martes, 3 de marzo de 2009

La casa del padre José Canal


En el número 1 de la calle que lleva precisamente el nombre de José Canal desde 1912, en la esquina que forma con la de Matamoros, existe una de las más bellas, pero sobre todo más originales casas aculquenses. Según el dintel de una de sus ventanas data de 1899, aunque esta fecha podría referirse sólo a las modificaciones que le dieron su aspecto actual, ya que en muchas de sus partes parece remontarse, por lo menos, un siglo más atrás.

Ventana fechada en 1899

La casa pertenció desde fines del siglo XIX al padre José Canal, sacerdote de origen catalán que llegó al pueblo para hacerse cargo de la parroquia en 1886. Bien parecido, joven y rico de origen (pues su familia poseía viñedos en Cataluña), pocos creyeron que permanecería largo tiempo en un pueblo de la categoría de Aculco. Sin embargo, se quedó en él hasta su muerte ocurrida en 1906.

Don José Canal pasó a la historia aculquense por la caridad que mostró hacia viudas, huérfanos y las familias más pobres de su parroquia. Cuentan que llenaba canastos con comida y los enviaba a quienes carecían de ella sin más indicación que un simple "dile que Canal lo manda". Incluso arregló varias pequeñas casas del pueblo para que pudieran vivir en ellas las familias necesitadas. Pese a que era un amante de la cacería (en la que disparaba a las aves al vuelo y a los cuadrúpedos a la carrera, pues decía que Dios les había dado alas y patas como única protección que había que respetar), su caridad se extendía hacia los animales domésticos, que no soportaba ver maltratados.

Una vieja fotografía del padre José Canal, párroco de Aculco de 1886 a 1906.

Cuando falleció, el padre Canal legó sus posesiones, entre las que se contaban esta casa (que llevaba etonces el nombre de Casa de la Cruz), su rancho de Casellas (llamado así en honor de su pueblo, Les Caselles, en Gerona), una casa aledaña a la del Puente, así como otras propiedades a la beneficencia pública. La mala administración acabó con ellas, pero afortunadamente no con su recuerdo.

Primer sepulcro del padre Canal, en el Panteón Municipal. Sus restos se encuentran actualmente en la parroquia.

El rancho de Casellas pasó a manos de don Federico Castillo. La casa habitación de Canal -que es precisamente a la que nos referimos- fue vendida a la familia Mendoza, en cuyas manos se conservó hasta tiempos muy recientes, en que fue vendidad a don Pedro Rodríguez. Él, a principios de los años 90, la restaró con amor y cuidado, hasta el punto de traer con muchas dificultades y gastos decenas de vigas procedentes de Durango para reemplazar las ya muy dañadas de sus techumbres. De esta manera, es hoy una de las casas más esmeradamente cuidadas y respetuosas de su legado histórico en Aculco.

La casa del padre Canal, como todas las de Aculco, se desarrolla alrededor de un patio rodeado por corredores con pilares de mampostería y cubiertas de teja de barro. Originalmente sólo tenía el habitual par de corredores formando una escuadra, pero en la última intervención se le dotó de otros dos semejantes a los originales para cerrar completamente el cuadro. Bajo este patio, y con acceso a través de una trampilla de madera en una de las habitaciones, existe un interesante subterráneo con aspecto de cava, cubierto por bóvedas. Bien pudo ser ese el uso al que lo destinaba Canal, ya que su familia producía vinos en Europa e incluso él había plantado una parra en el patio de esta casa, pero las leyendas aseguraban que era sólo la entrada a un largo túnel que comunicaba con el rancho de Casellas, demasiado distante en realidad para que esto pueda ser cierto.

Debido al declive, las habitaciones estaban construidas sobre un terraplén que las ubicaba a un nivel superior al de la calle. Contaba con una sola planta, pero sobre las habitaciones existían trojes a las que daban directamente los techos de teja, y que quedaban separadas de aquellas por entrepisos de vigas y tablones. En la última remodelación, estos entrepisos se dejaron como tapancos a los que se accede por medio de escaleras desde cada habitación.

Vista general de la casa del padre Canal. Nótense las ventanillas de las trojes que se ubicaban encima de las habitaciones.

