miércoles, 16 de junio de 2010

El portal ausente

El portal, a principios de la década de 1960.

El mismo sitio, en la actualidad.

En la calle de Hidalgo, en la esquina que forma con la calle Nicolás Bravo, existió hasta hace unos 30 años un simpático portal de tres arcos sobre el que se levantaba una galería soportada por delgadas columnas de madera y cubierta de teja. Formaba parte originalmente de la casa conocida como "La Pechera" (a la que pertenece el balconcito que asoma a la derecha), pero su solar fue disgregado de ella poco antes de su destrucción, lo que debió suceder hacia 1978 pues el estilo de los marcos de piedra blanca de los nuevos vanos y las bóvedas de ladrillo que se edificaron en su interior coinciden plenamente con el estilo puesto en boga por la construcción del mercado municipal y la Unidad Jorge Jiménez Cantú, erigidas en aquel año.

Pese a su rusticidad, este portalito lucía con gracia sus arcos moldurados, columnas cilíndricas coronadas por, más que un capitel, un trozo de arquitrabe, así como una cornisa corrida bajo el pretil que lo remataba. En su interior, un poyo servía para descanso de los clientes de lo que muy probablemente era una tienda. Tanto la planta baja como la galería superior estaban limitadas en sus costados por muros ciegos, lo que contribuía con el resto de sus elementos a darle al inmueble una vaga semejanza con las casonas montañesas de Cantabria.

El portalito desapareció al ganarse el espacio que ocupaba para extender la casa, dado que no se proyectaba hacia el frente sino que formaba parte del alinemiento de las fachadas de esa manzana. Cosas de los tiempos: esos metros que en algún momento el dueño cedió generosamente al uso público fueron más tarde reclamados por otro propietario. Se mantuvieron, sin embargo, aquel par de muros ciegos que enmarcaban el portal y el pretil de la galería. Incluso en la altura del inmueble y en la disposición de tres vanos en los dos niveles parece haber todavía un eco del ritmo de soportes y vanos de este portal y de la galería, lamentablemente ya ausentes.

ACTUALIZACIÓN: AÑO 2022

domingo, 13 de junio de 2010

La capilla de Nuestra Señora de Loreto de Arroyozarco

Vista desde la espadaña de la capilla, hacia el oriente.

Aunque la capilla de la ex hacienda de Arroyozarco está ahora dedicada a una imagen popular conocida como "Señor del Pasito" (devoción originada en la cercana ranchería de Jurica, quizá a mediados del siglo XIX, y después trasplantada ahí), originalmente en este edificio se veneró la imagen de Nuestra Señora de Loreto. Según Wikipedia:

Nuestra Señora de Loreto. Óleo de 1769 del Museo Soumaya, México, DF.

Virgen de Loreto:
Patrona de los aviadores. Loreto significa: rodeado de árboles de laurel.
En el norte de Italia se encuentra el Santuario de la Santa Casa dedicado a la Virgen de Loreto. En el interior se encuentra la Santa Casa de Nazaret, donde, según la tradición católica, la Virgen María recibió la Anunciación.
La casa de la Virgen estaba formada por tres paredes adosadas a una cueva excavada en la roca (que se encuentra en la Basílica de la Anunciación de Nazaret). La tradición popular dice que en la noche entre el 9 y 10 de diciembre 1294 las piedras de la casa de Nazaret fueron transportadas por ángeles en vuelo, por eso la Virgen de Loreto es Patrona de los aviadores. De hecho, algunos estudios encontraron los documentos y han confirmado que fue transportada por mar en buques de las cruzadas. Después de la expulsión de los musulmanesde Tierra Santa por los cristianos, un miembro de la familia Angeli, los gobernantes de Épiro, estaba interesado en salvar la Santa Casa de la destrucción, por lo que fue transportada primero a Trsat en la actual Croacia, en 1291, luego a Ancona en 1293 y finalmente a Loreto, 10 de diciembre 1294.


Capilla de Arroyozarco a principios del siglo XX.

