lunes, 27 de junio de 2022

Don Diego Felipe García de la Cruz, maestro de capilla de la iglesia de Aculco (1729)

Desde la llegada de los primeros frailes a la Nueva España, la música acompañó sus afanes evangelizadores. Fue precisamente fray Pedro de Gante, uno de los primeros tres franciscanos enviados a estas tierras, quien estableció la primera escela de música al estilo europeo en la ciudad de Texcoco, que luego se trasladó a la capilla de San José de los Naturales de la Ciudad de México. Nació así una tradición musical en los pueblos de indios que creció paralela a la música culta de las grandes ciudades y se extendió durante toda la época virreinal. Como escribe Lourdes Turrent en su libro La conquista musical de México:

De 1524, fecha en que se establecieron los primeros religiosos en Nueva España, a 1560, año en que llega la primera Cédula Real sobre la música en los monasterios, surgió alrededor de los frailes y monasterios un grupo encargado de dar vida a las ceremonias en los pueblos indígenas. Éste se hallaba formado por los religiosos (que eran al principio los maestros, organizadores, directores), los indios ministriles y cantores, y, como veremos después, por el cabildo y las cofradías que continuaron con esta tradición durante los tres siglos de Colonia.

En las escuelas anexas a los conventos, nos dice la misma autora, los indios aprendieron música y a construir instrumentos como flautas, chirimías, orlos, vihuelas de arco, cometas y bajones que ellos mismos tañían. Sólo los órganos no eran construidos por ellos y se encargaban a maestros españoles. Algunos indios, especialmente niños vinculados con la nobleza, eran educados como cantantes del coro y esa ocupación se convirtió en muchos lugares en verdadera profesión, a la que se le señalaba un salario y hasta límites en su número para no sobrecargar a los cabildos de los pueblos. En el convento de Jilotepec, del que dependió la iglesia de Aculco de 1540 a 1759, había por ejemplo 24 cantores. En Aculco quedó recuerdo de esa ocupación hasta el siglo XVIII en cierta área llamada el "barrio de cantores", imposible de identificar actualmente (AGN, Tributos, Vol. 11, exp. 8, fs. 72-110).

Los cantores y tañedores de instrumentos conformaban lo que se llamaba una capilla de música. Tenían como cabeza a un maestro, que se encargaba de su dirección musical, de enseñar y preparar a músicos y cantores. Eran también muchas veces compositores. Hasta ahora no tenía noticias de que en Aculco hubiera habido tales "maestros de capilla" con ese nombre, pero ahora conozco por lo menos a uno que ocupó ese cargo en el primer tercio del siglo XVIII: don Diego García.

Indios músicos. Detalle de un biombo novohispano del siglo XVII en el Museo del Condado de Los Ángeles, California (LACMA)

Don Diego Felipe García de la Cruz, maestro de capilla de la iglesia de Aculco, nació seguramente en la segunda mitad del siglo XVII. Era natural o por lo menos vecino de Santa María Nativitas, que en aquellos años se consideraba barrio del pueblo de San Jerónimo. Era hijo de don Alonso García y de una mujer llamada Ana María. Contrajo matrimonio cuatro veces; de los dos primeros enlaces no sabemos nada, salvo que es muy probable que no tuviera hijos. De su tercer matrimonio con Micaela Baptista tuvo una hija, Isabel, que murió ya adulta dejando dos niños huérfanos. En su cuarto matrimonio con Ana María (que otros documentos llaman Ana Isabel), don Diego tuvo una hija más llamada Rosa, que casó con don Juan Ventura (Libro de Informaciones Matrimoniales 1712-1808, Archivo Parroquial de Aculco).

Don Diego, además de "maestro de capilla de la iglesia", como subrayó en su testamento que él llama memoria, era en 1729 alcalde segundo del cabildo indígena del pueblo. Posiblemente era también miembro de la Cofradía de la Virgen o de la de Las Ánimas, a las que dejó algunos bienes de su herencia. Estos cargos y afiliaciones revelan quizá lo que se señalaba arriba: la vinculación de cabildos y cofradías en la conservación de la tradición musical de los pueblos de la Nueva España. El maestro de capilla participó además en la compra de una campana para la iglesia, de la que la comunidad puso 21 pesos y él 22 más para completar los 43 de su costo. Pero mucho más interesante resulta saber que dejó un acervo de partituras cuya conservación trató de asegurar al aproximarse su muerte:

Y en los papeles que tengo de misas, vísperas, villancicos, y todos mi tetes [¿motetes?] le dejo al nuestro Santísimo Sacramento y a Señor San Jerónimo de este pueblo de Aculco, se los dejo a Pedro Miguel para que los saque el día en la función y así que se acabe la misa los guarde. Esto es lo que digo y aquí llegó todo lo que dije como lo sabe Dios.

¿Qué habría entre aquellas partituras?, ¿obras que ya se conocen o algunas perdidas? ¿Habría piezas originales de la capilla musical de Aculco o del propio don Diego? Qué triste es saber que todo ello se perdió sin dejar el menor rastro. Por cierto, en su testamento don Diego mencionó a un discípulo suyo, Pascual de la Cruz. Fue él además quien tomó dictado de sus últimas disposiciones por no hallarse en el pueblo el escribano titular cuando quiso testar. Acaso él continuó la tradición de la capilla musical del convento de san Jerónimo Aculco después de que don Diego recibió los últimos sacramentos, murió y fue enterrado en el templo el 1 de agosto de 1729. (Libro de defunciones 1679-1762, Archivo Parroquial de Aculco).

sábado, 25 de junio de 2022

"Grandísima puta arrastrada": la historia de José María Aguilar y su infiel mujer (1803-1804)

Perdonarán los lectores de este blog que encabece el texto con tan escandaloso título. Algo hay de curiosidad por saber si el uso de palabras altisonantes atraerá más o menos personas que vengan a enterarse de lo que aquí escribo, aunque también es cierto que de todo lo que voy a contarles son quizá esos insultos los que mejor describen la historia, o por lo menos cómo la vivió el infortunado José María Aguilar. En fin, pido nuevamente me disculpen y no se ofendan por una historia que es completamente real y sucedida en nuestro Aculco hace casi 220 años.

