domingo, 23 de junio de 2024

Los aculquenses que compraban esclavos en Guadalajara

En los viejos protocolos notariales del siglo XVIII de la ciudad de Guadalajara, Jalisco existen muchos documentos que nos hablan de una de las realidades más terribles de la época: la esclavitud de la raza negra (y de los mezclados con ella). Estos papeles dan fe la compra-venta de hombres, mujeres, niños e incluso bebés esclavizados, que aunque nunca aparecen en las cantidades en que se comerciaban en Brasil o en los Estados Unidos, por mencionar algunos otros lugares, sí revelan el trato inhumano, casi de objetos, que se les daba a estos seres humanos. "Piezas", por ejemplo les llama dos de las escrituras que les mostraré aquí.

Curioso es hallar en tales documentos que tres aculquenses participaban del comercio de esclavos en aquella ciudad en el útimo tercio del siglo XVIII: Nicolás Sánchez, Manuel Perfecto de Chávez Navas y José Joaquín de Chávez Navas. El primero es probablemente don Nicolás Sánchez de la Mejorada, próspero aculquense que obtuvo en remate público la hacienda de Ñadó en 1780 y contaba entre sus bienes con ocho hatajos de mulas “del camino real”, “aparejadas de lazo y reata” (1). El segundo es sin duda alguna el mismo personaje que hacia 1810 era teniente de Justicia del pueblo de Aculco y que con tal cargo se encargó de informar a las autoridades acerca de la llegada del cura Hidalgo al pueblo, los muertos en la batalla del 7 de noviembre de ese año, los despojos levantados del campo de batalla y los prisioneros que se les hicieron. Por esas comunicaciones pasó a los libros de historia (2). El tercero era pariente naturalmente de Manuel Perfecto, aunque desconozco en qué grado. Fue "justicia" de Aculco y tenía su casa junto a las Casas Reales del pueblo (2 bis).

¿Qué hacían estos tres aculquenses en el occidente del virreinato por aquellos años? De Nicolás Sánchez, podemos prensar que sus intereses como dueño de recuas quizá lo llevaron allá. De los Chávez Navas la cuestión en menos fácil de dilucidar, pues además de que se dice que Manuel Perfecto era "residente en esta corte" (es decir, por lo visto un habitante permanente, no un viajero) se ocupaba de cosas extrañas, como la venta de una "mesa de truco" -esto es, una mesa para juegos de cartas- a nombre de un tal Luis Dumon (3). En fin, transcribo aquí fragmentos de los documentos en que se registra la compra de esclavos que hacían aquellos hombres entre 1772 y 1774, con algunas correcciones y cambios en la puntuación para hacerlos más legibles:

 

En la ciudad de Guadalajara, a diez y seis de marzo de mil setecientos setenta y dos años: Ante mí, el escríbano de Su Majestad y testigos, don Francisco Xavier Vizcarra, vecino y de este comercio, a quien doy fe conozco: otorga que vende realmente y con efecto a don Nicolás Sánchez, vecino de San Gerónimo Aculco, jurisdicción de Huichapan, para sí y sus herederos o sucessores y quien su derecho representare es, a saber, dos piezas de esclavos, madre e hijo, nombrados Juana Paula,de color negro, la misma que hubo y compró de don Felipe de Oleta y Muchen, por escritura que se celebró en la Villa de San Sebastián, jurisdicción de el Real de San Joseph de Copala de la Gobernacion de Sinaloa, Nuevo Reino de la Andalucía, a los veinte y siete de junio de setecientos sesenta y uno, ante don Lázaro Antontio Tirado, teniente de Justicia [?] de aquella Villa; y el hijo nombrado Joseph de edad de diez meses: En cuya virtud libres dichos esclavos de todo empeño, hipoteca, y la madre de vicio, defecto, o enfermedad, los vende a dicho don Nicolás en precio y cuantía de ciento y setenta y cinco pesos, libres de todos costos, oro común en reales que por ellos le ha dado y confiesa tener recibidos en pesos efectivos as su voluntad y satisfacción, sobre que renuncia la excepción de la non numerata pecunia, leyes de la entrega primera, y paga del recibo como en ellas se contienen. Y declara ser dicha cantidad su legítimo precio, que no vale mas, y caso que más valga del exceso, cualquiera que sea le hace, gracia y donación al comprador pura, mera, perfecta e irrevocable. (4)

 

En la ciudad de Guadalajara, a siete de enero de mil setecientos setenta y cuatro años: Ante mí, el escríbano de Su Majestad y testigos, doña María Nicolasa Gómez, esposa legítima de don José de la Torre vecinos de esta ciudad a quienes doy fe conozco: con licencia a que la susodicha pidió y demandó al referido su esposo quien se la concedió en bastante forma de derecho, so expresa obligación de su persona y bienes de hacerla por firme y valedera a [?] y en todo tiempo, y de no la revocar en manera alguna, y de ella usando, otorga que vende realmente y con efecto a don Manuel de Chávez Nava, vecino del pueblo de San Gerónimo de Aculco, jurisdicción de Huichapan, provincia de Xilotepec, para sí y quien su derecho representare, es a saber un mulatillo esclavo nombrado Francisco de edad de trece años, poco menos; el mismo que la otorgantte hubo y compró de doña Yldefonsa de Huerta por escritura que de celebró en esta ciudad a los nueve de abril de setecientos sesenta y ocho ante mí el presente escribano, a que me remito, y como propio libre de todo gravamen de que lo asegura, y no de vicio, tacha defecto o enfermedad pública o secreta que haya padecido o padezca, pues con la que tuviere o pareciere tener, con esta misma se lo vende en precio y cuantía de cien pesos libres de todos costos, de oro común en reales, que por él le ha dado, y confiesa la otorgante tener recibidos en pesos efectivos a su voluntad y satisfacción sobre que renuncia las leyes de la entrega su prueba y excepción de pecunia como en ellas se contiene. Y declara ser dicha cantidad su legítimo precio, que no vale más, y caso que más valga del exceso, cualquiera que sea, hace gracia y donación al comprador, pura, mera, perfecta e irrevocable. (5)

 

