ha sido su promotor desde el principio y es incluso a quien le debemos los esfuerzos por hallar financiación para realizarlos. No sólo esto, sino que, aparte de su responsabilidad en la restauración de la fachada y según entiendo sin cobrar por ello, accedió a reparar los daños que por verdadera negligencia sufrió el conjunto en el pretil de ladrillo y en la jamba del acceso sur al atrio la Semana Santa de 2014 (daños de los que dimos cuenta puntual aquí). De esta última reparación dejo aquí algunas imágenes, con la nota al margen de que en ellas no aparece todavía repuesto en su sitio el remate neoclásico derribado, pues cuando se tomaron el arquitecto aún no conseguía cierta resina necesaria para su restauración.

El arquitecto Frutis seguramente continuará realizando obras de restauración en nuestro municipio en los meses que vienen: está pendiente la reparación de la planta baja del portal de peregrinos del ex convento de Aculco, para la cual las autoridades municipales ya habían asegurado recursos, así como la restauración del templo de Santiago Oxthoc Toxhié, uno de los más interesantes de esta región, pues los habitantes de aquel pueblo se han acercado a él interesados en que se haga cargo de ese trabajo. Por ahora, en este blog en el que suele haber más críticas que elogios, quiero reiterar mi agradecimiento a las autoridades municipales, a los funcionarios del FOREMOBA, empezando por su directora Cristina Artigas de Latapí, al párroco y principalmente a Lázaro por haber colaborado en esta restauración. Ojalá la continuación de estos trabajos signifique en algún momento la restauración integral del antiguo conjunto conventual de Aculco.

domingo, 5 de abril de 2015

El mayor convoy que pasó por el Camino Real de Tierra Adentro

Hace unos días, mi buen amigo Benjamín Arrendo dedicó una entrada en su magnífico blog, El Bable, para destacar lo que él mismo llamó "los abrumadores números del tránsito de mulas por el Camino Real de Tierra Adentro durante la guerra de Independencia". Su texto hace referencia principalmente al Diario que el criollo queretano José Xavier Argomaniz escribió entre 1807 y 1826, en el que narra interesantísimos detalles de la agitada época que le tocó vivir, entre ellos precisamente la llegada y salida de los convoyes que transitaban por el Camino Real desde o hacia el interior del país, y que debido a los ataques insurgentes (principalmente de Julián Villagrán), se vieron obligados a agruparse y a viajar acompañados de soldados. En uno de los párrafos que incluyó Benjamín en su texto, Argomaniz se refiere a un enorme tren de mulas y carros que tardó nada menos que cinco días en entrar a la ciudad abajeña:

Julio 7, 1812.- De este día al 12 ha entrado el convoy de México comandado por el señor García Conde conduciendo carga del Rey y de particulares; han venido con dicho convoy muchas familias de esta ciudad y de otros lugares de Tierra dentro. Se hace cómputo de que han venido más de ocho mil mulas cargadas, ciento y pico de coches, siendo custodia de este convoy más de mil hombres de tropa. Se cree el que vinieron como cinco mil personas y como diez mil bestias.

La verdad es que nunca había relacionado estas líneas del cronista queretano con del historiador Carlos María de Bustamante en su Cuadro histórico de la revolución de la América Mexicana, sobre un gigantesco convoy que resulta ser el mismo de Argomaniz, y del que este autor afirma que "jamás se había visto convoy de mayor magnitud". Las cifras que muestran su tamaño difieren entre Argomaniz y Bustamante, siendo mayores en este último. Sin embargo, debe observarse que mientras el primero describe lo que llegó a Querétaro, Bustamante habla de lo que salió de la ciudad de México y, por lo que se verá en su narración, la merma queda más que justificada por lo difícil de su tránsito por el camino, especialmente entre Calpulalpan y Arroyozarco. Pues bien, vayamos al texto. Después de hablar de la enconada defensa de un convoy con plata, ganado y víveres que venía desde Querétaro a la ciudad de México, a cargo del capitán Diego García Conde y Agustín de Iturbide, Bustamante escribe:

