lunes, 21 de mayo de 2018

Que no muera esa casa II

Debido a la extraordinaria cantidad de visitas a este blog derivadas del post que llamé Que no muera esa casa, decidí ir nuevamente esa propiedad el pasado 1o de mayo para ofrecerles las fotografías de un recorrido puntual por toda su parte antigua (o, por lo menos, lo que se puede visitar). Aquí van las imágenes, acompañadas de algunos comentarios de lo que fui hallando y descubriendo.

Llego caminando por el descompuesto empedrado de la calle de Riva Palacio (a la que la pasada administración municipal le colocó una placa que dice "José Riva Palacio", cuando en realidad su epónimo es Mariano o quizá Vicente). Esta calle se llamó antiguamente "del Biombo", ignoro la razón. Por muchos años tuvo en su extremo, al llegar a la calle de Abasolo, una escalerilla que limitaba el tránsito y la volvía prácticamente peatonal. Algo muy sensato dado lo estrecho de la calle, casi un callejón, cosa que compruebo cuando un par de automóviles pasan rozando a la gente que camina por ella. Las autoridades municipales deberían plantearse seriamente volver a cerrar así esta calle y devolverle aquella vocación que tuvo, de atajo para peatones (y no para autos) entre la Plaza de la Constitución y la muy comercial calle de Abasolo.

Al llegar frente a la casa marcada con el número 2, que es la que pretendo visitar, me percato que lo estrecho de la calle me impide tomar una fotografía que abarque toda su fachada en una toma frontal. Prefiero tomar tres fotografías: una del balcón antiguo que queda a la izquierda, otra de la vieja entrada a la casa que está al frente y una más del resto de la fachada, ya muy modernizada, que se levanta a la derecha. En la reja del balcón está colocada una tarima de madera de pino que anuncia el restaurante Los Jarritos: recurso publicitario lamentable y pobre, pero que a nadie parece molestar. Así de acostumbrados estamos los mexicanos a que todo a nuestro alrededor sea feo y lo que es hermoso se afee. Sobre el muro de la casa veo un letrero infomando que la propiedad está en venta o renta. Lo está desde hace seis años, sin hallar todavía comprador.

Hay que subir dos escalones para acceder a la casa. El cubo del zaguán es amplio, sobre todo profundo. Un poyo o banca de mampostería pegado al muro recuerda que estos espacios servían antaño para recibir a los visitantes de menos consideración, aquellos que no merecían pasar a la sala. En algunas casas, en vez del poyo, había una gran banca de madera. Al fondo del cubo del zaguán, un arco sin molduración ni adornos se abre al patio.

Ya en el patio, nos reciben las mesas del restaurante. Echo una mirada a mi derecha, a la parte moderna de la construcción, con su corredor bajo de arcos y el superior de pilares, ambos edficados en tabique. No son de ninguna manera feos, al contrario. Pero como veremos contrastan demasiado con la parte antigua de la construcción. Veo algunas mesas colocadas en el corredor, junto a una ventana de cantera rosa, y me dirijo hacia ellas.

Tomo asiento en una de las mesas, desde la que tengo a la vista los antiguos corredores de la casa, esos que tanto llaman la atención por su antigüedad y su carácter original. Ordeno unos chilaquiles y pido permiso para acercarme a tomar fotografías, que me concede la mesera indicándome solamente que lo haga con cuidado, pues algunas zonas están a punto de caer.

Comienzo a recorrer la casa por un extremo del patio que está casi oculto a mi vista por un frondoso granado en flor. El viejo patio, las mesas, el granado, traen a la memoria un comentario que escuché hace unos días, en otro lugar de Aculco: "esto parece la Toscana". Sí, en efecto, en ciertos sitios y en ciertos momentos puede uno sentirse en algún pueblito italiano. Este patio es así, con su sencillez y su decadencia, uno de ellos. Lo que descubro en este extremo del patio es algo tan interesante como extraño: es el viejo brocal abovedado de un pozo, pero que ya está cegado y sirve ahora de tránsito hacia una habitación destechada. Junto a él hay un nicho horadado en el muro con una especie de salida de humo al fondo, seguramente servía para colocar un hachón u otra forma de iluminación.

Paso a través del brocal del pozo y encuentro -ya lo he dicho- una habitación con la cubierta caída que tuvo aparentemente también una planta alta. Ventanas y puertas tapiadas muestran que esta casa es sólo una fracción de lo que fue en su origen una propiedad muy extensa. Una puertecilla comunica hacia un gran salón todavía cubierto con un techo de viguería, pero sin entrar regreso sobre mis pasos hacia el patio. Ya entraré en él más adelante.

De nuevo en el patio, me acerco a los corredores antiguos. Decido subir primero a la planta alta por la vieja y empinada escalera, pero antes de hacerlo me percato de que aquello que describí en mi postanterior como un pozo en el que se apoyaban los escalones, es un cuarto, una covacha solamente a la que se accede por el corredor bajo y con una pequeña ventana hacia el patio.

