Hacia 1890, cuando el régimen porfiriano estaba consolidado, la seguridad de los caminos y en campo se había restablecido gracias a la presencia de la Policía Rural -conocidos por todos simplemente como los "Rurales"-, cuerpo al que desde su creación en tiempos del gobierno de Benito Juárez se le había concedido la facultad de ejecutar sumariamente y sin juicio a cualquier salteador capturado en flagrante delito. Pese a ello, justo en aquel año comenzaron a aparecer en los periódicos de la capital del país noticias alarmantes que señalaban la presencia de un grupo de bandoleros, al que se le bautizó como la "gavilla" o la "cuadrilla" de Encinillas por ser esta ranchería, situada en los límites entre los municipios de Aculco y Polotitlán, el centro de sus actividades delictivas.
Así, el 11 de febrero de 1890, en la primera plana de El Diario del Hogar se publicó una nota acerca de cierto "Asesinato frustrado", que tenía que ver con uno de los personajes más influyentes de la región en esa época, don Macario Pérez Sr.:
(1)Asesinato frustrado
-Excitativa a las autoridades del Estado de México-
Hay en Encinillas, población del municipio de Polotitlán, Estado de México, un individuo llamado Manuel Romero, contra cuya conducta protestarán los vecinos por ver amagadas así su tranquilidad como las garantías que merecen ver aseguradas todos los hombres de bien que sólo aspiran a vivir tranquilos en sus labores.
El deseo de disfrutar de esas garantías es el que hace alzar la voz contra la existencia en dicha población del individuo citado, quien tuvo una cuestión judicial con una familia, en la que el fallo no fue favorable a Romero, por no asistirle razón ni justicia.
Esto enojó a Romero, quien buscó la venganza. Poco después resultó incendiada la casa de aquella familia.
El sr. Macario Pérez, avecindado en Aculco, donde posee algunas propiedades, es persona cuya reputación es generalmente reconocida, y bien conocidos sus antecedentes, pues el Estado todo conoce a dicho señor y lo ha juzgado. El día 12 del próximo pasado enero, en la noche, hallándose el sr. Pérez en su residencia de San Rafael, rancho de su propiedad, acercóse a su casa inesperadamente un grupo de ocho individuos.
Inquiridos por el sr. Pérez sobre visita tan inesperada, fue uno de ellos presentado de entre el grupo a Cándido Calleja, dependiente del sr. Pérez, diciendo que lo presentaba acusándolo de haber lastimado un caballo de Romero que se hallaba haciendo daño en terrenos de San Rafael.
Parece que esto no fue más que un pretexto para introducirse en la casa, y cerciorado el sr. Pérez de la verdad de las cosas, procuró que cada quien quedara en su lugar, y dada por terminada la entrevista, los visitantes se retiraron y todo quedaba al parecer en calma.
Esto, no obstante, el sr. Pérez, temiendo alguna celada, quiso dejar las cosas en su lugar, y al efecto se dirigió a casa del sr. Romero, a fin de cerciorarse si en efecto el caballo estaba lastimado.
Se le dijo que el mal lo tenía el caballo en una pata, y al inclinarse el sr. Pérez a reconocer al animal, oyó un disparo tras de sí; se puso en pie y vio a un hombre que le apuntaba a boca de jarro con una pistola, el cual de inmediato hizo fuego disparándole tres tiros, de los cuales uno le tocó la oreja izquierda y los otros dos le atravesaron la ropa rozando el costado izquierdo.
Dominando el sr. Pérez aquella situación de un solo golpe de vista, se arrojó a luchar a brazo partido y cuerpo a cuerpo con el asesino, al que derribó por tierra desarmándolo, mientras el desarmado gritaba "¡Quítenmelo, que me mata!" Y muy bien que pudo el sr. Pérez darle muerte inmediata; pero no fue así; noble siempre y siempre todo un hombre, perdonó la vida al asesino, dejándolo en libertad para que se uniera con sus demás compañeros.
Aquí terminó el incidente. El sr. Pérez como tenía que ser, informó a la autoridad superior de lo acontecido, quedando bajo la acción de la justicia la averiguación y persecución del responsable de ese delito.