 

El escándalo comenzó a mediados de septiembre de 1803, cuando el criollo José María Aguilar, nacido en Huichapan y avencidado en Aculco, se presentó ante el teniente de justicia de este último lugar, Félix Buentostro, para exponer su caso:

Hace algunos días anduve sospechoso que don Agustín Rivero tenía ilícita comunicación con mi esposa doña María [Encarnación] Villanueva. De tal modo que llegué a hacerle ver a uno y a otra que no me gustaba que dicho don Agustín entrase a mi casa como con efecto se retiró y no frecuentaba visita. Pero de nada me sirvió porque se iban a juntar en casa de Ana María Castañeda que los tapaba por interés. Que tenía esto no sólo yo lo advertía, aún hasta mi hijo pues éste me ha dicho que cuando yo salía se llevaba la dicha Ana María las botellas de vino y tras de ella iba mi mujer a juntarse.

Aquel hijo de Aguilar, llamado José María Porfirio, tenía suficiente edad para percatarse del comportamiento de su madre pues contaba ya con doce años. Además, el cómplice de su progenitora era nada menos que su maestro, quien supuestamente le estaba enseñando a leer. Había sido el propio José María Aguilar quien le había buscado profesor a su hijo, e incluso había alentado en un principio que su mujer le sirviera el chocolate o el almuerzo para que de esta manera cuidara los adelantos del niño. Hasta el día, claro, en que Aguilar notó que se su esposa lo miraba de otra manera.

Una noche oscura, estando yo en el pueblo de Acambay, salieron de mi casa ambos dos y le dijo mi mujer a mi hijo que ya iba a dejar a su señor maestro, que no siguiera. El muchacho empezó a llorar y los siguió hasta que entraron a la casa del prenotado don Agustín. Como quiera que no podían efectuar el destino se considera iban, despacharon a los dos muchachos -a mi hijo y al suyo- a pedir unas pajuelas a la tienda de don Santiago Guerrero para encender velas. Esta estratagema de las pajuelas sólo condujo a quedarse solos como se quedaron a efecto de incontinencia. No se puede negar lo conforme que este se hallaba en mi sospecha pues aún un día de los de la semana pasada lo hallé viendose en la casa de Ana María. Pero en fin, volví a mi casa y le dije a mi mujer "me corto una oreja si no fuere tu alcahueta Ana María".

Si las sospechas de la infidelidad de María Encarnación eran ya para entonces muy grandes, lo que pasó poco después fue para él ya la evidencia indiscutible de que su mujer se entendía con el maestro de su hijo:

El día domingo próximo pasado me fui a las Encinillas a encaminar a mis hermanos y no volví hasta el día martes de esta semana corriente. Llegué a mi casa y hallándola cerrada me pasé a la casa de la mencionada Ana María, como que allí tenía la sospecha de que había de estar. Y al llegar a la casa me columbró su mismo hijo de don Agustín y arrancó para adentro a avisarles, como que lo tenían a prevención. Y mirando yo la acción, arranqué sobre el muchacho y al entrar a la puerta me la tapó don Agustín. Saludándonos me entré adentro asomándome por dónde estaría mi mujer, y no estando arriba de la cama, alcé un petate que la cubría y la hallé debajo en el rincón de la cama escondida.

Ya se imaginarán los lectores la indignación y furia de don José María al encontrar ahí a su mujer. En la declaración judicial que he venido transcribiendo, sin embargo, el ofendido no fue tan elocuente al describir la escena que siguió, por lo que me remito ahora a una declaración posterior que hizo ya ante las autoridades de Huichapan, más de un mes después:

Le dijo "grandísima puta, ya ves cómo eres una arrastrada", y volviendo a ver al otro le dijo "grandísimo cabrón, macuteno, ya ve cómo anda con esa grandísima puta, no había de ver sino que me debe favores" y quréndole dar a su mujer se metió el maestro entre ellos, y entonces salió el que depone [es decir, declara] para afuera a buscar una piedra, y habiendo salido también el otro, cogió una piedra y le dió con ella al deponente en la cabeza de modo que cayó fuera de sí. Y siguiendo a darle le desconchabó una mano y le hizo otras lastimaduras de suerte que ya le suplicaba que por Dios lo dejara con vida.

Mientras Encarnación corrió a refugiarse a la casa del padre don José María Basurto, José María Aguilar, molido a golpes, se levantó como pudo. A la escena llegó don Martín Aranda, primo del maestro y a su pregunta de qué había sucedido le contestó "que había hallado a su mujer con el grandísimo carajo de su primo".

Pero María Encarnación Villanueva no habría de aceptar de ninguna manera que cometía adulterio con el maestro Agustín. Por el contrario, en sus declaraciones afirmó que su comportamiento era por completo inocente, y sólo había ido a aquella casa por la necesidad que tenía de empeñar unas hebillas para mantenerse, ya que el esposo la había dejado hacía días sin medio de sustento:

Habiendo salido dicho Agustín a hacer su diligencia, dejando a la que habla sin medio para mantenerse, por cuyo motivo fue a la casa de Ana María Castañeda, viuda de Pablo (cuyo apellido ignora) a suplicarle fuera a empeñar un par de hebillas de plata a casa del padre don José María Basurto, y no habiéndola hallado entró, y allí estaba el citado maestro, y una cojita llamada Catarina de parte de afuera. Y habiendo oído decir que venía su marido, la deponenta se metió debajo de una cama, de donde la fue a sacar agarrándola de los cabellos. Entonces le suplicó al maestro que la defendiera, lo que hizo éste suplicándole a José María la dejase. Y que le dio una guantada, por lo que el maestro le correspondió con unos puñetazos de tal modo que lo descalabró y le desconcertó una mano, y que viendo la que habla esto se fue a ver al padre don José María Basurto a decirle que su marido había armado un escándalo gravísimo.

La cojita Catarina, india "bastante ladina" y que por ello no necesitó traductor para declarar, respaldó esas aseveraciones. Sólo agregó como detalle dos cosas: que el maestro estaba ahí esperando que le preparan un chocolate para desayunar, y que el hijo del maestro había entrado para avisar que venía don José María no para alertar a la pareja, sino para avisarle al padre en caso de que tuviera aún algo que cobrarle a aquél por sus servicios. Ana María Castañeda, la presunta alcahueta que resultó ser además la nana de José María y estaba ausente cuando sucedieron los hechos, sólo aclaró que Agustín Rivero se encontraba en esa casa para permanecer ahí por ocho días "ínterin se transportaba a la hacienda de Arroyozarco a un acomodo".

