El bachiller don Nicolás María de Arroyo (cuyo nombre algunos han escrito equivocadamente como Nicolás Marín de Arroyo) fue un sacerdote del clero secular que ejerció su ministerio en el Arzobispado de México en la segunda mitad del siglo XVIII. En 1759, cuando era juez eclesiástico y teniente de cura en la parroquia de Chapa de Mota, el arzobispo Manuel Rubio y Salinas le encomendó "reconocer el estado de la iglesia de Aculco, pueblos, ranchos y haciendas de su distrito, número de personas, ventas y demás bienes, que han estado a cargo y administraron, con separación de la cabezera Jilotepec, los religiosos observantes de san Francisco, para proceder a la erección de Parroquia" (1). Dos años antes, Rubio y Salinas había confirmado la presencia de una abundante feligresía en Aculco, lo que favorecía su plan de secularizar esa jurisdicción y elevarla a rango parroquia (2). Arroyo cumplió eficazmente con su cometido y la parroquia de Aculco quedó formalmente erigida el 14 de mayo de 1759.
Fue después de ello que don Nicolás recibió una nueva comisión de parte del arzobispo: debía ser él quien se ocupara de recibir el templo de manos de los franciscanos y se encargaría provisionalmente de la nueva parroquia. Así, el 4 de julio de 1759 tomó posesión del cargo de cura interino.
Aunque los habitantes de Aculco estaban acostumbrados a los franciscanos -no en vano habían permanecido en el pueblo por más de 200 años- parece ser que recibieron con agrado al padre Arroyo. Es más, pasados unos meses elevaron una petición al arzobispo para que este sacerdote permaneciera en la parroquia pero ya no solamente como interino, sino elevado a la posición de cura párroco (3). Pero Rubio y Salinas desestimó la petición y decidió que el bachiller don Lorenzo Díaz del Costero se convirtiera en cura propietario, el primero de la parroquia de san Jerónimo Aculco. Arroyo, por su parte, se retiró de Aculco el 9 de marzo de 1761. Moriría muchos años después, hacia 1796 (4).
La presencia de menos de dos años del bachiller Nicolás María de Arroyo en nuestro pueblo habría quizá quedado en el olvido de no ser por un hecho afortunado y muy especial: fue él quien donó a la parroquia el hermosísimo cuadro de la Última Cena (o "el apostolado", como se le llamaba antes) pintado por Miguel Cabrera, que adorna desde entonces su sacristía. Una leyenda inscrita en la parte media baja de esta obra da fe precisamente que fue pintada a devoción del sacerdote. Así fue que el padre Arroyo logró escapar del olvido de los siglos y hoy, más de 260 después, recordamos todavía su generosidad, gracias a la cual Aculco obtuvo el mayor de sus tesoros artísticos.
FUENTES:
1. Decreto de erección de la parroquia de Aculco, periódico Aculco, septiembre de 1959, p. 2
2. María Teresa Álvarez Icaza Longoria, “La geografía eclesiástica del arzobispado de México, 1749-1765”, en María del Pilar Martínez López-Cano y Francisco Javier Cervantes Bello (coordinación), La iglesia y sus territorios, siglos XVI-XVIII, México, UNAm, 2020, p. 279-314.
3. María Teresa Álvarez Icaza Longoria, “Los curas en el Arzobispado de México, 1749-1765”, en Felipe Castro Gutiérrez e Isabel M. Povea Moreno (coordinación), Los oficios en las sociedades indianas, México, UNAM, 2020, p. 348.
4. AGN, Indiferente Virreinal, caja 4842, exp. 60.
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