martes, 14 de septiembre de 2010
Y el verano se va
martes, 7 de septiembre de 2010
Historia o leyenda: el "Palo Bendito"
Hace unos días, la prensa del Estado de México publicó que en los distintos municipios que componen esta entidad serán plantados sendos "árboles bicentenario", retoños de un antiguo encino bajo el que -según la tradición aculquense- Hidalgo celebró una misa para las tropas insurgentes después de la batalla del 7 de noviembre de 1810. La semana pasada, ni más ni menos, el retoño correspondiente a Aculco fue plantado en una mal ubicada jardinera construida en el jardín de la Plaza de la Constitución, con una placa que, por cierto, viola además las disposiciones sobre imagen urbana contenidas en los artículos 50 y 51 del Bando Municipal.
Curiosamente (quizá por temor al albur) la inmensa mayoría de esas notas de prensa se refieren al encino aculquense como el "Árbol Bendito", cuando en realidad en nuestro pueblo siempre se le ha conocido como el "Palo Bendito".
El retoño plantado en Aculco, del portal soymexiquense.com
Nunca será mala idea plantar un árbol, Mucho menos proteger, como se está haciendo, a un viejísimo ejemplar que tiene tantos años (según la cuenta de Probosque son 325, lo que lo convierte en contemporáneo de la iglesia parroquial de Aculco). Sin embargo, me parece que el Gobierno del Estado de México se ha tomado demasiado en serio la leyenda aculquense, cuando en realidad parece haber muy poco fundamento histórico que sostenga esa tradición. Y esto ha provocado también varios "resbalones" de personajes políticos de la entidad, al tratar de convertir en historia lo que, como veremos, parece ser sólo un mito. Es el caso de Jorge Fuentes Zepeda, coordinador administrativo de la Secretaría del Medio Ambiente estatal, quien en este video da más de un traspié al afirmar que después de Aculco pasó Hidalgo por Ixtlahuaca, y que la del "Palo Bendito", habría sido la última misa de este personaje antes de su excomunión.
Pero sigamos adelante. El árbol bajo el que se dice celebró misa el cura de Dolores, se encuentra sobre la Carretera Panamericana, cerca del kilómetro 115 y a unos siete kilómetros de distancia del pueblo de Aculco en dirección al noroeste, hacia San Juan del Río, Querétaro. La leyenda que lo vincula con la estancia de Hidalgo en el pueblo es firme, bastante antigua y seguramente no existe aculquense que la desconozca. De hecho, en 1960, con ocasión del sesquicentenario del inicio de la Guerra de Independencia, las autoridades federales "oficializaron" de alguna manera esta tradición local al colocar en sus inmediaciones una de las 260 copias de la escultura "El Águila Tendida" del escultor Chávez Morado, que señalan la ruta de Hidalgo desde su parroquia hasta el patíbulo de Chihuahua.

La leyenda del "Palo Bendito" sólo asegura que Hidalgo, comos sacerdote que era, celebró misa bajo sus ramas durante su estancia en Aculco, que de acuerdo con nuestras investigaciones se puede precisar entre el 5 -día de su llegada registrada en las Actas de Cabildo municipales tardíamente, hacia 1825- y el 7 de noviembre de 1810, cuando huyó tras la derrota que le infligió el general Calleja en la mañana de ese día. Algunas versiones agregan que la misa se celebró precisamente en su escape, lo que ubicaría el hecho en esa última fecha.
Acontecimientos de la relevancia que tuvo la Batalla de Aculco suelen dejar en la memoria colectiva recuerdos que se transmiten por generaciones, y que tal vez con un poco de suerte llegan a ser escritas y con ello fijados sus detalles, pero que la mayoría de las veces se mantienen como tradición oral, variable por su misma naturaleza. En el caso del "Palo Bendito", la tradición es precisamente oral, y desafortunadamente entra en contradicción con los testimonios contemporáneos, con el desplazamiento más probable de los ejércitos insurgentes sobre el terreno, así como con otras leyendas locales de las que se conservan también vestigios materiales.
