Como "zuavos" se conoció a ciertos regimientos de infantería francesa creados en el siglo XIX en Argelia. En su origen estaban formados por bereberes argelinos, pero con el tiempo se fueron conformando casi totalmente con franceses asentados en aquel país. Los caracterizaba su vistoso uniforme que reflejaba su origen norafricano: anchos pantalones rojos, chaqueta corta azul, polainas blancas y gorro "fez", que a veces cambiaban por un turbante. Muchos zuavos solían dejarse largas barbas y atusados bigotes o fumaban pipas para enfatizar esa imagen exótica y extravagante.
Los zuavos se hicieron especialmente famosos con las aventuras imperiales de Napoleón III, pues se les envió lo mismo a Crimea que a Italia o a México. En nuestro país, seguramente muchos de ustedes los habrán visto representados en pinturas, ilustraciones, caricaturas o películas sobre la Batalla de Puebla del 5 de mayo de 1862, pues combatieron en ese encuentro que significó la victoria mexicana sobre el ejército francés. Era tal la extrañeza que causaba entonces su uniforme entre los mexicanos, que el propio Porfirio Díaz, quien tuvo un papel destacado en dicha batalla, recogió del campo algunas prendas de zuavos muertos para mandarlas a su hermana en Oaxaca como una curiosidad.
En Arroyozarco hubo zuavos en diversos momentos de la intervención francesa, entre 1864 y 1867, pero es poco lo que sabemos de su estancia en el lugar, menos aún de su vida cotidiana.* Por ello resulta valioso el texto que hoy quiero compartirles, el cual apareció en Francia en el periódico Le Derby del 17 de julio de 1866. Su autor, el teniente Paul Laurent, explica las razones por las que era importante establecer un destacamento de zuavos en en Arroyozarco durante esos años y cómo, a pesar de tratarse de soldados de infantería, se les dotó de mulas para facilitar su desplazamiento por los alrededores. Al final, dejando de lado lo noticioso o informativo, Laurent dedica unos párrafos a describirnos la extraña imagen de aquellos hombres torpemente montados, pero divertidos, cabalgando por los caminos de la zona.
Espero que todos, y muy especialmente mis amigos arroyozarqueños, disfruten mucho este artículo.
La compañía libre en mulas
(Le Derby, journal universel des courses et du sport, 17 de julio de 1866, p. 3)
Arroyozarco es una llave de caminos. Desde los cuatro rincones de México se pasa por ahí para llegar a la capital y a Veracruz. Este lugar ha sido también teatro de muchos ataques contra los viajeros. Se comprende por ello la necesidad de ocuparlo con una fuerza bastanta móvil, capaz de moverse a veinte leguas a la redonda con rapidez. ¿Pero cómo lograrlo?
No se podía pensar en caballería, no teníamos suficiente para las necesidades del gran guerra. Por otra parte, jamás podría esperarse que la infantería alcanzara a las guerrillas que se mantienen siempre a distancia de sus bayonetas.
El general Bazaine, habiendo hallado pronto el expediente, creó la compañía libre en mulas.
Acabo de pasar por Arroyozarco. Con mis propios ojos vi a los zuavos y sus mulas. Enseguida pensé en el regimiento de dromedarios que Napoléon organizó en Egipto. Es la misma idea la que ha presidido esta formación.
Hacía falta encontrar una manera de trasladar rápidamente una tropa de infantería, con el fin de que llegara lo bastante fresca y reposada para poder lanzarse al pie de la montaña y usar su fusil.
Ahora, cuando el destacamento de Arroyozarco es alertado por los habitantes de los contornos -que tienen todo el interés- cuando han visto rondar un grupo de jinetes que, emboscados en algún cruce de caminos, esperan la ocasión de una rica captura, suena la corneta como en un escuadrón de caballería; los zuavos suben a sus pequeñas y ágiles mulas, y marchan a la ambladura en un convoy a ocho kilómetros por hora con el saco a la espalda y el fusil en bandolera, para caer sobre los que se creían a salvo a una jornada de distancia de la infantería ordinaria.
