jueves, 5 de septiembre de 2024

Una pausa en "Aculco, lo que fue y lo que es"

Desde hace unos pocos meses he estado considerando la posibilidad de pausar un tiempo este blog, en el que vengo publicado textos sobre historia, patrimonio, arte y cultura del municipio de Aculco desde 2008. Quizá algunos de mis seguidores más antiguos recordarán que en 2012 hice también una pausa que duró ocho meses; sin embargo, aquella vez mi intención fue la de retirarme definitivamente del blog, mientras que ahora pienso únicamente dejarlo por algún tiempo, aunque éste podría extenderse más meses que en aquella otra interrupción.

Mis razones son muy simples: el preparar información y escribir en este blog consume mucho tiempo, que ahora quiero dedicar a otros proyectos. En varios años no he publicado libros sobre Aculco (aunque tengo tres o cuatro a medio escribir) y eso se debe en alguna medida a la atención que le he prestado a este espacio para cumplir con la meta -muchas veces excedida- de presentar un nuevo artículo cada dos semanas. Ahora quiero concluir aquellos otros trabajos, por lo menos uno de ellos, antes de regresar aquí. Espero que lo entiendan, se trata simplemente de una cuestión de tiempo.

Pienso que "Aculco, lo que fue y lo que es" ha logrado mantenerse en todos estos años en el gusto de los muchos aculquenses que leen cotidianamente las nuevas publicaciones, o que buscan información en los textos más viejos. Les agradezco mucho sus lecturas, sus comentarios, su compañía. Espero volver para continuar ofreciéndoles historias curiosas, críticas a la destrucción del patrimonio, crónicas de otros tiempos, fotografías antiguas y modernas, relatos sobre Aculco. Recuerden que lo escrito en este blog aquí sigue y que en cualquier momento podrán leer los textos que contiene. Ojalá al regreso los encuentre aquí y podamos nuevamente platicar "cosas de Aculco".

En fin, no quiero hacerles perder más tiempo con esta despedida. Nos vemos pronto.

miércoles, 4 de septiembre de 2024

Algunos datos de Aculco en 1884

En el año de 1884, la Secretaría de Fomento emprendió la recolección de información en todo el país para la formación de una "geografía médica mexicana", es decir, el estudio de los efectos del medio ambiente en la salud de las personas y de la distribución geográfica de las enfermedades incluyendo también el estudio de los factores geográficos que influyen en su propagación. Para ello, se envió un sencillo cuestionario de 16 preguntas a todas las autoridades municipales del pais, formado de acuerdo con una comisión conformada por los doctores Gustavo Ruiz y Sandoval y Ramón Rodríguez Rivera:

En cuanto a los datos que deben recogerse de las municipalidades, creemos que debe hacerse por medio de un cuestionario sencillo y fácilmente inteligible, y sin exigir otra cosa que noticias generales y aproximadas que sólo servirán de guía a la Sección para sus trabajos ulteriores, que coordinará con los datos más exactos que de las otras fuentes puedan proporcionársele.

En nuestro municipio de Aculco se encargó de responder el cuestionario el presidente municipal don Guadalupe Guadarrama (dueño por aquellos años de las haciendas de Ñadó y el Jazmín), quien firmó su respuesta el 15 de junio de 1884. Las respuestas que proporcionó don Guadalupe fueron las siguientes:

1.- ¿Qué forma tiene la población? ¿Está en loma, en llano o en cuenca?

R.- Está en principio de una loma, y sus demas terrenos quebrados y lomas suaves.

2.- ¿Qué mar, rio, arroyo o laguna hay en sus cercanías y a qué distancia?

R.- Dos arroyos permanentes, surtido uno por la presa de Huapango, a tres leguas de distancia, y el otro por los manantiales de las haciendas Ñadó y Jazmín, a dos leguas de distancia; ambos atraviesan la Municipalidad.

3.- ¿Qué plantas son las más comunes?

R.- Montes de ocote, encino y aile.

4.- ¿Caen heladas en invierno?

R.- Fuertes heladas en invierno y algunas nevadas en Diciembre, las cuales han aparecido hace dos años.

5.- ¿Son las lluvias cada año excesivas o moderadas?

R.- Son moderadas.

6.- ¿Se forman pantanos o ciénegas?

R.- Ni una ni otra cosa, por ser la mayor parte del terreno reseco.

7.- ¿De qué clase de agua hacen uso los habitantes? ¿De manantial o de rio, o de lluvia en aljibes? ¿El agua es dulce o salada?

R.- En general es agua de manantiales; es dulce.

8.- ¿Cuáles son los alimentos de que más uso se hace?

R.- Los alimentos más usuales son: maíz, trigo, carnes de buey y cerdo; y entre los indígenas, yerbas, como quelite, nopal y otros.

9.- ¿A qué industria, ejercicio o profesión se dedican los habitantes de la localidad?

R.- En general agricultores.

10.- ¿Cuáles son las enfermedades más generales en el invierno?

R.- Pulmonías.

11.- ¿Cuáles en el verano?

