viernes, 24 de julio de 2020

Aculco en 1855

Al revisar los archivos municipales, se advierte la frecuencia con que el gobierno de la República solicitaba a los ayuntamientos informes estadísticos sobre la localidad. Por su propia naturaleza, estos informes deberían ser una fuente inestimable de datos para la historia, pero desafortunadamente eran llenados -casi sin excepción- con descuido y desconocimiento, además de sin tener claras las razones por las que se les solicitaban ni qué fines podrían tener. He llegado a encontrar algún caso en que las propias autoridades distritales señalaban las inconsistencias de un informe con respecto a otros anteriores y prácticamente le corregían la plana a las de Aculco, reclamándoles además su poca colaboración.

A pesar de lo anterior, siempre es posible entresacar cosas interesantes de estos informes y aunque sepamos que son imprecisos pueden ser muy útiles para corroborar algún dato, hallar indicios o simplemente para conocer la percepción que las autoridades locales tenían de su propio pueblo.

En 1855, el apéndice del Diccionario Universal de Historia y Geografía de don Manuel Orozco y Berra recogió uno de estos informes referido a Aculco. Si bien es un texto poco extenso y se nota la poca atención del Ayuntamiento al proporcionarla, no deja de haber datos curiosos. Por ejemplo, una prueba más de que hasta mediados del siglo XIX seguían existiendo lobos en esta región, un hecho al que ya me referí anteriormente:  

ACULCO: juzgado de paz del partido de Jilotepec, departamento de México.

Tierras.— Su calidad y producciones.— La parte mayor de las tierras de la comprensión de este juzgado de paz, son útiles para la agricultura por su fertilidad, y en ellas se cultiva maíz, frijol, haba, trigo, cebada y alverjón: de la primera semilla se cosechan de sesenta a cien cargas por cada una de sembradura, y de las otras de quince a veinte.

Montañas.— No ofrecen particularidad que merezca atención.

Maderas.— Abundan las de ocote, encino de varias clases, madroño, sauz, ailes y otros árboles de menos importancia.

Caminos.- Se hallan medianamente atendidos los interiores de comunicación entre los pueblos del juzgado, a mas de los cuatro generales que lo atraviesan.

Aguas.— En el pueblo de Aculco se hallan dos manantiales de agua potable; los demás no merecen tal nombre por la escasez de sus aguas.

Ríos.— Atraviesa este territorio y nace de la presa el llamado de Huapango. Aunque hay otros que se forman de las avenidas en la estación de lluvias, pero en la seca son muy escasos de agua.

Puentes.— Solo hay uno en la hacienda de Arroyozarco, y se conserva en buen estado.

Cavernas. — Hay varias en las montañas al Norte de Aculco, que hasta ahora no se han examinado.

Animales domésticos.— Se hace cría de ganado vacuno, caballar, mular, lanar y de cerda. Parte de él se consume en los pueblos que corresponden a este juzgado, y el resto se conduce para su expendio a la capital de la república.

Aves.— Gallinas, palomas y guajolotes.

Salvajes.— En las montañas se halla el lobo, el coyote, el gato montés, el venado, la liebre, el conejo y toda clase de aves.

Reptiles.— Víbora parda o blanca: su mayor tamaño es de cinco cuartas; es venenosa. Víboras de diversas especies, pero cuyo veneno no es mortal. Escorpiones, lagartijos, lagartijas, sapos y camaleones.

Insectos.— Alacranes, tarántulas, pinacates, mestizos, cochinitas, arañas diversas, moscos, moscas, mayates, mariposas, hormigas, cucarachas, pulgas, chinches, grillos, chapulines y hormigas prietas y coloradas.

Medios comunes de subsistencia. — Casi exclusivamente la agricultura y la cría de ganado, pues es muy reducido en Aculco el número de los artesanos.

Alimentos comunes. — Carnes de vaca y carnero, frijol, alverjón, chile y tortillas.

Bebidas.— Pulque tlachique, y con exceso el aguardiente de caña y vino mezcal.

Enfermedades endémicas.— Reumatismo, inflamaciones de estómago, disentería y punzadas de cabeza.

