Desde hace cerca de medio año, quienes llegan o salen de Aculco por el oriente, en dirección a la ciudad de México, se han percatado de la transformación de la esquina que forman la calle Morelos y la calle del Sol, justamente en el punto en que empieza la carretera que lleva a Santa María Nativitas. Es decir, en el ángulo noroeste de lo que nuestros abuelos llamaban la "milpa de Vidó". Este cambio se debe a la remodelación de las construcciones que se hallan en ese sitio para convertirlas en locales comerciales pero, sobre todo, a la apertura de una zona de estacionamiento frente a ellos al retirar parte de las bardas de piedra blanca que se levantaban como fachadas de esa propiedad hacia las dos calles mencionadas.
Aunque me pesa cada vez que cae una más de las típicas bardas de piedra blanca de Aculco, en este caso particular no se trataba de un muro verdaderamente antiguo y el resultado me parece bien logrado. Con el uso de materiales tradicionales de la arquitectura local (como la propia piedra blanca en las fachadas, la cantera de sus seis columnas, las vigas de madera, la teja y el ladrillo), la disposición de los accesos a los locales no demasiado grandes en relación con los muros y con su dintel curvo, la construcción de un portal proporciones adecuadas, el mismo empedrado del área de estacionamiento y la colocación de farolas de buen gusto, la ausencia casi completa de "estridencias" y un ambiente arquitectónico que todos podemos reconocer como muy aculquense, ha surgido en efecto un nuevo rincón agradable en el pueblo.
Esto no significa, por supuesto, que la intervención quede libre de cuestionamientos y críticas. Por ejemplo, en las poblaciones históricas como Aculco el trazo urbano mismo, la disposición en calles y manzanas es parte de su patrimonio. De tal manera, alterarlo abriendo, cerrando o ensanchando calles, disminuyendo o creando nuevos espacios abiertos como plazas, es un daño directo a dicho patrimonio. En este caso, la apertura del estacionamiento ha creado prácticamente una pequeña plaza y con ello le ha quitado una esquina a la traza histórica de Aculco en la que fue -y de cierta manera todavía es- la última y más oriental de las calles del viejo poblado. De igual manera, han desaparecido las placas de cantera con los nombres de las calles que se hallaban en las paredes demolidas y que son de propiedad municipal. También pudo haberse evitado la vista de los tinacos sobre sus azoteas.
En conclusión, aunque no sea más que la zona de estacionamiento de los negocios que en el sito habrán de abrirse, Aculco ha ganado con esta intervención una bonita plazuela. Con ello también ha perdido una esquina de su traza histórica. Si bien en este caso, por el buen sentido de sus constructores, el resultado es favorecedor para la imagen del pueblo, al Ayuntamiento debe tener un poco más de cuidado al autorizar obras de este tipo. Porque, ni más ni menos que enfrente de este mismo lugar está, por ejemplo, una muestra de lo que puede suceder cuando se permiten construcciones parecidas pero prevalece el mal gusto. Me refiero, por supuesto, a los locales que se encuentran nada más atravesar la calle del Sol, donde se derrumbó también hace varios años la barda de piedra blanca sobre la calle de Morelos para crear un estacionamiento y dar vista a los comercios que se encuentran ahí. En este lamentable caso, la construcción resulta una bofetada a la arquitectura tradicional del pueblo: grandes ventanas acristaladas, vigas metálicas que sobresalen a la construcción en la segunda planta, balconada corrida con un feo barandal sobre marquesinas de concreto... y agregados como un pilar de cantera y recubrimiento laminado del mismo material que no logran enmascarar la fealdad un edificio que podría estar en Neza, o en Atizapán, pero nunca debió construirse en el histórico Aculco.