martes, 23 de abril de 2024

Y siguen despellejando el antiguo convento de Aculco

Hace 16 años, en uno de los primeros textos publicados en este blog titulado El claustro desollado, criticaba la pésima decisión que se tomó hacia la década de 1960 de retirar los aplanados decorados con pintura mural que cubrían los arcos del patio del viejo convento de Aculco. Me referí en este escrito a la ponencia Los acabados de los monumentos novohispanos y la petrofilia al final del siglo XX, donde el autor, David Charles Wright Carr, escribe:

Los aplanados de mortero de cal, los enlucidos finos y las capas de pintura son eliminados de los elementos arquitectónicos pétreos con demasiada frecuencia, con el pretexto de descubrir la piedra. Curiosamente, muchos monumentos son agredidos por los mismos profesionales de la conservación que tienen como misión la protección de la integridad física de los inmuebles. Justifican sus intervenciones con la teoría estética moderna y los gustos populares actuales, de tendencia marcadamente petrófila (es decir, que gusta de la piedra a la vista). [...] En la Nueva España era usual aplanar los elementos pétreos con mortero de cal y arena, en el caso de los elementos formados con mampostería de piedras irregulares. [...] En muchos monumentos esta piel protectora fue tratada de manera bicroma o policroma. Los constructores novohispanos utilizaban un lenguaje de formas y colores. Mediante sillares fingidos, figuras geométricas, cenefas, frisos grutescos, fajas fitomorfas y elementos figurativos, enfatizaban y jerarquizaban los elementos dentro de las composiciones.

Precisamente este tipo de decoración en forma de sillares fingidos pintados sobre el aplanado es el que tenía el claustro del convento. Todo, salvo algún "testigo" pictórico que dejó prudentemente el encargado de retirarlo, se perdió irremisiblemente en aquellos años, arrebatándole así parte de su historia arquitectónica al edificio.

Sinceramente creí que esa nociva idea de retirar los aplanados del convento era cosa del pasadao y no continuaría, ya que se había abandonado hace 60 años. Es más: pensaba que llegado el momento, una restauración del edificio revelaría nuevas pinturas murales en paredes que hoy sólo lucen encaladas en blanco, pero que por su ubicación es muy probable que estuvieran originalmente decoradas: el antiguo refectorio, la escalinata, la sala de profundis, la sacristía. Sin embargo, hace unos días descubrí con sorpresa y disgusto que en los corredores que comunican el claustro con la sacristía y con el patio de los novicios se ha llevado a cabo una nueva obra de remoción de aplanados, y con ello quizá también de destrucción de pintura mural que podría haber existido oculta bajo el encalado.

Debo aclarar aquí que no se trata de una cuestión estética, sino histórica y patrimonial. Yo he sido un gran defensor de la piedra blanca de Aculco, que es uno de los principales signos de identidad de la arquitectura local, incluso por encima de la cantera rosa. Sin embargo, no se trata de arrancar los aplanados de los edificios históricos, que tienen un valor por sí mismos, para dejar expuesta la piedra porque así nos parece más hermosa. Como dice la cita que copié líneas arriba, ese gusto por la piedra expuesta es un gusto moderno, que no corresponde a la época en la que se construyó este convento.

Este nuevo atentado contra la integridad del convento de Aculco debió realizarse en algún momento en los últimos cinco o seis años, ya que cuento con fotografías de 2014 y 2018 que muestran esa zona del inmueble todavía intacta. Hoy la piedra blanca irregular ha quedado al descubierto. Por su corte descuidado es evidente que sus constructores nunca quisieron verla así. ¿A quién se le habrá ocurrido tamaña tontería?, ¿por qué abundan los tontos con iniciativa?