Subo la escalera y a medio camino encuentro el descanso, donde se abre en un contrafuerte un arco de tabique moderno pintado de amarillo que da paso hacia una especie de tapanco. Continúo y llego al corredor alto, en el que ya no se puede caminar pues es una ruina que amenaza colapsar en cualquier momento. Con todo, su estado nos permite darnos cuenta precisa de que este entrepiso era un terrado de excelente calidad, formado por vigas sobre las que se colocaban tiras de tejamanil en diagonal, y sobre ellas una "torta" de lodo y tierra, que se cubría con una mezcla de cal y arena para colocar encima el piso de ladrillos cuadrados. El techo del corredor, también muy deteriorado y de no mucha altura, es de teja sobre gruesos morillos de madera. Las paredes estuvieron pintadas de amarillo ocre.

Aunque no puedo caminar por el corredor alto, por lo menos puedo echar una mirada al interior del cuarto que parece ocupar todo el ancho del mismo. Es una gran habitación cubierta también de teja, tablas y morillos de color rojizo. En la pared posterior se abren dos ventanas a los lados y un vano tapiado al centro que lo mismo pudo ser otra ventana que una alacena. El piso está cubierto de trebejos que me hacen recordar una frase leída en algún libro: "los restos sin valor del naufragio de una casa".

Desciendo por escalera para visitar ahora el corredor bajo. Las paredes conservan aquí su pintura decorativa, que aunque desgastada muestra aún el verde claro de los muros así como los azules y rojos de una moldura fingida en lo alto, y de un guardapolvo en la parte baja. Una segunda mirada me permite ver que es tan solo la última decoración que tuvo, pues en el descarapelado muro asoman capas rosadas y amarillo ocre más antiguas.

Al corredor se abre una puerta con cerramiento curvo por la que entro a un gran cuarto cubierto con un terrado dañado en algunos puntos por la humedad y las filtraciones de agua. Da la impresión de haber sido una sala. Conserva restos de la decoración mural en la que destaca un guardapolvo azul. En el muro del fondo se abre una pequeña alacena con puertas de madera. El piso es de ladrillos cuadrados como toda la parte antigua de esta casa.

Salgo de nuevo al corredor y miro al otro extremo una pequeña puerta, hacia la que me dirijo. Se accede a través de ella a una pequeña habitación pintada de color turquesa claro, con una ventana antigua al fondo y otra más moderna a mi derecha. Del lado izquierdo hay una puerta, aunque al asomarme a ella me doy cuenta de que el desnivel hacia la habitación contigua es mucho y resulta ser más bien una ventana. La cubierta está frágilmente sostenida por una viga transversal mal colocada en uno de sus extremos sobre unos cuantos ladrillos. No tardo mucho en percatarme que este pequeño y estrecho cuarto fue originalmente un tramo más del antiguo corredor, que fue cerrado al edificar todo un cuerpo de construcción -quizá en el siglo XIX- perpendicularmente al ala más antigua (que debe datar de los siglos XVII o XVIII). En uno de los ángulos del cuartito está un pilar similar a los del corredor que confirma esta idea.

Como decía, para pasar desde el cuartito hacia la habitación contigua habría tenido que saltar por aquella puerta-ventana, por el gran desnivel que existe entre las dos. Así que no hay más remedio que salir de nuevo al patio. Allí observo ese cuerpo de construcción que mencioné antes, que se adosa en ángulo recto al viejo corredor y que es de construcción más reciente aunque debe tener por lo menos unos 150 años de edificado. Por el exterior se advierte que tuvo una decoración más elaborada de la que en ciertos casos sólo quedan restos. Por ejemplo, en uno de sus extremos está una pilastra almohadillada que abarca las dos plantas y remata en una cornisa que con seguridad se extendía antes por todo el borde de la azotea.

Pero lo más interesante está un poco más a la izquierda. Se trata del acceso al salón que atisbé desde el cuartito color turquesa, enmarcado en cantera y con una moldura en la parte superior, así como los dos hermosos balcones neoclásicos que lo flanquean. Tienen el mismo diseño que el balcón de la fachada -es decir, con un par de mensulas que enmarcan una tarja sosteniendo una cornisilla- y ambas están tapiadas.

Entro al salón, cubierto con viguería y terrado ya un poco dañado. Es amplio, pero no tanto ni tan alto como los de las grandes casas de Aculco. De su antiguo mobiliario sólo resta una vieja ménsula de cortinero junto al acceso. Al fondo se abre una puerta desde la que se ve la luz del sol.

Al pasar la puerta, encuentro la recámara destechada que se puede ver desde la calle, esa misma que tiene un hermoso balcón neoclásico. La caída del techo la ha dejado totalmente a la intemperie, En sus muros se advierten varias capas de pintura mural de distintas épocas y colores: junto al balcón asoman entre el encalado descarapelado capas de rosa y azul pálido. En otro muro una guirnalda marca el borde del guardapolvo perdido. Más allá se advierten unas flores blancas sobre el muro ennegrecido, y a trechos asoma una moldura fingida junto a los huecos de las vigas que alguna vez sostuvieron un terrado.

Esta azotea caída, por cierto, sirvió de terraza a uno de los cuartos de la planta alta, a la que no puedo subir. Todavía está ahí en lo alto la puerta desde la que se accedía a él y que ahora mira al vacío. Regreso por el salón hacia el patio. Echo una última mirada al conjunto y regreso a mi mesa, donde me esperan ya mis chilaquiles. Pienso entonces que, dado su deterioro, puede ser la última vez que vea esta casa. Que es importante guardar fotografías de cada detalle, por lo menos para dejar constancia de lo que se pierde. Y empiezo a imaginar cómo he de contar en mi blog esta visita a esta vieja casa que tanto deseo no muera.