El pasado 13 de mayo se cumplieron los 500 años de la llegada del grupo de doce misioneros franciscanos para encargarse de la colosal labor de conversión de los indígenas de la Nueva España, al que se ha llamado "los doce apóstoles de México". El grupo de religiosos -formado por fray Martín de Valencia, fray Francisco de Soto Marne, fray Martín de Jesús (o de la Coruña), fray Juan Juárez, fray Antonio de Ciudad Rodrigo, fray Toribio de Benavente (Motolinia), fray García de Cisneros, fray Luis de Fuensalida, fray Juan de Ribas, fray Francisco Jiménez, fray Andrés de Córdoba y fray Juan de Palos- había salido del puerto de San Lúcar de Barrameda en España cinco meses atrás, con la autorización del papa Clemente VII y del emperador Carlos V para llevar a cabo su tarea. Este punto es importante, pues antes habían llegado otros frailes a la Nueva España (como el mercedario fray Bartolomé de Olmedo, los franciscanos españoles fray Diego de Altamirano y fray Pedro Melgarejo, así como los tres franciscanos flamencos: fray Pedro de Gante, fray Juan de Tecto y fray Juan de Aora) pero los doce franciscanos llegaban con toda la autoridad real y eclesiástica para llevar a cabo un trabajo más sistemático y organizado.
Los franciscanos se encargaron de predicar el Evangelio por primera vez en extensas zonas del centro de la Nueva España. Sus casas más antiguas las fundaron en los valles de México y Puebla-Tlaxcala: Ciudad de México, Tlaxcala, Texcoco, Huejotzingo. Desde el convento de la capital, en una primera avanzada misionera (1524-1531), incursionaron también en el Valle de Toluca, Michoacán, Tula y Jilotepec, pueblo este último donde fundaron un convento dedicado a los santos Pedro y Pablo en 1529. El Códice de Jilotepec menciona a fray Antonio de Ciudad Rodrigo, uno de "los doce", y a fray Alonso de Rangel como los primeros evangelizadores del lugar (1). De fray Antonio en realidad no hay datos seguros de su participación en esa tarea, pero sí los hay de fray Alonso, según escribió el cronista fray Jerónimo de Mendieta:
Fray Alonso Rangel, de la provincia de Santiago, vino en compañía del venerable padre fray Antonio de Ciudad Rodrigo, juntamente con fray Juan de San Francisco, el año de 1529. Era hombre de buena habilidad y suficiencia de letras, y sobre todo muy ejemplar y grande obrero en la conversión de los indios. Aprendió en breve tiempo las dos lenguas más generales de esta Nueva España, es a saber: mexicana y otomí, y las puso en arte [es decir, gramática], particularmente la mexicana, de la cual hizo arte muy perfecta, y sirvió muchos años a los que la aprendieron, y en la misma lengua compuso sermones muy buenos de todo el año. En la otomí fue el primero que la alcanzó a saber (aunque es bárbara y dificultosa), y el primero también que en ella predicó la palabra de Dios y su Evangelio en las provincias de Jilotepec y Tula (que eran las más populosas de indios otomíes) y en sus comarcas, donde convirtió innumerables gentes a la fe de Nuestro Señor Jesucristo, y las bautizó, y destruyó todos los ídolos de aquellas provincias con sus templos y altares, con mucho riesgo de su vida, porque los sacerdotes y ministros de ellos, no pudiendo llevar en paciencia que tan abarrisco les quemase sus dioses, y a ellos los privase de sus antiguas prebendas, trataron muchas veces de matarlo, y en dos partes lo quisieron poner por obra; la primera vez junto a un cerro de un pueblo llamado Chiapa, y la otra, cerca de otro que se dice Tepetitlán. Mas el Señor, cuya obra hacía, lo libró de sus acechanzas, porque la vida de este siervo era necesaria para la salvación de muchas almas. (2)
Ya sabemos que Aculco formaba parte en aquel tiempo en la Provincia de Jilotepec y cuando el cronista Mendieta señala que fray Alonso predicó "en las provincias de Jilotepec y Tula [...] y en sus comarcas" podemos pensar que quizá llegó hasta tierras hoy aculquenses, aunque es imposible demostrarlo. Lo cierto es que el primer establecimiento franciscano de nuestro pueblo se fundó hasta 1540 como visita precisamente del convento de Jilotepec (3) y hacia 1595 alcanzó ya el estatus de doctrina independiente (4). Es a partir de este hito cuando empezamos a encontrar con mayor certeza fechas y nombres de franciscanos en Aculco: según un "mapa" (seguramente un códice) que los naturales de Aculco conservaban todavía en 1688, los primeros religiosos habrían sido los frailes Juan Masoa y Juan de Santiago (5). Este fray Juan "Masoa" debe ser en relidad fray Juan de Mazorra, de quien el cronista fray Agustín de Vetancurt escribió lo siguiente en su Menologio franciscano:
El venerable padre fray Juan de Mazorra; natural de Carriendo [sic pro Carriedo], tomó el habito, y profesó en el convento de Mexico a 2 de Julio del año de 1572. Hijo de Juan de Mazorra y María Fernández, del Valle de Carriendo, en la montaña [de Castilla, es decir de la hoy provincia de Cantabria]. Fue de vida austera y penitente, tanto amaba la santa pobreza, que no tenia en la celda mas que el breviario, una Biblia y una cruz de palo en la cabecera; su lecho era el duro suelo, y así en las enfermedades,(en que la necesidad dispensa) nunca mudó de cama, en la puntualidad de rezar a sus horas fue tan puntual, que siempre, aunque viviera solo se levantó a rezar maitines a la media noche; fue guardián del convento de Jilotepec varias veces, donde le vieron los religiosos no pocas veces en el aire levantado con éxtasis en la oración, en que hace Dios a sus santos más crecidos favores; corrió la fama de su virtud hasta llegar a los oídos del católico monarca Felipe II, y escribióle, ordenándole que le diese todos los años aviso de lo que pasaba en las Indias, para ordenar los medios de su mejor gobierno; obedeció el varón de Dios las órdenes de su rey, y todos los años daba noticia por sus cartas al Real Consejo de las Indias, dando crédito a sus verdades y ejecución a sus avisos. Conocióle la entereza de su vittud, porque aunque en las noticias solicitó la utilidad común, nunca solicitó la conveniencia particular de su persona. Murió en el convento de México con sentimiento del reino que le veneraba bienhechor el 4 de febrero de 1613 (6).
En efecto, se conservan en el Archivo General de Indias algunas cartas de fray Juan de Mazorra dirigidas al rey Felipe II. En las más conocidas, se refiere al proceso de "congregación de pueblos" que tenía lugar por aquellos años, cuando muchos asentamientos indígenas demasiados pequeños y con pocos habitantes, o que habían quedado casi despoblados por las epidemias, fueron reunidos en una sola cabecera para facilitar su administración civil y religiosa. Aculco fue uno de esos pueblos en los que se reunieron los habitantes de otros lugares, entre ellos los de Santa María Ñadó, San Juan Aculco y San Lucas Totolmaloya. Este último fue el único que se volvió a poblar años más tarde. En sus misivas, fray Juan de Mazorra contaba a Felipe II el drama de estas congregaciones así como el sufrimiento de los indios por las encomiendas, el repartimiento y otros abusos de los españoles. En 1604 escribió que "los repartimientos los tienen en cautiverio eterno, los obrajes en mazmorras y las congregaciones, como se van haciendo, en las puertas de la desesperación". Dos años después, aunque el rey había emitido una real cédula que prohibía el traslado de indígenas que ya vivían en comunidad, Mazorra se quejó ante él por "no cumplirse su real cédula en que manda cesen las vejaciones y reducciones de los pobres naturales" (7).
Acerca del otro fraile que estuvo entre los fundadores del convento de Aculco, fray Juan de Santiago, lo que cuenta el mismo Vetancurt es esto:
El venerable padre fray Juan de Santiago, hijo de esta Provincia del Santo Evangelio: Apostólico varón que en la viña del Señor trabajó mas de cuarenta años; predicador en tres lenguas: castellana, mexicana y otomí, tan incansable que solía en tres partes distintas predicar tres sermones en un día; en la humildad y modestia fue tan excelente, que por antonomasia le llamaban, y conocían por "el mortificado"; fue tanta la dulzura y suavidad de su trato, que dejaba enseñados y consolados a los más penosamente afligidos; jamás salió de su presencia alguno que no saliese con deseo de seguir la virtud; era muy dado a la oración [...]. [Después de viajar a Santa Fe con el venerable Gregorio López] prosiguió su carrera, y lleno de virtudes pasó a buena vista el que fue a comunicar su espíritu a Santa Fe en 4 de julio de 1629, siendo morador del convento de Tacuba, donde murió, y aunque se han hecho las diligencias por saber su patria, todos convienen ser hijo de esta Provincia; un testigo dice le parece ser natural de Sevilla; en el libro viejo de las profesiones de la Puebla se halla esta claúsula: Fr. Juan de Santiago, hijo legítimo de Juan Gorje y de Inés de Santiago, vecinos de la ciudad de Cholula, natural de esta de [Puebla de ] los Ángeles, en cuyo convento profesó en 13 de agosto de 1579 años, siendo de edad de 21 años (8).