Esta advocación mariana se constituyó en devoción típicamente jesuita y por ello no es extraño que el templo arroyozarqueño recibiera su patronazgo, ya que esta hacienda formó parte de los bienes del Fondo Piadoso de las Californias, una fundación particular administrada por la Compañía de Jesús para evangelizar aquellas lejanas tierras. Arroyozarco fue adquirido para el Fondo Piadoso en 1715 por don José de la Puente y Peña, marqués de Villapuente, principal benefactor de las misiones californianas. En 1767, al ser expulsados los jesuitas de todos los dominios españoles, los dos últimos jesuitas, el padre Diego Cárcamo y el hermano Blas Guller, se vieron obligados a entregar la propiedad a los Oficiales de la Real Hacienda. Todavía pertenecería Arroyozarco al Fondo Piadoso por cuatro décadas más, hasta que en 1810 fue vendida a dos hermanos, Juan Ángel y José Antonio de Revilla, mineros de la región de Pachuca.

La capilla de Arroyozarco a mediados de la década de 1980.

La capilla de Arroyozarco forma parte del inmueble conocido como la "casa vieja" o "hacienda jesuita", uno de los cuatro principales edificios que componen en casco de la antigua finca. Es, de hecho, la única parte de ese inmueble que se conserva en buen estado, ya que el resto ha perdido totalmente sus cubiertas y sólo en algunos sitios éstas han sido repuestas con lámina metálica y otros materiales de baja calidad. Por sus métodos constructivos, ubicación y materiales, se advierte que la capilla fue levantada al mismo tiempo que el resto de la "casa vieja", y dado que en el patio de pesta existe un gran escudo jesuita de tezontle con la leyenda "A.D. 1723", le podemos atribuir sin duda esa misma fecha como la de su construcción.

Fachada de la capilla de Arroyozarco en la actualidad.

Vista general de la capilla y los restos de la "Casa Vieja" de Arroyozarco.

Un año después de la expulsión de los jesuitas, en 1768, se levantaron detalladísimos planos de las tres construcciones más importantes del casco de Arroyozarco en aquel entonces (la Casa Vieja, el edificio del Despacho y el Mesón) que se conservan aún en el Archivo General de la Nación, aunque atribuidos erróneamente a la hacienda de San Pedro de Ibarra, que también pertenecía al Fondo Piadoso de las Californias. Por fortuna, los planos son, decía arriba, tan detallados que reproducen incluso detalles que podrían parecer insignificantes, como el número y disposición exacta los canales de piedra que desguaban las azoteas. Y fue gracias a ellos que pude comprobar in situ que se trataba de Arroyozarco, después de descubrirlos en el libro La formación de la hacienda en la época colonial, de Gisela Von Wobeser.

Plano de la "Casa Vieja" de Arroyozarco en 1768. La capilla se encuentra en el ángulo inferior izquierdo.

Plano de la segunda planta de la "Casa Vieja" de Arroyozarco en 1768. Hoy en día, la casa cural ocupa varias de las estancias que aparecen al lado derecho.

Como se ve en el plano de 1768 de la Casa vieja, la capilla ocupaba el mismo sitio que hoy en día, en el ángulo noreste de esta construcción. Lo que sí ha variado son sus anexos, ya que la vieja sacristía que estaba tras el ábside dejó de serla hace muchos años y hace sus veces una recámara de la Casa Vieja. De hecho, la actual casa cural ocupa también otros varios aposentos de esa sección de la casa: la "sala del procurador" (que contaba con una chimenea), un almacén, la "sala de huéspedes" (que posee una hermosa portada de tezontle) y otros cuartos. En la parte posterior de la capilla, la troje de dos naves, modificada, hace las veces de auditorio y sala de reuniones.

Portada de la llamada "sala de huéspedes" en los planos de 1768, que forma parte de la actual casa cural.