En la Ciudad de Guadalajara a trece de marzo de mil setecientos setenta y dos años. Ante mí el escribano de Su Majestad y testigos doña María Rita Cid de Escobar, esposa legítima de don Joseph Manuel Valcárcel Guzmán, vecina de esta corte a quien doy fe conozco: por sí, como dueña legítima de la pieza de esclava que se expresará que heredó de sus padres entre otros bienes, y en virtud de poder general que para este y otros efectos le dio y confirmó el expresado su esposo, su fecha en el pueblo de Tamazula, jurisdicción de Zapotlán de la Nueva España a los quince de noviembre del año próximo passado de setecientos setenta y uno, que pasó ante don Joseph de Ochea, teniente de aquel partido, que yo el presente escríbano doy fe haber visto en cuatro fojas útiles: otorga que vende realmente y con efecto a don Manuel Perfecto de Chávez Nava, vecino de la jurisdicción de Huichapan, para el susodicho y los suyos y quien su derecho representare es, a saber: una mulatilla esclava nombrada María Gertrudis, que será de edad de diez y ocho años poco más o menos, nacida y criada en casa de la otorgante. En cuya virtud, libre dicha esclava de todo gravamen de que la asegura, y no de vicio, tacha, defecto o enfermedad pública o secreta, que haya padecido o padezca, pues con la que tuviere o pareciere tener con esta misma se la vende en precio y cuantía de ciento y veinte pesos libres de escritura y alcabala de oro común en reales que por ella le ha dado, y confiesa tener recibidos en pesos efectivos a su voluntad y satisfacción sobre que renuncia la excepcion de la non numerata pecunia, leyes de la entrega prueba y paga del recibo como en ellas se contienen. Y declara ser dicha cantidad su legítimo precio, que no vale más y caso que más valga, del exceso cualquiera que sea hace gracia y donación al comprador, pura, mera, perfecta e irrevocable. (6)

 

En la Ciudad de Guadalajara a trece de marzo de mil setecientos setenta y dos años. Ante mí el escríbano de su Majestad y testigos doña Juana Josefa Salgado, vecina de esta corte a quien doy fe conozco: otorga que vende realmente y con efecto a don Joseph Joaquín de Chávez, vecino de Aculco, jurisdicción de Huichapan, para sí, sus herederos o sucesores y quien su derecho representare, es, a saber: una mulatilla esclava nombrada María Vicenta, que será de edad de veinte y un años, la misma que hubo y compró la otorgante (en consorcio de su hermana doña Gertrudis, difunta) del licenciado don Joseph Reyes Gómez de Aguilar, cura propio de la Villa de Lagos, por escritura que celebró ante mí el presente escribano a los veinte y tres de mayo del año pasado de setecientos sesenta y cinco ante mi el presente: en cuya virtud libre de todo gravamen de que la asegura, y no de vicio, tacha, defecto o enfermedad pública o secreta, que haya padecido o padezca, pues con la que tuviere o pareciere tener con esa misma se la vende en precio y cuantía de ciento y cuarenta pesos libres de escritura y alcabala de oro común en reales, que por ella le ha dado y confiesa tener recibidos en pesos efectivos a su voluntad y satisfacción, sobre que renuncia la excepción de la non numerata pecunia, leyes de la entrega, prueba y paga, de el recibo como en ellas se contienen y declara ser dicha cantidad su legítimo precio, que no vale más, y caso que más valga, de el exceso cualquiera que sea hace gracia y donación al comprador pura, mera perfecta e irrevocable.(7)

 

¿Qué habrá sido de aquellos pobres esclavos, todos ellos vulnerables por su edad o sexo?, ¿habrán permanecido allá en Guadalajara o sus compradores los tajeron a Aculco? Preguntas sin respuesta por ahora. Lo cierto es que en aquella misma ciudad de Guadalajara casi cuatro décadas más tarde, a inicios de la Guerra de Independencia, el cura Hidalgo promulgó el decreto que abolía la esclavitud, el 6 de diciembre de 1810. Tal vez, con un poco de suerte, alguno de estos cinco esclavos vivió para verse libre en aquellas circunstancias.

 

FUENTES:

1. Archivo General de Notarías del Estado de México (AGNotEM). Distrito de Jilotepec, notaría 1, caja 2, legajo 6, f. 81v.

2. Por ejemplo el de Carlos María de Bustamante, Cuadro histórico de la revolución mexicana, tomo I, México, Imprenta de J. M. Lara, 1843, p. 93.

2 bis. Catálogo de protocolos de la notaría no. 1 de Jilotepec, agosto 8, Ca. 1, Leg. 13, Fs. 66-68v.

3. Archivo de instrumentos públicos de Guadalara, Jalisco. Protocolo del escribano Ignacio de la Sierra, 1772-1775, s/f, 13 de enero de 1774.

4. Archivo de instrumentos públicos de Guadalara, Jalisco. Protocolo del escribano Antonio Berroa, 1772, f. 112v-113v.

5. Archivo de instrumentos públicos de Guadalara, Jalisco. Protocolo del escribano Antonio Berroa, 1774, f. 73 y 73v.

6. Archivo de instrumentos públicos de Guadalara, Jalisco. Protocolo del escribano Antonio Berroa, 1772, f. 111 y 111v.

7. Archivo de instrumentos públicos de Guadalara, Jalisco. Protocolo del escribano Antonio Berroa, 1772, f. 112.

lunes, 27 de mayo de 2024

Los primeros franciscanos en Aculco

El pasado 13 de mayo se cumplieron los 500 años de la llegada del grupo de doce misioneros franciscanos para encargarse de la colosal labor de conversión de los indígenas de la Nueva España, al que se ha llamado "los doce apóstoles de México". El grupo de religiosos -formado por fray Martín de Valencia, fray Francisco de Soto Marne, fray Martín de Jesús (o de la Coruña), fray Juan Juárez, fray Antonio de Ciudad Rodrigo, fray Toribio de Benavente (Motolinia), fray García de Cisneros, fray Luis de Fuensalida, fray Juan de Ribas, fray Francisco Jiménez, fray Andrés de Córdoba y fray Juan de Palos- había salido del puerto de San Lúcar de Barrameda en España cinco meses atrás, con la autorización del papa Clemente VII y del emperador Carlos V para llevar a cabo su tarea. Este punto es importante, pues antes habían llegado otros frailes a la Nueva España (como el mercedario fray Bartolomé de Olmedo, los franciscanos españoles fray Diego de Altamirano y fray Pedro Melgarejo, así como los tres franciscanos flamencos: fray Pedro de Gante, fray Juan de Tecto y fray Juan de Aora) pero los doce franciscanos llegaban con toda la autoridad real y eclesiástica para llevar a cabo un trabajo más sistemático y organizado.