En esta ciudad [de México] había otro [convoy] de regreso para tierra adentro muy rico, que se confió al mismo jefe; componíase de doce mil mulas y ciento treinta y cinco coches; jamás se había visto convoy de mayor magnitud. Reforzóse la guarnición de García Conde con doscientos caballos, al mando del coronel Monsalve, quien tuvo orden de acompañarle hasta Querétaro, el que salió de México en días tan lluviosos como que en sólo el paso del puerto de Calpulalpan se gastaron tres días; hasta las mulas de los carboneros se cargaron excesivamente, de que resultó quedar muchas de ellas tiradas en el camino; la tropa se mantuvo apostada día y noche, en tanto que llegando las primeras recuas a Arroyozarco, descargaban, y volvían a salir para recoger los innumerables tercios que estaban tirados en el camino; este daño se remedió, porque de San Juan del Río salieron dos mil mulas para llegar hasta Querétaro, donde debía hacer nuevo ajuste de fletes para seguir adelante.

Apenas se puede imaginar en nuestros días, acostumbrados como estamos al exceso de población y al gigantismo del México actual, lo que significaban en ese entonces cinco mil personas, cien carros y diez mil animales en tránsito cargados de mercancías, pero se trataba prácticamente de una pequeña ciudad en movimiento. En los años que siguieron, por el Camino Real transitaron ejércitos que superaban incluso esa cantidad de hombres y bestias, pero hay que considerar que aquel convoy era principalmente comercial. Si jamás, como escribió Bustamante, se había visto un convoy así, tampoco nunca, hasta los tiempos modernos, volvió a verse por estas tierras algo que se le comparara en cuanto a tráfico comercial.

domingo, 22 de marzo de 2015

Avenida Hidalgo número 6

A pesar de tantos años de estar interesado en la historia y arquitectura de Aculco, el pasado es tan extenso e inabarcable, son tantas las experiencias particulares ligadas a él, que sin duda sólo he llegado a conocer una mínima parte de todo ello. Contemplar así este interés por Aculco resulta a veces, por lo mismo, frustrante: es una tarea interminable, poco reconocida y cuestionable en sus resultados, que siempre pueden llegar a cambiar a causa de algún nuevo hallazgo. Con todo, y aunque parezca contradictorio, la propia emoción del descubrimiento lleva a continuar y perseverar, a tratar de profundizar más en los temas, a encontrar respuestas aunque uno sepa que serán parciales y llevarán a nuevas preguntas quizá sin solución. Hoy quiero escribir acerca de uno de estos hallazgos, el más reciente para mí.

Los últimos días del año pasado recorría las calles de Aculco, como suelo hacer siempre que piso aquellas tierras, sin rumbo ni plan fijo. Enfilé por la calle Hidalgo y noté una accesoria que nunca había visto abierta -o si la había visto jamás me había asomado a ella- a la que me acerqué con curiosidad. El negocio instalado ahí es un taller de motocicletas, aparentemente sin atractivo alguno. Pero allá en el fondo del cubo del zaguán, medio cubierto el vano por una cortina, se levantaba una maravilla: un precioso arco de cantera rosa cuya existencia en ese sitio preciso ni siquiera hubiera alcanzado a imaginar. Es una lástima que las fotos que tomé, con autorización pero apresuradamente, le hagan poco favor.

La casa del hallazgo es la marcada con el número 6 de la Avenida Hidalgo, que originalmente formaba una sola propiedad con la que hoy lleva el número 8 (donde está al restaurante Camino Real de las Carretas). Es muy poco lo que sé en realidad de este inmueble, por lo que ofrezco una disculpa si me equivoco al tratar de recordar algunos detalles de su historia. Según el censo de 1930, vivían en ese lugar Lorenzo González y su esposa Modesta Correa, con una hija de tres años llamada Petra (las casas de ese lado de la calle, curiosamente, llevaban entonces los números impares y le correspondía el 5). Entiendo que fue propiedad hacia la primera mitad del siglo XX de don Ismael Martínez Arciniega, quien la intercambió con la familia Andrade por su pequeña casita que se encontraba en la esquina de la Plaza de la Constitución y Rivapalacio, sitio que don Ismael aprovechó para levantar su moderna vivienda que hoy casi todos recuerdan más bien como la casa de don Alfonso Díaz. La casa de la Avenida Hidalgo, aunque dividida como ya he dicho, se conserva en manos de los descendientes de aquella familia.