Vayamos por partes. En primer lugar, la historia nos dice que desde el momento en que el cura de Dolores se asumió como líder del movimiento insurgente adoptó su nueva posición militar y cesó sus funciones sacerdotales (aunque su carácter de tal, por supuesto, no desaparece). Él mismo, durante el juicio que se le siguió tras su captura en Acatita de Baján, aseguró que desde el inicio de la sublevación "se había abstenido de celebrar misa por considerarse inhábil", y las relaciones históricas más verídicas y precisas generalmente nos lo señalan asistiendo a estas funciones en un lugar privilegiado, pero jamás oficiando, lo que llevaban a cabo los numerosos capellanes castrenses que acompañaban al ejército. Así pues, tenemos el testimonio del propio Hidalgo y de varios cronistas que aseguran que no volvió a celebrar una misa desde el 16 de septiembre de 1810.

El segundo punto tiene que ver con la temporalidad. Antes de verificarse la batalla, Hidalgo dispuso de mucho tiempo para la celebración de misas, prácticamente dos días, y es casi seguro que alguna se llevara a cabo. Sin embargo, después de la batalla el escape fue tan precipitado que no habría habido oportunidad alguna de detenerse en ese punto a celebrar el Santo Sacrificio, menos una de aquellas misas en latín que podían durar dos horas. Testimonio elocuente sobre las circunstancias de la huída de Hidalgo es el de su escolta, el alfarero de Dolores Pedro Sotelo:
Fue tal el terror que causó el estrago de las balas enemigas en nuestra gente, que no se pensó más que en la fuga, comenzó a correr la gente por el rumbo del poniente, para ocultarse en una sierra pequeña que a este rumbo teníamos; se desampararon las piezas y se abandonó el campo de batalla, porque el enemigo nos venía flanqueando por ambos costados.
Triunfó Calleja, y se hizo dueño de armas, dinero, parque y todo cuanto era de nuestro ejército.
Yo iba muy inmediato al señor cura, pero al llegar a la sierra [de Ñadó] como no llevábamos camino alguno, tomamos cada uno el punto más cómodo que nos pareció para subir dicha sierra, y esto dio motivo para que nos perdiéramos de vista, y nos separáramos dispersos por distintos puntos.
Esto es, no hubo tiempo de celebrar ninguna misa en la huída... ni habría habido quorum: tan pocos insurgentes acompañaron a Hidalgo en ésta, que hasta su propio escolta se apartó de él.

Ahora bien, ya que no pudo celebrarse misa alguna antes de la batalla. ¿por qué no pensar que pudo celebrarse antes de ella? Es una buena posibilidad, pero la geografía contradice esta opción. El "Palo Bendito" se encuentra alejado de los caminos más importantes que existían en aquel entonces (y que habrían sido los más a propósito para transitar por la muchedumbre insurgente en septiembre, a fines de la temporada de lluvias en el Altiplano), pero sobre todo apartado de la posible ruta que siguió Hidalgo en tierras aculquenses. Hidalgo, no debemos olvidarlo, después de la Batalla del Monte de las Cruces y tras avistar la ciudad de México desde las lomas de Santa Fe, decidió retroceder y dirigirse a Querétaro. Enfiló hacia el norte con la intención de llegar al Camino Real de Tierra Adentro, que posiblemente intentaba tomar a la altura de Arroyozarco, pero poco antes de llegar a este punto fue informado de que ya se hallaba en él el brigadier Calleja con las tropas realistas procedentes de San Luis potosí.
"Mandó hacer alto" -nos dice José M. de la Fuente en su obra Hidalgo íntimo, "acampando en un lugar despoblado, en donde pasó aquella noche, y al siguiente día preguntó Hidalgo qué poblacíón había allí cerca y le dijeron que San Jerónimo Aculco, perqueña población situada entre dos lomas, y se dirigió a ella a donde llegó poco antes de oscurecer." Precisa Castillo Ledón en su libro Hidalgo, la vida del héroe: "a la IZQUIERDA, entre dos lomas, se encontraba el pueblo de Aculco".
