jueves, 22 de diciembre de 2011

Algunas viejas "novedades" sobre la bandera insurgente de Aculco

Dibujo de la bandera de Aculco, publicado en El Mundo el 31 de enero de 1897

En septiembre pasado publiqué en este blog un texto acerca de la bandera insurgente de Aculco que pueden leer oprimiendo aquí. Comentaba entonces que hacían falta más investigaciones sobre la temporalidad, características originiales, simbología y circunstancias de la captura de esta enseña por los realistas. Gracias a la puesta en línea en internet de la Hemeroteca Nacional Digital de México pude profundizar un poco más en la búsqueda de información sobre ella y di con un par de artículos de 1897 y 1910 que aportan algunos datos valiosos, destacando entre ellos la presencia de una imagen de la virgen de Guadalupe que en su estado actual ya no puede apreciarse. A continuación, transcribo algunos párrafos de aquellos textos, comenzando por el más antiguo:



"Una visita al museo general de Artillería"
Publicado en El Mundo el domingo 31 de enero de 1897


Banderas, armas y trofeos

Después de las épocas de aciaga lucha por que atravesó el país desde que el ibero pisó la tierra de nuestros antepasados, hasta hace menos de veinte años, justo y debido era pensar reunir tantos y tantos trofeos de guerra comoexistían diseminados, para conservarlos como reliquias sagradas que a la vez que perpetúen los innumerables actos heroicos de los soldados mexicanos, enseñen a generaciones venideras que nuestro suelo ha sido fecundo en patriotas, que cuando ha corrido riesgo la integridad nacional, han sabido moriri sin medir su debilidad, sin contar el número de sus enemigos y sus elementos de combate, despreciando todos los riesgos y sucumbiendo alguna vez; pero siempre con honra, siempre después de haber luchado con denuedo.
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El gobierno ha hecho, pues, perfectamente en formar el Museo general de Artillería, comisionando al efecto a veteranos de reconocida instrucción y conocedores de la mayor parte de nuestros episodios guerreros... No hace muchos días hicimos una visita a ese Museo hasta hoy conocido por muy pocas personas y vamos a procurar describir lo más notable de cuanto allí vimos.
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Las banderas

Nada más hermoso que aquel conjunto de pabellones, guías y estandartes, muchos de ellos hechos girones, descolorados por el tiempo, agujerados por las balas y manchados con la sangre de aquellos que defendiéndolos, tal vez perdieron su existencia.
Son setenta y siete las banderas, y de ellas escogeremos las siguientes como más notables en la imposibilidad de describirlas una a una.
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Aculco

De la lucha sangrienta sostenida durante once años, para ganar nuestra independencia hay otros recuerdos; entre ellos, la bandera que llevaba el ejército insurgente en Aculco el mismo año de 1810.
En la derrota sufrida, el Ejército español se apoderó de ella y fue recobrada al consumarse la independencia.
Está formada con cuadros de seda de diversos colores y en el centro tiene la inscripción "Infanta Guadalupana" y una imagen que el tiempo ha borrado en parte. En el reverso se ve la inscripción "El dedo de Dios está aquí", y algunas armas aztecas.


Ahora, el texto de 1910, en el que se anunciaba que la Bandera de Aculco sería una de las cinco insignias insurgentes que desfilaría en la "Procesión Cívica" que formaría parte de los festejos del Centenario de la Independencia:



"Las enseñas insurgentes en gran procesión cívica"
Publicado en El País el miércoles 17 de agosto de 1910.


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El Director del Museo Nacional de Artillería, Teniente Coronel don Manuel Salamanca, hizo ayer la designación de las únicas cinco banderas usadas en la revolución de independencia, que se conservan con gran veneración.
La principal es el lienzo que contiene la Virgen de Guadalupe, tomada por Hidalgo del Santuario de Atotonilco, según unos historiadores, y según otros recogida en las habitaciones del padre capellán del mismo pueblo.
Por orden de importancia siguen la bandera que flameó durante la batalla desastrosa de Aculco, un guión de artillería, que perteneció a Morelos, la bandera insurgente que posiblemente flameó en el sitio de Cuautla, y un estandarte de caballería usado en 1812. Estas son las reliquias que saldrán del Museo de Artillería. Falta por saber si las que existen en el Museo Nacional -entendemos que se guardan unas de Iturbide- figurarán también en la procesión solemne.
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La bandera de Aculco

Es muy rara por su confección, formadada de cuadrados de seda cosidos de distintos colores, algunos de los cuales se han borrado por la acción de la luz. Las cenefas son también de distintos géneros y colores. Cada uno de aquellos cuadrados tiene en su centro flores de seda blanca que ahora han tomado entonación amarilla.
Se notan restos de haber tenido pintada una Virgen de Guadalupe; en el campo central con letras grandes semiborradas se lee GUADA... y con letras pequeñas diagonalmente inscritas "Digitus Dei".
En el lado opuesto se ven los mismos cuadrados a colores rodeando un espacio en que se ve un cometa, formada su cauda con tela roja superpuesta y cosida y el núcleo una estrella de cinco aristas ribeteadas de negro y además una macana azteca en línea paralela al cometa. La etiqueta del Museo indica que esta bandera, que mide un metro cuarenta centímetros de ancho por uno treinta de alto, perteneció al ejército insurgente y flameó durante la batalla de Aculco ganada por Calleja.


Como puede observarse, parece ser que la bandera de Aculco se deterioró mucho entre 1897 y 1910 -a pesar de estar resguardada en el Museo de Artillería- pues en esos años la Virgen de Guadalupe que llevaba al frente casi desapareció. Por otra parte, el dibujo que acompaña al artículo de 1897 deja ver que en ese mismo frente no existía un espacio libre entre los cuadrados de la orilla y los que forman el marco central, como sí ocurre en el reverso, según se comprueba en la fotografía de Casasola que publicamos antes.

Sobre las leyendas que adornaban la bandera, el de "Infanta Guadalupana" resulta inaudito y me parece que se trata más bien de un error de lectura motivado por el mal estado de las letras. Respecto a la otra leyenda, "El dedo de Dios está aquí" o "Digitus Dei", naturalmente una es traducción de la otra en latín (que, por cierto, pudieron haber estado en ambas versiones, ya que uno de los textos la sitúa al frente y otra al reverso) y corresponden a Éxodo 8: 15, cuando los encantadores del faraón lanzan esa frase ante las plagas que azotan Egipto mientras que a él "se le endurece el corazón". De esta manera, los insurgentes establecían un paralelo de su lucha por la independencia con la liberación de los israelitas y se asumían como plagas que sembraban de calamidades el país ante una autoridad renuente a concedérselas.

Con estos elementos es quizá posible intentar una reconstrucción más aproximada de la bandera de Aculco que la que elaboré anteriormente. Espero poder incorporarla aquí mismo como actualización próximamente.

ACTUALIZACIÓN, 9 de febrero de 2012

El Dr. Moisés Guzmán Pérez me ha enviado una fotografía suya tomada de la reconstrucción (que él considera mala) de esta bandera que se encuentra en el Museo Legialtivo. Pese a todo, siguo teniendo mis dudas sobre la sucesión de los colores en la cuadrícula, pues los de esta reconstrucción no coinciden con los de la pintura de O'Gorman que me sirvió de guía.

Recreación de la bandera de Aculco, de JLB.

Reconstrucción de la bandera de Aculco en el Museo Legislativo.



Nota final

¿Y si la bandera de Aculco no hubiera sido propiamente una enseña guerrera e insurgente sino un puro símbolo religioso? Obsérvese la fotografía que presento aquí, correspondiente al 30 de septiembre de 2008. Como se puede notar fácilmente, un feligrés porta una bandera blanca con cuadrados rojos, semejante a las que también se utilizan en el pueblo en las festividades de Semana Santa.

La misma bandera desfilando el 30 de sepriembre de 2013, festividad de San Jerónimo. Fotografía tomada de la página de la Revista Aculco en Facebook.

jueves, 15 de diciembre de 2011

La mina: historia y leyenda

Mineros, dibujo acuarelado europeo de ca. 1880

Todo aculquense ha escuchado las historias que se cuentan sobre la existencia de una mina de metales preciosos en algún lugar perdido en la sierrita que corre al sur del poblado. Muchos creen que se trata solamente de una leyenda y no le dan mayor crédito a esas historias que a cualquier otra narración tradicional. Otros más, convencidos de que la mina existió, exageran ponderando la riqueza que habría producido en lejanos tiempos e incluso atribuyen el origen de los recursos empleados en la construcción de la parroquia al "polvo de oro" extraido de las entrañas de los montes. Incluso, más de un coterráneo me ha asegurado que el bello timbre de las campanas del templo se debe a la abundancia de oro en su aleación, creencia equivocada pues la aleación del bronce con metales preciosos antes daña que mejora el sonido de las campanas. La verdad, como pasa casi siempre, está a medio camino entre los extremos: la mina de Aculco sí existió y así lo prueban diversos documentos, pero no existen pruebas -o no las hemos descubierto aún- de que en realidad haya producido algo más que disgustos a sus poseedores.