Al fondo de la casa y con entrada independiente para carros por la calle de Matamoros, estaban los corrales, bodegas y gallineros con los que solía contar toda casa aculquense. Pero lo más interesante de esta casa es su fachada principal, sobrela calle de José Canal. Hacia ella se abre un par de balcones enrejados de piedra blanca de Aculco (que corresponden a la sala) y una ventanita menor, sin marco, en la pequeña habitación esquinera que actualmente está destinada a capilla particular. El acceso principal, en el extremo derecho de la casa, tiene un hermoso marco de cantera al parecer del siglo XVIII y lleva encima una cruz que posiblemente es la que dio su nombre antiguo a la casa. A ella se accede por una pequeña escalinata que le presta especial encanto. La puerta casetonada que la cierra es parte de la restauración reciente.

Acceso principal a la casa.

Puerta de entrada al antiguo corral, sobre la calle de Matamoros.

Entre estos vanos, se levantan los siete contrafuertes ornamentales coronados por un remate mixtilíneo, que constituyen el elemento más interesante de esta fachada y que se encuentran también en la fachada secundaria. Aún cuando están construidos en la típica piedra blanca de Aculco, cosa que les permite integrarse perfectamente al entorno urbano, son en realidad únicos en el pueblo y cabe preguntarse si al edificarlos el padre José Canal tendría en mente alguna construcción de su lejana patria.

Placa que conmemora la imposición del nombre José Canal a la calle que hasat entonces se llamó Porfirio Díaz.

Vista de la calle José Canal hacia el poniente. En su trazo original, abarca sólo una cuadra entre la calle de Matamoros y la calle Juárez.

La calle José Canal se prolonga, hacia el oriente, a terrenos que hasta mediados del siglo XX eran solamente milpas y en los que ahora se encuentra el Hospital Concepción Martínez.

lunes, 2 de marzo de 2009

La casa de don Juan Lara Alva

Fachada principal de la Casa de don Juan Lara Alva, hacia la calle Juárez.

En el número 2 de la calle Juárez (hasta 1892 Calle del Águila), haciendo esquina con la del padre José Canal (que llevó el nombre de Porfirio Díaz hasta 1912), se encuentra una casa que seguramente es la más hermosa de Aculco. No fue así siempre; quizá fuera en su momento la tercera o cuarta casa de mayor interés histórico y artístico en el pueblo, pero la destrucción o mutilación de las que ocupaban los primeros lugares (la Casa de Ñadó, la Casa de los Terreros, la Casa de don Abraham Ruiz) la han ubicado en ese sitio.

ACTUALIZACIÓN 24 de octubre de 2011: La casa de don Juan Lara Alva como estaba en 1909. Obsérvese el único balcón original y los avances de una segunda planta que nunca se concluyó.

La casa después de la Remodelación de Aculco efectuada en 1974.

Tradicionalmente, la casa de don Juan Lara Alva se ha fechado en 1656, debido a que un dintel lleva la inscripción "13 de febrero de 1656 Año del Señor" (desatando las abreviaturas). Este dintel se encontraba originalmente en las cocinas de la casa, no en su emplazamiento actual.



Como todas las casas aculquenses, la de don Juan Lara Alva se desarrolla con crujías alrededor de un patio ajardinado. Alrededor de él, se levantaron los corredores en forma de L con pilares de cantera y arcos de mampostería, de una sola planta. En la crujía principal, con fachada hacia la calle Juárez, se encontraban, de sur a norte, una habitación que se introducía en el predio contiguo, el cubo del zaguán, la sala y la habitación esquinera que en algún momento sirvió como bodega y tienda. En la segunda crujía, sobre la calle de José Canal, se encontraban, de poniente a oriente, una sucesión de cuatro habitaciones, de las que la tercera era utilizada como comedor.

Vista antigua de la casa desde la plaza Juárez. Se observa la entrada a la habitación esquinera y el nicho vacío de la esquina.

El costado oriente del patio estaba limitado por un cuerpo de construcción que constaba de dos plantas de poca altura. En la parte inferior se encontraban las cocinas y el pasadizo que llevaba a los corrales. La planta alta la ocupaba una vasta troje con techo plano de viguería y terrado, como el resto de la casa. En su costado sur, cerraba el patio un alto muro divisorio con la casa vecina, que correspondía a una enorme troje.

Vista antigua, desde el campanario de la parroquia, de la casa de don Juan Lara Alva y la casa de Juárez no. 4, antes de que fueran unidas.

