lunes, 26 de febrero de 2024

"Que el diablo la había engañado": La historia de una bruja que quizá no existió

Hace tiempo les platiqué en este blog acerca de los casos de tres mujeres y un hombre que fueron acusados de practicar la brujería en Aculco en tiempos coloniales. En ese entonces el temor hacia los brujos era real -aunque sus maleficios no lo fueran- y la creencia influía en la vida cotidiana de muchas personas, lo mismo de quienes buscaban con su intervención el arreglo de algún asunto, como de los que sin buscarla se creían sus víctimas. Y, por supuesto también, de quienes pretendían ser hechiceros o eran acusados falsamente de serlo. Ese miedo tardó siglos en agotarse y quizá subsiste aún. Todavía en la década de 1970, una pobre mujer fue asesinada en su casa y en presencia de una de sus hijas cerca de Ñadó, pues sus vecinos la consideraban bruja.

Hoy les traigo un relato algo distinto: el de una bruja que probablemente nunca existió, pero que quedó registrada en documentos del siglo XVII relacionados con Aculco.

La historia inicia el 13 de abril de 1650, cuando una mujer llamada Josefa de la Serna se presentó "por descargo de su conciencia" ante don Diego de Alarcón Fajardo, cura del pueblo de Chapa de Mota. Quería referirle lo que Salvador García, "vecino del pueblo y partido de San Jerónimo Aculco", le había contado a ella cosa de año y medio atrás, su fortuito y pavoroso encuentro con una bruja:

Dijo el dicho Salvador García que pasando el susodicho una noche por el cementerio de la iglesia del pueblo de Huichapan vio un bulto con una candela encendida en el dicho cementerio, y que llegando a reconocer lo que era, vio que era una mujer que esta declarante no se acuerda cómo la nombró el susodicho, y que estaba desenterrando un difunto. El cual habiéndola reñido, dijo la dicha mujer que por amor de Dios no la descubriese, que el diablo la había engañado, y que esto mismo oyó referir segunda vez al dicho Salvador García, habrá nueve meses poco más o menos.

Del relato del aculquense había sido testigo otra mujer, Isabel de Robles, hijastra de Josefa, que interrogada por el mismo sacerdote sólo agregó que la conversación había tenido lugar en la hacienda de Santa Cruz de don Francisco de Monroy y que Salvador García había situado el encuentro con la bruja en el cementerio de Huichapan "a deshoras". El cura decidió entonces llamar al propio Salvador García de la Mejorada para que le refiriera de primera mano su historia. El 16 de abril, Sábado Santo, y ya de noche, García fue interrogado. Aseguró primero que era de calidad español (es decir, criollo), casado, de 44 años, labrador y vecino como ya sabemos del pueblo de Aculco. Luego se le preguntó si sabía la razón por la qué había sido llamado:

Siendo preguntado si sabe o presume la causa por la que es llamado, dijo que no la sabe ni la presume. Fue exhortado que por reverencia de Dios recorra su memoria y diga si ha visto u oído decir a alguna o algunas personas alguna cosa que sea, o parezca ser, contra la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana, o contra el recto y libre ejercicio del Santo Oficio. Dijo que no ha dicho cosa alguna, ni menos ha visto ni oído cosa alguna a ninguna persona contra nuestra Santa Fe Católica y lo más referido,ni nada de lo que se le pregunta. Y habiéndosele apercibido que ciertas personas le citan por testigo en un caso que el susodicho vio a deshora de la noche en un cementerio de una iglesia a una mujer que con una luz encendida estaba desenterrando un difunto y que declare enteramente la verdad, dijo que no se acordaba de tal cosa, y que tales personas debían de haberse equivocado en el nombre, y que esta es la verdad por el juramento que tiene hecho.

¿Había inventado todo aquello Salvador García?, ¿había sido su historia sólo un cuento para asustar en alguna noche oscura a aquel par de mujeres? Dos meses después se le llamó nuevamente para que ratificara lo dicho y se mantuviera en su negativa de reconocer como suya aquella historia o bien para que aportara nueva información. La respuesta de nuestro paisano fue la siguiente:

Que habiendo recorrido sus memorias, se acuerda que el caso que fue preguntado en su dicho no le sucedió al declarante, sino que un hermano suyo llamado ¿? Sánchez, vecino de la dicha provincia de Xilotepec, que le contó que habiendo encontrado una india con un caminante pasajero, al cual no reconoció, ni sabe de dónde es, que el dicho caminante refirió el caso contado en su dicho y declaración, que sucedió cerca de la ciudad de Guadalajara, pero que ni él ni el dicho su hermano saben en qué parte, ni conocen las personas, y que el dicho su hermano lo refirió en diferentes partes, por donde es cierto que las personas que le citaron por testigo se equivocaron en el nombre, y que esto es la verdad, so cargo del juramento que tiene hecho.