La mina de Antonio Magos

La noticia más antigua de la existencia de una mina en Aculco data de 1745, cuando el virrey conde de Fuenclara aprobó el denuncio y registro de la misma hecho por el indígena "principal" don Antonio Magos Bárcena y Cornejo. Por su importancia histórica y detalles del denuncio, vale la pena transcribir el papel que documenta esta aprobación:


Registro del denuncio de don Antonio Magos Bárcena y Cornejo de una mina en Aculco en 1745.

Su Excelencia aprueba y confirma lo determinado por el teniente del partido de Aculco en cuanto al denuncio y registro que hizo de la mina que ha descubierto Don Antonio Magos Bárcena y Cornejo y manda se ejecute lo que previene.
_______________________________
Dn Po. Etc. Por Don Antonio Bárcena y Cornejo indio cacique, principal y Alcalde actual del pueblo de San Gerónimo Aculco, y sus anexos de la Provincia de Jilotepec, jurisdicción de Huichapan se me ha representado que como constaba del testimonio que debidamente presentaba dado por Don Juan Maldonado Chamiso teniente de este pueblo tenía registrada una mina que según demostraba produciría metales de oro y plata en los cerros del citado pueblo a la parte del sur lindando con los parajes cuales por dicho registro se expresaban de la que había sido primer descubridor, y como tal la
había denunciado y manifestado los metales descubiertos dentro del término y con la solemnidad que era necesaria por la ley Real y capítulos nuevos de ordenanzas de minería y que para cumplir en todo con lo por ellas prevenido, y consultar a su derecho y seguridad en el laborío de dicha mina, en cuyos efectos había admitido por porcionero a Don Miguel de Trujillo vecino de esta corte en cantidad de diez barras de plata con calidad de aviador para sus beneficios, ocurría ante mí para que me sirviese mandar se asentase y registrase esta mina en el libro y registro general de ellas como prevenían las reales ordenanzas en la fonna que ante la prefectura del partido la había denunciado sirviéndome asimismo de mandar que como a tal descubridor se le socorra en todos los privilegios, exenciones y prerrogativas que ellos gozan y que la justicia del territorio procediese a darle posesión de dicha mina con todas sus pertenencias, catas y catillas a ella anexas y en su vista con fonna tome con lo que pidió el señor justicia de Su Majestad en respuesta del cartoce del corriente. Por el presente apruebo y confirmo lo determinado por el teniente del partido de Aculco en cuanto del denuncio y registro que hizo de la mina que el suplicante ha descubierto y mando que por lo que a este superior gobierno pertenece se libre este despacho para que le sirva de título por ahora, para su posesión y para que siendo nuevo descubrimiento se le señalen ciento veinte varas por cada viento conforme a la ordenanza o sesenta no siéndolo pues en cuanto a que se le asignen tierras para pastos a los ganados que en dicha mina sirvieren, aunque también los previenen las ordenanzas debe constar previamente el ¿? de dicha mina y leyes de sus metales y entonces deberá ocurrir con instrucción bastante a pedir lo que convenga. México y agosto 18 de 1745. El Conde de Fuenclara. Por mandato de su excelencia Don Juan Martínez de Soria.
(AGN. Indios. Vol. 50. Exp. 325. f. 304-304v)

Un indígena "principal", autoridad del pueblo de Ecatepec, en un óleo de Patricio Suárez de Peredo de 1809 (detalle).

Cada mina, sin importar sus características, se dividía en 24 barras para organizar así la partición de los costos, gastos, administración y utilidades. De tal manera, Magos era dueño de 14 de las 24 barras de la mina de Aculco y su "aviador" Trujillo (es decir, quien le proveía de recursos para su explotación) de las diez restantes.

Parece cierto que la mina fue productiva, ya que cierto documento nos informa que don Antonio empleaba en su beneficio a otros indios sin pagarles, ofreciéndoles quedar libres del dominio de los franciscanos y los tributos que estaban obligados a cubrir. Los trabajos se efectuaban en el patio de su casa. Según señalaba Jerónimo García, indio que había sido alguacil de Aculco:

Dicho alcalde Antonio Magos tiene una mina en este pueblo, que en sus principios le trabajaban en ella de balde los indios, y las indias viudas le moldeaban el metal en su casa, trayendo a unos y otros a su voluntad, con decirles que como le trabajan en ella, los quitará del dominio de los religiosos y de las obvenciones a que conforme costumbre y estilo inmemorial han sido sujetos, pero no sabe si después les ha pagado o no.
(AGN, Indiferente virreinal caja 1447, expediente 9, año 1746)

El descubrimiento de esta mina dio inicio a una curiosísima historia en la que se vieron envueltos algunos de los personajes más destacados de la Nueva España, cuando el alquimista Ignacio Solórzano, originario de Guadalajara, pretendió asociarse con Bárcena y Trujillo para obtener el metal puro de esta mina aculquense mediante "una arcana invención de aguas para reducir los minerales de oro y plata sin necesidad de fuego y azogue", que requerían los procedimientos habituales de la época.

Solórzano, según parece, había empezado a beneficiar los metales con sus "aguas arcanas" en Aculco en septiembre de 1745, es decir, muy poco tiempo después de ser denunciada la mina:

...tenía unas aguas para disolver sólidos y allí le dijeron que probase a hacer lo mismo con el oro y la plata. Hízose la prueba en casa de Da. Manuela Bernal, operando con catorce onzas de metal, con las mismas aguas que se habían hecho para blanquear perlas se echó en ellas dicho metal "y resultó, en el asiento del vaso, una quarta de plata". Luego operó lo mismo con el minero D. Tomás Delgado, sacando, de una arroba de metal, dieciocho marcos de plata. Repitió el experimento otras veces.
(Eugenio Sarrablo Aguareles, El Conde de Fuenclara, embajador y virrey de Nueva España, 1687-1752, Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, 1966, Volume 2, p. 307)

La noticia del descubrimiento de estas aguas con tan sorprendentes propiedades llegó pronto hasta la capital del virreinato, y puede comprenderse la importancia que se le dio al considerar que el azogue o mercurio indipensable para la amalgamación de la plata -el procedimiento común en la Nueva España para separar el metal de la escoria- era traído desde Europa a gran costo. El que no se empleara tampoco el fuego al beneficiar metales con las aguas de Solórzano significaba también un enorme ahorro de recursos, ya que bosques enteros habían sido talados para alimentar los hornos de evaporación en los que la plata amalgamada se disociaba del azogue.

Don Pedro de Cebrián y Agustín, conde de Fuenclara, virrey de la Nueva España

Pero llegó entonces a manos del virrey un memorial enviado precisamente por don Antonio Magos y don Miguel Trujillo, en el cual los mineros exponían que, tras haberse "ajustado" con Solórzano en diciembre de 1745 para beneficiar su mina, prometiéndole a cambio de su invención cuatro barras de ella, viajó con ambos a la capital para fabricar sus "aguas arcanas". Preparó en esta ciudad, continuaba el memorial, nueve arrobas de ellas en quince días y para ello le dieron los socios 216 pesos. Solórzano se disculpó entonces de regresar a Aculco a efectuar el proceso, ya que su mujer iba a dar a luz, pero pasadas las semanas los mineros aculquenses se dieron cuenta de lo inútil de seguir esperándolo pues era claro que no tenía intenciones de viajar a cumplir lo prometido.

Sin percatarse todavía del engaño que ya en este punto de la historia es evidente, a Magos y Trujillo lo que les preocupaba en realidad era que el alquimista había formado para entonces sociedad con otros dos mineros, por lo que solicitaban a la autoridad exigiera el cumplimiento del pacto previo, atribuyéndose de pasada una parte del mérito de aquellas aguas, ya que "por nuestro medio", decían, "y a nuestra costa, se descubrió por don Ignacio esta nueva invención".

Pero Magos y Trujillo no fueron los únicos crédulos de esta historia: el Fiscal a quien se había turnado su memorial dispuso el 23 de marzo de 1746 que el alquimista realizara una prueba de sus aguas, para lo cual se pidieron cantidades de todos los metales existentes en el Real de Minas de Pachuca:

Se dispuso que el Fiscal asistiera a la prueba, se recibieron los minerales pedidos de Pachuca se designó por Fuenclara a los que debían presenciar el experimento, accedió también el virrey al ruego de García de los Cobos de que la prueba se hiciera en la casa de la Compañía Metalífera que él había formado, en la calle de Santo Domingo, en la casa morada de Albornoz [uno de los nuevos socios del alquimista] y en que se alojaba Solórzano, y a que se hiciera en 13 de abril de 1746, a las ocho y media de la mañana.

Pero, en vísperas del experimento, los tres socios presentaron otro memorial a Su Excelencia, diciendo que no podían hacer la prueba, porque, el 28 de marzo, por la noche, les robaron las aguas preparadas para ella; que, después, Solórzano había intentado hacer otras y, debido al poco tiempo, se frustró el intento: solicitaban, en consecuencia, otro mes de plazo para tener al corriente dichas aguas
(Idem, p. 308).

