En el calendario católico, el 2 de febrero señala la fiesta de la Purificación de Nuestra Señora o de la Presentación de Jesús en el Templo. Conmemora el día en que, transcurrida la cuarentena señalada por las leyes judías en el Levítico (su "purificación" después de haber dado a luz), María se dirigió al templo de Jerusalén para presentar a su hijo, momento en que Simeón el anciano y Ana la profetisa lo identificaron ahí como el Mesías. Desde la Edad Media se acostumbró celebrar la fecha encendiendo y bendiciendo velas -candelas- para iluminar profusamente las iglesias, evocando el cántico de Simeon en que llamó al Niño "luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel", de ahí que popularmente se conociera a esta festividad como "la Candelaria".
En el arte, la representación pictórica de la Purificación de Nuestra Señora suele formar parte de los ciclos o series relacionados con la Navidad, que incluyen también temas como los desposorios de José y María, la anunciación, la adoración de los pastores, la adoración de los magos, los santos inocentes, la huida a Egipto y la circuncisión. También es muy frecuente encontrarla de manera aislada, respondiendo seguramente a devociones particulares del lugar para el que fue pintada.
Este último parece ser el caso de un óleo de regulares dimensiones que se encuentra próximo al presbiterio de la capilla (hoy parroquia) de Arroyozarco, en nuestro municipio de Aculco, pues si bien en el mismo sitio existe otra pintura que muestra la adoración de los pastores no pertenecen a la misma época y no forma conjunto con aquella. El óleo en cuestión data sin duda alguna de mediados del siglo XVIII y es obra de un pintor cercano al circulo de Miguel Cabrera, lo que se advierte en el uso del color, en los rostros, manos y actitudes de los personajes. Aunque el fuerte deterioro sufrido por escurrimientos de agua no permite apreciarlo en todo su valor, se perciben en él algunos detalles que denotan un buen pincel, como es el rostro del sacerdote, en tanto que otros elementos como los pies del propio levita o las manos de la Virgen María son más bien de mediana calidad (aunque pueden ser fruto de un mal retoque). Muy probablemente esta obra llegó a Arroyozarco todavía en la época en que la hacienda pertenecía a los jesuitas.
La escena que muestra la pintura está enmarcada por un cortinaje rojo que se despliega a espaldas de José y María; ella arrodillada, con la mirada hacia su hijo, extendiendo las manos (en una de ellas lleva las cinco monedas con que se le redimía de servir en el templo) y él de pie, con las palmas de las manos cruzadas sobre el pecho y sosteniendo su vara florecida. Frente a ellos, un sacerdote judío lleva en brazos a Jesús y eleva la mirada. Asoman a sus espaldas un par de niños que portan velas (las candelas que le dan nombre a la celebración). En un segundo plano, a espaldas del sacerdote, se ven los rostros de dos ancianos, hombre y mujer, a los que se puede identificar con Simeón (al parecer con un libro) y Ana, de los que habla el Evangelio de San Lucas:
Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción, -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!– a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.» Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Tras Ana y Simeón, y flanqueando el óleo en su lado derecho, se alza una columna estriada (los elementos arquitectónicos como parte de la composición eran frecuentes en las obras de Miguel Cabrera, como puede verse incluso en la Última Cena que existe en la parroquia de san Jerónimo). Al fondo y en un plano más alejado se observan varias personas que permanecen fuera del recinto en que sucede la escena, entre ellas una madre que carga a un niño. El marco de madera dorada no es el original, pues parece ser del siglo XIX o incluso más reciente.
Aunque el estado de conservación de esta hermosa pintura no es el mejor, se trata sin duda de una obra de importancia que, junto con otras obras del mismo templo de Arroyozarco, refleja la riqueza que alcanzó éste en el siglo XVIII, durante el esplendor barroco. Es, además, expresión de una devoción varias veces centenaria que muchos ya sólo identifican con los tamales del 2 de febrero o, acaso, con la tradición de levantar el "nacimiento" ese mismo día, pero cuyo origen toda persona de mediana cultura general y religiosa debiera, al menos, conocer.