Pero en contra de María de la Encarnación hablaba el pasado. Aguilar relató a las autoridades una serie de infidelidades que su mujer había cometido antes, y que él le había perdonado creyendo que podría enmendarse:

Casi desde el principio de nuestro matrimonio, ha correspondido la citada mi mujer a mi amor y buenas advertencias con infidelidad adulterina, pecados y hechos tan públicos que han dado escándalo a los vecinos de los lugares donde hemos vivido y han ofendido a mi honor en los términos más afrentosos.

Habrá cuatro años que estando yo ausente del partido de Aculco (en donde ha sido mi residencia tiempo de diez años), encontré a mi regreso a mi mujer bien golpeada y quebrada la puerta, cuya acción ejecutó la noche anterior un amasio y socio, como consta de las diligencias practicadas en dicho Aculco y remitidas a Xilotepec a pedimento de aquel subdelegado a quien me remito; cuyo agravio por cristiandad y por buenos oficios de dicho subdelegado le remití y condoné, remitiéndome con ella y olvidando la injuria.

Habrá un año estando yo así mismo ausente en mi trabajo, sin fundamento alguno pues tenía por mi orden tiendas abiertas (como haré constar) para abrir mandé lo necesario a expensas de mi trabajo, se extravió con un vinatero de esta tierra según estoy informado, ausentándose en un tiempo de nueve meses, al cabo del cual habiéndola éste largado se apareció en Aculco con sumisión e interponiendo sus mayores respectos con el señor cura vicario, no pudiendo negarme accedí a sus súplicas juzgando cierta la enmienda por lo que no se procedió a proceso en forma.

Ante esta evidencia las autoridades de Aculco dispusieron, tal como solicitaba José María, que se detuviera al maestro Agustín Rivero "con un par de grillos y como hombre extranjero se destierre para que así tenga yo mi vida segura". En efecto, después de estar preso por quince días, Rivero obedeció y se marchó "por la mala nota que daba de su persona y para que por ese medio se evitase disturbio".

Para su esposa, Aguilar exigió darla "en perpetuo depósito, que así lo tiene merecido por las muchas ocasiones que se han practicado diligencias en el juzgado de este mismo tenor". Este "depósito" significaba que la mujer fuera internada en la casa de una familia honorable en tanto se arreglaban sus pleitos o se procedía al divorcio eclesiástico (trámite que no disolvía el vínculo, pero sí ejecutaba la separación de cuerpos y establecía el cese de las obligaciones matrimoniales). El subdelegado de Aculco, atendiendo también esta petición del esposo ofendido, determinó que se depositara a María Encarnación primero provisionalmente en la casa de don José Rivera, comerciante, y después en la de don Miguel Arcaute, donde su esposo la socorrería con lo que adquiriera de su trabajo "para ver si de este modo se reduce a nueva y virtuosa vida, para que siendo satisfecho si así lo verifica trate de proceder a reunirse con ella". Aguilar accedió a darle 6 reales semanarios para su manutención, pero después de cumplir con el pago por dos semanas se ausentó al viajar a Huichapan con su madre para terminar de restablecerse de los golpes que había recibido del amante de su esposa. Según él mismo declaró, le avisó a Arcaute del viaje y le aseguró que si le faltaba alguna cosa a su esposa, se la enviaría.

Cuál no sería su sorpresa cuando, quince días más tarde, el 20 de octubre de 1803 y mientras continuaba en Huichapan, fue llamado a la oficina del escribano público Manuel Peimbert, donde se había presentado su esposa acusándolo de que "la había largado" y abandonado en Aculco. Aseguraba la mujer que, al ver que nada le mandaba su marido, había pedido licencia de buscar un medio para mantenerse. Con autorización del subdelegado, afirmaba, se habia mudado a la casa de su compadre Bruno Millán "a arrimarse", hasta que se acomodó en la casa de don Santiago Legorreta. De ahí había salido para presentarse a las autoridades de Huichapan a exigir justicia.

Aguilar estaba furibundo. Sopechaba que las historias de la mujer eran falsas y que simplemente había huído del depósito, por lo que merecía la cárcel. Más de dos horas gastó el escribano en "persuasión cristana" a fin de reunir al matrimonio (como que no conocía los antecedentes del caso), pero Aguilar se negó rotundamente. Exasperado, dijo que su mujer, "a más de ser una puta, era intolerable su genio, y que por esa razón estaba expuesto hasta a matarlo y que no quería perderse, por lo que suplicaba al juez de esta causa que mejor lo despachara a él a un presidio por delito que no tiene, que no remitirlo a su matrimonio".

Al comprobarse que Encarnación había huido del depósito, fue apresada y mantenida con grillos "para asegurar el que no haga fuga". Pero José María no tuvo mejor suerte y fue también se le aprehendió. No queda clara la razón con la que los jueces reales justificaron la prisión del marido, pero hablando de ellos y quizá otros jueces anteriores, los acusó de haber "patrocinado a los adúlteros por servirla a ella y abochornándome a mí hasta con capturaciones" y que con esos patrocinios "ha tenido dicha mi mujer más libertad y desvergüenza para sus adúlteros excesos, repitiéndolos con diferentes personas, atropellando a su marido y haciendo fuga de mi lado y compañía por un tiempo hasta que a fuerza de mucho trabajo la he encontrado".

El juez de Huichapan, visto que Aguilar se resisitía firmemente a juntarse nuevamente con su esposa, ordenó que las autoridades eclesiásticas señalaran un plazo para que el agraviado presentara formalmente la demanda de divorcio. A principios de enero, se enviaron las diligencias del caso a don Luis Carrillo, cura de Aculco, así como la persona de María de la Encarnación Villanueva (Aguilar había llegado ya con otra conducta). Justificando que en Aculco se carecía "de letrado, defensores y demás" para encargarse de un caso así, el 15 de febrero Carrillo envió los documentos y la mujer al juez provisor general del Arzobispado de México, en la capital del país. Parece broma, pero Encarnación era tan recurrente en sus extravíos, que cuando se le condujo a la Ciudad de México, "con sus conductores anduvo embriagándose y cometiendo excesos", según acusó más tarde su esposo.

Por esos mismos días, Aguilar solicitó finalmente de manera formal el divorcio eclesiástico:

Que se estorben los pecados gravísimos que contra Dios se están cometiendo, que viva con seguridad mi persona, y que se castigue a los reos declarándose el divorcio formal de mi matrimonio, que es el fin al que conspiro con suficientes méritos, para vivir con quietud y lograr la salvación de mi alma.