R.- Fiebres e intermitentes.

12.- ¿Cuál es la enfermedad que causa más mortalidad?

R.- El tifo al salir el invierno.

13. ¿Qué enfermedades hay causadas por los animales, y qué animales las producen?

R.- La mordedura de víbora.

14.- ¿De qué epidemias se tiene noticia, de qué enfermedades y en qué épocas?

R.- De ningunas.

15.- ¿A qué razas pertenecen los habitantes y qué idiomas hablan?

R.- La mayor parte indígenas; hablan otomí.

16.- ¿Qué enfermedades hay en los animales y en las plantas?

R.- En los animales fiebre y gusano en el cuajo, y en las plantas el llamado chahuistle.

El envío de este tipo de cuestionarios fue relativamente frecuente en la época, un tiempo en que comenzaba a desarrollarse el interés por clasificar todo y levantar información estadística para múltiples fines, desde los comerciales o económicos hasta los de salud pública, como en el caso que les he mostrado. Es una pena, sin embargo, que la mayoría de las veces las autoridades locales respondieran sucintamente, sin profundizar en ningún aspecto, sólo aportando lo estrictamente necesario. Con todo, no deja de ser interesante y valiosa la información recopilada, que nos habla de un Aculco a la vez muy conocido y a la vez muy distinto.

 

FUENTE:

Noticias climatológicas de la República, recopiladas por la Secretaría de Fomento para la formación de la Geografía Médica Mexicana. Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento, México, 1886, pp. 3, 6-8 y 418.

sábado, 31 de agosto de 2024

Entomofagia: los insectos en la dieta aculquense

Ya les he comentado antes que uno de los aspectos de la cultura aculquense en los que menos he profundizado es en el de su gastronomía. Esto se debe en cierta medida a que -desde mi punto de vista- la comida local no tiene pecualiaridades apreciables, pues es prácticamente la misma en una amplia zona que incluye partes de los estados de México, Querétaro e Hidalgo. Con todo, considero que sí es posible por lo menos configurar un catálogo de alimentos típicos, de platos o ingredientes a los que se puede considerar habituales en la dieta tradicional de Aculco. Esto no derivará por supuesto en el descubrimiento de toda una "gastronomía aculquense", pero sí al conocimiento de una cocina que sea identificable como propia por los habitantes de este lugar.

En fin, como un pequeño aporte a esa tarea de catalogación, les traigo hoy un tema muy interesante: el consumo tradicional de insectos. No es esta región particularmente notable en ese sentido como lo es, por ejemplo, Oaxaca, pero ciertamente existe y por ello resulta valioso que la bióloga Julieta Ramos-Elorduy haya incluido a algunas localidades de nuestro municipio en su obra Acridofagia y otros insectos, un estudio antropológico, económico, histórico y sociocultural de los procesos de recolección, conservación y comercialización de insectos publicado en 2015. Es de esta obra de la que extraigo las páginas que incluyo aquí, relacionadas con el consumo de tres especies de insectos: el gusano rojo de maguey (etapa larvaria de Aegiale hesperariaris W.), los escamoles (huevecillos de Liometopum apiculatum M.) y la hormiga chicatana (Atta mexicana F.S.). Dentro de nuestro municipio, Ramos-Elorduy consigna que la primera de estas especies se consume en Aculco y Arroyozarco, la segunda sólo en Aculco y la tercera tercera nuevamente en Aculco y Arroyozarco. Es claro que la investigadora se limitó a esas localidades, pues seguramente habría hallado el mismo consumo en otros sitios del territorio municipal. A mí me llama la atención en particular la hormiga chicatana, pues desconocía que se come aquí.

Por cierto, hay un error en las ilustraciones del libro: los letreros "Escamoles" y "Hormiga chicatana" están invertidos (es decir, la hormiga roja es la chicatana y la blancuzca la que produce escamoles). En el texto central del libro esto queda claro.

Estos alimentos son, naturalmente, de temporada, pues su recolección coincide con los meses del año en que se pueden hallar los estados de desarrollo en los que estos insectos son aprovechados. Son también de recolección silvestre o semi silvestre, pues no se les cría o cultiva, aunque en el caso del gusano de maguey se puede propiciar su desarrollo con plantíos de agave. Y a fin de cuentas son solamente ingredientes, pues su preparación implica un proceso que desafortunadamente no está recogido en el libro en lo que respecta a las localidades del municipio de Aculco. Ojalá los lectores del blog nos puedan compartir sus recetas para preparar estos alimentos.

