martes, 22 de diciembre de 2020

El blocao de Arroyozarco

Un blocao (palabra procedente del alemán blockhaus) es una fortificación reducida, de madera, tierra y piedra, provisional y a veces transportable, muy usado por los imperios coloniales del siglo XIX y principios del XX en sus incursiones por el continente africano. Durante la segunda guerra de los Boers en Sudáfrica (1899-1902) y la Guerra de España en Marruecos (1911-1927), los blocaos fueron ampliamente utilizados e incluso retratados en varias novelas bélicas. Aunque por su propia naturaleza no tuvieron una fisonomía uniforme, a todos los caracterizaba su reducido tamaño, cierta fragilidad y su condición temporal.

En los años de la intervención francesa en México (1862-1867), existió en la hacienda de Arroyozarco una pequeña fortificación utilizada por el ejército invasor cuyo aspecto evocaba ciertamente al de un blocao africano, de ahí que -salvando distancias- me halla tomado la libertad de llamarlo en el título de esta entrada precisamente así, el blocao de Arroyozarco. Lo primero que llama la atención de este fortín es su tamaño tan pequeño, de quizá unos diez metros de frente por otros cinco de fondo y menos de cinco de altura. Su planta, rectangular, muestra un saliente hacia su frente, como una especie de baluarte. El blocao se desplantaba sobre lo que parece ser una base de adobe, encima de la cual se observa un muro revocado hasta no más de tres metros de altura en el que se abren aspilleras para disparar desde el interior. Por encima de todo, una estructura de vigas de madera y mampostería con mirillas sostiene una cubierta plana.

La rara fotografía en que aparece el blocao, tomda en 1864, muestra nopaleras taladas y dos todavía en pie, junto a lo que parece ser la cerca de un corral. Un soldado francés se apoya en el baluarte portando un rifle y sirve de punto de comparación para dimensionar el fortín. Casi al centro de la imagen, otro militar barbado y aparentemente de mayor rango descansa en el tronco de uno de los nopales cortados. Esta imagen fue publicada por primera vez en el libro Precursores de la fotografía en Querétaro de Guadalupe Zárate Miguel y procede de la Fototeca Constantino Reyes Valerio del INAH. Fue gracias a José Luis Hernández Peña, patrón del blog San Juan Iztacchichimeca, que tuve noticia de la existencia de la fotografía.

martes, 1 de diciembre de 2020

Aculco contra la constitucionalización de las leyes de Reforma

Hace unos días, cuando les hablaba sobre la imagen de la Purísima Concepción de la parroquia de Aculco, tallada en 1874, comenté que existía entonces un sentimiento popular de oposición al gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada por la aplicación rígida de las anticlericales Leyes de Reforma. Hoy quiero platicarles acerca de las formas en las que se expresó este descontento en nuestro pueblo.

Tras la restauración de la República en 1867, a un breve periodo de venganzas y represalias contra los conservadores siguió una etapa de apaciguamiento. Ignacio Manuel Altamirano, uno de los liberales más radicales en la lucha contra el Imperio de Maximiliano, fundó en 1869 la revista El Renacimiento, en la que convocó a la intelectualidad liberal y conservadora a la reconciliación e incluyó en sus páginas autores de las dos facciones que apenas unos años atrás habían luchado a muerte. Sin embargo, la muerte de Benito Juárez en 1872 significó la llegada a la presidencia de Sebastián Lerdo de Tejada, cuyas ideas eran mucho más radicales y jacobinas que las del propio oaxaqueño.

En efecto, en septiembre de 1873 el presidente Lerdo de Tejada promulgó un decreto que incorporaba a la Constitución de 1857 las leyes de Reforma, aquellas con las que el gobierno liberal había establecido entre 1856 y 1860 la separación entre Iglesia y Estado, así como la nacionalización de los bienes clericales. Esto significaba dar un mayor peso a esta legislación, lo que en términos prácticos se concretó -entre otras cosas- con la eliminación de los permisos para realizar actos de culto fuera de los templos, el apoyo a los misioneros protestantes, la expulsión de los jesuitas y la disolución de las Hermanas de la Caridad, orden esta última dedicada a la atención de hospitales, tan estimada por los mexicanos que ni el propio Juárez se había atrevido a destruir:

El 14 de diciembre de 1874, el congreso publicó el decreto que ratificaba la separación Iglesia-Estado, la libertad religiosa, el carácter nacional de los templos, la clausura de las órdenes monásticas y las clandestinas que se establecieran serían consideradas como reuniones ilícitas que podían ser disueltas por la autoridad civil. También ratificó el matrimonio civil, la sustitución del juramento religioso con la promesa de decir verdad y la protesta, sin reserva alguna de guardar y hacer guardas las leyes y la Constitución, con sus adiciones y reformas y las leyes que de ella emanaran. Prohibía la asistencia de los empleados públicos, con carácter oficial, a las ceremonias religiosas, la instrucción y práctica de cualquier culto en todos los establecimientos de la federación, la celebración de actos religiosos fuera de los templos, la adquisición de bienes a las corporaciones religiosas; limitó el uso de las campanas, anuló las donaciones religiosas, el goce de los privilegios del clero. Declaró que todas las reuniones religiosas eran públicas y serian vigiladas por la policía. (Marta Eugenia García Ugarte, "Reacción social a las leyes de Reforma (1855-1860)", en El estado laico y los derechos humanos en México, 1810-2010, México, UNAM, 2012, tomo I, p.361)

En noviembre de 1873, el descontento por esta legislación llevó a un importante levantamiento armado en lugares como Morelia, Zinacatepec, Dolores Hidalgo, León, Jonacatepec, Temascaltepec y Tejupilco. Al grito de ¡Viva la Religión!, ¡Muera el mal gobierno!y ¡Mueran los protestantes!, los rebeldes, llamados "religioneros", obligaron al gobierno a enviar en su persecución a uno de sus más importantes generales, Mariano Escobedo. El movimiento, sin embargo, sólo se sofocaría con la llegada de Porfirio Díaz al poder en 1876.

Por otra parte, numerosas poblaciones del país publicaron sendas cartas en diversos periódicos protestando por el giro desfavorable que había tomado para los católicos esta constitucionalización de las leyes de Reforma. En el caso de Aculco, su carta, dirigida a los diputados del Congreso de la Unión, apareció publicada el 17 de marzo de 1875 en el periódico católico La voz de México, en conjunto con los vecinos de Jilotepec, Chapa de Mota y Villa del Carbón:

Apenas hemos podido creer que un cuerpo tan honorable como debe serlo el legislativo en las repúblicas representativas populares haya aprobado diversos artículos que en la repetida ley se encuentran, que atacan las más preciosas garantías del hombre en sociedad y son enteramente contrarias a las mismas instituciones libres bajo que estamos constituidos. [...] Al Congreso Constitucional de 1874 cupo la triste suerte de sobrepasar las tiranías y las crueldades de los perseguidores coronados en los primeros tres siglos del cristianismo. Entonces se respetaba el secreto y las tinieblas de las catacumbas, cuyo sagrado se amenaza hoy, estableciendo penas que se aplicarán con sólo que un gendarme lo quiera [...] La asamblea constitucional de 1874, en su odio satánico al catolicismo, no ha reparado en que con tales medidas, principalmente aquella en cuya virtud arroja de nuestro suelo a las Hermanas de la Caridad, ángeles de bendición cuyos delitos no son otros que los innumerables bienes que hacen a esta parte de la humanidad desgraciada, traiciona a la patria y echa sobre ella un negro borrón y un estigma infame que le atraerá el desprecio y la vergüenza, el baldón y la deshonra, en presencia no sólo de los pueblos civilizados, sino aún de las naciones bárbaras y salvajes. (La Voz de México, miércoles 17 de marzo de 1875, p.1)

Esta carta fue firmada por una gran cantidad de aculquenses, cuyos nombres sería muy laborioso transcribir. Por ello incluyo las imágenes de dichos nombres tomados del mismo periódico.

El mismo periódico, que su enemigo El Monitor Republicano solía tildar de "estúpido" y denigrarlo como "La voz de los mochos", comenzó a publicar con regocijo noticias de procesiones que se habían celebrado en muchos lugares del pais durante la Semana Santa de aquel año, en abierto desafío a la ley. "La voluntad del pueblo soberano", "la más enérgica protesta contra la famosa ley orgánica", publicó en apoyo de estas manifestaciones los días 6 y 9 de abril.

