domingo, 19 de abril de 2015

Gracias, Lázaro

Como muchos de ustedes saben, hace unas semanas, antes de la última Semana Santa, concluyó la restauración de las fachadas del templo parroquial de Aculco. Una obra de la que en este blog he ido dando cuenta pues se trató de la intervención más importante a ese edificio desde hace más de 50 años. Fue una labor pensada para algunos meses que por diversas razones se fue alargando, como fue el hallazgo de grietas y daños que no se percibían a simple vista, la dificultad de encontrar un cantero que quisiera hacerse cargo de la sustitución de piezas dañadas, las pruebas en la cal pigmentada que necesariamente obligaban a que ésta se secara y hasta el propio calendario litúrgico y de fiestas del pueblo. Pero el tiempo que tomó valió la pena y hoy el magnífico resultado está a la vista.

En las próximas semanas quisiera formar en este blog o bien en la página de Facebook de Aculco, lo que fue y lo que es, un álbum fotográfico del desarrollo de estos trabajos de restauración. Pero ahora lo que quiero es agradecer al arquitecto responsable de su ejecución, maestro Lázaro Frutis, quien ha sido su promotor desde el principio y es incluso a quien le debemos los esfuerzos por hallar financiación para realizarlos. No sólo esto, sino que, aparte de su responsabilidad en la restauración de la fachada y según entiendo sin cobrar por ello, accedió a reparar los daños que por verdadera negligencia sufrió el conjunto en el pretil de ladrillo y en la jamba del acceso sur al atrio la Semana Santa de 2014 (daños de los que dimos cuenta puntual aquí). De esta última reparación dejo aquí algunas imágenes, con la nota al margen de que en ellas no aparece todavía repuesto en su sitio el remate neoclásico derribado, pues cuando se tomaron el arquitecto aún no conseguía cierta resina necesaria para su restauración.

El arquitecto Frutis seguramente continuará realizando obras de restauración en nuestro municipio en los meses que vienen: está pendiente la reparación de la planta baja del portal de peregrinos del ex convento de Aculco, para la cual las autoridades municipales ya habían asegurado recursos, así como la restauración del templo de Santiago Oxthoc Toxhié, uno de los más interesantes de esta región, pues los habitantes de aquel pueblo se han acercado a él interesados en que se haga cargo de ese trabajo. Por ahora, en este blog en el que suele haber más críticas que elogios, quiero reiterar mi agradecimiento a las autoridades municipales, a los funcionarios del FOREMOBA, empezando por su directora Cristina Artigas de Latapí, al párroco y principalmente a Lázaro por haber colaborado en esta restauración. Ojalá la continuación de estos trabajos signifique en algún momento la restauración integral del antiguo conjunto conventual de Aculco.

domingo, 5 de abril de 2015

El mayor convoy que pasó por el Camino Real de Tierra Adentro

Hace unos días, mi buen amigo Benjamín Arrendo dedicó una entrada en su magnífico blog, El Bable, para destacar lo que él mismo llamó "los abrumadores números del tránsito de mulas por el Camino Real de Tierra Adentro durante la guerra de Independencia". Su texto hace referencia principalmente al Diario que el criollo queretano José Xavier Argomaniz escribió entre 1807 y 1826, en el que narra interesantísimos detalles de la agitada época que le tocó vivir, entre ellos precisamente la llegada y salida de los convoyes que transitaban por el Camino Real desde o hacia el interior del país, y que debido a los ataques insurgentes (principalmente de Julián Villagrán), se vieron obligados a agruparse y a viajar acompañados de soldados. En uno de los párrafos que incluyó Benjamín en su texto, Argomaniz se refiere a un enorme tren de mulas y carros que tardó nada menos que cinco días en entrar a la ciudad abajeña:

Julio 7, 1812.- De este día al 12 ha entrado el convoy de México comandado por el señor García Conde conduciendo carga del Rey y de particulares; han venido con dicho convoy muchas familias de esta ciudad y de otros lugares de Tierra dentro. Se hace cómputo de que han venido más de ocho mil mulas cargadas, ciento y pico de coches, siendo custodia de este convoy más de mil hombres de tropa. Se cree el que vinieron como cinco mil personas y como diez mil bestias.

