sábado, 11 de octubre de 2025

Asesinato en el Huizache: un crimen en el Aculco de principios del siglo XIX

Existen multitud de pequeñas historias dentro de la gran historia de Aculco que nunca serán contadas. Algunas, porque simplemente no son interesantes para el público, aunque a veces lo sean para el investigador. Otras, porque no encuentran acomodo en relatos más extensos o enfocados a cierto tema o época. O en ocasiones porque de ellas apenas se puede desprender una pequeña anécdota que pasará al olvido tan rápido como se conoció. Hoy quiero contarles una de esas pequeñas historias, muy simple en sus hechos, pero que permite conocer algo del ambiente social de nuestro pueblo en vísperas de la Independencia, al mismo tiempo que sirve de ejemplo de cómo funcionaba entonces la justicia. Espero que, por lo menos, les resulte entretenida.

 

Todo comenzó la madrugada del 27 de noviembre de 1803.

Fuertes golpes resonaron en el portón de la casa de don Félix Buenrostro, teniente de Justicia de Aculco. Al abrir, encontró en el umbral a una india del pueblo, Andrea María, que acababa de enviudar: momentos antes, su esposo, Matías Gabriel, de oficio labrador, había sido asesinado de una fuerte pedrada por otro indio, José Mariano Juan, de 21 o 22 años, conocido como Troxita. Antes de acudir a Buenrostro, Andrea había buscado al gobernador de los naturales de Aculco, don José de la Cruz, pero él le indicó que correspondía al teniente de Justicia atender aquel crimen.

Quizá medio adormilado pero dispuesto a cumplir con su deber, don Félix escribió el primer documento de aquel asunto, cabeza de proceso, a las 4:30 de la mañana, y se dirigió enseguida a reconocer el cadáver donde se hallaba tendido: el "paraje del Huizache" (o "del Huizachito", le llamaban también), sitio que entonces no incluía únicamente el rancho que sigue llamándose así, aledaño a la prolongación hacia el sur de la Avenida de los Insurgentes, sino también los terrenos en los que se construyó un siglo después la Plaza de Toros Garrido-Varela.

Acompañaba a don Félix don Juan Manuel Gómez, sujeto "instruido en el arte de la cirugía", para que reconociera el cuerpo, al que hallaron "sobre el lado del hígado, a lo que notoriamente parece está difunto por faltarle los alientos y movimientos vitales, y tener otros signos cadavéricos, el cual está vestido de cotón de lana azul y su pechera de vaqueta, calzón de gamuza arriscada (¿?), calzones blancos de lana, y manga parda". Al voltear el cuerpo, el cirujano "halló tener una pedrada en la sien derecha, según lo manifestaba la hinchazón que en ella tenía". Gómez le hizo una incisión en la sien con una lanceta, de la que brotó "sangre apelmazada y molida", y tras reconocer todo el cuerpo no halló otra cosa capaz de haberle quitado la vida más que aquel golpe.

El teniente de Justicia procedió después a tomar declaración a la viuda, único testigo presente de aquel crimen. Andrea María aseguró que cuando se dirigían ambos hacia su casa les había salido al encuentro un indio de San Pedro Denxhi, "provocando [...] expresándole que ahora sabía quién era él". Llegaron así a la milpa "que está en el paraje que llaman el Huizache, propia de Marcos Juan", donde se toparon con José Mariano, el señalado como asesino. Éste, "de buenas a primeras le tiró una pedrada sin haberle precedido voces ni pleito con él", y "le dio en una sien del lado derecho de la que cayó súbito". El hermano del agresor, de nombre José Juan, al verlo en el suelo, se habría acercado y al percatarse de que había muerto lo cubrió con su manga y se apartó. Mientras tanto, Mariano Juan y el indio de San Pedro Denxhi escaparon, echando a correr "por detrás del Calvario", es decir, hacia la parte posterior del actual Panteón Municipal.

Al día siguiente, Buenrostro pidió al cura don Luis José Carrillo que se procediera al entierro de Matías Gabriel. El padre Carrillo lo sepultó en efecto el mismo 28 de noviembre "de gratis", es decir, sin que se pagaran los correspondientes de rechos parroquiales. En la partida anotó únicamente que "no se confesó por haber muerto de repente".

José Juan, hermano del agresor, fue llamado a testificar. Indio tributario de 30 años, no requirió de intérprete para hacerlo, pues hablaba español (todos los demás otomíes de esta historia sí necesitaron un traductor). Él añadió alguna información al caso: "que habiéndose alborotado varios indios con motivo de estar bebidos, dio un grito José Mariano, hermano del que declara, provocando a pleito, en cuya vista procuró [...] sacarlo del pueblo para llevárselo al rancho en donde ambos trabajaban; y que habiendo salido como tres o cuatro cuadras hacia el campo, vio al cabo de rato que su hermano José Mariano se hizo de razones con Matías Gabriel, quien por distinto rumbo había salido del pueblo, riñendo también de palabra con un indio del pueblo de San Pedro Denxhi nombrado José Pablo, a quienes, como a su hermano, instó a sosegarse metiendo paz entre ellos, y que a ese tiempo observó la pedrada que recibió Matías Gabriel, pero que no vio si quien tiró la pedrada fue su hermano José [Mariano] o el indio Pablo".

La indagatoria se detuvo momentáneamente ahí, pues el presunto asesino y el indio de San Pedro se hallaban prófugos.

Pero apenas dos días después del crimen, José Mariano fue aprehendido en el pueblo de Santiago Toxhié, en la casa de una tía suya a la que había acudido a refugiarse. Tras asegurarlo, el alcalde este pueblo lo envió a Aculco vigilado por dos topiles (es decir, alguaciles) y se le encerró en la cárcel pública del pueblo. El 1 de diciembre se le sacó de la cárcel para interrogarlo. En este acto, se le mostró primero la piedra con la que había cometido el asesinato, que reconoció como la misma que había tomado del suelo para tirársela al difunto. Cuando se le cuestionó sobre sus motivos para haber cometido el crimen, declaró con ambigüedad que había sido "con motivo de haber tenido con él una especie de pleito de resultas de haber bebido un poco de pulque", porque "habiendo visto al indio de Denxhi peleándose y apedreándose con Matías [...] llegó su hermano José y le dijo a este una mala razón, a que correspondió José diciéndole que se fuese, que por Dios que no se peleasen, a cuyo tiempo cogió el difunto dos piedras con las cuales creyó el deponente que iba a ofender a su hermano, y que entonces", cuando lo tenía como aocho pasos de distancia,"tomó la que se le ha manifestado y asestándola a Matías cayó al golpe en el suelo sin sentido". Es decir, afirmaba que había arrojado la piedra en defensa de su hermano, y que la pedrada la había lanzado "con ánimo de contenerlo, sin ánimo ni la más mínima intenciónd e darle muerte, y que aunque lo vio caído en el suelo no lo juzgó cadáver".

Aunque confeso, el indio Mariano necesitaba una defensa de acuerdo con la ley. Por ello, el mismo don Juan Manuel Gómez que había acompañado al teniente a levantar el cadáver, "vecino y del comercio de este propio pueblo", "persona inteligente de ciencia y conciencia", fue nombrado de oficio su defensor el 15 de diciembre, y lo acompañó en los sucesivos interrogatorios. En éstos, se supo que Mariano había caído antes dos veces preso, una "por haberlo encontrado ebrio y otro con motivo de castigarle la mala amistad en que estaba con una mujer, en cuya causa se le apercibió no la frecuentase más, como lo ha cumplido".

