En la década de 1980, la antropóloga Lydia van der Fliert realizó un amplio estudio etnográfico de las comunidades otomíes del sur del estado de Querétaro. Esta obra abarcó aspectos históricos, estadísticos, culturales, sociológicos y religiosos de esa etnia, y al abordarlos dio un lugar muy importante a sus narraciones tradicionales: fábulas, cuentos, leyendas, memorias. Si bien Van der Fliert limitó su estudio a los pueblos de San Ildefonso Tultepec y Santiago Mexquititlán, y no a otros poblados otomíes del mismo municipio de Amealco ni a los del vecino Aculco, sus investigaciones tienen grandísimo interés para nosotros: no debemos olvidar que aquellos pueblos pertenecieron hasta mediados del siglo XVIII a la jurisdicción de Aculco y buena parte de su herencia cultural es compartida con nuestro municipio. Además, las relaciones de vecindad propician hasta nuestros días una comunicación constante, de la que resulta, por ejemplo, que en las historias aculquenses aparezcan con frecuencia los pueblos del sur de Amealco y viceversa.
Precisamente es el caso de estos dos cuentos otomíes que hoy les quiero compartir. Se trata de relatos tradicionales que Lydia van der Fliert recogió de boca de sus informantes en el libro que es fruto de sus investigaciones en Amealco: Otomí en busca de la vida (UAQ, 1988), al que subtituló con su equivalente en lengua hñäñho: ar ñäñho hongar nzaqui. El primero de ellos se origina en Santiago Mexquititlán, mientras que el segundo procede de San Ildefonso Tultepec. Aunque son cortos y sencillos, seguramente les pareceran interesantes.
UNO
A principios de siglo [XX], hubo un lugareño que se dedicaba a la deshonrosa profesión de robar a los comerciantes hospedados en una posada de Aculco o que pasaban por San Juan del Río con sus animales y productos. Una noche en que consiguió alojamiento en el mismo lugar de Aculco, poco después de las doce, atravesó el umbral a hurtadillas para robar dos burros. Los dueños de éstos se despertaron, descubriendo que había desaparecido su compañero de habitación e instantáneamente sospecharon el motivo. Abrieron la puerta de la casa y a lo lejos distinguieron la sombra de un hombre con dos burros sin orejas (dogú), ya que éste se las había amarrado. Sabiendo que a sus animales no les faltaba nada, regresaron a sus lechos y durmieron tranquilos hasta que el sol se dibujó en el horizonte. Se levantaron, esta vez para continuar su camino, y ¡cuál no sería su sorpresa cuando descubrieron que sus dos burros habían desaparecido sin dejar rastro! Era imposible proseguir el viaje. Se vieron obligados a vender la mercancía a bajo precio y regresar decepcionados a sus hogares. Pasaron algunos meses. Mientras tanto, nuestro ladrón no se había quedado con los brazos cruzados. Robó seis reses más y hasta logró conseguir "comprobantes" (así le llaman a las facturas o títulos de propiedad). Los dueños, sin embargo, tampoco se quedaron sentados y siguiendo sus huellas localizaron la morada. Nuestro hombre protestó con furia, apoyándose en los "comprobantes" trató de justificarse, pero fué finalmente llevado a la cárcel. Al día siguiente, su señora le quiso visitar, pero en lugar suyo los carceleros le dieron un sombrero, porque él se había desvanecido misteriosamente. Ella jamás volvió a ver a su marido.
DOS
Sucedió que una señora de Tultepec, que tenía cinco meses de embarazo, decidió tomar el tren en Aculco para dar a luz en el Distrito Federal. Durante el viaje la venció el sueño y al despertar ya no sentía al niño en el vientre; también su espíritu había desaparecido. regresó a su pueblo y comentó a todos que no había tenido dolores ni entendía cómo era posible haber despertado con el vientre vacío, como si nunca hubiese estado embarazada.
El primero de los cuentos claramente se sitúa a principios del siglo XX y Van der Fliert lo ubicó en la sección que dedica al porfiriato. La existencia de posadas para arrieros en Aculco indica justamente que se trata de una historia bastante antigua. Del segundo cuento, por el contrario, no se establece una cronología clara. Sin embargo, sabemos que el ferrocarril de Aculco únicamente funcionó entre los años que van de 1896 a 1928, por lo que debe situarse necesariamente en esa época. Como sea, es hasta cierto punto ocioso buscar correspondencia de las narraciones tradicionales y legendarias con la realidad histórica, cuando su terreno es más bien el de la imaginación
FUENTE:
Lydia van der Fliert. Otomí en busca de la vida, Querétaro, Universidad Autónoma de Querétaro, 1988, págs. 57 y 197.