Los franciscanos se encargaron de predicar el Evangelio por primera vez en extensas zonas del centro de la Nueva España. Sus casas más antiguas las fundaron en los valles de México y Puebla-Tlaxcala: Ciudad de México, Tlaxcala, Texcoco, Huejotzingo. Desde el convento de la capital, en una primera avanzada misionera (1524-1531), incursionaron también en el Valle de Toluca, Michoacán, Tula y Jilotepec, pueblo este último donde fundaron un convento dedicado a los santos Pedro y Pablo en 1529. El Códice de Jilotepec menciona a fray Antonio de Ciudad Rodrigo, uno de "los doce", y a fray Alonso de Rangel como los primeros evangelizadores del lugar (1). De fray Antonio en realidad no hay datos seguros de su participación en esa tarea, pero sí los hay de fray Alonso, según escribió el cronista fray Jerónimo de Mendieta:

Fray Alonso Rangel, de la provincia de Santiago, vino en compañía del venerable padre fray Antonio de Ciudad Rodrigo, juntamente con fray Juan de San Francisco, el año de 1529. Era hombre de buena habilidad y suficiencia de letras, y sobre todo muy ejemplar y grande obrero en la conversión de los indios. Aprendió en breve tiempo las dos lenguas más generales de esta Nueva España, es a saber: mexicana y otomí, y las puso en arte [es decir, gramática], particularmente la mexicana, de la cual hizo arte muy perfecta, y sirvió muchos años a los que la aprendieron, y en la misma lengua compuso sermones muy buenos de todo el año. En la otomí fue el primero que la alcanzó a saber (aunque es bárbara y dificultosa), y el primero también que en ella predicó la palabra de Dios y su Evangelio en las provincias de Jilotepec y Tula (que eran las más populosas de indios otomíes) y en sus comarcas, donde convirtió innumerables gentes a la fe de Nuestro Señor Jesucristo, y las bautizó, y destruyó todos los ídolos de aquellas provincias con sus templos y altares, con mucho riesgo de su vida, porque los sacerdotes y ministros de ellos, no pudiendo llevar en paciencia que tan abarrisco les quemase sus dioses, y a ellos los privase de sus antiguas prebendas, trataron muchas veces de matarlo, y en dos partes lo quisieron poner por obra; la primera vez junto a un cerro de un pueblo llamado Chiapa, y la otra, cerca de otro que se dice Tepetitlán. Mas el Señor, cuya obra hacía, lo libró de sus acechanzas, porque la vida de este siervo era necesaria para la salvación de muchas almas. (2)

Ya sabemos que Aculco formaba parte en aquel tiempo en la Provincia de Jilotepec y cuando el cronista Mendieta señala que fray Alonso predicó "en las provincias de Jilotepec y Tula [...] y en sus comarcas" podemos pensar que quizá llegó hasta tierras hoy aculquenses, aunque es imposible demostrarlo. Lo cierto es que el primer establecimiento franciscano de nuestro pueblo se fundó hasta 1540 como visita precisamente del convento de Jilotepec (3) y hacia 1595 alcanzó ya el estatus de doctrina independiente (4). Es a partir de este hito cuando empezamos a encontrar con mayor certeza fechas y nombres de franciscanos en Aculco: según un "mapa" (seguramente un códice) que los naturales de Aculco conservaban todavía en 1688, los primeros religiosos habrían sido los frailes Juan Masoa y Juan de Santiago (5). Este fray Juan "Masoa" debe ser en relidad fray Juan de Mazorra, de quien el cronista fray Agustín de Vetancurt escribió lo siguiente en su Menologio franciscano:

El venerable padre fray Juan de Mazorra; natural de Carriendo [sic pro Carriedo], tomó el habito, y profesó en el convento de Mexico a 2 de Julio del año de 1572. Hijo de Juan de Mazorra y María Fernández, del Valle de Carriendo, en la montaña [de Castilla, es decir de la hoy provincia de Cantabria]. Fue de vida austera y penitente, tanto amaba la santa pobreza, que no tenia en la celda mas que el breviario, una Biblia y una cruz de palo en la cabecera; su lecho era el duro suelo, y así en las enfermedades,(en que la necesidad dispensa) nunca mudó de cama, en la puntualidad de rezar a sus horas fue tan puntual, que siempre, aunque viviera solo se levantó a rezar maitines a la media noche; fue guardián del convento de Jilotepec varias veces, donde le vieron los religiosos no pocas veces en el aire levantado con éxtasis en la oración, en que hace Dios a sus santos más crecidos favores; corrió la fama de su virtud hasta llegar a los oídos del católico monarca Felipe II, y escribióle, ordenándole que le diese todos los años aviso de lo que pasaba en las Indias, para ordenar los medios de su mejor gobierno; obedeció el varón de Dios las órdenes de su rey, y todos los años daba noticia por sus cartas al Real Consejo de las Indias, dando crédito a sus verdades y ejecución a sus avisos. Conocióle la entereza de su vittud, porque aunque en las noticias solicitó la utilidad común, nunca solicitó la conveniencia particular de su persona. Murió en el convento de México con sentimiento del reino que le veneraba bienhechor el 4 de febrero de 1613 (6).