 

FUENTE:

Julieta Ramos Elorduy et. al. Acridofagia y otros insectos, México, Trilce, 2015, pp. 109, 112-113. Puedes encontrar el libro completo aquí: Acridofagia y otros insectos.

martes, 27 de agosto de 2024

El paso por Arroyozarco de Ernst Schmitt von Tavera, secretario de la legación austriaca en México en 1867

Ernst Schmit von Tavera, secretario de la legación austriaca en México, estuvo entre los testigos presenciales de la caída del imperio de Maximiliano en 1867. Al respecto escribió varios testimonios, como el libro Die mexikanische Kaisertragödie (La tragedia imperial mexicana), publicado en Viena en 1903, que se refiere a los últimos seis meses que pasó en el país. Sin embargo, me parece que sus obras han sido muy poco aprovechadas al tratar de este importante periodo de nuestra historia, salvó quizá por el historiador Konrad Ratz, paisano suyo, quizá por su evidente parcialidad y desprecio a México y los mexicanos. A von Tavera apenas se le recuerda salvo para presentarlo como protagonista de anécdotas curiosas, como aquella sobre la gran impresión que le causó ver el cadáver del emperador vendado y colgado de cabeza cuando se le estaba embalsamando, o por su gusto por vestir de charro. De hecho, su libro mencionado líneas arriba ni siquiera ha sido traducido todavía íntegramente del alemán al español.

Es justamente de esa obra de la que extraigo el texto sobre su paso por Arroyozarco que les presento ahora y que traduzco con ayuda de Google, pues desconozco completamente esa lengua. Comienza con su salida de Querétaro apenas unos días después del fusilamiento de Maximiliano el 19 de junio de 1867. Schmit llevaba consigo y bien resguardada una curiosa reliquia del emperador: la chaqueta que portaba cuando fue ejecutado en el Cerro de las Campanas:

El 30 de junio, después de pasar diez tortuosos días en Queretaro, comencé mi viaje de regreso a la Ciudad México. La diligencia ya estaba llena hasta el último asiento y sólo a petición urgente mía, el administrador de correos accedió a permitirme, como favor especial, completar el viaje de dos días agazapado sobre el techo de hojalata del coche, junto a las maletas allí guardadas. No me importaban mucho las molestias de este viaje; lo principal era salir de aquella odiada ciudad. Sólo en las primeras horas de nuestro viaje estuve a punto de arrepentirme de mi decisión apresurada: no había contado con el hecho de que cuatro soldados armados con carabinas revólver americanas de dieciséis cañones y largos sables de caballería estarían alojados conmigo en el techo del coche como escolta contra los ladrones. Estos señores se pusieron lo más cómodos posible allí arriba y apenas me dejaron espacio suficiente para agarrarme de algo si fuera necesario. Porque sin este constante "aferrarse", ni yo ni los soldados podíamos viajar sin poner en peligro nuestras vidas, pues las terribles condiciones de la carretera nos arrojaban sobre el techo del coche de tal manera que estábamos en constante peligro de ser despedidos. Si consideran que tuve que pasar dos días sobre el techo de hojalata de aquella diligencia, debidamente calentado por los rayos del sol de julio, probablemente me creerán que el viaje no fue agradable para mí y que cuando llegué a la Ciudad de México también estaba en los límites de mi fuerza física. Durante dos días enteros tuve que sentarme con las piernas cruzadas sin poder apoyar la parte superior del cuerpo en nada (sólo podía disfrutar de esto mientras remudaban los caballos y el carruaje estaba parado), por consideración a las maletas que me rodeaban: los golpes que tuvimos que soportar podrían haber sido bastante peligrosos para mis huesos.

Hacia el mediodía la escolta nos abandonó y a partir de entonces yo fui el único usuario del techo del coche. En La Soledad [hoy Polotitlán] nos encontramos con el ejército del general Corona, que regresaba de México a la costa del Océano Pacífico. Ya habíamos conocido en persona al famoso líder de la guerrilla. Corona, que no gozaba de la mejor reputación en México por su pasado de fratricida y bandolero, llevaba en el rostro la huella inconfundible de un consumado "pájaro de la horca". Su ejército era perfectamente digno de un general así: esta fuerza tenía mala reputación incluso entre los liberales en lo que a su valor moral se refería; su adicción al saqueo y su cruel guerra eran tan notorias como su cobardía ante el enemigo. La columna principal, de unos 2,000 hombres, marchaba en tal desorden que la cabeza de la misma ya había comido en La Soledad, mientras la caballería, infantería y un interminable tren de mujeres, animales de carga, carros de municiones, etc., marchaban a lo largo de una distancia de 12 millas inglesas cubriendo el camino. Parecía sorprendente que se pudiera siquiera persuadir a hordas tan andrajosas de ladrones para que se sometieran a cualquier tipo de disciplina. Aquí y allá veíamos un caballo muerto al borde del camino, que había sucumbido al hambre o al esfuerzo y, apenas frío, era despedazado con avidez por buitres y perros callejeros.

Miré el tren de equipajes con especial interés, ya que era la primera vez que veía a los tipos indios de la costa del Pacífico en grandes cantidades. La monstruosa fealdad de la mayoría de las soldaderas excedía con creces todo lo que había visto entre las mujeres mexicanas en términos de rasgos faciales repulsivos.