Pedro José de Fonte (que en 1816 llegaría a ser arzobispo), recibió en la capital a Encarnación. Pero el 21 de febrero la envió de regreso junto con los papeles del caso, comisionando al padre Carrillo para que todo se resolviera en Aculco "hasta ponerla en vía de sentencia". Nuevamente parece broma, pero el conductor Miguel Ramos y su acompañante llegaron al pueblo con las manos vacías: la Villanueva se había fugado al pasar por Arroyozarco.

Hasta mediados de marzo seguía sin ser hallada, pero de los papeles del caso parece desprenderse que en abril María Encarnación había regresado y vivía en la casa de su suegra en Huichapan. Su marido tuvo que ausentarse otra vez por esos días y cuando regresó el 14 de mayo, su madre le informó que 24 días antes su mujer había huído de la casa "y no se supo por dónde".

No se sabe tampoco si alguna vez retornó.

 

(Toda esta historia se puede seguir con detalle en los documentos anexados al libro de Informaciones Matrimoniales de 1712 a 1808 del archivo de la parroquia de San Jerónimo Aculco, marcado con el número 4.)

jueves, 23 de junio de 2022

La visita del arzobispo Aguiar y Seijas a Aculco en 1685

El doctor Francisco de Aguiar y Seijas y Ulloa, natural de Betanzos, en Galicia, fue uno de los más afamados arzobispos de México, cargo que ocupó desde 1682 hasta su muerte en 1698. Fue el fundador del Seminario Conciliar y de diversas obras de beneficencia, como varias escuelas gratuitas para niños pobres, un hospital para enfermas mentales, el colegio de San Miguel de Belén, la Casa de Misericordia y el Hospital de la Magdalena para mujeres de vida licenciosa, y una casa de recogimiento para doncellas pobres. A él se debe también el inicio de la construcción de la antigua Colegiata de Guadalupe. Reconocido por su caridad (que llegó al extremo de entregar su ropa a los mendigos que hallaba desnudos por la calle y a regalar directamente a los menesterosos la cuarta parte de los diezmos episcopales), fue un hombre en extremo ascético, moralista y austero. Buscando transmitir estas virtudes a su feligresía, prohibió las corridas de toros, las peleas de gallos y algunas bebidas alcohólicas como el tepache y el pulque. Con todo, estas prohibiciones fueron poco efectivas, en parte porque el arzobispo era persona "de palabras duras y actos suaves". Por ejemplo, para evitar que se celebrara cierta pelea de gallos no usó su autoridad, sino que compró todas las entradas. Por otra parte, se le ha responsabilizado de que sor Juana Inés de la Cruz abandonara las letras al final de su vida, pero las pruebas de ello son pocas, sino es que inexistentes. Como escribe la historiadora Marie-Cécile Bénassy Berling en su texto "Más sobre la conversión de sor Juana":

De sus relaciones con sor Juana sabemos muy poco a ciencia cierta: primero, el hecho de haber inspirado la venta de sus libros y preseas en favor de los pobres; segundo, otro hecho anterior y menos conocido, que es el permiso de comprar su celda en febrero de 1692. Esto no iba bien con el voto monástico de pobreza. Se necesitaba una dispensa del prelado. El hecho era muy corriente, pero en caso de tener inquina contra sor Juana, D. Francisco hubiera podido aprovechar su posición para dar largas al asunto.

Don Francisco de Aguiar y Seijas era muy activo. De ello es prueba que fue el único arzobispo del siglo XVII que realizó una visita pastoral prácticamente a todas las parroquias de su inmenso territorio, como cuenta Antonio Rubial:

Preocupado por la salud espiritual de todos los fieles que habitaban en el arzobispado, Aguiar fue uno de los pocos prelados que realizó la visita pastoral de la mayor parte del extenso territorio que éste ocupaba. En las épocas de secas y durante tres años, recorrió desde el Atlántico hasta el Pacífico administrando la confirmación, predicando la virtud y fustigando el vicio. En esas visitas se negó a recibir las oblaciones y dádivas que acostumbraban dar los pueblos a los prelados en tales ocasiones [...] En sus visitas, al igual que en las ciudades cabeceras de los obispados que ocupó, Aguiar se mostró como un reformador de la moral pública. Denunció continuamente, pues con ello se rompía con las tradicionales reglas del ordenamiento social, «el notable desorden en los trajes, así por su poca honestidad como por la indistinción con que vestían sedas y telas preciosas y usaban joyas de oro, perlas y plata nobles y plebeyos por igual».

En uno de aquellos viajes, el 10 de mayo de 1685, Aguiar y Seijas llegó hasta Aculco. De su visita quedó constancia en un documento agregado al libro sacramental de bautizos del templo, escrito por don Felipe Deza y Ulloa, notario arzobispal. Aquí transcribo el documento con algunas correcciones de redacción y ortografía que facilitan su lectura, para después comentarles algunas cosas sobre su contenido:

[Libros sacramentales de la parroquia de san Jerónimo, Aculco de Espinosa, Estado de México. Bautismos de hijos legítimos 1679-1787, f. 60 vuelta.]

Auto de visita.