En efecto, se conservan en el Archivo General de Indias algunas cartas de fray Juan de Mazorra dirigidas al rey Felipe II. En las más conocidas, se refiere al proceso de "congregación de pueblos" que tenía lugar por aquellos años, cuando muchos asentamientos indígenas demasiados pequeños y con pocos habitantes, o que habían quedado casi despoblados por las epidemias, fueron reunidos en una sola cabecera para facilitar su administración civil y religiosa. Aculco fue uno de esos pueblos en los que se reunieron los habitantes de otros lugares, entre ellos los de Santa María Ñadó, San Juan Aculco y San Lucas Totolmaloya. Este último fue el único que se volvió a poblar años más tarde. En sus misivas, fray Juan de Mazorra contaba a Felipe II el drama de estas congregaciones así como el sufrimiento de los indios por las encomiendas, el repartimiento y otros abusos de los españoles. En 1604 escribió que "los repartimientos los tienen en cautiverio eterno, los obrajes en mazmorras y las congregaciones, como se van haciendo, en las puertas de la desesperación". Dos años después, aunque el rey había emitido una real cédula que prohibía el traslado de indígenas que ya vivían en comunidad, Mazorra se quejó ante él por "no cumplirse su real cédula en que manda cesen las vejaciones y reducciones de los pobres naturales" (7).

Acerca del otro fraile que estuvo entre los fundadores del convento de Aculco, fray Juan de Santiago, lo que cuenta el mismo Vetancurt es esto:

El venerable padre fray Juan de Santiago, hijo de esta Provincia del Santo Evangelio: Apostólico varón que en la viña del Señor trabajó mas de cuarenta años; predicador en tres lenguas: castellana, mexicana y otomí, tan incansable que solía en tres partes distintas predicar tres sermones en un día; en la humildad y modestia fue tan excelente, que por antonomasia le llamaban, y conocían por "el mortificado"; fue tanta la dulzura y suavidad de su trato, que dejaba enseñados y consolados a los más penosamente afligidos; jamás salió de su presencia alguno que no saliese con deseo de seguir la virtud; era muy dado a la oración [...]. [Después de viajar a Santa Fe con el venerable Gregorio López] prosiguió su carrera, y lleno de virtudes pasó a buena vista el que fue a comunicar su espíritu a Santa Fe en 4 de julio de 1629, siendo morador del convento de Tacuba, donde murió, y aunque se han hecho las diligencias por saber su patria, todos convienen ser hijo de esta Provincia; un testigo dice le parece ser natural de Sevilla; en el libro viejo de las profesiones de la Puebla se halla esta claúsula: Fr. Juan de Santiago, hijo legítimo de Juan Gorje y de Inés de Santiago, vecinos de la ciudad de Cholula, natural de esta de [Puebla de ] los Ángeles, en cuyo convento profesó en 13 de agosto de 1579 años, siendo de edad de 21 años (8).

El Códice de Huichapan menciona también a este fray Juan de Santiago. En los anales del pueblo de San Mateo Huichapan,que forman la primera sección de dicho códice, hay varias menciones a él, residente en el convento de Huichapan, donde fue guardián en 1589, 1591 y 1606. En los registros que corresponden a los años 1603 y 1604 aparece la palabra ogayäyühü, “hablante del otomí”, junto a su nombre (). Más aún, según lo ha estudiado David Wright, fray Juan de Santiago es probablemente el autor de una Doctrina cristiana en otomí que se encuentra actualmente en la biblioteca Newberry de Chicago:

Esta Doctrina cristiana tiene como título, en un encabezamiento en otomí del folio 1 recto, Andoctrina christiana nokän hiäyühü, “la doctrina cristiana en otomí”. Dentro del mismo encabezamiento se señala, en otomí, que “fue escrita por el fraile franciscano Juan de Santiago, sacerdote”. Los encabezamientos de las diferentes secciones temáticas de este catecismo están escritos en castellano, el resto del texto en otomí. La primera parte del texto (folios 1 recto a 3 recto) trata del misterio de la trinidad; se dispone en un formato de preguntas (“Nattonnate”) y respuestas (“Nathätate”). En los folios 3 recto a 21 verso se presentan, en otomí, el Per signum crucis (“Por el signo de la cruz”), el Pater noster (“Padre nuestro”), el Ave María (“Dios te salve María”), el Credo (“Creo [en un solo Dios...]”), la Salve regina (“Dios de salve reina [y madre de la misericordia...]”), los artículos de la fe, los mandamientos de la ley de Dios, los mandamientos de la santa madre Iglesia, los sacramentos de la santa madre Iglesia, los pecados mortales y las virtudes morales, las virtudes teologales, las virtudes cardinales, los dones del Espíritu Santo, las potencias del ánima, los enemigos del ánima, las obras de misericordia, los sentidos corporales, la bienaventuranza, los cuatro dotes, la confesión general, la declaración del pecado venial y cómo se perdona, la declaración del pecado mortal y cómo se perdona, las fiestas de guardar de los indios, los días de ayuno de los indios y las cuatro témporas del año. La siguiente sección (folios 22 recto a 138 verso) carece, por lo general, de encabezamientos en castellano. Tiene una breve introducción en otomí, señalando que lo que sigue es un catecismo elaborado por el mismo fray Juan de Santiago. El texto adopta la forma de un diálogo entre el maestro (“Ogaxohnabate”) y el estudiante (“Otixoti”). El texto termina con una sección que por excepción lleva encabezamiento en castellano: “Breve confessionario” (9).

¿Se imaginan? ¡Posiblemente es la doctrina con la que los aculquenses de fines del siglo XVI y principios del XVII aprendieron la fe cristiana o, acaso, el fruto de las experiencias de fray Juan en sus años de misión en Aculco!

Por otra parte, de principios del siglo XVII (1606) son los primeros registros que se conservan en los libros sacramentales de la parroquia de Aculco, en los que podemos encontrar los nombres de algunos de los franciscanos que estuvieron en el convento por aquellos años. Hallamos, por ejemplo, a fray Francisco del Saz, fray Antonio Sánchez, fray Francisco Suárez, fray Diego Mújica, fray Diego Manjón, fray Pablo Vetancurt, fray Antonio de Tapia, fray Pedro Amador, fray Pedro de Murga, fray José de Villegas. Algunos de ellos tienen también historia interesantes. Un de ellas es la de fray Francisco del Saz:

El venerable padre Francisco del Saz, natural de la villa de Colmenar, tomó el hábito en el convento de Mexico año de 1577. Fue varón de rara austeridad y penitencia con un hábito sin túnica y sandalias de esparto. Aprendió la lengua mexicana y otomi y con el celo de la salvación de las almas predicaba todos los domingos y fiestas con gran espíritu y fruto de sus oyentes. Lleno de buenas obras y de años pasó al Señor el año de 1623 en 27 de octubre en Mexico donde está entertado. De cuyas virtudes se hicieron informaciones entre las que hizo el padre fray Marcos de Aguirre (10).