Idiomas.— El castellano y otomí.

 

Por cierto, habrán notado ustedes que el texto no se refiere a Aculco como municipio, sino como "juzgado de paz", al distrito de Jilotepec lo llama "partido" y el Estado de México es "Departamento de México". Eso se debe a que en el momento de la edición de la obra, el país había dejado de ser una república federal y había adoptado el centralismo.

miércoles, 22 de julio de 2020

Una de franceses

Hace muchos años, suando comenzaba a interesarme en la historia local, los hechos que más me llamaban la atención eran siempre los que mayor importancia tenían en el panorama nacional. No alcanzaba a notar la evidente contradicción de creer que la historia de Aculco era importante en tanto significara algo para México, no para el pueblo mismo. Con el tiempo fui aprendiendo que la verdadera riqueza del pasado de un sitio minúsculo de la geografía mexicana está en lo cotidiano, lo irrepetible, la experiencia personal, y que todo esto es mucho más difícil de hallar, de entender y de divulgar que los "grandes hechos" de la historia.

Este comentario explica en buena medida por qué les traigo hoy este texto. Se trata de un relato en primera persona de J. F. Elton, militar inglés que recorrió el país en 1866, en plena intervención francesa. De hecho, su libro publicado al año siguiente lleva el nombre de With the French in Mexico ("Con los franceses en México") pues buena parte de su recorrido lo realizó en compañía de soldados de esa nacionalidad. Elton pasó por Arroyozarco en mayo de 1866. Lo interesante de su narración no es lo que lo liga con el "gran relato" de la intervención, sino los detalles simples como la descripción de los juegos de los soldados franceses en ese lugar, tras la fatiga de un día de camino entre el lodo y bajo la lluvia.

En la sección en la que habla de este viaje, el autor incluyó además un par de dibujos que bien se pueden identificar con su paso por Arroyozarco. Seguro los disfrutarán tanto como yo.

 

Por la mañana, mucho antes de que México despertara, avanzábamos ya por el camino del norte y estábamos a medio trecho de nuestra primera parada, Tlalnepantla. Afortunadamente no tuvimos lluvia hasta la tarde, pero alrededor de las cuatro cayó en torrentes. A la mañana siguiente los caminos tenían una gruesa capa de lodo, a través de la cual los carros muy cargados rodaban con evidente dificultad y las mulas necesitaban una constante descarga de maldiciones lanzadas en español y francés para mantenerlas avanzando. La marcha fue corta, pero ya era tarde cuando llegamos al pequeño pueblo de Cuautitlán. Era dolorosamente evidente para todos que si el clima húmedo duraba unos pocos días más, era inevitable una crisis. Sin embargo, tuvimos un pequeño y agradable alboroto juntos Dupeyron, comandante del convoy, Carrère (ambos capitanes del Batallón de África), De Colbert y yo mismo. Como cocinero Carrère era infatigable. Estaban también una centena de hombres del cuerpo belga agregados a nuestro convoy, pero sus oficiales se mantuvieron apartados y no los vimos mucho. Una línea sin fin de carros y una fuerza de cerca de cien hombres de diversos regimientos -convalecientes y hombres que se reunían con sus compañías- completaban el conjunto bajo el comando de Dupeyron, uno muy molesto para él, me supongo. Creo que nadie le envidiaba el cargo.

El día 20, con gran dificultad, la lluvia precipitándose en torrentes, nos arrastramos por cinco leguas de negro, tenaz y arcilloso lodo, y llegamos a la posta de Arroyo Zarco justo antes del anochecer. Fuimos más afortunados que nuestra retaguardia: ellos pasaron la noche en una desvencijada y vieja fonda, y no llegaron sino ya tarde a la mañana siguiente. Por supuesto una pausa era inevitable y pasamos en el Hotel de Diligencias un largo y tonto día, sólo soportable escribiendo cartas para el próximo correo y fumando innumerables pipas del inestimable tabaco restante del que habíamos tomado de la tienda de La Habana.

