lunes, 6 de abril de 2009

Cráneo y canillas



Es San Pedro Denxi el pueblo más remoto del municipio de Aculco, pues se sitúa cerca de 25 kilómetros al noroeste de la cabecera municipal, en el extremo de esa especie de península que forma el mapa de esta entidad al introducirse en territorio del estado de Querétaro. De él lo separan dos grandes barrancas: la que lleva el nombre de Cañón de Aculco (que en esta zona alcanza su mayor profundidad), y el cauce del Arroyo Zarco. Al unirse las corrientes que avanzan por el fondo de estas barrancas, se forma el Río de San Juan, que da nombre a aquella ciudad queretana.

San Pedro Denxhi (a la derecha) en un plano del año de 1732.

Hasta hace muy pocos años sólo se podía llegar a este pueblo a través de un largo y desolado camino de terracería. El abandono en el que mantuvieron a San Pedro las autoridades aculquenses fue el causante de que en 1932 sus habitantes solicitaran formalmente su anexión al municipio de San Juan del Río, Querétaro, sin que se les hicieran el menor caso.

Vista posterior de la capilla de San Pedro.

Como todos los pueblos antiguos de la jurisdicción de Aculco, el centro de San Pedro está señalado por su capilla y el resto de los inmuebles tiene un patrón de distribución disperso. El templo guarda semejanza con otras capillas de la zona: una nave, cúpula, torre al lado izquierdo de la fachada principal, con la particularidad de que su portada del siglo XVIII (ejecutada en cantera morena como las casas antiguas de San Juan del Río) es una de las más bellas de este grupo de edificios. Por supuesto, la capilla de San Pedro tiene un gran atrio con su cruz. Al frente de este atrio se encuentra la plaza del pueblo y es a ella a donde nos dirigiremos ahora.

Vista satelital de San Pedro Denxhi.

Parece haber sido costumbre en los pueblos de la Provinicia de Jilotepec colocar cruces, independientes de las cruces atriales, en medio de las plazas que se ubicaban al frente o a los costados del templo principal de la localidad. Por ejemplo, la Plaza Juárez de Aculco, al sur del atrio de la parroquia, llevó antiguamente el nombre de Plaza de la Cruz seguramente porque en ella se hallaba un monumento semejante. Desafortunadamente son pocos los ejemplos que quedan, pues el afán de embellecimiento de esos espacios abiertos y su secularización los hicieron desaparecer. Pero no sucedió así en San Pedro Denxhi, pues en su plaza permanece una interesante cruz que da motivo a este post.

Vista de conjunto de la cruz de la plaza de San Pedro.

La capilla de San Pedro cuenta por supuesto con una cruz atrial, muy sencilla, por lo que no resulta plausible pretender que ésta es también una cruz atrial. Sin embargo, comparte muchas características con este tipo de monumentos: su pedestal de mampostería encalada con dos cuerpos (el primero en forma de prisma y el segundo piramidal), el pequeño nicho cuadrangular en la cara principal, común a las cruces atriales de raíz otomí.

Cara anterior de la cruz.

La cruz propiamente dicha, elaborada en piedra, es de dimensiones pequeñas, brazos y tronco de sección poligonal y extremos adornados. Pero lo que llama más la atención en esta cruz es su pedestal, único en el municipio de Aculco, formado por un prisma de poca altura con la leyenda "ABE MA. PMA" (Ave María Purísima) y una piedra casi ovoide que lleva labrada una calavera y dos pares de canillas cruzadas a sus lados.

¿Qué representan estos relieves? Según la Enciclopedia Católica:

Existía la tradición, usual entre los judíos, de que el cráneo de Adán, confiado después por Noé a su hijo Sem y por el último a Melquisedec, fue depositado finalmente en el lugar llamado, por esa razón, Golgotha. Los talmudistas y los Padres de la Iglesia eran conscientes de esta tradición y sobrevive en los cráneos y huesos puestos al pie del crucifijo.

Detalle de la calavera de Adán y las canillas cruzadas.

Es decir, el cráneo y los huesos de esta cruz representan la osamenta de Adán, y por lo tanto, su pedestal simboliza el Gólgota o Calvario (del latín calvaria, calavera), donde fue crucificado Jesucristo.