Estas descripciones, junto con la trayectoria general que debió seguir el ejército insurgente (confirmada por la tradición local que asegura que pernoctó en la actual comunidad de El Azafrán), nos permiten pensar con razonable certeza que Hidalgo entró al pueblo desde el sureste, a través de la vega que forma el río de Santa María. Se aposentó entonces en la que era una de las principales casas del lugar, la de doña Maríana Legorreta de Del Castillo, en la plaza principal del pueblo, y parece ser que no se apartó de este punto. Dos días después, la mañana del 7 de septiembre, su ejército se desplegó en las Lomas de Cofradía, como ya hemos explicado en otro artículo. Una vez consumada la derrota, la huida fue en dirección contraria de donde provenía el ataque de Calleja y, como vimos en la narración de Sotelo, la ruta particular de Hidalgo fue a través de las montañas. Como podemos apreciar, en todo el periplo de Hidalgo por tierras aculquenses no hubo motivo ni oportunidad para que las tropas se desplazaran seis kilómetros más hacia el noroeste para llegar al "Palo Bendito". Si se dio, como debió darse, una misa de campaña en Aculco, debió celebrarse en un punto muy distinto.
Y es precisamente aquí donde viene al caso otro testimonio, esta vez material: empotrada en un muro de la Hacienda de Cofradía (en cuyos terrenos, debemos recordarlo, se verificó la Batalla de Aculco), existe una piedra de cantera que lleva grabada la frase "aquí celebrando misa" y el año de 1810. Originalmente esta piedra se encontraba en las inmediaciones de lo que fue el Salto de Cofradía (donde hoy se halla la cortina de la presa del mismo nombre) o menos probablemente del Salto del Tixhiñú, y señalaba -también según la tradición- el punto en el que Hidalgo habría celebrado otra misa. No repetiremos la argumentación sobre la veracidad o falsedad de estas misas de Hidalgo (lo que, además, se repite en toda la geografía de la primera insurgencia), pero en este caso el testimonio resulta apreciable por dos circunstancias: es un documento escrito, aunque esté labrado en piedra, no modificado por la tradición oral, y su ubicación original responde mejor a los desplazamientos de Hidalgo, e incluso se le puede situar justo en el campo de batalla, donde bien podría haberse celebrado una misa previa al encuentro con las tropas de Calleja.
Finalmente, el propio árbol, pese a su ser impresionante por su vejez y su belleza (lo era más antes de que el viento lo tirara de costado hace pocos años), no es prueba fechaciente de que bajo su sombra haya ocurrido un acontecimiento relevante. Tomemos en cuenta que hace doscientos años el árbol debió ser mucho menos notable. Un encino con los 125 años que tendría entonces, considerando la lentitud con la que crece esta especie, no debió ser todavía un árbol imponente. De seguro, en aquellos tiempos anteriores a la gran explotación de carbón de fines del siglo XIX y principios del XX, no era un árbol digno de mención ni de atención en un terreno que debió contar con cientos de ellos. De esta manera, aunque hoy en día sea un ejemplar muy notable, en aquel entonces no es probable que atrajera la mirada de los insurgentes para celebrar una misa bajo su sombra, que debió ser todavía exigua.
En conclusión, la leyenda del "Palo Bendito" es prácticamente imposible de sostener desde el punto de vista histórico. En cuanto a su vertiente legendaria, no se puede descartar que tenga algún fundamento relacionado ciertamente con episodios de la Guerra de Independencia, aunque difícilmente podría ser el de la estancia de Hidalgo en el pueblo. Pese a todo, es seguro que persistirá como hasta hoy la creencia de que Hidalgo celebró ahí una misa y resultará imposible convencer a un aculquense de lo contrario. Y así, como leyenda, debe preservarse ese recuerdo.