El soldado francés es realmente admirable en las malas circunstancias; a pesar de la mucha lluvia, lodo o polvo que provocan su enojo durante la marcha del día, una vez que ha terminado es de nuevo divertido y alegre, fuma su pipa negra, bebe su trago de aguardiente y se burla de todo. Durante todo el día, entre el caer de la lluvia, los "céfiros"*, desvestidos hasta la cintura, se bañaron en el río poco profundo que corre a través de Arroyo Zarco y mantuvieron una incesante serie de bromas entremezcladas con fuertes carcajadas que asombraban a los mexicanos, entumecidos, de aspecto deprimente, temblando bajo sus sarapes, que se congregaban bajo el refugio de las paredes del hotel en espera de la llegada de la diligencia.

*Así se llamaba a los soldados del Batallón de Infantería de África.

Las fuentes del Río San Juan

Hace unos días hallé un libro bastante extenso titulado Descripción de los ríos principales del mundo, publicado en 1902 por el diputado Ángel M. Domínguez. Sinceramente no esperaba mucho de esta voluminosa obra zalameramente dedicada al presidente Porfirio Díaz: el prejuicio me inclinaba a suponer que se trataría de una mediocre obra recopilatoria, con poca información aprovechable para mis propósitos. Para mi sorpresa, el libro aborda con mucho detalle el tema de las fuentes del Río de San Juan (cuenca a la que pertenece el municipio de Aculco), aportando variada información hidrográfica, algo de histórica e incluso anecdótica.

Desde el virreinato, se identificó a la laguna o presa de Huapango como lugar de nacimiento del Río de San Juan. Una de las referencias más antiguas de este origen es la del franciscano fray Agustín de Vetancurt, que en 1697, en su obra Teatro mexicano , escribió: "De Guapango que es en la [Provincia] Otomí de una laguna hermosa nace el río que va a dar a San Juan del Río, tan caudaloso que a veces lo pasan en canoa". Domínguez explica que según tradición el río se originaba en unos manantiales que, sin embargo, cuando se vació el vaso de Huapango no se pudieron encontrar. Dentro del territorio aculquense son también tributarios los ríos de Aculco y de Ñadó, como explica el autor prolijamente. Añade también una idea que escuché hace muchos años atribuida a Isidro Fabela: la posibilidad de desviar parte del caudal del río Lerma hacia esta cuenca para aprovecharla mejor. Gracias a Domínguez, hoy sabemos que esa propuesta es muy anterior al político mexiquense.

En fin, no me detengo más en explicaciones y copio aquí la parte del texto donde se refiere a las fuentes del Río San Juan y su trayecto hasta las inmediaciones de esa ciudad queretana. Las ilustraciones que lo acompañan están tomadas de un plano hidrográfico de la Mapoteca Orozco y Berra.

 

EL SAN JUAN.

(Afluente del Pánuco.)

En una de las más elevadas alturas de la Mesa Central, correspondiente la región al Distrito de Jilotepec del Estado de México, á 2,500 metros sobre el nivel del mar, existe una gran presa conocida con el nombre de “Laguna de Guapango,” en terrenos de la hacienda de Arroyozarco; lo asentado de su vaso, permitió que con la sola construcción de una cortina de mampostería relativamente pequeña, se formara el depósito de agua tan considerable que ha merecido el nombre de laguna por la extensión de su superficie, que mide 28 kilómetros de longitud, por 4 de latitud en su punto más ancho.

Existe la tradición de que en el fondo de este vaso brotaban antes unos ricos manantiales que eran los generadores del rio de San Juan; pero en nuestros días, cuando por haberse dejado abiertas las compuertas del dique, la laguna ha quedado completamente vacía, se ha visto que no existen esas fuentes que refiere la tradición, ignorándose si la presión del agua allí represa, ó el azolve natural que se ha depositado, impidieron la salida de los manantiales que, á consecuencia de esto, adoptaron otra dirección, ó si hay que relegar las tradiciones á la categoría de consejas, por más que algunos pequeños ojos de agua que á orillas del lago existen, parezcan confirmar lo que de antaño se decía. Sea de esto lo que fuere, lo cierto en la actualidad es que los derrames de la presa forman el principal origen del Río de San Juan, y que á este vasto depósito lacustre llevan su tributo las vertientes de las montañas de Jilotepec y de otras circunvecinas.