A fines de los años de 1960 y principios de los 1970, el Dr. Juan Lara Mondragón adquirió esa misma casa vecina, que había sido propiedad de don José María Basurto, y unió los dos predios de Juárez números 2 y 4. Aprovechando la circunstancia de que en aquel tiempo la hermosa Casa de Ñadó estaba siendo demolida, el Dr. Lara adquirió buena parte de sus piedras para ensamblarlas de nuevo en su propiedad. Así, decidió demoler el cuerpo de construcción en que se hallaban las cocinas de la casa para extender los corredores sobre el área que ocupaban éstas. De la misma manera, demolió la troje que dividía ambas casas para hacer más extenso el patio y extendió el corredor principal hacia el inmueble vecino. En estas obras empleó los antiguos pilares de la Casa de Ñadó.

Corredores antiguos de la casa.

Los primeros tres arcos corresponden a los corredores originales de la casa. El resto, a la ampliación de éstos hacia la casa de Juárez no. 4, en la que se aprovecharon los pilares antiguos de la Casa de Ñadó.

Patio de la casa, como estaba en la década de 1930.

En sus fachadas la casa de don Juan Lara Alva también fue modificada: los balcones hacia la calle Juárez fueron unificados de acuerdo con las características que mostraba el balcón de la sala. La portada principal fue ampliada y su rústico portón de principios del siglo XX fue trasladado a otra casa de la familia, la de los Lara Mondragón, donde subsiste. En su lugar se colocó un gran portón casetonado de cedro, más reciente, que perteneció también a la Casa de Ñadó. En la fachada de la calle José Canal se abrieron varias ventanas que ya existían, pero que se encontraban tapiadas y se abrió un nuevo acceso en cuyas jambas y dintel se utilizaron piedras provenientes de la Casa de Ñadó. En él se colocó un hermoso y antiguo portón casetonado, del siglo XVIII, que perteneció también a esa casa.

ACTUALIZACIÓN 24 de octubre de 2011: Fachada de la casa de don Juan Lara Alva, según un dibujo de 1838.

Así se veía la fachada principal de la casa en los años 60, poco antes de que fuera modificada.

Aspecto actual de la fachada. Compáraese con la fotografía anterior y obsérvese que las dimensiones del acceso principal han sido alteradas, y se han agregado balcones siguiendo el modelo del balcón central original.

Este acceso por la calle José Canal fue incorporado utilizando el hermoso portón del siglo XVIII proveniente de la Casa de Ñadó, así como las jambas y el dintel que lo rodeaban originalmente. La clave barroca, sin embargo, procede de la casa de Juárez no. 4.

Con esta obra la casa de don Juan Lara Alva perdió parte de su valor histórico, aunque ganó en estética y contribuyó a preservar los restos de una casa desaparecida de gran valor arquitectónico. Pero lamentablemente no se dio total conclusión a estas adecuaciones: las habitaciones que debieron construirse en los antiguos corrales nunca fueron edificadas, el jardín de la casa de Juárez 4 quedó convertido en un inculto jardín sobre los escombros de la troje divisoria demolida y el corredor oriente nunca fue adornado con la cornisa recuperada de la Casa de Ñadó que ostenta el resto.

Últimamente, se contruyeron unas habitaciones en la azotea, sobre la calle José Canal. Aún cuando en los dos vanos que se abrieron hacia la calle fueron colocadas sendas rejas del siglo XIX, las proporciones y los materiales con los que se construyeron estos cuartos son sobradamente inapropiados, por lo que aparecen como un pegoste lamentable para tan bella casa. Aún así y sobre todo en su parte más antigua, la Casa de don Juan Lara Alva es uno de los mejores ejemplos de lo que fueron las viviendas de los aculquenses prósperos entre los siglos XVII y XX.

Una hermosa vista del ángulo que forman los corredores de la casa. A la izquierda, se advierte la entrada a la sala. La vegetación aporta un ingrediente de belleza al patio.

Nicho en una de las pilastras del arco del cubo del zaguán. Posiblemente fue utilizado originalmente para albergar una vela, lámpara o alguna otra forma de iluminación.

