El presbítero Anastasio José Rodríguez de León ocupó a principios del siglo XIX la plaza de capellán del Palacio Virreinal de la Ciudad de México y fue también cura castrense de los militares inválidos. Pero su nombre se recuerda más como el de un infatigable versificador que componía poemas para todas las ocasiones solemnes de la vida política de la Nueva España y luego los daba a la imprenta en hojas sueltas que circulaban mucho entre la población. En realidad, como señaló el crítico José Mariano Beristáin y Souza en la Biblioteca Hispano-Americana Septentrional (1816-1821), su obra es bastante mediocre: "Este eclesiástico laborioso, eficaz y muy dado al culto de Dios y sus santos, ha acreditado en sus versos más la sencillez y limpieza de sus afectos que el arte, las gracias y las bellezas de las musas".
Al iniciar la Guerra de Independencia, Rodríguez abordó naturalmente los sucesos del momento desde su punto de vista de lealtad hacia el gobierno virreinal y radicalmente opuesto a la insurgencia". Así, publicó el folleto En elogio de las dos gloriosas acciones con que han acreditado su pericia militar, reputación y buen nombre los señores Don Torquato Truxillo y Don Félix Calleja. En los ataques que animosos dieron a la quadrilla de insurgentes, el primero en el Monte de las Cruces, el 30 de octubre del presenta año de 1810, y el segundo la mañana del 7 de noviembre siguiente en el campo de San Gerónimo Aculco. Aunque el poema no es tan extenso como parece anunciar un título tan largo, copio aquí únicamente la parte que se refiere a la Batalla de Aculco:
 Ved a un..., ¿pero qué es esto..? ¿Qué rumores
a distancia de seno tan copado
saben cortar el hilo del suceso
que se iba de la pluma derramando?
¡Del nebuloso embrión se ocupa toda
La faz del Éter, por Arroyo Zarco,
y a la voz de los truenos que se escuchan
se estremece del viento aquel espacio!
Queden por tanto aquí las expresiones
que estaba la tragedia detallando,
y el paso dirijamos hacia Aculco,
camino de Toluca, a cuyo campo,
según lo indican con ruidoso estruendo
de bélico armamento los presagios,
desde luego ha llegado el gran Calleja,
con un trozo de ejército a su mando.
¡Así ha sido! ¿Más cuál es la resulta
del ataque que da sin embarazo
al convoy insurgente..? ¿Cuál..? Que al punto
en que fue de los nuestros avistado,
da principio el combate a sangre y fuego,
y al poco tiempo de él, el vil contrario
su derrota prevee, con que del sitio
los cuatro cabecillas se escaparon
con pérdida de pólvora, cañones,
fusilería bastante y otros varios
muebles de su equipaje y armamento,
en testimonio de ir precipitados,
quedan muertos muchos de los suyos,
y algunos prisioneros, porque veamos
que del cielo benigno, en lid como ésta,
el socorro nos vino, y el amparo.
¡Oh, si su influjo continué (sic) propicio
hacia el jefe animoso, que empeñado
a los prófugos sigue, con protesta
de no perder instante hasta encontrarlos!
Y aunque ocupar merece la dulzura
de los cisnes canoros en su aplauso,
le suplico que acepte el desaliño
de los metros incultos con que acabo:
No a la espada del Cid vanaglorioso
se dediquen los triunfos por entero.
Que en el señor Calleja lo famoso
es consecuencia fiel de los guerrero,
pues demuestra campeón tan victorioso
que para derrotar su limpio acero
turbas odiosas de insurgente saña,
jamás la sombra del temor lo empaña.
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