Transcurrieron sin mayor avance varias semanas hasta que, el 8 de febrero de 1804, una curiosa petición se agregó al preceso: la viuda y los padres del difunto (Gabriel Hernández y Marcelina Cecilia), "prestando voz y caución por los demás parientes", indicaron respecto al asesino que "como cristianos hemos venido de común acuerdo a perdonarle". Claro que con una condición: que Mariano le entregara la viuda un buey y diez ovejas, "para poder en parte subvenir a mis necesidades". Las autoridades, sin embargo, no llegaron a tomar en cuenta esa petición, coniderando seguramente que se apartaba de la correcta administración de justicia.

Un mes más tarde, el 10 de marzo, se presentó en el juzgado el padre del asesino, de nombre Juan Alonso, con otra petición: señalando que el rey Carlos IV había decretado un indulto a los cautivos con motivo del casamiento del príncipe de Asturias (el futuro Fernando VII), solicitó que los documentos del proceso se remitierana a la Ciudad de México a los jueces encargados de revisar los perdones.

El defensor se tomó su tiempo para presentar, por escrito, sus argumentos. Basó su defensa especialmente en tres puntos: primero, "la falta de reflexión que es propia de los menores de edad" (porque, argumentaba, aunque se le atribuían 20 o 22 años, "puede ser errado este cálculo"); segundo, "el enajenamiento en que se hallaba por la embriaguez"; tercero, "la falta de intención para matar". Pidió además la presencia de algunos testigos que habían conocido a Mariano desde niño, para que testificaran, como en efecto lo hicieron, sobre su "genio quieto, nada rijoso ni mal intencionado". Testificaron así sobre sus buenos antecedentes el español Gabriel Antonio Ocañas, de oficio carpintero, Mariano Sánchez, también español y jabonero, José Severino Castañaeda, asimismo español, Marcelo Blas, indio zapatero, y los labradores españoles José Vicente Navarrete, José María Gómez y José Severiano Saldívar. Lo describieron como un joven de "genio suave, apacible y humilde... ni amigo de pleitos ... muy obediente a su anciano padre y a quien le da el jornal que adquiere con su trabajo". Señalaron tambioén a su favor que no había intentado refugiarse en la iglesia "como era regular si hubiera pensado que había dado muerte a Matías Gabriel", pues en aquel tiempo los perseguidos solían recurrir todavía al "asilo en sagrado", una costumbre que se remontaba a la Edad Media que los ponía a resguardo de la autoridad civil.

Dando por concluida la causa penal el 18 de mayo, don Félix Buenrostro determinó enviar los autos al licenciado Antonio de López Matoso, de la Real Audiencia de México, para que dictaminara como asesor. Éste respondió el 9 de junio, indicando que había deficiencias en la documentación, pues faltaba, entre otras cosas, el testimonio de un testigo más: José Pablo, el indio de San Pedro Denxhi que había presenciado y quizá inciaido el pleito fatal. Buenrostro intentó subsanar este problema, pero el alcalde de San Pedro Denxhi, Miguel Antonio, le informó que Pablo Manuel (su nombre correcto, por lo visto) no se hallaba allá.

Muy tardíamente, en otubre de 1804, y mientras su defendido seguía preso, don Juan Manuel Gómez presentó otro testigo que detalló lo sucedido en las horas anteriores al crimen: se trata del indio José Valentín, quien declaró que aquel día anduvo tanto con el asesino como con su víctima, y que "a causa de estar ambos (él y José Mariano) sirviendo en el rancho de don Luis García de gañanes, vinieron juntos aquel domingo a misa y después se fueron a pasear y llegando a las pulquerías tomaron pulque con el cual se perturbó en sus sentidos José Mariano". Que no habían bebido con Matías Gabriel, quien seguramente habría tomado "en otro de los muchos puestos que se ponen de esta bebida los domingos". Así a las 3:30 o 4:00 de la tarde emprendieron el regreso juntos al rancho, pero se separaron cuando Valentín se desvió hacia la casa de una tía, momento en que ocurrió el crimen. Un testigo más, José Félix, corroboró su declaración.

A resultas de la duda en la edad del agresor que había apuntado el defensor, se pidió al cura que revisara los libros parroquiales, y se averiguara si José Mariano "había tomado este nombre en lugar del que tuviese antes, como aquí vulgarmente lo hacen los indios", con lo que su registro de bautismo podía ser distinto al de su nombre conocido. Nada resultó, sin embargo, de esta averiguación.

El 22 de diciembre, finalmente, el expediente se remitió a la Ciudad de México. Los oidores y alcaldes del crimen resolvieron primero lo concerniente al indulto, y el 7 de enero desecharon esa pétición indicando que el reo no estaba comprendido en el perdón concedido por el rey. El resto de los documentos se enviaron nuevamente al asesor Matoso, quien halló una nueva deficiencia: la primera declaración del reo se había hecho sin su defensa, por lo que estaba expuesta a nulidad. De tal manera, se procedió a subsanar el problema con ratificaciones del asesino y su defensa a aquella declaración y de nuevo se envío el papeleo a Montoso. Esta vez ya no halló faltas en la documentación y respondió el 5 de junio de 1805 en su papel de asesor judicial, razonando sobre las declaraciones y exponiendo que atendiendo a la equidad "y a la larga prisión que ha sufrido, condene vuestra merced al reo Mariano Juan a tres años de presidio en las fortificaciones de Veracruz". Fallo que por supuesto debía enviar a la Real Sala del Crimen "para la confirmación o reforma".

Pero en julio, cuando el dictamen del asesor llegó a manos de Buenrostro, había ocurrido otro incidente: José Mariano Juan se había fugado de la cárcel de Aculco.

Así, en su ausencia, el 19 de agoto de 1805 Buenrostro pronunció su juicio de acuerdo con el consejo de Montoso, mismo que envió para su ratificación a la Real Audiencia de México. Aunque el procurador de Indios Juan José Monroy apeló la sentencia, la Sala del Crimen afirmó que se le había tratado con equidad al darle sólo tres años de trabajos forzados, "pues merecía cinco", y se pronunció a favor del fallo el 11 de septiembre de 1805. Sin embargo, la Real Sala del Crimen ordenó en noviembre que el proceso se prosiguiera hasta aprehender al asesino, pues había cometido un delito más, el de fuga.

El caso permaneció sin avances por más de cuatro años. A principios de febrero de 1810, el nuevo teniente de Justicia de Aculco, don Ignacio Lozano, ordenó pregonar a lo largo del mes la orden de que compareciera, pues de otra manere el jucio proseguiría "en ausencia y rebeldía". Estos pregones se realizaban en la puerta del juzgado, "paraje acostummbrado", por medio de Santiago Ysidro, indio ladino que hacía el oficio de pregonero. Los pregones concluyeron el 26 de febrero. Y entonces la historia dio un nuevo giro de tuerca: el 27 de febero se presentó en el juzgado el alcaide de la Real Cárcel, Francisco Coraza, conduciendo al reo.

Sobre su fuga, José Mariano declaró que una mañana, al despertar, "halló ya la puerta de la cárcel quebrada, que otros seis reos que estaban allí la habían quebrado". Decidió entonces fugarse como lo habían hecho aquéllos porque temía que el teniente de Justicia "le hiciese cargo de los reos como presidente que era". En efecto, seguro por el largo tiempo que llevaba ahí, a Mariano se le había dado el cargo de "presidente", es decir, el encargado de representar a los reos y mediar entre ellos y las autoridades. Ya libre, el indio Mariano huyó para la Ciudad de México, pero no permaneció largo tiempo allá. Regresó entonces al pueblo "donde jamás le habían buscado", según afirmó.