Funcionario español en un óleo de Patricio Suárez de Peredo de 1809 (detalle).

Evidentemente, Solórzano buscaba ganar tiempo para salir del problema en el que sus "aguas arcanas" lo habían metido. El virrey, sin embargo, aceptó la prórroga y señaló una nueva fecha: el 15 de mayo siguiente. Pero su situación se complicó aún más: las autoridades enviaron por las aguas que Magos y Trujillo habían llevado a Aculco, pero en el camino fueron asaltados por gente armada y, "con título supuesto de Justicia", las arrebataron de los mozos que las conducían. Los mineros aculquenses informaron de esto al virrey pues suponían que el autor había sido el propio Solórzano, pues "habían sabido que pedía nuevo plazo y creían que su objeto era ganar tiempo y vivir gastando los caudales que ellos y otros mineros le habían adelantado" (Idem, p. 309).

Albornoz se confesó autor intelectual del asalto. Aseguró que habían hecho esto por saber que las aguas que venían de Aculco iban a ser entregadas al minero y comerciante don Francisco de Toca y querían evitar que éste las utilizara, las echara a perder o descubriera su "secreto". Por ello había enviado a "dos personas de su satisfazón, con el nombre de Comisarios de Pólvora, a quitarlas a los individuos que las traían", es decir, a los mozos de Magos y Trujillo. Mas, aunque las aguas se recuperaron, "se comprobó luego que estaban adulteradas con agua común y no servían para hacer la experiencia" por haberse roto las vasijas.

No sólo con esto se justificó Solózarno de no poder cumplir con el nuevo plazo establecido por el virrey. Según el alquimista, una noche, en la semana de Dolores, oyó ruidos en su morada y, a la mañana siguiente, se encontraron rotos una docena frascos de los que contenían el "agua arcana" y notó que otros cuatro más, pequeños, habían desaparecido.

Parece ser que esta última ocurrencia fue ya demasiado para las autoridades y por ello ordenaron catear el domicilio de Solórzano. Sus utensilios fueron confiscados y el oidor de la Real Audiencia, Domingo de Valcárcel, mandó el 17 de abril de 1746 que las aguas fueran examinadas ante el ensayador mayor Diego González, el ensayador de la Casa de Moneda Manuel de León, don Manuel de Aldaco, apartador de oro y plata, y son José de la Borda, dueño de minas en Taxco y Tlalpujahua:

La prueba se llevó a cabo; José de la Borda fue quien proporcionó el mineral de sus minas y pidió ayudar directamente en el ensaye. Tras de probar las destilaciones, ácidos vitriólicos y aguas de los frascos y redomas secuestradas al al alquimista, en más de tres horas de operaciones sin éxito se llegó a la determinación de que éstas o estaban maliciosamente alteradas o no servían para la amalgamación pretendida.

Los dos ensayadores los calificaron de simples combinaciones de "aguas de sales y alcaparrosa" (sulfato de cobre o hierro)... Al no conocer la combinación de estos ácidos, se apresuraron a calificar de embaucador al alquimista Ignacio Solórzano, quien tuvo que permanecer en la cárcel de corte varios meses sin que se le hubiera incoado una causa fundamentada. Al acaecer el cambio de mandato del virrey Pedro Cebrián, conde de Fuenclara, quien lo cedió a Francisco de Güemes, primer conde de Revilla Gigedo, el alquimista pudo fugarse de su prisión, mas no le duró esta libertad...
(Ramón Sánchez Flores, Historia de la tecnología y la invención en México, México, Fomento Cultural Banamex, 1980, p. 182).

Así quedó descubierta la farsa de aquellas "aguas arcanas" y muy claro que habían sido engañados los mineros aculquenses, los que seguramente no volvieron a ver los 216 pesos entregados a Solórzano. Poco o nada productiva utilizando los métodos comunes de beneficio del mineral debió ser la mina de Magos, pues no se vuelve a mencionar la existencia de explotaciones de este tipo en Aculco hasta transcurrido más de un siglo.

El horno de la casa de los Terreros.

Dibujo de unos hornos de fundición de mineral (detalle). Ilustración del AGN (1773).

Debemos aquí mencionar dos posibles evidencias del uso del método de amalgamación de plata o "beneficio de patio" en Aculco. La primera de ellas se refiere a las gotas de azogue que en cantidad apreciable se encontraban entre las junturas de las lajas del patio de la antigua “Casa de Ejercicios” (que después fue Palacio Municipal hasta su demolición en 1947, cuando se levantó en su sitio la Escuela Venustiano Carranza, hoy Casa de la Cultura), con las que jugaban los niños de la primera mitad del siglo XX y que podrían indicar el uso de dicho método en ese patio. Otra posibilidad, sin embargo, es que procedieran de algunos frascos rotos de la carga transportada por los arrieros de Aculco a los importantes centros mineros de Guanajuato y Zacatecas, lo que consta hacían (AGN. Minería, vol. 194, exp. 3, f. 145r-148v).

La otra evidencia es el gran horno que existe aún en una de las fracciones en que fue dividida la otrora hermosa Casa de los Terreros, que guarda gran semejanza con los hornos utilizados para evaporar el azogue en las haciendas de beneficio.


La mina de los Basurto

En el mes de mayo de 1873, fue denunciada una mina de plata ubicada en el "Cerro de las Cruces" de Aculco por dos vecinos del mismo pueblo, Rafael Basurto e Higinio Ramírez. Poco es en realidad lo que se conoce de esta explotación, pero de este período data quizás una historia relacionada con la mina que yo escuché de labios precisamente de un descendiente de la familia Basurto:

Un hombre de Aculco, después de mucho recorrer los montes, logró dar con la legendaria veta mineral y comenzó a trabajar en ella en secreto. Cuando lograba juntar una cantidad regular de metal precioso -se decía que era polvo de oro-, viajaba a México para venderlo y, ya con dinero suficiente para su subsistencia, reiniciaba el trabajo en la mina hasta juntar otro poco de metal.

Un vecino suyo sospechó de la repentina fortuna del minero, así que lo siguió sin que aquél se diera cuenta hasta el lugar donde se encontraba la mina. Esperó pacientemente a que el minero se retirara a su casa por la tarde y pudo entonces entrar al túnel y conocer así el origen de la riqueza de aquel hombre.

No pudiendo contener su ambición, tomó algunos trozos de mineral y cavó durante horas con su cuchillo, esperando encontrar la ansiada riqueza. Al amanecer, sin haber dormido, regresó a su casa llevando algunas bolsas de mineral abundante en oro.

El minero llegó aquella mañana a su trabajo cotidiano y se percató enseguida de la excavación realizada en su ausencia. Temiendo el saqueo de la mina, la tapó y disimuló la entrada hasta el punto de hacer imposible su ubicación. Esa misma noche, el vecino corrió de nuevo a cavar en la mina, armado esta vez con pico, pala y una buena lámpara. Pero no la halló en toda la noche, ni pudo hacerlo al día siguiente ni nunca más, pues el minero que la había descubierto murió al poco tiempo, llevándose a la tumba el secreto de su ubicación.


La sierra de Aculco, donde se encontraban las minas. El monte que destaca es el "Cerro de las Cruces" o "Cerro de la Cruz Alta", mejor conocido actualmente como "Cerro Cuate", en el que se abrían sus socavones. En su cima, que servía de límite entre la hacienda de Ñadó y las tierras comunales de Aculco, existían varios fragmentos de cruces de piedra labrada que le dieron su nombre.

Esta historia, por cierto, resulta poco verosímil: prácticamente en todo el territorio mexicano el oro y la plata se encuentran mezclados de tal modo con la roca que sólo es posible separarlos utilizando métodos costosos y complicados. Sólo sería posible explotar ocultamente una mina si las pepitas se encontraran en estado nativo, como en los ríos de California en los que surgió la "fiebre del oro" de 1848. Pero existe una evidencia concreta de que aquella mina sí pudo haber producido alguna riqueza o por lo menos muchas esperanzas: uno de los propietarios, Rafael Basurto, inició a su costa en 1876 la construcción de una capilla nueva en donde se levantaba anteriormente la capilla del Calvario (ahora parte del Panteón municipal), motivado, al parecer, por el descubrimiento de la mina. Muerto él, siguió con la misma empresa su hijo Ignacio quien, sin terminarla tampoco, "dejó para ella algunos bienes para que se concluyese". Lamentablemente, la capilla nunca llegó a terminarse y permanecen sólo los restos de muros y columnas de la ambiciosa obra a un lado de la capilla moderna (J. Trinidad Basurto, El Arzobispado de México, Talleres Tipográficos de El Tiempo, México, 1901, p. 186-187).

Un detalle significativo de esta época es que los aculquenses estaban muy conscientes de la posible riqueza minera de estas montañas. Cuando en 1882 se realizó el apeo y deslinde de la hacienda de Ñadó, al llegar a la zona del Cerro de la Cruz Alta, el perito no dejó de observar que una peña sobre la que se colocó una mojonera y que estaba en el fondo de la llamada Cañada Oscura, tenía "varios puntos brillantes, por lo que parece mineral" (Protocolización de la diligencia de apeo y deslinde de los terrenos de la hacienda Dolores–Ñadó Distrito de Jilotepec. Notario 1 Caja 17. Protocolo 2, 1882. Fojas 4-19v. ANotEM).