La fachada de la capilla posee una portada de cantera rosa formada por un arco de medio punto con clave en forma de roleo (elemento común en toda la Casa Vieja, a veces elaborado como éste en cantera y otras en tezontle). A los lados dos medias muestras de inspiración toscana sobre pedestales soportan un entablamento roto al centro por el nicho que alberga ahora una imagen de factura reciente de la virgen de Guadalupe y que por muchos años estuvo vacío. Sobre él, se abre la ventana del coro de forma octogonal y a los lados se observa un par de remates planiformes inspirados quizá en pebeteros neoclásicos. A mabos lados de esta portada se encuentran los dos únicos sepulcros que se conservan en el pequeño atrio: el de la izquierda, más elaborado, remata en un relieve en forma de cáliz con uvas y hojas de parra; el de la derecha, mucho más sencillo, es sólo una pirámide rematada por una cruz. Corona la fachada una espadaña con espacio para dos campanas, que parece ser ya de inspiración neoclásica y seguramente del siglo XIX. Cuatro pebeteros neoclásicos muy sencillos rematan esta espadaña, y por encima de todos ellos una cruz sobre su orbe.

Portada de la capilla.

El interior está formado por una sola nave cubierta con techo plano de viguería sobre zapatas labradas. En algún momento debe haberse estropeado el terrado plano que sostenía esa viguería (indicado por la presencia de canales que desaguaban esa azotea), por lo que se le superpuso una cubierta de media tijera de vigas y teja que contribuye a darle el aire de un artesonado mudéjar. Esta techumbre guarda algún parecido con la de la misión jesuita de Loreto en Baja California Sur.

La nave, vista desde el coro.

La nave, vista delsde el presbiterio.

Antaño, el presbiterio estuvo adornado, según los inventarios de la hacienda en el siglo XVIII, con un altar en el que se encontraba una imagen de vestir de la Virgen de Loreto con un collar de perlas finas, negras, de California. Actualmente, un retablo de estilo gótico del siglo XIX ocupa su lugar. En la nave estaban otros dos altares dedicados al Santo Cristo y a San José. En la restauración efectuado a fines de los años 90, en la que se recuperó parte de la policromía interior de la nave (perteneciente al parecer al siglo XIX), aparecieron los restos de una pintura anterior que podrían ser el remate pintado de unos altares laterales, que quizá eran, por tanto, "retablos fingidos".

Decoración mural recuperada. La cenefa pertenece al siglo XIX, el remate barroco es del siglo XVIII.

También existió una larga serie de cuadros de santos, detalladamente inventariados después de la salida de los jesuitas de Arroyozarco, de los que se conservan apenas cuatro: San Donato, San Isidro, Santa Bárbara y la Magdalena. También existen otras tres obras de buena calidad: una Adoración de los Pastores, la Presentación en el Templo y un pequeño San Francisco Javier peregrino.

Santa Bárbara.
San Isidro.
La Magdalena.
San Donato mártir.

La presentación en el templo

La Natividad

Con la expulsión de los jesuitas, parece ser que se trató de borrar la huella de su presencia incluso en el nombre del templo, pues hubo algún intento desde fines del siglo XVIII de llamarlo "San José de Arroyozarco", aunque el peso de las devoción popular acabo por vencer y terminó por llamarse, como dijimos al comienzo de este texto, capilla del "Señor del Pasito". Durante muchos años, la capilla de Arroyozarco recibió el mínimo de atenciones para su conservación. Las filtraciones de agua hicieron estragos, como se puede ver, en todas las pinturas que se conservan. Incluso, sufrió el robo de un par de óleos más: un San Martín y una Virgen de Guadalupe. Afortunadamente, en los últimos diez o doce años esto ha cambiado mucho, en buena medida gracias a su designación, primero, como cuasiparroquia y después, el 10 de abril de 2005, como parroquia, con lo que dejó de depender de la de Aculco. Aunque debido a ese nuevo estatus los anexos sufrieron algunas transformaciones no del todo agradables ni justificadas, la verdad es que el templo luce en la actualidad, limpio, cuidado y vigilado, como nunca lo habíamos visto.

Altar neogótico e imagen del Señor del Pasito.