ACTUALIZACIÓN, 8 de febrero de 2012

Ahora, el pedestal de la cruz de San Pedro Denxhi ha sido pintada en color crema y remarcadas en negro las cuencas de los ojos de la calavera, las canillas cruzadas y las letras. Este tipo de monumentos usualmente estaban pintados en tiempos virreinales, por lo que no constituye ningún atentado el devolverles su color. Sin embargo, para ello debe usarse pintura a la cal (lo que es poco probable que en este caso haya ocurrido), que permita a la piedra "respirar". De otro modo, es posible que la humedad acumulada en su interior provoque su ruptura.

miércoles, 1 de abril de 2009

La cruz atrial de San Lucas Totolmaloya



San Lucas Totolmaloya es una localidad muy pequeña, dispersa, situada al poniente del pueblo de Aculco y dentro de su jurisdicción. Es, junto con los pueblos de Santiago Toxié, San Pedro Denxhi y La Concepción, uno de los reductos de la etnia otomí en nuestro municipio.

San Lucas Totolmaloya en un plano de 1611.

Este poblado posee una hermosa capilla con bóveda de cañón y cúpula, en la que se pueden observar algunos de los elementos ornamentales más interesantes de la época novohispana en Aculco. Es el caso, por ejemplo, del par de remates de los extremos de su fachada, con sendos relieves en los que aparece un toro, símbolo del evangelista San Lucas. O, más importante aún, su cruz atrial.

La cruz atrial de la capilla de San Lucas Totolmaloya se levanta sobre un pedestal de mampostería de aspecto primitivo, muy parecido al de numerosas cruces atriales del siglo XVI, como la del convento (hoy catedral) de Cuernavaca. Consta de un primer cuerpo en forma de prisma cuadrangular, sobre el que se construyó otro prisma de menor tamaño, en cuyas esquinas se levantan cuatro almenas, y sobre él un tercer cuerpo piramidal trunco.

Vista de conjunto de la cruz atrial.

Colocada sobre este pedestal se encuentra la base de la cruz, que muestra en sus cuatro caras decoración foliada con cruces al centro y un gracioso achaflanado en los dos vértices que miran hacia la fachada del templo. Encima de esta base se desplanta la cruz, monolítica, que lleva en el palo vertical, cerca del arranque, dos elementos curvos de aspecto vegetal que recuerdan algunas representaciones del maíz en los códices indígenas e incluso a la famosa cruz foliada de Palenque. A esta semejanza contribuyen también los remates en forma de penachos o plumeros en su cúspide y travesaño.

Cara anterior de la cruz atrial.

En la parte del palo vertical que toca con la base, se observa un relieve en forma de pequeños arcos contiguos y sobrepuestos, con aspecto de "panal de abeja". Esta ornamentación puede estar relacionada con la forma de representar el vocablo altépetl/andehentoho (literalmente agua-cerro, con el significado de "poblado") en los códices prehispánicos y coloniales, o bien con la representación de los granos del maíz. Las caras principales de la cruz muestran labrada en bajorelieve una cruz inscrita, con su propio pedestal. Al centro de esta cruz inscrita, en la cara que mira hacia la capilla, se labró un extraño símbolo en forma de estrella de cuatro picos, con un círculo en cuyo interior se despliega otra circunferencia formada por "puntos".

Cara posterior de la cruz atrial.

En nuestra opinión, esta cruz no data del Siglo de la Conquista (aunque en ese mismo pedestal pudo haber existido una cruz atrial anterior), sino más probablemente del siglo XVIII, ubicándose en el contexto del "barroco tequitqui" o "barroco otomí" al que pertenece la mayor parte de las obras del virreinato que sobreviven en Aculco. En de subrayarse su gran sabor indígena, que en su caso no lo dan solamente las proporciones o la calidad del labrado de la piedra, sino también la presencia de elementos significativos que, intencionalmente o no, nos remiten vivamente a la glífica de raíz prehispánica. Una interpretación más atrevida podría concluir que, al mostrar al "árbol de la cruz", el autor otomí de esta escultura terminó por representar al maíz, la planta más importante del universo indígena, en un sincretismo que sin duda merece un estudio más profundo.