Mineros en el interior de una mina en El Oro, Méx., a principios del siglo XX.

La mina de Vértiz

Un solo documento conocido por nosotros respalda la existencia de una mina en 1912. Se trata del listado de "Títulos mineros expedidos del 19 de diciembre al 15 de enero de 1912", publicado en el Boletín Oficial de la Cámara Minera de México en febrero de ese año. Según el Boletín, con el número de título 52563 quedó registrada la mina "El Centenario" a nombre de Manuel Vértiz y socio, productora de oro y plata, con una superficie exclusiva de 20 hectáreas para su explotación.



 
ACTUALIZACIÓN, 19 de abril de 2014:
El Diario Oficial de los Estados Unidos Mexicanos del día 2 de abril de 1912, informa de un segundo denuncio de una mina aledaña a la nombrada "El Centenario", realizado el 16 de febrero de ese año. Por su interés histórico, transcribimos completo el texto que aparece en dicha publicación:
AGENCIA DE LA SECRETARÍA DE FOMENTO EN EL RAMO DE MINERÍA, EN EL DISTRITO FEDERAL.
Expediente núm. 184.
Los señores José María Sánchez Garfias y Joaquín Morales, con residencia en Aculco, en escrito fechado el 16 del actual, han solicitado en esta agencia bajo denomninación "La Luz", veinte pertenencias mineras, sobre una veta auro-argentífera, ubicada en el cerro de la Cruz, ranchería de Decandeje, Municipalidad de Aculco, Distrito de Jilotepec, Estado de México.
El punto de partida se tomará de la mojonera sureste de la mina "Centenario", y con el mismo rumbo de su costado este, se medirán cien metros para fijar la mojonera 1; de este lugar y haciendo escuadra, se medirán de éste cuatrocientos metros para fijar la mojonera 2; de aquí, al norte, se medirán quinientos metros, para fijar la mojonera 3; de aquí, al oeste, cuatrocientos metros, para fijar mojonera 4; y, por último, de aquí, al sur, acompañándose al costado este del Centenario, se medirán cuatrocientos metros, hasta el punto de partida, quedando un paralelogramo rectángulo de quinientos por cuatrocientos metros cuadrados, que hacen en total las veinte pertenencias.
Para la práctica de la mesura y levantamientos de planos se ha nombrado perito, y aceptó su encargo, el señor Macario Sánchez y Ruiz, con domicilio en Aculco, y para substanciar el expediente respectivo en esta agencia, se ha abierto el plazo improrrogable de ciento veinte días, contados desde esta fecha.
Lo que pone en conocimiento del público, en cumplimiento de lo dispuesto en el artículo 21, y para los efectos del 22, del reglamento de la ley de minería vigente.
México, 29 de febrero de 1912.- El agente, José Reynoso.
2025.- 2, 9 y 16
FUENTE: Diario Oficial, Estados Unidos Mexicanos, tomo CXIX, número 28, México, martes 2 de abril de 1912, p. 442.
 
 

ACTUALIZACIÓN, 20 de junio de 2017:

Nos fue compartida esta imagen del título de propiedad minera de la mina de Manuel Vértiz, José María Sánchez Garfias y Joaquín Morales Alanís (director y gerente), del 29 de diciembre de 1911

"El Nuevo Centenario"

Dos décadas después de la denuncia de Vértiz volvemos a tener noticias sobre la mina de Aculco. Esta vez, fueron varios los aculquenses que formaron una sociedad anónima llamada Compañía Minera el Nuevo Centenario (en referencia obviamente al intento de 1912), e invitaron a los vecinos a convertirse en inversionistas adquiriendo acciones de esta corporación.



Como puede verse en el recibo que incluimos aquí, el cual respalda la adquisición de acciones por valor de 20 pesos en 1930, por parte de la señorita Rosa Lara, el presidente de la compañía era don Fermín Terreros, su director Joaquín Morales y su tesorero Macario Sánchez y Ruiz. Pese a la formalidad del documento, es poco probable que tía Rosa haya llegado a recibir algún dividendo, pues ya en 1934 eran otras dos las compañías mineras que se se ubicaban al lado de "una exploración antigua... sobre parte de El Nuevo Centenario... Cerro de la Cruz Alta, ranchería de Decandeje": El Progreso y El Porvenir. (Boletín de minas y petróleo ..., Volumen 2, Mexico. Dirección General de Industrias Extractivas, Mexico. Secretaría de la Economía Nacional, Mexico. Dirección General de Minas y Petróleo, 1934).

ACTUALIZACIÓN, 8 de abril de 2017:

En 1926, en una etapa intermedia entre la existencia de las minas "El Centenario" y "El Nuevo Centenario", el Boletín Minero, órgano del Departamento de Minas, informaba que "existen diversas especies mineralógicas de estaño en el cerro de Ñadó, al Sureste de Aculco". El 26 de mayo de ese año, el señor Bernardo Gómez y socios habían solicitado el registro de un fundo de ese metal bajo el nombre de "Estrella Polar" (Boletín Minero, vol. 22, 1926, pp. 12 y 53).

ACTUALIZACIÓN, 20 de junio de 2017:

Nos compartieron esta interesante dirigida por don Fermín Terreros, socio de la mina El Nuevo Centenario, al gerente de la misma, don Joaquín Morales, fechada el 6 de marzo de 1930. La misiva revela que para esas fechas se continuaban los trabajos, pero al parecer sin muchos resultados.

Después de esta fecha perdemos el rastro. Nada más hemos encontrado sobre las reales, y también legendarias, minas de Aculco.

jueves, 8 de diciembre de 2011

El árbol de los ahorcados

Las ramas del "árbol de los ahorcados" en una postal de la década de 1960.

Una de las mayores pérdidas que ha sufrido el tejido urbano de Aculco -y a la vez la menos recordada y comprendida- ha sido la de sus árboles. Algunos sucumbieron a la propia naturaleza, como el enorme fresno del atrio de la parroquia (cuyo muñón aún reverdece) abatido por el viento y su vejez en 1985. Otros, como los grandes cedros que bordeaban el lado norte de la Plaza de la Constitución, murieron en pocos años a causa de una plaga descortezadora. Los truenos (ligustros) que bordeaban calles enteras como Juárez, Hidalgo, Matamoros y José Canal, poco a poco han ido desapareciendo -ya para permitir el tránsito o estacionamiento de vehículos, ya mutilados para que su crecimiento no dañe los cables de luz-. Los antiguos (y para algunos, tristes) cipreses del atrio fueron talados en su totalidad en la década de 1950. La Palma de la calle Manuel del Mazo perdió uno de sus brazos por culpa de un camión hace unas décadas. Al gran cedro que alegraba la entrada al pueblo en la milpa de San Isidro le fue arrancada la mitad de sus ramas hace apenas poco más de un año. Los arbolillos que se encontraban al lado sur de la Plaza de la Constitución y cuyo único pecado consistía en quedar unos metros fuera del polígono señalado por el jardín, fueron arrancados hasta la cepa en años recientes...

La Calle Juárez hacia 1950, cuando conservaba casi completas las líneas de truenos junto a sus dos aceras. Justo por encima de la cruz que se ve en primer término asoma el "árbol de los ahorcados".

En realidad, la pelea entre los forestadores y los deforestadores de Aculco es historia vieja. Así lo demuestra la noticia publicada en el periódico El País el 14 de octubre de 1913, cuando fueron derribados los crecidos eucaliptos que en aquel entonces adornaban la Plaza de la Constitución y que todavía pueden verse en viejas fotografías:

Fueron talados los árboles

En el pueblo de Aculco, del Estado de Méjico, acaban de ser talados todos los árboles que existían en la plaza principal y que constituían su único ornato. Parece que es debido a la instalación de cuatro pequeños focos de alcohol que han sido colocados para substituir a los del antiguo alumbrado que era de petróleo. Como la municipalidad no podrá sufragar los crecidos gastos que dichos focos originan por su escasez de fondos, pronto tendrán que desaparecer; dando por resultado que la población se vea privada de lucir sus frondosos árboles.

Es de extrañar tal procedimiento por dos razones: la primera y más poderosa, es que todas las naciones se esmeran en plantar árboles tanto en las poblaciones como en los campos por ser necesarios para la salud pública, y segundo porque es de creerse que el follaje de dichos árboles no impedía de ninguna manera que los potentes rayos se esparcieran con toda libertad.

Si aquel acto hubiera llegado a conocimiento del C. Gobernador del Estado o de la Secretaría de Fomento, es indudable que no se consumara tal atentado.


Arbolitos plantados en el costado sur de la Plaza de la Constitución, en este detalle de un dibujo de 1838.

Una nota más, escrita por "un aculquense" y públicada por el mismo diario el 20 de octubre siguiente, informa acerca del número de árboles destruidos y su antigüedad: "33 hermosos árboles de ornato que existían en la plaza principal del histórico pueblo de Aculco, del Estado de Méjico, muchos de ellos mudos testigos de dos generaciones".