En el pueblo de San Gerónimo Aculco, jurisdicción de Huichapan, sujeto de la doctrina de Xilotepec, a diez días del mes de mayo de mil seiscientos ochenta y cinco años. El ilustrísimo señor doctor don Francisco de Aguiar y Seijas, arzobispo de México, del Consejo de Su Majestad, etc., mi señor, estando entendiendo en la visita de este su arzobispado, habiendo sido recibido en la iglesia de dicho pueblo con repique de campanas y asistencia de la feligresía y cofradías, con cruz alta debajo de palio y vestido con capa el reverendo padre fray Cristóbal de Yncháustegui, presidente de este convento, y de diácono y subdiácono los padres fray Manuel de Chávez, coadjutor, y fray José del Río, religiosos de la orden de san Francisco. Y con asistencia del padre fray Francisco de Trejo, cura ministro de doctrina de Xilotepec, y hechas todas las ceremonias de recibimiento que se acostumbran y disponen por el pontifical y ceremonial, y dado Su Señoría Ilustrísima la bendición episcopal, y leídose el edicto general de visita, y reconiciéndose los libros de bautismos, casamientos, entierros y padrón de esta feligresía sujeta de dicha iglesia, y procedido a hacer algunas diligencias que han parecido convenientes para reconocer si se administran los santos sacramentos con el cuidado y vigilancia conveniente. Y si se enseña predica y explica la doctrina cristiana a los feligreses naturales, y procedido asimismo a la visita del sagrario, pila bautismal, crismeras, aras y altares; y de los ornamentos, custodia, cálices, misales, vasos y demás bienes de sacristía, se manifestaron a Su Señoría Ilustrísima en dicha visita, y visto todo lo demás que se convino. = Dijo: que hacía y hubo por hecha dicha visita y mandaba y mandó se siga la forma de las partidas de los bautismos, casamientos y entierros; y en las partidas de los entierros se añada si testan, en qué día, ante quién, qué persona queda por albacea y quién por herederos, y qué misas dejan, de que se cobre la cuarta arzobispal que toca a Su Señoría Ilustrísima y la entregue al vicario juez eclesiástico a quien está repartido este pueblo y partido, para que el susodicho las remita a la secretaría de cámara gobierno de este arzobispado, de lo cual se le dé noticia; y así mismo se le manifieste el libro de entierros cada que convenga para que tome razón de los albaceazgos para que conforme se vaya cumpliendo el año y día de los albaceas los vaya compeliendo a que den cuenta de los dichos albaceazgos ante el juez de testamentos, capellanías, obras pías de este arzobispado en la Ciudad de México; de que así mismo se dé noticia al juez eclesiástico de este partido. Y si quedase alma heredera, luego se le le dé noticia sin aguardar al año y día de albaceazgo, para que haga luego se proceda a los inventarios y asista a ellos por que no se defrauden los bienes y en el ínterin se dé cuenta al dicho juez de testamentos y capellanías o a Su Señoría Ilustrísima para que se provea lo que convenga. Y que los padres que asisten a los coadjutores en esta dicha feligresía procuren por todos medios se obren pecados públicos, y el que se hagan, vendan y beban tepache, vino pulque y otros vinos que están prohibidos; y el que asistan los feligreses y naturales a la doctrina cristiana, nombrando para ello fiscales en este pueblo como en los demás sujetos a éste para que cuiden dicha doctrina, y especialmente en los pueblos que se hallan retirados de éste, por haberse reconocido la grande distancia que hay de ellos a este; en los cuales se junten y congreguen y se les enseñe y explique la doctrina cristiana y así mismo en éste; y que en yendo el religioso a la misa de visita los reconozca y los cuente para que oigan la dicha misa; y en atención a que en dichos pueblos y en especial en los de Santiago y San Ildefonso hay más de mil feligreses chicos y grandes, Su Señoría Ilustrísima rogaba y encargaba al reverendo padre provincial que fuese de la Provincia del Santo Evangelio del seráfico padre san Francisco de esta Nueva España, asigne religioso lengua que viva y asista en uno de dichos pueblos y que haya en él sagrario. Luego se ponga religioso, lo cual se puede poner en el pueblo de Santiago donde hay iglesia y desde luego en caso necesario, Su Señoría Ilustrísima pide e invoca el auxilio de Su Majestad, a cualesquier justicia de este reino para que lo referido tenga debido efecto por haberse reconocido que los naturales de los dichos pueblos de Santiago no han ocurrido a confirmarse y haberse escusado e informado de no querer oír la misa de su visita ni juntarse a doctrina. Y para que cumplan con su obligación de cristianos, siendo necesario se dé cuenta por el ministro de esta doctrina o por cualquiera de los coadjutores, a la Real Audiencia para que provea del remedio y convenga; y así con dichos naturales como con los demás de esta feligresía, se observe la costumbre en cuanto a la paga de los derechos parroquiales y no ajustándose a ella, observen el arancel de derechos parroquiales de este arzobispado que está mandado guardar y cumplir por la Real Audiencia de la Ciudad de México. Y encargaría Su Señoría Ilustrísima, encargo a los dichos padres coadjutores traten a los dichos naturales con todo amor y caridad, y no permitan que los susodichos den en sus confesiones y comuniones medio real, huevos, pollos, ni otros géneros quitandoles de tan pernicioso abuso que se halla prohibido por edictos de este arzobispado; Y prohibía y prohibió el que en los temascales y baños se bañen juntos hombres y mujeres para que se excusen ofensas a Dios. Y con los españoles, negros, mulatos y mestizos se observe el arancel de este dicho arzobispado sin que se exceda en manera alguna. Y mandaba y Su Señoría Ilustrísima mandó a todos los feligreses y naturales asistan a la doctrina cristiana y su explicación para lo cual se deje un libro. Y desde luego Su Señoría Ilustrísima suspendía y suspendió todas cualesquier cofradías, hermandades y licencias de decir misa en capillas, ermitas y oratorios que no se hayan presentado en la presente visita, para que de ellas no se use hasta que obtengan despacho de Su Señoría Ilustrísima, todo lo cual se cumpla y ejecute precisa y puntualmente por el padre ministro de doctrina y cualquiera de sus coadjutores y los que en adelante fuesen, y por los feligreses y demás personas a quien lo referido toca o tocar puede, en virtud de santa obediencia y pena de excomunión, y con apercibimiento de que no lo haciendo se procederá contra los inobedientes como haya lugar por derecho y así lo proveo mando y firmo.

Francisco, arzobispo de México

Ante mi, Felipe Desa y Ulloa

Notario arzobispal y de visita

 

La iglesia de Aculco era entonces ayuda de parroquia de Jilotepec y tardaría todavía 74 años en ser erigida parroquia por derecho propio. Pertenecía naturalmente al arzobispado de México, pero no lo atendían clérigos seculares, sino frailes franciscanos de la Provincia del Santo Evangelio. En lo civil, el pueblo dependía de la alcaldía mayor de Huichapan, que se había convertido en la cabecera de la antigua Provincia de Jilotepec. Bajo la jurisdicción de la doctrina de Aculco estaban comprendidos no sólo los pueblos que continuan perteneciendo hoy al municipio de Aculco, sino también los que conforman Polotitlán y muchos al sur del municipio de Amealco, entre ellos los de San Ildefonso y Santiago Mezquititlán (que son los mencionados en el documento por hallarse muy alejados del pueblo de Aculco).