Fray Francisco Suárez, "hombre de muy claro entendimiento y buena habilidad", escribió en 1585, en coautoría con fray Jerónimo de Mendieta y fray Pedro Oroz, una Relación de la descripción de la Provincia del Santo Evangelio que es en las Indias Occidentales que llaman Nueva España, que se publicó impresa hasta 1947. Fray Pablo de Ventancurt (o Betancourt), por su parte, estuvo entre los fundadores de la villa de Cadereyta (Querétaro) en 1640.

Estos son, pues, los nombres y algunos hechos de varios de los franciscanos que desde el siglo XVI y hasta el primer tercio del siglo XVII predicaron el Evangelio en Aculco. Sus fundadores espirituales, como lo fueron de buena parte de nuestro país:

Yo creo que el mexicano del altiplano tiene un alma franciscana, que el espíritu mexicano es franciscano. Esos frailes fueron los fundadores espirituales de México. A mí me emociona, y no importa si fueron 100.000 o si fueron 10.000 los indígenas que lograron bautizar en un solo día, como dicen sus crónicas. Lo que importa es que esa impronta franciscana perduró y que confiarles la evangelización fue una de las ideas geniales de Cortés [...] Uno no puede más que conmoverse con los relatos de cuando Pedro de Gante introdujo el teatro, la música y la pintura para enseñar a los indios los evangelios (11).

El convento de Aculco fue secularizado en 1759 y los franciscanos lo entregaron poco después a su primer cura párroco del clero secular. Han pasado más de dos siglos y medio desde que se fueron, pero el recuerdo de su presencia por más de 200 años en este lugar se mantiene.

 

NOTAS

(1) Marcela Salas Cuesta. "La fundación franciscana de Jilotepec, Estado de México", Dimensión antropológica, año 4, vols. 9-10, enero-agosto de 1997, p. 71.

(2) Fray Jerónimo de Mendieta. Vidas franciscanas, México, UNAM, 1994, p. 117-118.

(3) Francisco de Ocaranza. Capítulos de la historia franciscana, Primera Serie, México, 1933, p. 37.

(4) Algunos autores sitúan este hecho "después de la conclusión de la guerra chichimeca". Ver Arturo Vergara Hernández y Robert H. Jackson. Las doctrinas franciscanas de México a fines del siglo XVI en las descripciones de Antonio de Ciudad Real (O.F.M.) y su situación actual, Pachuca, Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, 2022, p. 77.

(5) Fray Buenaventura de Berganza. "Testimonio de fundación del convento de San Gerónimo Aculco", 1688, Biblioteca Nacional de México, AF 107/1467.3, f. 1-2v.

(6) Fray Agustín de Vetancurt. Menologio franciscano, México, María de Benavides, viuda de Juan Ribera, 1698, p. 9-10.

(7) “Carta de fray Juan de Mazorra al Rey don Felipe” (18 oct. 1604), AGI, México, 294, f. 1r. y “Fray Juan de Mazorra escribe en razón de cumplirse la cédula de vuestra Majestad de que cesen las congregaciones de los indios, envía una copia de carta del marqués de Montesclaros en que les manda acudan a las obras de las casas que para este efecto se van edificando” (6 feb. 1606), AGI, México, 295, 1r.

(8) Fray Agustín de Vetancurt. Op. Cit., p. 70-71.

(9) David Charles Wright Carr. Manuscritos otomíes en la Biblioteca Newberry y la Biblioteca de la Universidad de Princeton, Guanajuato, Ediciones La Rana, 2006, p. 51-52.

(10) Fray Agustín de Vetancurt. Op. Cit., p. 114.

(11) Enrique Krauze, "La imagen de Cortés a través de los siglos", conferencia, impartida el 21 de junio de 2019 como intervención inaugural del ciclo dedicado a Hernán Cortés en la Real Academia de la Historia, bajo la coordinación de Carmen Iglesias. Disponible en https://www.blogger.com/u/2/blog/post/edit/8235607006679703406/1511905864898243059.

viernes, 26 de abril de 2024

La escalera del convento de Aculco

Después de mucho tiempo retomo en este texto la descripción de los espacios del antiguo convento franciscano de Aculco, hoy casa cural. Ya antes les he hablado del refectorio, la galería de los novicios, la torre oculta, la sacristía, el bautisterio viejo, la sala de profundis, la loggia de la planta alta de la portería, el claustro, el reloj de sol y algún otro sitio más. Esta vez conoceremos la escalera que permite acceder a la planta alta del edificio. Esta escalera se localiza en un cubo situado hacia el ángulo sureste del claustro, contiguo al salón que fue originalmente el refectorio y a un cuarto que hoy se usa para sanitarios.

Se trata de una escalera de dos tramos con un descansillo entre ellos y otro más en el desembarque. A ella se accede desde un arco escarzano de piedra blanca sin molduras -no muy amplio- que da a la planta baja del claustro, el cual estuvo anteriormente cubierto con aplanados y hoy luce con la piedra aparente después de un reciente y nocivo despellejamiento. La reja de hierro que cierra este acceso es de construcción moderna. La cubierta de la escalera está formada por petatillo y vigas, no es antiguo sino, posiblemente, contemporáneo de la estancia de los frailes agustinos (1951-1964), ya que originalmente debió ser de terrado sobre vigas de madera.

La primera rampa consta de diez peldaños de cantera. La mitad de ellos asciende bajo la bovedita que conforma el descanso superior. A sus costados corre un pasamanos de mampostería de piedra blanca aparente, que en su origen también debió estar cubierto de aplanados de cal y arena. El primer descansillo, con piso de ladrillo, tiene hacia el poniente una puerta que comunica con el refectorio. El muro sur tiene aquí un remetimiento parcial de unos 20-25 cm que no se explica fácilmente, salvo para hacer más ancha dicha entrada al refectorio. En este mismo muro la escalera se ilumina con una ventana semitapiada que anteriormente tuvo un barandal de madera hacia el interior que ya no existe. Esta ventana da hacia los altos de la galería de los novicios.

