Don Manuel Montúfar y Coronado nació en la Antigua Guatemala en 1791. Hijo de un próspero comerciante, desempeñó algunos cargos menores como funcionario del gobierno español antes de la independencia. Tras ésta, fue secretario de Gobierno y primer ministro de la Guerra en 1823. En 1825 fue diputado por Escuintla y presidente de la asamblea constituyente que decretó la primera Constitución de Guatemala, que se dice fue redactada por el propio Montúfar. Fue también periodista y redactor del periódico conservador El Indicador y participó en la redacción de El Editor Constitucional. Se destacó como historiador, su obra más importante se titula Memorias para la historia de la revolución de Centro América, más conocida como Memorias de Jalapa, pues se publicó en Jalapa, Veracruz. Sin embargo, al final de la Primera Guerra Federal Centroamericana (1826-1829) fue encarcelado en El Salvador y tuvo que exiliarse en México con su hermano Juan. No volvería más a Guatemala pues murió aquí en 1844.
En México, los hermanos Montúfar se emplearon como administradores de la hacienda de Pozo del Carmen y sus anexas en San Luis Potosí. De su primera travesía entre la capital del país y aquellas fincas, don Manuel dejó un curioso diario de viaje en el que describe ciudades, costumbres ypersonajes que compara frecuentemente con los de su país natal (1). Como paso obligado desde la Ciudad de México hacia el norte, naturalmente Montúfar y sus acompañantes pasaron en aquella travesía por Arroyozarco. Su crónica del lugar y sus inmediaciones es muy interesante, no tanto por la descripción de la hacienda y su mesón que es sucinta, sino por los incidentes que sufrió por la reparación del carruaje en que viajaba, los precios, los alimentos y algunas personas que habitaban la hacienda. Ciertos pasajes merecerán un comentario mío entre corchetes, pero en su mayor parte dejo al lector libre para que lea este viejo texto:
Día 1o. de julio de 833. De Tula a la hacienda de Arroyo Zarco, 11 leguas.
Salimos a las 6 1/2 de la mañana por más que nos levantamos a las 4. Primero que dan vueltas los cocheros, que guarnecen, que atan la carga, y que Ramona da té y chocolates, recoge trastos, etcétera, se pasa una gran parte de la mañana. Aun amanecí con dolor de cabeza. Almorzamos en la hacienda de San Antonio [Tula]; yo tomé caldo de frijoles, me dormí dentro del coche y comencé a aliviarme.
El camino es fatal desde Tula hasta el puerto de Calpulalpam, (puerto llaman aquí a la abra que forman las pequeñas cordilleras de cerros que dan paso de un valle a otro, por lo regular, estos puertos son pedregosos) es decir, de 9 a 10 leguas: piedras, fango, barranquitos que hacen las corrientes, troncones de árboles, todo era difícil, y en los más de los pasos era preciso sacar el coche a cabeza de silla, es decir, pegando Cobarrubias y Madrid dos reatas a la punta del eje de las ruedas chicas, y halando con la cabeza o manzana de sus sillas: en todos estos pasos José echaba pie a tierra a echar su mano directiva y acompañada de sus interjecciones fuertes de costumbre (ajos y cebollas) y volvía al coche a cabecear. Ramona cabeceaba hasta dar en nuestras rodillas con sus escasas narices.
El coche, demasiado cargado con el equipaje, (en que vienen mis penates, como yo llamo a mis papeles de la patria, mis pocos libros, etcétera) no pudo sufrir la aspereza del camino: en Capulalpam se rompió el eje trasero, y cayó sin hacernos mal alguno. Venía un contra eje de reserva, pero mal preparado, y después de mil trabajos para componerlo, se rompió también a pocos pasos. Como distábamos cosa de 3 leguas de Arroyo Zarco, los auxilios se dificultaban y la noche estaba próxima. Resolvimos adelantarnos a caballo, José, Ramona y yo, trayendo las mulas de carga, el tiro de remuda y otros caballos, que fuimos arreando hasta la hacienda, a donde llegamos a las 8 de la noche: por fortuna no llovía y hacía una hermosa luna; yo llegué libre de dolor de cabeza, con buen apetito y buen humor: José lo tenía también y tomamos con buenas ganas un mal chocolate y un mal guisado de pollos que había en la cocina del mesón.
La hacienda, aunque situada sobre un terreno desigual y pedregoso, tiene hermosa casa. dentro de ella excelente mesón: tienda bien surtida, y oficinas de herreria y carrocería. El amo es un hombre roñoso y muy amigo del dinero; su fisonomía lo previene a favor por una cicatriz en la cara, y no es hombre que ofrece nada ni de cumplimiento.
Los mozos, viendo la dificultad de arrastrar el coche (que se quebró precisamente al comenzar el buen camino) se trajeron en las mulas todo el equipaje, y Fermín se quedó cuidando con los cocheros.
Día 2 de Julio.
Parada en Arroyo Zarco.
Fue el carrocero a traer el coche, que vino tarde, de consiguiente se perdió mucha parte del día para las composturas.
Aprovechamos la parada en secar lo mojado: mis penates, mis libros, todo estaba perdido y ya con moho y mal olor. Las copias de la pintura y de la pastorcita de la Tina Arrivillaga, tenían un agujero. Ramona lloraba por unas naguas de gasa y otra de indiana que encontró podridas. José dió disposiciones para el nuevo eje: se fue a la herrería a hacer un eslabón, cuidó las bestias; vió los caballos del huésped, que son buenos, trabó conversación con él, a pesar de su mal gesto, y las tuvo más largas con un pobre muy vivo y de muy buena memoria, que fue a España de criado de un diputado a las cortes extraordinarias [las Cortes de Cádiz], y que daba noticias muy exactas y detalladas del señor Larrazábal [Antonio de Larrazábal y Arrivillaga, diputado en aquellas Cortes] y de su prisión en la cárcel de la Corona. Sus noticias no se limitaron a España y a los diputados: nos hizo conocer al huésped [es decir, al mesonero]; nos dijo que su picador era su primer ministro y favorito, y la mano con que buscaba el dinero de los pasajeros. Por la noche vimos por experiencia que nuestro lépero no nos había dicho más que la verdad.
Yo comencé hoy este diario. Por la noche se acabó el eje. El palo bruto costó 8 pesos (para el amo) y en México habría sido caro por 2; el carrocero, 10; y herrero por remendar una grafio, 3 pesos. La parada de hoy con este remiendo vale 40 pesos, y el lépero nos había dicho muy bien del primer ministro, que separadamente exigió su gratificación. José estaba para prorrumpir en interjecciones, y yo lo contuve, porque al fin el dinero se había de pagar y si el favorito quedaba descontento, podía atrasarnos el viaje.
Día 3 de julio.
De Arroyo Zarco a San Juan del Río, doce leguas.
Salimos a las 5 3/4 de la mañana, y llegamos a las 2 de la tarde a San Juan del Río, Buen pueblo, muy surtido de todo. buenos mesones.
NOTAS
1. Manuel Montúfar y José Arzú (compilador). Papeles del ochocientos. Correspondencia y diario de don Manuel de Montúfar, exiliado por la revolución de 1829. Publicaciones de El Imparcial, Guatemala, 1933, p. 28-30.