viernes, 7 de octubre de 2016

"Un cura revoltoso"

El viernes 29 de marzo de 1912, apareció en el Diario del Hogar, periódico dirigido por Juan Sanabria que se publicaba en la capital del país, una breve nota bajo el título "Un cura revoltoso", que informaba:

Varios vecinos del pueblo de Aculco del Estado de México se han dirigido a esta redacción quejándose de los atropellos de que vienen siendo víctimas por parte del cura del mismo, Pbro. Santiago Garza Treviño, con quien a decir de los expresados vecinos se encuentra todo el pueblo disgustado, al grado de que no ha faltado quien pretenda violentarse contra él si la autoridad eclesiástica no previene el removerlo. Los mismos quejosos nos han mostrado una carta que les dirige el odiado cura y que a la letra dice:

"Es conveniente que todos los que están en edad de casarse lo hagan pues el Gobierno Federal dispone un sorteo para obtener soldados entre los ciudadanos de 18 a 45 años de edad y este sorteo será entre los hombres solteros.

"El Sr. Juez Auxiliar y el Sr. Fiscal deben de aconsejar a sus vecinos, para que se casen y vivan como Dios manda en el pueblo del Santo Apóstol Santiago Toshié.

"El asperjes debe de hacerse cada ocho días, los domingos, en el pueblo de Toshié, ya por el Sr. Cura o por el Sr. Vicario de la Parroquia de San Jerónimo Aculco. Y el Sr. Fiscal don Faustino Ciriaco saldrá en el asperjes, con su 'vara', signo de autoridad en el templo".

Por el inserto anterior, se ve que no sólo se conforma el fraile de referencia en molestar a los habitantes de ese humilde pueblo sino se declara enemigo a las ideas del Gobierno cuando su deber como hombre honrado, sería dadas las condiciones por las cuales atraviesa el país y con la facilidad que tiene para hacerlo, llamar al pueblo para que preste su contingente y esté dispuesto a la defensa de honras e intereses del mismo en el caso dado de que se viera amagado por las hordas que perturban el orden de nuestra patria, y animarlos asimismo sin distinción de clases ni estados, a cumplir con un deber de patriotas apoyando y siguiendo las ideas del Gobierno constituido. Nosotros nos permitimos llamar la atención del ilustrísimo Sr. Arzobispo de México D. José Mora y del Río para que tome nota de la conducta del repetido cura.

Esta nota llama la atención por varias razones: la primera, que el padre Garza había llegado a la parroquia apenas el 2 de febrero anterior y además en calidad de cura interino, por lo que cualquier malqueriente podría haber tenido un poco más de paciencia y esperado algunos meses más a que fuera relevado del cargo. La segunda, que el único de los "atropellos" que se especifica es el de haber recomendado a sus feligreses de Toxhié que se casaran para no verse obligados por la leva a prestar servicio en el Ejército (que entonces combatía, en el norte, a Pascual Orozco, y en el sur, a Emiliano Zapata). La tercera, que tras una supuestamente respetuosa petición al arzobispo se esconden expresiones del más rancio anticlericalismo, como "el odiado cura" o el calificativo de "fraile", cuando obviamente no lo era. La cuarta, que los remitentes supieron exactamente a quién enviar su queja, pues el Diario del Hogar era un férreo defensor del gobierno de Francisco I. Madero y la noticia de que un sacerdote saboteaba el reclutamiento (por los únicos medios a su alcance, por cierto) era material muy aprovechable por esa publicación para señalar la deslealtad de quienes no compartían su adhesión al maderismo.

Quizá sea mucho especular acerca de la identidad los aculquenses remitentes de la carta al Diario del Hogar, pero ¿quién era el principal maderista de la época en nuestro pueblo y por ello podría haberle disgustado más la recomendación del padre Garza? Pues don Macario Pérez Jr., cuñado del propio presidente Madero.

Por lo demás resulta curioso -e interesante para nosotros, aunque quizá no para los lectores de entonces- que el gacetillero decidiera incluir en la transcripción de la carta del padre Garza la parte que se refiere al asperjes (un rezo de introducción a la misa que se acompañaba con aspersión de agua bendita) y la participación en ese acto del fiscal del pueblo con su vara de mando, "signo de autoridad".

La nota del Diario del Hogar produjo, por supuesto, gran enojo en Aculco entre quienes no veían mal al padre Garza. Así, un grupo de ellos respondió con una carta dirigida al periódico que apareció publicada también en el diario católico El País, el domingo 7 de abril de 1912, con el título "En defensa de un sacerdote". Esta carta decía:


Señor Director del "Diario del Hogar"

C. de Méjico, D.F.

Aculco, E. de Méjico, 4 de abril de 1912.

Muy respetable señor:

El día 24 del pasado, domingo y por lo tanto día de precepto para todo católico, para oir la santa misa, todo Aculco se hallaba representado en nuestro templo y en las dos misas de 6 a.m. y 11 a.m., que tocó por turno celebrar a nuestro respetable párroco el señor cura don Santiago Garza Treviño, nos habló en su sermón o conferencia religiosa, sobre el respeto que debemos guardar a las leyes de nuestra patria, de nuestro Estado, de nuestra jefatura y de nuestro municipio, con tal claridad que nadie dejó de comprender la importancia de su predicación, y como cada ocho días o cuando él cree oportuno, nos exhorta al cumplimiemto de nuestros deberes como católicos y como miembros de una sociedad culta, nos agrada, y con mayor gusto concurrimos a nuestro templo.

Todos los vecinos de esta municipalidad somos católicos y nos preciamos de respetar a nuestros sacerdotes, a nuestro párroco y a su vicario, por esta razón nos sorprendió a muchos, a los que formamos el centro de Aculco, nos sorprendió ver en el "Diario del Hogar" el día 29 del pasado, un artículo en el cual quiere tergiversarse la sana intención del señor cura Garza Treviño, en lo que nos promueve, contra cuyo artículo protestamos todos los caballeros de esta población, pues en lo que inicia o nos ordena nuestro párroco, reconocemos que lo anima el mejor propósito para nuestra cultura, para nuestra piedad, para nuestro bien.

Semejante artículo nos ha escandalizado porque es indudable que quien los inspiró, o no es de Aculco o ha olvidado sus principios de cristiano, pues Aculco se precia de ser católico, y repetimos, protestamos contra semejante escándalo, haciendo público nuestro respeto al señor cura don Santiago Garza Treviño.

Reconocemos en la permanencia de nuestro párroco en Aculco la voluntad de Dios, hecha palpable con la disposición de nuestro Ilmo. señor Arzobispo de México, el señor doctor don José Mora y del Río.

Tenga usted la bondad de conocernos como sus afectísimos y seguros servidores que con gusto damos a usted las gracias si se sirve ordenar se publique en su respetable diario esta rectificación en favor de nuestro párroco.

Cirino María Arciniega, José María Alcántara, Abraham Ruiz, Jesús Silva.

Con esta carta y la anterior, podemos imaginar lo que probablemente ocurrió: El padre Santiago Garza Treviño habría planteado a sus parroquianos la amenaza potencial del reclutamiento, pero no lo habría hecho con el fin de impulsarlos a inclumplir con un "deber patriótico" de acudir a combatir las "hordas que perturban el orden de nuestra patria", como aseguró el Diario del Hogar, sino más bien con la intención de presionar a aquellos que vivían amancebados "para que se casen y vivan como Dios manda", frase que parecería guardar, con sutileza, esa intención.