Cruz atrial

Va este texto con un saludo a Benjamín, patrón del Bable.

sábado, 15 de mayo de 2010

El campo de batalla de Aculco

En esta fotografía de la década de 1940 -tomada desde la torre de la parroquia- se observan dos sitios importantes de la Guerra de Independencia en Aculco: en primer plano, la casa en la que pernoctó Miguel Hidalgo; al fondo, la loma en la que se desplegó el ejército insurgente para presentar batalla el 7 de noviembre de 1810.

El sitio exacto en el que se desarrolló la Batalla de Aculco del 7 de noviembre de 1810 (en la que a que las tropas de Miguel Hidalgo sufrieron su primera derrota) ha suscitado a lo largo de los años alguna controversia histórica. Esta controversia no ha sido explícita; se trata simplemente de que las diversas fuentes del siglo XIX señalan para ella puntos que resultan distantes hasta más de una docena de kilómetros, lo que ha llevado incluso a acreditados historiadores contemporáneos a hacer afirmaciones tales como que la Batalla de Aculco en realidad "se dio en Arroyozarco" (así lo creía, por ejemplo, el finado y estimado Gerald Mac Gowan). O, como repetía el anterior cronista municipal de Aculco, Gustavo Ángeles, que habría tenido como escenario el rancho Las Ánimas, en las inmediaciones del pueblo de Santa María Nativitas, en donde sí hubo una batalla menor entre realistas e insurgentes, pero dos años más tarde.

En esta fotografía de 1959 es posible reconocer también lo que fue el campo de los insurgentes en la batalla de Aculco: la loma casi cuadrangular que se extiende al poniente del pueblo hasta el cerro del Tixhiñú, que aparece al fondo.

En libros como Aculco histórico, artístico, tradicional y legendario, Arroyozarco, puerta de Tierra Adentro y Ñadó, un monte, una hacienda, una historia, hemos discutido suficientemente este punto y descartado todas aquellas versiones que sitúan el enfrentamiento en otro lugar que no sea el que se conocía como Lomas de Cofradía. Por ello, no entraremos ahora en detalles acerca de dichas versiones y de nuestras conclusiones, y nos limitaremos a analizar el inestimable plano de la batalla que el político e historiador Carlos María de Bustamante incluyó en su obra Campañas del General Calleja (plano que consideramos muy apegado a la realidad), comparándolo con la topografía real de la zona, para precisar los lugares que aparecen en él y los puntos en que se situaron los ejércitos realista e insurgente.

El mapa de Bustamante coincide plenamente con la descripción del campo que hiciera Lucas Alamaán en su Historia de Méjico. Entre corchetes, nosotros hemos añadido la identificación de los accidentes del terreno por el nombre con el que son conocidos localmente:

La posicion que ocupaban los independientes era una loma casi rectangular que domina al pueblo y toda la campiña [la Loma de Cofradía], circundada por los dos costados de Oriente y Norte por un arroyo y barranca de difícil paso, aun para la infantería; el costado menor, que no excede de cuatrocientas varas de extension, toca a un cerro alto y aislado [el Tixhiñú] que se une a la serranía de montes mas elevados [Ñadó], y el otro costado, que puede tener mil y quinientas varas, forma el descenso suave de la misma sierra, que a media legua de distancia empieza a ser escabrosa.

Sobre la eminencia de esta loma se formaron los insurgentes en dos líneas, y entre ellas una figura oblonga apiñada de gente: en los bordes se colocó la artillería que constaba de doce piezas; quedando a la espalda una multitud de gente en desórden que no bajaba de cuarenta mil hombres, pues aunque habia sido considerable la desercion en la retirada, todavía quedaba un número considerable.

Del pueblo a la loma habia una línea de batalla, que fue desapareciendo al aproximarse los realistas [Línea que posiblemente iba desde Nenthé por las calles de Pomoca y Epifanio Sánchez].


Esta calle marca aproximadamente el sitio en el que se formó la línea de batalla que iba desde el pueblo hasta la loma.

Dispuso Calleja el ataque en tres columnas de infantería, formadas por los dos batallones de granaderos de la Columna y el regimiento de la Corona, con dos piezas de artillería cada una; los dos costados los formaban dos fuertes secciones de caballería con dos cañones ligeros la de la derecha, dejando una reserva y un cuerpo de infantería ligera, para emplearlo segun la ocasion lo demandase.