El Códice de Huichapan menciona también a este fray Juan de Santiago. En los anales del pueblo de San Mateo Huichapan,que forman la primera sección de dicho códice, hay varias menciones a él, residente en el convento de Huichapan, donde fue guardián en 1589, 1591 y 1606. En los registros que corresponden a los años 1603 y 1604 aparece la palabra ogayäyühü, “hablante del otomí”, junto a su nombre (). Más aún, según lo ha estudiado David Wright, fray Juan de Santiago es probablemente el autor de una Doctrina cristiana en otomí que se encuentra actualmente en la biblioteca Newberry de Chicago:
Esta Doctrina cristiana tiene como título, en un encabezamiento en otomí del folio 1 recto, Andoctrina christiana nokän hiäyühü, “la doctrina cristiana en otomí”. Dentro del mismo encabezamiento se señala, en otomí, que “fue escrita por el fraile franciscano Juan de Santiago, sacerdote”. Los encabezamientos de las diferentes secciones temáticas de este catecismo están escritos en castellano, el resto del texto en otomí. La primera parte del texto (folios 1 recto a 3 recto) trata del misterio de la trinidad; se dispone en un formato de preguntas (“Nattonnate”) y respuestas (“Nathätate”). En los folios 3 recto a 21 verso se presentan, en otomí, el Per signum crucis (“Por el signo de la cruz”), el Pater noster (“Padre nuestro”), el Ave María (“Dios te salve María”), el Credo (“Creo [en un solo Dios...]”), la Salve regina (“Dios de salve reina [y madre de la misericordia...]”), los artículos de la fe, los mandamientos de la ley de Dios, los mandamientos de la santa madre Iglesia, los sacramentos de la santa madre Iglesia, los pecados mortales y las virtudes morales, las virtudes teologales, las virtudes cardinales, los dones del Espíritu Santo, las potencias del ánima, los enemigos del ánima, las obras de misericordia, los sentidos corporales, la bienaventuranza, los cuatro dotes, la confesión general, la declaración del pecado venial y cómo se perdona, la declaración del pecado mortal y cómo se perdona, las fiestas de guardar de los indios, los días de ayuno de los indios y las cuatro témporas del año. La siguiente sección (folios 22 recto a 138 verso) carece, por lo general, de encabezamientos en castellano. Tiene una breve introducción en otomí, señalando que lo que sigue es un catecismo elaborado por el mismo fray Juan de Santiago. El texto adopta la forma de un diálogo entre el maestro (“Ogaxohnabate”) y el estudiante (“Otixoti”). El texto termina con una sección que por excepción lleva encabezamiento en castellano: “Breve confessionario” (9).
¿Se imaginan? ¡Posiblemente es la doctrina con la que los aculquenses de fines del siglo XVI y principios del XVII aprendieron la fe cristiana o, acaso, el fruto de las experiencias de fray Juan en sus años de misión en Aculco!
Por otra parte, de principios del siglo XVII (1606) son los primeros registros que se conservan en los libros sacramentales de la parroquia de Aculco, en los que podemos encontrar los nombres de algunos de los franciscanos que estuvieron en el convento por aquellos años. Hallamos, por ejemplo, a fray Francisco del Saz, fray Antonio Sánchez, fray Francisco Suárez, fray Diego Mújica, fray Diego Manjón, fray Pablo Vetancurt, fray Antonio de Tapia, fray Pedro Amador, fray Pedro de Murga, fray José de Villegas. Algunos de ellos tienen también historia interesantes. Un de ellas es la de fray Francisco del Saz:
El venerable padre Francisco del Saz, natural de la villa de Colmenar, tomó el hábito en el convento de Mexico año de 1577. Fue varón de rara austeridad y penitencia con un hábito sin túnica y sandalias de esparto. Aprendió la lengua mexicana y otomi y con el celo de la salvación de las almas predicaba todos los domingos y fiestas con gran espíritu y fruto de sus oyentes. Lleno de buenas obras y de años pasó al Señor el año de 1623 en 27 de octubre en Mexico donde está entertado. De cuyas virtudes se hicieron informaciones entre las que hizo el padre fray Marcos de Aguirre (10).