¿O no?

Porque ciertamente el padre Garza Treviño -originario de Tamaulipas y hermano de otro sacerdote, de nombre Norberto- no era por lo visto muy dado a permanecer largo tiempo en ninguna de sus parroquias, pues antes de llegar a nuestro pueblo había sido en 1901 cura de Ocuilan, en 1905 segundo vicario del Santuario de los Remedios (donde construyó el arco de entrada al trio y elaboró el reglamento de la asociación religiosa vinculada al recinto) y en 1908 párroco de Naucalpan. Y esa poca estabilidad puede ser un indicio de desavenencias constantes con sus feligreses o con la autoridad civil. De hecho, el sacerdote pasó también fugazmente por Aculco (como correspondía ciertamente, más allá del escándalo, a lo temporal de su nombramiento) pues fue sustituido el 25 de abril por el Pbro. Luis Ignacio Montes de Oca, partiendo enseguida a hacerse cargo de la parroquia de Chalco. Justamente en este sitio, asediado constantemente por los zapatistas, el padre Garza Treviño -por buenas razones o no- nuevamente se manifestó en contra de las acciones del ejército maderista:

Para octubre de ese mismo año [de 1912] el gobierno había retomado el control político y militar de la región. El número de soldados que habían llegado a Chalco fue tan numeroso que hubo problemas para instalarlos y ocasionó molestias a los lugareños. Tal fue el caso del presbítero Santiago Garza Treviño, quien al solicitarle el jefe político permiso para instalar sus tropas en el curato, con altanería y palabras injuriosas se negó ha acceder a tal petición. (Anaya Pérez, Marco Antonio, Rebelión y revolución en Chalco-Amecameca, Estado de México, 1821-1921: Sublevación campesina en la Sierra Nevada, INEHRM, México, 1997, p. 125)

En suma, sí existen indicios de que el padre Garza Treviño fue desafecto al maderismo. Las pruebas, sin embargo, son de alguna manera circunstanciales pues en el primer caso pudo tratarse tan sólo de un esfuerzo pastoral y en el segundo pudo haberse debido al disgusto por imaginar su propia casa ocupada por la soldadesca. Como haya sido, con este texto, junto con el que antes publiqué acerca del padre Antonio Martínez Infante, sólo he querido hacerles notar que los disgustos de la feligresía con sus sacerdotes no son en modo alguna cosa reciente, sino que han existido en todas las épocas y en todos los lugares, e incluso recientemente lo hemos visto así en Aculco. Cuando estos asuntos se ven con algo de perspectiva histórica, encontramos que con frecuencia partidarios y adversarios tienen su parte de razón. Por eso ayuda mucho, antes de tomar un bando, imaginar cómo será contada una historia así en cien años y de qué lado nos queremos ver; quizá lo mejor sea sólo ser espectador.

sábado, 1 de octubre de 2016

Don Antonio Martínez Infante: el cura alegre, generoso... y escandaloso

El bachiller don José Antonio Martínez Infante fue uno de los sacerdotes más conspicuos entre los que ocuparon la parroquia de Aculco en el siglo XIX. Durante ocho años, entre 1819 y 1827, fue cura del lugar y se distinguió por su alegría y generosidad, pero al final de esta etapa fue seriamente cuestionado por buena parte de sus feligreses, por lo que se vio obligado a salir de Aculco y defenderse ante el arzobispado de México.

No sabemos mucho sobre su vida anterior a su llegada a nuestro pueblo, tan sólo que probablemente era originario de Toluca -donde su hermano Francisco tenía una botica- (1), que en noviembre de 1809 la Real y Pontificia Universidad de México lo eligió consiliario canonista (2) y que hacia 1817-1818 era cura del pueblo de Xochicoatlán, situado en el actual estado de Hidalgo, cerca de Molango (3). Fue a principios de enero de 1819 que su predecesor en Aculco, el bachiller Pablo García (gran enemigo de los insurgentes) dejó la parroquia y el 31 de enero Martínez Infante tomó posesión de su nuevo curato (4).

Los libros parroquiales de Aculco dejan entrever a un hombre metódico en sus tareas, enérgico, mucho más ordenado al llevar los registros de bautismos, matrimonios y defunciones que los sacerdotes que le antecedieron. A don Antonio le tocó vivir la transición entre las épocas del Virreinato y del México Independiente, y con alguna frecuencia lo vemos aparecer en antiguos documentos que se refieren a sucesos públicos de su tiempo. Por ejemplo, cuando todavía bajo dominio español, al ser jurada la Constitución de Cádiz a las doce del día 28 de septiembre de 1820 por el pueblo y autoridades de Aculco, los representantes de las antiguas "repúblicas de indios" (que a partir de ese momento ya no serían tales, sino ciudadanos como el resto) solicitaron al cura continuar cubriendo las contribuciones parroquiales como lo hacían desde tiempos antiguos, pues resultaban menores que los derechos que pagaban a la Iglesia los mestizos, criollos y peninsulares. Don Antonio Martínez Infante lo concedió como lo pidieron. (5) También fue importante su participación en los grandes festejos por la Consumación de la Independencia en diciembre de 1821, que ya a hemos reseñado en otra entrada del blog. En esa ocasión, para celebrar la misa solemne del día 12:

A las diez de la misma se reunió el Ilustre Ayuntamiento en cuerpo y, precedido de la música, de dirigió a la Iglesia Parroquial donde lo salió a recibir el Venerable Clero con sobrepelliz, cruz y ciriales, conduciéndolo a sus bancas que estaban adornadas al intento. Luego que pasó el Evangelio, subió el Señor Cura Párroco don Antonio Martínez Infante al púlpito, en donde explicó la grandeza del Plan de Iguala, la utilidad y beneficios de nuestra religión, independencia y unión, las admirables y nunca bien ponderadas virtudes de nuestro Serenísimo Señor Almirante de Mar y Tierra don Agustín de Iturbide, con otras exhortaciones anexas al día, en que brilló su celo y patriotismo a favor de la justa causa, concluyéndose la función de iglesia a las doce del día, saliendo el venerable clero a dejar al Ayuntamiento hasta las puertas del templo. (6)

A las cinco de la tarde del mismo día se procedió al juramento del Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba, comenzando con el paseo del estandarte, que llevaba enarbolados ambos documentos, por las calles del pueblo:

El Alcalde ofreció el estandarte al Señor Cura, quien lo admitió a nombre de la religión, y asido de el con la mano derecha y el Alcalde con la izquierda se continuó el paseo por las calles que estaban dispuestas al efecto, que son las nombradas Estación Mayor. Concluido se dirigieron a un tablado que al propósito estaba formado de antemano en la Plaza Mayor [...] Colocado en él el Ayuntamiento con todo el Cuerpo Eclesiástico, pronunció el Primer Alcalde estas palabras: Fiel Pueblo de Aculco, es llegado el día de nuestra felicidad, nuestro Almirante nos ha puesto en libertad, rompiendo las cadenas de la esclavitud que nos oprimían, en cuya vista prestó el Juramento el Pueblo con demasiadas demostraciones de Júbilo y con arreglo al Bando; lo mismo fue repitiendo en los cuatro frentes en los que se tiraron algunas monedas, pero el Señor Cura, después de haber tirado lo que traía, mandó traer de su casa platos de plata y en demostración de su júbilo se los arrojó al Pueblo.