La gran cordillera de la serranía de Jilotepec, prolongación de la del Ajusco y la Bufa, que mantiene hacia el N.O. la línea de separación de las aguas entre las vertientes tributarias del Pacífico y del Golfo, desprende una ramificación hacia el N., constituida por la cordillera de los elevados montes de Calpulalpan, los cuales dividen á so vez las cuencas del lecho troncal del Pánuco en la región de Tula y la de su tributario el río de San Juan. La caudalosa corriente de éste, el que su origen lo tome en la línea divisoria de las aguas, su dirección acaso más en línea recta que la del Tula respecto de la general del Pánuco, y ese “algo de provincialismo” tan común en todos los pueblos, hizo que por mucho tiempo los ribereños de San Juan sostuvieran que su río era la línea troncal del caudaloso tributario del Golfo; pero el mayor volumen de agua que el Tula arrastra; la mucha mayor longitud de su trayecto, y hoy sobre todo, el que el San Juan interrumpe su corriente en determinada época del año, no dejan ninguna duda de que es el Tula el tronco principal del gran río mexicano.

Los derrames de la presa de Guapango que se verifican por las compuertas del dique, son suficientemente abundantes para dar el tributo necesario á los riegos y demás necesidades de la rica hacienda de Arroyozarco, y para mantener constante la corriente del río de San Juan; pero disputas sobre derechos á la propiedad de la corriente, surgidas entre los propietarios de la hacienda y los pueblos de Polotitlán y San Juan del Río, dieron motivo á que la hacienda desviara el curso de los derrames para vender el sobrante á algunos propietarios de las cercanías, ó que durante la seca no diera salida á mayor cantidad de agua que la necesaria para las exigencias de la finca. Desde entonces se interrumpe la corriente del río todos los años, como por el mes de Febrero hasta que comienzan las lluvias, verificándose tal interrupción desde la presa hasta Tequisquiapan, pues allí recibe el tributo de riquísimos manantiales que aseguran la vida constante del río para todo el resto de su curso.

La gran cantidad de agua que despide la presa en tiempo de lluvias y sus derrames naturales en la época de secas, se desliza rápidamente por una cañada que va variando de profundidad según lo requiere la naturaleza del terreno sujeto á fuertes y continuas ondulaciones; la dirección general de la corriente hasta llegar á San Juan del Río es la del O., con tendencias á ganar terreno en sus diversas curvaturas inclinándose hacia el N-; la corriente en lo general es muy violenta por tener que descender 250 metros en un tramo relativamente corto para salvar la diferencia de altura que existe entre la presa de Guapango y el Cazadero. A un lado de Encinillas, rumbo al S., forma el río un bonito salto de 5 metros de altura, el cual es conocido con el nombre de “Taxtó” y muy inmediato á él construyeron los vecinos de Polotitlán un dique de mampostería con el objeto de desviar una parte de la corriente para uso de los habitantes del pueblo, aprovechándola á la vez en la irrigación de algunas propiedades particulares. Esta construcción dió origen á serías disensiones con el Ayuntamiento de San Juan del Río, y á la actitud más marcadamente hostil de los propietarios de Arroyozarco.

Después de este dique, el río que ha atravesado ya por terrenos de Encinillas y Ruano, continúa su curso de una manera menos rápida por la extremidad meridional del hermosísimo valle que genéricamente se conoce con el nombre de “Llanos del Cazadero,” aun cuando sólo una parte de la planicie pertenece á la hacienda de ese nombre. A la margen derecha del río, rumbo al N. y á bastante distancia, se formó en época reciente y con sorprendente rapidez, el pueblo de Polotitlán, al lado de una casa aislada que en el llano existía y que á causa de su mismo aislamiento se llamó “Venta de la Soledad” pero ese movimiento ascendente del pueblo se vió contenido de improviso por la falta de tráfico en la vía carretera á consecuencia del establecimiento de ferrocarriles, y como por la misma época se acentuó mucho más la falta de agua por haberse exacerbado las diferencias con Arroyozarco, la declinación y el agotamiento del pueblo fué tan rápido como había sido su desarrollo. En cuanto al rio, pasa en esta parte de su trayecto al S. de la población atravesando terrenos de las haciendas de San Antonio y de Taxié, sin impartirles ningún beneficio por lo más bajo del lecho respecto á las tierras de ambas riberas y recibiendo á su paso los fuertes escurrimientos de todo el llano en tiempo de aguas, así como por la margen izquierda recibe los arroyos y riachuelos que forman las últimas colinas y laderas correspondientes á la vertiente septentrional de la serranía de Ñadó.