Cierto es también que algunos espacios limitados, aunque en ningún caso conservan muchos de sus árboles originales, fueron plantados nuevos retoños en el curso del último medio siglo, que hoy lucen con disfrutable gracia. Es el caso de las jacarandas de la Plazuela Hidalgo o las fragantes magnolias de la Plaza de la Constitución. En el atrio de la parroquia crecen también, ya notables por su tamaño, las palmeras canarias que reemplazaron a los cipreses.

Antigua fotografía en la que se observan todavía los cipreses del atrio parroquial.

La Plaza Juárez, conservando su carácter histórico de plaza llana y abierta, fue bordeada con buen sentido de jardineras en las que se plantaron, en 1974, las magnolias que actualmente la adornan en sus orillas este, norte y sur. Pero si el paseante observador se dirige hacia su extremo oriente, a espaldas del monumento a Benito Juárez, verá que fuera de las jardineras se yergue, al lado de un par de árboles más jóvenes alineados a él, un viejo fresno que resulta ciertamente más notable por su edad que por su tamaño. En efecto, en el centro de Aculco, cuando un árbol no tiene cepa o jardinera que le dé algo de espacio, sustento y nutrientes, está condenado a desarrollarse con lentitud a causa el subsuselo rocoso. Tanto así que este fresno, como indican las fotografías al compararlas con el árbol hoy en día, parece no haber crecido un palmo en más de cincuenta años.

La Plaza Juárez a principios de la década de 1960. Al fondo destaca el "árbol de los ahorcados". El resto de la plaza carecía de vegetación.

La Plaza Juárez en 1974. Las magnolias lucen recién plantadas en las nuevas jardineras. Tras el muro del atrio asoma el viejo fresno, todavía entero, y las palmeras que reemplazarona los cipreses. Al fondo de la plaza se yergue, como seimpre, el "árbol de los ahorcados".


El viejo fresno tiene, sin embargo, prestancia. Sus retorcidas ramas, cubiertas de líquenes y brotes de heno, reverdecen cada primavera con renovada juventud. Bello es el árbol y al recorrer su risueño entorno resulta difícil hoy en día imaginar que hace poco menos de un siglo se columpiaban de sus ramas varios hombres ahorcados por alguno de los bandos en conflicto durante la Revolución Mexicana. Como escribimos en el libro Ñadó, un monte, una hacienda, una historia, siguiendo la tradición oral:

... en cierta ocasión los revolucionarios entraron a la hacienda de Ñadó en busca del patrón o del administrador, pero no encontraron más que a algunos empleados y peones que tomaron presos y llevaron a Aculco. En este lugar, varios de ellos fueron colgados por los rebeldes en las ramas de los fresnos que crecen a la orilla de la Plaza Juárez, mientras que a otros les formaron cuadro para fusilarlos en el muro frontero, correspondiente a la casa de Juárez número 2. Toribio Peralta -que entonces contaba con unos 22 años- estaba entre éstos y le fue señalado el último sitio en la fila, muy cerca de la esquina de la casa con la calle José Canal. Repentinamente, aprovechando un momentáneo descuido de la tropa, Peralta echó a correr hacia el oriente, perdiéndose en pocos segundos entre las milpas y cercas de piedra que existían donde hoy se encuentra el Hospital Concepción Martínez. Aunque los revolucionarios dispararon contra él, no pudieron herirlo y vivió muchos años más, pues murió el 6 de mayo de 1939.


Los tres fresnos que "sobresalen" de la explanada de la Plaza Juárez. El último, al fondo, es el "árbol de los ahorcados".

En realidad fue uno solo el fresno utilizado para las ejecuciones, o por lo menos es sólo uno el que queda. Este "árbol de los ahorcados", aunque en buen estado y seguramente con muchos años más de vida por delante, es, pese a todo, vulnerable. Si a lo largo de los siglos las autoridades municipales y los particulares fueron capaces de derribar muchas decenas de árboles de las calles de Aculco sin atender a su valor ambiental, su belleza, su antigüedad o su historia, no se puede dar por sentado que habrán de conservar éste. Por ello, lo mejor es conocerlo, saber su historia, apreciar su sombra y su follaje, respetarlo e impedir que algún edil del presente o del futuro se le ocurra convertirlo en leña bajo cualquier pretexto estúpido, como el de hallarse, como está, fuera de las jardineras de la plaza y "estorbando" la vía pública.

El "árbol de los ahorcados" visto desde la entrada sur del atrio de la parroquia.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Lobos en Arroyozarco

Lobo Mexicano, grabado de The Naturalist's Library, de William Jardine, 1839

Domingo Revilla fue un escritor costumbrista, nacido hacia 1811, de cuyos textos mucho han aprovechado los más importantes historiadores de la charrería mexicana, como don Carlos Rincón Gallardo y José Álvarez del Villar. Este último, de hecho, transcribió entero en su obra Historia de la Charrería (Imprenta Londres, 1941) el artículo "Escenas de campo. Un coleadero", publicado originalmente por Revilla en la Revista Mexicana en 1846, en el que describe con gran detalle este tipo de eventos en la primera mitad del siglo XIX.

Originario de la región minera del actual estado de Hidalgo, pocos saben sin embargo que Domingo Revilla vivió en su infancia en la hacienda de Arroyozarco del municipio de Aculco (propiedad por entonces de sus tíos Juan Ángel y José Antonio Revilla), y de esta manera aparece listado en el Padrón Municipal de 1816 que existe en el Archivo Histórico del pueblo. Esta circunstancia parece haber marcado su vida, pues entre las líneas de sus escritos se traslucen el paisaje y las costumbres aculquenses, pese a que quienes los han leído descuidadamente han supuesto que se refiere exclusivamente a los sitios hidalguenses en que también vivió y su familia poseyó asimismo haciendas, como la de Coscotitlán (parte actualmente de la ciudad de Pachuca) donde escribió varias de sus obras.

Esta vez nos referiremos a un texto de Revilla que, como el del coleadero, es
parte también de su serie "Escenas del campo", escrito al que tituló "Una corrida de lobos", publicado en la Revista Científica y Literaria en 1846.


Los montes de Cañada de Lobos, Timilpan. Fotografía de h2martínez tomada de Panoramio.

En estos tiempos es difícil creer que en la región en la que se ubica Aculco existieron manadas de lobos que representaban una seria amenaza para el ganado e incluso para las personas, pero así fue en realidad hasta hace cosa de siglo y medio. La presencia de lobos dejó su huella incluso en la toponimia, en Cañada de Lobos (en los montes de Bucio, Timilpan), que formaba parte de las tierras del extremo sur de la hacienda de Arroyozarco. En 1773, el administrador de esta propiedad, don Bernardo de Ecala Guller, informó que faltaban 340 cabezas de ganado vacuno, "por comidas por lobos" (AGN, Indiferente virreinal, caja 5325, expediente 24, año 1773). Años más tarde, en 1782, el también administrador de Arroyozarco, Valero de Ayssa, escribió:

“También estamos experimentando mucho daño de animales y aunque he puesto los medios para desterrarlo, dando corridas para ver si se ahuyentaban sin embargo de haber cogido cinco lobos y varios coyotes y perros carniceros que son tan perjudiciales como los primeros, no me basta, he de estimar a Vm. se valga de algunos de sus amigos de Puebla para que me consigan un tercio de yerba* que sea del primer corte, y dando orden, se la conduzcan a México, que con su aviso mandaré por ella y remitiré su importe de costo y flete, pues sólo así podremos evitar los muchos daños que experimentamos” (AGN, Indiferente virreinal, caja 5682, expediente 5, año 1782).
*Se refiere a la llamada "hierba de la Puebla", también conocida como "hierba del perro" (scenecio canicida), utilizada en esos tiempos para envenenar perros, lobos y coyotes.

Todavía en 1854, la Estadística del Departamento de México, asegura que continuaban existiendo lobos en el territorio municipal de Aculco. Pero quien habló más extensamente del tema fue el ya mencionado Domingo Revilla. Si bien el cuerpo de su texto "Una corrida de lobos" no puntualiza que ésta se haya realizado en estas tierras, una oportuna nota añadida por él mismo permite asegurar que se inspira en lo observado precisamente en nuestra región:

"Los puntos inmediatos a la capital más a propósito para una corrida [de lobos] y en los que hemos presenciado, son: Cerro-Gordo y Arroyozarco: el primero está circundado de los llanos de las haciendas del Cazadero, célebre por las cacerías del virrey D. Antonio de Mendoza, y de Cuaxití, quedando enmedio un cerro pelado, que es el que lleva el nombre de Cerro-Gordo, y a donde se hacen replegar los animales; y el segundo presenta las ventajas de los inmensos llanos de Guapango, Petigá, y Quitaté, y las Águilas, sirviendo de barrera a los animales las aguas de la famosa presa de Guapango, que se extienden hasta siete leguas".


El Cerro Gordo de Polotitlán. Fotografía de José Luis Estalayo tomada de Panoramio.