Pero México era entonces un país muy inestable y sin duda el cura Martínez Infante se apresuró demasiado al desprenderse de su vajilla de plata. Porque si en 1820 había jurado la Constitución de Cádiz que restablecía la monarquía española constitucional, y en 1821 el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba que creaban el Imperio Mexicano independiente de España, tres años después, el 7 de noviembre de 1824, juró también la Constitución republicana federal de 1824 en la portería de las casas curales, cantó un Tedeum y él mismo pronunció un discurso "análogo a las circunstancias". (7)

En 1827 una acusación llegó a las oficinas del Arzobispo de México: Antonio Martínez Infante escandalizaba a sus feligreses por ser dado a la bebida, a cantar tocando la guitarra o la vihuela, y por vivir con una mujer de nombre Dolores con quien había tenido una hija, aunque al parecer "ya sólo vivían en la misma casa como amigos". Se aseguraba, además, que el cura había descuidado el culto, que cobraba en exceso los derechos parroquiales e incluso se dudaba se la validez de sus misas y de los sacramentos que había administrado en estado de embriaguez. En suma, que era un pésimo ejemplo para los habitantes de Aculco.

Las acusaciones debieron parecer suficientemente graves al provisor del Arzobispado, pues ordenó que el cura se separara de su parroquia y se presentara en la Ciudad de México para dar espacio a las investigaciones sin que su presencia intimidara a los acusadores. Lejos de hacerlo así, el sacerdote permaneció en Aculco, escribió una carta argumentando su defensa y organizó a los vecinos que le eran favorables, así como a las autoridades civiles de Jiloetepec para que atestiguaran a su favor:

En carta al provisor, explicó que hacía cuatro años se había granjeado el odio de muchos de sus feligreses por haber defendido de la muerte a un español que perseguían en la localidad. Después, otro tanto pasó cuando ayudó a un campechano, «defendiéndolo del despotismo y arbitrariedad» de unos vecinos que —confundidos por su acento porteño— «le atribuyeron alistados de emisario, gachupín, escoses [escocés, es decir, masón del rito escocés], hasta el grado de conseguir orden para ponerlo preso". No dejaba el cura de mencionar que sus feligreses le adeudaban ya unos cinco mil pesos. También expresaba Martínez al provisor que se había puesto en contacto con la «parte sana» del pueblo y recogido una representación a su favor por tales personas, pero temía que su defensa causaría asimismo la «denigración al estado eclesiástico pábulo para nuestros contrarios». Martínez había solicitado astutamente al alcalde constitucional primero de Xilotepec, sede de la subprefectura, una constancia a su favor, que éste elaboró mencionando la cumplida labor pastoral del cura así como «la general estimación de sus feligreses» y las notables «virtudes patrióticas que tiene acreditadas a toda prueba».(8)

El provisor, molesto, ordenó nuevamente al cura que se presentara en la capital. Esta vez Martínez tuvo que obedecer y dejar como encargado al padre Mariano Mendoza pero, la víspera de su partida, salió por las calles de Aculco a «correr gallo», armado y acompañado por músicos: «se pasaban los músicos a cantar versos de despedida en las casas de los amigos del señor cura y a cantar versos irritantes en las casas de los que cree [el cura] ser sus enemigos» (9).

La defensa de los vecinos de Aculco que se mantuvieron fieles al cura Martínez y solicitaban su restitución aseguró en sus "representaciones" dirigidas al provisor y al gobernador de la mitra, que las acusaciones provenían sólo de unos cuantos. Que durante nueve años el cura había dado «incontestables pruebas de amor paternal» tanto en el aspecto espiritual (promoviendo el culto y las cofradías) como en lo material (evitando las limosnas y aportando dinero para el pago de materiales y operarios que llevaban a cabo la compostura del campanario de la iglesia y casas curales). El cura, además, permitía según afirmaban que los derechos parroquiales se cubrieran según la preferencia de cada vecino de atenerse a la costumbre o al arancel (o incluso lo hacía gratuitamente), lo que coincide justamente con lo que mencionamos líneas arriba. Y hasta que, durante la Guerra de Independencia, había dado su apoyo a los independentistas. Sus defensores, con todo, no eran ciegos a sus faltas: «No por esto aseveramos -escribieron- que la conducta de nuestro cura sea del todo irreprensible, porque al fin es hombre, pero sí que la pública o ya sea en razón de su ministerio o ya en la que pertenece a su persona es honesta y nada escandalosa; mas en la privada no tocándonos su inspección nada tenemos que expresar»" (10).

Ya ante las autoridades del Arzobispado, don Antonio Martínez Infante fue interrogado y pudo defenderse personalmente de las acusaciones, comenzando por la de embriaguez:

Admitió sin dificultad su cercanía con el alcalde primero del pueblo y y su desenfadada socialización con la ayuda de una buena provisión de vinos en la anterior cena de Nochebuena, denostada por sus contrarios. Era "la cena que es uso corriente entre los de su clase con los licores correspondientes". Bueno, quizá un poco más, porque la reunión empezó a las ocho y la cena no la hizo hasta las diez de la noche, de modo que en el Ínterin hubo «música y brindis de bebida entre tanto [-] comenzó la cena [-] de aguardiente[,] vino y licores como correspondía a la casa de un cura generoso". Desde luego que él también bebía, pero negaba los desmanes que después se le achacaban durante la misa de gallo. Asimismo, negaba actos indecorosos durante otros servicios religiosos o los atribuía a contingencias accidentales. Pero sí admitía su afecto por la bebida y asentaba que no en una sino en muchas ocasiones había ido a caballo a «la trastienda de la vinatería a tomar un trago de aguardiente como lo hacen los caballeros que por sus enfermedades acostumbran usar de esa bebida». Que quizá a veces ni siquiera se apeaba del caballo para echarse una copa; no recordaba bien pero «no sería dificultoso que así lo ejecutara».

A la pregunta sobre el escándalo público la noche anterior a su salida hacia la Ciudad de México y su relación con la señora Dolores,

Admitía Martínez asimismo que la noche anterior a su partida de Aculco para México salió a las calles con María Dolores y con su amigo José María Rodríguez, cantando y con una vihuela, "pero sin el desorden que en sí envuelve la pregunta" que se le formuló. Iban en dirección a la casa del alcalde primero para divertirse, motivo por el cual llevaban una vihuela. Por su parte, él no sabía nada de gente armada en esa ocasión. Martínez admitía que vivía con María Dolores desde "hace catorce años con el único motivo de sacarla de la mala vida que padecía con sus deudos". Si bien tuvo una hija con ella al principio de su relación, en la actualidad su estado era "honesto" (11).

Pese a la rapidez con que don Antonio fue relevado de su parroquia, todavía a mediados de 1830 el asunto seguía sin resolverse. Sabemos que don Antonio continuaba vivo en 1832, pero desde ahí perdemos todo rastro sobre su vida.

Permítanme que en esta ocasión no agregue mayores conclusiones sobre esta historia. En estos tiempos en que la vida privada de cada uno de nosotros puede quedar expuesta en cualquier momento debido a la difusión que permiten los medios de comunicación, internet y las redes sociales, creo que a cada quien corresponde reflexionar sobre el derecho a la privacidad que reclamaba el sacerdote y que defendían sus partidarios. También, vale la pena considerar que, como decían estos vecinos de Aculco de principios del siglo XIX, don Antonio "al fin era hombre" y por tanto sujeto a errores, conductas reprensibles y malos hábitos, como todos nosotros. El estado sacerdotal no supone que se sea inmune a ellos; es una ingenuidad creerlo así y una tontería rasgarnos las vestiduras cuando vemos que un cura, como cualquier ser humano, es también pecador.