Estaba bastante claro que el equipo había sabido aprovechar la campaña en beneficio propio: los animales y bestias de carga apenas podían soportar su pesada carga. No me sorprendió que los uniformes de los soldados de Corona dejaran mucho que desear, pero estos soldados parecían haber sido enviados al campo de batalla basándose en el principio de que los malos soldados debían estar, en consecuencia, mal vestidos. No pude maravillarme lo suficiente con el mercado de trapos reunido en la plaza principal de La Soledad; intenté en vano localizar a un solo soldado que estuviera medianamente vestido. Las únicas personas que no tenían la ropa rota eran aquellas que no tenían nada de ropa, porque también había individuos que prescindían de sus camisas y llevaban la bolsa patronal sobre sus cuerpos desnudos, mientras que un enorme chacó de cuero antiguo cubría la orgullosa cabeza de tal adamita. Muchos de los oficiales iban descalzos y la mayoría llevaba los pantalones de lino arremangados hasta las rodillas para caminar más cómodamente, como si estuvieran vadeando una masa de agua.

La caballería se presentó de manera particularmente lamentable: los pobres y hambrientos caballos se arrastraban con dificultad; más de un jinete tuvo que marchar a pie porque su caballo no tenía fuerzas para llevarlo, y luego empujó con su lanza al pobre animal que tenía delante hasta que éste se desplomó de cansancio en el camino. Más tarde supe que Porfirio Díaz deliberadamente envió a esta miserable chusma de regreso a su patria con la mayor prisa para que no tuvieran que participar en el desfile militar para celebrar el regreso a la capital del presidente [Juárez].

En aquel entonces, la retaguardia de una columna de tropas mexicanas solía acortar el aburrimiento de la marcha realizando un poco de robo al mismo tiempo. Por ello, las carreteras eran más inseguras cuando los militares estaban cerca. Como llevaba poco dinero encima, no me habría importado mucho que me atacaran los bandoleros. Sin embargo, me preocupaba mucho perder la levita del emperador, que fue atravesada durante la ejecución y que se encontraba entre mis efectos. Había evitado cuidadosamente mencionar la posesión de esta triste reliquia a ninguno de mis compañeros de viaje. Por eso me resultó sumamente desagradable cuando uno de ellos, presentándose como imperialista en la estación nocturna de Arroyozarco, me pidió urgentemente que le dejara ver la levita que con tanta ansia guardaba. Sigue siendo un misterio para mí cómo el hombre se enteró de que tenía esta última conmigo, porque ya había tratado de mantener el más estricto secreto sobre esto en Querétaro. Mi desconocido lloró al ver el faldón acribillado a balazos y luego, para mostrarme su gratitud, me sirvió la cena con la mayor atención.

Las cosas no me iban muy bien ese mismo día a la hora de comer [seguramente en el Hotel de Diligencias de Arroyozarco]: algunos de los oficiales [mexicanos] que viajaban conmigo parecían haber descubierto quién era yo, y para dejarme claro que ahora eran los primeros en el país, encontraron consideró apropiado presentarse con rudeza desafiante hacia mí, que debía sentarme en el extremo más bajo de la mesa; ¡No podía hacer nada más que comer en humilde silencio! En Arroyozarco conocí a los lanceros de Aureliano Rivera (un ex cochero de la casa de un amigo mío mexicano), quienes eran famosos en todo México por su cobardía. Me alegré de ver finalmente en persona a estos famosos personajes atípicos, de cuyas hazañas negativas había oído hablar tantas veces. El equipo acababa de ser reajustado y lucía bastante bien con sus blusas de chinaco escarlata y sus enormes sombreros mexicanos. Los pocos cientos de jinetes habrían sido ciertamente invencibles si su fuerza hubiera igualado la potencia pulmonar de su lamentablemente numeroso cuerpo de trompetistas. El estallido se prolongó sin interrupción hasta bien entrada la noche: a veces sólo un trompetista tocaba en su instrumento un solo melancólico y prolongado (lo cual aún era soportable), pero de repente, sin que nadie supiera por qué, el ruido infernal comenzó con un poderoso unísono comienza de nuevo. y luego, tras una interrupción de unos minutos, en otro rincón del edificio donde se alojaban los chicos, se desataron con nuevas fuerzas.

Al día siguiente del viaje ya creía que ahora me familiarizaría más con los asaltantes de caminos: justo cuando atravesábamos la mal considerada Cañada, un grupo de hombres armados galopaba a campo traviesa hacia nuestro vehículo. ¡Aparentemente estos eran los ladrones de los que tanto se habla! Me sorprendió la inquebrantable apatía de nuestro cochero, que conducía con la mayor tranquilidad. Cuando los jinetes se acercaron a la diligencia, él los saludó de manera muy amistosa desde el pescante de su carruaje. El cochero era educado y delante no teníamos a nadie más que al rico terrateniente M... que vino con sus sirvientes para preguntar si el correo le había traído algo. ¡Así que esta vez tampoco hubo reunión con los compadres! Por cierto, con nosotros habrían encontrado un botín inusualmente rico, porque en el camino habíamos cargado algunos sacos pesados con táleros [pesos] en bruto. Me dieron uno de estos sacos para que lo usara como almohada encima de mi techo, para que mi cabeza pudiera descansar ocasionalmente sobre plata. Definitivamente hubiera preferido un cojín un poco más suave, aunque menos costoso.

