lunes, 30 de noviembre de 2020

Lo útil no está peleado con lo bien hecho

No voy a cuestionar en absoluto la necesidad de cámaras de vigilancia en Aculco. Por el contrario, su instalación significa un avance importante en medio de la situación de inseguridad que vive nuestro municipio, que a todos nos preocupa y a todos nos afecta. Ojalá muy pronto se instalen las cámaras necesarias no sólo en la cabecera, sino en todos los lugares del municipio que sufren cotidianamente los daños de la delincuencia. Muchas cámaras bien ubicadas seguramente serán un disuasivo para las actividades ilícitas, como ha ocurrido en otras poblaciones del país.

Sin embargo, lo necesario no debe estar peleado con lo bien hecho. Hace unos días, vimos la instalación de un enorme poste plateado en la esquina sureste de la Plaza de la Constitución para una cámara de vigilancia que, por sus proporciones, materiales y ubicación, lastima muy desagradablemente el principal activo de Aculco en el ámbito turístico y patrimonial, que es su cuidada imagen urbana. Es más, sus cimientos de concreto se colocaron en pleno arroyo cerca de un cruce importante, con el riesgo que esto implica para los automóviles. Es muy lamentable que la instalación de este sistema tan útil maltrate un espacio emblemático como es ese, al lado de los portales, en la unión entre las dos plazas, junto al reloj público. Sin duda deben existir opciones de ubicación menos agresivas con el entorno arquitectónico. Me atrevo a decir que una instalación discreta en la torre del reloj habría sido igual de efectiva, menos desafortunada y mucho más económica.

Con mucha frecuencia, cuando se ejecutan obras que, como esta, desentonan con lo que Aculco es y ha sido, me han comentado que "es que así se hace en otras partes". Debemos empezar a entender que aunque algo se haga de cierta manera en otros lugares de México, no tiene por qué hacerse igual en nuestro pueblo. De hecho, si algo distingue a Aculco es justamente que es diferente: que las modas que acabaron con la imagen de innumerables pueblos del país convirtiéndolos en lugares mas parecidos a los barrios pobres de la Ciudad de México, no tuvieron eco aquí y eso lo ha mantenido bello. Entendámoslo: Aculco es diferente y se deben abordar sus problemas de manera diferente.

Somos muchos los que nos preocupamos por la imagen de Aculco. Son muchos los propietarios que, con el fin de mantener la armonía del pueblo, sacrifican comodidades y evitan adiciones modernas, sabiendo que conservar el pueblo con su aspecto tradicional nos beneficia a todos. Cuando desde la autoridad se daña dicha imagen, representa casi una ofensa a los esfuerzos de todos los demás interesados en esa conservación.

Ojalá en un futuro no muy lejano las autoridades rectifiquen este despropósito. Hoy Aculco es posiblemente un poco más seguro gracias a esa cámara, pero sin duda alguna es también un poco menos hermoso.

viernes, 27 de noviembre de 2020

La imagen de la Purísima Concepción, su historia y su autor

Entre las esculturas de santos más hermosas de la parroquia de Aculco está una imagen de la Virgen colocada en el primer altar lateral del lado izquierdo del templo (el que al hablar propiamente de estos temas se llama el lado del Evangelio). Se trata de una imagen "de vestir" del último cuarto del siglo XIX y, no siendo su atuendo ni antiguo ni interesante, normalmente pasa desapercibida para quien visita el lugar. Sin embargo, con detenerse un momento ante ella se aprecia a través los cristales el cuidado y la belleza con que fueron labrados su rostro y sus manos.

Esta imagen fue en su momento muy venerada por los aculquenses. Aunque su advocación -la Purísima Concepción- tiene profundas raíces en la iconografía católica (de hecho en la propia parroquia de Aculco hay dos representaciones anteriores), su reconocimiento como dogma data apenas de 1854, convirtiéndose entonces en símbolo de la oposición de la Iglesia al materialismo del siglo XIX. Por ello, el que los aculquenses decidieran en 1874 encargar una nueva imagen de la Purísima Concepción respondió muy probablemente a un sentimiento de oposición al gobierno liberal y de resistencia a la aplicación rígida de las Leyes de Reforma que llevaba a cabo el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada.