Todos estos sitos, sobra mencionarlo, se encuentran en los terrenos que pertenecieron a la hacienda de Arroyozarco o que, como el Cerro Gordo ubicado en Polotitlán (en aquella época parte todavía municipio de Aculco), se hallaban aledaños a los límites de esta hacienda. Así, "Una corrida de lobos", texto tan vívidamente escrito, retrata sin duda las escenas que Revilla contempló en su infancia y juventud en estas tierras y resulta un testimonio invaluable para la historia de la región. Y también, por cierto, una sabrosa lectura para estos días de intenso frío en Aculco.

Panorámica desde Cañada de Lobos hacia el valle de Huapango, Timilpan. Fotografía de h2martinez tomada de Panoramio.



Escenas del campo
Una corrida de lobos


La llegada del invierno en las haciendas de cría, y en las estancias de ganado y de caballada, es las más de las veces una verdadera calamidad: no hablamos sólo de aquellos años en que las aguas han sido tan cortas o tardías, que los abrevaderos y cañadas no han empastado, o si los campos han reverdecido, el hielo y el sol han tostado la vegetación, tanto que apenas ha nacido cuando ha muerto, y por cuya causa los ganados están sujetos a la mortandad, no sólo por lo mal surtido de sus aguajes, y por la falta de pastos, sino también por la de aquellos que, anque abundantes de estas dos cosas, indispensables para la manutención de los animales, la estéril estación y lo rigoroso de las nevadas, que constantemente cubren los valles y los bosques, todo lo marchitan y lo consumen, y parece que la naturaleza se reviste con el velo de la muerte.
El fúnebre espectáculo de esa estación se aumenta más con el triste silbido de los tildíos, o pájaros de hielo [chorlo tildío, Charadrius vociferus], y con el lastimero canto de todas ésas aves, que no habiendo emigrado, han quedado casi mudas. En vano el aire se puebla con numerosas parvadas de grullas, que han llegado de las tierras lejanas del Norte, porque si bien en un momento la vista se divaga al verlas hacer diversas evoluciones en el azulado fondo de los cielos, también la monotonía de su grita oprime el corazón.
El invierno lo limita a esto su imperio; el sol mismo, ese rey de los astros, parece que huye de la Tierra; y al alejarse, los días son cortos y las noches largas y pesadas. Un instante ha bastado para verlo perderse, ya en Occidente, ya tras las elevadas montañas, ya en las inmensas llanuras, o ya sumergidos en el Océano. El viento glacial, que sopló fuertemente en la aurora, vuelve enseguida haciéndose sentir más penetrante a la hora del crepúsculo, a esa hora sublime en que los celajes tienen un tinte de oro y escarlata con que los matizan los rayos de aquel astro.

Acaban de dar las cinco de la tarde, cuando los bueyes se dirigen a sus establos, y los demás ganados a sus abrevaderos, o a un árbol elevado para buscar un lugar abrigado en que pasar allí, o bajo éste, la noche. El caballo relincha y recoge su manada, cuidando que no falte ninguno de su numerosa familia: el toro muge, y también atrae a la suya. En las cañadas y en los bosques se escucha alternativamente el eco de las vacas y yeguas, que llaman a sus crías con tierna solicitud. El relincho y el barmido se prolongan en aquellas soledades; es porque han resonado las selvas y los montescon el terrible aullido del astuto coyote y del carnívoro lobo. Este último, en el invierno, ha descendido de las serranías. La melancolía de aquel cuadro de la naturaleza se aumenta con los horrorosos acentos de esos feroces animales; el uno falaz y traidor, y el otro sanguinario y homicida. Desgraciado el torete o ternera , el potrillo o yegua que se ha separado de su rebaño o manada, porque en el acto es destrozado por estos foragidos de los bosques para saciar su hambre; los prolongados gemidos que exhala indican que ha sido víctima de su voracidad.

Ataque de lobos al ganado. Grabado de 1849.

Apenas se ha sentido el lobo, cuando los toros se levantan, y reuniéndose a una partida de ganado, colocan dentro las vacas y los terneros, formando aquellos un círculo para defender a su rebaño. En las caballadas sucede los mismo; el caballo padre en el instante relincha, y como si su relincho fuese la voz de un general, todos se reúnen a él, situándose las yeguas, los potrillos y muletos dentro de la manada, y los potros grandes y las mulas en toda la parte exterior para recibir a la fiera, disparándole coces.
El caballo padre levanta su cabeza erguida, y su crin y su cola se esponjan; sus ojos se encienden y vibran como los de la serpiente: centellean como el relámpago: su relincho ha cambiado en un bufido, con el que expresa todo su odio, y que lo anima la más terroble venganza. Cuanto es valiente y esforzado, así se manifiesta prudente para no comprometer a la familia: algunas veces provoca la lid y otras la resiste. Para atacar a su enemigo se lanza hacia él con decisión, con denuedo, disparándole manotadas y coces: su contrario huye, y en su retirada aparentemente procura una sorpresa que le dé el triunfo: si el caballo se repliega, en este acto es cuando la astuta fiera da vueltas alrededor de la manada para desconcertarla y arrebatar un animal, al que acomete hiriéndole arriba de la corva. Mas a veces el caballo se ve obligado a hacer una retirada con su manada, y entonces mientras él combate, aquélla avanza y los potros y mulas resguardan a ésta, y algunos auxilian a éste; así, y como por escalones, van alejándose del terreno hasta que se ponen en un punto seguro.Hay circunstancias en que dos o más fieras atacan la manada o el rebalo, y entonces los toros o mulas, los potros, y el caballo padre, se ponen en el lugar más peligroso, sin dejar de vigilar los flancos, que cuubren con la mayor prontitud, y se defienden hasta la muerte. Si perece en la lucha alguno que no sea el caballo padre, se retira con orden la manada; pero si éste ha sucumbido, aquélla arranca en desorden, y aterrorizada se dispersa en las praderas.

Ataque de lobos al ganado. Óleo de William Aiken Walker (1859).

Grandes son los destrozos que el lobo hace todos los años en las fincas, por lo que no hay parte en que no se les persiga con varios arbitrios; los más comunes se reducen a formar loberas en diversas cañadas y senderos apartados, que no son otra cosa que unos hoyos profundos, en cuya boca se coloca una tabla, falsamente sostenida; en el aparato se pone algún animal muerto o vivo, para atraer a las fieras, las que pisando la tabla caen en el hoyo; o a preparar en alguna cañada, carril o paso estrecho, algunas redes, hacia las que, obligándoles a huir, se les coge en ellas; mas como estos dos medios no bastan a veces para exterminarlos, ni presentan la diversión que buscamos en las escenas de campo, se ha escogido entre los mexicanos otro, que reúne el placer a la utilidad, y es una verdadera caza: pero antes de hablar sobre las particularidades que se usan entre nosotros, en la de esta clase, referiremos el origen de tan placentera costumbre.
[Siguen aquí unos párrafos que hablan de la cacería en el Mundo, tanto como medio de subsistencia de algunos pueblos, como diversión de reyes y señores en Europa. No los transcribimos para aligerar el texto ya que no se refieren a México.]
Entre nosotros varía completamente este recreo; pues a más de que absolutamente está prohibido el uso de armas de fuego, el de los perros es limitado, y absolutamente no se guarda etiqueta alguna, porque aún la observancia estricta del orden de la corrida indica la popularidad con que se emprende y lleva a cabo.
Tres días antes del señalado, se circulan las disposiciones, que por común acuerdo se han tomado a cada hacendado, ranchero, arrendatario o colindante de la circunferencia del punto en que ha de ser el teatro de la corrida.

Posible imagen de un lobo en el Códice Florentino, l. 11.

El paraje que se elige para la aventada, es un gran llano o un cerro que lo circundan por todas partes terrenos planos, y menos escabrosos. La circunferencia en que se da principio a la corrida es tan grande, como que su diámetro tiene a veces diez y más leguas. Todos los propietarios y habitantes de este inmenso círculo, y aun los de posesiones más lejanas, ocurren en el día prefijado. de antemano preparan sus diversos caballos, para que se encuentren ágiles y expeditos.
La víspera del día de la corrida [* Aquí se inserta la nota que habla de Arroyozarco como teatro de estas cacerías, que copiamos arriba], se matan algunos animales, que en cuartos se colocan en los puntos más frecuentados por los lobos o coyotes , los que olfateando la carne bajan en mayor número que el común, de las montañas o serranías. Como el lobo desciende de sus madrigueras entrando la noche, y se retira en la madrugada, la corrida se comienza antes de que se remonte. A las doce de la noche ya está puesto el gran cerco en una prolongada línea. Los hombres de a caballo se colocan en toda ella de distancia en distancia, y en los parajes escabrosos, en donde no pueden correr los caballos, los de a pie van con sus hondas y perros. A una señal convenida, que a veces es con cohetes, se da el grito, y así se da principio a la corrida. Cada hombre, constituido centinela, vocea fuertemente y da grandes chasquidos con un látigo para azorar a los animales, y obligarlos a huir hacia el punto en que se trata de cazarlos.
No hay idea que pueda expresar la uniformidad con que se emprende el movimiento y el celo que reina en aquel conjunto de hombres, en que cada uno procura llenar su deber; pero lo que más divierte al que por primera vez presencia aquella escena es, een el momento en que la aurora comienza a iluminar las cimas de los montes, las llanuras y los lagos. Todos aquellos hombres, que agobiados con un frío fuerte, y que en medio de las tinieblas han andado por un terreno desigual o entre precipicios, a la salida del sol se les ve alegres y llenos de animación.

