Ayer por la noche falleció mi tío, el Dr. Juan Lara Mondragón, médico oftalmólogo apasionado por la historia de Aculco con quien tuve gran afinidad.
Con toda certeza no hubo otra persona que conociera mejor la historia de nuestro pueblo y municipio en los siglos XIX y XX, y pocos eran capaces de referir dicha historia como él: con su contexto y matices, lugares y circunstancias, elaborando un cuadro vívido de las personas y costumbres de otros tiempos. Hombre culto, con estudios, viajes, lecturas y relaciones académicas y políticas, durante años extendió su protectora sombra patriarcal sobre su extensa familia; en ella muchos le somos deudores en diversos aspectos, desde el afectivo e intelectual hasta el económico.
Hace quizá unos 25 años, en cierta ocasión en que mi tío Juan me platicaba con su habitual amenidad alguna de sus historias, le pregunté ya no acerca de esos aculquenses decimonónicos de los que hablaba, sino de los que habitaron este sitio en tiempos coloniales. "No sé quiénes fueron", me contestó, y a partir de aquel momento comenzamos los dos a investigar extensamente sobre ello, compartiendo nuestros hallazgos y disfrutando el coincidir en gustos e intereses en ese y otros ámbitos. Gracias a todo ello fue que logré escribir el libro Arroyozarco, puerta de Tierra Adentro (2003), obra que en gran medida se debe a su saber y a su atinada guía.
En los últimos años no estuve cerca de él y lo lamento. Él lo quiso así. Se perdieron muchas horas de pláticas, de conocimiento (pues mi tío continuó investigando sobre Aculco toda su vida) y de ese simple disfrutar de la cercanía de alguien con quien se comparte familia, historia, gustos, aficiones y opiniones. Pero nunca dejé de quererlo y admirarlo, de sentirlo parte esencial de mi vida, y su fallecimiento me resulta así cercano y doloroso.
En fin, gracias por todo y descansa en paz, tío Juan.