Al parecer el cura de Chapa de Mota consideró con esto que no valía la pena hacer más averiguaciones y dio por terminado el caso. Todo había sido una historia escuchada por los caminos de la Nueva España y de la que no existían testigos directos a los que se pudiera interrogar.

A pesar de este final tan soso, el relato nos revela los temores de la gente de nuestra región hace 374 años y la forma en que entendían o imaginaban las prácticas de brujería. Y quizá también, oculto entre las brumas de la leyenda, la realidad de alguna bruja y sus hechizos.

 

NOTAS

Toda esta historia procede del Archivo General de la Nación, Fondo Inquisición, expediente 19, fojas 33-35v.

lunes, 19 de febrero de 2024

Shirgo

Si eres de Aculco o tus padres o abuelos son de aquí, seguramente alguna vez habrás oído la palabra "shirgo". Se trata de uno de los pocos vocablos de origen otomí que se usan en el habla cotidiana en lengua castellana de esta región. Actualmente se emplea invariablemente con el significado de desaliñado, sucio, descuidado, andrajoso, incluso enfermizo o desmejorado. Muchos de ustedes seguramente habrán oído a un padre decirle a su hijo ¡estás todo shirgo! cuando el niño aparece despeinado o mal vestido. Pero quizá no todos saben que en su origen este vocablo se refería a otra cosa: una prenda de vestir.

El shirgo en su acepción original es lo que en otros lugares se conoce como capisayo: una capa o capote que se coloca sobre los hombros y se ata al cuello, formado por capas de hojas de palma tejida que evitan que quien lo porta se moje con la lluvia. Se trata, pues, de un impermeable o manga primitiva. El nombre parece que deriva de la palabra otomí xingu, que significa "vello" o "velloso". Su uso estuvo muy extendido en el campo mexicano durante el virreinato y hasta mediados del siglo XX, pero al volverse comunes otras prendas modernas con mejores características de protección se fueron olvidando, y hoy sólo unas cuantas personas de Aculco serían capaces de recordar cómo eran.

Muchos viejos grabados, litografías e incluso esculturas nos muestran a personas que portan sus shirgos y es evidente que la prenda llamaba la atención por su originalidad a los artistas citadinos. Sin duda era una indumentaria pintoresca, aunque evidentemente le daba a su portador una apariencia desmelenada, desordenada, como el de una palapa andante. De ahí que shirgo terminara por convertirse también en adjetivo aplicado a quien en su cabello o ropa pareciera por su descuido llevar uno encima.

jueves, 15 de febrero de 2024

La rendición del coronel Nicolás Torres en Aculco (1856)

A principios de octubre de 1855, los rebeldes sublevados contra Antonio López de Santa Anna en marzo del año anterior ocuparon la Ciudad de México, mientras el dictador partía al exilio. La revolución iniciada en Ayutla había triunfado y el bando liberal tomaba el poder. Muy ponto, el 25 de noviembre de 1855, el nuevo gobierno promulgaba la primera de las normas que más tarde serían conocidas como Leyes de Reforma: la llamada Ley Juárez, que sumprimía los tribunales especiales y los fueros eclesiásticos y militares.

La reacción del Ejército contra el gobierno liberal, apoyado por el clero, fue casi inmediata: el 2 de noviembre Tomás Mejía se levantaba contra el gobierno enarbolando el Plan de Sierra Gorda, mientras que el 12 de diciembre el sacerdote Francisco Ortega y García se rebelaba en Zacapoaxtla. A ellos se les sumaron en las semanas siguientes los generales Güitián, Osollo, Olloqui, Miramón, Márquez y Cobos. Todos ellos, junto con sus hombres, representaban una fracción importante del Ejército y dos años después constituirían la base de las fuerzas conservadoras en la Guerra de Reforma (1).

