sábado, 28 de agosto de 2010

Las Conchitas: otro paraíso perdido

Panorama de Aculco desde Las Conchitas en 1985. A la derecha se observa una parte de la corraleta del lienzo charro y, en descenso, los muros de la huerta.

Al fondo, las lomas donde se formó cerca de veinte años después de tomada esta foto el rancho de Las Conchitas.

El sitio aculquense al que me referiré esta vez no forma parte ciertamente de su patrimonio histórico o arquitectónico. Se trata simplemente de un lugar antaño sumamente agradable, que se fue fragmentando y degradando al paso del tiempo, y que hoy muestra en algunas de sus áreas un abandono y desdén atribuible directamente a las administraciones municipales que las han convertido en un basurero.

No faltará quien opine positivamente sobre las razones que han llevado a dicho estado a este sito, entre ellas la construcción dentro de su perímetro de una escuela preparatoria, un kinder y una clínica del IMSS. Yo, convencido de que el fin no justifica los medios, siempre lamentaré que todo esto se haya hecho a costa de un gran espacio verde, una amplísima huerta que pudo haber tenido un mejor destino, o por lo menos un mejor aprovechamiento de sus espacios.

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Panorama de Aculco desde Las Conchitas en la actualidad. En primer término, la barda y árboles que delimitan el perímetro de la escuela preparatoria.

Una de las situaciones recurrentes en la historia reciente de Aculco tiene que ver con lo que he llamado "los paraísos perdidos": comienzan cuando un hijo de este poblado, que ha logrado hacer fortuna lejos de él, lo escoge para crearse el paraíso con el que ha soñado toda la vida y que habitualmente incluye una casa hecha a la medida de sus deseos, tierras, árboles frutales, ganado o caballos, y hasta algún poder político... A veces, las fortunas involucradas en esta creación de paraísos han sido verdaderamente cuantiosas, como la don Ignacio Espinosa Martínez (filántropo cuyo apellido fue impuesto a la cabecera municipal), pero el final de casi todas, grandes, medianas y pequeñas, ha sido el olvido, el abandono y la destrucción. Dice mi nada optimista primo Octavio, que esa es la prueba de que no hay paraíso posible en Aculco: parece que la misma tierra "dice que no".

Uno de esos paraísos dolorosamente perdidos es la quinta o rancho de "Las Conchitas", el edén que soñó don Cipriano.

Registro del censo de 1930. Aparece "Sipriano" Ortega, de diez años de edad y de ocupación pastor, como habitante de la la "loma llamada o nombrada de La Garita".

José Cipriano Ortega nació en Aculco hacia 1920 y vivió su infancia en una pequeña casa de piedra blanca y cubierta de teja que se hallaba a media subida en el camino que comunicaba la zona de Nenthé con las lomas de Cofradía (que hoy es la calle José Sánchez Lara). No debería avergonzar a nadie decir que su familia era muy pobre pero igualmente laboriosa. Su madre, de nombre Concepción Pérez, se dedicaba a tejer canastas y chiquihuites de jara. En su infancia y primeros años de su juventud, Cipriano fue pastor y efectuaba también trabajos para distintas personas de Aculco. Todavía hay quien lo recuerda acarreando leche en cántaros desde la desaparecida Casa de Nenthé hasta la Casa de don Juan Lara Alva, debido a un accidente en que la leche se derramó, lo que le valió a Cipriano una fuerte e inmerecida reprimenda.

Vista de lo que fue la huerta de as Conchitas, ya despojada de sus frutales y fragmentada en diversos espacios.

Pero Cipriano hizo lo mejor que podía hacer un hombre inteligente como él y sin ninguna posiblidad de crecimiento en el pueblo: irse de ahí a la ciudad de México. Trabajó en la capital en la tienda de ultramarinos de un español (creo recordar que se llamaba "La Sevillana"), donde se involucró en este negocio a cabalidad y después de años de trabajo él mismo se convirtió en empresario. El esfuerzo rindió frutos y hacia la década de 1960, cuando logró acumular una regular fortuna, regresó a Aculco para crear su paraíso.

Escogió para tal fin los terrenos que limitaban al oriente con lo que había sido la casita de su infancia los que, además, gozaban de una de las más hermosas vistas del pueblo de Aculco. Compró una parte de ellos a don Evodio Ángeles y la complementaria, del otro lado del camino, a don Pablo Padilla (o a sus descendientes). Cercó el terreno con muros de piedra blanca, sembró cientos de árboles frutales, construyó una casa, levantó caballerizas y un gran lienzo charro. Curiosamente, Cipriano dejó sin tocar su vieja casita. No hubo en él esa frecuente actitud de quien nace pobre de borrar las huellas de su antigua humildad. En esa vivienda que todavía yo conocí, parecía haber querido dejar una doble moraleja: para él mismo, el recuerdo y aceptación de su origen; para los demás, el ejemplo de lo que consigue el trabajo.

Vista de las gradas del lienzo charro de Las Conchitas desde el camino que se ha abierto para tirar cascajo en sus terrenos.