En fin, ya lo había escrito en otro post, pero lo repito: el patrimonio de Aculco se pierde de poco en poco todos los días. Cuando nos demos cuenta no nos quedará nada.

viernes, 19 de abril de 2024

La casa de don Alfonso de la Cueva y doña Benita Mondragón

Don Alfonso de la Cueva Ramírez era un hombre alto y delgado, bien parecido, con una figura que hacía honor a su sobrenombre de "el Poste" (aunque alguna de sus cuñadas le llamaba, con buen humor, "el Gato", por sus ojos verdes). Nació el 31 de octubre de 1895 en Aculco, hijo del matrimonio formado por el comerciante Ignacio de la Cueva y la señora Donacia Ramírez. Tanto su familia paterna como la materna tenían un largo arraigo en el pueblo, donde los apellidos De la Cueva y Ramírez se pueden encontrar en documentos al menos desde el siglo XVIII. A don Alfonso se le tenía desde joven como persona de respeto. Por ejemplo, formó parte de la junta vecinal que el 31 de julio de 1926, debido al cierre de los templos debido a la persecución religiosa del gobierno de Calles, recibió y se encargó de mantener la parroquia durante los tres años que duró el conflicto. En esa misma década delos veinte contrajo matrimonio con doña Benita Mondragón Buenavista, nacida en 1898.

Don Alfonso trabajó de joven en "El Cinco de Mayo", comercio situado en la Plazuela Hidalgo que reunía tienda, carnicería y pulquería, y que pertenecía a su cuñada Josefa Mondragón y al esposo de ésta, don Benjamín Morales. Más tarde se independizó y se dedicó al comercio de carne poniendo su tienda en el lugar conocido precisamente como el Portal de las Carnicerías, en la Plaza de la Constitución. Allí, con su ayudante apodado "El Yaqui", despachaba carne de borrego y cerdo. Frente a su local existía un pequeño pero frondoso fresno con un rodete de mampostería pintado de color rojizo que servía de asiento a los viandantes. Al lado del rodete solían reposar sus dos perros galgos: el Forey -llamado así por el mariscal que estuvo al frente del ejército francés que invadió México en 1862- y el menos aristocrático Rin. Rodete y fresno desaparecieron en la remodelación de 1974, al considerárseles estorbo para el tránsito.

En la década de los años veinte vivía don Alfonso en la casa número 4 de la misma plaza principal. Ahí nació el 28 de octubre de 1921 su hijo José Salvador. Desconozco en qué año el matrimonio se mudó a la casa de la Plazuela Hidalgo número 3 (en aquel entonces número 6), donde vivían ya en 1930 y que se conserva en manos de su descendencia. Esta casa, situada en uno de los rincones más bellos de Aculco, es precisamente de la que quiero hablarles ahora, aprovechando que hace unos días tuve la oportunidad de recorrerla nuevamente y tomar fotografías, después de décadas de no entrar en ella.

No es la primera vez, por cierto, que escribo sobre esta casa. En mi texto "Aculco recóndito" me referí a ella y les mostré algunas imágenes antiguas y modernas especialmente de su exterior, donde se advierten los poquísimos cambios que ha sufrido a lo largo del tiempo. Ahora quiero darles un recorrido más extenso por su interior con fotos actuales, en donde notarán lo mismo: se trata de una de las ya escasas construcciones aculquenses en estado prístino, prácticamente sin intervenciones que desfiguren su aspecto original. No podemos decir lo mismo de su mobiliario o decoraciones, pues la casa luce ahora poco menos que vacía.

La fachada de la casa es tan sencilla como auténtica, construida en piedra blanca revocada. En la planta baja hay dos vanos asimétricos que siguen la inclinación de la calle. El más pequeño, a la izquierda, de piedra blanca, con dintel monolítico. El de la derecha, más alto, un poco más ancho y con cerramiento curvo, combina la piedra blanca de sus jambas con la cantera rosa del arco. Esta es la entrada principl a la casa. En la planta alta hay dos pequeños balcones simétricos, ambos con enmarcamiento de piedra blanca, dinteles monolíticos y alféizar moldurado de cantera rosa. Ambos tienen sus rejas de media altura con nudos ornamentales de plomo. Sólo desde el interior se aprecia lo pequeños que son en realidad estos bellos balcones, que responden muy bien a las pequeñas proporciones de toda la casa. En la parte más alta de la facahada existió un corto tejadillo que, falto de mantenimiento, terminó por caer hace años. En algún tiempo lejano esta fachada estuvo pintada de un color rosa pálido, como se advierte donde se ha desgastado el encalado.