En los limites de Taxié forma el rio un pequeño salto de unos tres metros de altura aproximativamente, y comienza á servir de línea divisoria entre los Estados de México y Querétaro, dejando á un lado los terrenos del rancho de la Cofradía y al otro los del pueblo de San Sebastián de la Barranca ó de los Cajetes; la corriente desde este punto vuelve á ser muy rápida, porque se acentúa el descenso de 360 metros que es preciso salvar para ponerse á nivel de la ciudad de San Juan del Río, hacia la cual camina con velocidad extrema por el fondo de una barranca que va profundizándose en proporción de lo que el río desciende. Después de los terrenos de la Cofradía, la margen izquierda del río va lamiendo la orilla de la barranca que corresponde á la “Estancia de Dosocuá,” predio que por el costado opuesto rumbo al S., también está limitado por profundísima barranca en cuyo fondo corre precipitadamente otro río, el San Ildefonso, que se acerca para depositar su tributo en el San Juan, con el que se une en la extremidad de los terrenos de Dosocuá, que forman allí como el cabo de una península entre las haciendas de la Laborcilla y de la Cueva, desde cuyo punto la corriente unida entra ya de lleno al Estado de Querétaro.

La hermosa serranía de Ñadó, que como un desprendimiento de la cordillera de Jilotepec se extiende por el S.O. basta los cerros de San Ildefonso, pertenecientes al Distrito de Amealco del Estado de Querétaro, da origen á tres corrientes que forman el río de San Ildefonso sub-afluente del Pánuco y poderoso tributario del San Juan. La primera de esas corrientes se forma de los escurrimentos de una extensa altiplanicie que al reunirse forman lo que se llama río de Aculco, por ser el nombre de la población hacia la cual se dirige, dejándola á su margen derecha y siguiendo después su curso rumbo al O. basta donde se le une la segunda corriente llamada “Río de Ñadó." Este tiene su origen en los manantiales de una cañada formada por el cerro grande de Ñadó y por un contrafuerte de la misma serranía llamado el “Cerro Colmilludo,” el cual limita por ese rumbo al bonito valle de Acambay que queda hacia el S. del Colmilludo, Esta garganta y toda la región es muy notable, porque de algunos reconocimientos que se han practicado se ha adquirido la convicción de que el valle de Acambay puede regarse con aguas tomadas en el río do Lerma, y una vez llevadas esas aguas a Acambay, bastaría cavar un túnel de 300 metros de largo para enviarlas por el Ñadó hasta San Juan del Río, con lo cual se salvarían las grandes necesidades de la ciudad. El rio de Ñadó toma en la garganta donde nace la dirección N.; pero en seguida va practicando una curva como ciñendo el gran cerro por su base, hasta adoptar al fin la dirección del O. que cambia al alejarse de la serranía, por la del N.O. que lo lleva á unirse con el río de Aculco, tomando en este punto de unión el nombre de río de Ávalos con el que es conocida la corriente unida. La tercera corriente que genera ese sistema de montañas nace en los cerros de San Ildefonso, teniendo por origen unos manantiales que, como los que forman el Ñadó, no son suficientes para mantener la corriente todo el año; pero que en la época de lluvias son tantos los arroyos tributarios que alimentan estas tres corrientes, que cada una de por si presenta un caudal considerable, mientras que se agotan completamente durante la sequía.