lunes, 23 de marzo de 2009

El reloj de sol de la parroquia



Aculco tiene la particularidad de resguardar, en tres de sus inmuebles históricos, sendos relojes solares de los siglos XVIII y XIX. Uno de ellos, el más elaborado, se encuentra en el Hotel de Diligencias de Arroyozarco (edificado entre 1786 y 1791, aunque el reloj parece ser de hacia 1850); otro, el más rústico, sobre la entrada al atrio de la capilla del pueblo de San Pedro Denxi, y el tercero, del que hablaremos esta vez, en el claustro del antiguo convento franciscano de San Jerónimo Aculco.

Si resulta notable la existencia de tres relojes de sol en un pueblo pequeño como Aculco, lo es más quizá su calidad, pues sin duda el de la parroquia de Aculco se cuenta entre los más hermosos relojes de sol dieciochescos construidos en toda la Nueva España.



Técnicamente, es un reloj del tipo meridiano, vertical, y consta de tres partes principales:

-El cuadrante, bloque cuadrangular de piedra con una cavidad en forma de medio cono trunco (troncocónica). En su borde semicircular se grabaron las cifras romanas de las horas del día, con el XII al centro. Al fondo de la cavidad surge el gnomon o estilete, varilla que proyecta su sombra sobre el cuadrante para marcar las horas.

-El pedestal, bloque también cuadrangular con una guardamalleta labrada al frente, sobre la que se talló la fecha de construcción del instrumento: "30 de abril de 1789 años", meses antes de que estallara la Revolución Francesa.

-El remate, que toma una forma de cabecera semicircular que complementa el círculo descrito por la cavidad del cuadrante y brinda unidad al conjunto. Lleva por adornos los relieves de una cruz sobre su pedestal al centro, y a los lados los monogramas de María y Jesús.

Aunque para 1789 había sido fundada ya en la cuidad de México la Academia de San Carlos y en el cercano Arroyozarco se construía el nuevo Mesón por arquitectos miembros de esa academia, el reloj de sol de Aculco es todavía ajeno a la "nueva" modas artística neoclásica y se adscribe todavía al barroco, como bien muestra su guardamalleta.

El reloj de sol fue colocado en uno de los contrafuertes del templo parroquial, mirando hacia el sur, lo que permite el mayor número de horas de iluminación solar y puede ser visto desde el claustro (aunque se le ve también desde el exterior del antiguo convento, en espcial desde la Plaza Juárez). En el año de su construcción era cura de Aculco don Luis José Carrillo, que lo fue por muchos años al final del siglo XVIII, y de quien se decía que era "tan aplicado al culto divino que hace algunos años que sólo toma de sus derechos para su precisa manutención, y todo lo sobrante lo ha aplicado para la reedificación de su iglesia, construyendo colaterales a sus expensas y solicitud" Seguramente el reloj formó parte de esas obras, que incluyeron también la actual campana mayor (de 1788).

Hoy, el interesante reloj de sol de la parroquia de Aculco está a punto de cumplir 220 años de existencia. Sirva este texto para que su "cumpleaños" no pase desapercibido.

Copia moderna del reloj de sol de la parroquia de Aculco, que se encuentra en la llamada Casa de Hidalgo. En lugar de la fecha del reloj original, lleva la de 11 de noviembre de 1810 en relación con la estancia de don Miguel Hidalgo y Costilla en ese inmueble, que sin embargo no ocurrió entonces, sino entre los días 5 y 7 de aquel mes y año.


ACTUALIZACIÓN 24 de octubre de 2011: Arriba, el reloj de sol entre el almenado de la parroquia en 1838, antes de la construcción de la bóveda y la cúpula del templo. Abajo, una vista parecida del reloj de sol desde el atrio parroquial en 1974.

martes, 17 de marzo de 2009

El Jacal de Ñadó, hacia la ruina

A poco menos de dos kilómetros de la casa grande de la hacienda de Ñadó y a orillas de la Carretera Panamericana, se levanta una importante edificación conocida como el “Jacal de Ñadó” o "El Gavillero". Esta construcción, que fue utilizada como almacén del carbón producido en el cerro de Ñadó, se levantó entre los años de 1912 y 1915, según muestran los Libros Diarios de Contabilidad de la hacienda, que detallan hasta el número de piedras, ladrillos y tejas empleados en ella. Tan sólo en el año de 1914 se gastaron $5,144.90 pesos en este edificio.