El expediente se envió de nuevo a la Real Audiencia de México el 16 de marzo de 1810. Por el exceso de trabajo de Montoso, se nombró como nuevos asesor a don Francisco Manuel Nieto, quien el abril 2 siguiente advirtió que en el ínterin, en septiembre de 1808, se había publicado un nuevo indulto con motivo de la exaltación al trono del rey Fernando VII, que quizá podría beneficiar al reo. Consultó al respecto la Audiencia, pero ésta determinó que "no le alcanza el último indulto general", ni por el homicidio ni por la fuga, pues no se había presentado en el plazo establecido por el perdón. Los oidores opinaron, sin embargo, que su pena debía ya "compurgarse con el nuevo tiempo de prisión que ha sufrido" y que continuar con el proceso "no conduciría... a otra cosa que a prolongar más las penalidades del infeliz reo". Por ello ratificó la sentencia anterior del 19 de agosto de 1805, sin añadir pena alguna por la fuga, condenándolo a tres años de presidio en las fortificaciones de Perote. Poco después, el 19 de mayo de 1810, se ordenó que ese trabajo forzado se realizara en "el camino nuevo de Veracruz", corriendo el tiempo a partir del 10 de mayo último.

Así, el 24 de julio se ordenó que José Mariano Juan fuera enviado a la Real Cárcel de Corte de la Ciudad de México, primera escala en su camino. El asesino salió en efecto de Aculco "en la cuerda del 11 de septiembre de 1810". Mala suerte para él: de haberse prolongado su prisión en Aculco un poco más, seguramente habría sido liberado por el ejército insurgente del cura Miguel Hidalgo y Costilla cuando llegó al pueblo dos meses después, el 5 de noviembre de 1810.

****

Más allá de la relación de los hechos, tenemos aquí un ejemplo clásico del funcionamiento del sistema de justicia en la Nueva España, que voy a tratar de explicar brevemente. Para empezar tenemos que identificar a los personajes que intervienen en él y cuál es su papel:

Teniente de justicia (don Félix Buenrostro): Era el juez local de primera instancia para criminal y civil. Recibe la denuncia “a deshora”, abre cabeza de proceso (acta inicial) y dirige las diligencias: inspección del lugar, levantamiento del cadáver, aseguramiento del indicio (la piedra), citación de testigos, prisión del sospechoso y conducción del sumario.

Gobernador de naturales (don José de la Cruz): Autoridad del cabildo indígena. Orienta a la viuda a ir con el juez real; en delitos graves contra la vida, la causa pasa a la jurisdicción real (no se resuelve sólo en el cabildo indígena).

Cirujano o “instruido en cirugía” (don Juan Manuel Gómez): Practica un reconocimiento médico-legal (protoautopsia): ubica la lesión mortal, deja constancia escrita. La prueba pericial era central en causas de homicidio.

Topiles y alcaldes de pueblos vecinos: Policía local. Aprehenden al reo en Santiago Toxhié y lo remiten custodiado. La red de pueblos sostiene la coerción del proceso.

Defensor de oficio (el mismo Gómez, ahora “persona inteligente de ciencia y conciencia”) Aunque el reo confiesa, la ley exige defensa. Más tarde la Audiencia advierte nulidad por haber tomado una primera declaración sin defensor y ordena subsanar con ratificación: típico control de formas.

Procurador de Indios (Juan José Monroy): Funcionario de la Audiencia que vela por los derechos procesales de los indígenas. Interpone apelación buscando atenuación o corrección.

Asesores letrados y oidores de la Real Audiencia (López Matoso; luego Francisco Manuel Nieto): La primera instancia eleva el sumario a un asesor (jurista) que dicta parecer; la Sala del Crimen (oidores) confirma o reforma la sentencia. Es el filtro de legalidad y equidad.

Clero parroquial (el cura don Luis Carrillo): Interviene por las funciones sacramentales y registrales (entierro, búsqueda de partidas para acreditar edad). El “asilo eclesiástico” aparece como argumento de conducta (no se refugió), indicador de mentalidad jurídica de la época.

 

Ahora bien, ¿cuál era el procedimiento que se seguía para procesar el crimen? Constaba de una serie de pasos que en este caso específico quedan ejemplificados de esta manera:

-Denuncia y apertura (27 nov 1803): viuda acude al juez; se asienta la cabeza de proceso a las 4:30 a. m.

-Reconocimiento del cadáver e inspección: se describe vestimenta, sitio, lesión; se asegura la piedra como cuerpo del delito.

-Testifical: declaración de la viuda y del hermano del reo; luego se busca a un tercer testigo clave (José Pablo de San Pedro Denxhi), cuya ausencia debilita el sumario (la Audiencia lo reclama).

-Prisión del reo y confesión (1 dic 1803): confiesa el hecho y alega defensa de tercero (de su hermano) y falta de intención.

-Nombramiento de defensor (15 dic): requisito de validez.

-Peticiones de parte:

a) Perdón privado con reparación (buey + 10 ovejas) promovido por la viuda y los padres: no vincula al juez en homicidio; la justicia real no es transigible por simple avenimiento.

b) Indulto real por festejos dinásticos (Carlos IV 1803; luego Fernando VII 1808): se consulta a la Audiencia; no aplica por los términos del perdón y por fuga.

-Fuga del reo (1805): genera delito adicional, la Audiencia ordena proseguir “hasta aprehensión”.

-Pregones y reaprehensión(1810): se pregonan edictos para comparecencia; el reo reaparece y se remite de nuevo a la Audiencia.

-Sentencia: asesor propone 3 años de presidio (Veracruz/Perote); Sala del Crimen confirma (aunque anota que “merecía cinco”). Parte de la prisión previa compurga (se le cuenta) por el largo encierro.

 

Finalmente, ¿qué criterios jurídicos se aplicaron?

-Tipicidad y prueba del hecho: homicidio por pedrada; prueba pericial y testifical.

-Atenuantes clásicos:

a) Posible minoridad (incertidumbre de edad por registros parroquiales confusos).

b) Embriaguez (disminuye la imputabilidad, no la elimina).

c) Falta de “ánimo de matar” (dolo vs. culpa; alega defensa de tercero).

-Política penal de la época: énfasis en equidad y orden social más que en igualdad abstracta. De ahí la pena de presidio (trabajos forzados) en vez de pena capital: castigo útil al reino (fortificaciones, caminos) y ejemplar.

-Control de formas: nulidad por declaración sin defensor, subsanada por ratificación; búsqueda de testigo faltante; cómputo de prisión preventiva a favor del reo (compurgación).

-No transigibilidad del homicidio: el perdón de la familia y la “composición” en bienes no extinguen la acción penal pública.

 

Es así como este caso -sólo uno de muchos que deben haber ocurrido en Aculco en tiempos coloniales- nos permite conocer cómo se aplicaba la justicia y con ello nos deja tener un atisbo más profundo a laa vida en nuestro pueblo hace más de 200 años.

 

FUENTE:

AGN, Criminal, vol. 14, exp. 7, f. 358-433.

sábado, 4 de octubre de 2025

Blas Guller, el penúltimo administrador jesuita de Arroyozarco

El 25 de junio de 1767, las casas de los jesuitas en Nueva España amanecieron rodeadas de soldados. El rey Carlos III había ordenado detener a todos los miembros de la Compañía de Jesús para expulsarlos de los dominios españoles. La operación se preparó con el máximo sigilo para ejecutarse sin tropiezos y de manera simultánea, como había ocurrido meses antes en la metrópoli. Sobre las causas de este decreto se ha especulado y novelado mucho, pero pueden resumirse en una: en tiempos de consolidación del absolutismo monárquico, la creciente influencia de los jesuitas -sustentada en su poder, su riqueza y su voto especial de obediencia al papa- resultaba incómoda y riesgosa para el monarca.