Hoy quiero mostrarles una carta dirigida al diario La Voz de México por don José María Sánchez, publicada el 13 de abril de 1875. En ella se relatan el origen de la escultura y los festejos que se llevaron a cabo al colocarla en su altar, que por cierto sigue siendo el mismo de entonces, pues por fortuna no se ha movido a la imagen de su sitio como sucedió con muchas otras. Esta carta refuerza mi idea de que, a la par de motivos simplemente religiosos, había también una intención de los aculquenses por ostentar su catolicismo ante el Estado jacobino y la "situación azarosa" que éste había creado:

Señores redactores de la Voz de México- Muy señores míos y de mi aprecio.

He de agradecer a ustedes se sirvan dar cabida en las columnas de su apreciable periódico a las siguientes lineas. El señor cura de este lugar y el que suscribe, tenemos la honra de participar a ustedes que el día 8 del próximo pasado diciembre, tuvo lugar la colocación en el altar del sagrario de esta parroquia de la imagen de la Purísima Concepción, Madre tiernísima de todos los católicos, hecha por el hábil escultor don Diego Almaraz residente en Querétaro.

La imagen tiene dos varas de alto, su vestido es de raso blanco, magníficamente bordado con hilo de oro, su manto es azul claro, igualmente adornado, sus manos y cuello están adornados con piezas de oro y perlas finas, su aureola tiene doce estrellas blancas, su corona es una magnífica imitación de azahares.

El día 7 del dicho diciembre por la tarde, fue adornado el templo hasta donde fue posible, se iluminó con quinientas luces de todos tamaños, se colocó la imagen en un dosel en el presbiterio, la bendijo el señor cura, se cantaron unas solemnes vísperas y, terminadas, comenzaron los repiques a todo vuelo, las iluminaciones en la fachada del templo y de las casas, se quemó un número grandísimo de cohetes. El día siguiente a las ocho de la mañana se expuso el Santísimo y se cantó una misa solemne en la que predicó un magnífico sermón el señor cura; siendo de advertir, que tanto la víspera como el día, en todos los actos, estuvo lleno el templo, en la hora de la misa se repartió la Sagrada Comunión a multitud de personas. Se veía un entusiasmo general de piedad en todos los semblantes de las personas de esta población.

En fin, señores redactores, fue un día de gloria para todos los vecinos de Aculco, sin embargo de la situación azarosa de que nos hayamos circundados los que tenemos la honra de pertenecer al catolicismo. El bordado del vestido ya dicho fue encomendado por el señor cura a la maestra de niñas de este lugar quien lo desempeñó con todo el esmero que fue posible bordándolo ella y las niñas, quienes todo lo hicieron gratis.

Al tener noticia el Ilustre Ayuntamiento de esta obra, dispuso mandarla al jefe político de Jilotepec, a donde pertenece esta municipalidad, dicho jefe mandó que dos señoras de aquella villa, inteligentes en la materia, examinaran el bordado, y habiéndolo ejecutado, dijeron en su dictado que no sólo era bueno, sino excelente.

Me anticipo señores redactores a dar a ustedes las más expresivas gracias como su más adicto y seguro servidor que atento besas sus manos - José María I. Sánchez.

Vale la comentar que el autor de la imagen de la Purísima, Diego Almaraz y Guillén, fue un escultor queretano reconocido que dejó una vasta obra. Alumno de los afamados escultores Mariano Arce y Mariano Perusquía, discípulos a su vez de Manuel Tolsá, Almaraz labró -entre otras piezas- la estatua del marqués de la Villa del Villar del Águila que preside la Plaza de Armas de Querétaro, la estatua de Cristóbal Colón en la misma ciudad, y la bellísima imagen de la Purísima Concepción que se venera en el templo de San Francisco de Celaya.

Decía antes que la imagen sigue en el sitio en que se colocó en 1874, el altar del sagrario. La identificación de este retablo de estilo neoclásico con la función de resguardar las hostias consagradas es evidente por dos de sus rasgos: El primero es el relieve del Cordero de Dios que aparece en la predela y que representa a Jesús como víctima ofrecida en sacrificio por los pecados de los hombres, y por tanto a la Eucaristía. El segundo rasgo es la huella que dejó el tabernáculo en la mesa del altar y las molduras de su primer cuerpo, que indican que existió, aunque ya no lo tenga.