La verdad es que nunca había relacionado estas líneas del cronista queretano con del historiador Carlos María de Bustamante en su Cuadro histórico de la revolución de la América Mexicana, sobre un gigantesco convoy que resulta ser el mismo de Argomaniz, y del que este autor afirma que "jamás se había visto convoy de mayor magnitud". Las cifras que muestran su tamaño difieren entre Argomaniz y Bustamante, siendo mayores en este último. Sin embargo, debe observarse que mientras el primero describe lo que llegó a Querétaro, Bustamante habla de lo que salió de la ciudad de México y, por lo que se verá en su narración, la merma queda más que justificada por lo difícil de su tránsito por el camino, especialmente entre Calpulalpan y Arroyozarco. Pues bien, vayamos al texto. Después de hablar de la enconada defensa de un convoy con plata, ganado y víveres que venía desde Querétaro a la ciudad de México, a cargo del capitán Diego García Conde y Agustín de Iturbide, Bustamante escribe:

En esta ciudad [de México] había otro [convoy] de regreso para tierra adentro muy rico, que se confió al mismo jefe; componíase de doce mil mulas y ciento treinta y cinco coches; jamás se había visto convoy de mayor magnitud. Reforzóse la guarnición de García Conde con doscientos caballos, al mando del coronel Monsalve, quien tuvo orden de acompañarle hasta Querétaro, el que salió de México en días tan lluviosos como que en sólo el paso del puerto de Calpulalpan se gastaron tres días; hasta las mulas de los carboneros se cargaron excesivamente, de que resultó quedar muchas de ellas tiradas en el camino; la tropa se mantuvo apostada día y noche, en tanto que llegando las primeras recuas a Arroyozarco, descargaban, y volvían a salir para recoger los innumerables tercios que estaban tirados en el camino; este daño se remedió, porque de San Juan del Río salieron dos mil mulas para llegar hasta Querétaro, donde debía hacer nuevo ajuste de fletes para seguir adelante.

Apenas se puede imaginar en nuestros días, acostumbrados como estamos al exceso de población y al gigantismo del México actual, lo que significaban en ese entonces cinco mil personas, cien carros y diez mil animales en tránsito cargados de mercancías, pero se trataba prácticamente de una pequeña ciudad en movimiento. En los años que siguieron, por el Camino Real transitaron ejércitos que superaban incluso esa cantidad de hombres y bestias, pero hay que considerar que aquel convoy era principalmente comercial. Si jamás, como escribió Bustamante, se había visto un convoy así, tampoco nunca, hasta los tiempos modernos, volvió a verse por estas tierras algo que se le comparara en cuanto a tráfico comercial.

domingo, 22 de marzo de 2015

Avenida Hidalgo número 6

A pesar de tantos años de estar interesado en la historia y arquitectura de Aculco, el pasado es tan extenso e inabarcable, son tantas las experiencias particulares ligadas a él, que sin duda sólo he llegado a conocer una mínima parte de todo ello. Contemplar así este interés por Aculco resulta a veces, por lo mismo, frustrante: es una tarea interminable, poco reconocida y cuestionable en sus resultados, que siempre pueden llegar a cambiar a causa de algún nuevo hallazgo. Con todo, y aunque parezca contradictorio, la propia emoción del descubrimiento lleva a continuar y perseverar, a tratar de profundizar más en los temas, a encontrar respuestas aunque uno sepa que serán parciales y llevarán a nuevas preguntas quizá sin solución. Hoy quiero escribir acerca de uno de estos hallazgos, el más reciente para mí.

Los últimos días del año pasado recorría las calles de Aculco, como suelo hacer siempre que piso aquellas tierras, sin rumbo ni plan fijo. Enfilé por la calle Hidalgo y noté una accesoria que nunca había visto abierta -o si la había visto jamás me había asomado a ella- a la que me acerqué con curiosidad. El negocio instalado ahí es un taller de motocicletas, aparentemente sin atractivo alguno. Pero allá en el fondo del cubo del zaguán, medio cubierto el vano por una cortina, se levantaba una maravilla: un precioso arco de cantera rosa cuya existencia en ese sitio preciso ni siquiera hubiera alcanzado a imaginar. Es una lástima que las fotos que tomé, con autorización pero apresuradamente, le hagan poco favor.