En el punto de unión del pasamanos de las dos rampas existe una gran piedra labrada que se adosa verticalmente y tiene dos remates a diferente altura. El remate más bajo es curvo, mientras que el alto termina en corte recto y tiene una horadación que quizá sirvió para colocar velas o algún otro tipo de iluminación.

La segunda rampa tiene sólo ocho peldaños de piedra. Sus barandales, a diferencia de los otros, están todavía cubiertos de aplanados. No desemboca este segundo tramo directamente al corredor alto, sino, como hemos dicho ya, a un descansillo que ocupa todo el ancho de la escalera. Desde él, un arco semejante al que da acceso en la planta inferior y colocado a eje con él permite entrar al claustro, sin la reja que estorba al tránsito en la planta baja. Nada más trasponer el arco encontramos, a mano izquierda, una curiosa pila de agua bendita de piedra encalada, forma troncocónica con reborde marcado, alojada en un nicho con cerramiento triangular.

Aunque los aplanados originales de cal y arena de esta escalera han sido removidos parcialmente, es muy importante que los que restan se conserven. No sólo por tratarse de la "piel" que sus constructores le dieron a principios del siglo XVIII, cuando presumiblemente se levantó, sino porque al tratarse de uno de los principales espacios de un convento que estuvo profusamente decorado con pintura mural es probable que conserve aún restos de ella. Y, quizá con un poco de suerte, alguna restauración futura los pondrá a la vista.

martes, 23 de abril de 2024

Y siguen despellejando el antiguo convento de Aculco

Hace 16 años, en uno de los primeros textos publicados en este blog titulado El claustro desollado, criticaba la pésima decisión que se tomó hacia la década de 1960 de retirar los aplanados decorados con pintura mural que cubrían los arcos del patio del viejo convento de Aculco. Me referí en este escrito a la ponencia Los acabados de los monumentos novohispanos y la petrofilia al final del siglo XX, donde el autor, David Charles Wright Carr, escribe:

Los aplanados de mortero de cal, los enlucidos finos y las capas de pintura son eliminados de los elementos arquitectónicos pétreos con demasiada frecuencia, con el pretexto de descubrir la piedra. Curiosamente, muchos monumentos son agredidos por los mismos profesionales de la conservación que tienen como misión la protección de la integridad física de los inmuebles. Justifican sus intervenciones con la teoría estética moderna y los gustos populares actuales, de tendencia marcadamente petrófila (es decir, que gusta de la piedra a la vista). [...] En la Nueva España era usual aplanar los elementos pétreos con mortero de cal y arena, en el caso de los elementos formados con mampostería de piedras irregulares. [...] En muchos monumentos esta piel protectora fue tratada de manera bicroma o policroma. Los constructores novohispanos utilizaban un lenguaje de formas y colores. Mediante sillares fingidos, figuras geométricas, cenefas, frisos grutescos, fajas fitomorfas y elementos figurativos, enfatizaban y jerarquizaban los elementos dentro de las composiciones.

Precisamente este tipo de decoración en forma de sillares fingidos pintados sobre el aplanado es el que tenía el claustro del convento. Todo, salvo algún "testigo" pictórico que dejó prudentemente el encargado de retirarlo, se perdió irremisiblemente en aquellos años, arrebatándole así parte de su historia arquitectónica al edificio.

Sinceramente creí que esa nociva idea de retirar los aplanados del convento era cosa del pasadao y no continuaría, ya que se había abandonado hace 60 años. Es más: pensaba que llegado el momento, una restauración del edificio revelaría nuevas pinturas murales en paredes que hoy sólo lucen encaladas en blanco, pero que por su ubicación es muy probable que estuvieran originalmente decoradas: el antiguo refectorio, la escalinata, la sala de profundis, la sacristía. Sin embargo, hace unos días descubrí con sorpresa y disgusto que en los corredores que comunican el claustro con la sacristía y con el patio de los novicios se ha llevado a cabo una nueva obra de remoción de aplanados, y con ello quizá también de destrucción de pintura mural que podría haber existido oculta bajo el encalado.

Debo aclarar aquí que no se trata de una cuestión estética, sino histórica y patrimonial. Yo he sido un gran defensor de la piedra blanca de Aculco, que es uno de los principales signos de identidad de la arquitectura local, incluso por encima de la cantera rosa. Sin embargo, no se trata de arrancar los aplanados de los edificios históricos, que tienen un valor por sí mismos, para dejar expuesta la piedra porque así nos parece más hermosa. Como dice la cita que copié líneas arriba, ese gusto por la piedra expuesta es un gusto moderno, que no corresponde a la época en la que se construyó este convento.

Este nuevo atentado contra la integridad del convento de Aculco debió realizarse en algún momento en los últimos cinco o seis años, ya que cuento con fotografías de 2014 y 2018 que muestran esa zona del inmueble todavía intacta. Hoy la piedra blanca irregular ha quedado al descubierto. Por su corte descuidado es evidente que sus constructores nunca quisieron verla así. ¿A quién se le habrá ocurrido tamaña tontería?, ¿por qué abundan los tontos con iniciativa?

En fin, ya lo había escrito en otro post, pero lo repito: el patrimonio de Aculco se pierde de poco en poco todos los días. Cuando nos demos cuenta no nos quedará nada.

viernes, 19 de abril de 2024

La casa de don Alfonso de la Cueva y doña Benita Mondragón

Don Alfonso de la Cueva Ramírez era un hombre alto y delgado, bien parecido, con una figura que hacía honor a su sobrenombre de "el Poste" (aunque alguna de sus cuñadas le llamaba, con buen humor, "el Gato", por sus ojos verdes). Nació el 31 de octubre de 1895 en Aculco, hijo del matrimonio formado por el comerciante Ignacio de la Cueva y la señora Donacia Ramírez. Tanto su familia paterna como la materna tenían un largo arraigo en el pueblo, donde los apellidos De la Cueva y Ramírez se pueden encontrar en documentos al menos desde el siglo XVIII. A don Alfonso se le tenía desde joven como persona de respeto. Por ejemplo, formó parte de la junta vecinal que el 31 de julio de 1926, debido al cierre de los templos debido a la persecución religiosa del gobierno de Calles, recibió y se encargó de mantener la parroquia durante los tres años que duró el conflicto. En esa misma década delos veinte contrajo matrimonio con doña Benita Mondragón Buenavista, nacida en 1898.