Hubo, sin embargo, jesuitas que lograron escapar en un primer momento de la aprehensión: los destinados a las misiones remotas de Paraguay o California, así como aquellos que administraban las haciendas de la Compañía de Jesús. Aunque no lo sabemos con absoluta certeza, es muy probable que entre ellos se encontrara el hermano Blas Guller y Huarte, penúltimo administrador de la hacienda de Arroyozarco y residente en ella.

Guller había nacido en Estella, Navarra, en abril de 1703. Se le bautizó en la iglesia de San Juan Bautista de ese lugar el día 3 de quel mes y año. Fueron sus padres Blas Guller de Monteagudo y María de Huarte y Gómez (mencionada a veces con el apellido Duarte, Aduarte, Uduarte o Ugarte). Sus padres se habían casado tres años antes en el templo de San Julián y Santa Basilisa de Andosilla, del mismo reino, de donde al parecer eran originarios. Desconocemos cuándo viajó Blas Guller a la Nueva España y a qué se dedicó en su juventud, pues fue hasta pasadas las cuatro décadas de edad, en 1744, cuando ingresó al noviciado jesuita, el 25 (o 23) de mayo de ese año. Ya en 1748 aparece como administrador de alguna de las haciendas jesuitas y se describen sus dotes como "de ingenio y juicio bueno; de alguna prudencia y experiencia; de complexión temperada; de talento para lo del campo y la casa". En 1751 actuaba ya como apoderado del procurador de las misiones de California.

Resulta llamativo que se le confiaran tales responsabilidades cuando aún era novicio, antes de pronunciar sus votos temporales de pobreza, castidad y obediencia, pues no fue sino hasta junio de 1753 cuando se le autorizó a hacerlo. Un año más tarde emitió sus "últimos votos", los definitivos, entre los cuales figuraba el cuarto, propio de los jesuitas: la especial obediencia al Papa. Algunos documentos se refieren a él como "reverendo padre", sin embargo, parece seguro que no se ordenó sacerdote, por lo que el tratamiento correcto sería simplemente el de "hermano".

Desde 1755 Blas Guller se hallaba en Arroyozarco como administrador de la hacienda. Aunque su residencia regular era este lugar, como encargado de una finca perteneciente a las misiones de California se le consideraba adscrito al Colegio de San Andrés de la Ciudad de México (famoso por su hospital), como lo reseñan documentos jesuitas de 1761 y 1764. ¿Cómo era el trabajo de los administradores de las haciendas jesuitas? Sobre eso escribí en mi libro Arroyozarco, puerta de tierra dentro (2003):

El Fondo Piadoso de las Californias tenía como cabeza a un padre Procurador, quien era el supervisor de los padres o hermanos jesuitas administradores nombrados para cada una de las haciendas que pertenecían a la fundación. Él se encargaba de visitar las propiedades, vigilar su explotación y habilitar a los distintos administradores con objetos y mercaderías que les era imposible conseguir en el lugar en que se ubicaban las fincas. Durante ciertos períodos existió un administrador general que ocupaba un puesto intermedio entre el Procurador General y los administradores de las haciendas. Por su parte, los padres administradores estaban directamente encargados de los trabajos de las fincas.

Quizá con el objeto de regular su conducta, se recomendaba que, en lo posible, no se dejara al hermano administrador solo, sino que se designara un capellán como compañía. Por debajo del puesto del administrador se encontraban los mayordomos (de campo y de casa) y después toda una escala de empleados menores como escribanos, caporales, vaqueros, arrieros, pasteros, sirvientes de la labor, ayudantes, carpinteros, herreros, albañiles, cocineras, molenderas, cuida pastos, gañanes, sacristán, cuadrillas de trabajadores forasteros y capataces en tiempo de cosechas, veladores, boyeros, peones, ayudantes, caballerangos, muleros, etc.: todo lo necesario para la subsistencia de un grupo más o menos numeroso de gente dedicada al trabajo agrícola y ganadero. Cada hacienda era en sí misma un pequeño mundo con mayor o menor interacción con el exterior, pero autosuficiente en muchos aspectos, lo cual a veces agudizaba su aislamiento respecto a pueblos y ranchos vecinos pero contribuía a la integración de sus habitantes.

[...]

Tal vez los padres administradores de la hacienda hayan tenido como diversión la lectura de libros piadosos y profanos, acompañándose con chocolate caliente servido al uso de la época, en su taza con mancerina o en un coquito encasquillado en plata, pues todos estos objetos se mencionan en los inventarios de la época. Quizá alguno de ellos practicó la esgrima, pues existía una espada vieja de este ejercicio en las bodegas de la finca. Cada año, el padre administrador debía acudir a ejercicios espirituales y entonces dejaba la hacienda a cargo del mayordomo y sus ayudantes. Antes o después de dichos ejercicios debía rendir cuentas a sus superiores. Se recomendaba que el administrador fuera “observante y fervoroso en la soledad de una hacienda donde no hay Superior que cele, ni campana que llame, ni visitador que registre, no ojos que observen, ni censores que noten la vida de un religioso campista”. y que se levantara temprano, pues “desdice mucho que en una hacienda donde todos madrugan antes del alba, sólo el Administrador duerma hasta después de salido el sol”. Por la noche, el administrador “rayaba” las cuentas de los sirvientes para su posterior pago y daba órdenes al mayordomo sobre los trabajos del siguiente día.

Para el padre administrador, el capellán, algunos hermanos jesuitas convalecientes o de vacaciones y huéspedes que se encontraban en la hacienda se tocaba a comer a las doce del día y a cenar a las ocho de la noche. Quizá la visita o el paso de viajeros importantes añadían alguna compañía interesante al administrador.

En sus años como administrador de Arroyozarco seguramente debió atender innumerables asuntos, pero de los que más documentación ha sobrevivido es de los que se relacionan con límites de tierras. Fue el caso del pleito con los naturales del pueblo de Santiaguito Maxdá, Timilpan, en 1762, o los que tuvo por el sitio de San Juan Ashuatepec, que la hacienda había intercambiado con Santiago Navarrete y que los naturales de Acambay reclamaban en 1753.

Acerca de los espacios que habitó don Blas en la Casa Vieja de la hacienda, escribí también en la mencionada obra:

El extremo norte del ala estaba ocupado por la nave de la capilla, su atrio y una troje de dos naves sobre columnas cilíndricas. Esta área era la única que contaba con una planta alta, que rodeaba al patio principal sólo por los lados norte y poniente, y al que se accedía por una escalera de piedra en el lado norte del patio. Ese piso contaba con dos soleados corredores, que miraban hacia el sur y oriente, soportados por pilastras de cantería; debe haber sido el lugar habitado por los jesuitas administradores y residentes en la hacienda, contaba con tres salas, dos recámaras, una sala de huéspedes (adornada con una bella portada de tezontle con la característica forma de H y con su clave en forma de róleo, ricamente esculpida), despensa, palomar, cocina, letrinas y almacén además de varios cuartos. Una de esas salas debió ser la lujosa “Sala del Administrador”, descrita ampliamente en el inventario de 1776, que estaba adornada con varias imágenes de bulto, como un San José con el niño con potencias, diadema y vara de plata, una Virgen de Loreto con corona de plata y un Santo Cristo pequeño de madera con su baldaquino. Los muros estaban cubiertos por grandes pinturas, como las de Santa María Magdalena y Santa Bárbara, de dos varas de alto, y una de los Cinco Señores, de dos varas y media. Los muebles eran de lo más variado: un reloj despertador con su caja dorada y encarnada, una mesa de dos y media varas de largo con cajón, dos bancas con respaldo, una de ellas servía además de cajón, un par de escritorios, un de ellos de madera de sabino con dos cajoncitos y seis huecos para libros, un baulito viejo, una caja de madera de sabino con chapa, un armero, cuatro pequeñas pilas de agua bendita de estaño, dos escopetas viejas cortas “para caminar” y dos bacinicas de cobre. Cubría el suelo una alfombra grande de colores blanco, encarnado y verde, y los vanos un par de cortinas azules de bayeta. Según lo que mandaban las Instrucciones para los hermanos jesuitas administradores de haciendas, el administrador debió tener ahí una tabla con clavos en los que colgaba las llaves de oficinas y aposentos de la hacienda, con un letrero que indicaba el uso de cada una y a donde debían volver una vez terminado su uso.