Por supuesto, todos los adornos de oro y perlas, así como las vestimentas bordadas de la Purísima Concepción se han perdido. Las ropas que viste actualmente no son ni de buen gusto, ni de buena calidad. ¿Qué habrá sido de aquellas otras con "excelentes" bordados en hilo de oro hechos por las niñas aculquenses de hace casi 150 años?, ¿estarán por ahí, pudriéndose en un rincón, o serán ya polvo?

miércoles, 25 de noviembre de 2020

Las máquinas del ferrocarril Cazadero-Solís

Varias veces les he platicado aquí acerca del ferrocarril Cazadero-Solís, también conocido como ferrocaril Cazadero-La Torre y Tepetongo o aun Ferrocarril de Cazadero y San Pablo, nombres que reflejan, por una parte, la ambición de que sus vías llegaran desde Cazadero hasta la hacienda de Solís, cosa que nunca sucedió, y la realidad de que alcanzara algunos otros sitios pertenecientes a la hacienda de La Torre. Les he mostrado en estas páginas la estación de Cofradía, el sitio donde se ubicó la estación de Ñadó, los restos del Puente Piedad, el llamado puente esviajado, los viejos rieles que se colocaron como refuerzos del acueducto de Ñadó y algún otro vestigio que en este momento no recuerdo.

Ahora quiero contarles acerca de las máquinas que se emplearon en este sistema de transporte, algunas de las cuales, por cierto, existen todavía.

Según las publicacione especializadas en los antiguos ferrocarriles de vía angosta (en este caso, de 610 mm de ancho), el Cazadero-Solís contó con siete locomotoras, seis de ellas de la marca Baldwin Locomotive Works y la otra de marca desconocida. Sus características aparecen en el siguiente cuadro, basado en los libros Best, Gerald M. (1968). Mexican Narrow Gauge. Howell-North, y Moody, Linwood W. (1959), The Maine Two-Footers, Howell-North:

 

No Marca Tipo (ruedas) Fabricación No. Serie Notas
1 0-6-0T
2 Baldwin 0-4-4T
3 Baldwin 2-6-2T 8/1896 14992
4 Baldwin 2-6-2T 4/1896 14798 vendida al Ingenio San Francisco #4 reconstruida para 762 mm ancho
5 Baldwin 2-6-2T 4/1896 14799 vendida al Ingenio San Francisco #5 reconstruida para 762 mm ancho
6 Baldwin 2-6-2T 8/1896 14976 vendida a Compañía La Primavera #1
7 Baldwin 2-6-0 5/1897 15327 diseño similar a la Sandy River Railroad #6 y #7

 

En esta tabla, el "Tipo" se refiere a la llamada notación Whyte, que explica la ordenación de las ruedas. Es decir, una máquina 2-6-2 tendría dos ruedas al frente, un grupo de seis ruedas al centro y dos ruedas más en su parte trasera. En esta misma notación, "T" que aparece en el caso de las máquinas aquí mostradas significa que estaban equipadas originalmente con un par de tanques de agua a los lados de la caldera. En la obra Mexican Narrow Gauge aparece justamente una fotografía de estas locomotoras, la de la número 7, construida en mayo de 1897, y de la que no se conoce el destino final:

Una obra mucho más antigua, el libro titulado Toluca antigua y moderna. Álbum descriptivo del Estado de México, publicado en 1901 por el editor Francisco Zárate Ruiz, nos muestra otra fotografía, aunque desafortunadamente no es posible identificar la locomotora por su número debido a lo deficiente de la impresión. Sin embargo, resulta evidente el parecido de su silueta con la locomotora número 7:

Una tercera imagen de las locomotoras del Cazadero-Solís es ésta, procedente de una colección particular de Aculco, en la que se observa el tren transportando productos de la tala del monte y al personal encargado de ello. Quien está sentado al frente, junto al quitavacas, parecer ser el señor Primitivo de la Vega. El ángulo con que fue tomada la fotografía impide también conocer el número de la máquina pero es casi con certeza la misma número 7, aunque se le había cambiado ya la chimenea.

De la máquina número 3 (que era semejante a la 4, 5 y 6) sobrevive también por fortuna una fotografía cuando estaba recién salida de la fábrica Baldwin:

Locomotora número 3 del ferrocarril Cazadero-Solís, fotografía cortesía de Joaquín Ch. Srt.