Don Alfonso trabajó de joven en "El Cinco de Mayo", comercio situado en la Plazuela Hidalgo que reunía tienda, carnicería y pulquería, y que pertenecía a su cuñada Josefa Mondragón y al esposo de ésta, don Benjamín Morales. Más tarde se independizó y se dedicó al comercio de carne poniendo su tienda en el lugar conocido precisamente como el Portal de las Carnicerías, en la Plaza de la Constitución. Allí, con su ayudante apodado "El Yaqui", despachaba carne de borrego y cerdo. Frente a su local existía un pequeño pero frondoso fresno con un rodete de mampostería pintado de color rojizo que servía de asiento a los viandantes. Al lado del rodete solían reposar sus dos perros galgos: el Forey -llamado así por el mariscal que estuvo al frente del ejército francés que invadió México en 1862- y el menos aristocrático Rin. Rodete y fresno desaparecieron en la remodelación de 1974, al considerárseles estorbo para el tránsito.

En la década de los años veinte vivía don Alfonso en la casa número 4 de la misma plaza principal. Ahí nació el 28 de octubre de 1921 su hijo José Salvador. Desconozco en qué año el matrimonio se mudó a la casa de la Plazuela Hidalgo número 3 (en aquel entonces número 6), donde vivían ya en 1930 y que se conserva en manos de su descendencia. Esta casa, situada en uno de los rincones más bellos de Aculco, es precisamente de la que quiero hablarles ahora, aprovechando que hace unos días tuve la oportunidad de recorrerla nuevamente y tomar fotografías, después de décadas de no entrar en ella.

No es la primera vez, por cierto, que escribo sobre esta casa. En mi texto "Aculco recóndito" me referí a ella y les mostré algunas imágenes antiguas y modernas especialmente de su exterior, donde se advierten los poquísimos cambios que ha sufrido a lo largo del tiempo. Ahora quiero darles un recorrido más extenso por su interior con fotos actuales, en donde notarán lo mismo: se trata de una de las ya escasas construcciones aculquenses en estado prístino, prácticamente sin intervenciones que desfiguren su aspecto original. No podemos decir lo mismo de su mobiliario o decoraciones, pues la casa luce ahora poco menos que vacía.

La fachada de la casa es tan sencilla como auténtica, construida en piedra blanca revocada. En la planta baja hay dos vanos asimétricos que siguen la inclinación de la calle. El más pequeño, a la izquierda, de piedra blanca, con dintel monolítico. El de la derecha, más alto, un poco más ancho y con cerramiento curvo, combina la piedra blanca de sus jambas con la cantera rosa del arco. Esta es la entrada principl a la casa. En la planta alta hay dos pequeños balcones simétricos, ambos con enmarcamiento de piedra blanca, dinteles monolíticos y alféizar moldurado de cantera rosa. Ambos tienen sus rejas de media altura con nudos ornamentales de plomo. Sólo desde el interior se aprecia lo pequeños que son en realidad estos bellos balcones, que responden muy bien a las pequeñas proporciones de toda la casa. En la parte más alta de la facahada existió un corto tejadillo que, falto de mantenimiento, terminó por caer hace años. En algún tiempo lejano esta fachada estuvo pintada de un color rosa pálido, como se advierte donde se ha desgastado el encalado.

En su interior la casa de distribuye en dos crujías, una más corta paralela a la calle y otra perpendicular en el costado norte. Estas dos crujías se adornan con corredores altos y bajos que rodean un minúsculo patio. En la planta baja estos corredores tienen arcos carpaneles sobre pilares de piedra blanca, con la curiosidad de que la clave de esos arcos es de cantera rosa. Dos arcos hay al lado norte, uno al oriente y otro al poniente. Complementa esta arquería el arco del cubo del zaguán, con semejantes características. Una habitación esta planta baja conserva no sólo su tradicional piso de ladrillos cuadrados, sino la decoración pictórica sobre estos realizada con pintura roja, que forma una especie de pétalos.

En la planta alta -a la que se accede por una escalera de dos tramos, el primero de mampostería y el segundo de madera, ubicada en el ángulo noreste del patio- tiene pilares de mampostería con capiteles de cantera rosa que se corresponden con los pilares de la planta baja y que sostienen el rústico tejado. Desde este corredor alto se tiene, hacia el sur, una hermosa vista de la parroquia.

Caminemos hacia el fondo de la casa. Tras pasar el arco oriente del patio encontramos una antigua puerta entablerada algo maltratada, aunque todavía recuperable. Se accede por ella a un segundo patio en el que el mejor adorno son las plantas que crecen en rodetes. Una parra, como las que había en varias casas de Aculco y que casi han desaparecido, crece casi al centro del patio. Aquí el terreno se ensancha hacia el sur. Desde aquí se ve asomar una ventanilla de las habitaciones del piso superior de la casa en un muro de piedra blanca: uno de esos acentos tan particularmente aculqueños.

Todavía se puede avanzar más al fondo, hacia lo que seguramente fue un corral. No hay nada en él más que alguna cantera labrada interesante y los recios muros que lo rodean, construidos en una combinación de piedra blanca y "piedra maciza". Su aspecto hace pensar que quizá hayan sido reutilizados de alguna construcción mucho más antigua.

Al salir de la casa, queda la sensación de que se ha visitado no sólo un lugar del Aculco más auténtico, sino un tiempo que no es el nuestro. ¡Qué hermosa casa!, ¡quién no quisiera poder pasar las tardes en un patio así! Ojalá los años no la hagan padecer y no termine por perder su gracia fincada en la sencillez, la originalidad, el sabio uso de los materiales locales, el apego a las proporciones pequeñas que marca el terreno, los inmuebles vecinos, la propia calle. Ojalá los aculquenses de fueran sean capaces de tomar esta sencilla belleza como modelo de nuevas construcciones o de de remodelaciones.

