En el campo de la restauración arquitectónica existen filosofías muy distintas sobre el alcance que debe tener una obra con ese carácter. No es éste un espacio para profundizar en dichas ideas, pero en términos muy generales diremos que existen dos tendencias principales: la primera, entiende la restauración como la conservación del edificio con la mínima intervención posible, respetando la huella que el tiempo ha dejado en él, evitando incluso la reposición de los elementos que se hayan perdido; cuando la reposición es inevitable por razones estructurales, estéticas o funcionales, se hace dejando siempre en claro que se trata de una incorporación que no era parte de la obra original (llegando a utilizar formas y materiales actuales). La segunda tendencia, en el extremo opuesto, a la que podríamos llamar historicista, y consiste en recuperar las formas de un edificio aunque estas se hayan perdido tiempo atrás, procurando con ello una "lectura" integral del inmueble.
Por supuesto, los defensores de ambas filosofías atacan frecuentemente a la opuesta: los primeros son criticados como "fetichistas de las piedras" o "amantes de la ruina"; los segundos, de "creadores de obras de fantasía". Para mí, la restauración arquitectónica debe quedar a una justa distancia entre ambas y es con gran frecuencia el propio edificio quien calladamente indica de qué manera debe emprenderse su preservación y rehabilitación.
"Com'era e dov'era" -"como estaba y donde estaba", en italiano- es una frase comúnmente aplicada a las restauraciones (o, si el edificio se ha perdido por completo, francas reconstrucciones) historicistas y se remonta a la reedificación del campanario de la basílica de San Marcos de Venecia que se derrumbó en 1912. Los funcionarios que decidieron su reedificación quisieron que ésta se realizara en el mismo sitio donde se había levantado el viejo campanile y que reprodujera exactamente su aspecto original. Esta idea, en realidad, se aplica con mucha frecuencia en las restauraciones aunque normalmente en detalles de poco calado: reconstruir una balaustrada, un pilar, una cornisa, una ventana, de la que se conocen todas características. A gran escala sucede pocas veces en la actualidad. Es el caso de algunos edificios alemanes destruidos durante la Segunda Guerra Mundial y del teatro La Fenice, también en Venecia, consumido por el fuego en 1996, reconstruido y abierto nuevamente al público en 2003.
Uno de los edificios de Aculco que necesita urgentemente una restauración y al que me parece sería válido aplicarle el "com'era e dov'era" es el kiosco de la Plaza de la Constitución, cuya historia ya hemos tratado antes aquí. De la construcción original de 1889 se conserva sólo el pedestal de cantera rosa, con muchas de sus piedras corroídas ya por la humedad procedente de los jardines aledaños y del propio subsuelo, ya que bajo él existe un pozo. De todas ellas se conocen exactamente sus formas y ornamentación, y tienen además función estructural, por lo que quizá deberían ser reemplazadas por piedras sanas, salvo las que contienen alguna inscripción. Sin embargo, lo que supondría un reto mucho más ambicioso sería la recuperación del aspecto original del antiguo templete, desaparecido en la década de 1950 ó 60, del que no se conserva más que un puñado de fotografías pero suficientemente detalladas como para considerar que esto es posible.
Aquí reproducimos una de las mejores y más antiguas fotografías del kiosco original. Fue tomada entre 1901 y 1903. Aunque no se alcanza a ver el pedestal de cantera debido a las plantas que crecían desordenadamente, el templete aparece en todo su esplendor. Por sus líneas generales puede adscribirse a la ornamentación victoriana popular en madera (folk victorian) que tenía gran éxito en Estados Unidos en la época de su construcción, en particular en el sur de ese país. Sus detalles -ajenos por cierto a la tradición aculquense y por ello únicos en nuestro pueblo- parecen copiados de un porche de Savannah o de un gazebo en Charleston.
Sus delgadas columnas, coronadas por un capitelito o trozo de arquitrabe, sostenían unos arquillos calados con profusa ornamentación en las enjutas. En cada pilar colgaba un farol hacia el interior del kiosco. Sobre todo ello, una cubierta de zinc con una pequeña esfera en la cúspide y aleros rematados por gabletes muy apaisados, con adornos torneados en las esquinas. Si algún defecto debe señalársele a este kiosco es su poca altura, que le restaba elegancia.El actual templete carece de todo valor arquitectónico. Fue una solución demasiado tosca para cubrir la fea estructura de concreto que había reemplazado a la original. Conociendo exactamente cómo era ésta, ¿no valdría la pena intentar reconstruirla?