Ese río de San Ildefonso, tan pronto como acaba de descender de los cerros donde nace, toma la dirección N. inclinándola después al N.O., hasta que al llegar al cerro del Tepozán en terrenos de la Cofradía se une al río de Ávalos, y conservando de preferencia el nombre de “San Ildefonso,” adopta la corriente unida el rumbo del O., continuando su curso por el fondo de una barranca muy profunda que va correspondiendo á les haciendas de la Muralla y de la Laborcilla, del Estado de Querétaro y al rancho de la Cofradía, pueblo de San Pedro Denshi y Estancia de Dosocuá, correspondiente al Estado de México, uniéndose al San Juan en el extremo de Dosocuá, en un punto llamado “Las Adjuntas,” en terrenos de las haciendas Laborcilla y Cueva, pertenecientes las dos al Distrito de San Juan del Río del Estado de Querétaro. En este punto de la confluencia el terreno se asienta lo bastante para prestarse á la construcción de una gran presa que daría la vida á la ciudad de San Juan, distante todavía catorce kilómetros y la que por su importancia llegó á dar su nombre á todo el río.

En el lugar donde re reúnen las dos corrientes, la barranca parece haber adquirido su mayor grado de profundidad y anchura; el río en sus crecidas es muy caudaloso pues adquiere un volumen que puede estimarse en más de cien metros cúbicos de agua por segundo, y aun cuando la corriente continúa rápida por el fuerte desnivel de so lecho, los bordes superiores de la barranca van disminuyendo su altura y el río á su vez va adquiriendo una corriente más tranquila hasta formar frente al rancho “Soledad de Pichardo” un remanso bastante considerable que podría aprovecharse también para obtener un gran depósito de agua al servicio de la ciudad de San Juan.

viernes, 10 de julio de 2020

Arroyozarco y el frío

Al revisar viejos papeles, libros y periódicos, una de las peculiaridades climáticas de Arroyozarco en el siglo XIX es el frío. Una de las referencias más antiguas es la del jesuita José de Echeverría, procurador de las misiones de California en tiempos en que la hacienda de Arroyozarco contribuía a su manutención, que en su viaje a aquella península entre octubre de 1729 y febrero de 1730 mencionó en una curiosa comparación que eran allá "mayores los fríos que en Huapango por enero" (1). No es difícil tampoco encontrar noticias de nevadas e incluso Porfirio Díaz, en un telegrama escrito en Arroyozarco, se refiere a la "mucha lluvia y nieve" que ha tenido que soportar al llegar a ese sitio en diciembre de 1876 (2). La casa vieja de la hacienda y el Hotel de Diligencias de Arroyozarco están entre las pocas construcciones antiguas del municipio de Aculco que contaban con chimeneas, lo que parece corroborar esta apreciación.

El relato que les traigo hoy es precisamente el de un viajero que habla del frío de este lugar. Quizá es poca cosa, pero un detalle menor sirve también para escribir historias más grandes.

 

El camino de San Juan a Arroyozarco presenta llanos áridos que se pierden en el horizonte, y que lateralmente están encerrados entre montañas elevadas que forman de ellos un valle inmenso. Las montañas están entrecortadas por llanos de tierras cultivadas. [...] Arroyozarco no es mas que una hacienda con un mesón público, todavía sepultado en gran parte en las ruinas de la revolución. Allí fue donde por la primera vez tuve frío verdadero en México: cuando partí al paso por la montaña de Capulalpan, no pude sostenerme en el caballo. Con justicia el barón de Humboldt ha apreciado la altura de este lugar en 1295 toesas sobre el nivel del mar, y en 1379 la de la montaña.

Las personas que son bastante dichosas para caminar en coche, felicidad que en México no les envidio, toman desde Arroyozarco el camino de Tula; pero yo, pobre peregrino, a caballo y según habéis visto en Querétaro, muy á pique de perder aun este recurso y ser de a pié, tomé el de las mulas, que podrá también llamarse de los lobos, a través de un país que no sabré indicaros lo bastante y que nadie desearía recorrer. Escogí tal derrotero para llegar cuanto antes a Huehuetoca. (3)

 

El autor de estos párrafos es Giacomo Constantino Beltrami, originario de Bérgamo, Lombardía, que pasó por México en 1824. Seguramente en su tierra natal, tan cercana a los Alpes, había conocido fríos extremos, por lo que resulta más notable su comentario sobre el "frío verdadero" que experimentó en Arroyozarco. La obra que narra sus viajes, titulada originalmente Le Mexique, fue publicada en francés en París en 1830 y se tradujo al español hasta 1853. Curiosamente, este libro se incluyó rápidamente en el Índice de libros prohibidos por la Iglesia, posiblemente por sus críticas al párroco de Tampico Alto. Aunque ​Beltrami solicitó al papa Pío IX retirar la prohibición, no lo logró y quizá por ello fue tan poco conocido.

