lunes, 20 de abril de 2020

La Purísima: un rancho olvidado

En la falda suroriental del cerro del Tixhiñú, a unos metros de la Carretera Panamericana (o, deberíamos decir ya, la nueva Autopista Atlacomulco-Palmillas), se levanta un viejo edificio que pasa casi desapercibido, oculto como está tras altos muros de piedra blanca. Lo poco que se alcanza a ver desde el exterior es el hastial triangular de una troje, ya sin su cubierta de teja y los vanos de algunas ventanas a las que se les arrancó la cantera que las enmarcaba y que se abren a estancias arruinadas. Se trata de la casa de un rancho, antaño próspero, que llevó primero el nombre de "La Loma" y que después -antes de 1901- tomó el de La Purísima, quizá por evitar la confusión con otro rancho aculquense llamado de La Loma Alta, así como por alguna devoción particular de su dueño. En tiempos más recientes se le dio también el nombre de La Rosita, sin que llegara a hacerse popular tal denominación.

Las dependencias de este rancho están delimitadas, como dije arriba, por un muro de piedra blanca de Aculco, que corre rodeando una superficie con la forma de un triángulo (con más precisión, un trapecio) unido a un cuadrado. Es en esta última parte del terreno donde se alzaba la casa habitación, que muestra rasgos que parecen remontarse al siglo XIX. debe haber sido una casa hermosa: con planta cuadrangular y patio central, su particularidad era la galería abierta que adornaba sus fachadas, formada por un vano arcado hacia el noroeste, uno en chaflán en la esquina y tres más en el paramento noreste, que rematan en una especie de torreoncillo que sobresale en su unión con el corral. Además de estos vanos, sólo el de la entrada a los corrales por el suroeste y un par de balcones en la fachada noreste se abrían al exterior.

El rancho de La Purísima era propiedad a principios del siglo XX de don Manuel Merino. Después fue propiedad de Esteban y Cruz Galindo Orozco, quienes en 1939 la vendieron a Albina Infiesta Ochoa y su esposo Alonso Rico Martín. Ellos a su vez la enajenaron a José López Hernández y su esposa doña María del Rosario Velázquez Navarro de López en 1958. De sus manos y apenas 22 meses después, esta propiedad de 133.77 hectáreas pasó a las de los hermanos Armando, Francisco y Horacio Hernández Pérez en 1959. Como ya se habrá dado cuenta algún lector, don Armando Hernández Pérez era entonces el propietario de la vecina hacienda de Cofradía.

Parece ser que los Hernández no tuvieron mayor interés en la propiedad más que sumarla a las tierras de Cofradía, en realidad ya muy mermadas por el reparto agrario y no le quedaban inmediatas, ya que La Purísima estaba rodeada por los ejidos de Gunyó y el Tixhiñú, así como por el rancho Las Vegas. Según se me ha referido, los Hernández mandaron retirar las portadas de cantería y rejas que adornaban el casco del rancho para llevarlas a aquella otra propiedad, mientras lo dejaban perder sus techumbres y caer en la ruina. Las tierras dejaron de labrarse y La Purísima apenas servía para que pastaran algunas cabezas de ganado. En la década de 1980, este abandono sirvió de argumento a los ejidatarios del Tixhiñú para solicitar la dotación de tierras afectando esa propiedad y en 1994 obtuvieron sentencia del Tribunal Superior Agrario a su favor. La vieja casa del rancho -que está catalogada por el INAH como monumento histórico- se convirtió también en parte de ese ejido.

FUENTES: SENTENCIA pronunciada en el juicio agrario número 603/92, relativa a la ampliación de ejido, promovida por campesinos del poblado Tixhiñú, Municipio de Aculco, Edo. de Méx., Diario Oficial de la Federación, 10 de agosto de 1994. Memoria de la V. Exposición y feria regional, agrícola, ganadera e industrial del distrito de Jilotepec, México, Editora agrícola mexicana, 1955, p. 37.