Esto coincide con la ausencia de Romero de dicha población. Nos permitimos recomendar muy especialmente a las dignas cuanto honorables autoridades superiores del Estado de México, no omitan fijar su atención en el acontecimiento a que hemos hecho referencia, esperando que con su reconocida rectitud y energía, pongan coto a los desmanes de la canalla que infesta a Encinillas, dando a los hombres honrados y laboriosos, como el Sr. Pérez, las garantías consiguientes, evitándoles que tengan que hacerse justicia por su mano.
Otros periódicos de la ciudad de México hicieron eco de aquella noticia: el 15 de febrero, el periódico católico El Tiempo publicó una nota en la que resumía el suceso, añadiendo que el agresor estaba ya en manos de la justicia:
Intentona.- Refiere el Diario del Hogar que el 12 del pasado, el Sr. Macario Pérez, vecino de Aculco (Estado de México) estuvo a punto de ser asesinado por unos individuos que, valiéndose del pretexto de la reclamación de un caballo herido, se introdujeron a la casa del Sr. Pérez no siendo en realidad sino con el fin de prepararle una celada infame. Parece que en los momentos de estar reconociendo el caballo del Sr. Pérez, uno de los asaltantes le disparó a quemarropa varios tiros de una pistola; pero con tan mala puntería, que sólo una bala vino a herirlo ligeramente en una oreja. La policía, que ha aprehendido al infame agresor, ya aclarará los hechos. (2)
Por su parte, el periódico de la comunidad metodista de México (a la que pertencía don Macario), llamado El Abogado Cristiano Ilustrado, publicó en su sección "Crónica religiosa" un texto que decía:
El Sr. Macario Pérez, buen amigo y hermano nuestro que residió por muchos años en Arroyozarco, estuvo a punto de ser proditoria y alevosamente asesinado por unos facinerosos de San Rafael, rancho de su propiedad, el día 12 del próximo pasado enero. Sentimos el lance y nos alegramos que ninguna de las heridas que recibió el Sr. Pérez reviste gravedad alguna. Que Dios conserve su vida y castigue a los culpables (3).
A pesar de los buenos deseos y de la noticia de la aprehensión del atacante, las agresiones, según publicó la prensa, no se detuvieron allí: el 21 de mayo de 1890 El Diario del Hogar dio cuenta del asesinato del administrador de los ranchos de don Macario Pérez:
Un asesinato alevoso
El 13 del corriente fue asesinado de la manera más vil e inicua el administrador y encargado de la hacienda de Cofradía y rancho de San Rafael, perteneciente a la Municipalidad de Polotitlán, Distrito de Jilotepec, en el Estado de México. Los asesinos pertenecen a una conocida familia de la Ranchería de Encinillas, y no parece sino que se han propuesto ser el azote de aquellos rumbos, pues ni perdonan medio de saciar su sed de sangre y exterminio, al grado de que las familias empiezan a emigrar, buscando en otra población la garantías que pongan a salvo su vida e intereses.
Como consecuencia del último crimen queda una familia en la miseria, y unos huérfanos abandonados, esperando correr también la suerte de su infeliz padre.
Nos permitimos excitar, una vez más, al Gobernador del Estado de México, a fin de que las autoridades del Distrito de Jilotepec, cumpla con sus deberes, aplicando a los delincuentes todo el rigor de la ley.
Se nos ofrecen mayores informes, por lo cual más adelante, volveremos a tratar este asunto; agregando que ya el Sr. Gobernador tiene conocimiento de este escandaloso suceso y que a los quejosos ha ofrecido proceder en la órbita de sus facultades con toda la energía y actividad que los caracterizan.