Los balcones de la casa anexa de Juárez 4 muestran un estilo parecido a los mucho más elaborados y hermosos que corresponden a la casa de Juárez 2. Como se aprecia aquí, han sido reconstruidos en innumerables ocasiones a lo largo de los siglos, por lo que sus piedras muestran calidades distintas, huellas de rejas de distintas dimensiones ya desaparecidas, etc.

viernes, 27 de febrero de 2009

El cementerio francés de Arroyozarco

Casi no hay aculquense que ignore que en la hacienda de Arroyozarco existío un destacamento francés en los años del Segundo Imperio Mexicano. Este destacamento fue establecido en 1864 por el coronel Castagny y permaneció hasta la retirada del ejército invasor en 1867. Entre las huellas materiales que quedaron de la estancia de los franceses en Arroyozarco, estaba un pequeño cementerio que se hallaba a cierta distancia de la parte posterior del Hotel de Diligencias. Lo integraba un monumento central y varias tumbas bajas alrededor de él. Lamentablemente, las absurdas ideas de tesoros enterrados hicieron que en las primeras décadas del siglo XX, cuando los ejidatarios tomaron posesión de esas tierras después de la Reforma Agraria, decidieran arrasarlo con el pretexto de construir un pequeño bordo.

En vano busqué durante años algún vestigio de aquel cementerio. Concluí que algunas piedras que subsisten en el jardín del Hotel de Diligencias pudieron haberle pertenecido, pero es sólo una especulación sin mucho fundamento. Pero hace pocos años di con un catálogo de fotografías conservadas en un álbum en el Instituto Getty de los Ángeles, California. Ahí se hablaba de una fotografía tomada en 1864, del "monumento a los soldados muertos en Arroyo-Zarco". Por supuesto, creí que finalmente había encontrado un vestigio, aunque sólo fuera fotográfico, de aquel cementerio francés destruido. Pero cuando pude ver finalmente la fotografía, lo que encontré es que se trataba de otro enterramiento de soldados distinto de aquel, hecho en los que es todavía hoy el camposanto de Arroyozarco.

Mientras que el cementerio francés destruido fue erigido especialmente para lo soldados de Arroyozarco y en él se sepultaron los hombres que fueron muriendo a lo largo de tres años de presencia en el lugar, en este caso se había dado sepultura a ocho franceses que cayeron en una sola acción, el 31 de diciembre de 1863, antes de que se estableciera un destacamento fijo. Éstos solamente se hallaban de paso, algunos de regreso a Veracruz para embarcarse hacia Europa después de la campaña relámpago del general Bazaine por el Bajío. Parte de esta historia la relataba una placa colocada en medio del monumento morturio, que decía originalmente en francés:

El 31 de diciembre de 1863, ocho franceses resistieron durante muchas horas a un ataque de más de doscientos enemigos. Aquí reposan aquellos que murieron en el combate.

Entre los fallecidos, el de mayor graduación era el oficial Charles Bergensträhl, de origen sueco, que estaba próximo a regresar a su patria.

Como se puede observar en la fotografía, el sepulcro estaba formado por una pequeña barda de perfil curvo, en cuyo remate se encontraba una cruz de piedra en relieve. Bajo ella, estaba la placa con la leyenda que copiamos arriba, enmaracada en cantera. Al frente quedaban los túmulos de tierra sobre los cuerpos de los soldados, cada uno de ellos con una cruz de madera de distinta factura: desde unos simples palos cruzados hasta una interesante cruz trebolada. Una cerca de piedra parece bordear hacia el espectador el espacio dedicado a estas sepulturas.

La cruz que aparece en un plano posterior no formaba parte del monumento, sino que señalaba el centro del cementerio de Arroyozarco y es el único resto que existe de todo lo que aparece en la fotografía. Aunque es posible que este monumento funerario desapareciera sólo por el abandono y el tiempo, y no por destrucción intencional como el otro cementerio, al final tenemos los mismo: la pérdida de importantes vestigios históricos que existieron en nuestro municipio.

Vista actual de la cruz del cementerio de Arroyozarco. Como se puede ver, ha desaparecido toda huella de los sepulcros de los franceses. Además, se ha construido una espantosa capilla de cemento adosada a la cruz.

Una vista más detallada de la cruz del cementerio.

En las fuentes francesas he encontrado varias narraciones que describen la acción en que murieron estos soldados de Francia. En casi todas se refiere que sus atacantes fueron tropas mexicanas comandadas por el conocido guerrillero liberal Nicolás Romero, "el León de las Montañas", originario de Nopala, Hidalgo. Aquí el primer relato:

Romero había cometido muchos delitos comunes, entre otros, el ataque a la diligencia de Arroyo Zarco en el camino a Querétaro, donde hizo masacrar a todos los viajeros y su escolta al mando del sargento Monfaucon, quien fue defendido, al igual que sus cuatro zuavos, con admirable energía. (Arsène de Schrynmakers. Le Mexique: histoire de l'éstablissment et de la chute de l'empire de Maximilien (d'après des documents officiels), París, A. Castaigne, 1885.)