Fachada del Jacal de Ñadó hacia el noroeste. Desde el exterior se puede advertir su disposición en tres naves, la central de mayor altura. Su limpia sillería de piedra blanca y el óculo que ilumina su interior subrayan su apariencia vagamente románica.

Fachada suroeste del Jacal de Ñadó. Nótense los grandes guardacantonces en el acceso del muro perimetral, el portal destechado, la portada tapiada y los grandes hoyos en su tejado.

En esencia se trata de una gran troje de rústicos sillares de piedra blanca que ocupa una superficie de 800m2 y que en el terreno adjunto (cercano a las dos hectáreas) incluía anexos tales como despacho, bodegas, era, corrales y hasta una pequeña plaza de toros con su palco, todo rodeado por una barda también de sillería. El cuerpo principal es una construcción de tres naves, sostenida por pilares. Dos sencillas portadas laterales se abren al exterior y una ventana circular remata la cabecera de la nave central, reforzada con un par de contrafuertes. Su techumbre de dos aguas es de teja, apoyada antiguamente en una estructura de antiguas viguetas de fierro sujetas con remaches y tornillos que soportaban morillos y cintas de madera. Los pisos son casi todos de ladrillo, pero en una parte se observan todavía grandes losas de piedra.

Interior del Jacal. Los grandes pilares de sillería de unos ocho metros de altura que dividen las naves se apoyan en basas de piedra maciza (al parecer, recinto). Obsérvese al fondo la portada con cerramiento curvo tapiada con sillares del propio edificio.

A consecuencia del fraccionamiento de la hacienda de Ñadó, el Jacal pasó a otras manos pero se mantuvo en mediano estado de conservación hasta hace unos veinte años. Pero ahora, en 2009, el Jacal prácticamente se está derrumbando por el abandono.

Otra vista del interior.

En una de sus pintarrajeadas bardas ha aparecido un letrero que indica que está en venta, ojalá que su nuevo propietario se decida a recuperar el edificio y no a derrumbarlo por viejo o a modificarlo sin atender a su valor histórico y arquitectónico, como ocurre en tantas ocasiones.

Vista satelital del Jacal de Ñadó. Esta imagen permite conocer la distribución de los principales anexos de la troje y apreciar el deterioro de sus cubiertas.

ACTUALIZACIÓN, 27 de febrero de 2012.

El jacal de Ñadó, ya completamente destejado y en venta. No resulta alentador que al anunciarlo se le califique como "ruinas": significa que ya llegó cerca de donde iba, como señalábamos hace tres años.

ACTUALIZACIÓN, 28 de diciembre de 2013.

Este es el aspecto actual del Jacal de Ñadó, destechado para vender la teja y con los muros de sillería que lo rodeaban dilapidados para venderse también como piedra de construcción. Así es como conserva este pueblo "sitio del Patrimonio Mundial de la UNESCO" sus construcciones históricas.

jueves, 12 de marzo de 2009

La cruz atrial de Santa María Nativitas

Por todo el territorio que antiguamente comprendía la Provincia de Jilotepec -repartida hoy entre los estdos de México, Hidalgo y Querétaro- subsisten innumerables y notables cruces atriales, la mayor parte de ellas poco estudiadas. Ciertamente, las que corresponden a los conventos de las capitales históricas de la Provincia, Jilotepec y Huichapan, son las que han recibido mayor atención de los especialistas y no podría ser de otra forma ya que se cuentan entre las más notables elaboradas en México en el siglo XVI. En este sitio puede leerse un interesante texto que se refiere a la cruz atrial de Huichapan, escrito por Marcela Zapiain.

Sin embargo, al lado de esas obras de primer nivel, existen otras ubicadas en los conventos de segunda categoría, en capillas de los pueblos de indios, en oratorios de ranchos y haciendas, etcétera. Normalmente, sus dimensiones son mucho menores que las de los grandes conventos, la calidad de su escultura denota al aprendiz o al oficial, casi nunca al maestro cantero, su carácter es más popular y sus influencias o relaciones estilísticas más difíciles de hallar. Y no por ello son menos maravillosas.

