Desde los primeros años después de la Conquista, el llamado "servicio personal" de los indios fue sumamente importante para la construcción de grandes obras de ingeniería y arquitectura en la Nueva España. En el fondo no se trataba de una situación nueva -ya que bajo el dominio azteca las provincias tributarias contribuían obligatoriamente con el trabajo de algunos de sus pobladores a los obras del imperio- sino más bien una adaptación colonial de esa antigua costumbre.
El concepto mismo de ese servicio varió mucho a lo largo de las primeras décadas del dominio español, especialmente entre 1521 y 1550. Al principio, por ejemplo, se le consideró parte del tributo que las poblaciones indígenas debían entregar a su encomendero español o a los representantes del rey (según el propio estatus del asentamiento), y por lo tanto quienes trabajaban para cumplirlo no recibían un pago por sus servicios. Es decir, se trataba de un impuesto en especie, y esta especie era el trabajo físico. Con todo, ya desde mediados del siglo XVI el servicio personal se convirtió en una labor pagada en obras consideradas de beneficio público, aunque siguió siendo obligatoria, para las que cada comunidad indígena debía proporcionar cierto número de trabajadores cada año.
Así, por ejemplo, nuestro Aculco estaba obligado hacia la segunda década del siglo XVII a destinar trabajadores para las minas de Tlalpujahua, en Michoacán, y especialmente para la obra del desagüe de la Ciudad de México en Huehuetoca. Esta última era un obra de ingeniería de enormes proporciones y casi invisible (por no ser más que un túnel y un tajo) que evacuaría las aguas de la laguna para poner a salvo de inundaciones a la capital del virreinato. La construcción del desagüe cobró la vida de miles de personas, tardó siglos en realizarse y sólo en el Porfiriato se concluyó cabalmente.
Justo en esos tiempos, en 1618, el cabildo de Aculco solicitó al virrey que se les disculpara el envío de trabajadores a las obras del desagüe de Huehuetoca por un año, justificando su petición en que debido a ese servicio personal no habían podido ocuparse del "remedio y reparo" de su iglesia, que se estaba "cayendo juntamente con el convento donde habitan los religiosos del dicho pueblo". El virrey, don Diego Fernández de Córdoba, marqués de Guadalcázar, concedió efectivamente en diciembre de ese año que seis de los indios que enviaba Aculco fueran reservados del servicio personal para ocuparse del arreglo de su templo.
FUENTE:
Silvio Zavala, El servicio personal de los indios en la Nueva España 1600-1635, México, El Colegio de México, 1990, p. 1050.
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