En los estados de Michoacán y México, operaba contra el gobierno surgido de la Revolución de Ayutla el teniente coronel Nicolás de Torres (algunos documentos se refieren a él simplemente como Nicolás Torres). No he podido encontrar datos sobre su origen y carrera, por lo que probablemente era un militar de poca relevancia. De sus acciones antes de la capitulación, se sabe que él y sus hombres formaban parte de las tropas reunidas por los conservadores en Puebla, de donde se había dirigido a Michoacán. En los primeros días de abril de 1856 había salido de Maravatío y después de atravesar el río Lerma y pasar por Molino de Caballeros, había llegado con 700 hombres en Acámbaro. Sin embargo, el día 10 un comisionado suyo se presentó ante el Ministerio de Guerra y Marina para manifestar que el cabecilla estaba dispuesto a someterse a la obediencia del gobierno, por lo que Yáñez pidió a los comandantes militares de la región que no lo batieran en caso de alcanzarlo, pero sin dejar de vigilar sus movimientos (2). Aunque no se trataba de una fuerza importante y posiblemente estaba mal armada, su efectiva rendición en Aculco el 12 de abril de 1856 se difundió como si se tratara de un signo claro de la derrota general de los conservadores:

Su última esperanza, el coronel teniente coronel refractario Nicolás Torres, que hacía la guerra en el Estado de México a sueldo de los clérigos, el 12 de abril citado capituló en el pueblo de Aculco, haciendo entrega de su religiosa brigada, armamento, municiones y monturas al C. general Plutarco González, según aparece en los documentos corrientes en las páginas 159 a 161 del tomo 1o de la predicha Historia del Congreso. (3)

Como menciona esta cita, la Historia del Congreso Extraordinario Constituyente de 1856-1857 escrita por el periodista y diputado Francisco Zarco contiene un padrón de los oficiales que se rindieron con Torres, así como un inventario pormenorizado de sus armas, municiones, cabalgaduras y otros arreos. Las listas, junto con las cartas que envió el general Plutarco González a sus superiores militares, son interesantes, por lo que las copio aquí para los lectores de este blog:

Comandancia general del Departamento de México.- Excmo. Sr.- Ayer, sobre la marcha, entre este pueblo y el de Acambay, tuve una entrevista con D. Nicolás Torres, y convenimos en que las fuerzas que mandaba volverían a la obediencia del supremo gobierno, haciéndome entrega de todo el armamento y demas útiles de guerra, lo cual se verificó anoche.

Convenimos tambien en que los individuos de la clase de tropa quedarían en libertad, expidiéndoles un resguardo para que puedan regresar al seno de sus familias, y que los que se consideraban como jefes y oficiales, quedaban a disposicion del supremo gobierno, y marcharian a esa capital a recibir órdenes; y, por fin, se convino que estos saldrán de este pueblo con un dia de anticipación, verificándolo en seguida la brigada de mi mando por el mismo camino, debiendo ser éste por Acambay, Atlacomulco, Ixtlahuaca, Toluca y Lerma, para la referida capital.

Me apresuré a entrar en este arreglo sin esperar la resolución suprema, a las proposiciones que Torres tenia presentadas, porque las fuerzas disidentes estaban desbandándose de una manera tal, que en veinticuatro horas más se habría perdido todo el armamento, produciendo no solo el perjuicio de los intereses de la nación, sino produciendo pequeñas gavillas de hombres armados que no pudiendo presentarse en sus pueblos, prento se convertirían en ladrones que infestarían los caminos.

Tengo el honor de participarlo a V. E. para conocimiento del Excmo. Sr. presidente de la República, acompañándole, con el mismo objeto, copia de los efectos de guerra recogidos, y relacion nominal de los individuos que, considerados como jefes y oficiales para los efectos de la capitulacion, deben presentarse al supremo gobierno.

Dios y libertad. Aculco, 13 de abril de 1856.-Plutarco Gonzalez.- Excmo. Sr. ministro de la Guerra y Marina.— México.

INVENTARIO que manifiesta el armamento, municiones, monturas y demás que tenía la brigada que mandaba el Sr. coronel D. Nicolás de Torres, al hacer entrega de todo al Excmo. sr. gobernador y comandante general del Estado de México, D. Plutarco Gonzalez.