Una visita del arzobispo a las poblaciones de sus diócesis tenía en aquella época una serie de objetivos establecidos por el Concilio de Trento: administrar el sacramento de la confirmación, mantener la doctrina cristiana, fomentar las buenas costumbres, exhortar a los fieles a la observancia de luna vida cristiana, y a corregir las faltas de los eclesiásticos. Era, por así decirlo, una “visita de inspección” (obispo significa en griego supervisor) que debía hacerse en teoría cada dos años y por ello se revisaba el templo, su pila bautismal y sagrario, y muy especialmente los libros en que se llevaba registro puntual de nacimientos, matrimonios y entierros. También se revisaba que las cofradías o hermandades estuvieran legalmente fundadas y que los lugares en que se celebraran la misa estuvieran decentemente dispuestos. Todo ello lo vemos expresado en el auto de visita.

Fuera de los asuntos que seguramente eran los mismos en todas las parroquias (como la revisión de los libros sacramentales), el documento permite atisbar algunas particularidades de la visita de Aguiar y Seijas a Aculco. El primero es el número, nombre y cargo de los tres franciscanos que entonces habitaban el convento de Aculco: el sacerdote fray Cristóbal de Yncháustegui, guardián, el diácono fray Manuel de Chávez, coadjutor, y el subdiácono fray José del Río. También destaca el interés del arzobispo para que los pueblos alejados de la cabecera (los ya mencionados de Santiago y San Ildefonso) fueran atendidos por un "fraile lengua" (es decir, hablante de lengua indígena, en este caso otomí) que viviera en ellos. De la descripción de Aculco hecha pocos años después por fray Agustín de Vetancurt en su Crónica de la Provincia del Santo Evangelio se deduce que la orden fue atendida: "En el [pueblo] de Santiago que está más lejos asiste religioso". Con todo, esta lejanía determinaría que años después se incorporara a aquellos pueblos a la parroquia queretana de Amealco.

Curiosas resultan tambien las prohibiciones que señaló Aguiar y Seijas, pues nos hablan de las costumbres de los aculquenses de aquellos años tan lejanos, como la de beber tepache y pulque, o la de bañarse con mezcla de sexos en los temascales.

Pero es interesante asimismo lo que el documento calla de aquella visita. Porque el templo de san Jerónimo se hallaba en plena construcción en esos años y llama la atención que no se hiciera un solo comentario al respecto. A pesar de ello, quizá quedó un recuerdo de la visita de Aguiar en el propio edificio: el arzobispo fue un gran impulsor del culto a Santa Rosa de Lima, canonizada apenas en 1671, y quizá fue eso lo que determinó que se eligiera a esta santa peruana para ocupar un sitio tan destacado como el que tiene en el remate de la fachada de la iglesia.

miércoles, 22 de junio de 2022

Y por fin apareció la medalla de Aculco

Dos veces he escrito en este blog acerca de la medalla que mandó acuñar el virrey Venegas para premiar a los soldados que derrotaron a los insurgentes en Aculco, Guanajuato y Puente de Calderón, y ahora lo hago por tercera ocasión. Tanta insistencia obedece a una razón muy simple: hasta ahora no había logrado conocer una de aquellas medallas, sino solamente una especie de versiones suyas (una bordada y otra elaborada en porcelana esmaltada). La metálica, acuñada, que fue descrita por los historiadores Carlos Maria de Bustamante y Lucas Alamán simplemente no aparecía y los pocos libros de numismática que consulté llegaban incluso al extremo de poner en duda que hubiera existido alguna vez.

Pero, finalmente, la famosa medalla apareció.

Es poco preciso e injusto decirlo de esta manera, que simplemente "apareció". No fue así: Joshue Ramírez, bibliófilo y coleccionista queretano, feliz poseedor de una de esas medallas, me escribió para compartir generosamente fotografías de su ejemplar, así como los datos que había hallado en sus investigaciones. Gracias a ello hoy puedo platicarles un poco más del tema, aunque todavía quedan por resolver algunos enigmas, como verán al final de este texto.

Para empezar, recordemos lo que escribrieron Bustamante y Alamán sobre la medalla y las circunstancias en que se concedió. Escribe Bustamante en su Cuadro histórico de la revolución mexicana (1843):

[Venegas] mandó grabar en la casa del valenciano D. Vicente Felpeyto más de seis mil escudos para soldados y trescientos para oficiales, que se remitieron luego al ejército. Eran una cascarilla de cobre plateado en que se veían dos leones sosteniendo una lápida o tarjeta, y en la que estaba escrito en abreviatura el odioso nombre de Fernando VII, y arriba por orla se leía esta inscripción: Venció en Aculco, Guanajuato y Calderón. He aquí con lo que se engalanaban aquellos menguados parricidas, como pudiera un gran maestre de la orden de San Juan o algún general con el cordón de la Legión de Honor de Napoleón. He aquí por lo que se batían como leones y derramaban sin tasa la sangre de sus hermanos ... ¡Miserables!

Por su parte, Alamán apuntó en su Historia de Méjico (1850):

Por premio de tan espléndida victoria [la de Puente de Calderón] y de las anteriores ganadas por el ejército del centro, el Virrey Venegas concedió a todos los individuos de él, que hubiesen merecido la aprobacion del general y de sus jefes particulares, un escudo de distincion que llevasen al lado izquierdo del pecho, en el que estaba esculpida la cifra de Fernando VII, en una tarjeta que sostenian un leon y un perro, símbolos del valor y de la fidelidad, y en el contorno el lema, Venció en Aculco, Guanajuato y Calderón.

Ahora que podemos ver en fotografía lo que hasta aquí hemos llamado medalla, hay que señalar que es más correcto llamar a este objeto escudo, tal como hicieron los historiadores citados. Esto, debido a que su reverso no está labrado ni fue pensado para portarlo como colgante, sino que cuenta con asas para coserlo a la ropa. Por otra parte, eue Bustamante lo haya calificado de "cascarilla" obedece sin duda a su escaso grosor, también impropio de una medalla de su tamaño. En lo que se refiere a su iconografía, Alamán fue más preciso al señalar que las figuras que sostienen la tarja central en este escudo son las de un león y un perro, y no dos leones como escribió Bustamante. Y lo que el segundo llama "abreviatura del odioso nombre de Fernando VII" y el primero "cifra" del mismo monarca, es como puede observarse, una letra "F" acompañada de un número siete.

La forma del escudo es ovalada y un texto numismático que Joshue me compartió apunta que sus medidas son 70 x 56 milímetros. Con respecto al material, aunque Bustamante afirmó en su Cuadro histórico que era de "cobre plateado", aquel mismo texto indica que existe en tres versiones: oro, plata y bronce. La que podemos ver en las fotografías parece ser esta última. Clasificada como "muy rara" por los pocos ejemplares que se han conservado, una de esas piezas en plata tuvo un precio de salida de $25,000 en una subasta realizada en 2002.

