Ernest Vigneaux fue un individuo singular: nació en la ciudad de Burdeos, Francia, hacia 1829 y se embarcó con destino a California a los veinte años. Ahí aprendió inglés y español, fue cazador de pieles y se empleó como peón en los ranchos que bajo el dominio estadounidesense comenzaban a formarse en las tierras que hasta 1848 habían pertenecido a México. Tras cinco años en esas labores Vigneaux dio un paso arriesgado: decidió unirse como secretario e intérprete a la expedición que su paisano, el conde Gastón de Raousset-Boulboun, estaba organizando ni más ni menos que para conquistar Sonora y proclamar su independencia. El conde era reincidente: apenas en 1852 había intentado lo mismo y llegó a tomar Hermosillo, pero al cabo había tenido que rendirse. Esta vez esperaban que los liberales se les unieran, descontentos por el gobierno de Antonio López de Santa Anna.
La expedición partió de San Francisco el 26 de mayo de 1854. Poco más de un mes después, al llegar a Guaymas, los enviados de Raousset se reunieron con el general José María Yáñez, gobernador y comandante general de Sonora, para intentar conseguir su rendición y apoyo. Las negociaciones fracasaron y el día 13 de julio comenzó el ataque de los invasores, que fácilmente fueron derrotados. Entre los 313 prisioneros que se les tomaron estaba precisamente Vigneaux. Después de unos días en que se les obligó a barrer las calles, acarrear la basura y cavar fosas para enterrar a las víctimas del combate, el general Yáñez decidió sólo mantener en Sonora a Raousset y a los heridos, mientras que al resto de los prisioneros se les envió a San Blas. Desde allí emprendieron un viaje por tierra que los llevó por Tepic, Colima y Guadalajara. En esta ciudad, se permitió que Vigneaux permaneciera casi cuatro meses por hallarse enfermo, mientras sus compañeros proseguían su camino hacia la Ciudad de México. Ahí se enteró con pesar del fusilamiento de Raousset el 12 de agosto. Aunque por sus acciones Vigneaux y otros oficiales de la expedición podrían haber tenido el mismo destino, Santa Anna decretó una amnistía a favor del grupo de filibusteros el 29 de noviembre y se le dio libertad para viajar a Veracruz, donde debía embarcarse hacia su patria.
El 22 de enero de 1855, Vigneaux partió de Guadalajara en dirección a la Ciudad de México. La ruta era la habitual: Zapotlanejo, Tepatitlán, San Miguel, Silao, Guanajuato, Irapuato, Salamanca, Celaya, Apaseo, Querétaro, San Juan del Río, Arroyozarco, Tepeji del Río, Huehuetoca, Cuautitlán, Tlanepantla y Guadalupe Hidalgo, ya a las puertas de la capital. Entre el 6 y el 14 de febrero estuvo en esta ciudad y se dirigió después a Veracruz, desde donde se embarcó hacia Nueva Orleáns. Aunque su propósito allí era viajar a California, terminó por embarcarse nuevamente rumbo a Francia. Allá escribió sus memorias sobre México y las publicó en 1863 con el título Souvenirs d'un prisonnier de guerre au Mexique, 1854-1855. Aunque el libro pretendía ser precisamente una compilación de sus recuerdos, lo cierto es que empleó muchas fuentes conocidas sobre México para "engordar" su relación, desde Hernán Cortés hasta Prescott y Poinsett, lo que reduce su originalidad.
Pero vayamos al punto: Vigneaux pasó por Arroyozarco el 4 de febrero de 1855 y escribió algunas páginas sobre ello. Tomemos su crónica desde que atravesaba los llanos de Cazadero, que traduzco desde el original en francés:
El primer rayo de sol finalmente llegó para iluminar el rostro de mi encantadora anfitriona y advertirme que ya había perdido demasiado tiempo. Felizmente habría pasado allí una estancia de por vida. Había que volver a montar a caballo y alejarse.