 

NOTAS

(1) AGN, Tierras, vol. 2857, exp. 3.

(2) Carreño, Alberto María, Efemérides de la Real y Pontificia Universidad de México, UNAM, México, 1963, p. 837.

(3) Zúñiga y Ontiveros, Mariano José, Calendario manual y guía de forasteros en México para el año de 1818, México, En la oficina del autor, 1817, p. 101.

(4) "México, México, registros parroquiales, 1567-1970," database with images, FamilySearch (https://familysearch.org/pal:/MM9.3.1/TH-1-12983-8212-16?cc=1837908 : 20 July 2015), Aculco de Espinosa > San Jerónimo > Bautismos de hijos legítimos 1811-1825 > image 248 of 508; parroquias Católicas, Estado de Mexico (Catholic Church parishes, Estado de Mexico).

(5) AHMA, Actas de Cabildo del Ayuntamiento de Aculco, 1820. Una situación parecida habían sufrido los pueblos de la zona debido a las campañas de secularización de los conventos en la década de 1750, pues hasta entonces mantenían cierto arreglo con los frailes para cubrir su manutención sin pagar estipendios por los sacramentos. Por ejemplo, los habitantes de los pueblos de la parroquia de Santa María Amealco que habían pertenecido antes a la jurisdicción de Aculco afirmaban que en aqyella época habían recibido ejecutoria a su favor para arreglarse a arancel sin obligarlos a servicios, pero su nuevo cura se negaba a cumplir con ello. Las autoridades del arzobispado le dieron la razón a los feligreses. María Teresa Álvarez Icaza Longoria, “Los curas en el Arzobispado de México, 1749-1765”, en Felipe Castro Gutiérrez e Isabel M. Povea Moreno (coordinación), Los oficios en las sociedades indianas, México, UNAM, 2020, p. 352.

(6) Archivo Histórico del Estado de México. Intendencia de México. 1821, Caja 24. EXp. 24. Fojas 81-84v.

(7) AHMA, Actas de Cabildo del Ayuntamiento de Aculco, 7 de noviembre de 1824.

(8) Todo este asunto se encuentra recogido en Archivo Histórico del Arzobispado de México (México), Episcopal, Provisoriato, Autos contra eclesiásticos, caja 17, exp. 18: »Expediente instruido contra el párroco juez eclesiástico de Aculco D. Antonio Martínez Infante, 1827». No he tenido acceso directo al documento, sino a través de Connaughton, Brian, "Los curas y la feligresía ciudadana en México, siglo XIX", en Rodríguez O., Jaime E. (coordinador), Las nuevas naciones: España y México, 1800-1850, Fundación MAPFRE, 2008, p. 241.

(9) Idem, pp. 253-254.

(10) Idem, p. 254.

(11) Idem, p. 255.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Y así se desdibuja la magia de Aculco...

Permítanme que, después del texto publicado en este blog hace unos días -que desbordaba entusiasmo por la existencia todavía de sitios poco conocidos, recónditos y bien conservados en Aculco- regrese ahora al pesimismo acerca de la preservación de su patrimonio arquitectónico. Porque a veces resulta más util señalar lo que está mal, lo que se pierde o daña, para crear conciencia de la constante dilapidación de una riqueza cultural que ha sido incluida en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO.

Esta portadita de piedra blanca da acceso a un inmueble ya reseñado aquí, en el texto "La otra alberca", situado en el número 10 de la calle de la Corregidora. Aunque el edificio en su conjunto se hallaba en muy mal estado, por lo menos conservaba su integridad y originalidad. Pero hace casi un año el propietario decidió colocar una nueva puerta que sustituyera a la muy maltrecha que estaba ahí, que de tan deteriorada había dejado de servir para su fin. Y, seguramente por razón de la poca altura de esa entrada, procedió a "recortar" las piedras que formaban su gracioso dintel curvo para dejarlas en recto. Como remate de la poco pulcra y destructiva intervención, quedaron ahí las plastas de cemento manchando la piedra blanca de las jambas y del resto del dintel.

Ante lo pequeño del detalle patrimonial que se ha perdido con esta intervención, algunos creerán que exagero al lamentarme por ello. Quizá piensen esa portada de piedra blanca es muy secundaria o poco visible. O que el sentido práctico obligaba a recortarla. O que el daño es muy menor. O que, en todo caso, resulta relativamente fácil reconstruirla. Pero déjenme recordarles cuatro cosas. La primera, que estos detalles forman parte significativa de un conjunto urbano que está en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO y su conservación debería estar asegurada. La segunda, que el patrimonio arquitectónico de Aculco no es tan grande como para que podamos considerar a estas pérdidas poco importantes: en realidad, es la suma de estos detalles patrimoniales sencillos lo que da valor al conjunto urbano aculquense. La tercera, que siempre existirán alternativas que no signifiquen destrucción. Y cuarta, que una de las características de un bien del Patrimonio Mundial es su originalidad: si se trata de una reconstrucción su valor nunca será el mismo. Lo perdido, perdido está. Y esto ya se perdió.

martes, 27 de septiembre de 2016

Aculco recóndito

Si tuviera que elegir una sola ruta para mostrar a algún visitante, en un recorrido breve, el Aculco auténtico, el Aculco de siempre, seguramente escogería alguna que tomara en cuenta la Plazuela Hidalgo, desde la entrada norte del atrio de la parroquia hasta la calle de Morelos. Porque ahí, salvo por los automóviles estacionados que suelen bloquear sus callejuelas, un transformador que nunca debió ser colocado ahí y algún letrero de dimensiones algo excesivas, la imagen urbana de este sitio permanece casi intacta desde hace cerca de medio siglo.

Las casas que forman este pequeño y agradable conjunto representan perfectamente la personalidad de nuestro pueblo, y casi no parece faltarle nada: un pequeño jardín con jacarandas, irregulares callecitas empedradas en declive, un monumento al Padre de la Patria, un sencillo portal con su tienda, tejados, balcones de cantera y piedra blanca, una hermosa portada del siglo XVIII con la virgen de Guadalupe en la clave y los anagramas de María y Jesús a sus lados, escalinatas, una entrada al atrio con sus remates neoclásicos...

Pero si hacia la plaza estas casas muestran a todos su sencilla e intacta belleza, sus interiores son en gran medida desconocidos para la mayoría de los aculquenses. Excepción de esto es quizá sólo la casa que durante muchos años albergó la panadería La Guadalupana, de don Félix Herrera, y que hoy es sede del Comité Municipal del PRI, y aún así creo que no han sido muchos quienes han pasado más allá del patio, hacia donde se encuentran sus hornos y corrales. En fin, no vamos a hablar hoy de esa interesante casa, sino de otra a la que yo nunca he podido acceder y que sólo en dos ocasiones, por haber estado la puerta abierta, he podido entrever.

Esta casa se sitúa en uno de los puntos más recónditos del centro de Aculco: en la bajadilla que conduce de la Plazuela Hidalgo al atrio, justo entre la casa de la panadería y la que actulamente alberga a Alcohólicos Anónimos, uno de los pocos callejones peatonales que quedan en el pueblo. Antiguamente formó una sola propiedad justamente con la casa de los Alcohólicos Anónimos, aunque fueron disgregadas por lo menos desde el primer tercio del siglo XX. Estas casas fueron propiedad de la familia De la Cueva y en la que ahora nos interesa vivió don Alfonso, de ese apellido, con su segunda esposa, la señora Benita Mondragón Buenavista y su hijo Salvador.

