En este México sobreproblado de principios del siglo XXI -o quizá sería mejor decir, tan desequilibradamente poblado a causa de su propia geografía- resulta difícil imaginar que en algún momento de su historia se pensaba casi unánimemente que el país debía ser tierra de inmigración de colonos (preferentemente europeos) que aprovecharan los recursos de los vastos despoblados que existían entonces, fortalecieran la economía del país con su trabajo y se constituyeran en barrera contra las ambiciones expansionistas de Estados Unidos.
Sin embargo, la experiencia con los colonos texanos a los que se les dieron concesiones y permisos desde la Colonia, y que terminaron consiguiendo la independencia de ese territorio respecto de México en 1836, obligó a establecer condiciones que limitaban la migracíón a individuos provenientes de naciones que, no teniendo afinidad cultural con el país vecino, no se constituyeran también en una nueva amenaza de desmembración. Con todo, México nunca logró convertirse en un país atractivo para los inmigrantes, a los que deslumbraba sobre todo el enorme crecimiento de Estados Unidos y preferían establecerse en aquel país -pacífico, rico, exitoso, con libertad de culto y empresa- en lugar de hacerlo en la todavía convulsa tierra mexicana. Sólo algunos llegaron a establcerse en las ciudades, principalmente como empresarios, pero muy pocos en las zonas rurales.
Manuel Payno, funcionario público y conocido autor de Los bandidos de Río Frío se interesó en el tema, y revisando las condiciones que el país daba a la inmigración, sobre todo después de la Reforma, escribió en 1869:
¿Qué medio queda? ¿Abrir las puertas a la emigración? Ya están abiertas. ¿Permitir a cada uno que adore a Dios como le acomode? Ya está permitido. ¿Dar seguridad al país? Los colonos no son unos niños, y pueden, como en los Estados Unidos, defenderse; pero ya también se ha hecho eso y diariamente se fusilan en la República de cuatro a diez salteadores. ¿Libertad civil, libertad de enseñanza, libertad de imprenta, instituciones democráticas? Ya las tenemos. Además, todos los libros de geografía lo dicen, y en la mayor parte es verdad, tenemos un magnífico clima, un hermoso cielo, oro, plata, cobre, café, cacao, azúcar, vainilla, algodón, quién sabe cuántas cosas más, y no se necesita más que la mano del hombre para que la riqueza abunde por doquier. A eso se añade un carácter suave, dulce, hospitalario, bondadoso. ¿Dónde está la emigración? ¿Por qué no viene esa multitud de gente miserable que se muere de hambre y de frío en Irlanda, en Escocia, en la Francia misma? ¿Por qué en tiempo del imperio, que creían en Europa que sería eterno no vinieron más que aventureros y soldados?
Payno se respondió a sí mismo: la culpa era de los hacendados y del sistema de servidumbre que establecían con los peones indígenas, que les significaban mano de obra barata con la que ningún colono venido de Europa podría competir:
Los hacendados, a quienes se culpa de egoísmo, no pueden traer para las labores del campo colonos extranjeros, y la razón es muy obvia. Los salarios de los indígenas se pueden regular desde Un real a cuatro o cinco reales cuando más. Un emigrado extranjero, acostumbrado a comer carne, a beber algún licor, y a vestir y a tener calzado, no podría subsistir con dos personas de familia, con menos de un peso o doce reales diarios. Los cereales cultivados con el costo de un salario tan excesivo además de los gastos en contribuciones, interés del capital, pérdida de cosechas, etcétera, no tendrían demanda en el mercado, y el trabajo del indio, aunque menor, y si se quiere más imperfecto, establecería una competencia con el del colono europeo, y no sería difícil adivinar de parte de quién estaría la ventaja en cuanto a la economía.