En su interior la casa de distribuye en dos crujías, una más corta paralela a la calle y otra perpendicular en el costado norte. Estas dos crujías se adornan con corredores altos y bajos que rodean un minúsculo patio. En la planta baja estos corredores tienen arcos carpaneles sobre pilares de piedra blanca, con la curiosidad de que la clave de esos arcos es de cantera rosa. Dos arcos hay al lado norte, uno al oriente y otro al poniente. Complementa esta arquería el arco del cubo del zaguán, con semejantes características. Una habitación esta planta baja conserva no sólo su tradicional piso de ladrillos cuadrados, sino la decoración pictórica sobre estos realizada con pintura roja, que forma una especie de pétalos.

En la planta alta -a la que se accede por una escalera de dos tramos, el primero de mampostería y el segundo de madera, ubicada en el ángulo noreste del patio- tiene pilares de mampostería con capiteles de cantera rosa que se corresponden con los pilares de la planta baja y que sostienen el rústico tejado. Desde este corredor alto se tiene, hacia el sur, una hermosa vista de la parroquia.

Caminemos hacia el fondo de la casa. Tras pasar el arco oriente del patio encontramos una antigua puerta entablerada algo maltratada, aunque todavía recuperable. Se accede por ella a un segundo patio en el que el mejor adorno son las plantas que crecen en rodetes. Una parra, como las que había en varias casas de Aculco y que casi han desaparecido, crece casi al centro del patio. Aquí el terreno se ensancha hacia el sur. Desde aquí se ve asomar una ventanilla de las habitaciones del piso superior de la casa en un muro de piedra blanca: uno de esos acentos tan particularmente aculqueños.

Todavía se puede avanzar más al fondo, hacia lo que seguramente fue un corral. No hay nada en él más que alguna cantera labrada interesante y los recios muros que lo rodean, construidos en una combinación de piedra blanca y "piedra maciza". Su aspecto hace pensar que quizá hayan sido reutilizados de alguna construcción mucho más antigua.

Al salir de la casa, queda la sensación de que se ha visitado no sólo un lugar del Aculco más auténtico, sino un tiempo que no es el nuestro. ¡Qué hermosa casa!, ¡quién no quisiera poder pasar las tardes en un patio así! Ojalá los años no la hagan padecer y no termine por perder su gracia fincada en la sencillez, la originalidad, el sabio uso de los materiales locales, el apego a las proporciones pequeñas que marca el terreno, los inmuebles vecinos, la propia calle. Ojalá los aculquenses de fueran sean capaces de tomar esta sencilla belleza como modelo de nuevas construcciones o de de remodelaciones.

Volvamos a evocar a don Alfonso de la Cueva, antiguo dueño de esta casa. Él era también un gran charro y vestía siempre como tal, especialmente con su sombrero de ala ancha. Gustaba de lazar y entre las décadas de 1940 y 1960 fue además -como presidente del Comité de Festejos- el organizador de los eventos que tenían lugar en el pueblo durante las fiestas patrias: el jaripeo del 15 de septiembre en la Plaza Garrido Varela, el baile popular la noche de esa misma fecha en el Portal de la Primavera y otro más elegante en el Palacio Municipal, el desfile del 16 de septiembre y otro jaripeo por la tarde de ese día. Para organizar todo esto viajaba cada año con antelación a la Ciudad de México (ocasión en que cambiaba su atuendo charro por traje formal y sombrero pequeño), donde se procuraba fondos entre los aculquenses residentes ahí, principalmente con don Ignacio Espinosa.