A dos kilómetros del punto en que la presencia del enemigo ha sido indicada, ponen pie a tierra, una sección guarda las mulas y los equipajes, mientras los restantes avanzan a paso ligero para despertar a golpes de bayoneta al enemigo dormido.
Nuestros buenos zous-zous se divierten como colegiales con este nuevo género de cabalgata y gustan mucho de esta manera de acercarse a la batalla. Los parisienses del grupo dicen que les recuerda a los asnos de Mémorency.**
Se disputa quién formará parte de esta infantería a cuatro patas, como se le llama, y los lugares de la compañía en mulas están siempre llenos, aunque las balas del enemigo abren numerosas vacantes. Se inscriben por adelantado y los zuavos que tienen cierto conocimiento literario lo llaman "postularse para un asiento en la Academia", aludiendo a la silla en el lomo de las mulas.
Cada uno cuida a su mula con el clásico amor del caballero por su montura, le da algún apodo cariñoso y la cubre de pompones, verroterías, de oropel, con el gusto fantasioso que caracteriza a los señores zuavos.
Es un espectáculo muy curioso, se los juro, ver pasar sobre el polvo a esta banda de diablos felices, trotando corto sobre sus monturas de largas orejas, uno aquí a horcajadas, creyéndose un caballero serio, otro por allá sentado de lado como mujer, este otro posando las piernas colgantes sobre la grupa como un burrero árabe. Todos marchan a la batalla riendo, cantando, tratando de adivinar la parte del botín que tomarán de los vencidos.
Las mulas alerta trotan con un aire travieso, sacudiendo sus penachos y campanas. Los ruidos acerados del sable-bayoneta las emociona, agachan las orejas o las levantan cuando perciben sobre la ruta alguna cosa anormal.
Llenas de emulación, se animan entre ellas, y sus caballeros bastante novicios tienen dificultades para hacerlas guardar el orden de batalla reglamentario. Las caidas frecuentes y poco peligrosas divierten a la columna. Cuando un zuavo cae de cabeza, su mula se detiene con aire sorpendido, para ver a su amo levantarse entre los abucheos de sus camaradas, sacudiendo entre juramentos el polvo que lo cubre.
Sin embargo la columna marcha siempre a buen paso, y en el tiempo que nuestro torpe tarda en volver a subirse a su silla de montar, las otras mulas han ganado terreno.
Su montura se vuelve y se agita, apenas se ha montado el zuavo cuando parte en un galope frenético para alcanzar a los otros. Nuestro caballero improvisado se une nuevamente a la columna, agarrado a la crin, a la silla, a la cola, donde quiera que halle un punto de apoyo.
"Qué felicidad, decia uno de ellos, que la naturaleza le ha dado a estos animales un mechón más sólido que el de sus damas."
La primera mitad del recorrido no es más que un estallido de risas y una canción con mil coplas interminables, pero suena el clarín. ¡Atención! Ponen pie a tierra, ajustan todo lo que ha desacomodado el desordenado encanto de las mulas. El capitán hace una señal, los rostros de ponen serios, las pipas se apagan, las mulas son atadas unas con otras, un pequeño clic avisa que el sable bayoneta ha sido ajustado al cañón del fusil. Comienzan a andar en silencio esta vez, poco a poco el paso se acelera, el clarín toca a carga, la compañia ha tomado el paso ligero marchando en tres o cuatro columnas para dar vuelta a la posición.
Al final de un cuarto de hora la posición es levantada y la banda ha sido atacada y derrotada.
Paul Laurent, teniente del Primer Regimiento de Cazadores de África
NOTAS
* En marzo de 1864, era comandante superior de Arroyozarco el teniente Fonvieille, del 2o regimiento de zuavos: Eugène Lefebvre, Documentos oficiales recogidos en la secretaria privada de Maximiliano, vol. 1, Bruselas y Londres, 1869, p. 410.
** Parece que alude a una obrilla de teatro, "La fiesta de los asnos o un día en Montmorency" ("La partie des ânes ou un journée a Montmorency") de Gabriel de Lurieu, 1837.
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