Tendremos al tanto a nuestros lectores de lo que sobre el particular ocurra. (4)
Sin embargo, hay evidencias de que esta muerte pudo no haberse dado exactamente en esos términos. De hecho, la partida de defunción del supuesto administrador, Jesús Romero Almaraz, parece contradecir varios puntos de la noticia anterior. El compareciente, Federico Romero, labrador de 24 años, originario y vecino de Encinillas, testificó:
... el martes trece del corriente como a las ocho de la mañana en una riña que tuvo lugar en aquella Ranchería fue muerto por mano homicida su hermano Jesús Romero Almaraz, no indígena casado que fue civil, zapatero y de 38 años de edad del mismo origen y vecindad del compareciente, quedando viuda la señora Guadalupe Romero, no indígena y de 24 años de edad, originaria de Nopala y residente en la misma Ranchería de Encinillas... (5)
Así, su muerte no parece haberse debido a un ataque, sino sólo a una riña. No se trataba además del administrador de don Macario, sino de un zapatero. Y, para remate, su esposa y él tenían el mismo apellido Romero de los presuntos atacantes(que hasta aquí el diario no menciona, pero lo haría en los meses siguientes). ¿Podría tratarse más bien de una venganza familiar (recordemos que don Macario estaba también relacionado familiarmente con esa familia: sus hijos Manuel y Sara los había tenido con doña Velina Romero, y a Macario con doña Rosaura Romero), o por lo menos personal en curso que de agresiones de un verdadero grupo de bandoleros? Muy probablemente sí.
El 19 de agosto de 1890, El Diario del Hogar volvió sobre el asunto. Fue entonces cuando se atrevió incluso a bautizar al real o imaginario grupo delictivo como "La gavilla de Encinillas":
La gavilla de Encinillas
En enero y mayo de este año ocurrieron, y de ello hicimos mención, ataques en las personas de los Sres. D. Macario Pérez, hacendado del Estado de México y su administrador D. Jesús Romero respectivamente.
La agresión de este último le produjo la muerte; fue un asesinato proditorio, ambos hechos llevados a término por un grupo de foragidos [sic] vecinos de Encinillas, apellidados Romero, que han venido siendo un amago para las personas y los intereses.
De esos hechos ha dado cuenta la prensa excitando a las autoridades del Estado de México a cortar de raíz el mal. El resultado de tales excitativas fue que el Sr. Gobernador Villada tomara providencias, que por desgracia no han sido eficazmente secundadas por las autoridades de Jilotepec y especialmente por la de Encinillas.
Prueba de ello es que los Romero y sus compañeros no cesan en sus ataques emprendidos contra los intereses y servidores del Sr. Pérez.
Al asesinato del [...] administrador Jesús Romero, hay que agregar un hecho que acaba de pasar y es el siguiente:
Marchando por el camino real junto a la ranchería de Encinillas, el encargado del Tinacal de San Rafael, de nombre Magín Romero, fue insultado por un vecino de Jilotepec Florencio Yera, perteneciente al grupo de los Romero; este individuo insultó y provocó a una riña al encargado del Tinacal; pero éste, apercibiéndose de que al lugar en que se hallaban se aproximaba el grupo de aquellos bandoleros de Encinillas y recordando la suerte del administrador asesinado por los mismos, se retiró.
Dio parte al Juez de Encinillas, pero éste en lugar de conjurar el peligro, se agrupó al insultador Yera y sus colegas los Romero, y se dirigieron a embriagar, haciendo aquel Juez alarde de amistad con éstos.
Semejante conducta de esta autoridad ha envalentonado a esos individuos constituidos en un verdadero peligro para la gente honrada, al grado de que en el distrito de Jilotepec no se vive con tranquilidad.
En ese concepto, debemos llamar la atención del Sr. Gobernador del Estado de México a fin de que, con energía, ordene la persecución de esos individuos y que las autoridades secunden sus acuerdos encaminados a dar garantías a los gobernados.
Por otra parte, debemos llamar la atención del Inspector de Rurales acerca del deficiente servicio que presta el destacamento situado en Arroyozarco, así en el reciente caso que referimos como en los anteriores acaecidos, pues poca o ninguna ayuda han prestado, como no contribuye en general a poner a raya a los malhechores tantas veces citados y cuyo centro es Encinillas.