En el municipio de Aculco existen por lo menos nueve cruces atriales que guardan interés histórico y artístico. De dos de ellas hemos hablado ya en este mismo blog: la cruz atrial de la capilla de Nenthé (posiblemente del siglo XVI y labrada con los símbolos de la pasión), y la que quizá fue cruz atrial en el siglo XVIII en la iglesia de San Jerónimo, ahora empotrada en la torre de ese mismo templo. Hablaremos esta vez de la cruz de la capilla del pueblo de Santa María Nativitas.

Santa María Nativitas, llamado hasta el siglo XVIII en otomí Santa María Ximiní, se localiza a poco más de tres kilómetros hacia el oriente de la cabecera municipal, sobre la carretera que lleva a la Autopista México-Querétaro. Curiosamente, se le consideraba antiguamente barrio de Aculco, y no pueblo como ahora. A Santa María Nativitas se le relaciona frecuentemente con las leyendas de la fundación de Aculco, de las que habremos de hablar algún día, pues se supone que originalmente este pueblo iba a ser establecido ahí. Pero al percatarse de la existencia de los manantiales del Ojo de Agua, los fundadores decidieron trasladarse a aquel punto.

Capilla del pueblo de Santa María Nativitas. Sus volúmenes son muy semejantes a los de la parroquia de Aculco, no así su decoración que muestra una última renovación neoclásica de mediados del siglo XIX.

Menos legendario es otro episodio de su historia ocurrido en 1877, cuando en el contexto de la agitación indígena en todo el Distrito de Jioltepec por la reivindicación de las tierras comunales (privatizadas en 1856) y bajo la influencia socialista de organizaciones como la Sociedad de los Pueblos Unidos y el Congreso Indígena, fue sorprendida una reunión de indígenas en la sacristía de la capilla de Santa María Nativitas. Tanto miedo causó, que el Ayuntamiento de Aculco llamó enseguida a los vecinos a la "defensa de la población en la sublevación que infundadamente están proyectando los indígenas".

Lamentablemente, como tantos otros sitios históricos de Aculco, esa sacristía ya no existe: fue demolida hará unos 15 ó 20 años para levantar en su lugar una vulgar casucha de tabicón y concreto, que contrasta desfavorablemente con la capilla que afortunadamente se conserva en buen estado. Pero pasemos a hablar de la cruz atrial.

Cruz atrial de Santa María Nativitas, caras sur y oriente.

La cara poniente de la misma cruz atrial.

En realidad, la cruz es lo menos notable de este pequeño conjunto: lo verdaderamente intersante es su pedestal. Éste se desplanta sobre tres gradas de mampostería y ladrillo; lo forman tres cortas columnas casi en forma de cono trunco, con basa de recuerdo toscano y sin capitel, sobre lo que se apoya lo que podríamos llamar arquitrabe. Encima, a manera de friso y mirando hacia los cuatro vientos se desarrolla una curiosa composición escultórica, formada por cuatro atlantitos desnudos, patilludos, que en cuclillas y ubicados en los ángulos simulan sostener la parte superior de la obra. Precisamente los pequeños atlantes son una de las características que compartían muchas obras escultóricas en piedra, desde el siglo XVI al XVIII, en la Provincia de Jilotepec. Se les encuentra, por ejemplo, en la base de la cruz atrial de Huichapan, en la portada de la capilla de San Ildefonso Tultepec (Amealco, Qro.), en la parte baja de los machones de la fachada de la parroquia de Aculco, por mencionar sólo los que en este momento se nos vienen a la mente.

Detalle del "friso" con los atlantitos y las columnillas con capiteles corintios.

Entre estos atlantitos, en las caras oriente, norte y sur del pedestal, se encuentran unas columnitas con capiteles corintios muy rústicos. Sin embargo, la cara poniente muestra un raro relieve en que la Verónica -con gesto compungido y un extraño tocado en la cabeza- muestra del Divino Rostro de Cristo con corona de espinas y tres potencias.

Detalle del relieve de la Verónica.