Hasta aquí el texto de Schmitt a su paso por nuestra región. Este relato se une a los muchos testimonios que existen sobre Arroyozarco en el siglo XIX añadiendo detalles curiosos y vívidos del sitio en 1867.

FUENTES:

 

Ernst Schmitt von Tavera, Die mexikanische Kaisertragödie, Viena, Adolf Holzhausen, 1903, p. 147-151.

martes, 23 de julio de 2024

El paso de los constitucionalistas por Arroyozarco (1914)

A mediados del año de 1914, era evidente que el usurpador Victoriano Huerta no podría mantenerse en el poder. El Ejército Constitucionalista de Venustiano Carranza había obtenido importantes victorias sobre el Ejército Federal y el avance de los revolucionarios desde el norte del país hacia la capital del país era ya imparable. Huerta decicidó renunciar el 15 de julio y partió enseguida al exilio. El 28 de julio, los constitucionalistas ocuparon la ciudad de Querétaro y desde ahí emprendieron el avance final con 14 mil hombres sobre la ciudad de México.

Uno de los primeros cuerpos del Ejército Constitucionalista en acercarse a la capital fue la 21a. Brigada de la 2a. División del Centro, comandada por el Gral. Jesús Agustín Castro, militar duranguense que llegarí a ser secretario de Guerra y Marina de 1917 a 1918 durante la presidencia de Venustiano Carranza y como secretario de la Defensa Nacional de 1939 a 1940 durante la presidencia de Lázaro Cárdenas. En su trayecto hacia la Ciudad de México en julio-agosto de 1914, Castro tomó el viejo Camino Real de Tierra Adentro puesto que sus tropas se deplazaban a caballo y naturalmente pasó por la hacienda de Arroyozarco, que hasta finales de julio estuvo ocupada por los federales. Desde ahí, el 3 de agosto envió una carta a su superior al Gral. Jesús Carranza en la que da cuenta de las novedades que halló hasta ese momento:

Ejército Constitucionalista

Brigada Veintiuno

2a. División del Centro

Tengo la honra de poner en el superior conocimiento de usted que el día terinta y uno de julio próximo pasado, salí de Querétaro a las nueve de la mañana con la columna a mis órdenes, compuesta de la "Brigada Veintiuno", Regimiento "Pedro Antonio Santos", Regimiento "Larraga" y regimiento 1o y 2o de la "Brigada Caballero"; llegando el mismo día a el pueblo "Pedro Escobedo" a las tres de la tarde sin novedad.

De este lugar, proseguimos la marcha a las cuatro de la mañana del siguiente día son dirección a San Juan del Río, llegando al indicado punto a las seis y media de la mañana; como en esta ciudad a nuestra llegada no había autoridad política, se instaló inmediatamente en la misma forma como se hizo en Dolores Hidalgo.

El dos de agosto, a las ocho y treinta minutos de la mañana, reanudamos la marcha llegando a Polotitlán a la una y treinta minutos de la tarde. Con fecha tres del mismo mes, salimos de este punto a las siete y treinta minutos de la mañana, arribando a la Hacienda de "Arroyo Zarco" a las once y treinta minutos de la mañana, sin novedad.

Participo a usted al mismo tiempo, para que, por todos los puntos que hemos tocado, queden a la mayor brevedad posible reparadas las comunicaciones ferroviarias y telegráficas con dirección al norte.

En cumplimiento a sus órdenes, continuaré avanzando partiendo rumbo al sur, mañana a las seis de la mañana.

Tengo el honor, mi general, de hacer a usted presente mi subordinación y respeto.

Constitución y Reformas.

Hacienda de Arroyo Zarco a 3 de agosto de 1914.

El General

J. A. Castro

Al Ciudadano

General Jesús Carranza

Donde se encuentre (1)

El 15 de agosto de 1914, los constitucionalistas encabezados por el Gral. Álvaro Obregón firmaron con los restos del gobierno de Victoriano Huerta un tratado en Teoloyucan, ya a las afueras de la capital. El Gral. Castro estuvo entre los soldados que formaron el grupo "marcial y pintoresco" que acompañó a Obregón en su entrada triunfal desde Tlalnepantla hasta Palacio Nacional. Luego, su división sería destinada a proteger la entrada de la ciudad por el rumbo de la vía del Ferrocarril Mexicano.