Muy probablemente al tomarse nota de estos datos, nos informará la Gaceta del Estado de México de las medidas que dicte el Sr. Villada: quedamos pues, esperando esa noticia. (6)
Esta narración me convence aún más de que tal gavilla no existía. No se trataba de ladrones que atacaran indiscriminadamente a la población, sino de un grupo específicamente antagónico a Macario Pérez. Incluso la manera de buscar el enfrentamiento con los empleados de éste no parece el de delincuentes gratuitos. Aun la falta de acción de los rurales de Arroyozarco mueve a preguntarse si en realidad existía una razón para que ellos actuaran y no la autoridad común. Fue el comentario sobre el "deficiente servicio" de los rurales en la nota anterior lo que movió a una respuesta precisamente en ese sentido por parte del Inspector de Fuerzas Rurales, Francisco M. Ramírez:
Sobre la cuadrilla de Encinillas
Carta del Inspector de Fuerzas Rurales
Oficina, agosto 19 de 1890.- Señor Director del Diario del Hogar.- Presente.
Muy señor mío:
[...]
A reserva de lo que el periódico oficial del Estado de México diga, respecto a la existencia de esa gavilla, de que el que suscribe no tiene conocimiento alguno, creo de mi deber manifestar a vd. que, en ningún caso, puede la policía rural obrar en oposición a las autoridades locales, ya del orden político, ya del judicial, y, del caso de que se habla, de la riña a que provocaba un vecino de Jilotepec al encargado del tinacal de San Rafael, tomó conocimiento el juez de Encinillas y no se dice que los quejosos recurrieran al auxilio de la fuerza rural, que, seguramente, lo habría prestado, como lo presta en todos los casos en que se le pide.
Por otra parte, sabedor el que suscribe de que, por cuestiones que no es el caso señalar aquí, el Sr. Macario Pérez, el hacendado de que el articulista habla, o sus dependientes pudieran ser agredidos, he dado al primero, a fines del año próximo pasado o principios del presente, una carta para que el encargado del destacamento de Arroyozarco, una carta en la que prevenía a este jefe que le prestase los auxilios que necesitara, única cosa que él solicitó de mí y que era lo que estaba en mis facultades otorgar; pues las fuerzas de la federación no pueden intervenir en los detalles de la administración interior de los Estados.
Por causas muy locales no es raro que se formen grupos, en las poblaciones pequeñas, para hostilizar a determinadas personas o a determinados intereses y, acaso, a este móvil haya obedecido la formación del grupo, si es que existe, de los Romeró [...]; pero, mientras estos no recurran a las vías de hecho, las fuerzas rurales no pueden proceder contra ellos, como, acaso, podría proceder la autoridad judicial [...].
Desde el momento en el que proveí a dicho Sr. Pérez del documento de que he hablado, a él tocaba, como a interesado, graduar la oportunidad del momento y la gravedad del peligro que podría ocurrir para solicitar el auxilio de la fuerza rural, y si así no lo ha hecho, seguramente que de ello no es responsable ni esta Inspección ni el destacamento de Arroyozarco, que, como todos los de rurales, está listo para hacer el servicio que se le ordena [...]. (7)
Unos cuantos días después El Diario del Hogar regresó por última vez al asunto. Pero entonces el tono de alarma había disminuido notoriamente, había cesado en su cuestionamiento a la autoridad (excepto al juez de Encinillas) y aceptaba que no existía tal "cuadrilla de Romero". Incluso parecía darse por satisfecho con la aprehensión de sólo dos de los antes llamados "forajidos":
(7)La seguridad en Jilotepec
La Gaceta del Estado de México, después de reproducir nuestro escrito referente a una agresión frustrada con el encargado del Tinacal de San Rafael por un compañero de los Romero, familia pendenciar y peligrosa radicada en Encinillas, del Distrito de Jilotepec, nos ha informado que en aquella Ranchería no existe cuadrilla alguna de bandoleros, que hay absoluta seguridad y por parte de las autoridades empeño en conservar el orden.
No nos sorprende esto último, cuando los primeros hemos reconocido el empeño del Sr. Gobernador Villada y principales funcionarios del Estado porque en él se disfrute de garantías; precisamente por eso nos pareció desusada la lenidad del Juez de Encinillas en el último suceso, motivo de estas líneas.