Hizo Calleja avanzar sus columnas, desplegando en batalla la infantería al acercarse a tiro de cañon, para disminuir el efecto de los fuegos del enemigo. Estas maniobras y los movimientos de la caballería, ejecutados con la precision y serenidad que en una parada, llenaron de terror a los insurgentes, para los cuales este espectáculo era nuevo. Rompieron estos los fuegos de su artillería, aunque por lo alto de la puntería sin causar daño en los realistas, sobre cuyas cabezas pasaban las balas. Hizo entónces Calleja disparar la suya y mover al mismo tiempo la caballería de su izquierda, amenazando rodear la retaguardia enemiga. Esto decidió la batalla: los insurgentes se pusieron en precipitada fuga al primer cañonazo, siendo los generales los primeros en huir; y fue tal la dispersion, que cuando llegó a lo alto de la loma el primer batallon de la Columna de granaderos, mandado por el coronel D. José María Jalon y desplegó en batalla, ya no encontró enemigo ninguno a quien combatir.

Los demas cuerpos de infantería fueron llegando sucesivamente y formando en batalla, para sostener la persecucion del enemigo por la caballería que los siguió, siendo el primero el conde de S. Mateo Valparaiso con sus lanceros del Jaral.



He aquí, pues, el plano de Bustamante:

Plano antiguo de la Batalla de Aculco (Fuente: Carlos María de Bustamante, Campañas del General Calleja, Imprenta del Águila, México, 1828).

Naturalmente, este mapa de por lo menos 180 años de antigüedad tiene muchas imprecisiones (como las distancias efectivas en el terreno, nombres asignados equivocados como el de "Cerro de Aculco" al Tixhiñú, ausencias notables como la del Arroyo de la Ladrillera que debería cortar el terreno entre la loma y aquel cerro, etc.), pero lo destacable es que nos permite ubicarnos muy bien en el terreno gracias a los accidentes geográficos señalados en él, y trasladar estos puntos a un plano satelital contemporáneo.

Plano Actual de la zona con puntos identificados por JLB (Fuente: Google Earth).

De acuerdo con este análisis, la loma en la se ubicó el ejército insurgente correspone a la larga y tendida loma que se extiende desde el propio pueblo de Aculco hacia el poniente, a partir del rancho conocido como Las Conchitas y cuyo borde más alto (en el que fueron colocadas las piezas de la artillería insurgente) corre paralelo a un costado de la vía conocida como La Calzada o La Ceja. Las "barrancas de arena" señaladas en el mapa al pie de esta loma son un poco más difíciles de identificar, ya que buena parte de ellas están ahora bajo el agua de la Presa de la Cofradía, como se observa claramente en el plano. El "camino de Arroyozarco" que aparece en el mapa de 1828 no es, naturalmente, la carretera que actualmente uno a Aculco con aquel poblado pasando por el pueblo de Santa María Nativitas, sino el viejo camino que salía por la calle de Matamoros, pasaba por el Puente Colorado, el Puente Blanco, el rancho de San José, las lomas de Gunyó y el rancho de Las Ánimas (donde tomaba el nombre de Camino de los Alcanfores).


En este par de magníficas fotografías realizadas por Andrés Téllez Ramírez y procedentes de Flickr es posible distinguir claramente el borde de la loma en el que los insurgentes situaron su artillería. Desde la parte baja, los realistas realizaron su ataque en tres columnas contra los insurgentes.

En resumen, podemos ubicar al campo de batalla de Aculco en un gran cuadrángulo que podría señalarse por los siguientes límites: al oriente, la prolongación de la calle Matamoros, desde Aculco hasta las lomas de Gunyó: por el poniente, desde el entronque de la carretera Panamericana con el libramiento de Aculco hasta las barrancas que se ubican cerca del Cerro Colorado, al sur del Tixhiñú; por el norte, prácticamente sobre el trazo del libramiento de Aculco y, por el sur, una línea difusa desde Aculco hasta el Cerro Colorado.