Cacería de venado con reata, viñeta del libro Hombres y caballos de México, de José Álvarez del Villar (Panorama, 1981).

Cuando ya hay bastante luz, remudan sus caballos, y como la circunvalación se reduce más y más, según se avanza hacia el centro, luego que la línea está bien cubierta por todas partes, se van formando paradas de tres y cuatro hombres, que se colocan dentro del círculo cuanto más se avanzan, cuidando de que la línea y sus claros queden protegidos; atrás van quedando los jinetes menos expeditos, o que carecen de buenos caballos. Cada parada va marchando paralelamente y a distancias proporcionadas, para correr tras la fiera hasta el punto en que otra parada le sale al encuentro para cortarle la retirada, sin que ninguna parada traspase los límites de otra, con el objeto de que la caza sea más fácil y breve; así es que cuando algún animal pretende huir para fuera de la línea, parten tras él una o más paradas, según su colocación, hasta el punto en que están otras, lográndose de este modo que no se deje en descubierto el gran cerco, ni que los caballos se fatiguen, y que los de refresco de los otros le den a aquél alcance o caza. Los individuos de a pie, que han recorrido los breñales y senderos tortuosos y llenos de escabrosidades, se colocan con sus perros, de manera que no se les escape algún animal; así es que estrechándose más y más las distancias, las fieras se repliegan hacia el centro. Gatos monteses, venados, coyotes, uno que otro leopardo [i.e. jaguar u ocelote], y los lobos, huyen rabiosos o azorados. El coyote es el que con mejor instinto, intenta con mayor obstinación burlar las miras del cazador, pretendiendo romper la línea y escurrirse por entre los que lo acosan.
Mas sucede a veces que no se ha llegado a este momento, y por ser avanzada la hora hay una ligera tregua, la necesaria para que se tome alimento, y en toda la línea se suspende la marcha; para ello ha precedido una orden que se comunica de derecha a izquierda con la velocidad del rayo. Entonces cada cual queda en sus puesto y toma su alimento militarmente. Apenas ha pasado un rato, cuando vuelven los cazadores a montar: sus semblantes se animan, y en cada uno se percibe el ardiente deseo de dar caza a algún animal, y la confianza que tienen en su fogoso caballo. Colocadas nuevamente las paradas, se emprende simultáneamente la marcha y con la misma uniformidad.
Cuando se ha avanzado lo bastante, y el círculo es muy reducido, el cuadro completamente cambia: si en el punto señalado para la corrida hay algún cerro en que se han refugiado los animales, los de a pie suben a él para espantarlos y que bajen a la llanura; las fieras comienzan a correr en diversas direcciones. En el instante aqúel campo, que hacía poco estaba silencioso y sin animación, ahora está cubierto de innumerables jinetes, que con reata en mano, corren tras las fieras llenos de vigor y de emulación, compitiendo hombres y caballos como si estuviesen en una batalla en que se fueran a jugar los destinos de su patria o del mundo.

Cacería de venados en las inmediaciones de Orizaba. Litografía del siglo XIX.

En estos instantes ya no hay orden ni se obedece a voz alguna. La llanura es un torbellino de hombres a caballo que se lanzan de aquí para acullá en pos de la fiera, formando oleadas impetuosas: a los jinetes no los detienen los matorrales, los árboles, zanjas o cercas, pues corren ciegos y frenéticos tras el animal: multitud de reatas delgadas y a propósito, caen sobre el venado, que viene dando saltos por todas partes, sobre el coyote que se escapa ligero por entre las manos del caballo de alguno que lo persigue y lo deja atrás, mientras que otros jinetes le salen al encuentro, y sobre el fornido lobo, que con estupenda velocidad adelanta a los que lo siguen. Todos estos animales y las liebres que se diseminan, no hallan por dónde huir de sus adversarios; pero por mucha que sea la destreza para escaparse de la reata, caen las más veces bajo la que le ha lanzado una mano diestra. Apenas el venado se ha sentido sujeto, cuando dan un terrible salto y cae al suelo, volviendo a hacer un nuevo esfuerzo para escaparse. El coyote nunca quiere ceder, y lleno de ira y de despecho, por verse agarrado, pretende roer la cuerda, hasta que estropeado, se finge vencido, para que aprovechándose del más pequeño descuido, roer la reata y escaparse. El lobo, por el contrario, cuando se ve lazado, da un tirón tan fuerte como el de un toro o potro cerrero, y no vuelve a hacer más esfuerzo, humillándose luego.

Cacería de lobo con reata. Acuarela del pintor estadounidense Charles Marion Russell.

El que ha sido feliz en lazar algún animal, llega con su presa al punto de la reunión general, en donde lo esperan las miradas de multitud de curiosos que aplauden su destreza: se presenta ufano y satisfecho, y recibe los parabienes de sus conocidos y amigos, y demás concurrentes. Entonces se le presenta algún manjar y un vaso con licor, y dice lleno de entusiasmo, las más pequeñas circunstancias que mediaron para la aprehensión del animal. Sucesivamente van llegando los otros cazadores, más o menos alegres, según ha sido su fortuna, pues entre ellos ha habido quien sin haber lazado ningún animal, ha caído del caballo, con riesgo de su vida.
La corrida atrae una concurrencia numerosa de curiosos que vienen a participar de la diversión. También vienen vendedores de manjares y licores, con que se improvisan, después de la caza, banquetes por todas partes: la alegría reina en ellos, y en el semblante de cada individuo se advierte la satisfacción y el placer.
El aspecto de movimiento y agitación ha cambiado en el de la quietud de la mesa y de la conversación, en que se refieren varias anécdotas de valor y destreza de los cazadores, de la agilidad de los caballos y de la astucia y ligereza de los animales. Pero la admiración de todos se fija después en los caballos; y de los elogios que se tributan a los que poseen los mejores, por su velocidad, resulta que allí mismo se forman unas carreras, o se ajusten otras para los días de la Santa Cruz, la Ascensión, San Juan y Santiago, sin que esto obste a preparar una nueva corrida. El gusto por ésta y las carreras es muy pronunciado en los rancheros y hacendados, y con esos ejercicios se adiestran más en el uso del caballo. A éste le profesan una verdadera pasión, que contribuye notablemente a que se desarrollen en esas gentes las cualidades de hombres de a caballo.
Concluidas las carreras, en que ha habido sus apuestas de dinero, se retiran todos, y en el camino se forman grupos que corren tras los toros coleándolos, o a las manadas, para manganear un potro. Tal es el vicio que han contraído los rancheros por las escenas del campo, y a las que sólo la noche pone término, pues no tienen consideración a lo estropeados de sus personas ni de sus caballos.
Dignas son por cierto estas escenas de que las describiese una pluma como la de Walter Scott: pero por exacto que sea el cuadro, la idea que se forme no es tan completa como presenciándolas y participando de sus riesgos y de sus placeres.- Mayo de 1846.
D.R.


Seguramente las corridas de lobos en Arroyozarco no llegaron ya al siglo XX. No sabemos qué efecto tendrían cacerías como la descrita en la extinción de ésa y otras especies, pero lo cierto es que la explotación forestal de los montes de la zona a partir de 1890 no sólo los privó de sus bosques centenarios sino que acabó finalmente con buena parte de la fauna local. Sólo quedó para la memoria esta hermosa crónica, eco de un pasado perdido para siempre, de un Aculco que fue y ya no será.


NOTA: Gracias a Víctor Manuel Lara Bayón por las referencias sobre los lobos en Arroyozarco a fines del siglo XVIII.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Los desposorios místicos de Santa Rosa de Lima

Los desposorios místicos de Santa Rosa de Lima, relieve en la fachada de la parroquia de Aculco

Coronando la elaborada composición barroca que despliega la fachada de la parroquia de Aculco, se encuentra un relieve que es quizá la obra de mayor importancia artística de este pueblo, trascendental incluso como muestra de un patriotismo naciente entre los habitantes de la entonces Nueva España. Se trata de una obra que muestra los “desposorios místicos de Santa Rosa de Lima”, es decir, el momento en el que esta santa peruana -en uno de sus éxtasis- recibe la petición del Niño Jesús de convertirse en su esposa y ella accede. Seguramente fue labrado hacia 1701 cuando se concluían las obras de esta fachada.

El relieve dibujado de manera muy esquemática en una acuarela del año 1838

Vista del remate de la fachada, en el que ocupa el sitio principal el relieve de los Desposorios Místicos

Rosa de Santa María fue canonizada en 1671 (apenas treinta años antes de la probable elaboración del relieve aculquense) y, al tratarse de la primera santa del continente, su culto y popularidad se propagaron rápidamente en todos los ámbitos de la América hispánica como expresión del criollismo (es decir un vago nacionalismo) que terminaría por desembocar casi un siglo y medio después en la efectiva independencia de las antiguas colonias españolas.