Y un segundo, mucho más extenso:

Recibimos noticias tristes. Una diligencia llevaba a México a seis oficiales franceses y dos oficiales suecos que, después de haber servido con distinción a nuestra bandera, regresaban a Europa con el intérprete del general Bazaine. En Arroyo Zarco fue atacada por Romero al frente de cuatrocientos hombres. La pelea duró seis horas; nuestros soldados, atrincherados en el coche como en un fuerte, sólo detuvieron el fuego cuando el último de ellos cayó acribillado sobre los cuerpos de los demás. Cuando llegó la noche y los bandidos se retiraron, los indios se acercaron tímidamente a los cadáveres despojados y encontraron al intérprete y a uno de los oficiales suecos aún respirando. Vivirán.

Para acabar con estas bandas, el general en jefe formó compañías libres que recorren el país siguiendo los pasos de cada guerrillero, guiados por la inspiración de su capitán. Hemos obtenido los mejores resultados de esta organización. Todos los principales caudillos han sido arrestados. Romero, preso, expiará en México sus crímenes como el de Arroyo Zarco. (Paul Louis Marie Laurent. La guerre du Mexique de 1862 à 1866: journal de marche du 3e chasseurs d'Afrique, París, Amyot, 1867.)

Una tercera mención habla del monumento funerario construido para ellos:

¿Quién no admiraría [...] la resistencia de nuestros ocho soldados contra los jinetes de Romero, quince veces más numerosos? Protegidos primero en una choza india, se retiran después a una casa grande, huyendo de las llamas que devoran su primer refugio. Les gritan que se rindan. Responden con balas. La lucha dura casi todo el día. Por la noche, siete de estos valientes están muertos. Sólo el brigadier puede escapar, al amparo de la oscuridad, la última cabaña del rancho se encuentra frente a un bosque. Se halla cubierto de heridas, pero conserva los despachos del gobierno que había colocado sobre su pecho. Llega exhausto a un pueblo donde está un destacamento nuestro. Se le dice que los entregue, que otro los llevará a México. "No -responde- los llevaré yo mismo. ¿Debería sucumbir al atravesar el límite del comandante en jefe?". Sus camaradas reposan en Arroyo-Zarco. Se pueden leer sus nombres en una lápida. He orado sobre su tumba, como había rezado en el punto donde hallaron la muerte. Deseaba un recuerdo: busqué y pude llevarme dos balas, aquellas quizá que habían puesto fin a tan bello heroísmo. (Eugène Lanusse. Les héros de Camaron. E. Flammarion, Paris, 1891, p. 36 y 37.)

El abate Lanusse, autor del texto anterior y capellán del ejército francés, guardó aquellas dos balas (con otras dos que recogió en el sitio de un enfrentamiento en otro sitio, según escribió en sus Memorias) y las veneraba en lo que él llamaba "mi museo" junto a una fotografía del monumento de Arroyozarco:

Tengo ahí, en una vitrina, unos restos de obús, unas balas, postas, pedazos de armas, con inscripciones que recuerdan nombres de batallas, de combates. ¿Qué quieren? Es para mí, a falta de grandes acciones, de escribir la historia de mi vida militar. [...] Aquí están cuatro balas. Son, para mí, toda una historia: la historia de dos valientes combates en México. Uno tuvo lugar en las cercanías de un pueblo que se llama San Francisco. El otro entre la Soledad [Polotitlán] y Arroyozarco. Al lado de dos de estas balas, una fotografía y la copia de una orden del general comandante en jefe. La fotografía representa un monumento fúnebre sobre el que se leen palabras sencillas que recuerdan el conmovedor homenaje de nuestros soldados a sus camaradas caídos en el campo del honor. (Le Véteran, hebdomadaire ilustré, 25 de septiembre de 1904, p.2)

miércoles, 25 de febrero de 2009

La Charra



El pintor costumbrista Ernesto Icaza no sólo dejó en Aculco la maravillosa serie de pinturas murales de la hacienda de Cofradía de la que ya hemos hablado extensamente. También realizó, para el mismo don Macario Pérez Jr., propietario de esa finca, una serie de pinturas de caballete que lamentablemente se dispersó poco tiempo después de la muerte de sr. Pérez, acaecida en la década de 1950.