La casa del hallazgo es la marcada con el número 6 de la Avenida Hidalgo, que originalmente formaba una sola propiedad con la que hoy lleva el número 8 (donde está al restaurante Camino Real de las Carretas). Es muy poco lo que sé en realidad de este inmueble, por lo que ofrezco una disculpa si me equivoco al tratar de recordar algunos detalles de su historia. Según el censo de 1930, vivían en ese lugar Lorenzo González y su esposa Modesta Correa, con una hija de tres años llamada Petra (las casas de ese lado de la calle, curiosamente, llevaban entonces los números impares y le correspondía el 5). Entiendo que fue propiedad hacia la primera mitad del siglo XX de don Ismael Martínez Arciniega, quien la intercambió con la familia Andrade por su pequeña casita que se encontraba en la esquina de la Plaza de la Constitución y Rivapalacio, sitio que don Ismael aprovechó para levantar su moderna vivienda que hoy casi todos recuerdan más bien como la casa de don Alfonso Díaz. La casa de la Avenida Hidalgo, aunque dividida como ya he dicho, se conserva en manos de los descendientes de aquella familia.

Tampoco es mucho lo que las fotos antiguas dicen de aquella propiedad, pues en las dos que he podido revisar la casa aparece muy alejada y oculta parcialmente por postes de luz. Sin embargo, parece ser que contaba con cubiertas de teja a dos aguas, y en la fachada se abrían con cierto desorden un balcón de cantera en alto (que todavía existe), otro balcón que quizá corresponde a la entrada actual al restaurante y una estrecha entrada en la planta baja.

En su aspecto actual, y sin considerar la casa vecina ya definitivamente separada, la fachada de la casa podría pasar casi desapercibida por el transeúnte, a no ser por aquel balcón en alto que mencionaba antes y que a primera vista parece ser el único resto de antigüedad que le queda, ya reemplazadas sus cubiertas de teja por losas de concreto, abiertas en su fachada otro par de ventanas horizontalmente alargadas, colocadas a diferente altura (lo que produce una sensación de desorden), y con dos accesorias que cierran con cortinas metálicas. Sin embargo, con un poco más de cuidado se verá que a la izquierda, donde hoy se halla una puerta, queda marcado en el muro el trazo de un arco escarzano tapiado de evidente antigüedad también. A pesar de estos detalles, nada anticipa la existencia del arco de cantera al que me he referido al principio de este texto, sobre todo al considerar que por su estilo pertenece al tipo de labrado que se realizó en algunas de las casas más lujosas de Aculco a principios del siglo XX, como la muy cercana casa de don Abraham Ruiz o la hacienda de Cofradía. El arco de esta casa se asemeja mucho por cierto a la arquería del patio de la primera de estas construcciones, que fue desmontada y vuelta a armar en una propiedad cercana al santuario de Nenthé.

Arriba, detalle del arco de la casa de Hidalgo no. 6, elaborada en cantera blanca y no rosa como el resto del arco. Esta combinación de canteras de distinto color se puede observar también en el portal de la hacienda de Cofradía, labrado al parecer por la misma mano en 1917 (abajo).

¿Quién mandó colocar aquel arco? ¿Por qué empleó al cantero más valorado de la época en una casa aparentemente tan humilde? ¿Guarda esta casa otros interesantes secretos, como parecía atisbarse tras la cortina, acaso otros pilares del mismo estilo? Preguntas que quizá algún día, con un poco de suerte, pueda responder.

domingo, 15 de marzo de 2015

La torre que nadie ve

Si dijera así, de golpe y sin mayor explicación, que la parroquia de Aculco tiene dos torres, seguramente quienes conocen este templo y lo ven todos los días pensarían que estoy bromeando. Sin embargo, con un poco de observación y las indicaciones adecuadas, cualquiera puede darse cuenta de que esa segunda torre existe, aunque casi nadie la ve.

¿Pero dónde está esa invisible segunda torre? Pues donde debe estar: al lado derecho de la portada de la parroquia -la torre que todos conocemos está del lado izquierdo- y en un plano retrasado respecto de aquella, lo mismo que su par. La diferencia está en que sus dimensiones son ciertamente menores que las de la torre principal (excepto por su longitud este-oeste, ligeramente mayor), también que carece de un campanario de tres cuerpos como el de la torre mayor, y que se encuentra prácticamente embutida en el cuerpo del curato. Es por ello que resulta muy difícil distinguirla y menos fácil interpretarla precisamente como una torre.

Esta torre tan desconocida parece ser además uno de los más antiguos vestigios del convento de Aculco. De ello da fe la portadilla al estilo del siglo XVI que se halla en su interior y da acceso al coro de la parroquia. Se trata de un prisma rectangular con cubierta plana con su lado menor hacia la fachada (poniente) y cuya altura llega a un nivel intermedio entre las azoteas del convento y la cota más baja de la bóveda del templo. Es complicado interpretar su estructura interior original, pero en su estado actual tiene dos entradas desde el claustro: por la de la planta baja se accede a una bodega (que no conozco porque nunca he entrado en ella), mientras que por la de la planta superior se puede entrar al coro de la iglesia, como dijimos antes, y subir por una escalerilla hasta las azoteas.