Ahora bien, una base de datos sobre locomotoras de vapor en el mundo nos ha permitido saber que cierta máquina con arreglo de ruedas 0-6-0 del Cazadero-Solís, y que por ello podríamos identificar como la número 1, fue vendida a la compañía calera de Jasso (no es, desafortunadamente, la que actualmente se muestra en el exterior del Estadio 10 de Diciembre de Ciudad Cruz Azul, como alguna vez creí). Esa misma fuente la describe como fabricada en Berlín, Alemania, por Orenstein & Koppel en 1936, con el número de serie 12854. Hay detalles extraños en esto: ¿cómo podía la máquina número 1 ser más moderna que las otras numeradas en orden ascendente?, ¿reemplazó a otra anterior que nos es desconocida?, ¿por qué su fecha de fabricación es tan tardía? De acuerdo con Joaquín Chávez, a quien mencioné arriba, esa máquina número 1 sería casi con certeza la que aparece en este par de fotografías:

Una máquina más fue vendida por el Cazadero-Solís al ingenio de San Pedro, en Lerdo de Tejada, Veracruz. Su arreglo de ruedas 2-6-2 y su identificación como una locomotora Baldwin con el número de serie 14798 nos permiten advertir fácilmente que es la máquina 4, que como ya dije antes parece haber sido idéntica a la 3, 5 y 6. De la máquina 4 se conserva una fotografía antigua, de cuando ya había pasado a manos del Ingenio San Francisco, y por fortuna también ha sobrevivido y se encuentra en Veracruz.

La máquina número 5 -gemela de la 3 y de la 4- terminó también en el Ingenio San Francisco y existe todavía. En las siguientes fotografías la podemos ver en ese nuevo destino, donde conservó su número.

Ahora bien, el ferrocarril Cazadero-Solís tenía una vía fija, perfectamente construida, que requirió de obras importantes de ingeniería, pero en Ñadó existía otro sistema ferroviario particular, formado por vías desmontables, portátiles, de sistema Decauville, que se internaban hacia el cerro para transportar la madera y el carbón que explotaba la hacienda. Estas vías se iban desplazando según cambiaban las zonas de tala y para su instalación no se necesitaban grandes trabajos, sino apenas lo indispensable para poner en marcha un medio que necesariamente era temporal. Este sistema utilizaba su propio conjunto de locomotoras de vapor, mucho más pequeñas, de las que desafortunadamente no tengo ninguna información. Para hacernos una idea, estas locomotoras pequeñitas tendrían más o menos la longitud de un automóvil.

Para terminar esta entrada, quiero mostrarles un vestigio histórico de otro tipo, aunque relacionado también con el ferrocarril Cazadero-Solís: se trata del recibo de un envío que hizo mi bisabuelo Cirino María Arciniega al Sr. A. Muñoz en 1903, desde la estación de Cofradía a la de Cazadero. Firma como jefe de estación Donato Díaz.

También, esta imagen ilustrativa del trazo que seguía la vía del Ferrocarril Cazadero-Solís en la región, tomada de la Carta Postal de la Republica Mexicana. Hoja No. 7. Estados de Michocan, Queretaro, Mexico, Hidalgo, Morelos, Guerrero, y D.F. (Distrito Federal). Direccion General de Correos Seccion de Transportes. Litografia de la Secretaria de Comunicaciones y Obras Publicas. Mexico, 1908.

Y, finalmente esta pequeña nota en The Massey-Gilbert blue book of Mexico for 1903 (México, Massey-Gilbert Co, 1903), que aporta un dato interesante: la ubicación de las oficinas del ferrocarril en la Ciudad de México, en Bajos de San Agustín número 1, que corresponde ahora a La tercera cuadra de la calle 5 de Febrero, entre República del Salvador y república de Uruguay.

domingo, 1 de noviembre de 2020

Día de muertos

Se acerca el 2 de noviembre, el Día de los fieles difuntos en el calendario de la Iglesia, el Día de muertos en la tradición popular. Ya se sabe que cada año aprovecho la fecha para renegar del falseamiento de las tradiciones ligadas a este día que vienen desde la década de 1930, cuando el Estado revolucionario, bajo el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas, procuró alejarlas de su raíz católica y Occidental, vestirlas con supuestas tradiciones prehispánicas que en realidad ya estaban para entonces olvidadas, homogenizarlas como si hubieran sido idénticas de un extremo al otro del país e incluso inventarles significados que nunca tuvieron.