Ahora bien, nadie ha asegurado que existe la cuadrilla de Romero recorriendo cierta zona en armas; lo que aseguramos fue que radicada esa peligrosa familia en Encinillas, constituye un amago para la gente honrada y que por ello urge tenerla a raya. A ese fin excitamos a las autoridades del Estado de México y al Jefe de la Fuerza Rural de Arroyozarco, cuyo Comandante radicado en San Juan del Río a lo que parece ha sentídose molesto porque dijimos que era deficiente la vigilancia de aquella sección.
Afortunadamente el empeño de las autoridades de Jilotepec ha estado ya a la altura de los primeros funcionarios del Estado y así podemos ahora anunciar que dos de los autores del proditorio homicidio perpetrado en la persona del Administrador de una de las haciendas del Sr. D. Macario Pérez y cuyos reos son miembros de la familia Romero, de Encinillas, han sido reducidos a prisión y en breve se les sentenciará. Esto es ya un motivo de tranquilidad, que adjudica un encomio a esas autoridades y una excitativa para que persistan en la tarea de imponer orden a los que pretendan reincidir en sus fechorías.
Hasta aquí, si bien parece haber quedado claro que se trataba simplemente de venganzas locales y no del surgimiento de una auténtica banda armada como en algún momento supusieron los diarios capitalinos (seguramente por influencia del propio Macario Pérez), sólo hemos escuchado las voces que acusaban a los Romero. Pero esta familia tenía su versión de los hechos, misma que publicaron en julio de 1890 en un folleto titulado Proceso de don Macario Pérez ante el tribunal de los hombres honrados (9). En este documento, firmado por José Romero (hermano de Manuel, todavía entonces prófugo), y por el abogado Lic. M. Mejía, se afirma de Pérez que "su vida entera es una larga cadena de asesinatos, plagios estupros, raptos y otros excesos; pero ¿quién se atreve a quejarse de ellos, a denunciarlos a la justicia, a declarar contra el culpable, a ministrar todas las pruebas del delito, cuando vemos la impunidad de que viene gozando desde hace muchos años, unas veces porque las autoridades del Distrito son sus compadres, otras porque le temen y otras por el singular y extraño fenómeno de ver las cosas al revés de como el mundo las ve, tomando por criminales a los ofendidos y por agraviados a los mismos ofensores?". En efecto, la narración de los hechos del 12 de enero de ese año es distinta en términos de culpabilidad a la publicada en los diarios:
Manuel Romero se quejó la tarde de aquel día al Juez auxiliar de la ranchería de Encinillas, de que Cándido Callejas, dependiente de Pérez, le había lastimado un caballo con actos de bárbara crueldad. El Juez hizo comparecer a su presencia a aquel sujeto, y pasada la averiguación puramente verbal relativa al caso, en la que ambas partes convinieron pasarse al siguiente día ante las autoridades de la cabecera, determinó acompañarlo hasta la casa de su amo, la que por pura malicia había dejado sola y abierta, para hacer constar que nada se había extraviado de ella. El respeto y atenciones que ciertos reyezuelos de aldea se hacen tributar de los sencillos labradores movieron al Señor Juez auxiliar a dar a Pérez, que se encontraba ya en su finca, una especie de satisfacción por el llamado de Callejas. Pérez recibió esa satisfacción con su acostumbrada altanería; afeó y censuró la conducta, demasiado prudente y justificada de la autoridad, y dándose por ofendido con los procedimientos empleados con su dependiente, descubrió su mala voluntad hacia mi hermano Manuel, a quien viene persiguiendo de algún tiempo a esta parte, como se verá después, con un odio implacable.