Sobre el autor del escudo, Bustamante afirmó únicamente que se mandó grabar "en la casa del valenciano D. Vicente Felpeyto". Poco es lo que he podido averiguar sobre este personaje, pero los escasos datos permiten construirle una pequeña biografía: Contrario a lo que afirmó Bustamante, no era de Valencia, sino natural de Madrid, donde nació hacia 1774. Poseía en la Ciudad de México una vinatería en la calle de Necatitlán ("vuelta al callejón de la Retama") que en julio de 1819 traspasó por 300 pesos a don Antonio Barreda (1). Se decía "de ejercicio maquinista", expresión que hoy podríamos interpretar como mecánico, constructor de máquinas, aunque podría ser también operador de ellas. Enviudó en mayo de 1823 de su primera esposa, doña Manuela del Río, y poco más de un año después, el 4 de agoto de 1824, contrajo nuevo matrimonio con doña María Guadalupe Mendizábal Subeaux, jovencita de 21 años nacida en la Ciudad de México que no sabía escribir. Vivía por entonces en el número tres de la segunda calle del Relox en la capital (2). Poco disfrutó Felpeyto de este nuevo enlace, pues falleció el 17 de julio de 1828 en la casa número 5 de la misma calle del Relox y recibió sepultura en la iglesia de Santo Domingo (3). Como el escudo no lleva el nombre del autor, no podemos saber si el madrileño únicamente dispuso u operó la maquinaria para fabricarlo, o también participó de alguna manera en su diseño y grabado, cosa que creo bastante improbable.

Al misterio del autor artístico de la medalla se suma otro quizá mayor: las fotografías de los catálogos numismáticos indican que hay otra versión más del escudo, con distinto diseño, que contiene la misma leyenda "venció en Aculco, Guanajuato y Calderón". Contiene también las figuras de un león y perro que sostienen una cartela, pero en ésta se lee "FERD VII" y se observa un pequeño busto del rey que mira a la derecha. A esto se añaden otros elementos como un cetro y una estrella. Elaborada en plata, tiene también el reverso en blanco y sus medidas son ligeramente medores que el otro escudo: 60 x 48 mm. ¿Pertenece acaso este otro escudo a una emisión distinta?, ¿corresponde más bien a la versión para oficiales que mencionó Bustamante? Es difícil saberlo, pero quizá en algún momento podremos resolver también estos nuevos enigmas.

 

NOTAS

 

(1) Archivo General de la Nación, Indiferente Virreinal, caja 2599, exp. 25.

(2) Información matrimonial de don Vicente Felpeito y doña María Guadalupe Mendizábal, julio de 1824. Parroquia del Sagrario Metropolitano, Ciudad de México.

(3) Registro de fallecimiento de don Vicente Felpeito, 17 de julio de 1828. Parroquia del Sagrario Metropolitano, Ciudad de México.

viernes, 17 de junio de 2022

El cura que donó a Aculco su mayor tesoro artístico

El bachiller don Nicolás María de Arroyo (cuyo nombre algunos han escrito equivocadamente como Nicolás Marín de Arroyo) fue un sacerdote del clero secular que ejerció su ministerio en el Arzobispado de México en la segunda mitad del siglo XVIII. En 1759, cuando era juez eclesiástico y teniente de cura en la parroquia de Chapa de Mota, el arzobispo Manuel Rubio y Salinas le encomendó "reconocer el estado de la iglesia de Aculco, pueblos, ranchos y haciendas de su distrito, número de personas, ventas y demás bienes, que han estado a cargo y administraron, con separación de la cabezera Jilotepec, los religiosos observantes de san Francisco, para proceder a la erección de Parroquia" (1). Dos años antes, Rubio y Salinas había confirmado la presencia de una abundante feligresía en Aculco, lo que favorecía su plan de secularizar esa jurisdicción y elevarla a rango parroquia (2). Arroyo cumplió eficazmente con su cometido y la parroquia de Aculco quedó formalmente erigida el 14 de mayo de 1759.

Fue después de ello que don Nicolás recibió una nueva comisión de parte del arzobispo: debía ser él quien se ocupara de recibir el templo de manos de los franciscanos y se encargaría provisionalmente de la nueva parroquia. Así, el 4 de julio de 1759 tomó posesión del cargo de cura interino.

Aunque los habitantes de Aculco estaban acostumbrados a los franciscanos -no en vano habían permanecido en el pueblo por más de 200 años- parece ser que recibieron con agrado al padre Arroyo. Es más, pasados unos meses elevaron una petición al arzobispo para que este sacerdote permaneciera en la parroquia pero ya no solamente como interino, sino elevado a la posición de cura párroco (3). Pero Rubio y Salinas desestimó la petición y decidió que el bachiller don Lorenzo Díaz del Costero se convirtiera en cura propietario, el primero de la parroquia de san Jerónimo Aculco. Arroyo, por su parte, se retiró de Aculco el 9 de marzo de 1761. Moriría muchos años después, hacia 1796 (4).

La presencia de menos de dos años del bachiller Nicolás María de Arroyo en nuestro pueblo habría quizá quedado en el olvido de no ser por un hecho afortunado y muy especial: fue él quien donó a la parroquia el hermosísimo cuadro de la Última Cena (o "el apostolado", como se le llamaba antes) pintado por Miguel Cabrera, que adorna desde entonces su sacristía. Una leyenda inscrita en la parte media baja de esta obra da fe precisamente que fue pintada a devoción del sacerdote. Así fue que el padre Arroyo logró escapar del olvido de los siglos y hoy, más de 260 después, recordamos todavía su generosidad, gracias a la cual Aculco obtuvo el mayor de sus tesoros artísticos.

 

FUENTES:

1. Decreto de erección de la parroquia de Aculco, periódico Aculco, septiembre de 1959, p. 2

2. María Teresa Álvarez Icaza Longoria, “La geografía eclesiástica del arzobispado de México, 1749-1765”, en María del Pilar Martínez López-Cano y Francisco Javier Cervantes Bello (coordinación), La iglesia y sus territorios, siglos XVI-XVIII, México, UNAm, 2020, p. 279-314.

3. María Teresa Álvarez Icaza Longoria, “Los curas en el Arzobispado de México, 1749-1765”, en Felipe Castro Gutiérrez e Isabel M. Povea Moreno (coordinación), Los oficios en las sociedades indianas, México, UNAM, 2020, p. 348.