Volvamos a evocar a don Alfonso de la Cueva, antiguo dueño de esta casa. Él era también un gran charro y vestía siempre como tal, especialmente con su sombrero de ala ancha. Gustaba de lazar y entre las décadas de 1940 y 1960 fue además -como presidente del Comité de Festejos- el organizador de los eventos que tenían lugar en el pueblo durante las fiestas patrias: el jaripeo del 15 de septiembre en la Plaza Garrido Varela, el baile popular la noche de esa misma fecha en el Portal de la Primavera y otro más elegante en el Palacio Municipal, el desfile del 16 de septiembre y otro jaripeo por la tarde de ese día. Para organizar todo esto viajaba cada año con antelación a la Ciudad de México (ocasión en que cambiaba su atuendo charro por traje formal y sombrero pequeño), donde se procuraba fondos entre los aculquenses residentes ahí, principalmente con don Ignacio Espinosa.

Hay que recordar que en aquellos días no había en realidad en Aculco charreadas con todas las suertes reglamentarias: la cala de caballo era inexistente; los piales no siempre se tiraban y muy pocas veces se coleaba; la terna en el ruedo (sin muchas florituras al lazar) precedía al jineteo de toro, ya que no existían cajones y se aprovechaba el momento de tener al animal en tierra para apretalarlo; el jineteo de yegua y las manganas tampoco eran frecuentes, pero el paso de la muerte sí se practicaba. En su caballo bayo llamado el Emperador (un animal grande, que apenas cabía al salir o entrar por la estrecha puerta de su casa) o en alguno otro de los varios que tuvo, don Alfonso lazaba en el ruedo a los toros, ya fuera cabeza o pial, y era acostumbraba dar una vuelta al ruedo a galope con el toro enlazado, "barriendo" a todos los curiosos que invadían la arena. "¡Ahí viene el Poste tirando gente!", era el grito en la plaza cuando don Alfonso ejecutaba su faena.

Ya era anciano don Alfonso el día en que perdió un dedo al lazar en uno de aquellos festejos, montado en La Valentina, yegua de su sobrino Gildardo Lara Mondragón, en la primera mitad de los años sesenta. Cuentan que, con el dedo colgante, sostenido apenas por la piel, pedía que se lo cortaran totalmente con una navaja que él mismo portaba para seguir lazando.

Cuando en aquellos mismos años se formó la Asociación Juvenil de Charros de Aculco, don Alfonso y su cuñado don Pedro Mondragón fueron los dos únicos charros de mayor edad invitados a participar en ella. En un momento muy emotivo durante una charreada organizada por esta asociación, don Alfonso entregó una reata y unas espuelas al entonces joven Silvino Uribe Morales, como símbolo de transmisión de la tradición charra entre una generación y otra.

En sus últimos años, don Alfonso mudó su negocio a una accesoria en la casa de la familia Lara Mondragón (plaza de la Constitución número 15). Ahí permanecía cuando falleció en 1961.

martes, 9 de abril de 2024

Los daños al edificio del Portal de la Primavera

Permítanme comenzar este texto con una disculpa: hace dos semanas publiqué en este blog una entrada titulada "Reparaciones en el tejado del Portal de la Primavera" (ahora eliminada), en la que daba cuenta de la supuesta obra de manteniminento que se realizaba en las vigas, cintas y tejas de este inmueble icónico del centro de Aculco. Lo escribí después de recibir el aviso de dos personas que se preocupaban por un posible daño al patrimonio edificado de nuestro pueblo y tras preguntarle directamente a quien llevaba a cabo la obra, el propietario del restaurante El rincón del viejo (que ocupa la planta alta), quien me explicó que simplemente reparaba el tejado pues presentaba algunas filtraciones tras doce años de su última restauración. El problema es que esta persona mentía y yo le creí: la realidad es que sin la autorización del INAH y con un simple aviso al Ayuntamiento pretendía construir sobre el techo actual del edificio una terraza con estructura metálica.

Por fortuna, personas menos crédulas que yo denunciaron la obra al Centro INAH Estado de México, quien ordenó la suspensión el 23 de marzo pasado y envió días después un inspector que ratificó esa suspensión. Aunque el INAH no es muy confiable pues hemos visto con demasiada frecuencia que tolera en exceso los daños a nuestro patrimonio, espero no sólo que la obra se suspenda definitivamente, sino que la decisión del instituto obligue a revertir por completo y prontamente lo que hasta ahora se ha levantado sobre este tejado: un par de estructuras paralelas de acero que no sólo ponen en riesgo el inmueble y sus cubiertas, sino que lastiman su vista, la historicidad y hasta la vista de otras construcciones históricas aledañas como es el reloj público. Por no mencionar claro, el delito que constituye la apertura de vanos hacia una propiedad federal como es el atrio de la parroquia y la modificación sin permisos de un inmueble catalogado como monumento histórico, situado además en el corazón de un sitio que es parte de la lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO.

Las autoridades del Ayuntamiento de Aculco, que tuvieron conocimiento oportuno de esta obra (que, por lo demás, es tan visible que no pueden disculparse por ignorancia), son en este caso cómplices de este intento de destrucción de nuestro patrimonio histórico. Apenas puede creerse que en uno de los inmuebles mejor conservados del pueblo, que data de 1871, situado en plena Plaza de la Constitución, con sus cubiertas íntegras, se haya pretendido construir esa aberración. Yo confiaba hasta ahora en que el dueño del restaurante compartía la idea de los beneficios que la conservación del patrimonio edificado trae a todo el pueblo, a su economía, a su cultura, y levantar algo así estaba fuera de toda discusión. Pero es muy claro ahora que no es así, que está más bien entre los destructores del patrimonio de Aculco.

Antes solía comer en El rincón del viejo en cada una de mis visitas al pueblo y recomendarlo mucho. Ya no más.

Les dejo aquí algunas fotos de los daños causados al inmueble:

 

ACTUALIZACIÓN, 23 DE MAYO DE 2024:

Tras la suspensión de la obra, el propietario del restaurante decidió no continuar con la obra y regresar el tejado a su estado original. Al día de hoy el tejado luce ya recuperado. Les comparto aquí algunas imágenes tomadas antes de que se colocaran las últimas tejas.