Cuando en 1764 pasó por la hacienda fray Francisco de Ajofrín en viaje hacia el norte de la Nueva España, conoció a Blas Guller y dejó unas cariñosas palabras en su Diario:

Es Arroyo Zarco hacienda de los misioneros de California, y su administrador, el padre Blas, me detuvo con mucha urbanidad y cariño hasta otro día, que era la festividad de la Encarnación del Señor, que habiendo dicho misa tomé mi camino (...).

En algún momento posterior a esta visita y antes de 1767, el padre Blas Guller fue relevado de la administración de Arroyozarco, quizá por su edad, reemplazándolo el padre Diego Cárcamo. Sin embargo, algunos documentos nos indican que continuó residiendo en la hacienda.

La hermana de don Blas Guller, María Benita, contrajo matrimonio en España con otro navarro, Bernardo de Ecala Lorente, noble con casa solar en Eulate. Fueron ellos padres de Martín Bernardo de Ecala Guller, nacido también en Estella, quien al cabo del tiempo siguió los pasos del tío y emigró a la Nueva España. Cuando en 1767 cayó la orden de expulsión de los jesuitas, en una decisión quizá algo cuestionable por el parentesco con el hermano Blas, don Bernardo de Ecala fue nombrado como administrador interino de la hacienda de Arroyozarco el 11 de julio y permaneció en el cargo hasta 1773.

Si don Blas estaba en Arroyozarco al momento de la aprehensión de los jesuitas, como es probable, pudo tomar alguna de dos determinaciones: la primera, retornar voluntariamente a su casa del Colegio de San Andrés, con la certeza de que ahí sería detenido; la segunda, esperar en la hacienda, donde posiblemente habría sido obligado a unirse a alguno de los grupos de compañeros de su orden que desde el interior del país viajaban por el Camino Real de Tierra Adentro camino de la expulsión. Como haya sido, lo cierto es que la mayoría de los jesuitas llegaron a Veracruz a lo largo del verano de 1767 y en el mes de octubre se embarcaron hacia España, desde donde se les envió a los Estados Pontificios.

Existe en la Biblioteca Nacional de España un manuscrito con la Lista de los jesuitas expulsados de Indias, llegados al Puerto de Santa María. Puerto de Santa María, [hasta el] 30 de junio de 1769, sin embargo el nombre del hermano Blas Guller no aparece, mientras que Diego Cárcamo, último administrador jesuita de Arroyozarco, sí consta en ella. ¿Habrá muerto antes de embarcar rumbo al exilio?, ¿habrá renunciado a la Compañía de Jesús y permanecido en la Nueva España?, ¿su nombre simplemente se omitió y terminó como sus compañeros de orden? Preguntas, hasta ahora sin respuesta.

 

FUENTES:

"España, bautismos, 1502-1940", FamilySearch (https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:HZ5H-VWN2 : Wed Mar 05 01:05:26 UTC 2025), Entry for Blas and Blas Guller, 22 Apr 1703.

"España, matrimonios, 1565-1950", database, FamilySearch (https://familysearch.org/ark:/61903/1:1:C9VL-9CW2 : 13 February 2020), Blas Guller, 1700.

"España, matrimonios, 1565-1950", database, FamilySearch (https://familysearch.org/ark:/61903/1:1:C9Q2-Q5MM : 17 February 2020), Blas Guller, 1700.

"España, bautismos, 1502-1940", FamilySearch (https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:HZ5Q-J7W2 : Wed Mar 05 01:06:28 UTC 2025), Entry for Maria Benita Ecala and Bernardo Ecala, 14 Jan 1730.

Zambrano, Francisco y Gutiérrez Casillas, José. Diccionario bio-bibliográfico de la Compañía de Jesús en México, tomo XV, México, Jus, 1961, p. 268, 732.

"Mexico registros," imágenes, FamilySearch (https://www.familysearch.org/ark:/61903/3:1:3Q9M-CSD2-R3K2-S?view=explore : 8 sept 2025), Imagen 135 de 194; . Número del grupo de imágenes: 007984610

Fr. Ángel de los Dolores Tiscareño. El Colegio de Guadalupe, desde su origen hasta nuestros días, México, La Prensa Católica, 1905, pp. 224 y 137.

Javier Lara Bayón. Arroyozarco, puerta de tierra adentro, Toluca, Instituto Mexiquense de Cultura, 2003.

Ajofrín, Fray Francisco de. Diario del Viaje que hizo a la América en el siglo XVIII el P. Fray Francisco de Ajofrín. México, 1964. Instituto Cultural Hispano - Mexicano. Págs. 127 y 128.

Uruburu de Toro, Francisco. "Lista de los jesuitas expulsados de Indias, llegados al Puerto de Santa María. Puerto de Santa María", 30 de junio de 1769, manuscrito, Biblioteca Nacional de España.

domingo, 28 de septiembre de 2025

La verdadera historia de la muñeca otomí

Uno de los puntos en los que ha insistido más este blog ha sido el de distinguir con claridad las manifestaciones culturales materiales e inmateriales que son auténticas, de aquellas que -por decirlo con franqueza- son inventadas. Lo mismo al desmontar una leyenda que al señalar la falsificación de una tradición o al lamentar la incorporación de construcciones espurias en el tejido urbano del pueblo, en Aculco, lo que fue y lo que es he intentado nombrar las cosas como son, llamando engaño a lo que es engaño y verdad a lo que es verdad. En ese sentido, la propia dirección del blog elaculcoautentico.blogspot.com es una declaración de principios: el Aculco auténtico.

Esta actitud no pocas veces me ha atraído críticas, pues mucha gente la ve como algo negativo, como si la verdad tuviera que estar subordinada a la conveniencia. Como si el inventar leyendas de brujas o aferrarse al mito de que Hidalgo celebró una misa en el Palo Bendito reflejara un verdadero amor al terruño, en lugar de una fantasía ventajosa. O como si se pudieran crear tradiciones todos los días.

Hoy voy a hablarles de un tema que entra precisamente dentro de este ámbito de las "tradiciones inventadas": la muñeca otomí o muñeca Lele, que se ha vuelto famosa en el vecino Amealco, Querétaro, y también, aunque un poco menos, en nuestro Aculco.

Para todos los que tenemos más de cuatro décadas de vida, es claro que esas muñecas surgieron recientemente; que antes no las había ni se realizaba ningún comercio con ellas. Imposible habría sido encontrarlas en 1980 ya no digamos en cualquier mercado artesanal de la región otomí de los estados de México y Querétaro, ni siquiera en las propias comunidades indígenas. Porque no es una artesanía tradicional de esa etnia, sino que se trata de una creación dirigida desde instancias gubernamentales y que surgió en la Ciudad de México. Dos investigadores -Imelda Aguirre Mendoza y Julio César Borja Cruz- han explorado el origen real de estas muñecas:

El origen de esta clase de muñecas tuvo lugar en la década de 1970, cuando el gobierno de la Ciudad de México creó el Centro de Capacitación Mazahua y el Centro Otomí, los cuales tenían como objetivo reducir la venta ambulante del primer cuadro del centro histórico, llevada a cabo por mujeres mazahuas y otomíes emigrantes, que desde los años 40 ya se desempeñaban en dicha actividad. La idea era capacitarlas en la manufactura de colchas, manteles, cubrecamas, etcétera, y que los centros fungieran como intermediarios en la venta, para así evitar que las mujeres recurrieran al ambulantaje.