NOTA: Varias de las fotos que aquí se pueden ver son del autor del magnífico blog Cabezas de Águila, que te recomiendo visitar.
miércoles, 1 de septiembre de 2010
Un arcón del siglo XVIII
El tipo de mueble auténticamente colonial que con mayor frecuencia ha sobrevivido en Aculco es el de los baúles o arcones de madera. Esto se debe quizá a la solidez de su construcción, a que conservaban su utilidad a despecho de las modas y posiblemente también a sus materiales, ya que hemos encontrado con mucha frecuencia que se hallan fabricados en madera inmune al daño que causa la polilla. Ya en una ocasión escribimos acerca de uno de estos arcones, aunque el texto se centraba más bien en la pequeña figa de hierro que forma parte de su cerrojo. Ahora nos refeririremos a otro baúl con características un poco distintas que pertenece también a una familia aculquense.
La estructura general de este arcón es muy semejante a la del otro. Cada una de sus caras está formada por un tablón de madera (al parecer cedro rojo), unidas todas con ensambles de cola de milano, salvo la tapa que tiene grandes bisagras de hierro forjado. Al frente lleva una gran cerradura también de hierro forjado, calado y grabado a punzón. A pesar del lujo de esta cerradura, el nudo en la madera del tablón frontal dejar ver muy claramente que se trataba de un mueble destinado más al uso efectivo que a la ornamentación.
Sin embargo, en algún momento de su larga vida parece ser que se quiso convertir el que hasta entonces habría sido un mueble propio de una recámara o un despacho en un mueble de salón. Para ello se le agregaron molduras en la orilla de la tapa, a la altura del cerrojo (donde quiebran su línea recta para enmarcarlo parcialmente) y cerca de su parte inferior. Quizá al mismo tiempo de esta transformación le fueron añadidas las patas -rectas y con un escote en la parte posterior, con calados curvos y flordelisados al frente-. Estas patas no están fijas al mueble, sino que éste se apoya en un tablón también moldurado colocado sobre el banco que forma cada uno de los pares de patas. Aunque no era raro que los baúles de esta época se alzaran sobre patas diseñadas de esta manera, lo que no resulta frecuente son calados semejantes a los de este ejemplar.
Hace unos cincuenta años el baúl recibió unas capas de barniz transparente, pues originalmente mostraba sólo la madera al natural. Su estado de conservación, salvo la pérdida de una parte de las molduras del tablón colocado sobre las patas y otras de la tapa, así como algunas raspaduras y marcas propias de un mueble de su edad, es excelente.
Gracias a muebles como éste, no sólo conservados en su integridad, sino también con la huella de sus transformaciones, podemos conocer un poco mejor cómo fueron los interiores de las casas aculquenses del Virreinato.
sábado, 28 de agosto de 2010
Las Conchitas: otro paraíso perdido
El sitio aculquense al que me referiré esta vez no forma parte ciertamente de su patrimonio histórico o arquitectónico. Se trata simplemente de un lugar antaño sumamente agradable, que se fue fragmentando y degradando al paso del tiempo, y que hoy muestra en algunas de sus áreas un abandono y desdén atribuible directamente a las administraciones municipales que las han convertido en un basurero.
No faltará quien opine positivamente sobre las razones que han llevado a dicho estado a este sito, entre ellas la construcción dentro de su perímetro de una escuela preparatoria, un kinder y una clínica del IMSS. Yo, convencido de que el fin no justifica los medios, siempre lamentaré que todo esto se haya hecho a costa de un gran espacio verde, una amplísima huerta que pudo haber tenido un mejor destino, o por lo menos un mejor aprovechamiento de sus espacios.
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Una de las situaciones recurrentes en la historia reciente de Aculco tiene que ver con lo que he llamado "los paraísos perdidos": comienzan cuando un hijo de este poblado, que ha logrado hacer fortuna lejos de él, lo escoge para crearse el paraíso con el que ha soñado toda la vida y que habitualmente incluye una casa hecha a la medida de sus deseos, tierras, árboles frutales, ganado o caballos, y hasta algún poder político... A veces, las fortunas involucradas en esta creación de paraísos han sido verdaderamente cuantiosas, como la don Ignacio Espinosa Martínez (filántropo cuyo apellido fue impuesto a la cabecera municipal), pero el final de casi todas, grandes, medianas y pequeñas, ha sido el olvido, el abandono y la destrucción. Dice mi nada optimista primo Octavio, que esa es la prueba de que no hay paraíso posible en Aculco: parece que la misma tierra "dice que no".