La torre se distingue fácilmente en la ilustración más antigua que existe de la parroquia de Aculco: el dibujo de 1838 que varias veces hemos utilizado en este blog. Entonces era más fácil advertirla ya que no se habían construido todavía las viejas oficinas de la notaría parroquial al fondo del portal de peregrinos, como advertí ya en un texto anterior, dedicado al bautisterio viejo. Curiosamente, la torrecilla muestra una cubierta de teja a dos aguas que ya no existe y, aparentemente, una ventila o mirilla en su paramento oeste.

Algunas fotografías a partir de la década de 1950 nos muestran que en esos años se le construyó una espadaña para sostener una campana, parecida a la que existe todavía a un lado de la cúpula de la parroquia. Intencionalmente o no, con ello la torre recuperó notoriedad y es muy probable que en quienes la conocieron con ese añadido advirtieran más fácilmente que hoy en día que se trataba de una construcción con carácter propio. Esta espadaña desapareció en las obras de remodelación de 1974.

Aunque en su uso actual como acceso al coro y subida a las cubiertas del templo y del curato, su presencia se puede explicar fácilmente, creo yo que la construcción de esta torre tuvo otros motivos. Regresemos al dibujo de 1838 y a lo que he empezado ya a esbozar en el texto sobre el bautisterio viejo: la parte baja del actual portal de peregrinos parece haber tenido un uso ritual previo del que, tanto dicho bautisterio como la torre que ahora señalamos, debieron ser parte integral y que limitaban este espacio en sus extremos. Me refiero, como algunos de ustedes ya lo habrán comprendido, a una capilla abierta. En un texto próximo hablaré con más detalle y claridad de esta idea.

domingo, 1 de marzo de 2015

La casa de don Juan García o "Casa del Agujero"

La calle que se llamó de "La Estación" o de "La Estación Mayor" (nombre que la relaciona con perdidas tradiciones religiosas, especialmente las de la Semana Santa), que se extiende apenas una cuadra y hoy lleva el nombre de Allende, es una de las más maltratadas en su patrimonio arquitectónico en el área histórica de Aculco. Tal vez a ello lo condenó el que daban a ella las fachadas posteriores de las tres casas que conforman el lienzo sur de la Plaza de la Constitución, lo que significó que todo ese costado careciera de interés arquitectónico y fuera en su origen sólo una sucesión de gruesos muros sin apenas puertas o ventanas, hasta que ya en la segunda mitad del siglo XX la construcción de la casa de don Ismael Martínez Arciniega (después de don Alfonso Díaz de la Vega), la apertura de una serie de ventanas en la casa de Los Arcos y el uso de algunas accesorias en la Casa del Volcán transformaran -caso todo para mal- su antes anodina fisonomía.

El lado sur de la calle, sin embargo, tuvo mucha mayor relevancia. A ella se abrían sucesivamente y de oriente a poniente, la grande y hermosa entrada principal de la Casa de los de la Vega, una entrada secundaria pero de apariencia mucho más antigua de la misma casa (quizá de principios del siglo XVIII), una serie de accesorias muy sencillas, y finalmente las puertas y ventanas de la casa que perteneció a don Juan García, que se conserva en su descendencia, motivo de este post. La calle se cerraba magníficamente al poniente con la bellísima portada de la Casa de don Abraham Ruiz, que fue desmontada en la década de 1980 para levantar en el solar de esa casa nuevas construcciones tan deleznables que me rehúso a describir. Por el oriente, la casa desembocaba hacia la plaza Juárez, si bien el distinto alineamiento de sus casas sugiere que la calle de Allende fue abierta tardíamente, aunque seguramente aún en tiempos virreinales.

Así, la calle de Allende tuvo su gracia, de la que sólo sobreviven ya algunos vestigios que, de continuar la actitud de indiferencia de particulares y autoridades hacia el patrimonio aculquense, no tardarán muchos años en desaparecer. Pero vayamos a la casa que nos interesa, la que hoy lleva el número 11 y hace esquina con la calle -o más bien callejón- de Rivapalacio, que antiguamente llevó el nombre de Calle del Biombo. En la década de 1930, esta casa era habitada por el matrimonio formado por don Isauro Padilla y Concepción del Castillo, con sus dos hijos Jaime y Jorge. Fue hasta tiempo después, quizá en los años 40 o 50, cuando don Juan García adquirió el inmueble. Pero poco después vendió una fracción del mismo hacia el oriente, donde se encontraba originalmente su entrada principal, lo que le obligó a abrir una nueva entrada que, no sabemos si por falta de recursos o simple desidia quedó por muchos años sólo como un gran hoyo practicado en el muro de piedra. De ahí que la construcción recibiera el nombre popular de la "Casa del Agujero".