Este año, más que subrayar esa lamentable mistificación de tradiciones auténticas, quiero presentarles una hermosa narración que da cuenta de la forma en que en realidad se llevaban a cabo los ritos y ceremonias de este día en un pueblo en la segunda mitad del siglo XIX. Verán en ella cómo la tradición estaba profundamente imbuída de catolicismo y no de supuestas supervivencias indígenas. También, que no era una fiesta alegre, ni se trataba de reirse o burlarse de la muerte, sino de recordar con tristeza y melancolía, con recogimiento, a los que ya no estaban aquí. Nada había de disfraces, esa novedad tan reciente que algunos despistados ya creen tradición. Por supuesto, algunas particularidades de la narración seguramente se alejan de la manera exacta en que el Día de muertos transcurría en Aculco por las mismas fechas, puesto que el autor, Victoriano Agüeros, era nativo de Tlalchapa, Guerrero, y a ese pueblo colindante con el sur del Estado de México se refiere su relato. Pero su sentido general debe haber sido indudablemente muy parecido.

Para adornar el relato, me ha parecido interesante incluir fotografías de algunas piezas históricas, éstas sí propiamente aculquenses: los diez ornamentos litúrgicos antiguos que para la celebración de las exequias y misas del Día de los fieles difuntos existen en la parroquia de San Jerónimo. Ornamentos a los que caracteriza su color negro con adornos dorados y que, lamentablemente, se conservan en muy mal estado, pero fue posible fotografiarlos por un buen amigo en la última transición entre párrocos.

 

EL DÍA DE MUERTOS EN MI PUEBLO

(FRAGMENTO)

En las aldeas, donde se mantiene vivo y es más espontáneo el sentimiento religioso, esta fiesta de los Muertos tiene una manifestación tierna y conmovedora; se liga á las más íntimas y hondas afecciones del alma; porque allí donde todos forman como una sola familia, ¿quién no ha sufrido el dolor de perder a un ser querido? ¿quién no tiene una sepultura que regar con lágrimas? ¿en qué corazón no ha penetrado el frío que se siente cuando se oye caer lúgubremente la tierra sobre las tablas del féretro? ¡Ah! el día de Difuntos..! ¡qué recuerdos tan dolorosos se levantan del fondo del alma ante esta palabra! ¡qué sucesión de tristes reflexiones, de melancólicas memorias, de renovadas heridas, calmadas ya por el tiempo o por el bálsamo de la resignación! La muerte, cuando elige una víctima, no la hiere á ella solamente: hiere también a todos los que la aman, a los que la rodean, a los que conocen sus virtudes y se sienten bien con su amistad; por eso en este día los que viven al abrigo del mismo valle, los que habitan un mismo lugar, los que trabajan y cultivan los mismos campos, recuerdan a todos los que no pueden ya ocupar su asiento en el modesto banquete del día de Todos Santos; ya son el compañero de trabajo, el amigo de la infancia, el que vivía en la casita de arriba o el que sembraba en tal cañada, los que faltan esta noche; ya es la venerable abuela o el amable anciano, que no pueden responder al llamamiento de sus nietos ni acallar sus llantos con caricias; ya es la tierna esposa que dejó en luto un hogar, y en él huérfanos y desamparados a sus hijos; ya es, en fin, la candida y amorosa doncella que se huyó al cielo, y que era en otro tiempo la gala del pueblo, la joya de sus padres, el encanto de los niños y la dulce esperanza de su amante... ¡Todos descansan ya en el seno del Señor, y exigen de sus deudos y amigos recuerdos y oraciones, piadosas ofrendas y lágrimas de gratitud y de cariño!

En los hogares del pobre, en las calles y plazas de mi pueblo, en los senderos que conducen a la huerta y a la montaña, hay, antes de llegar el Día de Muertos, un movimiento inusitado y extraordinario: diríase que se prepara una gran fiesta en la cual deben tomar parte todos los corazones. Por donde quiera se ven ramos y coronas de flores, cirios de blanquísima cera, tiendecillas donde se venden frutas secas, pan blanco sin levadura salpicado de manchitas ro- jas y azules, foqueres de maíz y pastas dulces de leche, para las ofrendas que deben ponerse en los sepulcros el día 2 de noviembre: el ambiente se perfuma con las rosas y esencias traídas de los bosques, y en el atrio de la parroquia, en las puertas de las casas, enormes ramas verdes indican que allí va a rendirse culto á la memoria de algún muerto. No se ve en todo esto un solo adorno de lienzo; y al observar tales preparativos parece que los bosques, las selvas, los árboles, la naturaleza entera, envían á las familias aquellas galas de que se despojan, y con las cuales quieren que se adornen únicamente las tumbas de los que fueron sus hijos y sus amigos predilectos...