  • 1 pieza de montaña con su montaje y en completo estado de servicio.
  • 342 fusiles de percusión y chispa, en completo estado de servicio. 36 bayonetas en completo estado de servicio.
  • 26 carabinas en completo estado de servicio.
  • 42 lanzas en completo estado de servicio.
  • 117 cartucheras de infantería y caballería en completo estado de servicio.
  • 3 cajones de parque de fusil de percusión.
  • 3 id. de cañon con metralla y bala rasa. 1 id. de pólvora de cañón en granel. 102 paradas sueltas.
  • 1 bote de hoja de lata con estopines. 1 cartuchera con útiles de artillería.
  • 1 punzón.
  • 4 cañoncitos pequeños pertenecientes a la hacienda de Atenco, de la cual los extrajo por la fuerza.
  • 18 monturas.
  • 7 bridas.
  • 3 cornetas de guerra sin boquilla.
  • 1 clarín de caballería con id.
  • 2 cajas de guerra.
  • 3 monturas mas sin brida.
  • 6 caballos.
  • 2 mulas aparejadas, pertenecientes a las que se tomaron en la accion de Atlacomulco.
  • 50 id. de carga y de silla que se han traído embargadas.
  • 3 cajones cerrados de tabaco labrados.
  • 1 id. chiquito id. id. id.
  • Aculco, 12 de abril de 1856.- Entregué.- Nicolás de Torres.- Recibí.- Juan Vélez.

    Es copia.- Aculco, 13 de abril de 1856.- Román Parres, secretario.

    LISTA nominal de los jefes y oficiales que existen a disposicion del supremo gobierno pertenecientes a la fuerza que mandaba D. Nicolás de Torres.

    Jefes y oficiales permanentes.

    Coronel teniente coronel D. Nicolás de Torres, jefe de la fuerza. Coronel, D. Luis Zamudio, mayor de órdenes. Coronel teniente coronel, D. Nazario González, jefe del Estado Mayor. Coronel teniente coronel, D. Marcelo Álvarez, jefe del 4 batallon ligero. Teniente, D. Ramón González. Capitán teniente, D. Susano Vélez. Teniente, D. Valentín Salazar. Teniente subteniente, D. Faustino Castillo. Teniente Subteniente, D. Ignacio Canseco. Alférez, D. Manuel Álvarez. Subteniente, D. Juan Medrano. Subteniente sargento 1o., D. José María Velázquez. Subteniente sargento 19, D. Miguel Segura. Alférez sargento 1o., D. Guadalupe Canseco.

    Oficiales activos.

    Capitán, D. Pedro María Castañeda. Tenientes: D. Francisco González, D. Luis Carrasco, D. Francisco Piña, y D. Carlos Barbosa.

    Jefes y oficiales auxiliares del ejercito.

    Teniente coronel, D. Juan Carmona. Comandante de escuadrón, D. Joaquin Amado Morales. Comandante de batallón, D. Ángel Carmona. Comandante de batallón, D. Felipe N. Campuzano. Comandante de batallón, D. Eufemio Herrera.

    Capitanes: D. José María Beltrán. D. Félix Orive. D. José María Iturria. D. Felipe Escobar. D. Juan Palacios. D. Bartolomé Ortiz, D. José Zerecero. D. Antonio López. D. Jesus Estrada. D. Eulogio Rojas. D. Luis G. Jardón. Teniente permanente, D. José María Iparásal.

    Tenientes: D. Gregorio Gutiérrez. D. Atanasio Muñoz. D. Ramón Sánchez. D. Soledad Vera. D. Isidro Vera. D. Zacarías Navarro. D. Miguel Osorio, D. Octaviano Duarte. D. Vicente Macedo. D. Bernabé Montes. D. José María Pacheco. D. José G. Rebollar. D. Francisco Librado de la Vega.

    Subtenientes y alféreces: D. Lucas Arizmendi. D. Ignacio González. D. Francisco Iparásal. D. Jesús Silva. D. Juan Morales. D. Vicente Cacique. D. José Leguízamo. D. Félix Rico. D. Trinidad Gonzalez. D. Carlos Bermeo. D. Domingo Rosales. D. Tomas Zárate. D. Miguel Izquierdo. D. José Segura. D. Márcos Lopez. D. Manuel Estrada. D. Joaquín Ruiz.

    Aculco, abril 13 de 1856.- Luis Zamudio.- Visto bueno.- Torres. Es copia.- Aculco, Abril 13 de 1856.- Ramón Parres, secretario. (4)

    Ese mismo día, como se puede leer en el documento de arriba, Torres salió de Aculco para presentarse en la Ciudad de México siguiendo un itinerario de cuatro días que lo llevó por Acambay, la hacienda de Niginí, Temoaya, El Mayorazgo y San Joaquín.