Tampoco es mucho lo que las fotos antiguas dicen de aquella propiedad, pues en las dos que he podido revisar la casa aparece muy alejada y oculta parcialmente por postes de luz. Sin embargo, parece ser que contaba con cubiertas de teja a dos aguas, y en la fachada se abrían con cierto desorden un balcón de cantera en alto (que todavía existe), otro balcón que quizá corresponde a la entrada actual al restaurante y una estrecha entrada en la planta baja.

En su aspecto actual, y sin considerar la casa vecina ya definitivamente separada, la fachada de la casa podría pasar casi desapercibida por el transeúnte, a no ser por aquel balcón en alto que mencionaba antes y que a primera vista parece ser el único resto de antigüedad que le queda, ya reemplazadas sus cubiertas de teja por losas de concreto, abiertas en su fachada otro par de ventanas horizontalmente alargadas, colocadas a diferente altura (lo que produce una sensación de desorden), y con dos accesorias que cierran con cortinas metálicas. Sin embargo, con un poco más de cuidado se verá que a la izquierda, donde hoy se halla una puerta, queda marcado en el muro el trazo de un arco escarzano tapiado de evidente antigüedad también. A pesar de estos detalles, nada anticipa la existencia del arco de cantera al que me he referido al principio de este texto, sobre todo al considerar que por su estilo pertenece al tipo de labrado que se realizó en algunas de las casas más lujosas de Aculco a principios del siglo XX, como la muy cercana casa de don Abraham Ruiz o la hacienda de Cofradía. El arco de esta casa se asemeja mucho por cierto a la arquería del patio de la primera de estas construcciones, que fue desmontada y vuelta a armar en una propiedad cercana al santuario de Nenthé.

Arriba, detalle del arco de la casa de Hidalgo no. 6, elaborada en cantera blanca y no rosa como el resto del arco. Esta combinación de canteras de distinto color se puede observar también en el portal de la hacienda de Cofradía, labrado al parecer por la misma mano en 1917 (abajo).

¿Quién mandó colocar aquel arco? ¿Por qué empleó al cantero más valorado de la época en una casa aparentemente tan humilde? ¿Guarda esta casa otros interesantes secretos, como parecía atisbarse tras la cortina, acaso otros pilares del mismo estilo? Preguntas que quizá algún día, con un poco de suerte, pueda responder.

domingo, 15 de marzo de 2015

La torre que nadie ve

Si dijera así, de golpe y sin mayor explicación, que la parroquia de Aculco tiene dos torres, seguramente quienes conocen este templo y lo ven todos los días pensarían que estoy bromeando. Sin embargo, con un poco de observación y las indicaciones adecuadas, cualquiera puede darse cuenta de que esa segunda torre existe, aunque casi nadie la ve.

¿Pero dónde está esa invisible segunda torre? Pues donde debe estar: al lado derecho de la portada de la parroquia -la torre que todos conocemos está del lado izquierdo- y en un plano retrasado respecto de aquella, lo mismo que su par. La diferencia está en que sus dimensiones son ciertamente menores que las de la torre principal (excepto por su longitud este-oeste, ligeramente mayor), también que carece de un campanario de tres cuerpos como el de la torre mayor, y que se encuentra prácticamente embutida en el cuerpo del curato. Es por ello que resulta muy difícil distinguirla y menos fácil interpretarla precisamente como una torre.

Esta torre tan desconocida parece ser además uno de los más antiguos vestigios del convento de Aculco. De ello da fe la portadilla al estilo del siglo XVI que se halla en su interior y da acceso al coro de la parroquia. Se trata de un prisma rectangular con cubierta plana con su lado menor hacia la fachada (poniente) y cuya altura llega a un nivel intermedio entre las azoteas del convento y la cota más baja de la bóveda del templo. Es complicado interpretar su estructura interior original, pero en su estado actual tiene dos entradas desde el claustro: por la de la planta baja se accede a una bodega (que no conozco porque nunca he entrado en ella), mientras que por la de la planta superior se puede entrar al coro de la iglesia, como dijimos antes, y subir por una escalerilla hasta las azoteas.