Hay que recordar que en aquellos días no había en realidad en Aculco charreadas con todas las suertes reglamentarias: la cala de caballo era inexistente; los piales no siempre se tiraban y muy pocas veces se coleaba; la terna en el ruedo (sin muchas florituras al lazar) precedía al jineteo de toro, ya que no existían cajones y se aprovechaba el momento de tener al animal en tierra para apretalarlo; el jineteo de yegua y las manganas tampoco eran frecuentes, pero el paso de la muerte sí se practicaba. En su caballo bayo llamado el Emperador (un animal grande, que apenas cabía al salir o entrar por la estrecha puerta de su casa) o en alguno otro de los varios que tuvo, don Alfonso lazaba en el ruedo a los toros, ya fuera cabeza o pial, y era acostumbraba dar una vuelta al ruedo a galope con el toro enlazado, "barriendo" a todos los curiosos que invadían la arena. "¡Ahí viene el Poste tirando gente!", era el grito en la plaza cuando don Alfonso ejecutaba su faena.

Ya era anciano don Alfonso el día en que perdió un dedo al lazar en uno de aquellos festejos, montado en La Valentina, yegua de su sobrino Gildardo Lara Mondragón, en la primera mitad de los años sesenta. Cuentan que, con el dedo colgante, sostenido apenas por la piel, pedía que se lo cortaran totalmente con una navaja que él mismo portaba para seguir lazando.

Cuando en aquellos mismos años se formó la Asociación Juvenil de Charros de Aculco, don Alfonso y su cuñado don Pedro Mondragón fueron los dos únicos charros de mayor edad invitados a participar en ella. En un momento muy emotivo durante una charreada organizada por esta asociación, don Alfonso entregó una reata y unas espuelas al entonces joven Silvino Uribe Morales, como símbolo de transmisión de la tradición charra entre una generación y otra.

En sus últimos años, don Alfonso mudó su negocio a una accesoria en la casa de la familia Lara Mondragón (plaza de la Constitución número 15). Ahí permanecía cuando falleció en 1961.

martes, 9 de abril de 2024

Los daños al edificio del Portal de la Primavera

Permítanme comenzar este texto con una disculpa: hace dos semanas publiqué en este blog una entrada titulada "Reparaciones en el tejado del Portal de la Primavera" (ahora eliminada), en la que daba cuenta de la supuesta obra de manteniminento que se realizaba en las vigas, cintas y tejas de este inmueble icónico del centro de Aculco. Lo escribí después de recibir el aviso de dos personas que se preocupaban por un posible daño al patrimonio edificado de nuestro pueblo y tras preguntarle directamente a quien llevaba a cabo la obra, el propietario del restaurante El rincón del viejo (que ocupa la planta alta), quien me explicó que simplemente reparaba el tejado pues presentaba algunas filtraciones tras doce años de su última restauración. El problema es que esta persona mentía y yo le creí: la realidad es que sin la autorización del INAH y con un simple aviso al Ayuntamiento pretendía construir sobre el techo actual del edificio una terraza con estructura metálica.

Por fortuna, personas menos crédulas que yo denunciaron la obra al Centro INAH Estado de México, quien ordenó la suspensión el 23 de marzo pasado y envió días después un inspector que ratificó esa suspensión. Aunque el INAH no es muy confiable pues hemos visto con demasiada frecuencia que tolera en exceso los daños a nuestro patrimonio, espero no sólo que la obra se suspenda definitivamente, sino que la decisión del instituto obligue a revertir por completo y prontamente lo que hasta ahora se ha levantado sobre este tejado: un par de estructuras paralelas de acero que no sólo ponen en riesgo el inmueble y sus cubiertas, sino que lastiman su vista, la historicidad y hasta la vista de otras construcciones históricas aledañas como es el reloj público. Por no mencionar claro, el delito que constituye la apertura de vanos hacia una propiedad federal como es el atrio de la parroquia y la modificación sin permisos de un inmueble catalogado como monumento histórico, situado además en el corazón de un sitio que es parte de la lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO.