    Nicolás de Torres permaneció leal al régimen por casi tres años, colaborando en diversas acciones de guerra contra los sublevados. Sin embargo, el 19 de enero de 1859, cuando había ascendido al grado de coronel del 9o. de caballería y el país estaba ya en plena la Guerra de Reforma, se sumó a la guarnición de Toluca en apoyo al Plan de Tacubaya proclamado por los conservadores, volviéndose así nuevamente en contra del gobierno liberal. (5)

     

    NOTAS

    1. Marta Eugenia García Ugarte. "Reacción social a las Leyes de Reforma (1855-1860), en Estado laico y los derechos humanos en México: 1810-2010, México, UNAM, 2012, p. 360-371.

    2. Partes de la Comandancia general de Michoacán, se da cuenta de operaciones contra fuerzas del coronel Nicolás Torres, Operaciones militares, AHMM, f. 4, Informe del general Plutarco González, sobre el movimiento de fuerzas en los diferentes pueblos del estado de México, Operaciones militares, AHMM, f. 84 y ss.

    3. Gutiérrez, Blas José. Leyes de Reforma. Colección de las disposiciones que se conocen con este nombre, publicadas desde el año de 1855 al de 1868. Tomo I. México, Imprenta de "El Constitucional", 1868, p. 616.

    4. Francisco Zarco. Historia del Congreso Extraordinario Constituyente de 1856-1857. Tomo I, México, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1857, p. 159-162.

    5. Acta levantada en Toluca la capital del Departamento de México, por la guarnición del mismo, ratificando su reconocimiento al Plan de Tacubaya, 19 de enero de 1859.

    miércoles, 7 de febrero de 2024

    Un exiliado guatemalteco en Arroyozarco (1833)

    Don Manuel Montúfar y Coronado nació en la Antigua Guatemala en 1791. Hijo de un próspero comerciante, desempeñó algunos cargos menores como funcionario del gobierno español antes de la independencia. Tras ésta, fue secretario de Gobierno y primer ministro de la Guerra en 1823. En 1825 fue diputado por Escuintla y presidente de la asamblea constituyente que decretó la primera Constitución de Guatemala, que se dice fue redactada por el propio Montúfar. Fue también periodista y redactor del periódico conservador El Indicador y participó en la redacción de El Editor Constitucional. Se destacó como historiador, su obra más importante se titula Memorias para la historia de la revolución de Centro América, más conocida como Memorias de Jalapa, pues se publicó en Jalapa, Veracruz. Sin embargo, al final de la Primera Guerra Federal Centroamericana (1826-1829) fue encarcelado en El Salvador y tuvo que exiliarse en México con su hermano Juan. No volvería más a Guatemala pues murió aquí en 1844.

    En México, los hermanos Montúfar se emplearon como administradores de la hacienda de Pozo del Carmen y sus anexas en San Luis Potosí. De su primera travesía entre la capital del país y aquellas fincas, don Manuel dejó un curioso diario de viaje en el que describe ciudades, costumbres ypersonajes que compara frecuentemente con los de su país natal (1). Como paso obligado desde la Ciudad de México hacia el norte, naturalmente Montúfar y sus acompañantes pasaron en aquella travesía por Arroyozarco. Su crónica del lugar y sus inmediaciones es muy interesante, no tanto por la descripción de la hacienda y su mesón que es sucinta, sino por los incidentes que sufrió por la reparación del carruaje en que viajaba, los precios, los alimentos y algunas personas que habitaban la hacienda. Ciertos pasajes merecerán un comentario mío entre corchetes, pero en su mayor parte dejo al lector libre para que lea este viejo texto:

     

    Día 1o. de julio de 833. De Tula a la hacienda de Arroyo Zarco, 11 leguas.

    Salimos a las 6 1/2 de la mañana por más que nos levantamos a las 4. Primero que dan vueltas los cocheros, que guarnecen, que atan la carga, y que Ramona da té y chocolates, recoge trastos, etcétera, se pasa una gran parte de la mañana. Aun amanecí con dolor de cabeza. Almorzamos en la hacienda de San Antonio [Tula]; yo tomé caldo de frijoles, me dormí dentro del coche y comencé a aliviarme.

    El camino es fatal desde Tula hasta el puerto de Calpulalpam, (puerto llaman aquí a la abra que forman las pequeñas cordilleras de cerros que dan paso de un valle a otro, por lo regular, estos puertos son pedregosos) es decir, de 9 a 10 leguas: piedras, fango, barranquitos que hacen las corrientes, troncones de árboles, todo era difícil, y en los más de los pasos era preciso sacar el coche a cabeza de silla, es decir, pegando Cobarrubias y Madrid dos reatas a la punta del eje de las ruedas chicas, y halando con la cabeza o manzana de sus sillas: en todos estos pasos José echaba pie a tierra a echar su mano directiva y acompañada de sus interjecciones fuertes de costumbre (ajos y cebollas) y volvía al coche a cabecear. Ramona cabeceaba hasta dar en nuestras rodillas con sus escasas narices.