4. AGN, Indiferente Virreinal, caja 4842, exp. 60.

jueves, 2 de junio de 2022

Cuando la Revolución llegó a Aculco

Contra lo que muchos creen, la Revolución Mexicana parecía en sus primeros días un gran fracaso, debido a la poca respuesta popular que tuvo el llamado a la rebelión. El propio líder del movimiento, Francisco I. Madero, se vio obligado a regresar a territorio estadounidense al hallar sólo a 10 hombres de los 400 que le había ofrecido reclutar su tío Catarino Benavides. Poco a poco, sin embargo, comenzaron a surgir levantamientos en el norte -especialmente en Chihuahua- y en el sur -sobre todo en el estado de Morelos- hasta convertirse en una verdadera revolución capaz de poner en jaque al régimen porfirista. La toma de Ciudad Juárez en mayo de 1911 decidió finalmente el triunfo de la sublevación y orilló al presidente Porfirio Díaz a renunciar. Con todo, aquella primera etapa revolucionaria encabezada por Madero fue muy limitada en su geografía: los habitantes de la mayor parte del país -ya estuvieran a favor de la Revolución o no- atravesaron todo esto como simples espectadores, apartados de los campos de batalla.

Así sucedió precisamente en Aculco, donde a pesar de cierta inclinación maderista no se presentaron actos violentos. La paz continuó bajo el gobierno de Madero -de noviembre de 1911 a febrero de 1913- pese a que otras regiones del país sufrían las rebeliones de Pascual Orozco, Félix Díaz y Emiliano Zapata. Pero cada día era más evidente que el país enfilaba hacia una etapa de violencia generalizada de la que nuestro municipio no podría escapar. Así, en noviembre de 1912 el diario El País publicaba una nota titulada "Por qué Aculco no teme un asalto", que explicaba las razones de sus habitantes para sentirse seguros, pero que dejaba en claro también que se estaban preparando para enfrentar las incursiones revolucionarias:

Por qué Aculco no teme un asalto

Nos encontramos ayer con un vecino de Aculco, Estado de Méjico (sic), y le preguntamos noticias sobre la situación de su distrito. Nos manifestó que por aquellos rumbos los zapatistas no se atreven a merodear por estar cerca de Aculco la hacienda de Arroyo Zarco, propiedad de la familia del señor Madero, que se encuentra convertida en una verdadera fortaleza que cuenta con cañones, ametralladoras y numerosa guarnición bien armada y municionada. Nos aseguró nuestro entrevistado que el distrito de Aculco es un verdadero oasis de paz y seguridad en el Estado, que ha sido tan probado y sigue siendo por las hordas zapatistas que lo han invadido.

Los zapatistas en efecto no osaban adentrarse entonces por Aculco, llegando en sus avances únicamente hasta los alrededores de Toluca. Pero la situación cambió radicalmente cuatro meses después: el presidente Francisco I. Madero sufrió un golpe de Estado y fue asesinado por los traidores. En consecuencia, una nueva y poderosa rebelión se originó en Coahuila y comenzó su inexorable avance hacia el centro del país con el fin de derrocar al usurpador Victoriano Huerta y reestablecer la vigencia de la Constitución.

En la Ciudad de México, el Congreso mostraba también alguna oposición al presidente espurio. Se descubrió, por ejemplo, que cuatro legisladores conspiraban activamente contra su gobierno. La historia conservó el nombre de dos de ellos, Silvestre Raya e Isidro Saavedra, pero también el de quien, ajeno a la cámara, aparecía como animador del grupo: el aculquense José Riverón Mondragón (de quien ya he hablado antes en este blog). Al parecer, el depósito de carbón que poseía Riverón en la calle de Vidal Alcocer en el barrio de la Merced de la capital del país era el centro de la conspiración, en la que participaban también Rafael Cerón, dos gendarmes desertores y un agente de la policía reservada.

Riverón, en efecto, se levantó en armas en Acambay el 16 de junio de 1913 al frente de unos 16 a 20 hombres. Entre ellos estaban, según diversas informaciones, su pariente Ezequiel Riverón, los acambayenses Camerino Arcos y Alfonso Navarrete, así como el español Agustín del Río, su segundo al mando. Llevaban además como rehén a Jesús Carrero, a cuyo padre pretendían exigir rescate. El grupo rebelde se dirigió enseguida a Aculco, pueblo que tomó sin resistencia, apropiándose de las armas de que disponía la autoridad así como de caballos, arreos y armas de particulares (la tradición oral asegura que uno de los afectados fue el administrador de Arroyozarco, don Juan Lara Alva, a quien robaron su caballo ensillado). A las pocas horas, esa partida de revolucionarios -la primera que veían pasar los aculquenses- abandonó el lugar para retornar a su cuartel de Acambay, cuando se les informó que el subteniente Emeterio López y sus hombres iban en persecución suya.

El destacamento militar de Jilotepec llegó más tarde a Aculco. No hallaron por supuesto a los revolucionarios, pero sí a quienes habían colaborado con ellos: Magdaleno Mondragón Buenavista (primo de José Riverón), Ignacio E. Vizcarra y Leonardo Ocampo. Magdaleno fue acusado de señalar a Riverón las casas donde vivían personas de cierta posibilidad económica, a quienes podía exigirles dinero y caballos. Enviado prisionero al territorio de Quintana Roo, sólo sería liberado con el triunfo del constitucionalismo en 1914.

Así fue como la violencia revolucionaria llegó a Aculco. En los años siguientes, el municipio sufriría muchos más episodios como este, entre ellos el asalto a las haciendas de Arroyozarco y Ñadó, el fusilamiento y ahorcamiento de peones de esta última finca en la Plaza Juárez, la destrucción de algunos ornamentos de la iglesia por una partida rebelde, etcétera. La paz sólo regresaría con la consolidación del Estado revolucionario a partir de la creación del Partido Nacionalista Revolucionario (antecesor del PRI) en 1929.

 

FUENTES

"Por qué Aculco no teme un asalto", El País, martes 12 de noviembre de 1912, p. 8.

El independiente, jueves 19 de junio de 1913, p. 5

"Salen fuerzas competentes para Zamora", El País, sábado 21 de junio de 1913, p.2

José Ángel Aguilar, La Revolución en el Estado de México, México, INEHRM, vol. II, p. 120.