Un glifo es un signo labrado, pintado o escrito, que algunas veces puede tener valor fonético individual (es decir, que significa un sonido único), pero habitualmente representa palabras, frases o ideas más complejas. Los pueblos del México antiguo desarrollaron sistemas de escritura basados en glifos que, según señala el investigador David Wright, pudieron haber tenido además una interpretación común, pese a las diferencias de idioma, en la región central del país. Es decir, un códice quizá podría haber sido leído igual por un hablante de otomí que por uno de lengua náhuatl.
En el estudio de estos sistemas de escritura prehispánicos tienen un lugar particular los glifos toponímicos, es decir, aquellos signos que se refieren a los nombres de los lugares. Ya antes en este blog me he referido al caso particular del nombre otomí de Aculco y su verdadero glifo toponímico, que representa una espiral de agua. Como señalé entonces, se conservan dos representaciones de raíz otomí de este glifo: una dibujada en el Códice de Huichapan y otra labrada en piedra que procede de Jilotepec y se encuentra en las bodegas del Museo Nacional de Antropología. Ambas parecen referirse bien a nuestro Aculco o a su "gemelo perdido", el pueblo de San Juan Aculco que se despobló a fines del siglo XVI o en los albores del siglo XVII. Pero, ¿existió también en Aculco una representación de su glifo toponímico? Como veremos en este post, es bastante probable que así fuera.
Contemplada desde nuestros días, a veces nos parece que la Conquista de México representó una ruptura cultural de tal magnitud, tan de tajo, que lo que sobrevivió entonces de las culturas prehispánicas fue puramente residual. Sin embargo en muchos aspectos esto no fue así y sus elementos se mantuvieron a lo largo de siglos. Entre ellos, de manera destacada, el idioma, pues en un principio no se consideró oportuno que los indígenas aprendieran español, sino más bien fueron los frailes encargados de su evangelización quienes se dieron a la tarea de comprender sus lenguas y codificarlas en el alfabeto latino. Es más, en los primeros años de la Colonia, la lengua náhuatl vivió una etapa de expansión al convertirse en una forma de comunicación común entre los diversos pueblos hablantes de una inmensa cantidad de lenguas incorporados al Virreinato de la Nueva España. Todavía en el siglo XIX, después de la Independencia, la mayoría de la población mexicana hablaba su lengua indígena materna y fue más bien el esfuerzo de las autoridades republicanas que el de los reyes españoles el que impuso al español como lengua común.
Empero, una vertiente importante de la comunicación, la escritura glífica, sobrevivió menos tiempo, pues se impuso rápidamente la escritura de las lenguas mesoamericanas en caracteres latinos. A pesar de ello dos tipos de glifos mesoamericanos mantuvieron por mucho más tiempo su vigencia: los glifos toponímicos y los calendáricos. El investigador Constantino Reyes Valerio, en su libro Arte indocristiano, detalla el sentido y localización de estas reminiscencias y algunas de otro tipo en la arquitectura y pintura novohispana.
Así, en los mapas coloniales elaborados por indígenas, por ejemplo, fue sumamente frecuente la utilización de glifos toponímicos. Un caso local es la representación del cerro de Ñadó en un mapa de 1596 que se halla en el Archivo General de la Nación, dibujado como una montaña sobre la que se ve el glifo "piedra" (tetl en náhuatl, do en otomí). En la arquitectura, los glifos toponímicos tuvieron una adaptación singular: de simplemente simbolizar el nombre de un pueblo o ciudad se transformaron prácticamente en escudos de armas a la manera española y, tomando algunas de sus características, aparecen con relativa frecuencia en lsa fachadas de conventos e iglesias del siglo XVI. Entre los mejores ejemplos de esta transformación están los conventos de Acolman e Ixmiquilpan, que muestran en su imafronte los glifos toponímicos de esos pueblos integrados con escudos españoles y de la orden agustina en su hermosa arquitectura plateresca.
Dentro del territorio de la antigua Provincia de Jilotepec, a la que pertenecía Aculco en el Virreinato, sólo existe un ejemplo conocido: se trata de la capilla del pueblo de Santa María Amealco, en el municipio de Chapantongo, hoy Estado de Hidalgo, situado a unos 33 kilómetros en línea recta desde nuestro pueblo (no confundir con el otro Amealco, municipio vecino situado en Querétaro). En la fachada de este pequeño templo existe una extraña lápida que data indudablemente del siglo XVI y reúne de manera singular símbolos prehispánicos y cristianos.
Como se aprecia en la fotografía, un cordón franciscano que simboliza a la orden religiosa que evangelizó esta región rodea al resto de sus elementos. En la parte superior se observan sendos monogramas de Jesús (IHS) y Cristo (XPS) con marcos circulares. Ocupando casi todo el espacio que resta, aparece el glifo toponímico interpretado por los expertos como Coatepec (del náhuatl Coatépetl, de cóatl, serpiente y tépetl, cerro, "cerro de la serpiente"). En mi particular opinión, sin descartar que en su conjunto la interpretación sea válida, me parece que la representación del cerro encierra un significado más amplio. En primer lugar parece tener características de altépetl (palabra náhuatl que significa literalmente agua-cerro y que era utilizada para referirse a los señoríos prehispánicos), pues el glifo de cerro se muestra con un diseño en rejilla semejante al que se integraba a él para simbolizar el agua (aunque ciertamente sin los caracoles o puntos que debía llevar en cada "rombo"). El altépetl de la región era Jilotepec, por lo que estaría aludiendo a él. Esta interpretación se ve reforzada por la planta que nace en la parte superior del cerro, que si bien parece una flor de lis (o incluso el glifo ácatl-caña, o bien, sólo el "rizo" superior que a veces llevaba el glifo tépetl) podría estar simbolizando la mazorca de maíz tierno que individualmente o en par aparece en casi todos los glifos toponímicos de Jilotepec.