Sobre el friso que hemos descrito, se halla una losa parecida a la que hemos llamado arquitrabe, sin mayor molduración. En ella, desarrollada a lo largo de sus cuatro caras verticales, se halla una inscripción que fecha todo este interesante monumento: "en 28 del mes de noviembre de 1678". Sobre esta losa se levanta la cruz, muy sencilla y que resulta poca cosa en realidad comparada con el pedestal. Es más, parece no ser la original pues su material y la precisión de su corte son muy distintos, y quizá data de tiempos muy recientes.

Como sea, con o sin cruz original, este pedestal es úno de los monumentos históricos más importantes de Aculco y uno de los mejores exponentes (el más temprano, quizá) del "barroco tequitqui" que caracteriza a su arquitectura religiosa del período virreinal.

Inscripción con la fecha de construcción de la cruz.

ACTUALIZACIÓN:

Hace unos meses, esta notable cruz fue "restaurada", operación que consistió en realidad en pulir la piedra y recubrir sus escalones con cemento. Aunque bien intencionada, esta intervención denota una preocupante falta de conocimiento del cuidado que se debe tener con este tipo de monumentos, ya que la abrasión de la piedra significa un indeseable desgaste y más bien debe efectuarse su limpieza con métodos como el uso de cepillo y jabón. De igual manera, el retiro de los ladrillos de su escalinata resta un rasgo de autenticidad a la cruz.

La cruz, "restaurada".

viernes, 6 de marzo de 2009

Las capillas posas de Aculco



De Wikipedia:

Capilla posa

Se le denomina capilla posa a la solución arquitectónica empleada en los conjuntos-monasterio de la Nueva España en el siglo XVI consistente en cuatro edificios cuadrangulares abovedados ubicados en los extremos del atrio al exterior de los mismos. Al igual que la capilla abierta, es una solución única y una aportación del arte novohispano al arte universal dada su originalidad y los recursos plásticos y estilísticos empleados en su ornamentación. Como ejemplos paradigmaticos se conservan las de Huejotzingo y Calpan en Puebla, México, que cuentan con un programa ornamental hecho con técnica tequitqui y basada en cánones estéticos medievales y renacentistas.

Existen varias teorías acerca de su función. Se ha propuesto que, siguiendo el camino procesional, las capillas posas servían para posar o descansar el Santísimo Sacramento cuando este era sacado en procesión por el atrio; el investigador Carlos Chanfón ha sugerido una función didáctica para alojar grupos de educandos que eran catequizados ya que una función del atrio en estos conjuntos era la enseñanza no solo de la religión sino de las normas y oficios de la vida occidental. También se ha propuesto su uso y relación con los cuatro barrios que se acostumbraba asentar en los pueblos y ciudades siguiendo la traza española típica y del que cada uno de ellos estaba encargado en su limpieza y manutención. Según Antonio Rubial pudieron servir como túmulos de gobernantes indígenas. y Margarita Martinez del Sobral ha propuesto su uso como ermitas para el aislamiento temporal de los frailes.

Su origen igualmente se ha propuesto de formas diversas. Carlos Chanfón ha propuesto su inspiración en los templos y ermitas primitivos.


A esta definición, tan clara y completa poco habría que agregar, sobre todo tratándose de un blog, excepto que su construcción no se limitó al siglo XVI (aunque de esa centuria datan las más importantes desde el punto de vista histórico y artístico), sino que llegó hasta el siglo XVIII con ejemplos tan notables como los de las misiones de la Sierra Gorda de Querétaro.

En el caso del convento franciscano de Aculco, que pese a haber sido una fundación de segundo nivel pareceh haber contado con todas las dependencias usuales en los monasterios mexicanos del siglo XVI, no podían faltas estas "capillas posas" o "capillas procesionales". Según la historiadora de arte Elisa Vargas Lugo, la estructura de las posas de Aculco procedería de aquella centuria, aún cuando su decoración sólo sería ejecutada posteriormente. No sabemos si la primera parte de esa suposición es correcta, pero sí consta en documentos del archivo parroquial que las "ermitas" (como se les llamaba entonces y se les siguió llamando hasta nuestros días) fueron construidas o reconstruidas entre el 15 de febrero de 1707 y el 18 de abril de 1708, siendo fiscal (es decir, administrador de los fondos) el indígena otomí don Nicolás de los Ángeles.