A diferencia de lo que sucede en Estados Unidos y Europa, donde muchos de los campos de batalla han sido preservados como sitios históricos y ofrecen visitas didácticas (como es el caso de Gettysburg), en México son muy contados los puntos que evocan de algun modo los hechos de armas que ahí acontecieron. En lo que respecta a las batallas que presentó el primer ejército insurgente, el campo del Monte de las Cruces -batalla del 31 de octubre de 1810- cuenta con un monumento (un obelisco) al que poca gente presta atención, rodeado por los restaurantillos, tendajones y pistas para cuatrimotos señalas por llantas viejas pintadas de colores que ocupan el antes hermosísimo y hoy tan deteriorado Parque Nacional Insurgente Miguel Hidalgo, popularmente conocido como "La Marquesa". El Puente de Calderón, en Zapotlanejo, Jalisco -batalla del 17 de enero de 1811- puede llegar a tener más suerte si se concretan los proyectos de convertir sus inmediaciones en un parque ecológico, además de que el propio puente y la calzada que corre sobre él ya han sido restaurados en años recientes por el INAH.

El ala oriente del ejército realista de Calleja debió situarse muy cerca de este punto, en las inmediaciones del viejo camino de Arroyozarco. Al fondo, el pueblo de Aculco.

¿Y qué podría hacerse con el campo de batalla de Aculco? En realidad, poco o nada sería lo mejor y me explico: la mayor parte de los terrenos ahí situados han conservado su vocación agrícola y esto debería mantenerse y aun fortalecerse, ya que incluye además algunas de las tierras con vocación agrícola más fértiles de la zona. Se debería realizar, por ejemplo, un adecuado censo de las casas que existen en el área núcleo de este sitio histórico para no permitir nuevas construcciones e impedir que esas tierras se fraccionen y urbanicen, restringiendo el crecimiento del poblado hacia esa zona (No debemos olvidar, además, que dos edificios históricos se levantan dentro de ese perímetro: el Molino Viejo y la hacienda de Cofradía). De esta manera, además de que Aculco conservaría un pulmón verde a sus puertas mismas, podríamos durante muchos años más reconocer en estos lugares el sutio en el que el cura Miguel Hidalgo fue derrotado el 7 de noviembre de 1810.
Águila tendida", uno de los monumentos conmemorativos erigidos a lo largo de la ruta de Hidalgo en 1960. Éste se encuentra frente a la hacienda de Cofradía, en el sitió en el que se libró la Batalla de Aculco (Fuente: Google Streetview).

miércoles, 12 de mayo de 2010

Las Casas de la Palma

Casas de la Palma, a principios de la década de 1970.

Las Casas de la Palma, en la actualidad.

En la calle de Abasolo -entre la avenida Manuel del Mazo y un callejón del que no creo haber sabido nunca el nombre-, se encuentra una serie de casas antiguas que forman un conjunto bastante unitario y que pertenecieron hacia la primera mitad del siglo XX al mismo propietario, don Evodio Ángeles. Actualmente se conservan en su descendencia. En su costado norte existe enorme y centenaria yuca que le da nombre a este conjunto. Anteriormente lucía esta palma mucho más con sus ramas extendidas hacia la avenida Del Mazo, como puede verse en esta vieja fotografía, pero tras ser derribadas por un trailer luce ahora un aire mucho más discreto.

El conjunto, visto desde la esquina de Abasolo y Del Mazo.

Otra vista, desde la dirección contraria.

Las Casas de la Palma son cuatro, aunque es posible que alguna de ellas ya haya sido subdividida en los años recientes. Su importancia decrece desde la esquina de Abasolo y Del Mazo, donde se encuentra la mayor y mejor de ellas, hasta el callejón arriba mencionado, donde la última tiene una sola planta y no dos como el resto. Las cuatro casas están construidas enteramente con piedra blanca de Aculco, cubierta de aplanados en las fachadas que dan hacia la calle de Abasolo (con excepción de los enmarcamientos de puertas y ventanas). En cambio, la fachada norte de la primera casa muestra la piedra blanca aparente y la fachada sur de la última está cubierta por un delgado enjarre de cal. Las techumbres fueron originalmente de vigas de madera y tejas de barro, que en la segunda casa fue sustituida en tiempos recientes por una losa de concreto.