 

FUENTES

1. Carta de Jesús Agustín Castro dirigida a Jesús Carranza, se le informa sobre su avance hacia al sur. Fondo Manuscritos del Primer Jefe del Ejército Constitucionalista 1889-1920. Centro de Estudios de Historia de México Carso, Fundación Carlos Slim.

martes, 16 de julio de 2024

El superintendente del ferrocarril de Arroyozarco y sus conflictos laborales

Es tan poca la información que he encontrado sobre el ferrocarril de Arroyozarco (es decir, el tren de la Bucio Timber & Railway Co., empresa formada por los dueños de la hacienda), que me siento obligado a copiar y mostrarles cualquier pequeña información que hallo sobre él. Así me ha sucedido ahora, tras leer unos párrafos acerca del conflicto laboral que tuvo con la empresa José García Pichardo, superintendente de este ferrocarril, a causa de atrasos en el pago de sus salarios y malos tratos. Aunque no se trata de información de relieve y en buena medida carecemos del contexto en el que se desarrolló dicho conflicto, mejor es consignarlo aquí que dejar que se pierda olvidado en la tesis de la que extraigo los siguientes párrafos:

Aquellos problemas que, de acuerdo con la apreciación de alguno de los actores, se convertían en motivo de demanda ante la junta de conciliación respectiva y cuyo resultado no era satisfactorio para cualquiera de ellos, eran resueltos en última instancia por la oficina del gobernador a petición de la parte inconforme. Así, de los asuntos que conoció la Junta de Conciliación y Arbitraje del Distrito de Tlalnepantla entre 1929 y 1931, veinte de ellos fueron resueltos en apelación, en forma favorable para los trabajadores en un 50 por ciento y en la otra mitad se otorgó la razón a los dueños de los centros de trabajo.

De los primeros, es decir, aquellos que favorecieron a los trabajadores, las evidencias del procedimiento ejercido por el patrón contra el asalariado eran tan claras para los integrantes de la junta que, lógicamente, daban la razón a los demandantes, pero debían enfrentar estrategias de patrones o gerentes, para lo cual se declaraban incompetentes y turnaban el caso a la decisión del poder ejecutivo. Esa situación pudo advertirse en la demanda que José García Pichardo, superintendente del ferrocarril de The Bucio Timber and Railway Co., S.A., hizo contra la empresa por separación injustificada del trabajo y adeudo de salarios.

García Pichardo denunció que la empresa utilizaba el procedimiento de separar a los empleados y obreros con el pretexto de reajuste, sobre todo cuando la deuda por salarios alcanzaba una cantidad regular, pues los pagos se retrasaban hasta por ocho o diez semanas, como en ese momento sucedía con él. El proceso de arbitraje se hizo conforme al reglamento, pues al no presentarse la parte demandada para procurar una avenencia se presentaron las pruebas por ambas partes: el ofendido presentó documentos de la empresa que lo probaban como un maquinista cumplido, competente y laborioso, por tanto se le encargaba manejar el ferrocarril de Bucio y atender todos los servicios; por su parte, José María Rodríguez, apoderado de la empresa Bucio Timber, presentó informes que no negaron haber tenido como empleado y haber despedido a Garcia Pichardo, pero que señalaban quejas por una supuesta actitud altanera, por constantes fricciones que el maquinista había tenido con el administrador general de la Hacienda de Arroyo Zarco, así como porque había utilizado a los trabajadores de la empresa para construir muebles propios.

En contrapartida, el trabajador separado compareció con notas de buena conducta y responsabilidad laboral de empresas como Tampico-Pánuco Valley Railway Company Limited, Compañía Terminal de Veracruz, S.A., Ferrocarril de Desagüe del Valle de México, Ferrocarriles Nacionales, División Querétaro; inclusive de la misma empresa a la que demandaba, porque entregó una carta donde aquélla certificaba que era cumplido en sus obligaciones. Como prueba testimonial entregó un cuestionario que fue respondido en su momento por el tesorero del ferrocarril de Bucio, José Henríquez Guzmán, quien mostró amnesia ante todos los señalamientos hechos por el demandante; pero reconoció que había sueldos pendientes y que se le había separado por reducción de personal.

Con esta última respuesta emitida por el tesorero, la empresa se dio cuenta de que prácticamente había aceptado los motivos de la demanda en su contra, por lo que el gerente mismo de la compañía Enrique Landa Berriózabal, con la intención de arreglar el entuerto que había provocado su tesorero, entró al quite y pidió a la junta que toda diligencia se practicara con él y no con otra persona. De esa manera quiso ganar y mediante su representante legal insistió en que la junta de Tlalnepantla era incompetente y que el problema debía tratarlo la junta central de Toluca.

Presionada porque se trataba de una empresa grande, la junta se declaró incompetente pero el demandante anunció su inconformidad y el asunto fue turnado al gobernador para ser visto en apelación. El titular del poder ejecutivo analizó el asunto y lo regresó a la junta de Tlalnepantla, al tiempo que la declaraba competente, toda vez que los problemas se había suscitado en su jurisdicción y la empresa tenía oficinas en la Hacienda de Arroyo Zarco, ubicada en el municipio de Aculco, Con el respaldo del poder ejecutivo y las pruebas que se habían recabado durante el proceso, la institución laboral condenó a The Bucio Timber and Railway Co., S.A. a pagar al demandante $525.00 como indemnización por separación injustificada y $118.75 por concepto de salarios no satisfechos.