Extraña en realidad que esto fuera así, ya que don Juan García era cantero, y entre otras obras a él se le encargó la reparación del Portal de la Primavera cuando dos de sus pilares y alguna otra de sus partes comenzaron a poner en peligro la estructura. Aunque es difícil de averiguar, sospecho que muchas de las portadas de piedra nuevas y reparaciones a las antiguas realizadas en el pueblo entre 1940 y 1960 se deben a su cincel. Y decía que, siendo cantero, resulta extraño que dejara sin una entrada más digna a su propia casa por muchos años. Más tarde, empero, se labró en cantera rosa -sobria y limpiamente- no sólo la amplia portada de dintel curvo, sino las ventanas, balcones y repisones que hoy luce.

Se me ha dicho que don Juan García fue originario de la zona del Tixhiñú y que su familia poseyó en las cercanías un rancho llamado El Capulín. No he podido confirmar estos datos y antes al contrario, parece que el censo de 1930 ubica a su familia viviendo bastante apartados de aquellos lugares, en la ranchería de Fondó. O por lo menos existe una coincidencia de nombres con los de él y su hermano Margarito García.

Ser cantero en una época en la que Aculco vivía, por una parte, la depresión económica que obligaba a muchos de sus vecinos a emigrar, en la que por otra poco o nada nuevo se construía y que en esas pocas nuevas edificaciones comenzaban a aplicarse técnicas más modernas, no debió ser el más demandado de los oficios. Por eso don Juan se dedicó a trabajar sus tierras y especialmente al ramo de la carnicería, que con el tiempo se convirtió en su principal actividad.

En su momento, decíamos arriba, el agujero en el muro que le dio nombre a la casa de la esquina de Rivapalacio y Allende dio paso a una portada de cantera rosa con dintel curvo, al estilo de las que se construían en este pueblo a principios del siglo XX. A su derecha, un balcón que no sabemos si ya existía fue enmarcado también cantera y se le dotó de un repisón recto, sin moldurar. La propia esquina del inmueble, que es la parte de la casa que más conocemos por fotografías tomadas desde la Plaza de la Constitución (pues se "asoma" a ella debido al distinto alineamiento de la calle de Rivapalacio con el portal de la casa de don Alfonso Díaz), perdió una antigua ventanilla que iluminaba, descentrada, los trojes con cubierta de teja que debieron existir sobre las habitaciones de esa parte de la casa. A cambio se abrió una ventana mayor, casi cuadrada, alineada con el vano de la planta baja que daba entrada a una accesoria (la cual que permaneció por años sin mayores transformaciones). Hacia la calle de Allende se abrieron algunos balcones de sencillo trazo.

Vista general de la fachada de la casa de don Juan García en nuestros días. Obsérvese la desaparición del tejado del cuerpo esquinero; sólo ha quedado el perfil inclinado del muro como señal de lo que ya no existe.

Pero ya en las décadas de 1980 y 1990 el inmueble vivió alteraciones menos afortunadas. Prácticamente todo el interior fue rehecho entonces. El perfil inclinado del cuerpo esquinero se mantuvo pese a que, tras él, su cubierta de teja a un agua fue sustituida por una losa plana de concreto. Luego el vano de la planta baja se amplió -respetando por lo menos su enmarcamiento de cantera- casi al doble de su anchura original. De tal manera, aunque la casa de don Juan García se mantiene en pie como uno de los pocos hitos de la calle de Allende digno de apreciarse, es ya sólo casi una remembranza de la construcción original.

domingo, 15 de febrero de 2015

19 de febrero de 1825, ¿algo que festejar?

En febrero de 1994, cuando desempeñaba el cargo de Cronista Municipal, recibí la invitación del Ayuntamiento para hablar en la conmemoración de la erección municipal de Aculco, de la que se celebraba entonces el aniversario 169.