Sobre la obra y su contexto, fue la historiadora de arte Elisa Vargas Lugo la primera en interesarse y profundizar en su ensayo titulado “la Vicaría de Aculco” (recordemos que comenzó a ser parroquia en 1759) publicado en el número 22 de los Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM en 1954, y que en su versión íntegra se puede consultar aquí. Aunque el texto de Vargas Lugo contiene varios errores de apreciación respecto al conjunto parroquial aculquense -que ya hemos comentado en otros momentos en este blog- lo cierto es que la parte correspondiente al relieve de los desposorios no ha sido superado todavía por ningún estudio mejor. Por ello copio a continuación algunos de sus párrafos que nos ayudarán a comprender mejor la obra y su importancia:

Fotografía del relieve como estaba en 1954 incluida en el ensayo de EVL

"El relieve... es la obra de máximo interés en la vicaría de Aculco, no sólo por su calidad escultórica sino por el contenido de su tema y concepción: no es nada más un simple pasaje religioso sino que es expresión viva propia y significativa del ser criollo, que en esos años buscaba expresarse en alguna forma para tratar de afirmarse históricamente. Esta obra representa una escena de la vida de Santa Rosa de Lima, santa criolla peruana terciaria de la orden dominicana, en el momento en que el Niño Jesús durante una de las numerosas apariciones con que según sus biógrafos favoreció a la santa le pide que sea su esposa y ésta extasiada le responde Tu esclava soy Señor mi Jesús.


La pintura de Nicolás Correa con el mismo tema del relieve aculquense a la que se refiere Elisa Vargas Lugo

"Iconográficamente el relieve está en estrecha relación con la preciosa pintura de Nicolás Correa de 1691... Aunque en Aculco existan más personajes en la composición, la Virgen, Santa Rosa y los ángeles son los mismos del cuadro de Correa. Nótese por ejemplo la forma en que están colocadas las cabecitas de los querubines a los pies de la Virgen: en la pintura, el del centro está boca arriba y la misma actitud tiene el mismo querubín en el relieve. Igual apreciación puede hacerse sobre la posición que guardan las manos de la Virgen de la Santa y del Niño en ambas obras. Además, las palabras que en relieve salen de la boca de Santa Rosa son las que aparecen también en el escudo cargado por dos ángeles en la pintura: ANCILLA TVA SVM DOMINE MI IESV que quiere decir: TU ESCLAVA SOY MI SEÑOR JESÚS, si bien en Aculco les salió sobrando una M al escribir la palabra DOMINE, lo cual es prueba de que se trata de una copia trabajada por artistas ignorantes que no entendían lo que copiaban y que seguramente eran indígenas otomíes.


El tema central de la obra: La Virgen, el Niño y Santa Rosa de Lima

"Finalmente hay que referirse a los personajes que fueron agregados en el relieve a la composición central que hemos comparado con la pintura de Correa. A pesar de su tema, como hemos visto muy criollo dadas las circunstancias, no pasa de ser un pasaje devoto simplemente, si bien de mucho valor pictórico. Es una pleitesía religiosa a la nueva santa americana. Sin embargo en Aculco se va más allá de esto. Se profundiza en el tema religioso y se traspasa combinándolo con lo nacional, como veremos.


El Padre Eterno

"En primer lugar, además de la Virgen y de la santa que son el tema original se encuentra presente la Santísima Trinidad formada por el Padre Eterno -que tanto nos recuerda las representaciones del XVI- en la cúspide del relieve: el Espíritu Santo, en su característica representación de paloma al centro del relieve, y el Niño Dios en el regazo de la Madre. Es decir, que se quiso exaltar el valor religioso de la santa criolla incluyendo la más alta concepción teológica del catolicismo. Qué otro sentido puede tener sino éste el conectar un concepto puramente teológico con una escena pasajera de la vida de una santa.


El indio que representa a México

"Por otra parte, aparece en el lado inferior izquierdo del conjunto un indio arrodillado que por la M que lleva grabado en su escudo es símbolo de México. Dicho sea de paso, es también característico del siglo XVII, otra prueba más de la época a la que pertenece la obra que hemos estudiado el representar a México o América en la figura de un indio vestido como el que está en el relieve, con faldilla corta, penacho de plumas y carcaj al hombro... La presencia simbólica de México devotamente arrodillado a los pies no sólo de la Virgen sino también de la santa significa la total aceptación por este pueblo del culto a Santa Rosa... El relieve es además de su alto e innegable valor artístico una obra de mayor y más profunda significación histórica... Es el reconocimiento de su valor como propiamente americano y por ende, en aquellos tiempos de incipiente y subconsciente nacionalismo, también mexicano. Es la identificación del criollismo mexicano con el peruano: la fraternización americana en contraposición a España, expresada en formas artísticas religiosas que siempre han sido adecuadas para acoger todo tipo de sentimientos aun los nacionalistas".


Sólo debemos agregar a lo escrito por Elisa Vargas Lugo tres cosas. La primera, que para ella pasó desapercibido un símbolo más, pleno también de significado: sobre la M puede percibirse una estrella incisa, figura que en la emblemática de la época representaba la evangelización de América, pero también a Santa Rosa de Lima y aún al otro y mayor baluarte del criollismo americano: la Virgen de Guadalupe. Así queda de manifiesto, por ejemplo, en el título de la obra La estrella del norte de México aparecida al rayar el día de la luz evangélica en este Nuevo Mundo de Francisco de Florencia (referente a las apariciones de la Virgen de Guadalupe y publicada en 1688), y también en Astro brillante en el Nuevo Mundo, biografía de Santa Rosa escrita por Leonarda Gil de Gama y publicada en Manila en 1755. En cualquiera de estas interpretaciones, la estrella refuerza el sentido americanista, criollo y proto-nacionalista del relieve de Aculco. Ahora bien, este símbolo pudo haberse tomado "prestado", no sólo en el caso aculquense sino en otras imágenes de Santa Rosa, del escudo de armas de Lima (la Ciudad de los Reyes), donde representa la Estrella de Belén que guió a los Reyes Magos.

Portadilla de Astro brillante en el Nuevo Mundo

Grabado de Santa Rosa de Lima en Astro brillante en el Nuevo Mundo. Obsérvese la estrella en el escudo de la parte inferior, como símbolo ligado a la santa peruana, sobre lo que podría ser una interpretación del escudo de armas de la ciudad de Manila.

La segunda cosa a mencionar es que, si bien el cuadro de Nicolás Correa guarda innegables semejanzas con el relieve aculquense que ciertamente hacen pensar en un mismo origen, seguramente un grabado como supone la propia autora del ensayo, existen otras obras pictóricas aún más cercanas a la que existe en Aculco. Tal es el caso del óleo de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción en Cantillana, Sevilla, de autor desconocido, que mostramos a continuación:

Los Desposorios de Santa Rosa en un óleo anónimo de la de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción en Cantillana, Sevilla

Como puede observarse, este óleo, además de compartir con el relieve los detalles que EVL señaló en el cuadro de Nicolás Corrrea, posee algunos otros más como son el ángtel que porta la guirnalda, el reclinatorio sobre el que se apoya Santa Rosa, la filacteria sostenida por ángeles y la actitud orante del que se encuentra, entre ellos, en la parte superior, y la paloma del Espíritu Santo. De tal manera, se puede asegurar que el grabado origen de estas representaciones debió ser más cercano a la escultura de Aculco que al óleo de Correa.

Santa Rosa de Lima, grabado de 1711. Nótese el escudo de la ciudad de Lima, con las tres coronas de los Santos Reyes y la Estrella de Belén, que en el grabado anterior y en la obra aculquense deviene en símbolo de la santa.

La tercera cuestión concierne únicamente a señalar que existen otros ejemplos de la presencia de representaciones de indígenas en las imágenes de Santa Rosa de Lima. Es el caso de la estampa que mostramos aquí, de 1711, en la que aparece una mujer arrodillada que simboliza a América.

 

ACTUALIZACIÓN, 11 de septiembre de 2014:

Recientemente me he enterado de que existe un óleo de los desposorios místicos de Santa Rosa de Lima en el templo de santo Domingo, en Puebla, que comparte muchos de los rasgos iconográficos del relieve con el mismo tema que se encuentra en Aculco y también con el cuadro de Cantillana del que hablé arriba. Pero aún más: a diferencia del óleo sevillano y a semejanza del relieve aculquense, se observa a su izquierda un indio arrodillado que incluso lleva también un escudo. En él se ven las coronas y la estrella de Belén que corresponden a la ciudad de los Reyes de Lima. Esto refuerza la idea de que, en el escudo del indio de Aculco, la M es un reemplazo para indicar a otra ciudad y otro reino -el de México- y la estrella una supervivencia que se conservó del modelo original. La M, pues, no correspondería a un símbolo Mariano, como han sugerido algunos.