En este espacio se crea la muñeca que nos ocupa, proyectándose como un producto más para el comercio. Los centros de capacitación no tuvieron éxito, al menos en su objetivo de impedir el ambulantaje, ya que las mujeres continuaron vendiendo en la calle carpetas bordadas, frutas, dulces, cigarros e incorporaron la muñeca de tela.

Un gran número de mujeres otomíes que participaron en estos centros provenían de la comunidad de Santiago Mexquititlán, población localizada en el municipio de Amealco, Querétaro. Cuando ellas regresaron a su lugar de origen, instruyeron a otras sobre cómo hacer muñecas, así, dichos conocimientos se transmitieron entre un gran número de pobladores. Al respecto, Antonia Tomás, mujer otomí de 28 años (Santiago Mexquititlán, 15/08/2014), menciona que fue hace aproximadamente treinta años cuando su mamá salió a trabajar hacia la Ciudad de México. Al poco tiempo regresó a la comunidad trayendo consigo unos moldes para hacer muñecas, así comenzaron a confeccionarlas y a venderlas en Amealco y las poblaciones cercanas.

Por otro lado, durante los años 90, la entonces Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) -ahora Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI)-, promovió este saber entre las mujeres otomíes, al desarrollar una serie de talleres en donde eran instruidas en el arte de hacer muñecas.

Aunque la muñeca se derivó de una estrategia para limitar el comercio informal, paradójicamente se convirtió en una las principales artesanías que las mujeres otomíes venden de manera ambulante, y desde hace varios años se ha conformado como una de las principales fuentes de ingresos para las familias indígenas de la región.

Así, el origen de la muñeca otomí dista mucho de ser antiguo y no nació propiamente al interior de las comunidades otomíes, sino que fue algo que llegó desde la capital. Pero esta artesanía ha pasado por un proceso de patrimonialización como nos cuentan los propios autores: las comunidades las han asumido como propias, les han dado un sentido profundo dentro de su sistema de creencias e incluso llegan a disputar entre ellas atribuyéndose su origen. Y, algo que me parece más interesante: recuperan elementos verdaderamente tradicionales en su vestimenta, que refleja la indumentaria indígena de la zona, incluso con sus variantes locales:

Semejante a la indumentaria de las mujeres otomíes, el vestido de cada muñeca reúne un conjunto de elementos bordados en punto de cruz, entre los que sobresalen las serpientes que “traen agua”; las mariposas que en la comunidad de San Ildefonso Tultepec son consideradas almas de los difuntos y/o antepasados. Otra de las figuras de los bordados es la mata del maíz, el cual, como alimento, tiene especial relevancia en la vida de las poblaciones indígenas y campesinas. Alrededor de este cultivo se pueden apreciar prácticas que develan un conocimiento del entorno: saber cuándo sembrar a partir de la observación de las fases de la luna, cómo medir la humedad de la tierra, qué tipo de grano es el indicado para conservarlo con el fin de sembrarlo en la próxima temporada.

Hay varios diseños para bordar flores: Doni koti, “flor bordada”, Doni noni, k’eñä, “flor dos culebra” y Bola doni, “flor bola”. En San Ildefonso Tultepec, las flores son pensadas como objetos bellos debido a que sus colores, formas y olores se ligan a categorías como vida, fertilidad, abundancia y alegría. En los bordados también se aprecian aves de pie y de perfil. Un ave importante para la cosmología otomí es el águila, la historia fundacional de varios pueblos se encuentra vinculada a la presencia de ésta y su posterior desplazamiento a Tenochtitlán. Arturo Gómez (2012) escribe sobre el águila bicéfala presente en los mitos de la creación del mundo contados en San Pablito, comunidad otomí al norte del estado de Puebla. En esos relatos dicha ave se relaciona con el sol, la luna y el movimiento; su figura es plasmada en los textiles, particularmente en quexquémetls, así como en el papel amate y el papel china con usos rituales.

[...]

La muñeca es de Santiago, concluyó Raúl en la conversación que sostuvimos. Algunas personas de esa comunidad mencionan que “los de Amealco”, es decir, los habitantes de la cabecera municipal quieren robarse el nombramiento de “cuna de la muñeca”. Varios pobladores cuentan la historia de los talleres en la Ciudad de México, subrayan que las mujeres de la comunidad tomaron el diseño inicial y lo adecuaron.

Es claro que entre los habitantes de Santiago Mexquititlán se conformó una noción de patrimonio a partir las acciones gubernamentales; ellos se reconocen como sujetos con legitimidad para hacer uso de la muñeca, pues es parte de “su patrimonio”. En esto también se aprecian ideas sobre la colectividad, los derechos de uso y los deberes que ellos tienen de mantener y transferir esos conocimientos a generaciones futuras. Asimismo, se percibe un reforzamiento de la identidad étnica revelada ante el aprovechamiento que las dependencias gubernamentales y otros actores han hecho de la muñeca.

En el municipio de Aculco, la muñeca otomí se elabora posiblemente desde hace unos 20 años, aunque sólo en los últimos diez ha alcanzado verdadera popularidad. No tienen grandes diferencias con las de Amealco, pero en las de más cuidada elaboración se advierten los típicos bordados otomíes en las blusas de cuello alto con holanes, así como las faldas amplias con encaje y delantal que evocan a las de sus fabricantes, principalmente mujeres. Es curioso que acá también reclaman su origen, que estaría en el pueblo de La Concepción. Al respecto, es muy interesante este video en Youtube, donde podemos escucha a una artesana otomí hablando primero en español y luego en otomí acerca de estas muñecas. Y acá otro video donde se observa un taller dirigido a niños de elaboración e estas muñecas en el centro de Aculco.

En resumen, la llamada muñeca otomí o muñeca Lele es una creación relativamente reciente, originada en la Ciudad de México con fines fundamentalmente comerciales y desde fuera de las comunidades indígenas. Posteriormente fue adoptada por comunidades otomíes de Aculco (Edoméx) y Amealco (Querétaro), que hoy se disputan su paternidad. Su vestimenta, aunque inspirada en la indumentaria tradicional de esas regiones, constituye más un guiño estilístico que una continuidad fiel. En las últimas décadas, la muñeca -siempre elaborada de manera artesanal- se ha consolidado ciertamente como un producto emblemático y ampliamente demandado por el turismo, lo que ha multiplicado su producción y su presencia en ferias, venta ambulante y mercados. Sin embargo, pese a ese reconocimiento y a su creciente arraigo, conviene no perder de vista que se trata de una tradición en gestación, no de un objeto ancestral. Por ello, su declaratoria como "patrimonio cultural intangible" del estado de Querétaro parece, al menos, prematuro y discutible.