La torre se distingue fácilmente en la ilustración más antigua que existe de la parroquia de Aculco: el dibujo de 1838 que varias veces hemos utilizado en este blog. Entonces era más fácil advertirla ya que no se habían construido todavía las viejas oficinas de la notaría parroquial al fondo del portal de peregrinos, como advertí ya en un texto anterior, dedicado al bautisterio viejo. Curiosamente, la torrecilla muestra una cubierta de teja a dos aguas que ya no existe y, aparentemente, una ventila o mirilla en su paramento oeste.

Algunas fotografías a partir de la década de 1950 nos muestran que en esos años se le construyó una espadaña para sostener una campana, parecida a la que existe todavía a un lado de la cúpula de la parroquia. Intencionalmente o no, con ello la torre recuperó notoriedad y es muy probable que en quienes la conocieron con ese añadido advirtieran más fácilmente que hoy en día que se trataba de una construcción con carácter propio. Esta espadaña desapareció en las obras de remodelación de 1974.

Aunque en su uso actual como acceso al coro y subida a las cubiertas del templo y del curato, su presencia se puede explicar fácilmente, creo yo que la construcción de esta torre tuvo otros motivos. Regresemos al dibujo de 1838 y a lo que he empezado ya a esbozar en el texto sobre el bautisterio viejo: la parte baja del actual portal de peregrinos parece haber tenido un uso ritual previo del que, tanto dicho bautisterio como la torre que ahora señalamos, debieron ser parte integral y que limitaban este espacio en sus extremos. Me refiero, como algunos de ustedes ya lo habrán comprendido, a una capilla abierta. En un texto próximo hablaré con más detalle y claridad de esta idea.

domingo, 1 de marzo de 2015

La casa de don Juan García o "Casa del Agujero"

La calle que se llamó de "La Estación" o de "La Estación Mayor" (nombre que la relaciona con perdidas tradiciones religiosas, especialmente las de la Semana Santa), que se extiende apenas una cuadra y hoy lleva el nombre de Allende, es una de las más maltratadas en su patrimonio arquitectónico en el área histórica de Aculco. Tal vez a ello lo condenó el que daban a ella las fachadas posteriores de las tres casas que conforman el lienzo sur de la Plaza de la Constitución, lo que significó que todo ese costado careciera de interés arquitectónico y fuera en su origen sólo una sucesión de gruesos muros sin apenas puertas o ventanas, hasta que ya en la segunda mitad del siglo XX la construcción de la casa de don Ismael Martínez Arciniega (después de don Alfonso Díaz de la Vega), la apertura de una serie de ventanas en la casa de Los Arcos y el uso de algunas accesorias en la Casa del Volcán transformaran -caso todo para mal- su antes anodina fisonomía.

El lado sur de la calle, sin embargo, tuvo mucha mayor relevancia. A ella se abrían sucesivamente y de oriente a poniente, la grande y hermosa entrada principal de la Casa de los de la Vega, una entrada secundaria pero de apariencia mucho más antigua de la misma casa (quizá de principios del siglo XVIII), una serie de accesorias muy sencillas, y finalmente las puertas y ventanas de la casa que perteneció a don Juan García, que se conserva en su descendencia, motivo de este post. La calle se cerraba magníficamente al poniente con la bellísima portada de la Casa de don Abraham Ruiz, que fue desmontada en la década de 1980 para levantar en el solar de esa casa nuevas construcciones tan deleznables que me rehúso a describir. Por el oriente, la casa desembocaba hacia la plaza Juárez, si bien el distinto alineamiento de sus casas sugiere que la calle de Allende fue abierta tardíamente, aunque seguramente aún en tiempos virreinales.