Las autoridades del Ayuntamiento de Aculco, que tuvieron conocimiento oportuno de esta obra (que, por lo demás, es tan visible que no pueden disculparse por ignorancia), son en este caso cómplices de este intento de destrucción de nuestro patrimonio histórico. Apenas puede creerse que en uno de los inmuebles mejor conservados del pueblo, que data de 1871, situado en plena Plaza de la Constitución, con sus cubiertas íntegras, se haya pretendido construir esa aberración. Yo confiaba hasta ahora en que el dueño del restaurante compartía la idea de los beneficios que la conservación del patrimonio edificado trae a todo el pueblo, a su economía, a su cultura, y levantar algo así estaba fuera de toda discusión. Pero es muy claro ahora que no es así, que está más bien entre los destructores del patrimonio de Aculco.

Antes solía comer en El rincón del viejo en cada una de mis visitas al pueblo y recomendarlo mucho. Ya no más.

Les dejo aquí algunas fotos de los daños causados al inmueble:

miércoles, 27 de marzo de 2024

La capilla del pueblo de San Antonio: el valor de lo sencillo y auténtico

El pueblo de San Antonio (o comunidad de San Antonio Pueblo, como se le suele llamar oficialmente) es un misterio para mí. Aparece muy tardíamente, sólo hasta el siglo XX, en las listas de lugares habitados del municipio de Aculco, pero su antigua capilla indica que su origen es mucho más remoto. La falta de datos sobre el pueblo sólo permite la más básica especulación, como que el pueblo en algún momento haya cambiado de nombre o que en su origen se tratara más bien de una ranchería o un rancho particular, o que se trate de una capilla familiar otomí. El caso es que el pueblo de San Antonio existe ahora al norte del cerro de Ñadó y posee un viejo templo digno de ser reseñado y visitado.

La capilla se ubica en un pequeño altozano. Es pequeña, de unos 15 metros de largo por 5 de ancho, dimensiones que la ubican a medio camino entre los templos de otros pueblos del municipio y las capillas-oratorio familiares que sobreviven cerca de ellos. Su orientación no es la habitual, pues su fachada mira al sur en lugar del poniente, hecho que refuerza la hipótesis de que en su origen fuera una capilla particular. Tiene una sola nave, pequeña y de poca altura (alcanza quizá unos cuatro metros y medio hasta la cornisa). En la cabecera tiene un ábside ochavado que se apoya en su unión con la nave en un par de contrafuertes cilíndricos rematados en chaflanes cónicos. La cornisilla corrida a lo largo del exterior de la nave es una sencilla hilada de ladrillos.

La cornisilla continúa en la fachada principal, donde otra cornisa más gruesa de cantera labrada inicia en los costados a un nivel más bajo y se eleva al centro para formar un piñón, en cuyo centro se encuentra una cruz de cantera sobre peana. Por algún motivo estúpido, esta peana labrada se cambió hace pocos años por una informe base hemisférica de piedra. La fachada se adorna con una portada de piedra con arco de medio punto, parecida en sus volúmenes a la portada de la capilla del Calvario de la Concepción, que data de 1706, aunque su talla es más fina. Sus jambas, lisas, se adornan con gruesos capiteles y basas adornados con flores que evocan la arquitectura popular del siglo XVI.

Del lado derecho, la portada se prolonga hacia una construcción adosada formada por dos habitaciones y cubierta de teja que sirve como sacristía. Del lado izquierdo, en cambio, se levanta la torre en un plano remetido. En la base de ella se abre el estrecho acceso para subir a ella. Un contrafuerte prismático con remate triangular equilibra la fachada con el volumen de la sacristía. El campanario consta de dos cuerpos separados por cornisas que se abren hacia las cuatro caras con arcos de cantera apenas moldurados en sus basas y capiteles. El cuerpo inferior, más alto y alargado, alberga la única campana. Un cupulín con cruz remata la composición.