Según se nos ha asegurado, los cuadros de Icaza de la serie propiedad de don Macario Pérez eran distinguibles por alguna marca con sus iniciales (MP), no sabemos si en las propias pinturas, en sus marcos, o al reverso de las obras. De vez en cuando, dicen, alguno de los óleos de esa colección llega a aparecer en las subastas que organiza la casa Lois C. Morton, y aún las casas de subasta extranjeras como Sotheby's.

Pero, por fortuna, en Aculco se conservó uno de los cuadros de esa serie, quizá debido a que por sus pequeñas dimensiones no fue considerado de gran valor. Su conservación en el pueblo también puede deberse a que se posiblemente se encontraba originalmente no en la hacienda de Cofradía, como el resto, sino en la casa de la familia Pérez en el pueblo de Aculco, conocida como casa del Quisquémel. Una vez que los Pérez vendieron esa casa (lo que debe haber sucedido hacia 1940), todo su menaje fue almacenado en las trojes de la casa de don Urbano Correa, antiguo empleado suyo, situada en la calle de Iturbide. Los Pérez nunca regresaron a Aculco y sus muebles, ropas, pinturas y otros objetos permanecieron en esa casa, deteriorándose hasta perderse casi todos ellos.

El cuadro de Icaza al que nos referimos se conservó colgado en un muro del corredor de la casa de don Urbano, con la intención quizá de imitar el efecto de los murales de los corredores de la hacienda de Cofradía. Sin embargo, expuesto así prácticamente a la intemperie, sufrió daños por el sol, por los insectos y por el agua. Muchos años después, los custodios de las posesiones de los Pérez obsequiaron el cuadro a una de las personas que más estima podían tenerle: la srita. Esther Lara Rodríguez, hija de don Juan Lara Alva, administrador de la hacienda de Cofradía desde 1921 (año en que fue pintado el cuadro) hasta su muerte en 1927.

Este cuadro es, ya lo hemos dicho, de pequeño formato, por lo que casi podría caracterizársele como miniatura. Representa a una yegua colorada, cara blanca, unalba delantera de la mala, con una silla de montar de cantinas cuadradas, fuste buchón, enrreatados blancos (tan del gusto de Icaza), rozadera, sarape negro tras la teja y machete bajo la arción. La yegua, sin jinete, se encuentra atada a una argolla de hierro empotrada en la pared. Es sorprendente el detalle, el preciosismo con el que Icaza ejecutó los arreos y su apego estricto a las normas de la charrería. El cuadro se encuentra firmado en la esquina inferior izquierda y fechado en 1921.

La yegua, asegura la tradición, se llamaba "La Charra" y era una de las favoritas de don Macario Pérez. En efecto, en las cartas de don Macario, conservadas en un copiador en el archivo particular del Dr. Juan Lara Mondragón (propietario actual de esta interesate pintura), aparece con alguna frecuencia el nombre de la yegua, sobre todo cuando su dueño pedía que se la llevaran a la estación del ferrocarril en Dañú para hacer en ella el camino hasta Cofradía, al regreso de sus viajes a la ciudad de México.

jueves, 19 de febrero de 2009

Pinturas murales de Ernesto Icaza VI (y último)

La obra de Luis Ortiz Macedo, "Ernesto Icaza, el charro pintor", que hasta aquí nos ha servido de guía para enumerar las pinturas murales de Ernesto Icaza en la hacienda de Cofradía, a los que hemos dedicado ya cinco textos en este blog, omite desafortunadamente tres de ellas. Es por ello que, de modo más arbitrario, hemos numerado éstos murales del 9 al 11.

Mural 9

Esta pintura fue incluida por Xavier Moyssén en su ensayo publicado en los Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas en 1964 bajo el título "El ganado en los potreros". No aparecen en ella personajes humanos ni caballos, sino sólo un grupo disperso de doce toros, de pintas muy diversas, en una pequeña llanada.
Precisamente por esas razones podría considerársele par del mural 2, que presenta un grupo de caballos solos en un paisaje semejante.



Sin embargo, existen otras coincidencias: Una de ellas es la presencia de un toro muy parecido al que aquí, en primer plano, domina la escena, en el mural 6, como puede observarse en las siguientes fotografías.

Detalle mural 9

Detalle mural 6

Aunque el parecido es menor, el par de toros echados del mural 9 tienen también eco en el mural 6, si bien pintados con el descuido del que ya hemos hablado antes.