 

FUENTES:

(1) Venegas, Miguel, S.J., Noticia de la California y de su conquista, Madrid, Imprenta de la viuda de Manuel Fernández, 1757, p. 423

(2) Carreño, Alberto María (prólogo y notas), Archivo del general Porfirio Díaz, México, Elede, 1952, p. 126.

(3) Beltrami, G. C., México, tomo II, Querétaro, Imprenta de Francisco Frías, 1853, pp. 347-351.

viernes, 3 de julio de 2020

El misterio del Cerro de las Figuras

Hace años, cuando escribí el libro Ñadó, un monte, una hacienda, una historia, incluí en la obra un documento que relataba el deslinde de esa propiedad realizado en 1882 con la presencia del entonces dueño de aquella finca -don Guadalupe Guadarrama-, varios peritos y los representantes de los terrenos colindantes. Aunque el lenguaje es burocrático y reiterativo, a lo largo de dicho documento aparece mucha información de verdadero interés. Es el caso de un párrafo que llama la atención pues menciona un punto de nombre misterioso y evocador en las alturas de Ñadó: el Cerro de las Figuras:

En siete de mayo de mil ochocientos ochenta y dos, el ciudadano Juez de primera instancia del Distrito licenciado Lorenzo Salazar, en compañía de los ciudadanos Guadalupe Guadarrama y Francisco Morales, síndico del Ayuntamiento de Aculco, de los peritos ciudadanos Fernando de Rosenzweig, Manuel María Ezeta y Cástulo Arciniega y del suscrito escribano, se constituyó en la cima de un cerro, que está formada de peña viva y que dijeron llamarse el mismo cerro “De las Figuras” o “Guaxtidó”. En ese punto estaban muchos vecinos del pueblo de La Concepción y de la ranchería de San Joaquín, y habiéndose prevenido al ciudadano Guadarrama designara el lindero de Ñadó, designó la parte más alta de dicha cima, y anunciado esto a todos los presentes, el ciudadano síndico, de acuerdo con los vecinos de los expresados pueblo de La Concepción y ranchería de San Joaquín, así como el ciudadano Lorenzo Martínez, dueño del rancho nombrado “San Joaquín”, que estaba presente, dijeron: que el lugar señalado por el ciudadano Guadarrama es realmente lindero de Ñadó, La Concepción y el Rancho de San Joaquín, de manera que de la cima del cerro nombrado “Punto Alto” que fue donde concluyó ayer la diligencia, debe traerse una línea recta al “Guaxtidó” y esa línea ha sido y es la divisoria entre las tierras de La Concepción que quedan al norte, y las de Ñadó que están al sur; por lo cual, el ciudadano Juez mandó se ponga una mojonera de cal y canto en las peñas de Guaxtidó señaladas como lindero.

En el plano de la hacienda de 1920, copia de uno más antiguo derivado de aquel mismo deslinde, el punto quedó señalado como "Coxdidó" y se sitúa en una arista que desciende hacia el norte de la montaña. Por supuesto, hice mil conjeturas sobre aquel sitio. Aunque los participantes en el deslinde no mencionaban nada que justificara el interesante nombre de Cerro de las Figuras, me parecía evidente que algo debía haber ahí que lo explicara... o quizá ya no lo había pero en algún momento había existido quizá alguna escultura, algún objeto que pudiera interpretarse así. También llegué a pensar que quizá refería únicamente a un caso de pareidolia, en que la disposición de algunas piedras o peñas azuzaba la imaginación del espectador, que les daba alguna forma particular reconocible.