La propiedad lleva el número 3 de la Plazuela Hidalgo. Su fachada es de dos plantas, con un pequeño acceso en arco al lado derecho formado por sillares de piedra blanca y cantera rosa -una mezcla que, como veremos es frecuente en ella-. Al lado izquierdo se abre otra entrada de menor tamaño y calidad, pero con dintel monolítico. La planta alta tiene dos balconcitos que no se sitúan a eje de los vanos de la planta baja. En ellos hay que advertir que su dintel es también monolítico y de cantera mientras que sus jambas lo son de piedra blanca y el repisón es igualmente de cantera rosa.Sus medias rejas de fierro llevan adornos de plomo muy al uso del siglo XIX. En todo lo alto se observan los restos de un alero o tejadillo que ha caído.

Pero, como les decía, lo interesante para mí fue poder ver por segunda vez en mi vida, apenas el pasado 17 de septiembre, el interior del patio y, por primera vez, fotografiarlo. Creo que no exagero al decir que este patio, tal como se le puede admirar desde la calle, es uno de los sitios de mayor hermosura y más desconocidos en Aculco. Su rústica sencillez, lo pequeño de su extensión, su nada elaborada decoración, la sinceridad de sus materiales, hacen que rebose autenticidad, verdadera personalidad aculquense. Dan ganas, como escribió el poeta español Gustavo Adolfo Bécquer, de colocar aquí un letrero que diga: “En nombre de los poetas y artistas, en nombre de los que sueñan y de los que estudian, se prohíbe a la civilización que toque a uno solo de estos ladrillos con su mano demoledora y prosaica”... y no sólo a este patio y a esta casa, sino al callejón y a la plazuela entera.

Quizá alguno se sorprenda de mi entusiasta elogio a esta construcción, por otra parte tan sencilla. Pero es que justamente la "magia" de Aculco reside más en estos lugares originales y auténticos, que en otros ya prostituídos por el comercio o el turismo, o alterados por el simple uso de materiales modernos para "remodelarlos".

En fin, aunque probablemente la fotografía hace innecesaria cualquier descripción, quiero hacerla por simple gusto. Como se observa, el oscuro "pasadizo" o cubo del zaguán se abre al pequeño coredor con un arco de piedra blanca apoyado en capiteles de cantera que se asemejan al orden toscano, pero sin el collarino (lo que refuerza su rusticidad). El patio se rodea de corredores arcados, pero tan breves que los que dan hacia el oriente y poniente tienen un solo arco, mientras el del norte tiene apenas dos. Se apoyan todos estos arcos en capiteles iguales a los ya descritos, que coronan sendos pilares de piedra blanca. Sólo uno de los pilares -el intermedio en el corredor norte- tiene sus ángulos achaflanados. Este mismo corredor norte es el único cerrado con un pretil. Los arcos, todos también de piedra blanca, resultan ligeramente irregulares: mientras el del cubo del zaguán es de medio punto, el del corredor poniente parece elíptico y el del corredor oriente ligeramente ojival, aunque asimétrico; parece tratarse más de impericia de su constructor que de algo intencional, pero el resultado es muy agradable.

Ojalá cuando pasen por aquí tengan algún día la suerte de ver abierta la puerta y admirar el patio. Algo difícil como puedo testificar, pero no imposible.

lunes, 19 de septiembre de 2016

El Puente Colorado, remozado

En diciembre del año pasado critiqué en este blog el lamentable estado en que se encontraba el Puente Colorado: cubierto de grafiti, con daños en la mampostería de sus pretiles y, en general, con un aspecto descuidado y decadente. Algo en verdad lamentable pues este puente histórico es uno de los elementos patrimoniales de más valor en nuestro pueblo, que lo liga además directamente con su carácter de sitio del Patrimonio Mundial de la UNESCO como parte del Camino Real de Tierra Adentro.

Por fortuna, las autoridades municipales se ocuparon pronto de reparar los daños y dignificar el Puente Colorado. No había tenido oportunidad de ir antes al lugar, pero aproveché estos días patrios para darme una vuelta por ahí y tomar algunas fotografías que hoy quiero compartirles. Debo decir también que me animó a constatar estas reparaciones el comentario al respecto que me hizo la presidenta municipal Aurora González Ledezma en una breve conversación el pasado 8 de septiembre; porque, si a veces soy muy rápido para la crítica, lo justo es también reconocer cuando nuestras autoridades demuestran su interés por conservar estos vestigios de nuestro pasado. Vestigios que, como lo he dicho otras veces aquí, son el principal atractivo de Aculco y lo que lo hacen realmente "mágico".

Pues bien, veamos las fotografías:

Como se puede observar, el remozamiento del puente se hizo bajo un criterio de mínima intervención, lo que considero sumamente adecuado ya que no se trata de una restauración propiamente dicha. Es decir: se borró completamente, por ejemplo, el grafiti, se limparon los muros y se completaron los faltantes de mampostería de piedra blanca con los mismos materiales originales, se retiraron las yerbas que crecían en la calzada y se reparó totalmente el empedrado, incluso se repintó el lomo de toro de los pretiles. Pero todo esto sin intentar llevar las reparaciones más allá de lo sensato, sin tratar de borrar la huella de la historia en sus muros, sin querer dejarlo "como nuevo", sin tratar de jugar al restaurador cuando no se es, ni se conoce su trabajo. Simplemente, hacer lo necesario para asegurar su conservación. Algo totalmente opuesto, por ejemplo, a la desafortunada remodelación de los Lavaderos Públicos que se hizo en 2007, que prácticamente les arrebató su valor histórico.

En fin, este remozamiento del Puente Colorado, con todo lo sencillo que pueda parecer, merece un elogio. Ojalá todas las pequeñas reparaciones que necesita cada vez más nuestro pueblo, tanto en sus edificios públicos como en los particulares que forman parte de su patrimonio arquitectónico, se llevaran a cabo siguiendo criterios parecidos. Salvo en sitios específicos (como la parroquia y el convento), más que necesitarse en realidad grandes obras de restauración, lo necesario es sólo buen sentido al acometer obras, interés por conservar lo que forma la personalidad de Aculco y algo de buen gusto. Tal como lo hicieron nuestros padres, abuelos y bisabuelos y que, extrañamente, muchas veces no somos capaces de hacer nosotros hoy.

jueves, 15 de septiembre de 2016

Las fiestas patrias de septiembre de 1944

Hace algunas semanas les hablé de la novela Sola (1954) -escrita por la catalana María José de Chopitea Rossell- que retrata de manera novelada los meses que pasó en Arroyozarco en la década de 1940 por invitación del jefe de la brigada de la Comisión Nacional de Irrigación que ocupaba el viejo Hotel de Diligencias. A quienes no hayan leído en este blog la entrada dedicada a presentar esta novela, les sugiero que la lean ahora, por lo menos la parte introductoria y la conclusión, que pueden encontrar aquí bajo el título El ejido de Arroyozarco en la década de 1940 (versión novelada).

Pues bien, aprovechando la coincidencia con estos días festivos retomaré aquella narración justo cuando se refiere a las fechas patrias. Para ilustrar el tema, ya que no poseo imágenes de la década de 1940, utilizaré algunas de las décadas de 1950 y principios de la de 1960, que sin duda les parecerán interesantes, o por lo menos curiosas.