Los grupos de árboles esparcidos por la meseta y en las laderas de las montañas circundantes, dan una fisonomía particular del país. La vegetación arbórea siempre es recibida con alegría por el viajero extranjero en México, y éste no puede hacer menos que mencionar su existencia cada vez que la nota. Los españoles han llevado muy lejos su manía por la deforestación. "El despojo de la tierra agradó, se dice, a la imaginación española; le recordó las llanuras de Castilla, esas mesetas de Europa donde la desnudez del paisaje es un texto de lamentaciones para todos los viajeros". Esta explicación de Prescott tiene su valor, pero se alega otra razón que parece más concluyente y que coincide más con el carácter de los conquistadores: donde había árboles en los campos, los indios voluntariamente dormían a su sombra en lugar de trabajar.
Esta llanura se llama Llano del Cazadero, en recuerdo de una caza pantagruélica en la que participó el primer virrey, a mediados del siglo XVI. Se emplearon mil quinientos indios para derribar la caza que cayó en el matadero.
Más allá de la hacienda de la Soledad, el país es irregular; por aquí y por allá cruzamos algún pobre pueblo, cuyas chozas de adobe amenazan ruina.
A unas doce leguas de San Juan del Río, se levanta inesperadamente un edificio cuadrado de un piso y de nobles dimensiones a los ojos del viajero en medio de un país salvaje, y recuerda aquellos palacios encantados que los caballeros andantes no dejaban de encontrar en medio de soledades más duras. Es un hotel de la empresa de diligencias nacionales. Enfrente, al otro lado de la carretera y el turbulento arroyo que da nombre al lugar, aparecen los muros del recinto de la hacienda de Arroyo Zarco. Rocas, unos cerros coronados de magueyes, algunos fresnos y abetos completan la decoración.
Parador en la vecindad de la Ciudad de México, tomado de la edición italiana de la obra de Vigneaux.
El patio del hotel es amplio, rodeado de corredores que sostienen una galería igualmente cubierta en el primer piso. La planta superior está dedicada a los viajeros de diligencias, la planta baja al común de mártires; abajo, los cuartos ofrecen sólo el mobiliario primitivo de las posadas ordinarias; arriba, poseen una comodidad que me lleva a pensar que tendré la ventura de pasar la noche entre sábanas blancas, cueste lo que cueste. No había contado con mi anfitrión: el mayordomo me dijo, con gran desilusión mía, que para merecer el favor que pedía era necesario haber pasado por el purgatorio de la diligencia.
A algunas millas al sur de Arroyo Zarco se encuentra el pueblo de Aculco, junto al que se libró, el 7 de noviembre de 1810, la célebre batalla de su nombre, entre los insurgentes comandados por el cura Hidalgo y los españoles bajo las órdenes de Calleja, en la que estos últimos se alzaron vencedores.
Las noches son frescas en Arroyo Zarco, se siente el influjo de las montañas. La meseta es elevada: desde Salamanca no deja de ascender. Salamanca se encuentra a 1757 metros, Celaya a 1835, Querétaro a 1940, San Juan del Río a 1978, Arroyo Zarco alrededor de 2200. El Valle de México es todavía más elevado (2277 metros). Se puede formar una idea de lo que significaría la altura de estas llanuras en nuestras latitudes pensando que el Plomb du Cantal, la montaña más elevada de la región de Auvernia, no tiene más que 1856 metros. En la zona tórrida, esta elevación es la garantía de una primavera perpetua.Arroyo Zarco se encuentra en el Estado de México, vasto territorio de alrededor de 51 mil kilómetros cuadrados, que es la superficie aproximada de Dinamarca. Su población es de un millón 200 mil habitantes. Tiene por capital a Texcoco y no a México que, en su carácter de capital de la unión, forma con sus suburbios un distrito independiente, gozando de una vida administrativa particular: es el Distrito o Partido Federal. El estado por su parte se divide en ocho distritos: Acapulco, Taxco, Cuernavaca, Toluca, México, Tula, Tulancingo y Huejuta.