Detalle mural 9

Detalle mural 6

Mural 10

El mural 10 tiene concidencias con el mural 1 en cuanto a sus dimensiones, calidad, colorido y temática, por lo que se puede considerar pareja suya y realizado en la misma época. En él aparecen diez personajes, trece caballos y una manada de más de treinta toros. En un primer plano, ocupando la mitad izquierda de la obra, un charro identificable como "el patrón" montado en un caballo colorado pico blanco, unalbo trasero de la buena, da órdenes con el brazo extendido a un empleado que respetuosamente se ha quitado el sombrero. Este fragmento, en realidad, es uno de los que Icaza reprodujo en más ocasiones, como se puede ver en la siguiente comparación con la obra titulada "Córtame al toro pinto", ejecutada en 1912:

Mural 10 de Cofradía.

"Córtame al toro pinto", óleo de 1912.

Un tanto retrasado, otro charro montado detiene del cabestro a un caballo sin jinete. Al fondo cuatro cabalgaduras descansan junto al muro de piedra, mientras un charro pone una rodilla en tierra, sin que se alcance a advertir el motivo.

La mitad derecha del cuadro está dominada por la manada de toros, de todas las pintas imaginables, arreados por cuatro jinetes sobre caballos alazán, tordillo, colorado y pinto alazán. El más notable de ellos es quizá el que monta un potro colorado unalbo trasero de la mala que lleva una anquera, lo que puede indicar que está siendo amansado, aunque no es posible advertir en las fotografías si lleva rienda falsa o doble rienda, como debería ser en ese caso.



Un quinto jinete en esta zona del mural parece apartarse de quienes arrean la manada y acercarse al patrón. Lleva la mano izquierda con la reata enrollada y extrañamente la rienda la porta en la diestra. Su hermoso caballo entero, adornado con un gargantón, es de un color difícil de precisar, tal vez sabino muy claro aunque en el anca lleva las motas características de un güinduri.



El libro de Ortiz Macedo no reproduce este mural y el texto de Xavier Moyssén incluye sólo la mitad izquierda. Desafortunadamente, las fotografías que amablemente nos prestó el Dr. Jorge Girault corresponden sólo a la mitad derecha, por lo que nos hemos visto precisados a hacer un montaje para que nuestros lectores puedan apreciar el efecto de conjunto de este bello mural.




Mural 11

Tanto Xavier Moyssén como Luis Ortiz Macedo evitaron mostrar este mural en sus respectivas obras. Sin embargo, es el único de los murales reproducido en el número "Haciendas mexicanas" de la revista Artes de México, publicado en 1966. Estéticamente es quizá el menos atractivo de todos, pues los personajes humanos, en los que el pincel de Ernesto Icaza era menos apto, aparecen retratados en gran escala mostrando en igual medida los defectos de su autor. Las cabalgaduras no están tampoco entre las mejores ejecutadas por el charro pintor, aún cuando el detalle con el que fueron realizados sus arreos compensa un poco el efecto general.



En lo que respecta a su temática, éste mural es el más intrigante de todos: ocho charros montados y a galope tendido son guiados por una mujer que, erguida y empuñando un sable, galope al frente. Esta dama monta a mujeriegas un caballo colorado, lucero, unalbo de la buena, ensillado con una montura piteada. Porta esta mujer un traje de charra y he ahí uno de los misterios de la obra, pues es cosa conocida y aceptada que ese atuendo fue ideado y hasta 1937 por el famoso charro jalisciense Filemón Lepe para su hija Rosita Lepe, pues las mujeres charras hasta entonces usaban simples vestidos de ranchera o de china poblana. Icaza, autor de este mural, habría muerto según diversas versiones en 1926 ó en 1935, antes en todo caso de la invención del "traje de charra". Luego entonces, ¿existieron modelos de "traje de charra" anteriores al diseñado por Lepe? ¿O murió Icaza después de su invención y alcanzó a retratarlo? ¿o no se trata de un "traje de charra", sino un atuendo híbrido de falda larga de montar inglesa con chaqueta corta charra? ¿o tal vez este mural es falso y no se trata de un Icaza?

Pero además, ¿de quién se trata? ¿Qué mujer con aire guerrero reproduce esta obra? ¿"Juana Gallo" como la llaman algunos? ¿La "guerrillera" como se refieren otros a ella? ¿Es acaso la famosa "Carambada", queretana de la época de la Reforma conocida también por estos lares?