El paraíso de Cipriano (a quien ya entonces se le daba trato de "don") fue bautizado como "Las Conchitas" en recuerdo, naturalmente, de su madre. Pero extrañamente su constructor disfrutó quizá por menos de 15 años aquel edén construido a la medida. En algún momento, en tiempos de Carlos Hank González, decidió venderlo al gobierno del Estado de México y se mudó al rancho "Las Vegas" que perteneció a la familia Terreros y se encuentra al extremo opuesto de la larga loma de Cofradía, a unos dos o tres kilómetros de distancia.

El gobierno del Estado entregó después Las Conchitas al gobierno municipal de Aculco y ahí comenzó su decadencia. Primero, la casa fue convertida a principios de la década de 1980 en "posada familiar", destino que podría haber sido su salvación pero que resultó poco afortunado por la poca demanda. En esos mismos años, la huerta principal fue utilizada para guardar las yeguas brutas que utilizaba la Asociación de Charros de Aculco y estos animales acabaron con gran parte de los árboles frutales al roerles la corteza. Más tarde, los terrenos que habían pertenecido a don Pablo Padilla fueron convertidos en la Unidad Deportiva Municipal, transformándose aquellos prados en polvosas canchas de futbol. Luego, la casa fue destinada a acoger las instalaciones del IMSS -uso que conserva hoy en día- pero la gran transformación comenzó a ocurrir cuando se trazó una calle en el extremo oriente del terreno (calle que hoy se llama precisamente Las Conchitas) y se levantó a su vera la nueva Escuela Preparatoria Venustiano Carranza que, por lo menos, ofrece como fachada una agradable barda de piedra blanca. Pocos años después un jardín de niños se construyó también junto a ella.

El redondel convertido en despósito de autos accidentados, basurero y almacén de cascajo. Al fondo, la ostentosa casa edificada donde estuvo la humilde casa de la infancia de don Cipriano Ortega.

Aunque se aceptara como inevitable su urbanización y fragmentación, lo cierto es que en manos de un verdadero urbanista la huerta de Las Conchitas podría haberse utilizado de una manera estupenda, aprovechando sus desniveles, su magnífica vista, su amplitud... Pero simplemente no se hizo así.

Hace unos días regresé a este sitio y comprobé su decadencia. Calles mal trazadas y acabadas, ningún orden en las construcciones, bardas derruidas. Quizá sólo la escuela preparatoria luce un buen mantenimiento. En lugar de la casita humilde de don Cipriano se ha construido una casa ostentosa, de nuevo rico. Y aquel lienzo charro que fuera la construcción más grande y costosa de este paraíso, en cambio, es hoy utilizado como corralón para automóviles chocados, basurero para el cascajo que han producido las recientes obras municipales en calles y empedrados, almacén de todo tipo de trebejos. Las gradas se están derrumbando y ya casi no queda recuerdo de la huerta que lo rodeaba.

Las gradas cayéndose a pedazos.

Es lamentable y hasta inexplicable que infraestructura así se esté perdiendo por el abandono. ¿No existen en territorio municipal poco menos de una decena de asociaciones charras que podrían ocupar este lienzo como sede, ya fuera mediante una contribución al erario municipal o, mejor, ocupándose de su mantenimiento y mejoramiento? ¿No es cierto que el Auditorio Municipal es utilizado con frecuencia para eventos inapropiados que mejor sería realizar en un sitio como éste (hablo, por ejemplo, del palenque)? ¿No valdría más conservar la infraestructura que se posee que desembolsar después cuantiosos recursos en repararla?

En fin, Las Conchitas, aquel paraíso rural de don Cipriano Ortega es ya sólo un eco lejano de lo que fue. Al paso que continúa su transformación y su abandono no tardarán en perderse sus últimos recuerdos.

El lienzo en su uso actual. Al fondo se alcanzan a observar las instalaciones del IMSS en lo que fue la casa de Las Conchitas.



Tres vistas del estado actual del lienzo charro de Las Conchitas.



ACTUALIZACIÓN: 22 DE SEPTIEMBRE DE 2011

Nos comunican que don José Cipriano Ortega falleció el pasado 17 de septiembre en la ciudad de México, donde fue sepultado.

ACTUALIZACIÓN: 2 DE ENERO DE 2014

A finales de la administración municipal anterior, el 9 de octubre de 2012. el Cabildo decidió "por unanimidad de votos la desafectación de 7,352 m2 del predio denominado 'Las Conchitas', propiedad d el H. Ayuntamiento, el cual se destina para la construcción de un hospital". Ello implicó el completo arrasamiento del lienzo charro, del que no quedó piedra sobre piedra. Aquí las fotografías aéreas de la degradación y su final destrucción.

Por cierto, el casino del lienzo charro Garrido-Varela lleva el nombre de José Cipriano Ortega desde el 7 de octubre de 2000.

2 comentarios:

  1. Conmovedora la historia de don Cipriano. Digna de mención y ejemplo para las nuevas generaciones.
    Lástima por el destino final de esa porción de tierra llamada "las cochitas". Yo en lo personal la desconocía.
    Cada nueva entrada del blog, me representa una página callada de la historia.

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  2. Como dato adicional, el casino del Lienzo Charro Garrido-Varela fue bautizado en octubre de 2000 con el nombre de José Cipriano Ortega.

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