Como puede verse, la actividad de la junta de conciliación y arbitraje no era tan fácil, pues tuvo que enfrentar situaciones que negaban su papel como instancia de concordia y justicia laboral, como en el caso descrito o, bien, afrontar otras circunstancias como las que aparecieron durante el proceso que se inició contra Ramón Sierra, dueño de la casa de comercio El Pabellón Mexicano, situada en Tlalnepantla, por uno de sus dependientes, Jesús Taboada, quien denunció que fue despedido por haberse encontrado enfermo, a pesar de que había trabajado en esas condiciones durante el período de altas ventas en Semana Santa.

Sólo vale la pena anotar aquí que José Henríquez Guzmán y Enrique Landa Berriozábal, tesorero y gerente respectivamente de la compañía de Bucio, eran los esposos de María y Guadalupe Verdugo Rozas, hijas de la ya entonces difunts doña Dolores Rozas viuda de Verdugo y por tanto herederas de la hacienda de Arroyozarco.

 

FUENTE:

Jenaro Reynoso Jaime. Conflictos laborales y sindicalización en el Estado de México, 1929-1934, tesis para obtener el gardo de maestro en historia, México, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 2005, pp.107-109.

viernes, 12 de julio de 2024

Fernando Benítez y la remodelación de Aculco en 1974

En noviembre de este año se cumplirá medio siglo de la conclusión de las obras de remodelación de Aculco bajo el "Programa Echeverría de Remodelación de Pueblos": un proyecto tripartita (federación, estado y municipios) que buscaba embellecer la imagen urbana de 114 de las cabeceras municipales del Estado de México al tiempo que introducía los servicios esenciales de las que muchas carecían todavía entonces: agua potable, electricidad, drenaje, telefonía, etcétera.

El programa -encabezado por el arquitecto Francisco Artigas- tuvo la virtud de recuperar el aspecto de los centros históricos tradicionales en muchos pueblos que apostaban entonces por una modernidad arquitectónica lamentable, destructora, sin guía ni recursos. También tuvo defectos, como la uniformidad con la que trató entornos urbanos muy distintos, de manera que resulta reconocible en los pueblos intervenidos de toda la entidad la marca del arquitecto Artigas, en lugar de reconocerse el sello local. Tampoco fue tan respetuoso del patrimonio edificado, pues muchos detalles valiosos de los pueblos se perdieron entre las prisas, el descuido, la poca supervisión y la falta de atención al detalle. En Aculco, por ejemplo, la antigua Casa del Quisquémel, que había pertenecido a la esposa de Francisco I. Madero, fue demolida para construir el nuevo Palacio Municipal.

Pero fue así, con errores, omisiones y aciertos, que este programa definió en gran medida el aire urbano de nuestro pueblo. Porque, en el imaginario local, el Aculco remodelado -completamente blanco, con sus cornisillas de ladrillo, con sus faroles de hierro en pedestales cortos, todo empedrado, con hermosos jardines en sus plazas- es el que aprecian por bello, armónico y coherente, mientras que el Aculco anterior, aunque era más auténtico, les resultaría hoy quizá algo feo, destartalado y pobre. Por otra parte,la remodelación le dio a Aculco un sentido de la conservación del patrimonio, la imagen urbana y arquitectónica, que antes no se tenía, y que a pesar de innumerables destrucciones y desaciertos en estos 50 años transcurridos ha permitido que hoy nuestro pueblo no sea tan feo. Algo de lo que ya no pueden presumir la inmensa mayoría de los pueblos remodelados, por cierto.

Precisamente cuando se estaba llevando a cabo la remodelación, el escritor y editor Fernando Benítez escribió un libro sobre el Estado de México al que tituó Viaje al centro de México (Fondo de cultura económica, 1975). Se trataba en efecto de un recorrido por tierras mexiquenses, que entonces gobernaba el profesor Carlos Hank González. Con su libro, Benítez pretendía demostrar las bondades de ese gobierno y del régimen del presidente Luis Echeverría, por lo que obviamente elogia todas sus obras. La remodelación fue el tema principal con el que abordó su paso por Aculco y se advierte que entre todos los poblados del estado fue éste sin duda el que más le llamó la atención por su belleza. En contraste, de otros lugares cercanos, como Jilotepec, escribió que vivían ya la "nueva edad del concreto en escala ruin". Una edad que ya hoy vive también, lamentablemente, nuestro Aculco.

En fin, quiero compartirles hoy el texto de Fernando Benítez acompañado de algunas fotos tomadas durante la remodelación de 1974. En muchas les soprenderá ver cómo el Aculco de entonces ya era exactamente el de hoy, pero en otras les dolerá ver cómo se ha desvirtuado su imagen desde aquel año.

 

Muerte y resurrección de Aculco

(Fernando Benítez. Viaje al centro de México. Fondo de Cultura Económica. México, 1975. Pág. 278 y ss.

 

Aculco, que en lengua otomí [sic pro náhuatl] significa "en el agua muy trenzada", durante la colonia no debió su auge a la presencia de esta agua enrevesada, sino a su posición geográfica, ya que fue el lugar de tránsito obligado a los reales mineros de Aguascalientes, Zacatecas, Durango y a toda esa región mal delimitada que los antiguos bautizaron con el nombre de Tierra Adentro.