Son cuestiones imposibles de responder hasta ahora. Pero queda aquí esta obra como prueba de que las pinturas murales de Ernesto Icaza en cofradía guardan todavía muchos misterios por resolver.

martes, 17 de febrero de 2009

Pinturas murales de Ernesto Icaza V

Continuaremos hablando ahora, como en nuestros últimos posts, de los murales de Ernesto Icaza en la hacienda de Cofradía, en el municipio Aculco. Esta vez toca el turno a los murales 7 y 8, que retratan escenas completamente distintas una de la otra: el asalto a una diligencia, en el caso del primero, y un grupo de charros descansando a campo abierto, en el segundo.

Mural 7

Quizá esta es la pintura más original de todas las que componen el conjunto de murales de Icaza en la hacienda de Cofradía, pues no tenemos noticia de que el charro pintor tratara el mismo asunto del asalto a una diligencia en ninguna de sus obras. Esto resulta interesante pues Icaza solía retomar temas, adaptarlos e incluso repetir las posturas de sus personajes, ganado y cabalgaduras, lo que no parece haber hecho en este caso, por lo menos en lo que se refiere al asunto principal.



El escenario es un camino que discurre entre suaves lomeríos. La diligencia, que baja una pequeña cuesta y es tirada por cinco mulas bayas, es sorprendida por una partida de asaltantes a pie y a caballo. El cochero ha bajado las manos y lleva las riendas flojas, mientras el sota desde el pescante parece dirigir su mirada hacia los asustados pasajeros que se asoman inquietos por las ventanillas.



Un charro a pie, vestido de gamuza, sombrero de palma y embozado refrena a las mulas delanteras, mientras otros dos embozados a caballo se acercan por ambos flancos al vehículo. El del fondo, montado en un tordillo, va pistola en mano; el del frente, en un precioso caballo colorado dosalbo trasero, con silla de tapaderas, se acerca a la portezuela.



Viniendo sobre el camino, un charro que cubre su rostro con una bufanda, montado en un alazán y que está a punto de sacar un rifle colgado debajo del estribo, se acerca al grupo. Más adelante, otro charro, jinete en un caballo retinto parece vigilar. Mientras tanto, cinco personajes más se hallan a la vera del camino: un hombre a pie, vestido de manta y con un arma larga en la mano (¿o es un palo?), tres hombres que apenas asoman tras los arbustos y un charro a caballo que sale de entre los árboles. Un caballo alazán en la lejanía completa la escena.





En realidad, este episodio resultaba un poco anacrónico en la época en la que fue pintado. Ciertamente, las diligencias habían tenido mucha importancia en esta zona, atravesada en un gran trecho por el Camino Real de Tierra Adentro, y en la cercana hacienda de Arroyozarco se encontraba uno de los más importantes mesones de esta ruta. Pero las diligencias habían dejado de correr entre las ciudades de México y Querétaro desde la década de 1880, reemplazas por el ferrocarril. Y aún cuando Icaza quizá intentara reproducir una escena antigua, las ropas de los personajes pertenecen no a aquellos años, sino a las primeras décadas del siglo XX.



Este mural aparece completo en la obra de Ortiz Macedo y ligeramente recortado en la de Xavier Moyssén.



Mural 8

En este mural, semejante en sus dimensiones al 7, aparece un paisaje que bien podría ser continuación del mismo. Pero no hay aquí una escena violenta, como en el anterior, sino sólo un grupo de charros resposando. Aparentemente, son sólo unos vaqueros al cuidado de las pocas yeguas y mulas que aparecen al fondo. Pero hay algo inquietante en el conjunto: el jinete en un caballo tordillo que aparece de espaldas al extremo derecho de la obra, recibiendo de manos de un charro a pie en mangas de camisa una botella de licor, y curiosamente de espaldas, lleva una bufanda como aquellas con las que se embozan los asaltantes del mural 7. Y los cuatro charros que descansan junto a un sarape extendido en la yerba, ¿sólo descasan? ¿juegan cartas? ¿acaso se reparten un botín..?



Tal vez éstas son conjeturas erradas, pero el mural 8 bien podría representar a un grupo de bandoleros descansando tras un asalto... o podría ser sólo un grupo de arrieros o vaqueros reposando de sus labores cotidianas, como ha sido interpretado generalmente. Así lo hizo, por ejemplo, Xavier Moyssén, en cuyo texto se incluyó este mural, aunque impreso alrevés, con el título "Descanso en el campo".