El teniente coronel Vicente Villagrán Gutiérrez y Bárcena fue un militar originario de Huichapan, nacido en 1826, que participó en la guerra contra Estados Unidos, la Guerra de Reforma y la Intervención Francesa. Con singular detalle, relató su vida a partir de su infancia en su pueblo natal hasta 1883,año en que están fechadas sus últimas anotaciones. Su manuscrito se conservó en diversas manos hasta que, por fortuna, lo publicó en 1992 el Gobierno del Estado de Hidalgo.
Buena parte de la narración de Villagrán tiene lugar precisamente en la zona limítrofe entre los estados de Hidalgo y México. Naturalmnte sus aventuras militares lo llevaron mucho más lejos, pero es notable la manera en la que identifica personajes, lugares y costumbres de esta región a la que pertenece Aculco.
Entre los pasajes que se refieren a diversos puntos de nuestro municipio, he escogido éste en el que el autor describe un recorrido desde Huichapan hasta la hacienda de San Pablo, en la vertiente noroeste del cerro de Ñadó, en 1864. Recordemos que ese año Maximiliano había llegado a México y los soldados franceses mantenían el control de casi todas las poblaciones importantes, pero no así de los poblados pequeños y el campo, donde los republicanos mantenían la resistencia contra el Imperio. Villagrán, republicano él mismo, se había separado de sus tropas y se hallaba en Huichapan, que estaba controlada por los "mochos", como llamaba a los imperialistas. Con el fin de reunirse con las tropas republicanas que se encontraban en Zitácuaro, convenció a un par de amigos y emprendió el camino simulando ser tratantes de ganado. Pasaron de Huichapan a Nopala, de ahí a Encinillas y por el Camino Real de Tierra Adentro hasta la Hacienda del Álamo. Luego, en algún sitio enfilaron hacia el cerro de Ñadó, que atravesaron para llegar a San Pablo, del lado queretano del cerro. Pero dejemos que sea el propio Villagrán quien nos hable de este camino:
Me estuve allí en la casa de doña Gregoria, esposa de don Manuel Ramírez, paisano y otro día lunes fui a la casa de doña Soledad Romero y como la señora es muy buena, allí me estuve todo el día y allí comí y tomé harto pulque. Seguí allí martes y miércoles y viendo que no parecían los compañeros, otro día jueves antes de irnos le dejé mi despacho a doña Soledad para que me guardara porque consideraba que por el camino no podía andar con él porque si me encontraban con él me colgaban. Se lo dejé en unc caja de hojalata y nos fuimos tomando el rumbo del Cerro de Ñadó, pasamos por detras de la presa del mismo Nopala a dar a la hacienda de Encinillas y ahí almorzamos enchiladas y tomamos pulque y un jarro que se llevaron lleno los compañeros para que tomaran más adelante porque es el mejor que se conoces por allá por esos rumbos de Dios. Seguimos nuestro camino a pasar por la Hacienda del Carrizal y al llegar a esa hacienda nos ha caído una fuerte lloviznita y allí nos estuvimos un rato a fin de ver si dejaba de llover, pero viendo que no cesaba y que manifestaba continuar todo el día, seguimos y nos fuimos por una hacienda que era de unos señores Basurto, que son muchos y allí estaban y temimos que ellos nos exhortaran y de allí nos volvimos para atrás, y de casualidad no nos dijeron nada y seguimos adelante hasta llegar al rancho de un señor Juan Benítez, por una casualidad estaba un hijo de dicho señor en la puerta del rancho y que había estado en la casa de Félix Anaya de aprendiz y éste me conocía perfectamente y nos dijo: "¿Qué andan ustedes haciendo por aquí? Pasen para adentro". Y como eso deseábamos, entramos y nos recibió muy bien su padre (el señor don Juan), entramos adentro de la casa, estuvimos contestando con el señor y después con otro señores que llegaron después y como estábamos puestos de acuerdo los tres compañeros que íbamos, que andábamos en busca de carneros para llevar a matar a Huichapan porque se nos estaba vendiendo bien la carne allí, preguntamos que si tenían algunas cabezas que nos vendieran; de casualidad no tenían ninguna, si no, nos comprometen a tratarlas y dar alguna cantidad en seña de trato inter seguíamos adelante a buscar más. No señor, comenzó el hijo a tocar una jaranita y luego me la pasó a que yo la tocara también, entonces quedamos muy bien porque yo estuve tocando y los demás bailaron toda la tarde y noche hasta las diez que nos dieron de cenar muy bien, con mucho pulque, estuvieron muy contentos con nosotros motivo a la conocencia del hijo conmigo pues ni maliciaron nada de nuestra partida, antes nos dijo el señor Benítez que en la hacienda de Álamos había de haber ganado, que pasáramos a ver. Nos quedamos en un cuarto los cuatro con el amigo aquel, otro día nos despedimos y nos fuimos por la orilla de una milpa y como yo no sabía por allí nos perdimos y nos volvimos para atrás hasta que encontramos un camino, nos fuimos siguiéndolo hasta que llegamos a la mencionada Hacienda de Álamos, todos llenos de lodo porque había llovido mucho en la noche y amaneció lloviznando. Llegamos a la hacienda y vimos un gato colgado de un palo y más adelante un perro lo mismo que el primero y luego nos dio mala idea, pero sin embargo entramos a una tienda que era la única que habñia allí y vamos encontrando a un gachupín que era el dueño o encargado de allí; compramos leche y pan y nos desayunamos muy bien y le dijimos el objeto de nuestra llegada allí y nos dijo que él no tenía carneros pero un amigo suyo tenía un chivato y que el domingo que fuera a la santa misa a Aculco que vería al dueño para ver cuánto quería por el chivo y que el lunes volviéramos por la razón; convenimos en que lo haríamos y que inter si llegaba el lunes (porque aquel día era viernes), nos íbamos para adelante a buscar más.
Nos fuimos y nos perdimos otra vez hasta encontrar con un señor que tenía carneros, nos dio el derrotero y seguimos el camino que nos convenía, entramos al monte del cerro de Ñadó y comenzó un fuerte aguacero muy grande y lo único que hicimos fue hacer capote nuestras cobijas, alzarnos el pantalón y seguir adelante con la fuerza del aguacero encima; cayendo y levantando llegamos cosa de las tres de la tarde al rancho de San Pablo hechos unas sopas, allí pedimos licencia de quedarnos y de casualidad se nos dio el permiso y luego comenzamos a decir que andábamos buscando carneros que vendieran, los que tuvieran, y nos dijo el señor de la casa que sí tenía unas, que contáramos con ellas, viendo que tomaron el falso dijimos que nos las guardaran que íbamos al Ahijadero a buscar más y que de vuelta trataríamos con aquellas. Cenamos muy bien, nos acostamos en un cuartito sobre la paja, y todos mojados, aun cuando tendimos la ropa en la noche, fue lo mismo, amaneció mojada. Otro día sábado nos levantamos, nos desayunamos atole blanco y la agua en corriente; a poco rato llegó un señor de allí con un venado muy grande que había matado en el cerro y como está muy inmediato el rancho al cerro, cada rato suben a matar animales.
La narración de Villagrán prosigue naturalmente hasta su encuentro con sus camaradas republicanos ya en tierras michoacanas, pero aquí debo cortar para mantenernos en nuestros rumbos. Quizá otro día comente algunos episodios más de su vida, que se refieren a su paso por Arroyozarco.