Uno de esos paraísos dolorosamente perdidos es la quinta o rancho de "Las Conchitas", el edén que soñó don Cipriano.

José Cipriano Ortega nació en Aculco hacia 1920 y vivió su infancia en una pequeña casa de piedra blanca y cubierta de teja que se hallaba a media subida en el camino que comunicaba la zona de Nenthé con las lomas de Cofradía (que hoy es la calle José Sánchez Lara). No debería avergonzar a nadie decir que su familia era muy pobre pero igualmente laboriosa. Su madre, de nombre Concepción Pérez, se dedicaba a tejer canastas y chiquihuites de jara. En su infancia y primeros años de su juventud, Cipriano fue pastor y efectuaba también trabajos para distintas personas de Aculco. Todavía hay quien lo recuerda acarreando leche en cántaros desde la desaparecida Casa de Nenthé hasta la Casa de don Juan Lara Alva, debido a un accidente en que la leche se derramó, lo que le valió a Cipriano una fuerte e inmerecida reprimenda.
Pero Cipriano hizo lo mejor que podía hacer un hombre inteligente como él y sin ninguna posiblidad de crecimiento en el pueblo: irse de ahí a la ciudad de México. Trabajó en la capital en la tienda de ultramarinos de un español (creo recordar que se llamaba "La Sevillana"), donde se involucró en este negocio a cabalidad y después de años de trabajo él mismo se convirtió en empresario. El esfuerzo rindió frutos y hacia la década de 1960, cuando logró acumular una regular fortuna, regresó a Aculco para crear su paraíso.
Escogió para tal fin los terrenos que limitaban al oriente con lo que había sido la casita de su infancia los que, además, gozaban de una de las más hermosas vistas del pueblo de Aculco. Compró una parte de ellos a don Evodio Ángeles y la complementaria, del otro lado del camino, a don Pablo Padilla (o a sus descendientes). Cercó el terreno con muros de piedra blanca, sembró cientos de árboles frutales, construyó una casa, levantó caballerizas y un gran lienzo charro. Curiosamente, Cipriano dejó sin tocar su vieja casita. No hubo en él esa frecuente actitud de quien nace pobre de borrar las huellas de su antigua humildad. En esa vivienda que todavía yo conocí, parecía haber querido dejar una doble moraleja: para él mismo, el recuerdo y aceptación de su origen; para los demás, el ejemplo de lo que consigue el trabajo.
El paraíso de Cipriano (a quien ya entonces se le daba trato de "don") fue bautizado como "Las Conchitas" en recuerdo, naturalmente, de su madre. Pero extrañamente su constructor disfrutó quizá por menos de 15 años aquel edén construido a la medida. En algún momento, en tiempos de Carlos Hank González, decidió venderlo al gobierno del Estado de México y se mudó al rancho "Las Vegas" que perteneció a la familia Terreros y se encuentra al extremo opuesto de la larga loma de Cofradía, a unos dos o tres kilómetros de distancia.
El gobierno del Estado entregó después Las Conchitas al gobierno municipal de Aculco y ahí comenzó su decadencia. Primero, la casa fue convertida a principios de la década de 1980 en "posada familiar", destino que podría haber sido su salvación pero que resultó poco afortunado por la poca demanda. En esos mismos años, la huerta principal fue utilizada para guardar las yeguas brutas que utilizaba la Asociación de Charros de Aculco y estos animales acabaron con gran parte de los árboles frutales al roerles la corteza. Más tarde, los terrenos que habían pertenecido a don Pablo Padilla fueron convertidos en la Unidad Deportiva Municipal, transformándose aquellos prados en polvosas canchas de futbol. Luego, la casa fue destinada a acoger las instalaciones del IMSS -uso que conserva hoy en día- pero la gran transformación comenzó a ocurrir cuando se trazó una calle en el extremo oriente del terreno (calle que hoy se llama precisamente Las Conchitas) y se levantó a su vera la nueva Escuela Preparatoria Venustiano Carranza que, por lo menos, ofrece como fachada una agradable barda de piedra blanca. Pocos años después un jardín de niños se construyó también junto a ella.