La primera casa.

La primera y más importante de las casas muestra una serie de vanos de proporciones irregulares en la planta baja: un pequeño balcón, un acceso con cerramiento curvo que debió ser el principal, una accesoria también con cerramiento curvo y una accesoria más, adintelada. Por el contrario, los balcones de la planta alta, cuyo único adorno son los repisones moldurados, son idénticos los cuatro. Un machón que abarca las dos plantas se desplanta en la esquina.


La segunda casa, aquella que ha perdido ya su techumbre original (lo que significó también que su cubierta se elevara algunos centímetros más respecto de las vecinas, lo que rompió su unidad de alturas), tiene un acceso principal con arco y un par de pequeñas ventanas con repisón moldurado y cerramiento curvo en la planta baja. En la planta alta, sobre cada una de esas ventanas se abre un balcón semejante a los de la primera casa, aunque de menores dimensiones, mientras que sobre el acceso principal se encuentra una ventana muy parecida a las de la planta baja.

La tercera casa

La tercera casa tuvo originalmente sólo un acceso principal con un cerramiento de arco muy rebajado y un par de balconcillos a cada lado. Sin embargo, el de la derecha fue destruido para ampliar el vano y dar entrada a una accesoria, y sólo subsiste in situ un tramo de su repisón. Tres balcones se abren en el paramento de la planta alta, uno de ellos con cerramiento curvo también muy rebajado.

La cuarta casa.

Finalmente, la última de las cuatro casas posee una sola planta. Cinco vanos se abren en su fachada hacia la calle de Abasolo: una ventana con cerramiento curvo, una entrada pequeña adintelada, un balconcito con su reja original de hierro, otro acceso con cerramiento curvo y otro balconcito. Es la más deteriorada a causa del abandono, e incluso sus vanos hacia el callejón se encuentran tapiados.

Fachada de la cuarta casa hacie el callejón.

Balcón tapiado de la cuarta casa.

Aunque tradicionalmente el conjunto de las Casas de la Palma ha sido poco apreciado debido a su sencillez y asu aspecto destartalado, es en realidad uno de los mejores ejemplos de vivienda media de Aculco en tiempos antiguos. Y forma parte irremplazable, además, del pueblo de Aculco de Espinosa.

La palma, ya mutilada, en Google Street View.

lunes, 10 de mayo de 2010

El Puente Colorado

La parroquia de Aculco desde el Puente Colorado.

Una de las características más destacadas de Aculco como conjunto, es la variedad tipológica de elementos urbanos y edificaciones originales que han llegado hasta nuestros días. No se trata, por cierto, de elementos de primer nivel en el panorama histórico-artístico de México, pero sin lugar a dudas es muy difícil encontrar una población del tamaño de la nuestra que reúna en tan corta extensión construcciones como una iglesia y su convento del siglo XVII, con atrio y capillas posas, casonas virreinales, un par de acueductos, una plaza de toros de principios del siglo XX, viejos mesones, tres importantes haciendas (una de ellas con pinturas murales de Ernesto de Icaza), unos lavaderos públicos del siglo XIX -aunque reconstruidos-, una serie de baños y lavaderos particulares, un sistema de riego de mediados del siglo XIX, un par de antiguos molinos de harina, una pequeña estación de tren de fines del siglo XIX (y abundantes vestigios de la vía del tren), varias cortinas de presa de los siglos XVIII y XIX, y por supuesto, puentes.

La calzada sobre el puente.

En efecto, cuatro son los puentes históricos de Aculco (sin contar el imponente Puente Piedad, de 1896, por el que circulaba el ferrocarril): el Puente Colorado Y el Puente Blanco, situados al norte, y los puentes Santa Anita y La Magdalena, que se encuentran hacia el poniente de la población. Esta vez hablaremos solamente del primero de ellos, que es además el más importante desde el punto de vista arquitectónico.