Pues bien, sucede que "Montserrat" (el nombre que adopta Chopitea como personaje de su novela) recibió autorización para organizar una escuela digamos paralela a la ejidal, que permitiera asistir a niños que no podían hacerlo en los horarios de la otra. Aquella escuela fue instalada en una bodega en la planta baja del viejo caserón arroyozarqueño y aunque empezó con apenas seis niños pronto, comenzaron a acudir varias decenas. Al mismo tiempo, Montserrat había recibido de "Poncho" (el ingeniero jefe de la brigada) una declaración amorosa primero brevemente correspondida y después rechazada, lo que empezaba a desmoronar la amistad que hasta entonces habían llevado. En fin, se acercaban las fechas patrias de 1944 y la maestra decidió organizar un festival con sus pequeños alumnos:

Como premio a su aplicación anuncié a mis alumnos que ibamos a preparar los festejos para los días patrios de septiembre. Era necesario impregnarnos del espíritu histórico de la independencia nacional, profundizar los móviles del grito glorioso en aquel 15 de Septiembre de 1810. Para poder mejor explicar, hube de remover las páginas de la historia de México, Francia y España; asimismo, la geografía interna del país para localizar, en en el mapa, los puntos principales adonde llegó el eco de aquel grito. Todo ello requería tiempo y tranquilidad, así es que ahorré la sobremesa, especialmente después de la cena y busqué un rincón donde dedicarrue al estudio. "Poncho" parecía siempre en celo, nervioso, malhumorado; me rondaba a todas horas e intentaba sorprenderme a solas; pero yo aparentaba no darme cuenta y le suplicaba que me dejara trabajar.

[...]

Ya próximos al aniversario histórico, organicé los números de la fiesta con recitaciones alusivas, fábulas y versos clásicos, bailables y canciones. Cecilia ayudó a los menores a memorizar sus parlamentos y, sobre todo, fue muy útil en los coros a varias voces, pues mi falta de entonación entorpecía la marcha y hubiera podido llevarnos al fracaso. Ella tenía una voz muy afinada y un sentido muy despierto para la música. Todo se deslizaba bien. El director y profesor de la escuela del ejido solicitó de mí la fusión de nuestros números en Su programa y, naturalmente; acepté con mucho gusto y nos pusimos de acuerdo. Eso dio un estímulo grande a mis alumnos, pues el amor propio los puso más avispados. queriendo ser los que mejor quedaran.

[...]

Llegó el día 15, aniversario del "Grito de Dolores" y vísperas de nuestra fiesta escolar. Momentos antes de la hora fijada para el ensayo general, se suscitó con "Poncho" una discusión bastante acalorada relativa a mi actitud de olvido al acercamiento amoroso surgido antes de la llegada de Cecilia. Y o le dije que aquello fué una nube de verano. pasajera; una ráfaga de amor sin fundamento. sin raíces. sin ilusión de un porvenir, y no considerándome una mujer para uno o varios ratos. había recapacitado en olvidar el incidente y encerrar los impulsos pasionales. "Poncho" no entendía de razones y, en el fuego de su indignación, me dijo que o cedía yo a su pasión o era necesario que me ausentase por unos días so pretexto de tomar mis vacaciones.

-¿Vacaciones como castigo y no como premio? Eso sí. no. Me quedo tratándonos usted y yo como lo hacíamos al principio, o me voy para siempre.

-Pues váyase y no vuelva.

-¿Qué dice?

-Lo que oye. Y se va hoy mismo mejor que si espera a mañana.

-Pero, ¿usted sabe lo que dice? En primer lugar me echa sin motivo y en segundo, es tanto como privar a mis alumnos de las fiestas patrias.

-El profesor de la escuela rural tiene preparado un festejo. Que lo celebren allí. Usted no hace ninguna falta.

-¿Qué es lo que oigo? Eso es inaudito. ¿Es su última palabra que me vaya?

-Sí: ya no la aguanto más. Váyase hoy mismo.

Salí de la oficina trastabillando; la cabeza me daba vueltas y la vista se me nublaba. Entré a mi cuarto y prorrumpí en llanto. Cecilia se sorprendió al verme en aquel estado y más aún al escuchar de mis labios estas frases:

-Debo hacer mis maletas y, a lomo de caballo, alcanzar el tren de la madrugada en Dañú. Prepara tus cosas y vete con doña Casimira. "Poncho" me echa.

-¡Debe ser una injusticia de ese hombre! Un mal entendimiento, tal vez. No creo otra cosa. Además. tú no puedes irte en este estado y corrió al encuentro del jefe de la brigada.

Regresó al punto, y me dijo:

-Dice "Poncho" que mejor esperes a mañana, que él mismo te acompañará a San Juan del Río en la camioneta.

A fuerza de ruegos logré dominar los ímpetus que, por dignidad, me animaban a partir de inmediato. De pronto, me acordé de que los alumnos me esperaban para el ensayo general.

-Corre, ve con ellos. Cecilia: diles que me siento enferma y que tú me suplirás por esta tarde. Ya mañana inventarás algo. Me iré de escondidas; pero no en la camioneta sino a caballo.

Cecilia cumplió el encargo. No obstante, el desconcierto fué notorio.

Como rayo se aparecieron, en la puerta de mi cuarto, niños y más niños preguntándome qué me ocurría. Me hice la enferma y les dije que necesitaba descanso, que regresaran al lado de Cecilia y supieran agradecer sus desvelos demostrándome, así, que eran mis amigos y que me querían tanto como yo a ellos.

No fuí capaz de acudir a la cena. En el curso de mi estancia en Arroyozarco, era la primera vez que estaba enferma. Las esposas de los ingenieros sólo se dirigieron a Cecilia para informarse más con curiosidad que con interés. Junto a la puerta de mi cuarto se instalaron en cuclillas varias mujeres, pendientes de mi estado de salud. De entre las de la cocina, hubo una que no sólo se puso a mis órdenes, sino que me obligó a tomar un té de hojas y raíces y me aplicó manteca caliente en la parte externa de la garganta y del estómago. También me hizo tomar un baño de pies, con una porción de cosas disueltas en el agua. Me atosigaron entre todas a tantas preguntas acerca de lo que me dolía que, por rehuir explicaciones, hube de inventar dolencias; pero es el caso que acabé sugestionándome de que estaba enferma y, cuando me pusieron el termómetro por orden intencionada de "Poncho", aquél marcó medio grado de fiebre.

Fingiendo pues, estar enferma, Montserrat se dispone a pasar la noche del "grito" encerrada en su habitación de Arroyozarco y pensando en salir definitivamente del lugar al día siguiente:

Convencí a doña Martina de que no era indispensable su compañía ni la de las mujeres que aguardaban, si bien agradecía mucho su gesto, tanto más siendo "noche mexicana", por lo cual no podía permitir que sacrificaran su ambiente de alegría en familia. Al fin se retiraron. Afuera se oía el estruendo de petardos y cohetes que sonaban espaciados y por distintos rumbos. Después de la medianoche todo quedó en silencio. Cecilia y yo nos dormimos.

Sin embargo, las razones de su disgusto por el altercado con el ingeniero se han difundido. Así, al amanecer del 16 de septiembre, los propios niños y los habitantes de Arroyozarco van al encuentro de "Poncho", para exigirle que la maestra acuda a la fiesta que ella misma ha preparado. "Poncho", al final, accede:

-Buenos días, ingeniero: venimos "en bola" a que nos dé razón por qué la españolita no va a la fiesta.

-Porque yo le he ordenado que no vaya.