    El coche, demasiado cargado con el equipaje, (en que vienen mis penates, como yo llamo a mis papeles de la patria, mis pocos libros, etcétera) no pudo sufrir la aspereza del camino: en Capulalpam se rompió el eje trasero, y cayó sin hacernos mal alguno. Venía un contra eje de reserva, pero mal preparado, y después de mil trabajos para componerlo, se rompió también a pocos pasos. Como distábamos cosa de 3 leguas de Arroyo Zarco, los auxilios se dificultaban y la noche estaba próxima. Resolvimos adelantarnos a caballo, José, Ramona y yo, trayendo las mulas de carga, el tiro de remuda y otros caballos, que fuimos arreando hasta la hacienda, a donde llegamos a las 8 de la noche: por fortuna no llovía y hacía una hermosa luna; yo llegué libre de dolor de cabeza, con buen apetito y buen humor: José lo tenía también y tomamos con buenas ganas un mal chocolate y un mal guisado de pollos que había en la cocina del mesón.

    La hacienda, aunque situada sobre un terreno desigual y pedregoso, tiene hermosa casa. dentro de ella excelente mesón: tienda bien surtida, y oficinas de herreria y carrocería. El amo es un hombre roñoso y muy amigo del dinero; su fisonomía lo previene a favor por una cicatriz en la cara, y no es hombre que ofrece nada ni de cumplimiento.

    Los mozos, viendo la dificultad de arrastrar el coche (que se quebró precisamente al comenzar el buen camino) se trajeron en las mulas todo el equipaje, y Fermín se quedó cuidando con los cocheros.

    Día 2 de Julio.

    Parada en Arroyo Zarco.

    Fue el carrocero a traer el coche, que vino tarde, de consiguiente se perdió mucha parte del día para las composturas.

    Aprovechamos la parada en secar lo mojado: mis penates, mis libros, todo estaba perdido y ya con moho y mal olor. Las copias de la pintura y de la pastorcita de la Tina Arrivillaga, tenían un agujero. Ramona lloraba por unas naguas de gasa y otra de indiana que encontró podridas. José dió disposiciones para el nuevo eje: se fue a la herrería a hacer un eslabón, cuidó las bestias; vió los caballos del huésped, que son buenos, trabó conversación con él, a pesar de su mal gesto, y las tuvo más largas con un pobre muy vivo y de muy buena memoria, que fue a España de criado de un diputado a las cortes extraordinarias [las Cortes de Cádiz], y que daba noticias muy exactas y detalladas del señor Larrazábal [Antonio de Larrazábal y Arrivillaga, diputado en aquellas Cortes] y de su prisión en la cárcel de la Corona. Sus noticias no se limitaron a España y a los diputados: nos hizo conocer al huésped [es decir, al mesonero]; nos dijo que su picador era su primer ministro y favorito, y la mano con que buscaba el dinero de los pasajeros. Por la noche vimos por experiencia que nuestro lépero no nos había dicho más que la verdad.

    Yo comencé hoy este diario. Por la noche se acabó el eje. El palo bruto costó 8 pesos (para el amo) y en México habría sido caro por 2; el carrocero, 10; y herrero por remendar una grafio, 3 pesos. La parada de hoy con este remiendo vale 40 pesos, y el lépero nos había dicho muy bien del primer ministro, que separadamente exigió su gratificación. José estaba para prorrumpir en interjecciones, y yo lo contuve, porque al fin el dinero se había de pagar y si el favorito quedaba descontento, podía atrasarnos el viaje.

    Día 3 de julio.

    De Arroyo Zarco a San Juan del Río, doce leguas.

    Salimos a las 5 3/4 de la mañana, y llegamos a las 2 de la tarde a San Juan del Río, Buen pueblo, muy surtido de todo. buenos mesones.

     

    NOTAS

    1. Manuel Montúfar y José Arzú (compilador). Papeles del ochocientos. Correspondencia y diario de don Manuel de Montúfar, exiliado por la revolución de 1829. Publicaciones de El Imparcial, Guatemala, 1933, p. 28-30.