Retirada la autoridad y llegadas las altas horas de la noche [...] Macario Pérez, a caballo y armado, se dirige resueltamente a mi casa en compañía de su cómplice Cándido Callejas; llaman al zaguán que por la sorpresa se les abre irreflexivamente; echa pie a tierra don Macario y penetra al interior del patio sin ser invitado a entrar por ninguna persona de la casa. Como disimulara sus criminales intentos fingiendo y manifestando deseos de ver el caballo lastimado, creyendo yo en la sinceridad de sus intenciones aunque me preocupaba lo inoportuno de tales reconocimientos, vuelvo a las piezas interiores por una linterna, diríjome a mi regreso delante de él hacia la caballeriza creyendo que me seguiría don Macario; pero me sorprende de repente una detonación y luego otra que me deja azorado. Vuelvo la cara hacia atrás y aunque la lámpara apagádose descubro a don Macario y a Manuel rodando por los suelos empeñados en lucha terrible. Corro hacia ellos para apaciguarlos, y entre tanto procuro yo separarlos se acerca Callejas para prestar auxilio a la agresión de su amo; y sin duda habría dado muerte a Manuel si yo no lo hubiera detenido, o él no hubiera temido herir a don Macario que cubría con su cuerpo el de Manuel. Cuando éste siente la presencia de otro enemigo que le arrebató de la mano izquierda su pistola, pues con la otra sujetaba la de Pérez, , hace un esfuerzo supremo, se desprende de Macario, párase violentamente, se arroja sobre Callejas, le arrebata una pistola y echa a correr para salvar su vida ante un peligro inminentísimo. Todavía Pérez le sigue a balazos, pero las sombras de la noche lo protegen [...].
¿Qué pasó entre aquel hombre y mi hermano en el momento de las detonaciones? Sólo Dios y ellos lo deben saber bien, porque nadie presenció el encuentro: ni el mismo Callejas, por impedírselo la oscuridad de la noche. Pero según Manuel, de cuya veracidad no puedo dudar, al oír el tropel de los caballos a horas tan avanzadas en el zaguán de la casa, sospechó que algún peligro amenazaba a la familia y mientras yo salía ver qué sucedía [...] él buscaba una pistola vieja que en la casa tenía. Habiéndola encontrado se dirigió también al patio, pero al ser descubierto por Pérez, que parecía estar esperándolo, éste le disparó un tiro y luego otro. Manuel también disparó sobre él, pero como no dio fuego su pistola tuvo que arrojarse sobre su adversario y emprender con él una lucha muy desventajosa, por cierto, para desarmarlo.
¿Quién sería, pues, el ofensor y quién el ofendido? A 124 años de distancia de aquellos enfrentamientos, resulta muy difícil averiguar quién tenía razón en la disputa. Es claro que don Macario Pérez tenía bastantes enemigos, producto de su carácter y actos personales, así como de sus creencias religiosas protestantes, pero seguramente también a causa de sus decisiones como administrador de la hacienda de Arroyozarco (puesto que en 1890 ya había abandonado), y todo ello le pudo haber acarreado un ataque como el que describió. Pero también resulta evidente que don Macario no era ninguna "hermana de la caridad", que tenía gran influencia sobre las autoridades así como los editores de El Diario del Hogar y bien pudo ser que los sucesos acaecieran tal como los relató Romero. En todo caso, estos hechos nos permiten abrir una pequeña ventana hacia los tiempos del porfiriato en esta zona, que no fueron tan pacíficos como a veces suponemos. Estas enemistades, acumuladas por décadas, aflorarían con violencia años después, en tiempos de la Revolución y la Reforma Agraria.
NOTAS
(1) El Diario del Hogar, 11 de febrero de 1890, p. 1.
(2) El Tiempo, 13 de febrero de 1890, p. 2.
(3) El Abogado Cristiano Ilustrado, 15 de febrero de 1890, p. 29.
(4) El Diario del Hogar, 21 de mayo de 1890, p. 2.
(5) Registro Civil de Polotitlán, Defunciones, 1890, partida 46, 16 de mayo de 1890.
(6) El Diario del Hogar, 19 de agosto de 1890, p. 1.
(7) El Diario del Hogar, 22 de agosto de 1890, p. 2.
(8) El Diario del Hogar, 5 de septiembre de 1890, p.1.
(9) Romero, José y M. Mejía, Proceso de don Macario Pérez ante el tribunal de los hombres honrados, s.p.i, [1890].