Para entonces ya se había concluido la fachada principal del actual templo parroquial (terminada en 1701), y parece ser que los canteros que ejecutaron las capillas posas intentaron reproducir en ellas el barroco popular (yo prefiero llamarlo barroco tequitqui) que ostenta aquella. Sin embargo, dotados aparentemente con menores recursos técnicos y económicos, el resultado fue de una rusticidad que hoy nos parece encantadora.

De las cuatro capillas originales que debieron existir, una por cada ángulo del atrio, sobreviven tres, mientras que la cuarta es una bien realizada reconstrucción de la década de 1950. Todas ellas comparten rasgos como su estructura, formada por tres gruesos muros de piedra cubiertos por una bóveda de cañón, un arco de ingreso de cantera que coincide con el arco de la bóveda, una imposta que se prolonga hacia el interior de la capilla y un par de cortas columnas también de cantera que sostienen el arco. Al fondo, todas tienen un altar de mampostería. Las remataban antiguamente bendas cruces de piedra, de las que en 1954 quedaba solamente el pedestal y el mástil de una de ellas.

A pesar de sus semejanzas de composición y de estructura, en realidad cada una de estas capillas posas es distinta en su ornamentación. Los fustes de sus columnas, aunque de recuerdo salomónico, muestran superficies alternativamente cubiertas de relieves vegetales o de escamas. Los capiteles son distintos unos de otros, como sucedía en las arquitectura visigótica y románica. Precisamente con los estilos más primitivos del medioevo europeo podemos encontrar evidentes semejanzas con los relieves de estas capillas, pero no se trata de una relación directa, sino de una similitud de circunstancias: el bárbaro de la alta edad media que intentaba imitar la arquitectura romana obtuvo un resultado parecido al del indígena otomí que trataba de copiar los modelos renacentistas y barrocos españoles. Este fenómeno ha sido estudiado sobre todo en relación con la arquitectura mexicana del siglo XVI, denominada "tequitqui", pero estas capillas muestran que existió también un "tequitqui barroco" por lo menos hasta principios del siglo XVIII.

Capilla posa suroeste, hacia 1954. Era la única que conservaba restos de la cruz que las coronaba a todas antiguamente. Nótense también los restos de policromía en la bóveda y el guardapolvo.

La capilla en su estado actual. Todas ellas fueron cerradas con rejas en la década de 1980, debido a que eran usadas con frecuencia como excusados. A través de una puertecilla bajo el arquitrabe de esta capilla, se tiene acceso a la escalera de la torre del reloj municipal

Capilla posa noroeste como estaba a principios de la década de 1960. Nótense los restos de encalado en la piedra y, al fondo, los arcos invertidos del muro del atrio, medio cegados por el edificio del portal de las carnicerías, construido a principios del siglo XX.

Capilla posa noroeste en su estado actual. Obsérvese que los arcos invertidos del muro del atrio fueron cercenados en la remodelación de 1974. Nótense también las piedras con relieves en forma de óvalo, procedentes de sepulcros desaparecidos que estaban en el atrio, colocadas como remate de los elementos en forma de S.

La capilla posa noroeste es quizá la más bella y mejor labrada. Sus capiteles difieren del resto de las capillas, pues muestran róleos al lado de palmas o acantos semejantes a los de las otras. Ésta es la única que muestra huellas de haber tenido una puerta, pues sus columnas presentan una acanaladura presuntamente realizada con ese fin.

No sabemos si quedaría algún resto de la capilla posa sureste original, pero en la década de 1950 los padres agustinos, entonces a cargo de la parroquia, decidieron completar el conjunto de capillas posas con la construcción de la faltante. Como se puede ver, al mismo tiempo que buscó asemejarse en estructura, dimensiones, etc., sus relieves y la estereotomía de sus canteras son de mayor precisión, lo que permite distinguirla de las antiguas.

Capitel de la capilla posa noreste. Aislado del resto de la edificación, podría ser confundido con un capitel visigodo, como el que se muestra abajo.

Capitel visigodo de Recópolis.