Un afanoso vecino de la ranchería de Encinillas de nombre Marcelo Miranda (posiblemente de credo protestante pues justo por aquellos años empezaba su expansión en ese sitio) envió por aquellos días una misiva a los redactores del periódico liberal El Monitor Republicano para acusar a los vecinos de Aculco de haber celebrado cuatro procesiones durante la Semana Santa, con las que habrían violado flagrantemente la ley. La misiva, que suena a revancha, decía a la letra:

Encinillas, marzo 28 de 1875

Señores redactores del Monitor Republicano.- Muy señores míos: Ruego a ustedes se sirvan insertar en las columnas del periódico que dignamente redactan, el siguiente remitido, cuyo favor les agradecerá a ustedes su atento y seguro servidor.- Marcelo Miranda.

En el bendito y bien aventurado pueblo de Aculco, a cuya municipalidad pertenece este punto, ha habido la semana pasada cuatro escandalosas procesiones, y como esta clase de solemnidades están expresamente prohibidas por las leyes vigentes, nosotros los vecinos de estas comarcas, deseamos saber qué clases de prerrogativas disfruta el pueblo de Aculco para infringir las leyes a su antojo, dando rienda suelta a su entusiasmo religioso y procurando de cuantas maneras le es posible combatir las instituciones liberales, para conceptuar el desgraciado partido del retroceso. Ciertamente, nosotros comprendemos que los esfuerzos de los fanáticos no son sino pálidos resplandores de una lámpara que se apaga, y por lo mismo no los tememos; pero también comprendemos y sabemos, a no dudarlo, que un gobierno legalmente constituido debe hacerse respetar castigando severamente a los infractores de las disposiciones emanadas de él. Ahora bien, si esto no se hace, ¿a dónde vamos a parar? Vergonzoso nos parece que un puñado de fanáticos cometan tales abusos y que el gobierno pueda tolerarlos, confirmándose de esta manera lo que tantas veces han dicho a voz en cuello los vecinos del indicado pueblo, esto es, que ellos no respetan más leyes que su voluntad soberana; y, en efecto, tal aserto ha tenido verficativo, así como lo tendrá probablemente el castigo que merecen por su falta de acatamiento al gobierno de la nación; a no ser que ñas leyes sigan siendo como antes, hojas de papel escrito, de cuya duda se servirá sacarnos la apreciable redacción del Diario Oficial.- Marcelo Miranda (El Monitor Republicano, 4 de abril de 1875, p.3)

Dos días después, el diario La Voz de México hizo eco de esta carta y publicó una respuesta en tono más bien burlón hacia las preocupaciones de Miranda:

En un remitido que publica El Monitor Republicano, suscrito por D. Marcelo Miranda, encontramos amargas quejas porque en el pueblo de Aculco hubo cuatro escandalosas procesiones (¡Jesús mil veces!). Pues bien, al buen don Marcelo (pobre hombre) llama la atención que haya esa clase de solemnidades que están prohibidas por la ley. Vaya, señor Marcelo, que de muy poco os asustáis, cuando lo que debería asustaros era la prohibición de los actos de culto externo, porque tal prohibición pugna con la carta constitucional de 57. Pero vamos, ¿qué entiende el buen don Marcelo de constituciones, de leyes, de libertad de cultos ni de nada de semejantes cosas. Habrá aprendido el buen hombre el vocabulario moderno y por eso nos ensarta en su remitido la libertad, la paz, el fanatismo, el retroceso, las instituciones, las leyes, la filantropía, la voluntad del pueblo, la soberanía del mismo, el oscurantismo, etc., etc. Bien por don Marcelo que se escandaliza por quítame allá esas pajas. ¡Pobrecillo, no sabe lo que dice! (La voz de México, 6 de abril de 1875, p. 2)

Las cosas no terminaron ahí. Con sincronía -o intención- La voz de México publicó dos días más tarde una carta firmada el 30 de enero anterior por "las señoras de Aculco y Jilotepec", en la que se adherían a la protesta que habían enviado a los diputados las señoras de Guanajuato, contra la ley orgánica de las adiciones constitucionales:

Nosotras, católicas, apostólicas, romanas, como las expresadas señoras, protestamos también con toda la energía de la palabra contra esa ley anticatólica, que sin respeto a Dios ataca brusca y bárbaramente nuestra sagrada religión privándonos aún de la verdadera libertad de conciencia para esclavizarnos al error y a la impiedad; y como consideramos que de aqui resulta a nuestra desventurada patria un mal incalculable, deseosas de evitarlo nos unimos a las señoras guanajuatenses que con tanta franqueza, con tan ardiente patriotismo y con tanta heroicidad y firmeza defienden los sacrosantos derechos de la Iglesia y la sociedad, ultrajados con tanta barbaridad y descaro en la mencionada ley. (La voz de México, 13 de abril de 1875, p.2)

De nueva cuenta seguía a la carta una buena cantidad de firmas, mismas que copio aquí:

El 6 de mayo siguiente, el mismo periódico publicó una nueva y extensa carta enviada a la redacción por mi tatarabuelo Cástulo Arciniega como respuesta a Marcelo Miranda, en la que se califica de "ranchero católico que no puede permanecer en silencio a la vista de los ultrajes de sus enemigos en creencias religiosas":

No me meteré en escudriñar y decir si hubo o no dichos actos religiosos, ni a denunciarlos tampoco aun suponiendo que los haya habido, porque estoy muy distante de aparecer como tal y de echarme a cuestas la enemistad de mis hermanos los vecinos de esta municipalidad, porque en ella nací y a ella le debo los beneficios de que disfruto, ni mucho menos serle ingrato con causarle un mal.Pretende dicho don Marcelo con los títulos que nos da en su citado remitido hacernos una grave injuria, pero nosotros no lo recibimos así y toda persona sensata y bien acondicionada, que sea católica y verdaderamente liberal, que tenga algunos ligeros antecedentes de este pueblo, creerá en unión nuestra que dichas expresiones nos honran demasiado, porque ellan revelan desde luego que somos católicos, apostólicos, romanos, de lo cual nos gloriamos; así es que, por el buen concepto en que nos tiene de benditos y bienaventurados le damos un millón de gracias. [...] Está muy equívoco don Marcelo Miranda al comprender que los esfuerzos de nostros los católicos por conservar intactas nuestras creencias religiosas son "pálidos resplandores de una lámpara que se apaga". No, no lo crea así porque nuestros esfuerzos no son vapores que hoy se elevan y a pocas horas se disipan. Ellos son y serán constantes en nosotros y en los que nos sucedan, para mantener ilesa en nuestro corazón esa antorcha luminosa que resplandece majestuosa por todo el mundo, a pesar suyo. [...] Sólo sí le haremos notar que, si no le teme al "desgraciado partido del retroceso", ¿por qué tanto afán en perseguir al catolicismo y a sus creyentes?, ¿por qué tanta obstinación en tiranizar a los ministros de culto?, ¿por qué tantos desvelos en oprimirlos y no dejarlos en libertad para que moralicen al pueblo y le inculquen doctrinas verdaderamente civilizadoras?, ¿por qué deterrar a los ilustrados y pacíficos jesuitas y a las humildes y benéficas hermanas de la caridad? ¿Será acaso porque no ensalzan las aberraciones del dicho partido avanzado? (La voz de México, 6 de mayo de 1875)

Al final parece no haber habido represalias contra los aculquenses que participaron en aquellas cuatro procesiones prohibidas, ni para los sacerdotes, ni aún para las autoridades municipales que fueron consecuentes con estas manifestaciones de culto externo. Además de la lucha contra los religioneros, el gobierno de Lerdo de Tejada estaba ocupado con asuntos más importantes, como la organización de las elecciones en que el presidente pretendía reelegirse y, desde principios de 1876, en combatir a Porfirio Díaz, sublevado con el Plan de Tuxtepec. La llegada de éste último al poder a fines de ese año significó el inicio de una nueva etapa de conciliación entre el Estado y la Iglesia, a pesar de que las leyes anticlericales continuaron vigentes en la Constitución.