 

FUENTE:

AGUIRRE MENDOZA, Imelda y BORJA CRUZ, Julio César. "La muñeca otomí ante el extractivismo epistémico", en Entre diversidades, revista de ciencias sociales y humanidades [online], 2020, vol.7, n.2 [citado 2025-03-06], pp.222-244. Disponible en: . Epub 26-Feb-2024. ISSN 2007-7610. https://doi.org/10.31644/ed.v7.n2.2020.a08.

lunes, 22 de septiembre de 2025

Por la calle de Pomoca

Hay calles de Aculco que parecen siempre haber estado allí y que sin embargo tienen un origen que podemos situar con precisión en el tiempo. Es el caso de la calle llamada Pomoca, que corre desde el Ojo de Agua hasta el santuario de Nenthé y más allá, alcanzando la que se conocía como Milpa del Bondote, hoy parque Estado de México. Su trazo es al principio una franca diagonal hacia el noroeste que luego toma, con cierta irregularidad, dirección al poniente. Se trata de una calle angosta, especialmente en su zona más cercana al centro del pueblo. Más allá debe su amplitud a la reconstrucción de la capilla de Nenthé en la década de 1940, pues se adquieron entonces fracciones frente al templo para desahogarlo un poco.

En los documentos más antiguos, esta vía aparece con los nombres de callejón del Ojo de Agua, callejón de Nenthé o, en ocasiones, simplemente como el callejón que va a Nenthé. Parece que esto últim describía su función casi única hasta principios del siglo XIX: permitir el acceso a la antigua capilla construida en el siglo XVIII en un terreno propiedad de la familia Ramírez. Fue hasta 1826 que su presencia en el entramado del pueblo comenzó a oficializarse y esto sucedió debido a que los propietarios de las fincas que colindaban con el callejón intentarion cerrarlo en alguno de sus tramos en junio de aquel año:

Algunos ciudadanos [...] no hallan por justo el que el callejón de Nenthé, división de las dos casas del finado padre señor don Ignacio Sánchez y del ciudadano Ignacio Zamudio, esté cerrada, y por esto se impida el tránsito que siempre ha sido costumbre y que por esta causa les es gravoso. (1)

Presentada la queja al Ayuntamiento de Aculco a través del síndico procurador, la corporación resolvió a favor del libre tránsito por el punto:

Dictaminamos se les franquée el paso de la calle ya cerrada, abriéndola en los mismos términos que siempre ha estado, sin agrandarla ni disminuarla [sic].

¿Cuando se le cambió el nombre a la calle de Nenthé para bautizarlo como Pomoca? Debió suceder hacia el último cuarto del siglo XIX, cuando casi todas las calles del pueblo recibieron nuevos nombres de personajes de la Independencia y la Reforma. Pero no porque Pomoca haya sido uno de estos héroes, sino que la palabra es el anagrama del apellido de Melchor Ocampo. Fue él mismo quien formó este anagrama y lo usó para bautizar a su fracción de la hacienda de Pateo en Michoacán. Allá en Pomoca, Ocampo fue capturado por el famoso guerrillero Lindoro Cajigas, que lo entregó para su ejecución en Tepeji del Río en 1861. Resulta así una curiosidad que en Aculco tengamos una calle de Pomoca en lugar de una calle de Melchor Ocampo.

El planito de Aculco de 1898 nos muestra la calle ya perfectamente definida en su recorrido de la Plaza del Ojo de Agua hasta un poco más allá de la calle de los Insurgentes, si bien entonces no se había abierto el tramo de la calle de Nicolás Bravo que hace esquina con Pomoca, de modo que el trayecto era entonces de una sola cuadra.

Hacia 1930 la ya nombrada calle de Pomoca seguía siendo en realidad un angosto callejón. Aunque contaba quizá con unas siete u ocho casas, parece que sólo dos de ellas eran habitadas en aquel momento, como muestra el Censo Nacional de ese año. En la marcada con el número 1 vivía el señor Donato Díaz, viudo y comerciante de 52 años, con su hija Paula y las criadas Carmen Díaz y Juana García, de 26, 20 y 25 años, respectivamente. Al lado opuesto de la calle, en el número 5, vivían Pascual (de oficio trapichero, es decir, molinero), Merenciana y Guadalupe, todos de apellido Tovar, de 55, 60 y 35 años.

En la década de 1940 la capilla de Nenthé se reconstruyó pues el templo de tiempos coloniales se había arruinado. La calle de Pomoca se ensanchó entonces frente al nuevo santuario, una ampliación en realidad menor, pero con el cual la calle pasa de los exiguos cuatro metros que tiene en su parte más angosta a unos ocho metros en ese tramo. Aunque el ensanchamiento absorbió sobre todo la orilla de unas milpas apenas cercadas con piedra, también mutiló o destruyó algunas casas cercanas al cruce con la calle de Nicolás Bravo. Una de ellas, aunque arruinada, se mantuvo en pie por muchos años y todavía alcancé a fotografiarla en la década de 1990. Era de dos plantas, construida en piedra blanca revocada y con balcones vacíos en lo alto. Hoy en su lugar se alzan dos feas casas modernas.

En el terreno que se hallaba en el número 7 de esta calle, la familia Rodríguez (no originaria de Aculco, pero que se enamoró de estas tierras) construyó en la década de 1990 una casa de nueva planta con un amplio jardín. A su frente reconstruyeron los arcos de la Casa de don Abraham Ruiz, que estuvieron en pie por largos años in situ tras la destrucción de la casa a la que pertenecieron, y que por fortuna se rescataron para lucir aquí.

A pesar de cambios, mutilaciones y recrecidos lamentables en algunas fachadas antiguas, la calle de Pomoca continúa siendo un lugar evocador del viejo Aculco.

 

FUENTES: 1. Archivo Histórico Municipal de Aculco, Estado de México. Fondo: Ayuntamiento. Actas de Cabildo, Volumen 1, Expediente 1, páginas 68-69.

lunes, 15 de septiembre de 2025

La llegada de Hidalgo a Aculco en las Actas de Cabildo del municipio

Casi quince años despues de la llegada del cura Miguel Hidalgo a Aculco, el 5 de noviembre de 1810, las autoridades muinicipales consignaron en las Actas de Cabildo el primer (y creo que único) testimonio local de este importante episodio de nuestra historia. No es propiamente un acta, sino una carta inserta en el libro de actas. Dirigida a las autoridades superiores del Estado de México, tenía el propósito de solicitar la exención de la contribución directa para los habitantes de Aculco, justificando la petición por el papel destacado que la población desempeñó durante la Guerra de Independencia y por las dificultades económicas que ésta les había acarreado. Esta contribución directa era un nuevo impuesto de carácter personal que gravaba el capital individual de los contribuyentes. No sabemos si la petición tuvo algún efecto, pero el Ayuntamitno volvería a usar argumentos parecidos en otros momentos de su historia, como cuando evitó que Arroyozarco pasara a formar parte del municipio de Polotitlán en la década de 1870.

La narración abarca en realidad tres momentos de la Guerra de Independencia: primero, la llegada de Hidalgo a Aculco, el festejo que la siguió, la batalla del 7 de noviembre y el saqueo del pueblo tras la derrota insurgente; segundo, la etapa en que el coronel independentista José Rafael Polo se enseñoreó de la región, imponiendo exacciones al pueblo que, con un punto de vista ajustado a los nuevos tiempos, se presentan como contribuciones en beneficio de la patria independiente; y tercero, los cupos de dinero exigidos por el capitán realista Manuel Linares para sostener el combate contra los independentistas, estos sí presentados como crueles y excesivos, también de acuerdo a la situación del momento.

La redacción del documento corresponde casi sin duda alguna al secretario de la corporación municipal, don Luis Ronquillo. Se trata de un detalle importante, pues él fue uno de los primeros insurgentes de Aculco ya que se hallaba en armas en noviembre de 1810, bajo el mando del comandante rebelde Villagrán. Más difícil es averiguar si el resto de los integrantes del Ayuntamiento habían favorecido o combatido la insurgencia en aquellos tiempos. Acaso a Pedro Antonio Polo, pariente del coronel Polo, podemos suponerle simpatías por la insurgencia.