Precisamente como ejemplo del fracaso al que estaba destinada la colonización europea, Manuel Payno mencionó un caso sucedido dos décadas atrás, a principios de la década de 1850: el intento de colonización española que Anselmo Zurutuza llevó a cabo en la hacienda de Arroyozarco, en nuestro municipio de Aculco, que era entonces de su propiedad:
En la hacienda de Arroyozarco hizo el finado Zurutuza un ensayo de colonización española, y resultó que cada colono tenía dos o tres indios para que lo sirvieran. La experiencia en pocos meses lo desengañó de que era preferible para el cultivo de la tierra, con todo y sus defectos, la servidumbre indígena. (1)
Es muy poco lo que se sabe en realidad de aquella pretendida colonización de Arroyozarco con gente venida del otro lado del océano. De hecho, parece que por lo menos al principio no se trataba de incluir sólo a españoles entre los colonos, pues Carlos Sartorius, fundador de una compañía de colonización en Darmstadt (actual Alemania), sabía del interés de Zurutuza por fundar una colonia y afirmó que "si supiese las condiciones, sería fácil conseguir gente útil que costearía su viaje". (2) Pero nada sabemos tampoco nosotros de las condiciones establecidas entre el propietario y los pobladores, si se les entregarían tierras de la hacienda en arrendadmiento o propiedad, si el mismo Zurutuza se encargó de traer a los colonos o si ya vivían en nuestro país cuando los atrajo a su proyecto. En suma, la historia de ese breve ensayo de colonización no es casi desconocida a no ser por unos pocos testimonios y algunos nombres de aquellos hombres.
Uno de esos testimonios es cierta crónica de viaje publicada en el Diario de San Sebastián, España, ya muy tardíamente, en 1879, que describe aquella colonización con indudable optimismo, seguramente impulsado por un sentimiento de afinidad nacional:
Tomamos un asiento en el coche-correo, y por un templado amanecer de primavera tomamos el viaje, haciendo alto, para pasar la noche, en la magnífica hacienda rural de Arroyo-Zarco, propiedad de D. Anselmo Zurutuza, dueño, como ya saben nuestros lectores, de la línea general de coches-correos. Criábase en esta hacienda una valiosa e importante potrada de caballos, al par que se benefician las inmensas tierras de su pertenencia para trigo y cebada, por una pequeña colonia de españoles europeos, casi en su totalidad vascongados, como el acaudalado poseedor de Arroyo-Zarco; y después de recorrer todas las dependencias de la finca, en compañía de nuestros camaradas de viaje nos recogimos ya de noche a la posada de la Empresa, a cenar y descansar para prepararnos a la etapa del día siguiente. (3)
Gracias a la investigación de Jesús Ruiz Gordejuela sobre vascos y navarros en México en el siglo XIX, podemos dar los nombres y algún datos más de varios de quienes parecen ser parte de los colonos que llevó Zurutuza a Arroyozarco, pues residían en esa hacienda entre los años de 1848 y 1855. Ellos eran José Arzac, originario de Guipúzcoa, comerciante, Isidro Maruri, cocinero natural de Vizcaya, José María Olano, guipuzcoano también y comerciante, Agustín Soraiz, de Vizcaya, comerciante, y Manuel Zavalveitia, de Vizcaya, comerciante. (4) Un sobrino de don Anselmo Zurutuza, Lucas Zurutuza, bilbaíno como él, comerciante, residió también en 1851 en la hacienda de Arroyozarco. (5)
Lápida en el sepulcro de don Anselmo Zurutuza, en el Panteón de San Fernando de la ciudad de México.
Y... quisiéramos decir algo más sobre este asunto, pero lo cierto es que hasta aquí llega lo que hemos averiguado hasta ahora. No sabemos si aquellos colonos permanecieron más tiempo en la región después del fracaso de la colonización y la muerte del propio Anselmo Zurutuza en 1852, si quedaron familiares suyos en el lugar, o cuál fue el destino de aquellos vascos. Como en tantos otros episodios de la historia de Aculco, es mucho más lo que ignoramos que lo que sabemos.
(1) Manuel Payno. Obras completas: Tratado de la propiedad; Covención Española; Memoria sobre la convención inglesa, México, Conaculta, 2007, p. 190.
(2) Memoria que la Dirección de Colonización e industria presentó al ministro de Relaciones en 17 de enero de 1852 sobre el estado de estos ramos en el año anterior, México, Tipografía de V. G. Torres, 1852, p. 12.
(3) Diario de San Sebastián, miércoles 26 de febrero de 1879, año VI, segunda época, no. 215, p. 3.
(4) Jesús Ruiz de Gordejuela Urquijo. Guía de vascos y navarros en México, siglo XIX, México, INEHRM, 2012 (edición electrónica).
(5) Grupo documental Pasaportes y Cartas de Seguridad, vol. 97, exp. 134, AGN.
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