Más que simplemente recordar que el 19 de febrero de 1825 Aculco se había convertido en municipio -tal como siempre se ha repetido-, creí que sería mucho más valioso profundizar algo en aquella historia. Buscar, por ejemplo, el decreto de la legislatura del Estado de México que así lo establecía y revisar las Actas de Cabildo del Archivo Municipal, tratando de indagar de qué manera había quedado consignado en ellas aquel momento tan importante en la historia de nuestra localidad. Para mi sorpresa no encontré nada, absolutamente nada que mencionara el hecho. Como si jamás, hasta tiempos muy recientes, hubiera tenido para Aculco y sus autoridades alguna importancia.

¿Cómo era posible?

En aquel momento supuse que la poca atención que se había dado al hecho en 1825 podría deberse a que, en términos prácticos, aquel decreto no habría significado mayor cambio en las instituciones locales. Esto, porque el pueblo tenía alcaldes y cabildo desde el siglo XVI y, aunque subordinado durante casi todo el período virreinal a la alcaldía mayor de Jilotepec-Huichapan, ya desde 1765 sus habitantes habían buscado activamente la separación de su gobierno y lo habían conseguido finalmente hacia 1803. Más tarde, el 28 de septiembre de 1820, el ayuntamiento de Aculco había adquirido el adjetivo de "constitucional" cuando se juró en las casas curales del pueblo la Constitución española de Cádiz. Tras la consumación de la independencia y la proclamación de la República Federal, la Ley Orgánica Provisional del Estado de México, promulgada en 1824, reconoció a los ayuntamientos bajo los mismos términos de la constitución gaditana. De tal manera, la erección de Aculco como municipio en 1825 habría tenido en todo caso el valor de que, a partir de ese momento, contaba con acta de nacimiento en el México independiente y republicano, por más que sus antecedentes municipales se remontaran mucho tiempo atrás y los efectos prácticos del decreto de erección fueran escasos o inexistentes.

Por algún tiempo dejé este asunto de lado (aunque me seguía intrigando la ausencia de documentos al respecto), pues me interesaba más profundizar en otros temas anteriores y posteriores de la historia de Aculco. Frecuentemente, a pesar de todo, volvía a encontrar en los libros referencias al hecho y a la fecha, si bien nunca mencionaban la fuente documental primaria de la que procedía tal información. Pasaron los años y en algún momento traté de llenar aquel vacío histórico. Fue entonces cuando me percaté de que la referencia más antigua a la erección municipal de Aculco databa apenas de 1973 y sólo aclaraba:

Según tradición que conservan las autoridades municipales, este Municipio fue creado por el Congreso Constituyente el 19 de febrero de 1825, aunque no se conoce el decreto respectivo.(1)

Es decir, el hecho procedía de la tradición oral y aparentemente nunca se había sustentado en documentación histórica. Esto resultaba muy extraño también ya que la labor legislativa de los Congresos del Estado de México se encuentra recopilada en publicaciones bien conocidas por los historiadores, y un decreto no puede simplemente extraviarse, pues se les numera desde su expedición. Cuando consulté estas colecciones de decretos, hallé que sencillamente no existía ninguno que correspondiera a esa fecha del 19 de febrero de 1825. Así que, o la fecha estaba equivocada, o el supuesto decreto de erección municipal de Aculco nunca había existido.

Fue entonces que me percaté de que eran varios los municipios del estado que daban como fecha de su creación una muy cercana a la supuesta para Aculco, el 9 de febrero de 1825, y citaban un decreto específico, el número 36. Al revisar ese decreto, que lleva por título "Para la organización de los ayuntamientos del estado", me encontré con que en realidad no se erigía por medio de él ningún municipio, sino que simplemente se sentaban las bases para su conformación.

Al llegar a este punto llegué a la conclusión, evidente por otra parte, de que el decreto tomado como origen de la erección del municipio de Aculco era este mismo, el 36, y que la fecha siempre había estado equivocada, tomándose el 9 por 19 de febrero. Es decir, se ha venido festejando en nuestro municipio una fecha equivocada de un hecho que, además, no sucedió de manera explícita.

Supongo que esta conclusión no detendrá la conmemoración oficial del próximo jueves 19 de febrero de 2015, pero tampoco tiene importancia. En realidad, es un día que se ha ido volviendo tradicional en el calendario cívico de la localidad y en ese sentido no hay motivo suficiente para cambiarlo. Lo que sería correcto, eso sí, es que no se diga que ese día se festeja un aniversario más de la erección municipal de Aculco porque, como vimos, no corresponde a la realidad.

NOTAS

Aculco. Monografía municipal. Toluca, Gobierno del Estado de México, 1973.