Esta provincia es excesivamente montañosa. Las diferencias de nivel de los llanos y valles crean grandes variaciones de temperatura, y uno encuentra sucesivamente todos los climas y productos de tres zonas. Una multitud de cursos de agua, grandes y pequeños, nacen en los flancos de estas alturas y llevan la fertilidad a los valles.
Un gran número de volcanes extintos, la configuración del sol, la abundancia de basaltos, obsidiana y otros productos eruptivos, en fin, las riquezas metálicas extendidas por el subsuelo, demuestran que esta región ha sido particularmente atormentada antes por la acción del fuego interior. Uno cuenta no menos de diez antiguos cráteres sólo en el perímetro del Valle de México. El Popocatépetl, la montaña que humea, el Iztaccíhuatl, la mujer blanca, son, sin exageración, los más bellos florones de esta formidable corona. El primero mide 5422 metros. Es, al menos hasta ahora, el rey de la cordillera mexicana. El segundo tiene sólo 5081 metros y cede el paso al Pico de Orizaba (provincia de Veracruz).
Saliendo de Arroyo Zarco se sigue un camino pedregoso y malo que atraviesa una región accidentada, cubierta de grupos de robles pequeños y aislados. Este debe ser un sitio predilecto de los ladrones, y como me habían prevenido en la fonda de un desagradable encuentro en la sierra de Calpulalpan -este es el nombre de esa pequeña cordillera- viajaba "con la barba al hombro".
De Arroyo Zarco a México, la ruta transitable por carruajes hace un desvío por el valle de Tula. Yo tomé el camino más directo, más montañoso, por Tepeji del Río. Una planicie bastante salvaje sigue a la sierra. De tanto en tanto se halla alguna triste población rodeada de tierras de labor. Los habitantes tienen un aire hostil. Finalmente, entro a las montañas más allá de las cuales se encuentra el Valle de México.
Hasta aquí la crónica de Vigneaux. Vale la pena hacer unos cuantos comentarios.
Como se habrán percatado quienes conocen las descripciones del Hotel de Diligencias de Arroyozarco hechas por Guillermo Prieto, el filibustero francés se inspira en gran medida en ellas. También es claro que algunas ideas las toma de William H. Prescott (a quien cita) y su History of the Conquest of Mexico (1843). Hay en su narración algunos errores, principalmente por los datos anacrónicos que recoge, pero también por descuido: no fueron 1500 sino quince mil los indios que participaron en la cacería que dio nombre al Llano del Cazadero; Aculco no se encuentra al sur de Arroyozarco sino al poniente; Arroyozarco está a 2510 metros de altitud y no 2200; la capital del Estado de México ya no era entonces Texcoco (como lo fue por unos meses en 1827), sino Toluca; la división de la misma entidad ya no correspondía a lo que indica, pues desde 1849 había perdido los distritos del sur para la creación del estado de Guerrero y, en fin, no había tal "hacienda de la Soledad", sino la ranchería de ese nombre que luego se convertiría en el pueblo de Polotitlán.
Con todo y sus errores, el texto de Vigneaux no deja de ser interesante pues contiene varios datos valiosos para la historia de la hacienda y mesón de Arroyozarco. Me gusta especialmente su descripción del hotel como un "palacio encantado en medio de un país salvaje", así como su narración del frustrado intento de dormir con los "lujos" a los que sólo podían acceder los viajeros de las diligencias. Es, en todo caso, un relato muy entretenido.
FUENTES
Vigneaux, Ernest. Souvenirs d'un prisonnier de guerre au Mexique, 1854-1855, Paris, L. Hachette et cie, 1863, pp. 467-470.
Vigneaux, Ernest. Viaggio nel Messico (edición italiana de la obra anterior), Milán, Fratelli Trevis, 1874.
Suárez ArgÚello, Ana Rosa. "Viajando como prisionero de guerra. Ernest Vigneaux y su travesía por el México de Santa Anna", en Estudios de historia moderna y contemporánea de México, no.27, Ciudad de México, enero-junio de 2004.
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