Si se compara esta fotografía con la primera que prsentamos, se observará que la portada del atrio ha sido recientemente reconstruida.

El atrio, cuadrado y de poco más de diez metros por lado, se halla cubierto de ladrillo (salvo el pasillo central, feamente encementado) y conserva sus viejos muros. A eje con la entrada del templo se encuentra su acceso, donde los muros se elevan en ángulo hasta rematar en una cornisa sobre la que se encuentra una cruz de piedra con una peana que antes era de mampostería, que igual que en la fachada fue cambiada inexplicablemente por otra de menor valor. La portada de este acceso era también un arco de medio punto, de talla más moderna y sencilla que la portada de la iglesia. Pero en años recientes fue también modificada, siguiendo el modelo pero sustituyéndose casi todas sus piedras (como las nuevas jambas entableradas), con lo que lamentablemente perdió todo su valor histórico.

La nave del templo se cubre con viguería de madera. El presbiterio se eleva apenas una grada sobre el piso de la nave. Casi nada en el interior es antiguo, acaso vale la pena mencionar sólo la mesa del viejo altar labrada en cantera, el par de columnas de su pequeño retablo y las pinturas del santo titular, San Antonio de Padua y de la Virgen de Guadalupe.

Frente al atrio se extiende una pequeña plaza empedrada con piezas irregulares de cantera de muy agradable aspecto. En su extremo se levanta el monumento circular a la Virgen de Guadalupe, moderno en su construcción, que muchas veces llamado el "mirador otomí" se ha convertido en uno de los lugares más fotografiados del municipio, por la hermosa vista que tiene hacia el cerro de Ñadó.

Pese a las modificaciones que he mencionado líneas arriba, la capilla de San Antonio Pueblo se ha conservado en gran medida en su integridad arquitectónica e histórica. Su sencillez no ha sido dañada todavía con las típicas e innecesarias obras de relumbrón que suelen estropear tantas capillas pequeñas en nuestro país. Ojalá se conserve así por muchos años.

lunes, 26 de febrero de 2024

"Que el diablo la había engañado": La historia de una bruja que quizá no existió

Hace tiempo les platiqué en este blog acerca de los casos de tres mujeres y un hombre que fueron acusados de practicar la brujería en Aculco en tiempos coloniales. En ese entonces el temor hacia los brujos era real -aunque sus maleficios no lo fueran- y la creencia influía en la vida cotidiana de muchas personas, lo mismo de quienes buscaban con su intervención el arreglo de algún asunto, como de los que sin buscarla se creían sus víctimas. Y, por supuesto también, de quienes pretendían ser hechiceros o eran acusados falsamente de serlo. Ese miedo tardó siglos en agotarse y quizá subsiste aún. Todavía en la década de 1970, una pobre mujer fue asesinada en su casa y en presencia de una de sus hijas cerca de Ñadó, pues sus vecinos la consideraban bruja.

Hoy les traigo un relato algo distinto: el de una bruja que probablemente nunca existió, pero que quedó registrada en documentos del siglo XVII relacionados con Aculco.

La historia inicia el 13 de abril de 1650, cuando una mujer llamada Josefa de la Serna se presentó "por descargo de su conciencia" ante don Diego de Alarcón Fajardo, cura del pueblo de Chapa de Mota. Quería referirle lo que Salvador García, "vecino del pueblo y partido de San Jerónimo Aculco", le había contado a ella cosa de año y medio atrás, su fortuito y pavoroso encuentro con una bruja:

Dijo el dicho Salvador García que pasando el susodicho una noche por el cementerio de la iglesia del pueblo de Huichapan vio un bulto con una candela encendida en el dicho cementerio, y que llegando a reconocer lo que era, vio que era una mujer que esta declarante no se acuerda cómo la nombró el susodicho, y que estaba desenterrando un difunto. El cual habiéndola reñido, dijo la dicha mujer que por amor de Dios no la descubriese, que el diablo la había engañado, y que esto mismo oyó referir segunda vez al dicho Salvador García, habrá nueve meses poco más o menos.