Capitel de la capilla posa suroeste. Su ornamentación y sus proporciones la asemejan también a los capiteles visigodos.

Capitel de la capilla posa noroeste.

Capitel visigodo de Segóbriga.

jueves, 5 de marzo de 2009

Una inscripción perdida



De no haber sido por la historiadora de arte Elisa Vargas Lugo, quien hacia 1954 copió la inscripción que se encontraba en una lápida junto a la entrada poniente del atrio de la parriquia de Aculco, nada sabríamos de ella. Ya no digamos de lo que en ella decía, ni siquiera de la existencia de dicha inscripción.

Por fortuna, Vargas Lugo incluyó el contenido de esa inscripción, junto con una fotografía de la piedra, en su ensayo
"La Vicaría de Aculco", publicado en el número 22 de los Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Según la autora:

"Sobre la barda del atrio, en la parte exterior que mira a la plaza, hay una inscripción incompleta que dice lo siguiente:

"'...en ocho días del mes de marzo de mil setecientos sesenta y seis años siendo guardían (de esta casa) fray Joan D. Vázquez se hizo (ver)dadera dedicación de esta Santa Iglesia en presencia de fr. Francisco... Administrador general della."

"Esta inscripción, hecha siete años después de la secularización (1759), sin duda fue grabada para conmemorar y constar el cambio de dueños por el que pasó la vicaría (es decir, de la orden regular de los franciscanos a los sacerdotes del clero secular)."

Nosotros no creemos que, como escribió la historiadora, la lápida se encontrara incompleta. Y, en nuestra opinión, Elisa Vargas Lugo leyó mal la fecha, pues la despostillada palbara "setecientos" parece más bien haber dicho "seiscientos", lo que eliminaría su supuesta relación con la secularización de la parroquia y se situaría cercana más bien a la época de construcción de la mayor parte del conjunto conventual de Aculco, llevada a cabo entre 1685 y 1708. De hecho, la barda de la huerta del convento, que da hacia la calle de Matamoros y que limitaba al recinto en su extremo opuesto al de la barda en que se encontraba la inscripción, tiene labrado el año de 1699 en una lápida semejante a ésta.

Pero ese no habría sido su único error. Al examinar la fotografía, y tomando en cuenta que muchas de sus partes son definitivamente ilegiles, pensamos que la inscripción más bien dice:

"'...en ocho días del de marzo de … seiscientos y sesenta y seis aos siendo guar.dn de … fr. Joan de Vázquez se hizo … pader al cementerio desta S. Iglesia en presencia de fr. Francisco..."

Nos parece más sensata y sencilla esta interpretación, que hablaría sólo de la conclusión de la "pader" (sic pro pared) del atrio o cementerio de la Iglesia. Pero esto es ya imposible de averiguar cabalmente pues la lápida fue retirada de su ubicación y desapareció en 1974, cuando algún genial arquitecto del Programa Echeverría de Remodelación de Pueblos decidió ampliar el acceso poniente al atrio de la parroquia. Esta acción rompió la unidad que presentaban hasta entonces las tres entradas del atrio -angostas, con sencillas jambas labradas, coronadas con pebeteros neoclásicos-, hizo desaparecer la escalinata original, de piedra muy bien labrada, destruyó varios enterramientos antiguos (entre ellos, el de la "muerta destapada" que sólo los muy viejos recuerdan ya) y, por supuesto, borró la inscripción a la que hemos dedicado este texto.

La entrada poniente del atrio hacia la Plaza de la Constitución ofrecía un aspecto muy semejante a éste (que corresponde a la entrada norte) hasta el año de 1974, cuando fue destruida. Junto a aquella entrada se encontraba la lápida desaparecida.

En esta fotografía se observan los restos del machón original de la entrada poniente del atrio, con la casa del Portal de la Primavera adosada a él. Esta casa, del siglo XIX, originalmente no contaba con la segunda planta, por lo que dejaba visibles los arcos invertidos de la barda atrial (ahora perdidos) y el remate neoclásico que adornó ese machón.

Este es el aspecto que muestra actualmente la entrada poniente del atrio. Por darle mayor vista a la fachada de la parroquia desde la plaza, el acceso ha perdido todo su interés artísticio, histórico y epigráfico.