Fray Francisco Suárez, "hombre de muy claro entendimiento y buena habilidad", escribió en 1585, en coautoría con fray Jerónimo de Mendieta y fray Pedro Oroz, una Relación de la descripción de la Provincia del Santo Evangelio que es en las Indias Occidentales que llaman Nueva España, que se publicó impresa hasta 1947. Fray Pablo de Ventancurt (o Betancourt), por su parte, estuvo entre los fundadores de la villa de Cadereyta (Querétaro) en 1640.
Estos son, pues, los nombres y algunos hechos de varios de los franciscanos que desde el siglo XVI y hasta el primer tercio del siglo XVII predicaron el Evangelio en Aculco. Sus fundadores espirituales, como lo fueron de buena parte de nuestro país:
Yo creo que el mexicano del altiplano tiene un alma franciscana, que el espíritu mexicano es franciscano. Esos frailes fueron los fundadores espirituales de México. A mí me emociona, y no importa si fueron 100.000 o si fueron 10.000 los indígenas que lograron bautizar en un solo día, como dicen sus crónicas. Lo que importa es que esa impronta franciscana perduró y que confiarles la evangelización fue una de las ideas geniales de Cortés [...] Uno no puede más que conmoverse con los relatos de cuando Pedro de Gante introdujo el teatro, la música y la pintura para enseñar a los indios los evangelios (11).
El convento de Aculco fue secularizado en 1759 y los franciscanos lo entregaron poco después a su primer cura párroco del clero secular. Han pasado más de dos siglos y medio desde que se fueron, pero el recuerdo de su presencia por más de 200 años en este lugar se mantiene.
NOTAS
(1) Marcela Salas Cuesta. "La fundación franciscana de Jilotepec, Estado de México", Dimensión antropológica, año 4, vols. 9-10, enero-agosto de 1997, p. 71.
(2) Fray Jerónimo de Mendieta. Vidas franciscanas, México, UNAM, 1994, p. 117-118.
(3) Francisco de Ocaranza. Capítulos de la historia franciscana, Primera Serie, México, 1933, p. 37.
(4) Algunos autores sitúan este hecho "después de la conclusión de la guerra chichimeca". Ver Arturo Vergara Hernández y Robert H. Jackson. Las doctrinas franciscanas de México a fines del siglo XVI en las descripciones de Antonio de Ciudad Real (O.F.M.) y su situación actual, Pachuca, Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, 2022, p. 77.
(5) Fray Buenaventura de Berganza. "Testimonio de fundación del convento de San Gerónimo Aculco", 1688, Biblioteca Nacional de México, AF 107/1467.3, f. 1-2v.
(6) Fray Agustín de Vetancurt. Menologio franciscano, México, María de Benavides, viuda de Juan Ribera, 1698, p. 9-10.
(7) “Carta de fray Juan de Mazorra al Rey don Felipe” (18 oct. 1604), AGI, México, 294, f. 1r. y “Fray Juan de Mazorra escribe en razón de cumplirse la cédula de vuestra Majestad de que cesen las congregaciones de los indios, envía una copia de carta del marqués de Montesclaros en que les manda acudan a las obras de las casas que para este efecto se van edificando” (6 feb. 1606), AGI, México, 295, 1r.
(8) Fray Agustín de Vetancurt. Op. Cit., p. 70-71.
(9) David Charles Wright Carr. Manuscritos otomíes en la Biblioteca Newberry y la Biblioteca de la Universidad de Princeton, Guanajuato, Ediciones La Rana, 2006, p. 51-52.
(10) Fray Agustín de Vetancurt. Op. Cit., p. 114.
(11) Enrique Krauze, "La imagen de Cortés a través de los siglos", conferencia, impartida el 21 de junio de 2019 como intervención inaugural del ciclo dedicado a Hernán Cortés en la Real Academia de la Historia, bajo la coordinación de Carmen Iglesias. Disponible en https://www.blogger.com/u/2/blog/post/edit/8235607006679703406/1511905864898243059.