Casi no hay aculquense que ignore que en la hacienda de Arroyozarco existío un destacamento francés en los años del Segundo Imperio Mexicano. Este destacamento fue establecido en 1864 por el coronel Castagny y permaneció hasta la retirada del ejército invasor en 1867. Entre las huellas materiales que quedaron de la estancia de los franceses en Arroyozarco, estaba un pequeño cementerio que se hallaba a cierta distancia de la parte posterior del Hotel de Diligencias. Lo integraba un monumento central y varias tumbas bajas alrededor de él. Lamentablemente, las absurdas ideas de tesoros enterrados hicieron que en las primeras décadas del siglo XX, cuando los ejidatarios tomaron posesión de esas tierras después de la Reforma Agraria, decidieran arrasarlo con el pretexto de construir un pequeño bordo.
En vano busqué durante años algún vestigio de aquel cementerio. Concluí que algunas piedras que subsisten en el jardín del Hotel de Diligencias pudieron haberle pertenecido, pero es sólo una especulación sin mucho fundamento. Pero hace pocos años di con un catálogo de fotografías conservadas en un álbum en el Instituto Getty de los Ángeles, California. Ahí se hablaba de una fotografía tomada en 1864, del "monumento a los soldados muertos en Arroyo-Zarco". Por supuesto, creí que finalmente había encontrado un vestigio, aunque sólo fuera fotográfico, de aquel cementerio francés destruido. Pero cuando pude ver finalmente la fotografía, lo que encontré es que se trataba de otro enterramiento de soldados distinto de aquel, hecho en los que es todavía hoy el camposanto de Arroyozarco.
Mientras que el cementerio francés destruido fue erigido especialmente para lo soldados de Arroyozarco y en él se sepultaron los hombres que fueron muriendo a lo largo de tres años de presencia en el lugar, en este caso se había dado sepultura a ocho franceses que cayeron en una sola acción, el 31 de diciembre de 1863, antes de que se estableciera un destacamento fijo. Éstos solamente se hallaban de paso, algunos de regreso a Veracruz para embarcarse hacia Europa después de la campaña relámpago del general Bazaine por el Bajío. Parte de esta historia la relataba una placa colocada en medio del monumento morturio, que decía originalmente en francés:
El 31 de diciembre de 1863, ocho franceses resistieron durante muchas horas a un ataque de más de doscientos enemigos. Aquí reposan aquellos que murieron en el combate.
Entre los fallecidos, el de mayor graduación era el oficial Charles Bergensträhl, de origen sueco, que estaba próximo a regresar a su patria.
Como se puede observar en la fotografía, el sepulcro estaba formado por una pequeña barda de perfil curvo, en cuyo remate se encontraba una cruz de piedra en relieve. Bajo ella, estaba la placa con la leyenda que copiamos arriba, enmaracada en cantera. Al frente quedaban los túmulos de tierra sobre los cuerpos de los soldados, cada uno de ellos con una cruz de madera de distinta factura: desde unos simples palos cruzados hasta una interesante cruz trebolada. Una cerca de piedra parece bordear hacia el espectador el espacio dedicado a estas sepulturas.
La cruz que aparece en un plano posterior no formaba parte del monumento, sino que señalaba el centro del cementerio de Arroyozarco y es el único resto que existe de todo lo que aparece en la fotografía. Aunque es posible que este monumento funerario desapareciera sólo por el abandono y el tiempo, y no por destrucción intencional como el otro cementerio, al final tenemos los mismo: la pérdida de importantes vestigios históricos que existieron en nuestro municipio.
Vista actual de la cruz del cementerio de Arroyozarco. Como se puede ver, ha desaparecido toda huella de los sepulcros de los franceses. Además, se ha construido una espantosa capilla de cemento adosada a la cruz.
Una vista más detallada de la cruz del cementerio.