Del relato del aculquense había sido testigo otra mujer, Isabel de Robles, hijastra de Josefa, que interrogada por el mismo sacerdote sólo agregó que la conversación había tenido lugar en la hacienda de Santa Cruz de don Francisco de Monroy y que Salvador García había situado el encuentro con la bruja en el cementerio de Huichapan "a deshoras". El cura decidió entonces llamar al propio Salvador García de la Mejorada para que le refiriera de primera mano su historia. El 16 de abril, Sábado Santo, y ya de noche, García fue interrogado. Aseguró primero que era de calidad español (es decir, criollo), casado, de 44 años, labrador y vecino como ya sabemos del pueblo de Aculco. Luego se le preguntó si sabía la razón por la qué había sido llamado:

Siendo preguntado si sabe o presume la causa por la que es llamado, dijo que no la sabe ni la presume. Fue exhortado que por reverencia de Dios recorra su memoria y diga si ha visto u oído decir a alguna o algunas personas alguna cosa que sea, o parezca ser, contra la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana, o contra el recto y libre ejercicio del Santo Oficio. Dijo que no ha dicho cosa alguna, ni menos ha visto ni oído cosa alguna a ninguna persona contra nuestra Santa Fe Católica y lo más referido,ni nada de lo que se le pregunta. Y habiéndosele apercibido que ciertas personas le citan por testigo en un caso que el susodicho vio a deshora de la noche en un cementerio de una iglesia a una mujer que con una luz encendida estaba desenterrando un difunto y que declare enteramente la verdad, dijo que no se acordaba de tal cosa, y que tales personas debían de haberse equivocado en el nombre, y que esta es la verdad por el juramento que tiene hecho.

¿Había inventado todo aquello Salvador García?, ¿había sido su historia sólo un cuento para asustar en alguna noche oscura a aquel par de mujeres? Dos meses después se le llamó nuevamente para que ratificara lo dicho y se mantuviera en su negativa de reconocer como suya aquella historia o bien para que aportara nueva información. La respuesta de nuestro paisano fue la siguiente:

Que habiendo recorrido sus memorias, se acuerda que el caso que fue preguntado en su dicho no le sucedió al declarante, sino que un hermano suyo llamado ¿? Sánchez, vecino de la dicha provincia de Xilotepec, que le contó que habiendo encontrado una india con un caminante pasajero, al cual no reconoció, ni sabe de dónde es, que el dicho caminante refirió el caso contado en su dicho y declaración, que sucedió cerca de la ciudad de Guadalajara, pero que ni él ni el dicho su hermano saben en qué parte, ni conocen las personas, y que el dicho su hermano lo refirió en diferentes partes, por donde es cierto que las personas que le citaron por testigo se equivocaron en el nombre, y que esto es la verdad, so cargo del juramento que tiene hecho.

Al parecer el cura de Chapa de Mota consideró con esto que no valía la pena hacer más averiguaciones y dio por terminado el caso. Todo había sido una historia escuchada por los caminos de la Nueva España y de la que no existían testigos directos a los que se pudiera interrogar.

A pesar de este final tan soso, el relato nos revela los temores de la gente de nuestra región hace 374 años y la forma en que entendían o imaginaban las prácticas de brujería. Y quizá también, oculto entre las brumas de la leyenda, la realidad de alguna bruja y sus hechizos.

 

NOTAS

Toda esta historia procede del Archivo General de la Nación, Fondo Inquisición, expediente 19, fojas 33-35v.