Así, la calle de Allende tuvo su gracia, de la que sólo sobreviven ya algunos vestigios que, de continuar la actitud de indiferencia de particulares y autoridades hacia el patrimonio aculquense, no tardarán muchos años en desaparecer. Pero vayamos a la casa que nos interesa, la que hoy lleva el número 11 y hace esquina con la calle -o más bien callejón- de Rivapalacio, que antiguamente llevó el nombre de Calle del Biombo. En la década de 1930, esta casa era habitada por el matrimonio formado por don Isauro Padilla y Concepción del Castillo, con sus dos hijos Jaime y Jorge. Fue hasta tiempo después, quizá en los años 40 o 50, cuando don Juan García adquirió el inmueble. Pero poco después vendió una fracción del mismo hacia el oriente, donde se encontraba originalmente su entrada principal, lo que le obligó a abrir una nueva entrada que, no sabemos si por falta de recursos o simple desidia quedó por muchos años sólo como un gran hoyo practicado en el muro de piedra. De ahí que la construcción recibiera el nombre popular de la "Casa del Agujero".

Extraña en realidad que esto fuera así, ya que don Juan García era cantero, y entre otras obras a él se le encargó la reparación del Portal de la Primavera cuando dos de sus pilares y alguna otra de sus partes comenzaron a poner en peligro la estructura. Aunque es difícil de averiguar, sospecho que muchas de las portadas de piedra nuevas y reparaciones a las antiguas realizadas en el pueblo entre 1940 y 1960 se deben a su cincel. Y decía que, siendo cantero, resulta extraño que dejara sin una entrada más digna a su propia casa por muchos años. Más tarde, empero, se labró en cantera rosa -sobria y limpiamente- no sólo la amplia portada de dintel curvo, sino las ventanas, balcones y repisones que hoy luce.

Se me ha dicho que don Juan García fue originario de la zona del Tixhiñú y que su familia poseyó en las cercanías un rancho llamado El Capulín. No he podido confirmar estos datos y antes al contrario, parece que el censo de 1930 ubica a su familia viviendo bastante apartados de aquellos lugares, en la ranchería de Fondó. O por lo menos existe una coincidencia de nombres con los de él y su hermano Margarito García.

Ser cantero en una época en la que Aculco vivía, por una parte, la depresión económica que obligaba a muchos de sus vecinos a emigrar, en la que por otra poco o nada nuevo se construía y que en esas pocas nuevas edificaciones comenzaban a aplicarse técnicas más modernas, no debió ser el más demandado de los oficios. Por eso don Juan se dedicó a trabajar sus tierras y especialmente al ramo de la carnicería, que con el tiempo se convirtió en su principal actividad.

En su momento, decíamos arriba, el agujero en el muro que le dio nombre a la casa de la esquina de Rivapalacio y Allende dio paso a una portada de cantera rosa con dintel curvo, al estilo de las que se construían en este pueblo a principios del siglo XX. A su derecha, un balcón que no sabemos si ya existía fue enmarcado también cantera y se le dotó de un repisón recto, sin moldurar. La propia esquina del inmueble, que es la parte de la casa que más conocemos por fotografías tomadas desde la Plaza de la Constitución (pues se "asoma" a ella debido al distinto alineamiento de la calle de Rivapalacio con el portal de la casa de don Alfonso Díaz), perdió una antigua ventanilla que iluminaba, descentrada, los trojes con cubierta de teja que debieron existir sobre las habitaciones de esa parte de la casa. A cambio se abrió una ventana mayor, casi cuadrada, alineada con el vano de la planta baja que daba entrada a una accesoria (la cual que permaneció por años sin mayores transformaciones). Hacia la calle de Allende se abrieron algunos balcones de sencillo trazo.

Vista general de la fachada de la casa de don Juan García en nuestros días. Obsérvese la desaparición del tejado del cuerpo esquinero; sólo ha quedado el perfil inclinado del muro como señal de lo que ya no existe.

Pero ya en las décadas de 1980 y 1990 el inmueble vivió alteraciones menos afortunadas. Prácticamente todo el interior fue rehecho entonces. El perfil inclinado del cuerpo esquinero se mantuvo pese a que, tras él, su cubierta de teja a un agua fue sustituida por una losa plana de concreto. Luego el vano de la planta baja se amplió -respetando por lo menos su enmarcamiento de cantera- casi al doble de su anchura original. De tal manera, aunque la casa de don Juan García se mantiene en pie como uno de los pocos hitos de la calle de Allende digno de apreciarse, es ya sólo casi una remembranza de la construcción original.