En las fuentes francesas he encontrado varias narraciones que describen la acción en que murieron estos soldados de Francia. En casi todas se refiere que sus atacantes fueron tropas mexicanas comandadas por el conocido guerrillero liberal Nicolás Romero, "el León de las Montañas", originario de Nopala, Hidalgo. Aquí el primer relato:
Romero había cometido muchos delitos comunes, entre otros, el ataque a la diligencia de Arroyo Zarco en el camino a Querétaro, donde hizo masacrar a todos los viajeros y su escolta al mando del sargento Monfaucon, quien fue defendido, al igual que sus cuatro zuavos, con admirable energía. (Arsène de Schrynmakers. Le Mexique: histoire de l'éstablissment et de la chute de l'empire de Maximilien (d'après des documents officiels), París, A. Castaigne, 1885.)
Y un segundo, mucho más extenso:
Recibimos noticias tristes. Una diligencia llevaba a México a seis oficiales franceses y dos oficiales suecos que, después de haber servido con distinción a nuestra bandera, regresaban a Europa con el intérprete del general Bazaine. En Arroyo Zarco fue atacada por Romero al frente de cuatrocientos hombres. La pelea duró seis horas; nuestros soldados, atrincherados en el coche como en un fuerte, sólo detuvieron el fuego cuando el último de ellos cayó acribillado sobre los cuerpos de los demás. Cuando llegó la noche y los bandidos se retiraron, los indios se acercaron tímidamente a los cadáveres despojados y encontraron al intérprete y a uno de los oficiales suecos aún respirando. Vivirán.
Para acabar con estas bandas, el general en jefe formó compañías libres que recorren el país siguiendo los pasos de cada guerrillero, guiados por la inspiración de su capitán. Hemos obtenido los mejores resultados de esta organización. Todos los principales caudillos han sido arrestados. Romero, preso, expiará en México sus crímenes como el de Arroyo Zarco. (Paul Louis Marie Laurent. La guerre du Mexique de 1862 à 1866: journal de marche du 3e chasseurs d'Afrique, París, Amyot, 1867.)
Una tercera mención habla del monumento funerario construido para ellos:
¿Quién no admiraría [...] la resistencia de nuestros ocho soldados contra los jinetes de Romero, quince veces más numerosos? Protegidos primero en una choza india, se retiran después a una casa grande, huyendo de las llamas que devoran su primer refugio. Les gritan que se rindan. Responden con balas. La lucha dura casi todo el día. Por la noche, siete de estos valientes están muertos. Sólo el brigadier puede escapar, al amparo de la oscuridad, la última cabaña del rancho se encuentra frente a un bosque. Se halla cubierto de heridas, pero conserva los despachos del gobierno que había colocado sobre su pecho. Llega exhausto a un pueblo donde está un destacamento nuestro. Se le dice que los entregue, que otro los llevará a México. "No -responde- los llevaré yo mismo. ¿Debería sucumbir al atravesar el límite del comandante en jefe?". Sus camaradas reposan en Arroyo-Zarco. Se pueden leer sus nombres en una lápida. He orado sobre su tumba, como había rezado en el punto donde hallaron la muerte. Deseaba un recuerdo: busqué y pude llevarme dos balas, aquellas quizá que habían puesto fin a tan bello heroísmo. (Eugène Lanusse. Les héros de Camaron. E. Flammarion, Paris, 1891, p. 36 y 37.)
El abate Lanusse, autor del texto anterior y capellán del ejército francés, guardó aquellas dos balas (con otras dos que recogió en el sitio de un enfrentamiento en otro sitio, según escribió en sus Memorias) y las veneraba en lo que él llamaba "mi museo" junto a una fotografía del monumento de Arroyozarco:
Tengo ahí, en una vitrina, unos restos de obús, unas balas, postas, pedazos de armas, con inscripciones que recuerdan nombres de batallas, de combates. ¿Qué quieren? Es para mí, a falta de grandes acciones, de escribir la historia de mi vida militar. [...] Aquí están cuatro balas. Son, para mí, toda una historia: la historia de dos valientes combates en México. Uno tuvo lugar en las cercanías de un pueblo que se llama San Francisco. El otro entre la Soledad [Polotitlán] y Arroyozarco. Al lado de dos de estas balas, una fotografía y la copia de una orden del general comandante en jefe. La fotografía representa un monumento fúnebre sobre el que se leen palabras sencillas que recuerdan el conmovedor homenaje de nuestros soldados a sus camaradas caídos en el campo del honor. (Le Véteran, hebdomadaire ilustré, 25 de septiembre de 1904, p.2)