El observar por primera vez este relieve me trajo inmediatamente a la memoria una lápida con características similares que se ubica actualmente en la base de la torre de la parroquia de Aculco. Es evidente que a esta lápida aculquense le falta la parte inferior ya que el dibujo de su interior aparece trunco (llega hasta el borde de la lápida y se corta) y carece del enmarcamiento liso que poseen sus otros tres lados. Además, parece tratarse de un elemento reutilizado de alguna construcción anterior, ya que está labrado en un tipo de cantera más oscuro que el que se utilizó en casi todos los demás relieves de la fachada, levantada en 1701. Sin embargo, En su estado actual difícilmente podríamos ver en él la supervivencia de un glifo prehispánico y es sólo la comparación con el relieve de la capilla de Amealco el que nos da algunas pistas de lo que pudo haber en su parte perdida.
De entrada, llama la atención la semejanza en la calidad del labrado de las dos lápidas, lo que nos permite situar a la de Aculco con alguna certeza en el siglo XVI. La disposición de los monogramas es casi idéntica y la cruz, aunque es particular del relieve aculquense, lleva remates flordelisados que recuerdan el símbolo sobre el glifo tépetl de la otra piedra. Y, sobre todo, la base sobre la que se desplanta esta cruz no sólo tiene el perfil curvo de aquel glifo, sino también el mismo patrón en red que cubre su superficie. En vista de la semejanza entre estos relieves y considerando que el de Aculco está trunco, se puede afirmar con razonable seguridad que la parte faltante representaba, en efecto, el glifo tépetl, probablemente en su sentido de altépetl-señorío. Lo más probable es que tanto el relieve de Amealco como el de Aculco no sean copia uno de otro, sino que tuvieron un modelo común a partir del cual fueron elaborados. Este modelo común seguramente se hallaba en alguno de los dos conventos más importantes de la Provincia: Jilotepec o Huichapan. Al realizarse la copia, en Amealco se habría agregado, tal vez, la serpiente, mientras en Aculco se destacó por alguna razón la cruz, recuperando los relieves flordelisados que sin duda llevaba el original aunque no sabemos qué se quiso representar con ellos.
Y bien, ¿podemos suponer qué otros elementos contenía la parte faltante del relieve de Aculco?. Quizá sí: aventuro que, a cada lado del glifo tépetl, podrían haberse visto el par de mazorcas que simbolizaban el altépetl-señorío de Jilotepec, al que pertenecía Aculco. Quizá en la parte central del mismo glifo, o bajo él, habría estado el glifo toponímico de Aculco-Antamehe (su nombre, respectivamente, en náhuatl y otomí), en forma de espiral de agua. A semejanza de los de Acolman e Ixmiquilpan, este relieve seguramente se habría situado un lado de la ventana del coro del desaparecido templo del siglo XVI, o bien en las enjutas del arco de entrada como en Amealco, llevando como pareja para dar simetría a la composición, tal vez, un escudo franciscano.
La pregunta que muchos se estarán haciendo es, ¿qué pasó con el resto del relieve, que habría resuelto su misterio? Tengo dos teorías. La primera es que, al realizarse la reconstrucción de la iglesia entre 1685 y 1701, los franciscanos decidieron conservar la parte de la lápida que incluía solamente símbolos cristianos y desechar los prehispánicos, pues es posible que ya en esa época ninguno de los habitantes del pueblo pudiera interpretar su sentido toponímico y sólo se vieran como una descartable supervivencia prehispánica. La segunda teoría parte de una base contraria: que el simbolismo de la lápida era todavía conocido, y que por ello al reconstruirse el templo se le buscó a la parte en la que estaban los glifos de origen prehispánico un sitio más propicio, ya fuera en el mismo templo o quizá en algún otro edificio importante como las Casas de Cabildo. En todo caso se habría perdido más tarde. O tal vez, reutilizado con sus figuras vueltas hacia el interior o cubierto de aplanados, existe todavía por ahí, empotrado en algún ignoto muro de Aculco.
Sumamente interesante. Yo soy originaria de chapantongo, y me enorgullece ver que usted ha estudiado acuciosamente nuestro pueblo, especialmente en detalles que parecen pequeños, pero que nos revelan la historia de nuestros orígenes. Felicitaciones.
ResponderEliminarSumamente interesante. Yo soy originaria de chapantongo, y me enorgullece ver que usted ha estudiado acuciosamente nuestro pueblo, especialmente en detalles que parecen pequeños, pero que nos revelan la historia de nuestros orígenes. Felicitaciones.
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