Aunque se aceptara como inevitable su urbanización y fragmentación, lo cierto es que en manos de un verdadero urbanista la huerta de Las Conchitas podría haberse utilizado de una manera estupenda, aprovechando sus desniveles, su magnífica vista, su amplitud... Pero simplemente no se hizo así.
Hace unos días regresé a este sitio y comprobé su decadencia. Calles mal trazadas y acabadas, ningún orden en las construcciones, bardas derruidas. Quizá sólo la escuela preparatoria luce un buen mantenimiento. En lugar de la casita humilde de don Cipriano se ha construido una casa ostentosa, de nuevo rico. Y aquel lienzo charro que fuera la construcción más grande y costosa de este paraíso, en cambio, es hoy utilizado como corralón para automóviles chocados, basurero para el cascajo que han producido las recientes obras municipales en calles y empedrados, almacén de todo tipo de trebejos. Las gradas se están derrumbando y ya casi no queda recuerdo de la huerta que lo rodeaba.
Es lamentable y hasta inexplicable que infraestructura así se esté perdiendo por el abandono. ¿No existen en territorio municipal poco menos de una decena de asociaciones charras que podrían ocupar este lienzo como sede, ya fuera mediante una contribución al erario municipal o, mejor, ocupándose de su mantenimiento y mejoramiento? ¿No es cierto que el Auditorio Municipal es utilizado con frecuencia para eventos inapropiados que mejor sería realizar en un sitio como éste (hablo, por ejemplo, del palenque)? ¿No valdría más conservar la infraestructura que se posee que desembolsar después cuantiosos recursos en repararla?
En fin, Las Conchitas, aquel paraíso rural de don Cipriano Ortega es ya sólo un eco lejano de lo que fue. Al paso que continúa su transformación y su abandono no tardarán en perderse sus últimos recuerdos.
ACTUALIZACIÓN: 22 DE SEPTIEMBRE DE 2011
Nos comunican que don José Cipriano Ortega falleció el pasado 17 de septiembre en la ciudad de México, donde fue sepultado.
ACTUALIZACIÓN: 2 DE ENERO DE 2014
A finales de la administración municipal anterior, el 9 de octubre de 2012. el Cabildo decidió "por unanimidad de votos la desafectación de 7,352 m2 del predio denominado 'Las Conchitas', propiedad d el H. Ayuntamiento, el cual se destina para la construcción de un hospital". Ello implicó el completo arrasamiento del lienzo charro, del que no quedó piedra sobre piedra. Aquí las fotografías aéreas de la degradación y su final destrucción.
Por cierto, el casino del lienzo charro Garrido-Varela lleva el nombre de José Cipriano Ortega desde el 7 de octubre de 2000.
viernes, 27 de agosto de 2010
Vidó
Vidó es un topónimo de origen otomí que según Rubén García (Rincones y paisajes del México maravilloso) significa "Piedra Roja", traducción que no nos satisface del todo pues aunque ciertamente "dö" en esa lengua significa piedra, rojo se diría más bien "thëni". A falta de una mejor interpretación conviene dejar abierta aquella posibilidad. Pero, sea cual fuere su significado preciso, lo interesante aquí es que recibía este nombre una milpa con una pequeña casita de piedra que se extendía en el extremo oriente de Aculco, limitada por la Calle del Sol, el camino que lleva al pueblo de Santa María Nativitas, la prolongación de la Calle José Canal y el arroyo llamado también Vidó que desciende desde la Sierra de Aculco a lo largo del Barrio de la Soledad.
La milpa de Vidó era -apenas puede creerse hoy en día- uno de los sitios de recreo del Aculco viejo. A orillas del arroyo se formaba una playa de arena fina y en sus pozas nadaba la gente (principalmente los niños) en el calor de la primavera, única época del año en que el frío clima permitía solazarse de esta manera.