-Pos usted podrá ordenar en días de trabajo, dentro de Ía brigada; pero a hoy es fiesta y en nada le ocupa su campamento ni tiene derecho a hacerla trabajar pa' la Comisión ni tampoco hacerla que se vaya pa México, si no es por la voluntad de ella. Y no por no rajarse de haberle dicho que sí, nos va a desoír a nosotros porque sería antes rajarse de la fiesta que ha preparado; nuestros chamacos han aprendido lo que les hizo favor de ponerles y han estrenado trapos. Usted dice, ingeniero... ¿ Va o no va la señorita a la fiesta?

La voz de aquella mujer de temple quedó por unos momentos en el aire. Se hizo el silencio. Cecilia corrió a mi encuentro:

-"Poncho" ha dicho que sí: ¡qué vayas!

No le contesté, tomé de la percha mi bata blanca, metí los brazos en las mangas y, en aquel instante, se plantó un muchacho en el umbral y me estiró de la mano:

-¡Que se venga, señorita! ¡Hemos ganado!

Me abrí paso por entre el tumulto y entré al comedor:

-¡Gracias, ingeniero! ¡Por ellos, por mis hermanos de Arroyozarco, gracias!

En el tono de mi voz no había venganza, sino ternura; pero al no oír una respuesta ni un saludo por parte de "Poncho" salí, y grité emocionada:

-¡Aquí están las llaves de la escuela! ¿Quién va por la bandera?

Las llaves me fueron arrebatadas. De nuevo levanté la voz, ya más serena.

-¡Por favor!... Los mayores pónganse a un lado y luego, se forman detrás. ¡Niños y niñas!: en dos filas. Los más pequeños delante. Por orden de alturas.

En un santiamén se formaron las dos hileras. "Chencha" se acercó a mí, con la enseña.

-¡Tomasín! Tú que luces tan majo tu traje de charro y eres el más chiquitín de la tropa, llevarás con dignidad la bandera; "Lencha" y Petrita te harán escolta. Vosotros encabezaréis el desfile, derechito hacia el ejido, todos conservando la distancia, marcando con el de enfrente, al mismo paso, con seriedad. ¡Firmes! ¡Marchen! -y haciendo un esfuerzo inaudito, por la emoción, entoné:

¡Oh Santa Bandera de heroicos carmines!,

suben a la gloria de tus tafetanes,

la sangre abnegada de tus paladines,

el verde pomposo de nuestros jardines

la nieve sin mancha de nuestros volcanes.

La caravana se puso en movimiento, las voces vibraban al aire y mezclan los tres colores de la patria. Yo no cantaba; iba regando el camino con lágrimas de mis ojos; pero iba al paso, con el cuerpo erguido y la cabeza en alto. El aire me parecía suave; el suelo. incrustado de hierbas y flores, era una alfombra blanda en la que se hundían los pies desnudos de mis valerosos zagales quienes no envidiaban, ni mucho menos, mis alpargatas blancas. El agua clara del riachuelo se deslizaba tranquila, salvando los pequeños obstáculos y puliendo las piedrecillas.

El cortejo llegó ante la escuela del ejido. Alli, nos recibieron el profesor y sus asiduos alumnos -que eran menos que los que yo llevaba conmigo, muchos de los cuales estudIaban con él a distintas horas-. Allí rompimos filas y pasamos al interior, en el lugar donde estaban dispuestos, por lotes, los trajes de papel o de manta de colores para los distintos cuadros.

Cuando se abrió el telón y dió principio el festejo, vi en las primeras filas a las autoridades del ejido y a los ingenieros de la Comisión. Mi corazón latía fuertemente y el de mis pequeños artistas creo que también. No hubo el más mínimo fracaso. Salieron airosos y, al finalizar, ellos me sacaron a escena a recibir el aplauso; entonces, yo tomé de la mano al viejo maestro, que llevaba en su cara toda la nobleza de su vocación, y aparecimos ante el público, dándonos un abrazo estrecho en presencia de todos.

El siguiente acto en los festejos consistía en el juego de basquetbol, precisamente enfrente a la hacienda de la Comisión. Fundidos los alumnos de ambas escuelas, fórmamos de nuevo dos filas, hasta el lugar del juego. Una vez allí. presenciamos 1a entrega de un balón que el propio jefe de la brigada obsequió al equipo. Pensé, entonces, en el balón que me había prometdo aquel alto jefe de ingenieros que vino de México. No sabía yo, a la sazón, que aquél cumplió su palabra y que el balón en cuestión era el que "Poncho" regalaba.

Antes e iniciar el partido, el profesor dirigió la palabra para evocar la fecha histórica y las figuras ilustres la Independencia, Una salva de aplausos se esató a los vientos y entre el chasquido de manos surgió una porra de voces que decía: "que hable la señorita. ..". Me hice de rogar, pues al cruzar mi mirada con la de "Poncho", de momento, me atemorizó la severidad de la suya; pero las voces insistían y empujada por ellas y conducida por manos que me llevaban hacia el centro, frente a la presidencia, me escuché, de pronto, improvisando una sarta de frases sentimentales, dirigida a los hijos de aquella tierra regada con la sangre de los héroes caídos en combate, en el doloroso episodio de Aculco, que no había sido estéril puesto que, a costa de triunfos y de fracasos, México logró su independencia.

Les hablé de corazón a corazón hasta ver latir los pechos y un batir de rebozos y pañuelos enjugando los rostros de mis nobles rudos amigos.

Terminé porque ya la voz me temblaba. Un nudo de lágrimas se deshacía en mi garganta, y más elocuente que mis palabras fué el apretón de manos que di en lo alto, en señal de hermandad. Pasé por en medio de los aplausos, recibiendo besos en la orilla de mi bata blanca, tan blanca, tan blanca como el cariño que me unía a aquella gente. Fuíme a sentar entre un grupo de mujeres y niños y, una vez iniciado el partido y las mentes distraídas con el juego, desaparecí sin ser advertida. A una seña me siguió un chiquillo y le dije que si era demasiado sacrificio privarlo de ver el juego por hacerme un favor.

-Es un gusto complacerla, señorita. Ordene nomás y como rayo lo cumplo.

-Ve con Tomás, el caporal de la finca [se refiere a la "Casa Vieja" de Arroyozarco, entonces propiedad de don Fernando Tornel Ricoy], y dile que, te mando a Bonito ensillado; que quiero irme para Aculco a visitar a los parientes de sus amos, pues me han dicho que está abierta la casa de allí y se encuentran reunidos celebrando las fiestas.

El rapaz corrió como flecha. Mientras, fuí a mi cuarto y me puse los avíos de charra. Me, despedí de Cecilia con un, "¡hasta luego!, si no vengo a dormir no te preocupes. Es probable que me quede en Aculco".

Y dando las gracias al cumplido muchacho, di espuelas a Bonito y arremetí a todo galope, llevándome tras de mí el asombro de todos los que asistían aún al juego de basquetbol.

Plugo al cielo que en la carrera nada se me parase enfrente, pues el coraje me hacía creer que nada era capaz de detenerme y que lo mismo hubiera sido un toro o un ocote, habría embestido de igual modo hasta desgajar lo mismo cuernos que troncos.