En mayo pasado este escrito cumplió ya 200 años. Por eso me ha parecido oportuno mostrarles aquí no sólo su transcripción (cosa que ya había hecho anteriormente), sino también las imágenes del propio documento, aprovechando las fiestas patrias de este 2025.

 

TRANSCRIPCIÓN

(Se respeta la ortografía y puntuación originales)

El Ayuntamto. Constitucional del Pueblo de San Geronimo Aculco, en unión del Cindico Procurador del mismo, ante la integridad de V. S. y con el mas profundo respeto dice: Que el dia cinco de Nove. del año de ochocientos diez, se acampó en este pueblo el numeroso Exercito Americano del Exmo. Señor Dn. Miguel Hidalgo y Costilla, a qn. se recivió con el mayor jubilo y alegria de estos abitantes, no Cesando Repiques generales a buelo y salba de Coetes por el Espacio de diez horas.

A los tres dias se abistaron en este pueblo las Tropas del Antiguo Govierno, y por nuestra suma desgracia, en el ataque que tubieron, triunfaron estas, quedandose aposecionadas de este suelo, quienes sin ninguna caridad ni consideracion, berificaron un Saqueó general, barriendo con alajas, ropa de uso y todo genero de muebles, quedando este Vecindario en la mas deplorable indigencia y miseria.

Subsecivamente, por el Señor Coronel Don José Rafael Polo, Comandante de Tropas Nacionales que fué de este Departamento, fue apencionada esta Jurisdicion con una contribucion mensual mui considerable; y a pesar de la inhavilidad que habia para cumplir esta orden por las circunstancias referidas, se puso el mayor afan exactitud y empeño por contribuir con las cantidades que se impusieron, por emplearse estas, en beneficio de nuestra amada Patria; a que se agregan los Prestamos continuos y exsecivos que excijian los Comandantes Nacionales que trancitaban por este lugar.

Por estos servicios y por estar acampadas estas Tropas, ya en este pueblo, ya en sus inmediaciones y campo de Ñadó, tubo que este Vecindario por el Gobierno opresor, unos Exsecivos prestamos y contribuciones, pues estrechados por la fuerza, nesecitaban estos Vecinos de Endrogarse, para excibir con prontitud, estas insorbitantes gabelas, tolerando con gran rigor y crueldad, los mallores vituperios y priciones por no adoptar su partido.

En los años de 16 y 17 fué rigorosamente compelido este Pueblo y su Jurisdicion por el Capn. Linarz. que se hallaba de Destacamto. en la Hazienda de Arroyco. para que cada uno diese la cantidad qe. se le habia acignado hasta el completo de novecientos pesos, con los que se traerian armas para el Destacamento de este Pueblo, que no se berificó, para lo que fué nesesario sacrificar el honor y los mui cortos intereses que les habian quedado hasta integrar la citada cantidad, temerosos que executara dicho Linarez las amenazas que habia prometido de pasar por las Armas al que no excibiera el cupo que vajo su firma estaba mandado.

En esta atencion, y en virtud á los ningunos arbitrios que hay en este Pueblo por su suma indigencia, suplican á V. Sría., se sirba tener la vondad de Elebar este, al Superior conosimiento del Exmo. Señor Governador del Estado, á fin de impetrar la gracia de que se exsonere este Vecindario de la contribución Directa, la que es imposible se berifique su cobro por la notoria escazes y miseria, sin embargo de manifestar sus buenos deseos; O que sea libre este pueblo, del cobro de la Alcabala, por el tiempo que V.E. tenga a bien, pues este es el mejor medio de que el comercio facilite arbitrios á sus avitantes para su restablecimiento; pues de lo contrario se verá en terminos presicisimos de desolación; Por lo que se suplica a V. Sía., en obsequio de la humanidad, darle el jiro correspondte. a esta peticion, segn. lo excige su eficacia.

Dios y Livertad, su Juzgado Nacional de Aculco- mayo 25 de 1825.

Miguel de la Cueba – Visente Zamudio

Salbador Garcia Requejo – Pedro Anto. Polo

Trinidad Osornio – Viviano Garcia

Jose Cayetano Chaves – Nicolás López

Cornelio Cruz

Luis Ronquillo

Srio.

lunes, 8 de septiembre de 2025

La epidemia de 1824-1825

En diciembre de 1824, una grave epidemia de "matlazáhuatl" -muy probablemente tifus- azotó al Estado de México, especialmente a los partidos de Azcapotzalco, Taxco, Tulancingo, Tula, Acapulco y Huichapan (recordemos que entonces la entidad era todavía enorme y comprendía los actuales estados de Guerrero, Morelos e Hidalgo, además de gran parte del Distrito Federal) (1). Fue una de las primeras veces en que las autoridades estatales bajo el régimen republicano y federal tuvieron que enfrentar una situación de este tipo, y para ello comenzaron por levantar una estadística de la extensión de la enfermedad, la población afectada, así como de los síntomas que se observaban en los enfermos y los remedios que se empleaban para tratarlos. De esta manera, afirmaban, el gobierno podría disponer de "los auxilios precisos". (2)

Aunque Aculco se hallaba cerca de uno de los puntos más afectados -la villa de Huichapan- parece ser que no tuvo gran impacto y en los últimos días de aquel mes la enfermedad se había "calmado". De cualquier manera, el Ayuntamiento respondió puntualmente a la solicitud de las autoridades superiores con un informe que aporta datos muy interesantes acerca de esta "enfermedad epidémica". Con el fin de recabar estos datos, las autoridades municipales encabezadas por el alcalde José Felipe de la Vega y en compañía del cura encargado de la parroquia, don Luis Hurtado, y otros particulares, hicieron personalmente un recorrido por "la orilla" del pueblo, donde al parecer sabían que había algunos casos. Hallaron en efecto tres personas afectadas por esa "enfermedad contagiosa", aunque uno de ellos, al ver la comitiva, "huyó ... con precipitación a esconderse a unas barranquilla inmediata". Las razones de este escape no eran sino una profunda desconfianza, que los funcionarios interpretaban casi como irracionalidad: "son tan contrarios a su felicidad los infelices indios ha quienes ha caído tácito este contagio, que todo bien que se les procura les parece un agravio horroroso". Del examen e interrogatorio de los infectados, además de otros que ya no lo estaban, las autoridades de Aculco recopilaron una serie de síntomas y etapas de la enfermedad:

Comienzan con escalofrío o cernimiento, después se encienden en calentura, sienten muchos dolores en los huesos de todo el cuerpo, especialmente en la cabeza y pies, se les pone el semblante pálido, la lengua en la punta el color es demasiado encendido y la lista del medio muy sarrosa, les brota una especie de sarna o sarpullido, a los tres o cuatro días sienten muchos ardores, cuando les brota, comienzan con dolor de garganta muy vehemente.

Sobre los remedios que se aplicaban a estos enfermos, continuaba el informe, los únicos eran los baños y sangrías.

Los libros sacramentales de defunciones de la parroquia podrían habernos dado algún indicio de cuál fue el efecto real de la epidemia en la población aculquense, dado que entonces no existía aún el Registro Civil. Desafortunadamente, en ese periodo no se registró en ellos la causa de la muerte de cada persona, de manera que sólo un estudio más amplio, que examine el número de defunciones mensuales y anuales por varios años, podría quizá ayudarnos a resolver ese misterio.

 

NOTAS

1. Elvia Montes de Oca Navas. La organización política del Estado de México en 1824: un año difícil, México, El Colegio Mexiquense, 2024, p.21.

2. El resto de la información y las citas directas corresponden al documento que se halla en: Archivo Histórico Municipal de Aculco, Estado de México. Fondo: Ayuntamiento. Actas de Cabildo, Volumen 1, Expediente 1, páginas 56-58.