La limpieza personal está en razón directa de la cultura de estas gentes, pues las hay que casi nunca se bañan, ni siquiera lavan sus ropas. Las personas de la afueras del pueblo se bañan en el río, las mujeres cubren sus cuerpos con una sábana, o con sus enaguas bañándose por debajo de ellas" (Dr. Enrique Rojas López, "Informe general sobre la exploración sanitaria del municipio de Aculco, Méx.", 1943)
Existía en esa milpa una sola vivienda, como dijimos arriba: una casita de piedra cubierta de teja que tenía la única particularidad de contar con una alacenda donde, asegura la leyenda, su dueño halló dinero enterrado. Sea que el dinero tuviera su origen en este entierro o en su trabajo (en el que debemos incluir el puesto de Diputado local), el propietario edificó allí mismo en la década de 1970 una amplia y hermosa casa moderna con detalles neocoloniales, de piedra blanca, bóvedas esféricas de ladrillo, jardín al frente y un simpático torreón, que si bien no se inspiró directamente en la antigua arquitectura aculquense, por lo menos se adaptó al entorno de manera tersa, sin estridencias.Muro norte de Vidó, hacia el camino entre Aculco y Santa María Nativitas.
Una vista más extensa de este muro en Google Steetview. A la izquierda, a la orilla del arroyo, se extendían las pequeñas playas que hicieron localmente famosa a esta milpa.
Si de la antigua casita no sabemos si quedó huella, en cambio se conservan a la vista en Vidó otros restos importantes que datan de los primeros años del siglo XX. El más importante de ellos es un gran arco de piedra que libra perpendicularmente el arroyo y que fue construido por don Abraham Ruiz Lara para conducir el agua de riego proveniente de la presa de Ñadó hacia los terrenos que poseía en la margen derecha de esta corriente. El arco nunca llegó a cumplir con su función, de hecho parece ser que nunca llegó a construirse el canal de la parte superior. En cambio, sirvió para que algunos charros de antaño hicieran gala de la habilidad propia y la de sus caballos para transitar por tan estrecho paso; así lo hacía, por ejemplo, don Luis del Castillo.El arco de Vidó, edificado en piedra blanca.
Las dimensiones del arco resultan verdaderamente notables.
El arco prolonga el muro sur -que sirve de lienzo a la Calle José Canal- al otro lado del arroyo de Vidó.
Sillares del estribo oriente del arco. Aunque están construidos en suave piedra blanca, su desgaste es mínimo.
Hoy en día, Vidó es un terreno cercado por todos sus lados. Aunque la casa construida en los setentas ocupa buena parte de su superficie, en otra sección existen unos baños públicos y una enorme área a orillas del arroyo permanece como espacio abierto, sin edificar. No sé a qué se deba, será seguramente que el camino no lleva a ninguna parte, pero el tramo final de la calle José Canal que corre a lo largo del muro sur nunca ha sido empedrado y, en los últimos tiempos, se le utilizado como excusado, basurero y hasta para descargar cascajo. Todos estos desechos se deben sortear si uno desea acercarse a la orilla del ahora maloliente arroyo (gracias a las descargas del drenaje en el mal urbanizado barrio de La Soledad) para apreciar el grandioso arco de Vidó, quizá el arco exento de mayor radio construido nunca en el municipio de Aculco.Muro de Vidó hacia la calle José Canal. El remate de lomo de toro con una cornisilla de ladrillo era característico de las construcciones antiguas del pueblo.
La prolongación de la calle José Canal hacia el arroyo de Vidó ha sido respetada por los colindantes como lugar público, pese a no estar empedrada y constituir prácticamente un baldío.
Esquina norponiente de Vidó (Calle del Sol y Avenida Morelos), sitio donde se encuentran actualmente unos baños públicos. Fotografía de Google Street View.
Muro frontero a Vidó, en la esquina de José Canal y Calle del Sol.