Hace apenas unas semanas, Carlos Covarrubias Osornio me compartió unas fotografías de ciertos petroglifos que había tomado en un ascenso a Ñadó por su cara norte. Aunque Carlos me describía su ubicación, la verdad es que al principio puse atención solamente a las formas de aquellos grabados, algo difíciles de distinguir en la piedra musgosa: líneas ondulantes entrelazadas, un felino, un venado... Incluso cuando me envió más fotos, días más tarde, pasé por alto una indicación muy clara, cuando me escribió: "Trataré de recuperar una foto de la placa donde dice que ese cerro pertenece a la comunidad de el Tixhiñú, ubicado en un mirador justo arriba de estas 'figuras' como son conocidas". Tuvieron que pasar algunos días más para que cayera en cuenta que estas figuras podían ser muy bien las que habían dado nombre a una de las cumbres de Ñadó. Y la placa a la que aludía Carlos podría darnos la ubicación precisa para contrastarla con el documento y el plano antiguos, lo que llevaría a aclarar todo el misterio.

En efecto, Carlos obtuvo rápidamente la información de la placa de la Red Geodésica Nacional Pasiva del INEGI, en donde aparecen sus coordenadas precisas y más información interesante. Tal es la referencia a tres cruces "grabadas y pintadas" en la roca a pocos metros de ella, así como el nombre del sitio: Peña de las Figuras.

A partir de estas coordenadas es posible ubicar con precisión el sitio en Google Maps, con este resultado:

Ahora bien, cuando comparamos esta ubicación geográfica moderna con el plano de 1920 encontramos que se trata evidentemente del mismo sitio. De tal manera, se puede asegurar que el Cerro de las Figuras, Peña de las Figuras, Peñas de Guaxtidó o Coxdidó, son todos el mismo sitio, y que los petroglifos que se encuentran en sus inmediaciones son los que le dieron nombre. Porque también es muy probable que el viejo nombre otomí Guaxtidó o Coxdidó sea también una alusión a esas figuras. Una interpretación podría ser la de "dibujos labrados en piedra", derivada de las raíces /k'oi/, dibujo, /t'si/, labrar o trabajar y /do/ piedra. Así, el nombre correcto en otomí sería Coitsidó. El lugar pertenece actualmente al ejido del Tixhiñú, que colinda con San Joaquín y está separado de la comunidad de El Tixhiñú.

Sobre los dibujos, su ejecución es tosca, pero con toda la gracia de lo original. Son de tipo figurativo. Mi interpretación (que coincide con la de Carlos) es que los más visibles en las fotografías no son de origen prehispánico, pero sí realizados por manos otomíes. El que podemos llamar "El tigre", por ejemplo, retrata aparentemente un felino rayado, cuando entre los felinos originarios del territorio mexicano no existe ninguno con tal patrón en su piel. Se trataría así de una representación influenciada ya por el conocimiento de otras especies no autóctonas, posterior a la llegada de los españoles. Otro petroglifo muestra un motivo de lazos que enroscados en un fondo de líneas rectas que forman cuadros. Estos arabescos también parecen partir más de modelos europeos que indígenas. Hay igualmente una cruz grabada que se desplanta sobre un pedestal aparentemente escalonado, la que naturalmente es posterior a la evangelización. Un último petroglifo representa quizá, por el aire grácil de la figura, una cierva. Es quizá la que más aire indígena tiene. Al fondo de todas estas figuras, innumerables líneas rectas de diversa profundidad y longitud llenan el espacio.

Sobre el paraje en que se localiza este grupo de figuras, el propio Carlos, que llegó guiado por Reynaldo Mejía Pérez, originario de la Laguna, lo describió así:

Esos petroglifos se encuentran dentro de un sendero con paredes de peñas por ambos lados, una subida trepidante e imponente, alrededor de una hora y media del bachillerato de la comunidad de San Joaquín, camino al cerro Pelón de Ñadó, a unos 2900 msnm aproximadamente. Al terminar este pasaje, hay una vista y un mirador un poco más arriba con una vista imponente de la peña de Ñadó.

Seguramente hay mucho más que decir del Cerro de las Figuras y sus petroglifos. Quede por ahora esto como un avance de algo que merece un estudio mucho más profundo.