Entre tanto, levántase en la humilda nave de la iglesia el carafalco para la misa de difuntos: monumento fúnebre, triste y severo, que servirá para avivar más y más en los corazones de los asistentes el fervor piadoso y la unción de que han menester en sus oraciones...

Llega el día 2: el olor de la cera; las rosas de los campos; los colores de algunas, vistas este día solamente en los altares, y sobre todo, los ornamentos negros con que oficia el sacerdote y los oscuros paños de que está revestida el ara, dan á las ceremonias de este día una expresión de tristeza indefinible. Todos callan y rezan, inclinado el cuerpo, lloroso el semblante, atentos sólo a los pensamientos que se agitan en su mente: van con su oración hasta el trono de Dios, y allí ruegan por personas amadas, cuyos nombres no se atreven los labios a pronunciar, temerosos de que se desaten con estrépito las fuentes de las lágrimas. Hay momentos en que solo se oye el chisporroteo de la cera, la llama de los cirios que se agita al impulso de un aire sutil, el murmullo que allá en el atrio forman los que no han entrado al templo.

La voz del sacerdote turba este silencio, y saliendo los fieles de su honda meditación, les parece ver entre las nubes del blanco y oloroso incienso la imagen de la Religion que los consuela y los llena de esperanza ¡Dichoso momento en que una voz secreta les dice que sus ruegos han sido oídos!

Tal es la misa de finados en la iglesia de una aldea: toda de recogimiento, de dulce tristeza, de penosos recuerdos mezclados de cierta piadosa resignación, que lleva al alma el celestial rocío de la fe, y que la alienta y la fortifica.

Mas no termina con esto el homenaje tributado a los muertos: para ver cómo aman los campesinos la memoria de sus deudos, hay que salir de la iglesia y observar todo lo que hacen en la intimidad de sus hogares y en las tumbas del camposanto.

Las ofrendas: he aquí la costumbre que da un carácter particular al Día de muertos en mi pueblo. Aquellas velas de limpia cera, aquellos panes en forma de muñeca, aquellas coronas, aquellas pastas exquisitas que durante seis días han estado expuestas en las tiendecillas de la plaza, van a depositarse sobre los sepulcros del cementerio, de tal manera, que cubierto el banco de mezcla con un paño de algodón finísimo, toma el aspecto de una mesa cuidadosamente preparada, llena de los más ricos y delicados manjares. Allí se colocan tarros de almíbar, tazas con miel de panales silvestres, panecillos de maíz tierno azucarados y perfumados con canela, flores, conservas, vasos de agua bendita y cuanto de más fino puede fabricar en su casa la madre de familia: es el banquete que los vivos dan á los muertos...

Desde las tres de la tarde, en que la campana de la parroquia comienza a doblar triste y lentamente, como son siempre los dobles en los pueblos, las familias salen de sus casas y se dirigen al camposanto, o al atrio de la iglesia, donde también hay algunas tumbas. Allí recorren las callecitas que éstas forman; y viendo las cruces (no los nombres ni los epitafios, porque no los hay) recuerdan el lugar donde descansan sus parientes o amigos... Colocan en seguida los objetos que llevan para la ofrenda, se encienden los cirios, se arrojan sobre ésta algunas gotas de agua bendita, y poco después sólo se oye en aquel recinto de la muerte el murmullo de las oraciones que se elevan al cielo... Así pasa la tarde: ni la curiosidad, ni el afán de ver, ni otro pasatiempo profano, distraen la atención de los pobres campesinos, que recogidos en el santuario de sus recuerdos íntimos, rezan y suspiran con tierna y honda tristeza.

Cuando las sombras de la noche los arrojan de allí, trasladan las ofrendas al interior de las casas. Se renuevan las luces, se improvisa uno a modo de altar, y colocados en él los objetos que antes estaban sobre los sepulcros, comienzan otras oraciones y otras tristezas. No es raro ver en lo alto de un árbol del bosque, o en un sitio retirado y solitario, una lucecilla que arde a pesar del viento de la noche: es la ofrenda del ánima sola, es decir, de la que en el pueblo no tiene ya ni un pariente, ni un amigo que la recuerde y le adorne su sepultura. Un panecillo y un pequeño cirio, y una oración que se rece por ella, he aquí lo que cada familia dedica al alma de aquel desconocido.

De este modo honran las pobres gentes de mi pueblo la memoria de los muertos.

 

Victoriano Agüeros

(Recogido en Artículos literarios (1880).