En su ensayo "La vicaría de Aculco" -publicado en 1954 en el número 22 de los Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM- la historiadora de arte Elisa Vargas Lugo propuso una extraña teoría acerca de la fachada del templo parroquial de este pueblo: ante lo que ella juzgó como desorden en la ubicación de sus elementos arquitectónicos y notorias diferencias de calidad en el labrado de la piedra, supuso que se encontraban así debido a una inadecuada reconstrucción llevada a cabo tras el terremoto del 19 de noviembre de 1912. Una propuesta ciertamente interesante, aunque demasido elaborada. Pero dejemos que ella misma lo argumente:
Precisamente el terremoto de 1912 nos va a servir de explicación para comprender por qué la fachada [...] aparece parchada con tantos elementos absurdos y armada mediante tan pobres soluciones de composición. Sin duda antes del terremoto la fachada tenía otra apariencia más homogénea. Debe haber conservado aún su estructura ornamental del siglo XVII en armonía con las capillas posas. Podemos afirmar, por lo tanto, que la iglesia y la torre sufrieron gran deterioro a causa del terremoto, y que los elementos que se salvaron de la catástrofe se combinaron como mejor se pudo para levantar otra vez la fachada, haciendo esfuerzo por copiar lo desaparecido, resultando esta nueva hechura de lo más heterogénea, en cuanto a que quedan en ella, mezclados, elementos de innegable valor artístico con otros de gran pobreza y debilidad [...]
La fachada está dividida arbitrariamente por cinco cuerpos desproporcionados -sin duda resultado de la ignorancia de los reconstructores-, separados por comisas ligeramente molduradas. El último cuerpo constituye propiamente el remate. Dos hileras' sucesivas de columnas a los lados de la portada, pareadas en los cuerpos primero, tercero y cuarto, rematan el quinto cuerpo con una sola columna; el segundo cuerpo está ocupado solamente por un zócalo absurdo, limitado por las cornisas. Las columnillas son todas chaparras y todas de capiteles "corintios", a semejanza de las de las capillas posas. En el primer cuerpo son de fuste enteramente liso; en el tercero una tiene el fuste liso y la otra en bajorrelieve, en helicoide, como salomónico incipiente, y en el cuarto y quinto cuerpos son de fustes labrados a la manera francamente salomónica. Este ordenamiento gradual y clasicista del movimiento barroco es típico del siglo XVII; esto y la insistencia en las formas salomónicas nos hace pensar que la fachada fué construída en dicha centuria, ya que sólo así, y no como simple coincidencia, se entiende este orden en una reconstrucción del siglo xx. Es decir, es evidente que los reconstructores modernos quisieron conservar la fachada como había sido, como la habían visto, lo que lograron sólo en parte. [...]
Hay tres elementos en la fachada que despiertan vivamente nuestro interés: los zócalos de las columnas del primer cuerpo, que nada tienen que ver plásticamente Con éstas y que seguramente fueron hechas, junto con las del tercer cuerpo, para la reconstrucción de 1914; las gárgolas que están colocadas a los lados de la fachada y la escena en relieve que sirve de remate. Los zócalos están hechos a base de preciosos relieves empleando como motivos vides y granadas, ambos, frutos simbólicos de la Sangre Preciosa de Cristo, en combinación con follaje. [...] También en las gárgolas y en la escena en relieve de la parte superior, encontramos aún cierto espíritu artístico del siglo XVI, en combinación con las formas del barroco moderado del XVII. [...]
El relieve que hemos mencionado es la obra artística de máximo interés en la vicaría de Aculco, no sólo por su calidad escultórica sino por el contenido de su tema y concepción; no es nada más un simple pasaje religioso, sino que es expresión viva, propia y significativa del ser criollo, que en esos años buscaba expresarse en alguna forma para tratar de afincarse históricamente. Esta obra (lárn. 8) representa una escena de la vida de Santa Rosa de Lima, santa criolla, peruana, terciaria de la orden dominicana, en el momento en que el Niño Jesús, durante una de las numerosas apariciones con que según sus biógrafos favoreció a la santa, le pide que sea su esposa y ésta, extasiada, le responde: Tu esclava soy Señor mi Jesús. Desde luego nos ha extrañado grandemente la presencia de una escena perteneciente al santoral dominicano en una fundación franciscana. [...] Otra solución a este enigma sería, tal vez, la posibilidad de que este relieve y las gárgolas, que como dijimos presentan igual manufactura, hubieran sido traídos a Aculco, procedentes de alguna iglesia cercana, no franciscana, después del terremoto, para colocarlos en lugar de la ornamentación que éste destruyó.
Pero, 63 años después de escrito este texto, ¿puede sostenerse aún la teoría de Elisa Vargas Lugo? En realidad no. Si bien existen pocos testimonios gráficos del estado de la fachada de la parroquia antes del terremoto de 1912 -básicamente un dibujo de 1838, dos fotografías de entre 1901 y 1903, y una fotografía más, cercana a 1910-, en ellos se observa con toda certeza que los elementos arquitectónicos se mantuvieron en su sitio y no fue necesaria ninguna reconstrucción general de la misma a raíz del sismo, como supuso la autora. Es más, los textos de los geólogos que profundizaron en el estudio del temblor en 1913 (publicados ya en este blog) nada dicen de la fachada del templo y en cambio sí describen los daños -más bien menores- en la torre y bóvedas. La lápida colocada en 1914 y retirada en 2015 (que seguramente propició el error de Vargas Lugo) se refería a la reparación de esos daños un año y medio después del temblor, no a una reconstrucción extensa que habría tomado más tiempo.
La explicación del error de la historiadora tiene tres vertientes. La primera es su falta de comprensión hacia el carácter verdaderamente popular y rústico del arte barroco de la región, en que la inserción en la corriente artística predominante de la época no se dio a través de verdaderos arquitectos, ni siquiera capaces maestros de obra, sino de entusiastas operarios que intentaron reproducir formas cultas sin llegar a entenderlas plenamente ni en su sentido estético ni en el estructural. La segunda es la participación de muchas manos distintas en la construcción de la fachada, pues con toda seguridad sólo unos cuantos de los trabajadores eran canteros calificados y a ellos se les encargaron los elementos que se juzgó merecían un trabajo más cuidadoso; así, lo que Vargas Lugo considera elementos sobrevivientes de la fachada original y los que conjetura adiciones o reproducciones del siglo XX son en realidad todos de la misma época (fines del siglo XVII y principios del XVIII, según documentos) y difieren simplemente en su calidad. La tercera vertiente tiene que ver con los daños que en efecto mostraba en 1954 la fachada del templo, pues tanto los nichos con sus santos decapitados, como los escudos franciscanos, como el deteriorado relieve de san Jerónimo estaban ocultos con aplanados que le daban al conjunto un aspecto de parchado deplorable. La historiadora no pudo ver muchos de esos elementos que dotan de mayor sentido a esta fachada y que narran también su historia constructiva.
En suma, la fachada de la parroquia de Aculco -con mutilaciones y alguna adición- es básicamente la misma desde hace 300 años. Y sus defectos respecto del arte culto de la época son, desde el punto de vista histórico, una de las cosas que la vuelven más interesante.