Por Aculco salían centenares de gambusinos y de aventureros en busca de El Dorado, frailes misioneros y partidas de soldados encargados de fortalezas y presidios y por Aculco regresaban los nuevos Cresos a quienes los santos habían favorecido y sus recuas cargadas de oro y plata, los que habían jugado a las cartas su fortuna, los derrotados y los perdonavidas. El pueblo rebosaba de historias de milagrosos hallazgos, de riñas descomunales, de combates contra los indios bravos y de hazañas evangelizadoras.

Al estallar la guerra de Independencia, Hidalgo, después de obtener una serie de victorias fulminantes avanzó sobre la Ciudad de México. En la Sierra de las Cruces logró derrotar a las últimas fuerzas de que disponía el virrey, pero entonces, teniendo a sus pies la indefensa capital de la colonia, lejos de tomarla, decidió retroceder. Este hecho debía serle fatal. Mientras su gente se abastecía en la hacienda de Arroyo Zarco, el realista Calleja que había terminado de ejercitar a sus soldados, le cayó encima y lo desbarató. De cada 5 prisioneros uno fue fusilado en la plaza mayor de Aculco para escarmiento de rebeldes y seguridad de comerciantes y hacendados españoles.

Las minas, a causa de la prolongada guerra, se inundaron o se perdieron; los campos estaban asolados, los caminos se llenaron de bandoleros o de facciones enemigas y Aculco inició su lenta agonía. A fines de siglo era un pueblo más dentro de la jurisdicción política y económica de la gran hacienda de Arroyo Zarco. Más tarde, la distante vía del ferrocarril y en nuestros días la construcción de la supercarretera a Querétaro, situada a 15 kilómetros, le asestó el golpe final convirtiéndolo en un pueblo fantasma. En las mansiones de 10 ó 20 cuartos y enormes patios o en las viejas hospederías, flotaban algunos viejos pensionados y algunas viudas que sostenían a sus hijos. Todo el comercio, de acuerdo con los patrones coloniales, estaba acaparado por 4 ó 5 comerciantes y todas las buenas tierras regadas eran propiedad de un solo hombre.

Hoy volvemos a la ciudad en que se refugiara Hidalgo, como volvimos en los treintas al Taxco de Borda o al San Miguel del insurgente Allende. Edificados con una piedra blanca y una piedra rosa que los canteros trabajaron y aún trabajan cerrada y limpiamente, los muros de los huertos y de las fachadas, establecen una pureza de líneas y una severidad no vistas en otros lugares mejor abastecidos. En Aculco ciertamente todo es noble y espacioso, grandes las puertas de los mesones, como para dar entrada a las recuas y a las carretas y las ventanas estrechas porque los arrieros y caporales acostumbraban dormir en camastros improvisados o sobre la paja de los macheros.

Aquí también la traza de la ciudad sufre violaciones y permite adornarse con plazuelas y callejas de casas pequeñitas que llevan entre arcadas y florones del neoclásico al atrio elevado donde se levantan 4 capillas y una iglesia de piedra rosa consagrada a San Jerónimo. Sus columnas de doble capitel corintio y el remate labrado representando las bodas místicas de Santa Rosa de Lima, componen una cálida muestra del arte popular mexicano que hace resaltar el doble soportal y el maderamen del antiguo convento.

A la gran plaza se le ha devuelto su perdida dignidad al eliminarse los añadidos grotescos de su larga decadencia y construir un nuevo ayuntamiento integrado a un conjunto de residencias, tejados pajizos y portales oscuros, ora sostenidos por pilastras de piedra, ora por columnas de madera de fuste abombado. Se advierte el lápiz de Artigas, borrando el pegoste, el adefesio, acentuando una línea, recomponiendo el dibujo, el sentido de un pueblo de tránsito perdido en los desiertos del norte, hasta lograr un escenario que reclama el paso de los arrieros vestidos de cuero haciendo sonar las espuelas de plata en los empedrados, el desfile de las carretas y hasta el fusilamiento de los seguidores de Hidalgo.

No sabemos si Aculco es hoy más rico de lo que fue en 1810, pero sí sabemos que con el hierro, el cemento o los vidrios somos incapaces de construir algo -un alero, un portal, un dintel esculpido, una callecita- de dibujo tan puro y gracioso como el que nos dejaron los fundadores de los antiguos pueblos. Ni siquiera logramos hacer menos agresiva la fealdad o someter el enredo de los hilos y los postes de la corriente eléctrica. En materia de estética y de convivencia humana hemos retrocedido al horrible balbuceo de una época que se inicia con el rompimiento de todo lo que constituyó nuestra cultura. Y el que no sabe cómo emplear el cemento y el hierro tampoco acierta a emplear los dones del radio y de la televisión, las fábricas más activas de la prostitución espiritual. Por ello en la reconstrucción de una pobre aldea descubrimos otro mundo que nos permite medir lo que fuimos y lo que somos. Se ha evaporado la esencia de lo que constituyó un género de vida y debe preocuparnos nuestra incapacidad para igualar o sustituir lo que perteneció a un remoto pasado.

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