Otra vista de Aculco desde el Puente Colorado.

El Puente Colorado se encuentra sobre lo que antiguamente fue la calzada de acceso a Aculco, es decir, la prolongación de la calle Matamoros hacia el norte, que servía de enlace a este pueblo con la hacienda de Arroyozarco y con el Camino Real de Tierra Adentro. Este puente salva el más importante de los arroyos que corren por el valle que se encuentra entre Aculco y las lomas de Gunyó. Desde tiempos antiguos debió existir un puente en este punto por ser la entrada principal al lugar y así parece demostrarlo un trazo intencionado en el mapa de la Batalla de Aculco del 7 de noviembre de 1810, que Carlos María de Bustamante incluyó en su obra Campañas del General Calleja (México, Imprenta del Águila, 1828). Sin embargo, es probable que bajo su forma actual se remonte sólo hasta el año de 1852 (Memoria de la Secretaria de Relaciones y Guerra del Gobierno del Estado de Mexico leída por el Secretario del Ramo, Toluca, Tipografía J. Quijano, 29-31 de marzo, 1852. Citado por De Gortari Rabiela, Rebeca. “Jilotepec en el siglo XIX. ¿Una región a demostrar?” en: Dimensión Antropológica. vol. 10, enero-agosto, 1997). Fue reparado a principios del siglo XX: las fotografías más antiguas que se conservan de él nos lo muestran precisamente después de los arreglos que se efectuaron entonces, pintado en el color rojo que le dio nombre.

El plano de la Batalla de Aculco que parece indicar la presencia del Puente Colorado (o su predecesor) en 1810.

El Puente Colorado a principios del siglo XX, recién pintado de rojo.

El Puente Colorado, elaborado completamente en mampostería de piedra blanca característica de Aculco, se desplanta sobre cuatro arcos ligeramente rebajados. En el lienzo que da aguas arriba (es decir, hacia el oriente) las pilas en que se asientan los arcos poseen tajamares angulares que, al estilo romano, no alcanzan el pretil. Hacia este mismo viento, los estribos se ensanchan como para fortalecer el puente y al mismo tiempo conducir el agua hacia los ojos con sus muros oblicuos. Estos muros oblicuos, por cierto, sirvieron para destacar por encima de la línea del pretil un par de remates triangulares que guardan sendas tarjas para inscripciones, inexplicablemente vacías. La fachada de aguas abajo resulta mucho más sencilla: ningún adorno perturba la mampostería.

Fachada de aguas arriba del Puente Colorado.

Fachada de aguas abajo del mismo puente.

Sólo en los remates que albergan las lápidas y en el lomo de toro del pretil se percibe aún algo de la pintura roja original de este puente. El resto de la mampostería, salvo algún vestigio menor del repellado, tiene la mampostería a la vista. Por supuesto, esta construcción ha sufrido a lo largo del tiempo otros daños que han dejado en él sus cicatrices, pese que tiene un buen estado general y es utilizado continuamente por peatones y automóviles. El principal de estos daños se observa en la primera pila de norte a sur, que hacia la fachada de aguas arriba muestra una falla en la cimentación que la hundió ligeramente, desplazándose también hacia abajo las dovelas de los dos arcos que se apoyan en ella. En la fractura causada por esta falla crece un tepozán que las administraciones municipales han dejado ahí, pese a haber realizado otros arreglos en el puente. Quizá creen que gracias al árbol el puente se sostiene.

Lápida del lado norte.

Lápida del lado sur.

El tepozán en la grieta.

El año pasado, el Puente Colorado sufrió otras afectaciones: en la temporada de lluvias y debido al azolve del río provocado por la falta de mantenimiento, las aguas subieron de nivel y derribaron aproximadamente la mitad del pretil de aguas abajo. Por fortuna, el daño fue reperado rápidamente con los mismos materiales y sólo al observar con detalle el lomo de toro que lo remata se percibe la reconstrucción.