No hube bien andado una me una media legua cuando, a un lado del camino, frente a un jacal, vi una gran multitud de sombreros que no parecía sino una enorme sombrilla en medio de la estepa. Tiré de las riendas a Bonito y me fuí acercando al paso y de allí a poco descubrí que lo aquellas gentes reunidas hacían era presenciar una pelea de gallos. "¡Silencio!", gritaba el que hacía de juez de plaza. Al punto eché pie a tierra, amarré el caballo a un árbol y me colé entre el grupo para atender a la pelea.

Dos gallos soberbios abrían las alas y se esponjaban las plumas con hermosos reflejos de turquesa y obsidiana. Los dos a un tiempo, de sun salto se pusieron al suelo, frente a frente. En sus patas brillaban 1as navajas largas y afiladas. Las crestas, como dos banderolas rojas, se erguían sobre sus cabezas, mientras los cuellos crespos se les encorvaban y sus ojos color coral se encendían en una ferocidad casi humana. La lucha se inició: los dos cuerpos se confundieron en uno solo, con los picos y garras hundidos. Todo ocurrió en breves instantes. Los espectadores enmudecieron. Uno de los gallos se desprendió y, embestido por el otro, fue lanzado patas arriba más allá del círculo fijado. Me quedé atenta mirando cómo se cerraban sus párpados, cómo se estremecía su cuerpo bañado en sangre hasta formar un charco. Sin ser advertida de nadie, me separé del grupo, monté de nuevo y me alejé mirando el azul cielo para olvidar aquella escena espeluznante.

A eso de las cuatro de la tarde llegué al pueblo de Aculco sin la menor molestia; pero en cuanto me hube apeado, las piernas se me doblaban como si fueran de trapo. Sin embargo, no proferí queja alguna y cambié saludos con quienes me recibieron.

El pueblo estaba de gran fiesta y al poco de haberme instalado en una mecedora tras de una reja, la gente joven me estaba diciendo:

-Usted ya no se regresa. Esta noche tenemos baile, que no se puede usted perder.

-A la mano de Dios que con estas botas no habrá quien se atreva a bailar conmigo.

-Pero puede cambiarse de ropa.

-¿Cuál ropa?, si no traigo más que la puesta.

El amo de la casa intervino:

-No se apure, charrita. El mozo puede ir a caballo hasta Arroyozarco y que le traiga lo que necesite para que esté más a gusto; que si no, la vestimos con lo que haya. ¿Usted dice. españolita? ¿Se queda a la fiesta?

-Pues, ni hablar, señores. Que me traigan mis trapos. ¿A quién le hago el encargo?

Ninguno de los presentes dejó de reír al verme tan decidida. Salió el mozo con un papel escrito de mi puño, en el que pedía a Cecilia mis mejores prendas y afeites.

En comer un plato de mole y cuanto más me sirvieron, beber pulque curado y dormir una siesta, tendida boca abajo, se pasó el resto dc la tarde y con ella se fueron mis calladas dolencias.

Entre varias mujeres me plancharon mi traje de "luces", que no me había puesto desde México; en esta ocasión no me importó que fuese el de antaño y calcé mis zapatos de tacón alto.

Aquella noche bailé con los catrines de Aculco, entre ellos el "guapo" del pueblo; y, también, con los venidos de México; algunos eran charros de fama. Se armó un gran jolgorio hasta la madrugada, sin que de "Poncho" me acordara ni de otro mortal que pudiera robarme un poco de alegría.

Al otro día hubo charreada, jaripeo, coleadas, carreras hípicas, palo encebado y fuegos de artificio; todo esto rematado, al anochecer, con el gran baile en la plaza, en derredor del quiosco, animado por la banda municipal.

Terminadas las fiestas patrias lo mismo en Aculco que en todas partes, la gente desfiló a sus lugares y todo quedó tranquilo.

Así concluye la narración de María José de Chopitea acerca de las fiestas septembrinas de 1944 en Arroyozarco y Aculco. Como escribí antes, estas narraciones de la obra Sola, pese a estar naturalmente noveladas, tienen mucho de verosímil al mencionar sitios, costumbres, personas y hechos, por lo que sin duda podemos tomarlas como cercanas a la realidad y quizá todavía viva en el municipio alguien que pueda confirmar sus detalles. En fin, espero que esta crónica sirva para que, también leyendo, disfruten estos días de fiestas en Aculco.

miércoles, 3 de agosto de 2016

"Nosotros, soldados de Francia, vendimos a Maximiliano"

El antiguo edificio conocido a principios del siglo XX como El Despacho y anteriormente como Casa del Mayordomo, de la hacienda de Arroyozarco (del que ya he escrito ampliamente en este blog como puedes leer aquí), es una construcción de evidente carácter defensivo: sus altos muros apenas tienen algunas ventanas, están coronados por almenas aisladas y en sus cuatro ángulos se levantan sendos garitones para su vigilancia y resguardo. Este aspecto le viene desde su origen, ya que en él se encontraban las bodegas en las que en tiempos de los jesuitas se almacenaban los bienes procedentes de ésta y otras haciendas de su propiedad, así como los bienes que eran enviados a las misiones de California. Sin embargo, su aire militar debió subrayarse aún más a mediados del siglo XIX, cuando sirvió como cuartel de las tropas del ejército francés enviado al país por Napoleón III para apoyar al emperador Maximiliano en su trono.

Hace apenas unos años me enteré de que el interior de este inmueble guardaba justamente un singular testimonio de su uso como albergue de aquellos soldados entre los años de 1864 y 1867: una serie de extraños grafitis en el muro que da al patio de la gran troje que forma su crujía norte. Y es ahora, gracias a las fotografías que amablemente me proporcionaron Alejandro Molina Osornio, Lázaro Frutis e Isis Isidoro, tras su visita al lugar el pasado 20 de julio, que he podido analizarlos con más detalle, aunque por su estado de conservación y lagunas estoy muy lejos todavía de comprender totalmente su sentido.

El texto central de estos grafitis parece ser uno escrito en francés sobre el que posteriormente se pintó con pintura roja el fierro de marcar ganado de la hacienda (que combina una A con una Z). En su parte legible este texto dice así:

Nous soldats de la France vendu a Maximillien

On nous prends pour des indiens de la France

La [...] de no[tr]e Liberté vien [...] et on dira [que] [...]

El texto prosigue, pero únicamente es posible leer algunas palabras aisladas y de sentido dudoso. La parte que pude transcribir arriba significaría algo cercano a:

Nosotros, soldados de Francia, vendimos a Maximiliano.

Nos consideramos indios de Francia.

La [...] de nuestra Libertad acaba de [...] y se diría que [...]

Pese a lo poco que se puede leer, podemos suponer que se trata de una especie de manifiesto que muestra el pesar y remordimiento cuando los soldados franceses recibieron, a principios de 1867, la orden de abandonar México y embarcarse de regreso a Francia, dejando aquí al emperador en manos de sus enemigos, ya que su propio comandante, el mariscal Aquiles Bazaine, había obstaculizado la formación de un ejército imperial mexicano que habría podido sostenerlo.

Es posible que este texto haya estado firmado en la parte inferior, pues los restos que quedan ahí parecen indicarlo. Sin embargo, sobre esas firmas se fueron escribiendo a lo largo de los años cuentas, rayones sin sentido, rúbricas, textos completos casi borrados, etcétera, que ahora hacen imposible su interpretación. Es ésta quizá la zona más repleta de grafitis, pero en toda la pared alrededor del texto central se pueden encontrar otras palabras y dibujos que aquí les muestro, como ejemplo de lo mucho que todavía queda por investigar en esos raros trazos de Arroyozarco, que esperan todavía a un buen y dedicado intérprete: